Cultura Krishna en Argentina

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Sep 29, 2008, 9:26:55 PM9/29/08
to Grupo Interdisciplinario de Estudios sobre el Pluralismo Religioso
EN QUÉ CREEN LOS ARGENTINOS QUE CREEN EN KRISHNA

La vía del mantra
Se acercaron por un viejo tema de George Harrison, la tapa de un
disco, una lectura en principio azarosa o una crisis existencial. El
Movimiento Hare Krishna llegó al país hace 35 años. Sus dos mil
iniciados conforman una rara molécula, residual y persistente, de los
viejos tiempos de hippismo y gurúes. Éstas son historias de quienes
confían en que a la felicidad se llega cantando mantras. Incluyendo a
Celeste, oficial hare hare de la Policía Federal.

Diego Oscar Ramos
09.09.2008
Ceremonia en el templo. “Ahora –cuenta uno de los iniciados– hay
cosas que ni se me ocurriría hacer, como fumar, tomar drogas o andar
con mujeres”.


Es el último año de esta casona de Villa Urquiza como sede argentina
de la Sociedad Internacional para la Conciencia de Krishna. En algún
tiempo más habrá mudanza a una casa propia en Belgrano. Ahora acaban
de hacer las ofrendas en homenaje al nacimiento de Srila Prabhupada
(1896-1977). Y comienzan las bhajanas, músicas devocionales con
instrumentos indios dedicadas al gurú hindú que llevó a Occidente una
tradición con eje en el canto de un mantra sagrado. Una de esas cosas
rápidamente incorporadas por un Occidente tan ávido de misticismo
genuino en los 60 como interesado por un orientalismo pregonado
primero por los filósofos beats y luego por la cultura pop. Como
simbolizando ese ciclo, Maitreya Muni se deja retratar con una foto
de
Prabhupada y cuenta que si bien la lectura de un libro sobre el
fundador fue un imán para hacerse krishna, antes llegó la música.
Maitreya Muni tenía entonces 12 años y aún hablaba de sí mismo como
Miguel Ángel Antonelli.

Estaba fascinado por el tema My Sweet Lord, aquel en el que George
Harrison, con los Beatles recién separados, unía el aleluya cristiano
con el mantra oriental.

–Escuché en el coro que decía Hare Krishna, no sabía bien qué era,
pero sabía que Harrison estaba en la filosofía hindú. A los 15 compré
el disco Viviendo en un mundo material y un dibujo de Krishna que
tenía adentro me atrajo mucho. Después supe que en sánscrito quiere
decir “aquel que es el más atractivo”.

Cuando se decidió a ir al templo, Maitreya tenía 33 años, tres
matrimonios, tres divorcios y unos cuantos libros leídos, entre ellos
el Bhagavad Gita, el equivalente de la Biblia para el movimiento. Por
entonces era piloto comercial, el trabajo andaba flojo, su pelo
estaba
largo desde sus 12, había tocado la guitarra en varias bandas de
Olivos, su barrio natal, y se había dejado mecer por alguna que otra
sustancia. Se sintió bien, empezó a ir todas las tardes a la sede de
los krishna y a las dos semanas se quedó a vivir. Había fallecido su
papá. No había tenido hijos. Le dio una sorpresa interesante a su
madre católica cuando se le apareció pelado –versión extrema del
viejo
anhelo materno de que se cortara el pelo–, y con algunos libros para
que leyera.

LOS LIBROS, LO VEDADO. “Le gusta mucho leer sobre Prabhupada y está
muy agradecida a él por mi cambio”, dice hoy Maitreya Muni, con 51
años y 18 de canto del mantra que, con más fuerza, se escucha ahora
en
el templo donde hace de tesorero y administrador de la Oficina de
Libros. El área es importante, ya que el fundador creía que los
textos
eran fundamentales para transmitir con fidelidad las doctrinas. Entre
ellas, los cuatro principios a cumplir aquí dentro: el no comer
carne,
no ingerir tóxicos, no participar de juegos de azar y ser célibe si
no
se está casado y con disposición consciente a la procreación.

–Ahora hay cosas que ni se me ocurriría hacer, como fumar, tomar
drogas o andar con mujeres. Y se puede pasar perfectamente, porque la
historia es encontrar un gusto superior, explica con mirada calma y
un
poco melancólica. Hay venenos que son tan sutiles que para saber su
efecto hay que tomarlos –dice citando a Oscar Wilde. Y afirma que
ofrecerle a Krishna todos los actos con el corazón inaugura una
relación con la deidad que va creciendo hasta que su presencia se
vuelve palpable.

En todo este tiempo, Maitreya viajó casi una veintena de veces a
India, vivió dos años en una granja krishna en España, sintió una
devoción tan religiosa como beatle en el templo de Londres donado por
Harrison. Y se le hizo transparente que su misión está en formarse
filosóficamente para dar clases y en administrar económicamente la
sede, tareas a las que puede darles muchas horas por el respaldo
económico que le dio su padre. Y/o porque no tuvo hijos. “Son
arreglos
de Krish-na, porque quizás le interesaba que esté acá más que
ganándome la vida, mientras otros devotos tienen que cuidar a su
familia”, dice y aclara que, además de estar bien presente ante una
actual enfermedad de su madre, también le da espacio a placeres como
tocar en la guitarra algún tema del beatle místico al que siente como
un amigo. Es que por él llegó a Krishna y a su mantra, “la morada
donde está su nombre y él mismo”.

SER ENERGÍA. Un chico de probables 20 años y mirada un tanto perdida,
está sentado de cuclillas en la puerta y parece recitar el mantra.
“Hare Krishna, Hare Krishna, Krishna Krishna, Hare Hare, Hare Rama,
Hare Rama, Rama Rama, Hare Hare”, susurra en sintonía con los devotos
que, de viva voz, continúan adentro con los festejos. La vibración
sonora, según transmitió el homenajeado Prabhupada a sus primeros
seguidores norteamericanos, libera la mente de la ansiedad y genera
felicidad al religar al que canta con la energía de Krishna. A él le
dedican la preparación de alimentos diversos una decena de devotos
dedicado al prasadam, el banquete espiritualizado que se servirá al
final de la noche.

Notorio entre ellos, por su enorme corporalidad y una mirada de
siglos, Mahabasu Das pide unos momentos para un baño que alivie su
cansancio. Vuelve con ropa ceremonial y densamente perfumado. Cuenta
que nació hace 51 años como Héctor Velasco en este mismo barrio.
Cuenta también que para el tiempo en que el movimiento se instaló en
el barrio de Once, en 1973, él estaba en crisis existencial. De
familia de laburantes, “sin necesidades y sin derroches”, con
trabajo,
dinero para comprarse ropa, salir a tomarse unos tragos con amigos o
hacer algunos viajes, como comenta, lo que le pasaba era la pérdida
de
atractivo de sus relaciones. Había terminado el secundario, trabajaba
de noche en una confitería bailable, vendía enciclopedias en cuotas y
en medio de lecturas urgentes de Rampa, Khalil Gibran o Tagore su
madre le dio un libro krishna que sintonizó más con su búsqueda.
Quiso
varias veces pasar por el templo de Ecuador y Corrientes, pero su
novia de entonces pudo frenar los impulsos. Terminó la relación y “la
depresión y soledad” le dieron coraje. Entró al templo.

“Me sentí muy impresionado, la hospitalidad fue impactante, percibí
un
deseo de dar atención y ocuparse por el prójimo, algo extraño en esa
época de represión, con el pueblo alzado en revanchismos políticos y
sindicales”, explica Mahabasu Das, que rápidamente se hizo devoto.
Varios de sus amigos lo acompañaron y su padre cristiano se hizo
vegetariano. No hubo rechazo familiar, su madre también se hizo
devota
en el 86, pero conoció la persecución y la violencia policial en la
calle, fue golpeado y vivió de cerca el cierre del templo en el 77,
poco después de que balearan su frente, cuando “la Iglesia veía como
peligrosas a las doctrinas orientales”, como detalla.

Ahí empezó a viajar junto a otros monjes: Brasil, Perú, Bolivia. Se
casó dentro del movimiento, tuvo una hija hoy adolescente que
comparte
con él y su madre las tradiciones y estéticas orientales, que
convierten este lugar en una foto posible de ciudades como Vrndavana,
hogar de la niñez de Krishna. Saciado de lo que considera la verdad
de
la vida, dice que en la Argentina, con cerca de dos mil iniciados
frente a un total aproximado de cinco millones en Occidente, el
movimiento está bien establecido. “Tenemos jóvenes muy capacitados,
con un talento brillante, que se sienten contenidos y practican la
doctrina porque tienen resultados prácticos en su conciencia”, señala
Mahabasu. Después, delicadamente pide retirarse para darle los toques
finales al prasadam.

EL MONJE Y EL SEXO. En la entrada del salón, de túnica enteramente
blanca y una picardía en sus ojos que hace eco con el imaginario
popular sobre la sensualidad centroamericana, el dominicano Baghavata
Nitaydas atiende la mesa de venta de libros. Llegó hace unos meses
para perfeccionarse como monje. Y es justamente la sexualidad una de
las zonas que admite como más precisas para ordenar, porque cree
fundamental no dejar asuntos sin resolver antes de llegar a ser
maestro.

–Y en la vida sexual está la parte sutil y la burda, puedes ser monje
y tener deseos subconscientes –explica el devoto de 32 años cuyo
nombre social es Héctor Benjamín Medina de Rosa.

Dice que en India se sintió atraído por mujeres, que eso demostró que
su destino no era ser célibe. Eligió una compañera argentina para
casarse en un futuro. “Valoré su conciencia de Krishna más que su
cuerpo físico, porque aunque no sea una estrella de Hollywood me
ayuda
a despertar mi devoción”, cuenta, y asegura que a partir del noviazgo
dejó de sentir lo sexual inconsciente como un conflicto latente.

Ahora se siente más firme en el camino que inició en su país después
de tres años de un seminario católico del que escapó antes del
noviciado. Tuvo un período de lecturas metafísicas, de discusiones
feroces con una madre que le inculcaba al Dios de la culpa y le llegó
la respuesta que buscaba en el Bhagavad Gita. Se hizo monje en su
país
y luego de varios viajes espirituales llegó a este templo donde hoy
practica el servicio junto a esos libros de los que habla
diariamente,
cuando los vende por la calle o en dietéticas. Es efusivo.

Las palabras son sus amigas, pero dice que lo esencial para entender
el movimiento está en las sensaciones. “He podido saborear un poco de
trance, el néctar del bhakti yoga, del que una gotita te hace sentir
firme, porque acá sabemos cómo es Dios”, sentencia y nos invita a la
fiesta.

MUJER POLICÍA. La postal hindú, dentro del recinto ceremonial, se
vuelve 3D. Decenas de mujeres y hombres danzan y cantan. Una
escultura
a escala real de Prabhupada amenaza con decidirse a levitar en
cualquier momento. Y más amenazará horas más tarde, cuando le arrojen
cientos de pétalos de flores. Un aroma exótico de lo que se cocina
acompaña la embriaguez creciente nacida del mantra, que se repite, se
repite, como si fuera el software del éxtasis colectivo. Ésta podría
ser otra postal de la India si no fuera que la escena incluye no sólo
jóvenes rapados sino murgueros y una mujer policía.

Cuando llega el prasadam, alimentos vegetarianos salados y dulces, la
oficial de la Federal se acerca y cuenta su historia, apenas con la
reserva de su apellido. Se llama Celeste, tiene 24 años, aún no tiene
nombre religioso, hace diez años que está en el templo y es factible
que de aquí se vaya directo al patrullero que muchas veces también
maneja, provista siempre de un calmante: música krishna por el MP3.
La
visión del mundo de una oficial de policía krishna:

–Siempre fui media satria, que en sánscrito significa los que luchan.
Ser devota me ayuda a tener misericordia. Saber que cuando hay
suicidio o muertes es lo que les tocaba, por el karma, me ayuda a no
sufrir. Y Krishna me protege todo el tiempo, hace que no vaya a
lugares donde hubo tiroteos, siempre me pasa, siempre, siempre.

Eso cuenta Celeste, abre su uniforme, muestra collares sagrados que
nunca se quita de encima y dice que en su trabajo es indispensable
estar todo el tiempo con la conciencia de Dios. Y como le hace bien
lo
predica entre sus compañeros, la mayoría evangelistas amantes de los
asados. Vive a fuerza de ensalada de frutas o sándwiches de queso.
Pero más de una vez se lleva prasadam para compartir, segura de que
Kri-shna sabe entrar por las papilas gustativas. Y por los oídos,
como
le pasó a los 12:

Me gustaban los Beatles y como fanática quise ser hare krishna como
ellos. Mi mamá decía que estaba loca, pero en el primer año del
secundario encontré en la calle a una devota que me dio un libro. Ese
mismo día fui al templo, a las tres semanas me puse la túnica, empecé
a hacer servicio. Dejé la carne y no me fui nunca más”.

Las cuatro reglas

• No juego de azar: porque vuelve a la mente turbulenta y agitada,
alejándola de la claridad y estabilidad.

• No intoxicación: porque drogas, alcohol y hasta café, té y
cigarrillos alejan de la sobriedad. Aunque expandan la mente, no
liberan ni son necesarias para dar alegría o felicidad, que vienen de
la purificación.

• No comer carne: porque el sufrimiento ocasionado a otros seres
vivientes regresará por las leyes del karma. La naturaleza da
abundancia de frutas, vegetales, granos y productos de leche.

• No sexo ilícito: porque fuera del casamiento y con el objeto de
tener niños, trae enredo, explotación, frustración e ilusión.


La creencia

El Movimiento por la Conciencia de Krishna es monoteísta y su libro
sagrado es el Bhagavad Gita, registro de las palabras de Krishna, la
“eterna, omnisciente, omnipresente, todopoderosa y supremamente
atractiva personalidad de Dios”. Krishna es considerado fuente de
todas las encarnaciones divinas, incluyendo a Buda y Jesucristo. A él
ofrecen todos sus actos, en un servicio devocional llamado bhakti-
yoga
que reemplaza a la vida de complacencia al ego. Creen que el ser
humano no es el cuerpo material sino un alma espiritual eterna
integrada a Krishna, con cuya energía es posible conectarse cantando
el mantra que incluye su nombre, para llegar progresivamente a un
estado de conciencia espiritual máximo.

Diario Crítica de la Argentina del 9/9/2008

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