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La Pravda y la Agencia Tass tanto en versión radiofónica como televisiva son como la alegría de la huerta . A mí alégrenme el día . A las dos y media y después de una botellina sidra el telediario de la Cuatro ye como el comer . Que no falte . No hay cosa que mas me preste que haceios la contraprogramación mientras los escucho tomando sidra . El que ya no sigo ye Izvestia . Están de capa caída . Pero la Pravda y la agencia Tass que no falten .
Por otru lao a mí el que madrugaron fue el de Hught Thomas sobre la guerra civil ; pero los de Infante y Payne conservolos . Y también tengo por ahí el de Joaquín Maurín “Revolución y Contrarevolución en España “ . Otru tipo que si lleguen a echai mano acaba como Nin .
Al hilo del debate de las armas en USA y de la posición de Trump
al respecto, no viene mal este informe sobre la violencia urbana
Nueva Orleans es como Honduras. Detroit es como El Salvador.
“No podemos retrasar esto más”, dijo el presidente Obama hace ya más de dos años cuando introdujo 23 acciones ejecutivas diseñadas para reducir la violencia de armas en Estados Unidos. Aunque EEUU tiene el nivel más alto de propiedad de armas per cápita en el mundo, su índice de homicidios –tres por cada 100,000 personas– es mucho más bajo que el de Honduras, el país con el índice de homicidios por armas más alto del mundo (alrededor de 68 muertes de este tipo por 100,000 personas).
Sin embargo, los índices de homicidios
de Estados Unidos varían muchísimo entre ciudades y áreas
metropolitanas, como
lo he dicho antes.
El mapa a continuación, hecho en 2013,
compara las muertes por armas en ciudades estadounidenses, con
países en distintas partes del mundo. Trabajando con datos del Centro
para Control y Prevención de Enfermedades (CDC), Zara
Matheson del Martin
Prosperity Institute, compiló información de laOficina
de Drogas y Crimen de las Naciones Unidas, y otras
fuentes recopiladas por The Guardian(aunque
hay problemas de información en los datos de crimen
internacional y es difícil compararlos, los datos de homicidios
son más fiables. Como dice John Roman del Urban Institute, es un
tipo de información “difícil de falsificar” y que casi siempre
se reporta).

El patrón es impresionante y, aunque es de 2013, marca una fuerte tendencia. Un sinnúmero de ciudades de Estados Unidos tienen índices de homicidios cercanos a los países más violentos del mundo.
- Si fuera un país, Nueva Orleans (con un índice de 62.1 muertes por armas por cada 100,000 personas), sería segunda en el mundo.
- El índice de Detroit (35.9) es solo un poco más bajo que el de El Salvador (39.9).
- El índice de Baltimore (29.7) no es muy distante al de Guatemala (34.8).
- Los datos de Newark (25.4) y Miami (23.7), son comparables a Colombia (27.1).
- Washington DC (19) tiene un índice de muertes por armas más alto que el de Brasil (18.1).
- El índice de Atlanta (17.2) es casi
igual al de Sudáfrica (17).
- Cleveland (17.4) tiene un índice más alto que el de la República Dominicana (16.3).
- El índice de Buffalo (16.5) es similar al de Panamá (16.2).
- Los datos de Houston (12.9) son poco más altos que los de Ecuador (12.7).
- En Chicago este índice es de 11.6, muy similar al de Guyana (11.5).
- El índice de Phoenix (10.6) es un poco más alto que el de México (10).
- Los Ángeles (9.2) es comparable con Filipinas (8.9).
- El índice de Boston (6.2) es más alto que el de Nicaragua (5.9).
- Nueva York, donde las muertes por violencia de armas han descendido a solo cuatro por cada 100,000 personas, tiene un índice aún más alto que en Argentina (3).
- Incluso ciudades con bajos índices como San José y Austin se comparan con países como Albania y Camboya.
Sí, es verdad, estamos comparando ciudades estadounidenses con países, pero muchos de estos países tienen poblaciones pequeñas que, en muchos casos, son comparables con las grandes áreas metropolitanas en EEUU.
La triste realidad es que muchas ciudades estadounidenses tienen índices de muertes por armas comparables con los países más violentos del mundo.
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Un par de chivatos
Publicado el Sábado, 17 febrero 2018 por Santiago González
La eurodiputada Maite Pagazaurtundúa es una mujer muy singular, dotada de un coraje en el que responde al eco de su madre, Pilar Ruiz Albisu, que es uno de los grandes personajes que ha dejado a su paso entre nosotros esta tragedia, un asunto humano con nombres apellidos y lamentos, por decirlo con palabras de Neruda.
El domingo pasado se cumplieron 15 años del asesinato de Joxeba Pagazaurtundua, del día en el que Gurutz Agirresarobe le disparó tres tiros mientras el leía el periódico en el bar Daytona. Mañana, justo una semana después, van a volver a Andoain los dos chivatos que lo marcaron para que Agirresarobe cumpliera con su papel de matarife. Se llaman Ignacio Otaño e Iñaki Igerategi, ambos eran miembros de un comando legal de la banda terrorista y fueron detenidos tal día como hoy hace seis años, uno en Andoain y el otro en Tolosa, en cuyo cuerpo de bomberos trabajaba.
Fueron condenados a seis años de cárcel por sentencia de la Audiencia Nacional, de la que fue ponente la juez Carmen Lamela, que justamente cumplen hoy y esa es la razón de que mañana vayan a ser recibidos con la fiesta fría que acostumbran a dispensar a sus criminales los pueblos más envilecidos de nuestra geografía. Organizará el akelarre ‘Kalera Kalera’ (Al calle a la calle) un colectivo cuya naturaleza pregona su nombre. Nadie puede sorprenderse ante el hecho de que los niños de Andoain tirasen globos llenos de agua hacia el costado de la plaza donde se levanta la escultura de Agustín Ibarrola ‘La casa de Joseba’ y donde nos apretábamos un centenar de personas para homenajear a Pagaza. Esos niños ya traían puestos de casa los odios esenciales, los que llevaron a este par de chivatos a señalar para el matarife a una víctima propiciatoria hace quince años.
Maite Pagaza se ha dirigido a la alcaldesa de Andoain, la batasuna Ane Karrere, para exigirle que suspenda tan indigna muestra de complicidad con el crimen y de connivencia con los asesinos.
El homenaje a sus chivatos cierra el círculo. Los dos pertenecían a un comando bajo control del entonces número uno de ETA, Thierry y de Ainhoa Ozaeta que había compatibilizado su pertenencia a la banda terrorista con el cargo de teniente de alcalde de Andoain, mano derecha del alcalde, José Antonio Barandiaran, que se negó a condenar el asesinato de su jefe de Policía municipal. Xabier López Peña, Thierry y Ozaeta fueron detenidos en mayo de 2008 en Burdeos y Barandiaran en Andoain. Los papeles incautados condujeron a la detención de los chivatos, que se produjo el 21 de febrero de 2012.
En estos días ha habido otra mujer que ha sabido estar a la altura de los acontecimientos. Se llama Amaya Fernández, es la secretaria general de los populares vascos y ayer anunció que piensa acudir a Andoain acompañada por militantes de las juventudes de su partido. Recuperar el espacio público de las manos de los terroristas y sus cómplices es una tarea primordial para asentar la convivencia en ese pueblo de ventanas cerradas en los homenajes a las víctimas, como en la Sicilia de las novelas de Sciaccia, pero donde mañana se abrirán para festejar la vuelta de los ayudantes del verdugo.
Los terroristas de Estados Unidos
En estas horas y en los próximos días oiremos muchas explicaciones, veremos a políticos llorar delante de las cámaras y escucharemos multitud de promesas encaminadas a evitar que algo así vuelva a suceder
El debate durará el tiempo que se tarde en enterrar, uno por uno, a esos cerca de veinte jóvenes que jamás deberían haber perdido la vida
15/02/2018 - 21:25h
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Un grupo de personas camina frente a la zona acordonada tras el tiroteo de Parkland. EFE
Al Qaeda o el Isis no pueden competir con la Asociación Nacional del Rifle. Cinco atentados de la magnitud del perpetrado el 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Esa es la “meta” que tendrían que haber logrado en 2017 los terroristas islamistas para acercarse al número de víctimas mortales que se cobraron las armas de fuego en Estados Unidos ese mismo año: 15.590 muertos y 31.181 heridos. En el país del gatillo fácil se registra cada día una media de 268 incidentes violentos en los que hay pistolas o fusiles de por medio. Solo en lo que llevamos de 2018, Estados Unidos ya ha sufrido más de medio 11-S. Las armas de fuego han provocado la muerte de 1.826 norteamericanos y heridas de distinta consideración a más de 3.000. Entre las víctimas mortales encontramos a 69 niños menores de 11 años y a 333 adolescentes. En todas estas estadísticas no se contabilizan los suicidios con armas de fuego, unos 14.000 anuales.
La conmoción que ha provocado la matanza de San Valentín ha vuelto a desatar la indignación y las habituales reacciones airadas de buena parte de la sociedad norteamericana, así como de amplios sectores de su clase política y periodística. ¿Cómo es posible que un joven desequilibrado de 19 años tenga prohibido comprar una cerveza o una botella de ron en un supermercado de Florida, pero sí pueda adquirir legalmente un fusil de asalto con el que masacrar a sus compañeros de instituto? En estas horas y en los próximos días oiremos muchas explicaciones, veremos a políticos llorar delante de las cámaras, asistiremos a todo tipo de protestas y escucharemos multitud de promesas encaminadas a evitar que algo así vuelva a suceder. El debate durará el tiempo que se tarde en enterrar, uno por uno, a esos cerca de veinte jóvenes que jamás deberían haber perdido la vida. Todo se diluirá cuando la tierra cubra sus ataúdes, tal y como viene ocurriendo después de cada matanza.
“Es un problema de salud mental.. no un problema de armas” declaró en noviembre Donald Trump después de la anterior masacre, perpetrada en Texas por un exsoldado estadounidense que asesinó a 26 personas. “Hay muchos indicios de que el tirador de Florida estaba mentalmente perturbado”, decía también este jueves en Twitter. Horas después, con el flequillo más encrespado de lo habitual, comparecía en la Casa Blanca para realizar una intervención más propia de un sacerdote que de un presidente. Llamadas a la oración, a la solidaridad, al consuelo… pero ni una sola iniciativa más allá de comprometerse a “reforzar la seguridad en las escuelas”. El gobernador de Florida sigue la estela de su jefe señalando con el dedo a los enfermos mentales como el mal al que hay que perseguir y anuncia, sin concretar absolutamente nada, medidas para que estas personas no puedan tener acceso a las armas. El presidente y sus colegas saben que sus declaraciones son un simple gesto de cara a la galería para calmar a una población en estado de shock. No van a hacer nada, no sucederá nada.
Lo que también habría que preguntar al presidente de Estados Unidos es cuál habría sido su reacción si el “perturbado” que acribilló a los estudiantes de Parkland hubiera frecuentado las mezquitas cercanas de Boca Ratón o de Broward. Pocas dudas hay de que la respuesta de Trump, como antes lo fueron la de Obama o la de Bush, se habría medido en misiles lanzados, civiles masacrados en algún país de Oriente Medio y, quizás, alguna que otra invasión. ¿Por qué esa doble vara de medir con los asesinos y esa falta de respeto hacia quienes no tienen “la suerte” de morir bajo las balas disparadas por un terrorista? ¿Por qué nunca hacen nada las distintas administraciones demócratas y republicanas ante este problema que desangra a la sociedad norteamericana?
Dominic Rushe explicó recientemente en este mismo diario las razones que explican el enorme poder que tiene en Estados Unidos la Asociación Nacional del Rifle (NRA), la organización/lobby que agrupa a las empresas y particulares que abogan por mantener el libre acceso a las armas. Tal y como detalla el reputado colega de The Guardian, no se trata solo del dinero que mueve la venta de armas en Estados Unidos, ni de los considerables fondos que la NRA destina a comprar voluntades entre los políticos de Washington, ni de los millones con los que financia campañas electorales como la que aupó a la presidencia al propio Donald Trump; más allá de eso está también la enorme influencia electoral que tiene esa asociación, a través de sus, oficialmente, cinco millones de miembros en activo.
Es cierto que es el Dios Dólar el que bendice que, de aquí a final de año, más de 10.000 estadounidenses vayan a morir porque, parafraseando al inolvidable Freddie Mercury, T he business must go on. No le demos más vueltas: lo que más pesa y casi lo único que pesa es la pasta. Aún así, no es menos cierto que ese statu quo se sostiene gracias a una América casposa, una América que sigue creyendo que su libertad depende del mantenimiento de una enmienda constitucional redactada a finales del siglo XVIII. Para millones de estadounidenses tener una pistola o una escopeta es un derecho, una tradición y una garantía para poder seguir siendo libres. Haría falta mucha pedagogía para modificar esa mentalidad, mucha honestidad para enfrentarse al lobby del rifle y mucha valentía política para estar dispuesto a perder unos cuantos millones de votos. Nada cambiará mientras en Washington sigan prefiriendo cargar con 15.000 muertes anuales antes que asumir el daño económico y electoral que provocarían una políticas tan restrictivas, y efectivas, como las que se aplican en Europa. Nada cambiará salvo los rostros de las víctimas. Nadie luchará contra este terrorismo porque, de momento, sigue siendo su terrorismo.