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unread,Apr 13, 2009, 3:20:27 PM4/13/09Sign in to reply to author
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to Fundación de Neurociencias
¿Qué le ocurrió a aquel antepasado humano que comenzó a creer en los
dioses? ¿Por qué nuestra especie tiene esa especial tendencia a la fe
religiosa? La ciencia, especialmente la neurología, ha entrado de
lleno en la búsqueda de respuestas dentro del cerebro, que por el
momento son muy complejas.
Mucho se ha avanzado desde que el anatomista Franz Gall, a principios
del siglo XIX, dijera que había encontrado el órgano de Dios en el
cuerpo, lo que le valió la condenación eterna. Ahora, muchos
investigadores prestigiosos están convencidos de que las redes
neuronales están detrás de esa tendencia a la espiritualidad, que es
innata y que se ha repetido en todas la culturas y civilizaciones.
Si hace unos años, el biólogo americano Dean Hamer aseguraba haber
hallado el gen de Dios, ahora investigadores del Instituto Nacional de
Desórdenes Neurológicos en Bethesda (EEUU) han revelado las zonas del
cerebro que se activan con la fe religiosa, que son las mismas que los
humanos empleamos para comprender las emociones, los sentimientos y
los pensamientos de los demás.
Este último trabajo, publicado recientemente en la revista Proceedings
of the National Academy of Science (PNAS), sitúa el área religiosa en
el lóbulo temporal y en el frontal, lo que indicaría, según el
neurólogo Jordan Grafman, que juzgamos a Dios utilizando los mismos
mecanismos que a otras personas y que, como creencias que se
transmiten entre generaciones, entrarían en la memoria, la imaginación
y la empatía.
El cerebro creyente
Ahora bien, ¿por qué se cree en algo de lo que no existe constatación?
Algunos científicos apuestan por la idea de que el cerebro está
organizado para que podamos creer.
Otras hipótesis defienden que la religión surgió como una adaptación
evolutiva que hizo que los genes que la facilitaban se transmitieran y
prosperaran: habría ayudado a formar grupos sociales cohesionados y a
proporcionar consuelo en las desgracias. Así lo cree el psiquiatra
Francisco J. Rubia, autor del libro 'La conexión divina'.
«El origen de la espiritualidad, que no de Dios, fue multifactorial.
Influyeron los sueños, en los que el individuo viajaba sin mover el
cuerpo, dando lugar a la idea del alma, y también la predisposición a
la dualidad, porque el cerebro está organizado para ver el contraste,
como es la luz y la oscuridad, lo finito y lo eterno, lo real y lo
imaginario. Todo ello unía al grupo», argumenta.
Sin embargo, algunos antropólogos, como Scott Atran, de Michigan,
consideran que «religiones que hablan de paraísos tras la muerte no
hacen mucho por la supervivencia en el aquí y ahora».
Paul Bloom, psicólogo de Yale, busca la explicación fisiológica.
Argumenta que el cerebro tiene dos sistemas cognoscitivos: uno se
encarga de las cosas vivas y otro de las muertas, uno se ocupa de la
mente y otra de los aspectos físicos (el dualismo del que habla
Rubia). Sería la explicación de por qué abandonamos el cuerpo en los
sueños o en proyecciones astrales. Es la misma dualidad que prepara al
cerebro para conceptos como la eternidad, la vida después de la
muerte. Y añade que pensar en experiencias al margen del cuerpo,
espirituales, «está a un paso de la creación de los dioses».
La búsqueda de causas
Pero, ¿bastan esos dioses para dar lugar a la religión? Deborah
Kelemen, de la Universidad de Arizona, añade a este cóctel el sentido
de la causa-efecto, es decir, buscar un propósito o un diseño para
todo, algo que surgió por mera supervivencia (un ruido puede ser un
depredador) y que el cerebro extrapola a lo demás: todo tiene un
porqué.
«La religión es un artefacto ineludible del cableado de nuestro
cerebro», asegura Bloom en la revista 'New Scientist'. Incluso los
ateos y agnósticos tendrían tendencia a pensar en lo sobrenatural.
Según Rubia, en estos casos la espiritualidad innata se deriva hacia
otras cuestiones, como la naturaleza. «Siempre se buscará porque
produce endorfinas, y por tanto placer, pero las experiencias místicas
pueden no ser religiosas», asegura.
De hecho, Atran lo llama «la tragedia de la cognición»: «Los seres
humanos pueden anticipar el futuro y concebir su propia muerte. Cuando
los procesos naturales del cerebro nos dan una salida, la cogemos,
claro», argumenta.
Luego, ¿la religión es un subproducto de la evolución del cerebro
humano o fue seleccionada para la supervivencia del grupo? El
evolucionista Richard Dawkins considera correctas ambas premisas. Por
un lado estaría el adoctrinamiento que se recibe del grupo, y que se
acepta para no ser rechazado, pero por otro la predisposición cerebral
a creer en seres invisibles, que se concretan en los de los padres.
La relación religión y cerebro va, incluso, más lejos. El psiquiatra
español Rubia recuerda que hay una epilepsia que afecta al lóbulo
temporal y activa la religiosidad por una descarga de neuronas. «Los
chamanes eran personas que entraban en éxtasis y algunos sufrían esa
enfermedad. Desde antiguo eran quienes hablaban con los muertos y
curaban, seguramente por poderes psicosomáticos más que otra cosa».