La adolescencia y el sueño

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Jun 30, 2009, 6:47:42 AM6/30/09
to Fundación de Neurociencias
EL sueño es un elemento esencial de la vida. Pasamos prácticamente un
tercio de nuestra existencia dormidos y la sola magnitud de este dato
ya nos da una idea de la importancia que le da nuestro organismo a
esta actividadQuizá hablar de actividad para referirnos al hecho de
dormir nos parezca un contrasentido, pues todos asociamos el sueño a
lo contrario, al reposo y la inactividad. Que el sueño tiene una
función fundamental de descanso es obvio, pero pensar que se reduce a
eso es una simplificación exagerada de una realidad mucho más
compleja.

El sueño no es un estado homogéneo, sino una secuencia ordenada de
procesos que se repiten rítmicamente cada 90-120 minutos, en la que
nuestro cerebro pasa de fases de descanso a otras de intenso trajín.
Durante las primeras nuestras neuronas recargan sus fuentes de
energía, limpian los deshechos que se han ido acumulando durante la
vigilia y reparan su maquinaria celular para afrontar las exigencias
que vendrán tras el despertar. La función de las segundas aún no la
comprendemos completamente, pero sabemos que son indispensables para
el establecimiento y consolidación de la memoria y de las emociones.
La expresión popular de 'consultar los problemas con la almohada'
tiene una base fisiológica. Durante el sueño las experiencias vividas
durante la vigilia se organizan, se ordenan, se integran con un
componente emocional y se articulan con nuestra memoria previa. En
este proceso, un problema aparentemente insoluble o una decisión
difícil durante la vigilia pueden encontrar su solución. Por este
motivo, la privación de sueño disminuye sustancialmente la capacidad
de atención, de concentración y de memorización, provoca irritabilidad
y agresividad y si se prolonga a la larga acaba modificando el ánimo,
ocasionando apatía, anhedonia y tristeza.

La función del sueño no se limita al cerebro, sino que se extiende a
todo el organismo influyendo decisivamente en el control de nuestras
hormonas y de nuestro sistema inmunológico. El sueño hace crecer,
porque la hormona de crecimiento, entre otras, se segrega mientras
dormimos. La falta de sueño engorda, porque altera el equilibrio entre
grelina y leptina, hormonas relacionadas con el apetito y la saciedad.
Y las personas privadas crónicamente de sueño sufren más infecciones y
más graves que las que satisfacen adecuadamente sus necesidades.

Sin embargo, a pesar de que nuestra propia experiencia nos advierte a
corto plazo del efecto nocivo que tiene el dormir poco, tenemos pocos
reparos como individuos y como sociedad para maltratar nuestro sueño.
Se calcula que dormimos entre una y dos horas menos al día que a
principios del siglo XX, cuando no había electricidad, y la tendencia
a reducir el tiempo de sueño se mantiene con el desarrollo tecnológico
y el aumento de las posibilidades de distracción. La hora de inicio
del sueño se retrasa cada vez más. Los programas de televisión de
prolongan hasta horas imposibles para nuestros relojes biológicos y
las actividades lúdicas se organizan cada vez más entrada la noche.
Sin embargo, la hora de despertar se mantiene, o incluso se adelanta
con el fin de conseguir un horario laboral más integrado que nos deje
la tarde libre para el ocio.

Acortar el tiempo de sueño implica entorpecer los procesos de
aprendizaje, no de una manera lineal sino exponencial, pues la primera
mitad del sueño se dedica fundamentalmente a las tareas de
mantenimiento y reposo, mientras que las funciones de integración y
memorización de la información se realizan principalmente en la
segunda mitad del sueño, que es la que más reducimos si nos obligamos
a despertar antes de lo que nuestro cerebro había programado.

El problema es especialmente grave en la adolescencia, pues es una
etapa de la vida en la que se combinan necesidades de sueño
prolongadas, en torno a nueve horas diarias, adquisición continua de
gran cantidad de información nueva que hay que procesar y elaborar y
anhelo de integración en un grupo social que gusta de reunirse y
comunicarse a horas cada vez más intempestivas, rompiendo el ritmo
vigilia-sueño cada fin de semana y sacrificando sin reparo las horas
de sueño para dedicarlas al ocio o simplemente para 'charlar' por el
móvil o por Internet. A esto se añade la tendencia cada vez más
extendida de iniciar las clases a una hora más temprana, de modo que
los alumnos acuden con frecuencia al colegio cortos de sueño por
acostarse tarde y mal desayunados por apurar al máximo los últimos
minutos de cama, con el cerebro en una situación que combina la
'inercia de sueño' o estado de torpor mental que se da en la
transición desde el sueño hasta el despertar completo, con una pájara
intelectual por el periodo prolongado de ayuno desde la cena.

Periódicamente nos sobresaltamos al conocer las cifras crecientes de
fracaso escolar. Si bien es evidente que éste es un problema complejo
de origen multifactorial, también es indudable que mantener la
maquinaria del aprendizaje en condiciones satisfactorias de servicio
es el paso primero e ineludible para conseguir un rendimiento óptimo y
después de lo expuesto creo que a nadie se le escapa que esto sólo es
posible con un sueño suficiente en cantidad y calidad.

iMedPub

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Jun 30, 2009, 6:47:37 AM6/30/09
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