Manuel Menéndez
unread,Jul 23, 2009, 2:31:48 PM7/23/09Sign in to reply to author
Sign in to forward
You do not have permission to delete messages in this group
Either email addresses are anonymous for this group or you need the view member email addresses permission to view the original message
to Fundación de Neurociencias
Hace ya algunos años que los implantes electrónicos en el cerebro
dejaron de ser ciencia ficción. Diminutos dispositivos cerebrales para
tratar el Parkinson, depresiones graves o para controlar miembros
artificiales, han sido implantados en pacientes de todo el mundo en la
última década. Ahora, por primera vez en todo este tiempo, los
científicos se han dado cuenta de que todo este sistema podría ser
vulnerable a ataques externos y suponer un grave problema de
seguridad.
En un artículo en Neurosurgical Focus, citado por Mind Hacks y por
Wired, los expertos recuerdan que la mayoría de estos dispositivos se
programan desde el exterior mediante control remoto, de una forma tan
sencilla como cambiar los canales de una televisión.
A pesar de la alta tecnología, casi ningún aparato viene equipado con
un sistema de autentificación o encriptación que proteja de
intrusiones no deseadas, lo que supone que cualquiera que tenga la
combinación adecuada puede modificar los parámetros del implante y
programarlos según sus deseos. (Seguir leyendo)
Pero ¿por qué iba a querer alguien controlar nuestros implantes
cerebrales? Aunque suene fantasioso, los científicos están convencidos
de que puede ocurrir y empiezan a proliferar los artículos sobre la
denominada “neuroseguridad”. De hecho, ya han realizado pruebas para
demostrar los daños que se pueden causar desde un ordenador sobre uno
de estos implantes.
En el año 2003, un grupo de investigadores puso a prueba un
desfibrilador que acababa de salir al mercado y lo ‘hackearon’ con
cierta facilidad utilizando un equipo de bajo coste. Los autores del
experimento pudieron cambiar la terapia, desactivarla e incluso
inducir una desfibrilación ventricular, que puede causar la muerte del
paciente.
Aunque los sistemas actuales tienen un radio de alcance de unos 10
centímetros, los expertos advierten que hay que empezar a encriptar
los aparatos y tapar todas las posibles puertas traseras de estos
dispositivos. “Si no ponemos cuidado en la seguridad”, dice Tadayoshi
Kohno de la Universidad de Washington, “puede que en cinco o diez años
estemos lamentando un grave error”.
La última generación de prótesis robóticas, por ejemplo, incluye un
sistema wireless que permite a los médicos hacer los ajustes
necesarios sin intervención. Si no se ponen barreras de acceso, un
habilidoso atacante podría hacerse con el control de esa prótesis y
manejarla a su antojo.
Brazos que actúan por órdenes ajenas, implantes que pueden acelerar el
corazón del paciente o administrar más o menos cantidad de determinada
droga para alterar su estado de ánimo. Los científicos plantean
incluso la posibilidad de que los pacientes intenten hackear su propio
dispositivo y empiecen automedicarse, mandando señales al cerebro que
mejoren su humor o que anulen el dolor.
Un asunto que suena lejano pero que tal vez se convierta en una
desconcertante realidad.