Les invito a leer esta nota del profesor José Flete sobre Maestro Celso Benavides

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Eulogio Silverio

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Aug 22, 2012, 9:40:07 PM8/22/12
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Mi impresión sobre Celso Benavides

 

Esta mañana, al despertar, fui  sobrecogido con la triste noticia de que el Prof. Celso Benavides había muerto. No pude esconder mi sorpresa ni evitar cierta manifestación de pesar ante tan dolorosa  pérdida. Desde entonces, tras las lecturas de pésames que han cundido este espacio virtual al respecto, me he visto compelido a escribir algunas líneas que resalten mi parecer respecto a tan insigne figura que ha marcado vidas a lo largo de su apostolado.


Conocí al Maestro Celso Benavides en el primer semestre del noventa y dos (92) en el aula 204 de la Facultad de Humanidades; la asignatura que impartía era Introducción a la Lingüística General, sección 02, a las 7:00 de la noche. Tanta especificación no es casual, responde a que, precisamente, el Maestro Benavides era así: específico, puntual, estricto con su labor y responsable con sus estudiantes. Nunca, en lo absoluto, faltó a clases; ni siquiera el deficiente servició energético de la época aminoró su alto sentido de responsabilidad.

Luego, en el segundo semestre del noventa y tres, en el aula LM-208, a las cuatro de la tarde, los lunes y los jueves, volvimos a encontrarnos en la asignatura Morfología y Sintaxis II; aquí aprendí a redactar a la vez que hacía acopio de su estilo de enseñar, de su vocación para el oficio que desempeñaba (nunca llegó a clases con mal talante, ni sus problemas ni su vida personal fue de nuestro dominio, sólo se limitaba a enseña, a cumplir con su labor).


No recuerdo que se haya valido de sus oficios para obligar a sus estudiantes a  comprar el libro del cual era coautor; todo lo contrario, su dinamismo y su entrega apostólica nos compelía a buscar una formación que se asemejara a la suya; por eso, de alguna forma nos esforzábamos en tener ese texto porque allí estaba todo lo que él nos daba, y era la vía más segura de seguir sus pasos, de no perdernos en el camino.


Es cierto que algunos estudiantes desistían de seguir en sus clases; las razones serán diversas, pero quienes nos quedamos, los que aceptamos el reto, tuvimos el gran privilegio de disfrutar tres horas semanales, por semestre, de la sapiencia de alguien que asumía con seriedad su labor ante los estudiantes. Y no sólo los estudiantes admiraban al respetable maestro, todos los que compartieron con él sabían que tenían ante sí una de las insigne figuras que nuestra Universidad legara a las generaciones más recientes: recuerdo una ocasión, la única vez, que faltó a una clase, eso fue en el primer semestre del 93, todos quedamos sorprendidos, incluso el bedel de turno lo encontró extraño, tanto así que no cesaba de referir que todo el tiempo que tiene conociéndolo nunca se ausentó.


mí, Celso Benavides era un referente del verdadero docente; tuve el privilegio de asistir a sus cátedras e, incluso, de recibir algunas amonestaciones a su estilo; pero valieron la pena. La noticia de su fallecimiento me hizo recordar la ventura de ser formado por catedráticos universitarios que asumieron con seriedad su rol: Patín Veloz, Lourdes Delfina de La Cruz, María Hortensia, Cecilia Blanco, Bartolo García, Pedro Conde Sturla, Ángela Florencio, Mariano Rijo, Carlisle González Tapia, Luis Federico Cruz, Tomás Novas Novas, Yolanda Fernández, Manuel Montero, Andrés L. Mateo, Enrique Eusebio, Ana Echavarría, Milagros Concepción, Maritza Rossi, Milagros Amelia Salas, Colón Lapaix, Guillermo Díaz, Rafael Morla, Manuel Pérez Martínez, Seferino Rodríguez, Jesús Tellerías, Frank Peña, Rafael González, Nicolás Gomera, Alejandro Arvelo, Julio Minaya, Ramón Leonardo Díaz, Mabel Artidiello, Elsa Saint-Amand, Francisco Pérez Soriano, Luis Delgado, entre otros docentes de cuyos nombres por el momento no me acuerdo. Todos estos docentes, de alguna forma marcaron positivamente mi vida lo que me empujó a entender que un catedrático universitario debe ser y parecer lo que profesa.


Y eso lo entendí gracias a profesores de la categoría del Maestro Celso Benavides. Pues Celso no relegó nunca de su sacerdocio, a pesar de que las condiciones socioeconómicas de aquél entonces eran muy distintas e inferiores a las de hoy en día. Y a pesar de su gran formación, el Maestro Benavides mantuvo su postura con cierta humildad que le hacía accesible a sus estudiantes. Su franqueza era impoluta y su entrega incondicional. Es lo que puedo decir y recordar de mi Profesor.

Hace muchos años, en una escuela dominical, mi profesora, Francisca de Ramírez, la esposa de mi pastor Marino Ramírez, nos enseño que debíamos ser agradecidos y decirles a esas personas que han dedicado parte de su vida a la nuestra lo mucho que les agradecemos, que su trabajo no fue en vano, que no debemos dejar que el remordimiento nos obligue a tratar de decir, con un arreglo floral pos-mortem, lo que pudimos decirles y manifestarles en vida. Y lo he podido practicar con los demás, entre ellos con el Maestro Celso.


Él partió, no pude decirle el último adiós; la noticia de su fallecimiento me sorprendió. Sin embargo, me quedé con lo mejor: lo recuerdo vivo; el timbre de su voz, a pesar de los años y de su ausencia, se mantiene intacto. Lo recuerdo como a un padre, fue mi referente en mi formación como docente; lo imité, repetí su estilo de enseñanza. Cuando me entrecruzaba con él le manifestaba mi respeto y admiración. Todo eso porque sabía a quién tenía ante mí, que él era una de esas glorias que pasan por la sociedad una vez en la vida, lo que me motivó a tomar ventaja.


Hoy, ya Celso Benavides no está con nosotros. Es una ley de la vida que todos tenemos que cumplir y sufrir. Dice Federico Bermúdez que “vivir es ir muriendo con lentitud pasmosa” (Retoques); pero como una clara respuesta a éste, Milan Kundera, en La inmortalidad, plantea que los que mueren adquieren cierta inmortalidad en función de sus seres queridos, que los recuerdos hacen que los fenecidos pervivan en tanto que existimos, pero que hay una inmortalidad que perdura en tanto la humanidad exista viva en su quehacer cultural; de esta inmortalidad disfrutan los grandes clásicos de la cultura universal, y aquellos hombres y mujeres que dejaron  algún legado a la humanidad. Para mí Celso Benavides figura en este estadio.

 

Mientras exista la UASD, y la mezquindad no termine de arroparla, se tendrá que hablar del Maestro Celso Benavides. Nadie podrá negar que dejara un gran legado; las pruebas son palpables: sus enseñanzas e incidencias en sus alumnos, sus textos, su entrega por la UASD, su apostolado.

Por: José E. Flete-Morillo.-

 

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