La UASD patas arriba 2

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Oct 18, 2012, 1:59:04 PM10/18/12
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Prof. José Flete Morillo

La locura de la Princesa Azula.-

La historia es tomada de una serie animada titulada “Ávatar, la leyenda de Aang”, de la empresa televisiva Nickelodeon, en Estados Unidos; el argumento de esta producción gira en torno a un niño de doce años, Aang, quien tiene que dominar los cuatro elementos (aire, fuego, tierra y agua) para poder vencer al Señor del Fuego Ozai y, así, devolver equilibrio al mundo.

Pero lo que nos interesa de esta serie es un personaje que, a pesar de ser considerado secundario, no deja de acaparar la atención gracias a la fuerza que le imprimen sus productores (Michael Dante DiMartinoBryan Konietzko y Aaron Ehasz). Azula, hija del rey Ozai, Señor del Fuego, y hermana de Zuko, según la visión de su padre, es la más idónea para sucederle en el trono por ser intrépida y corresponderse con las intensiones de extender los dominios de la Nación del Fuego.

 

En realidad, la Princesa Azula es contumaz. Sabe que el lugar de su padre en el trono debe ocuparlo alguien que lo equipare en las ambiciones desmedidas de poder, y su hermano, el príncipe Zuko, es susceptible a los a los efluvios de la razón; ella, en cambio, irrespeta los parámetros que le impone la prudencia y se empecina en lograr lo que se propone; tanto es así, que recorre el mundo entero tras su hermano quien sufre la ignominia del destierro; éste, diferente a ella, a pesar de que intenta recuperar su honor con la captura del Ávatar, responde a  los parámetros que la razón le impone: su tío, el General Iroh, funge como su conciencia, arredilándolo por los senderos de la corrección moral.

 

Azula, no tiene parámetros; su ambición de poder la aleja del sentido común invalidando todo aquello que se llame afecto, lealtad o convivir; no hay más pasión que la de suceder a su progenitor en el trono; nada distorsiona su enfoque: quiere ser la sucesora y nadie ni nada puede ser obstáculo para ello. El amor, por ejemplo, se convierte en  algo insignificante, no puede amar; aun el erotismo se torna en nimiedad deplorable. En ella, cualquier sentimiento no pasa de ser más que un triste relato sin importancia. Inclusive, lo único que la une a su progenitor es esa desmedida ambición por el poder; nada de afecto familiar, ni si quiera lo considera para deplorarlo; lo venera como al rey de una poderosa nación, como a una figura a la que en un tiempo llegará a suceder.

Bajo esas condiciones, la Princesa se embarca en una larga persecución por el poder, convirtiéndose en la némesis se su hermano, el príncipe Zuko. Ávida de poderío, intenta a toda costa eliminar a todo el que considere nocivo para sus planes; si el medio es aniquilar a su hermano, a eso accede sin ningún tipo de remordimiento; y es entendible pues, desde que asimiló lo que significa el poder en sí, se desprendió todo lo que tenga que ver la sensibilidad y el afecto natural; ahora es irreconocible, parece un monstruo emergido de ese mundo dantesco que se nos presenta en La divina comedia cuando se describe el infierno.

¿Qué le sucedió a la princesa? ¿En qué momento se extravió su percepción del poder? ¿Cómo o de qué forma lo asimila? He ahí el problema, porque al no tener una noción clara de lo que ello significa se maneja al respecto como si se tratara de un derecho que se le confiere para hacer de la vida de los demás, de aquellos que subyacen a su dominio, un infierno. Igual que su padre, su visión del mundo estaba distorsionada: veía en él un cúmulo de cosas “útiles” para descargar toda clase ira y jugar al destino con quienes tienen que sufrir sus caprichos.

En realidad, como se puede ver, la princesa Azula no estaba preparada para incurrir en eso del poder: a pesar de sus dotes de hermosura, de su casta y de sus increíbles habilidades de “fuego control”, su actitud, al respecto, era infausta, pues carecía del sentido del deber hacia el bien común. Por eso, cuando su padre le cede el espacio, en vez del júbilo y la celebración, lo que se pone en evidencia es su locura, producto de una distorsión mental que arrastraba desde cierto tiempo y que sólo podía salir a la luz pública en un contexto apropiado, es decir, donde las condiciones para ello fueran necesarias, donde sus caprichos fueran algo habitual para quienes están condenados a padecerla. ¿Y qué escenario más oportuno que el trono, donde se puede manejar a sus anchas?

La historia de la princesa Azula, resulta una ilustración apropiada para tratar entender el por qué de los cambios que sufren ciertas personas cuando ostentan el manto de la investidura. Lo que ella hace, su particular manera ser y de relacionarse con los demás, son imágenes frescas que nos sirven para comprender ciertos comportamientos que podemos ver en las esferas de poder, desde nuestra subordinación. Pero, si nos valemos de las consideraciones que ciertas culturas antiguas nos ofertan, el trabajo se torna más inquietante, y asiduo en el análisis de ciertas conductas potentadas.

Los antiguos griegos, en uno de sus mitos, nos ayudan a entender la situación que, como Azula, muchos experimentan como resultado de haber apurado la copa del poder. Ellos planteaban que cuando alguien incurría en algún exceso, sobre todo en lo relativo al poder, los dioses les castigaban con algún mal como forma de hacer volver a la mesura; un ejemplo lo constituye Odiseo quien, tras cegar al cíclope, fue sometido a navegar errante como castigo a su osadía. Otro ejemplo es el de Sísifo quien, por su exceso de osadía, fue castigado por Plutón al trabajo absurdo y eterno.

Otras culturas antiguas, además de los griegos, mediante sus mitos, presentan los excesos como causantes de los fracasos que la humanidad ha sufrido desde su aparición. En la Biblia se nos habla de los   excesos del rey Saúl quien, ebrio de poder, desobedeció a su Dios obteniendo como recompensa el desprecio de éste y su profeta. También está el mito nórdico de Tor, el dios del rayo; a éste, su padre, Odín, le castigó con el destierro puesto que sus acciones eran, además de inapropiadas para un dios, excesivas.

Muchos son los relatos que la antigüedad nos ha legado en los que el problema de “los excesos del héroes” son tratados con frecuencia con la finalidad, así se puede apreciar, de advertirnos de las nefastas consecuencias que surgen como consecuencia del manejo inapropiado del poder. Y no sólo la antigüedad nos aborda al respecto; en nuestra contemporaneidad encontramos numerosos sucesos en los que la asimilación distorsionada del “mando” ha desembocado en gobiernos que, además de risibles (esto es en el menor de los casos), han sido un verdadero absurdo en lo que se refiere al arte de gobernar; en sus memorias  brillan por sus excesos los dictadores con sus subsecuentes “desenlaces fatales”.

Visto desde la perspectiva de la Grecia antigua, Azula sufrió la consecuencia de sus excesos; su largo historial de obsesión por el poder la hizo inmune a todo aquello que tiene que ver con la mesura y el trato con los demás, situación que concluyó con una distorsión férrea de la visión del poder y la pérdida de su equilibrio mental. Sus excesos la condujeron a adoptar una personalidad distorsionada incapaz de distinguir entre el bien y el mal: nada le detiene, sólo quiere demostrar su poder, sólo quiere demostrar cuán superior es a los demás. Tanto ha descendido la princesa que aún sus más leales aliados sufren los efluvios de su locura. En fin, la princesa ha enloquecido y la causa radica en su carencia de mesura y de sentido común.


                                 *   *   *

Partiendo de este relato, y visto desde el criterio de la antigüedad referido en los dos párrafos anteriores, el poder, cuando no se asume como se debe (en beneficio del bien común) tiende a desequilibrar mentalmente a quienes lo ostentan, haciendo que estos incurran en comportamientos tan extraños que nos hacen dudar, aunque no sea así, de la compostura de los mismos.

¿Qué sucede cuando se asume el poder con una actitud individualista o caprichosa? ¿Cuáles son los resultados de manejarse desde allí ignorando el natural compromiso con los demás? Las respuestas se grafican en esa metáfora que se nos ofrece en esta serie animada: porque la locura de Azula es eso, una metáfora de poder asumido sin las condiciones necesarias; y no me refiero a la formación profesional sino a la actitud “aberrante” de quienes lo procuran. Porque hay quienes procuran el poder con la finalidad de satisfacer la carencia de aquellas cosas de las que fueron privados (comidas, lujos, entre otras) y cuando lo consiguen: focalizan todo su interés en ello olvidando de cuajo su compromiso con los demás, olvidando que su estatus actual está cargado de una gran responsabilidad hacia y por los otros, y que es la esencia misma de su investidura. En fin, lo que tenemos, como resultado de asumir el poder con una visión errada, no es otra cosa que excesos. Excesos que, a la larga, termina en un triste epílogo.

Su ambición desmedida de poder les obnubiló el sentido de responsabilidad y, en consecuencia, emprendieron una serie de acciones que distan mucho de la investidura que les asiste.  Los griegos tenían razón: los excesos nos empujan a cometer acciones que desnudan nuestras intimidades haciendo quedar al descubierto nuestro verdadero yo; lo que escondemos se hace visible gracias a que traspasamos los límites que nos anunciaban la existencia del otro. Eso fue lo que sucedió con Azula, y es lo que sucede con todo aquél que, embebido de poder, olvida cuál es su función en el cargo que ocupa.

 Aunque parezca romántico, o una exageración idealista, el poder debe asumirse en función del bien común; es decir, quienes lo asumen, o simplemente lo procuran, deben hacerlo considerándolo como lo que es: un compromiso, una responsabilidad, que apunta al obligación, como un oficio cuya consistencia en el deber mismo.  

La historia de la humanidad está plagada de ejemplos que respaldan esta afirmación: Nerón, Calígula, Rasputín, Mussolini, Hitler, Trujillo, Franco, Pinochet. Ejemplos de personajes que, conocidos por todos, cuyas historias son caracterizadas por medidas absurdas que, lejos de cumplir con las finalidades correspondientes a su posición, se concentraron en satisfacer a toda costa sus caprichos (como Calígula que nombró a su caballo cónsul de una de las provincias que estaban bajo su dominio).

El poder, cuando se adquiere o se delega sin considerar la aptitud de los candidatos, tiene consecuencias peligrosas que afectan a todos sin ningún tipo de distinción; pero hay quienes sufren más: aquellos que tienen mayor cercanía. Estos viven de cerca el desgaste mental de aquél y, ya sea por compromiso moral o por temor, que saborear el trago amargo de soportar sus insolencias y desmanes. Un ejemplo de ello lo constituye un caso muy frecuente en nuestros predios, de sujetos con delirio de grandeza pero con limitaciones diversas; cuando estos, aunque sea por un milagro, alcanzan una posición de privilegio, hacen de la vida de los primeros un verdadero infierno; su deseo de notoriedad, una vez satisfecho, los remite a una búsqueda insaciable de pleitesía, y cuando esto no sucede según lo esperado recurren a la humillación y a todo tipo de triquiñuela con la finalidad de demostrar “quienes son”.

Azula, olvidó todo; su desmedida ambición la llevó a desprenderse de todo afecto, de todo trato humano con sus semejantes, ni si quiera sus leales amigas estaban a salvo con ellas; las mantenía a su lado con el justificante de que le temían; no tenía hacia ellas ningún trato afectivo más que la consideración de que se les debía por temor, por miedo.

¿Se puede llegar lejos con una actitud como la de la princesa? Por supuesto que sí; pero las posibilidades de una compañía leal son mínimas porque a la larga solamente que resentimiento y odio de parte de aquellos que tienen que sufrir los caprichos de quien ignora que el poder no es un lujo sino una responsabilidad.

Quienes actúan de espalda a este principio, pronto dejan en evidencia su ineptitud;  éstos, conscientes de ello, y producto de una paranoia que asumen en consecuentemente, incurren en una serie de acciones que exhiben a toda claridad su ineptitud y estupidez indistintamente:

-.Espionaje: Se valen de personas sin ningún tipo de escrúpulo para satisfacer sus sospechas; como saben que son ineptos, que están en el poder no por sus meritos sino gracias a una casualidad o aun “amarre” que hicieron, y que en cualquier momento pueden ser privados de los lujos que disfrutan, establecen una insospechada cadena de espías que les mantendrán al tanto de cualquier posible “complot” que en su contra se orqueste[1].

Su ineptitud los volvió paranoicos; le temen a todo y a todos; sospechan de cualquiera, desestiman la posibilidad de algo de lealtad en su favor. Y eso es entendible: como carecen de virtud para algún oficio, comprende con suma claridad que en cualquier momento  pueden ser superados por alguien que le aventaje en tan sólo “dos dedos de frente”. Temen porque su poder no es legítimo sino producto de su arribismo. Están allí no porque compitieron legítimamente sino porque treparon, engañaron o simplemente pescaron en mal revuelto.

-.Falta de escrúpulo: da pena ver como se valen de personas con necesidades de diferentes índoles para instrumentalizarlos: los usan para que les sirvan de bufones, chupamedias, espías; o simplemente para que en todo tiempo les estén elevando el ego con toda clase de elogios adulaciones. No sé cómo soportan vivir en semejante teatro; no entiendo como logran sobrevivir a semejante atosigamiento. Es realmente interesante conocer cómo pueden utilizar las necesidades de los demás con el fin de satisfacer su “hambre milenaria”, esa necesidad que jamás será satisfecha gracias a que detrás de ellos hay una larga historia de mentiras y falsedad.

-. Atribuciones inapropiadas: no obstante su ineptitud para hacer algo bien, o que sea moderadamente aceptable, tienden a atribuirse los méritos de los demás. No hacen nada ni contribuyen con nada, ni en lo más mínimo, y ¿por qué? Porque se las pasan en sus priorizando sus preocupaciones primitivas, invirtiendo el tiempo en nimiedades o en cosas muy personales que en nada contribuyen con su rol en la sociedad; y van más allá de este absurdo: cuando alguien quiere contribuir con algo, se las arreglan para fastidiar el momento y hacer que el desastre sea mayor. Pero en el momento de que se logra algo que beneficie a la mayoría, no obstante su entorpecimiento, se atribuyen los logros y se valen de sus lacayos para pregonar un triunfo muy remoto a sus posibilidades.

-.Engreimiento: “¡Aquí yo soy el jefe!” Suelen gritar cuando advierten que alguien desestima su cargo. Y como si fuera poco se las arreglan para hacer que aquellos vivan un verdadero infierno mientras están bajo su dominio. Son verdadero ególatras, pero brutos; porque asumen que, por su cargo, hay que tributarle honra y honor. Asumen que su posición es suficiente para tener toda una caterva de lambones y de vocingleros que auparán  sin ningún tipo de pudor su “ostentosa figura”.

“¡Ten cuidado conmigo que a ti yo te parto!”. Se les escucha gritar en su oficina al “pobre diablo” que por casualidad se atrevió a reclamarle cierto derecho del que se creía dueño. Suelen hacer eso con cualquiera que esté bajo su dirección. Pero ese grito no es más que la evidencia de su temor. Temor porque saben que el traje les queda grande y que el puesto no es eterno. Y, sobre todo, porque que en cualquier momento pedirán su cabeza en bandeja de plata. Por eso gritan, por eso amenazan, porque saben que después de la pérdida del temor lo que viene es la insubordinación. Y no quieren eso porque, de ser así, ¿cómo podrán satisfacer sus apetitos primitivos con la facilidad con que lo están haciendo?

-.Individualismo. Desconocen el trabajo en equipo. Gracias a su engreimiento, consideran que son autosuficientes y que los demás son simplemente “una insignificante referencia al pie de páginas”. Con el personal de apoyo, son crueles: los abusan, amenazan y maltratan por ser, según ellos, de escasa formación. “¡Usted no es más que un simple conserje!” Suelen enrostrarle a quien se atreve tan sólo a sugerirle algo. Se consideran imprescindibles: están convencidos que sin ellos la institución colapsaría.

No aceptan sugerencias debido a que la consideran un insulto, una sospecha de su capacidad. Tienen un pero para cualquier planteamiento que cualquier otro haga; no bien su interlocutor comienza su alocución cuando ya tienen una objeción, un pero, una falta. Es por eso que se manejan con tanta deficiencia; es debido a eso que son un fiasco en cualquier empresa; esa es la causa de que todo lo que hacen termina siendo un desastre. Eso explica por qué “desbaratan con los pies lo que otros hacen con las manos.

Por temor a ser eclipsados, prefieren estar al margen de los demás, lo que despierta en cualquiera la sospecha de su comportamiento. Si tuvieran un mínimo de inteligencia entenderían que el trabajo en equipo garantiza la buena reputación de su mandato, pues, aunque sean de visión corta, se llevarán los lauros[2] gracias al trabajo de otros. Pero no, sino que, obsesionados por la fama, destruyen toda posibilidad de posicionamiento.

No se interesan ni en lo más mínimo por el bienestar de los demás; ignorando el sentido del bien común, procuran su propio beneficio incurriendo en lo que yo llamaría una especie de suicidio involuntario ya que se hacen daños a sí mismos al tratar de impedir que los demás se  los eclipsen. Tan exacerbado es su individualismo que, son capaces de hacer que la institución a la que pertenecen sucumba. No reparan en que allí su modus vivendi está garantizado; no pueden pensarlo gracias a ese apetito voraz y primitivo que les gobierna.

Epílogo.-

La antigüedad no se equivocó cuando nos hablaba de los resultados de los excesos en el poder. Creo que es lo que mejor nos ayuda a entender lo que sucede cuando se les confía el poder a individuos que carecen del sentido de  responsabilidad y del deber. Entiendo que es la mejor vía para comprender ciertos comportamientos que suceden en las esferas del poder.

La locura de Azula, en tanto consecuencia de su incapacidad para todo lo relativo al poder, no es algo de su exclusividad. Basta un poco de historia, incluso local, para encontrar diversidad de ejemplos que respaldan a todas luces este ensayo. No hay forma de hablar de este asunto sin ser remitidos a situaciones conocidas.

Azula enloqueció, como enloquecen todos los que se manejan en el poder ajenos a la deber. Y cuando digo locura me refiero a los excesos que se cometen desde la autoridad aprovechando la situación para satisfacer necesidades pendientes ignorando que la responsabilidad del mando respecto a demás. Eso es una locura, y las acciones que suceden evidencian la ineptitud de quienes gobiernan sin ningún tipo de criterio ni pudor. Azula enloqueció porque perdió el norte de la responsabilidad del mando que ostentaba.

José E. Flete-Morillo.-

 

[1] . Aquí refiero un caso de esta serie animada en el que la Princesa se valió de espía que le informarían de cualquier situación en su contra, no importaba si era su hermano o el Avatar. Otro caso a referir es el de los dictadores; estos como tomaron el poder a la fuerza, en contra de la voluntad de los demás, crean toda una red de espías que lele mantendrán en alerta ante cualquier situación que amenace su status quo. Cito el caso de Trujillo, por ejemplo.

 

[2] . Recomiendo el poema A los héroes sin nombre, de Federico Bermúdez.

 

 Fuente: Generatio Nova Universistas

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