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(IVAN): EXPIACION (REIVINDICACION, ARREGLO) DEL ALMA PECADORA

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IVAN VALAREZO

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May 21, 2007, 10:37:54 AM5/21/07
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Sábado, 19 de Mayo, año 2007 de Nuestro Salvador Jesucristo,
Guayaquil, Ecuador - Iberoamérica


(Este Libro fue Escrito por Iván Valarezo)


EXPIACIÓN (REIVINDICACIÓN, ARREGLO) DEL ALMA PECADORA

La sangre del Señor Jesucristo te limpia, te purifica y te
hace libre de los poderes del pecado y de sus profundas
tinieblas, como la muerte, si tan sólo la recibes en tu
corazón y en tu vida diariamente para la eternidad venidera,
por amor a la verdad y a la justicia de Dios y de su Espíritu
Santo. Pues esta es la expiación y salvación perfecta, por la
cual nuestro Padre Celestial ha luchado, desde tiempos
inmemoriales, para que hoy en día, por ejemplo, sea una
realidad en tu vida, sin tan sólo crees en tu corazón y oras
con tus labios, en el nombre sagrado de su Hijo amado, ¡el
Señor Jesucristo!

Sin la expiación, salvación y reconciliación de la sangre
bendita del Señor Jesucristo emplazada en su corazón, por el
poder del espíritu de fe, entonces ningún pecador ni ninguna
pecadora vera la vida eterna de Dios y de su Espíritu Santo,
en esta tierra ni en la venidera del nuevo reino de los
cielos. Es por eso, que la sangre del Señor Jesucristo fue
muy importante para Adán y Eva en el paraíso y aun lo es, hoy
en día, en nuestros corazones, también, de todas las razas,
familias, pueblos, linajes, tribus y reinos de la humanidad
entera.

Solamente la sangre del Señor Jesucristo limpia y purifica el
corazón y el alma eterna del hombre y de la mujer, como el
agua y el jabón al cuerpo humano, de todos los poderes del
pecado y de sus profundas tinieblas de enfermedades y de
terribles maldades del más allá, como el infierno y el lago
de fuego, por ejemplo. Y sin la sangre viva y milagrosa del
Señor Jesucristo, Dios jamás pudo comenzar con su Espíritu
Santo y sus manos limpias, santas y puras: la formación de
cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera,
comenzando con Adán y Eva, en el paraíso, por ejemplo, y su
humanidad infinita en toda la tierra, también.

Es por eso, que la sangre viva de nuestro Señor Jesucristo,
el Árbol de la vida infinita, es nuestra única vida, para
poder seguir viviendo en la tierra y así también en la nueva
vida infinita de nuestro Padre Celestial de su nuevo reino de
los cielos, en el más allá. Porque sólo la sangre sagrada del
Señor Jesucristo contiene para cada uno de nosotros la
verdad, la justicia, la santidad y la justificación
expiatoria de nuestros males y, por ende, la salvación
infinita de nuestras almas eternas, en la tierra y en el
paraíso, también, eternamente y para siempre.

El hombre se perdió en el paraíso, no porque Dios lo quiso
así, sino porque rehusó comer y beber de su vida infinita. En
verdad, Adán fue creado en las manos de Dios, pero lleno de
la vitalidad del Árbol de la vida del paraíso y de toda la
creación celestial de Dios y de su Espíritu Santo. Y esta
vida sobrenatural, en la cual Adán fue creado en el principio
en las manos de Dios, es sumamente santa, la cual no puede
contaminarse con el pecado de Lucifer jamás, para seguir
existiendo, sino por lo contrario.

Ésta vida única de Adán tenía que continuar santa y libre de
toda contaminación de la presencia rebelde y pecadora de
Lucifer, en el paraíso y en toda la creación celestial de
Dios. Y la única manera por la cual la vida del hombre en el
paraíso y de cada uno de sus descendientes pudiese continuar
santa y libre de toda contaminación extraña en su corazón y
en todo su cuerpo, principalmente libre del pecado, seria
sólo posible por medio del fruto de la vida verdadera e
infinita.

Porque sólo el fruto del Árbol de la vida puede mantener
eternamente y para siempre libre de toda contaminación
extraña y de pecado: el corazón, el alma, el espíritu y la
vida total del ángel y así también de Adán y de cada uno de
sus descendientes, en sus millares, por doquier, en el
paraíso y en toda la creación celestial. Es por eso, que Dios
siempre requirió e insistió que Adán comiese del fruto de la
vida celestial, tal cual como los ángeles obedientes lo han
hecho a través de los siglos y hasta siempre (será así), en
la nueva vida venidera, del nuevo reino de los cielos, por
ejemplo.

Dado que, sólo la sangre y la vida gloriosa del Árbol de la
vida del paraíso y del reino puede mantener el corazón, el
espíritu de cada ser creado, como ángeles y así también como
hombres del paraíso y de la tierra: libres de toda
contaminación extraña en sus corazones y en todos sus seres
vivientes, también, para siempre. Porque el Señor Jesucristo
es como el jabón y el agua, para lavar, limpiar y santificar:
el corazón, el espíritu y la vida completa de los cuerpos
celestiales y terrenales de los ángeles y de los hombres,
mujeres, niños y niñas de la humanidad entera, comenzando con
Adán y Eva en el paraíso, por supuesto.

Y para nuestro Padre Celestial, esto se llama "expiación
infinita", de los corazones, de los espíritus, de las vidas y
de los cuerpos celestiales y terrenales de cada uno de sus
seres creados, para que se mantengan por siempre delante de
Él: libres de toda contaminación maligna que les pueda
cambiar y hacer daño, en sus vidas. Esto fue algo, que
Lucifer ni ninguno de sus ángeles caídos jamás entendió en su
corazón, por más que Dios mismo se los explico
meticulosamente con su palabra santa. Porque todos los demás
ángeles: comieron y bebieron voluntariamente del fruto del
Árbol de la vida, el Señor Jesucristo, y por amor para
cumplir la voluntad perfecta del Creador de sus vidas
infinitas, en el reino de los cielos, no pecaron jamás.

Pero no fue así en absoluto con Lucifer ni con ninguno de sus
ángeles caídos, porque ellos se rebelaron en contra de Dios y
de su Árbol de la vida eterna, para jamás tocar ni menos
comer ni beber del Señor Jesucristo, eternamente y para
siempre. Porque ellos pensaron que podían continuar viviendo
sus vidas celestiales y rebeldes, rebeldes eternamente y para
siempre a toda verdad y a toda justicia del fruto del Árbol
de la vida, ¡el Señor Jesucristo! Pero se equivocaron
profundamente los enemigos del Árbol de la vida, delante de
Dios y de sus seres santos del cielo y de toda su inmensa
creación celestial y terrenal, también.

Ciertamente, en esto se equivoco Lucifer profundamente junto
con sus ángeles caídos, para así entonces alejarse de su Dios
y de su nueva vida infinita, para jamás volver a ser los
seres santos, los cuales Dios mismo había creado con sus
palabras y con su nombre, para el bien de muchos, en el cielo
y en toda la creación. Realmente, Lucifer lo perdió todo con
sus ángeles caídos, para ganar nada en el cielo ni en la
tierra; porque Lucifer desde el día de su rebelión celestial,
en el reino de Dios y hasta nuestros días, no ha ganado nada
de nada en contra de Dios, ni de Jesucristo ni de ningún
pecador o pecadora de toda la tierra.

En realidad, la tercera parte de los ángeles del cielo se
rebelaron en contra de Dios y de su fruto de vida eterna,
porque pensaron que Lucifer, por su gran sabiduría celestial,
entonces podía exaltar su nombre inicuo más alto que el
nombre del Señor Jesucristo. Y aquí, fue cuando Lucifer murió
como arcángel y se convirtió en el eterno adversario del
Señor Jesucristo en el corazón del pecador, para que ningún
ser viviente de toda la creación, jamás pueda creer en su
corazón ni menos confesar con sus labios: su nombre santo y
eternamente glorioso, para bendición eterna de su vida
terrenal y celestial.

En otras palabras, para que ninguno, sea ángel del cielo u
hombre o mujer del paraíso o del mundo, entonces vea la vida
eterna en su corazón y con sus ojos, en la tierra y en el
paraíso, sino que siga siendo ciego para con Dios y para con
su nueva infinita del nuevo reino de los cielos, por ejemplo.
Porque la verdad es que Lucifer desea la muerte de todos los
ángeles del cielo y así también de todo hombre, mujer, niño y
niña de la humanidad entera del paraíso y de toda la tierra,
para que así jamás Dios sea complacido en su vida y en su
justicia infinita, de su Árbol de vida eterna, ¡el Señor
Jesucristo!

Y esto es algo terrible para Dios y para su vida infinita de
su Espíritu Santo y de sus huestes angelicales del paraíso y
del reino de los cielos, por ejemplo. Por eso, el Señor
Jesucristo ha luchado a diestra y a siniestra para derrotar a
Lucifer no con armas y ángeles poderosos, sino con el poder
sobrenatural de los dones del fruto de la vida y de su
Espíritu Santo, viviendo en los corazones de sus ángeles y de
los hombres y mujeres de la humanidad entera.

Entonces, desde los días de la antigüedad y hasta nuestros
días, los ángeles toman gratuitamente de los frutos del Árbol
de la vida eterna, para continuar viviendo con su Dios y
Creador de sus vidas, en el reino de los cielos y así también
para jamás alejarse de Él, eternamente y para siempre, en la
nueva eternidad venidera. Porque es el Señor Jesucristo que
los mantiene a cada uno de sus seres creados muy cerca de
Dios, para que le sirvan y le honren día y noche y por los
siglos de los siglos, en la nueva vida celestial del nuevo
reino infinito, en donde seguirán honrando los ángeles el
nombre de Dios juntos con la humanidad entera.

Es por eso, que el Señor Jesucristo descendió del cielo para
entrar en la vida del hombre pecador y de la mujer pecadora y
hacerlos hijos e hijas de Dios y de su Espíritu Santo,
también, en esta vida para luego entrar en la nueva vida
venidera, del nuevo reino de los cielos, en el más allá.
Porque así como los ángeles, los hombres, mujeres, niños y
niñas de la humanidad entera, tienen que purificar sus
corazones, sus espíritus, sus almas y sus cuerpos de toda
contaminación extraña y del pecado, para ser hechos libres y
actos para el servicio del nombre de Dios, no sólo en la
tierra, sino también en la eternidad.

Y esto es expiación del corazón, el alma, el espíritu, el
cuerpo y la vida entera del hombre redimido de toda la
tierra, con los poderes sobrenaturales de la sangre bendita y
eternamente poderosa del Árbol de la vida, ¡el Señor
Jesucristo! Porque sólo el espíritu viviente de la sangre del
pacto eterno del Señor Jesucristo y de nuestro Padre
Celestial realmente nos puede limpiar, sanar y librar de
todos los males de las profundas tinieblas de Lucifer y de
sus ángeles caídos, en esta vida y en la venidera, igual,
eternamente y para siempre, en el nuevo reino de los cielos.

Entonces hoy más que nunca, nuestro Padre Celestial desea
expiar tu corazón, tu alma, tu cuerpo y tu vida entera, con
el espíritu bendito del nombre y de la sangre gloriosa del
pacto infinito del Señor Jesucristo, si tan sólo tú se lo
permites en un momento de fe y de oración, en su nombre santo
y eternamente honrado. Y ésta es sangre bendita del Árbol de
la vida la que te da vida, derramada desde el día señalado
por el SEÑOR sobre los árboles cruzados de Adán y Eva, para
cumplir tu Ley Divina y así ponerle fin al pecado que te mata
diariamente en la tierra y en el más allá, como en el
infierno, por ejemplo.

Y nuestro Dios te ha entregado a su Hijo en tu corazón y en
tu alma, porque sólo Él podía cumplir la Ley Divina que tú no
podías honrar en tu corazón ni menos cumplirla en tu vida,
para ponerle fin al pecado y a tus enemigos eternos de tu
verdad y de tu justicia infinita, como Lucifer, por ejemplo.
Es decir, que si el Señor Jesucristo vive en tu corazón,
entonces tu Ley Celestial ha sido honrada y propiamente
cumplida en toda tu vida y, además, cada uno de tus males
eternos de tus pecados y de sus muchas tinieblas ha sido
destruido eternamente y para siempre, también, para gloria
infinita de Dios y de su Espíritu Santo.

Así como Lucifer y cada uno de sus ángeles caídos, por
ejemplo, han sido destruidos en tu vida, desde los árboles
cruzados de Adán y Eva sobre la cima de la roca eterna, con
el poder de la sangre santa, en las afueras de Jerusalén, en
Israel, para que no te vuelvan hacer ningún mal, eternamente
y para siempre. Realmente, desde el día que el Señor
Jesucristo fue clavado a los palos secos y sin vida de Adán y
Eva, sobre la cima de la roca eterna, en las afueras de
Jerusalén, desde entonces no se ha podido jamás volver hacer
una expiación tan sublime y tan profunda como ésta, para tu
alma y toda tu vida, también.

Además, el Señor Jesucristo lo hizo todo muy bien y sin
quejarse jamás por nada y con gran amor en su corazón santo y
lleno de la sangre salvadora, por el amor infinito que
nuestro Padre Celestial siente desde siempre por cada uno de
sus hermanos y hermanas, en toda la creación del paraíso y de
toda la tierra, también. Y, hoy en día, nuestro Dios desea
hacer esta misma "expiación divina" de tu corazón, alma,
espíritu, cuerpo y de toda tu vida, también, como se lo hizo
a los ángeles y a los hombres y mujeres de buena fe y de
buena voluntad de toda la tierra, sólo en el poder
sobrenatural de su sangre sagrada de su unigénito.

JESUCRISTO SE SOMETIÓ A LA MUERTE, PARA AMARTE MÁS SIEMPRE

El Señor Jesucristo fue quien se dio a sí mismo por nosotros,
con el propósito de redimirnos de toda iniquidad y purificar
para sí mismo un pueblo propio, santo, justo, honrado,
honorable y sobre todas las cosas: celoso de buenas obras.
Por lo tanto, nos entrego de su Espíritu Santo, para que
seamos llenos de sus dones y de sus muchos talentos, para
exaltar por siempre su nombre santo, con buenas obras, en
nuestros corazones y en los corazones de todos los demás,
también, en todos los lugares del mundo entero, para que el
pecador se avergüence de su pecado mortal.

Por cuanto, es muy importante que el nombre sagrado de
nuestro Padre Celestial y de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, sean por siempre enaltecidos en las vidas de sus
seres creados, sean ángeles del cielo u hombres, mujeres,
niños y niñas de la humanidad entera, por ejemplo. Pues por
esta razón, nuestro Padre Celestial crea todas las cosas en
los cielos para los ángeles y para los hombres y mujeres de
su humanidad infinita, para que cada uno de todos ellos
siempre tenga todo lo necesario en su vida para servirle y
para honrarle por siempre, no sólo en la tierra, sino también
en la eternidad venidera.

Es decir, para enaltecer su nombre bendito en sus corazones y
en todos los días de sus vidas, también, ya sea en el cielo,
en el paraíso, en la tierra o en todos los lugares de su
nueva creación celestial, como su Nueva Jerusalén Santa e
Infinita del cielo, por ejemplo. Y todo lo que nuestro Dios
crea con sus palabras o con su nombre sagrado en todos los
lugares del reino celestial y así también de toda la tierra,
realmente, ha sido limpio, purificado y libre por la sangre
divina, de toda contaminación de pecado y de la maldad del
espíritu de error de Lucifer y de sus ángeles caídos.

Para que entonces el servicio a su nombre sagrado, desde los
corazones de los ángeles del cielo o de los hombres, mujeres,
niños y niñas de la humanidad entera, sea puro, santo y
verdadero delante de su presencia sagrada, en el cielo y en
toda su nueva creación, también. Por lo tanto, nada de lo que
nuestro Padre Celestial nos ha entregado ha sido jamás
contaminado con el pecado o con alguna de sus muchas
tinieblas, sino siempre lleno del espíritu de la sangre
bendita del pacto eterno, del Árbol de la vida y de su
Espíritu Santísimo, por ejemplo, en el paraíso y en toda la
tierra, también.

Por lo tanto, todo lo que nuestro Dios nos ha entregado,
entonces ha sido realmente limpio, santo y libre de toda
contaminación de Lucifer y de sus ángeles caídos, por el
poder sobrenatural de la sangre expiatoria del paraíso y de
la tierra; porque nuestro Dios no tiene nada de nada de
Lucifer y viceversa. Más, sin embargo, todo lo que Lucifer
posee, en verdad, ha sido robado al hombre, robado a Dios y a
su Árbol de vida eterna, por medio de la caída de Adán y Eva,
en el paraíso, por ejemplo, al creer en sus corazones, en sus
mentiras y las de la serpiente antigua del Edén, para mal
eterno de muchos.

Es por esta razón, que "la predicación de la palabra y del
nombre sagrado" de nuestro Padre Celestial y de su Árbol de
vida eterna son de suma importancia en nuestros corazones y
en todos los días de nuestras vidas, en la tierra y aun más
allá de nuestra nueva vida infinita, en el nuevo reino de los
cielos. Y cada palabra de la predicación de nuestro Señor
Jesucristo y de cada uno de sus discípulos y discípulas
contra ataca a cada palabra dicha por Lucifer, en contra de
nuestro Dios y de su Árbol de vida eterna, en el corazón de
Adán y de cada uno de sus descendientes, en el paraíso y en
toda la tierra, también.

Es por eso, que cada vez que la palabra de nuestro Dios y de
su Hijo amado es predicada, entonces Lucifer es una vez más
derrotado en el corazón de cada hombre, mujer, niño y niña de
la humanidad entera, y hasta que de él no quede nada, en la
vida de la tierra y del más allá, también. Porque el enemigo
eterno de Dios tiene que por fin, en sus últimos minutos de
vida, doblar sus rodillas delante del Árbol de la vida, para
declarar con sus mismos labios mentirosos, para gloria
infinita de nuestro Padre Celestial, que su Hijo amado, el
Señor Jesucristo, es SEÑOR para miles de siglos venideros, en
la nueva eternidad celestial e infinita.

Es decir, que nuestro Dios y su Árbol de vida han derrotado a
Lucifer y a cada una de sus mentiras con las mismas verdades
sagradas, vividas por el Señor Jesucristo durante los días de
su ministerio mesiánico en Israel, para ponerle fin al pecado
y a la muerte de todo hombre, mujer, niño y niña de toda la
tierra. Porque nuestro Señor Jesucristo sólo podía ponerle
fin al pecado y a la muerte de cada hombre, mujer, niño y
niña de Israel y de la humanidad entera, por medio del
cumplimiento de la Ley de Dios y de Moisés, en su vida
sumamente sagrada y eternamente honrada, en Israel y en toda
la creación celestial, por ejemplo.

Porque la verdad es que si el Señor Jesucristo no cumplía la
Ley Divina en su vida mesiánica, delante de los ojos de los
israelíes y de todos los gentiles del mundo entero, entonces
no podía redimir la vida de ningún hombre, mujer, niño o
niña, de los poderes terribles del pecado y de su muerte
infinita, también. Por lo tanto, la venida del Señor
Jesucristo a la tierra, realmente, hubiese sido en vano, para
todos eternamente y para siempre.

Y digo "en vano", porque si la Ley Celestial del paraíso no
hubiese sido honrada en su carne, en su sangre, en su alma,
en su espíritu y en toda su vida, entonces el fin del pecado
y su muerte total, en la vida del hombre y de su humanidad
infinita, hubiese sido infinitamente imposible, para siempre.
Pero gracias a nuestro Dios y a su Espíritu, rodeado por
siempre de ángeles, que realmente pudieron ayudar a nuestro
Señor Jesucristo vivir día y noche su vida mesiánica y
sacrificada delante de los hombres, en todo Israel, para que
en su último día de vida, entonces destruir al pecado y a su
muerte infinita, también, de la humanidad entera.

Además, es por esta razón, que hoy en día, todos nosotros
tenemos vida y salud infinita en nuestros espíritus en la
tierra y así también en el paraíso y en el nuevo reino de los
cielos mucho más alto aun que el reino de los ángeles, por
ejemplo, en el nuevo más allá de Dios y de su Árbol Viviente.
Y nuestro Padre Celestial nos ha entregado lo mejor de él
mismo, su Hijo amado, el Señor Jesucristo, para que tengamos
siempre lo mejor delante de Él y de sus ángeles santos, en la
tierra y en el cielo, también, eternamente y para siempre.

Es más, todo lo mejor que Dios le ha entregado a sus
criaturas, no han sido a los ángeles del reino celestial,
sino a los hombres, mujeres, niños y niñas del paraíso y de
toda la tierra, también, para que vivan por siempre felices
con él y con su Espíritu Santo, en su nueva vida infinita,
por el Señor Jesucristo. Por lo tanto, fue la voluntad
perfecta de nuestro Padre Celestial que su Hijo amado, el
Señor Jesucristo, se entregase a la muerte de los árboles
cruzados, secos y sin vida de Adán y Eva, para ponerle fin a
nuestros pecados y así entonces llenar nuestros corazones y
nuestras almas eternas del cumplimiento fiel y completo de la
Ley Celestial.

Porque sólo de esta manera, nuestro Dios no sólo nos iba a
limpiar del pecado y de su muerte eterna, sino que también
nos haría reyes y sacerdotes para su nuevo reino celestial;
es decir, que vendríamos a ser hijos e hijas del Altísimo,
con mayor rango y gloria celestial que los mismos ángeles del
reino antiguo de los cielos. Por lo tanto, en nuestra nueva
vida celestial del nuevo reino de Dios, nosotros mismos hemos
de ser aun mayores en gloria y en rango celestial que los
ángeles antiguos del cielo, nos sólo porque somos imagen y
semejanza de Dios, sino por la misma sangre expiatoria del
Señor Jesucristo viviendo en nosotros, asimismo como vive en
Dios, desde siempre.

SÓLO EL SEÑOR JESÚS NOS LIBRA DEL PODER DE LAS TINIEBLAS

Es por eso, que nosotros tenemos mucho poder en nuestros
corazones y en nuestros espíritus humanos, cuando recibimos
el nombre del Señor Jesucristo en nuestras vidas y así le
confesamos con nuestros labios, como nuestro único y
suficiente redentor de nuestras almas eternas, en la tierra y
en el paraíso, también, eternamente y para siempre. Y esto es
poder para vida y para salud infinita de nuestros cuerpos y
de todas nuestras vidas terrenales y celestiales, hoy en día
y para siempre, en la eternidad venidera del nuevo reino de
los cielos.

En vista de que, para nuestro Padre Celestial no hay nada que
Él no pueda sanar o restaurar en nuestras vidas, si no es
sólo con el nombre del Señor Jesucristo viviendo en nuestros
corazones y en todas nuestras almas eternas, también. Porque
el poder de nuestra fe, realmente empieza en nuestros
corazones, cuando creemos y así confesamos con nuestros
labios de que el Señor Jesucristo es su Hijo amado delante de
Él, de su Espíritu Santo y de sus millares de huestes
celestiales, del reino de los cielos.

Además, esta confesión de fe, de nuestros corazones y de
nuestros labios, realmente hace que poderes sobrenaturales
del Espíritu Santo de Dios y del Árbol de la vida comiencen a
descender sobre nuestras vidas día y noche y hasta aun más
allá, más allá cuando hayamos entrado a nuestras nuevas vidas
infinitas, del nuevo reino de los cielos, por ejemplo. Porque
nosotros hemos de vivir siempre llenos de los dones, poderes
y autoridades sobrenaturales del Espíritu y de su Árbol Vivo,
para entonces sólo así poder nosotros crecer en la forma, por
la cual nuestro Dios nos formo en sus manos del polvo de la
tierra, en el día que nos llamo de las profundas tinieblas a
su luz celestial.

Y nuestro Dios nos ha llamado de las profundas tinieblas de
la tierra y del más allá, también, para gloria infinita de su
nombre eterno, para aun así entonces gloriarse mucho más que
antes, desde cuando sus ángeles comenzaron a gloriarlo y a
honrarlo en sus corazones y en sus vidas celestiales del
reino de los cielos, por ejemplo. Es decir, que nuestro Dios
"busca mayores poderes" de gloria y de honra infinita, no
sólo en Adán y Eva, como el primer hombre y la primer mujer
de la humanidad entera, sino también en cada uno de sus
descendientes, como tú y yo, hoy en día, por ejemplo, mi
estimado hermano y mi estimada hermana, en toda la tierra.

Es por eso, que nuestro Dios requiere de nosotros, que nos
alejemos de nuestros pecados y de sus muchas tinieblas, para
entrar a la luz de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, con la
mayor brevedad posible, como hoy mismo, por ejemplo. Porque
sólo el Señor Jesucristo tiene los poderes, autoridades y los
dones sobrenaturales de su cuerpo, de su sangre, de su
nombre, de su vida santísima y de su supremo sacrificio y
resurrección gloriosa de Israel, para nosotros entonces
poder, por medio de Él, honrar, servir y exaltar eternamente
y para siempre a nuestro Dios que está en los cielos.

Además, estos son poderes del cielo, que solamente actuarían
en nuestras vidas, no sólo porque el nombre del Señor
Jesucristo está instalado en nuestros corazones, sino por
muchas más razones que estas. Y esto es, porque el espíritu
de la vida y de la verdad redentora de la sangre sagrada del
pacto eterno nos limpia y nos hace libres de los males del
pecado y de sus profundas tinieblas, en la tierra y en el más
allá, como en el paraíso, por ejemplo, de donde Adán tuvo que
salir por sus tinieblas.

Es decir, que nuestro Padre Celestial nos puede comenzar a
bendecir grandemente y poderosamente en nuestros corazones y
en nuestras almas eternas, también, porque ya no estamos
contaminados o sucios con los poderes terribles del pecado y
de sus muchas profundas tinieblas del más allá, como por
ejemplo. Cómo las mentiras de Lucifer en el paraíso, las
cuales nos han hecho tanto daño, con enfermedades terribles
de nuestros corazones y de nuestros cuerpos humanos, como por
ejemplo. Como se lo hicieron a Adán y a Eva, quienes aun
tuvieron no sólo que perder sus vidas celestiales, sino que
también murieron para convertirse en esos palos cruzados
secos y sin vida alguna de lo que hayan sido sus vidas en el
paraíso, para recibir a Cristo con clavos y sangre en el
altar escogido de Dios, en Israel.

Es decir, árboles cruzados, secos y sin vida alguna, que en
el día señalado de Dios, entonces tenían que recibir con
clavos y sangre santa de la misma vida gloriosa y honrada del
Árbol de la vida, para cumplimento de la Ley y su bendición y
redención eterna de sus almas y la de sus descendientes,
eternamente y para siempre. Por lo tanto, la salvación de
todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera,
comenzando con Adán y Eva, "no iba a ser posible, sí el Señor
Jesucristo no cumplía primero la Ley del paraíso en Adán y
Eva, por ejemplo", para bien eterno de sus descendientes, en
sus millares, en toda la creación terrenal y celestial,
también.

Pues entonces con éste acto heroico de nuestro Señor
Jesucristo, para redimir a Adán y a sus descendientes, de
todas las razas, pueblos, linajes, tribus y reinos, nuestro
Padre Celestial nos ha librado, también, de la autoridad de
las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Árbol
Viviente, en quien tenemos asegurado infinitamente: salvación
y el perdón de pecados. Porque nuestro Padre Celestial puede
perdonarle al hombre, a la mujer, al niño y a la niña de
todas las naciones de la tierra, cada uno de sus pecados, con
tan sólo creer en su corazón y así invocar con sus labios: el
nombre sagrado del Señor Jesucristo.

Porque eso es todo lo que Dios requirió de Adán y Eva en el
paraíso, y así también de todos sus descendientes, en toda la
tierra, como hoy en día, por ejemplo; Cree en Jesucristo en
tu corazón y vivirás feliz y sin pecado alguno en tu vida por
la tierra y el paraíso, eternamente y para siempre. Porque
sólo el Señor Jesucristo es la vida por la cual Dios nos creo
en sus manos santas, del polvo de la tierra del reino
celestial, del paraíso y de toda la tierra, de nuestros días,
también, sin pecado alguno, para que veamos su nueva vida
infinita, en sus nuevas tierras con nuevos cielos en la nueva
eternidad venidera.

Entonces sin el Señor Jesucristo en la vida del hombre de
toda la tierra, entonces el perdón de pecados no es posible
para nadie, en la tierra ni menos en el paraíso, eternamente
y para siempre. Y si nuestro Dios no nos puede perdonar
nuestros pecados, por los poderes sobrenaturales de su Árbol
de vida eterna, el Señor Jesucristo, entonces aun
permaneceremos eternamente, en nuestras profundas tinieblas
de nuestros pecados y de su muerte infinita, en el lago de
fuego, también, la cual es la segunda muerte para todo
espíritu y alma rebelde del pecador.

Es decir, que jamás llegaremos a conocer la vida santa y
eternamente gloriosa del paraíso y de su nuevo reino
celestial, por la cual nuestro Dios en el principio nos creo
por amor a su nombre santo y, sobre todas las cosas, por amor
a su Hijo amado, el Árbol de la vida eterna de ángeles y del
linaje humano. Y esto es algo terrible para Dios pensarlo y
aceptarlo, ni por un solo segundo. Entonces ¿cuánto más
terrible será para el hombre pecador vivirlo y sufrirlo día y
noche en su vida terrenal, para luego morir infinitamente
entre las llamas del juicio y de la ira eterna de Dios, en el
lago de fuego?

Sí, así es: Ciertamente es terrible tan sólo pensarlo para
Dios y su Jesucristo que descendió del cielo para librarnos
de éste terrible mal venidero hoy mismo si fuese posible para
con todo pecador y para con toda pecadora de la humanidad
entera. Pues, mucho más terrible es aun vivirlo, sufrirlo y
luego morir infinitamente en el fuego eterno, como un vil
pecador, algo terrible como esto que nuestro Dios jamás desea
para ninguno de sus enemigos, ni menos para ninguno de la
obra perfecta de sus manos santas, como tú y yo, hoy en día,
mi estimado hermano y mi estimada hermana.

Entonces nuestro Padre Celestial no desea éste mal terrible
para ningún pecador ni para ninguna pecadora en toda su
humanidad infinita, del paraíso y de toda la tierra, también,
sino todo lo contrario. Realmente, nuestro Dios sólo desea la
salvación infinita de aquel hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, hoy en día mucho más que nunca, para que su
corazón y su Hijo juntos con su Espíritu Santo y sus huestes
celestiales, entonces dejen de sufrir por culpa de nuestros
pecados y negligencias espirituales, de nosotros no conocer a
Cristo. Porque sólo el Señor Jesucristo es "el príncipe y
mediador de la paz" para Dios y así también para todo ángel
del cielo y para todo hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, en toda la tierra.

SÓLO EL SEÑOR JESÚS ES EL MEDIADOR ENTRE DIOS Y EL HOMBRE

Porque lo cierto es que hay un sólo Dios y un sólo mediador
entre Dios y los pecadores y pecadoras del mundo entero,
Jesucristo hombre, quien se dio a sí mismo en la muerte, en
reconquista por todos nosotros, de los que nos habíamos
perdido en las profundas tinieblas de nuestros pecados, por
haber transgredido la Ley del paraíso. Y, por lo tanto, se
dio testimonio a su debido tiempo a todo el mundo con su
humanidad infinita de muchas naciones, de que sólo el Señor
Jesucristo es el verdadero salvador del poder del pecado y de
su muerte eterna, en la tierra y en el fuego eterno del
infierno, también, en el más allá.

Además, esta salvación del hombre es la felicidad de su
corazón, por la cual ha buscado entre piedra sobre piedra y
sin dejar ninguna piedra sin voltear en todo el mundo y hasta
ha traspasado el mar y sus profundidades, también, sin jamás
encontrarla, en ningún momento de su vida. Hasta que
finalmente se encuentra con el Hacedor y salvador de su vida,
el Señor Jesucristo, quien realmente ha comprado para él y
los suyos, lo que jamás pudo haber comprado con toda su
plata, oro y piedras preciosas de toda la tierra. Y esto el
perdón de sus pecados y la salvación infinita de su alma
viviente.

Porque el gran precio de su salvación, realmente, sólo se
podía comprar con el precio de una sangre santa, pura,
gloriosa y sumamente honrada, libre de todo mal y macha del
pecado y de la muerte infinita del más allá, también. Y esta
sangre única y sobrenatural jamás el hombre la encontró en
ninguno de sus corderos, cabríos, vacas o toros de sus
manadas muy especiales de toda la tierra, sino que sólo
existía (y existe aun) en la vida gloriosa y sumamente
honrada del Árbol de la vida, del paraíso y del reino de los
cielos, ¡el Señor Jesucristo!

He aquí la razón del porqué, nuestro Padre Celestial le
enseño a Adán y a Eva ha comer por siempre del fruto de la
vida eterna, de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Porque
sólo el Señor Jesucristo era la vida de Adán y de sus
descendentes en todos los lugares del paraíso y de todo el
reino de los cielos, también, como hoy en día con los
ángeles, por ejemplo.

Fue por esta razón, que el Señor Jesucristo descendió del
cielo para darnos de su sangre santa y eternamente milagrosa,
para ofrecerla sobre el altar de Dios, sobre la cima de la
roca eterna, en las afueras de Jerusalén, en la tierra
escogida de Dios, la cual fluye leche y miel de Canaán de la
antigüedad y de siempre, Israel. Es más, mucho antes de salir
a su muerte cruel de clavos y sangre, sobre los árboles
cruzados de Adán y Eva, el Señor Jesucristo se reunió con sus
doce apóstoles, y les dijo: Alzando el pan al cielo para que
sea bendito por nuestro Padre Celestial: Éste es mi cuerpo,
el cual es partido por ustedes.

Coman de él, y no volverán a tener hambre jamás, en esta vida
ni en la venidera tampoco del más allá. Luego alzo la copa
delante de sus apóstoles y del SEÑOR del cielo y de la
tierra, y les dijo: Ésta es mi sangre, todo aquel que de ella
beba, no volverá a tener sed jamás, en esta vida ni en la
venidera, también.

Entonces los apóstoles del Señor Jesucristo obedecieron,
porque comieron del pan y bebieron de su copa bendita por
nuestro Padre Celestial, la cual seria su misma sangre, la
que derramaría sobre los cuerpos de Adán y Eva y sobre cada
uno de sus descendientes, en toda la creación, para que
creyeren en Él y en su nombre redentor. Porque sólo ésta es
la salvación de nuestras almas eternas, la que nuestro Padre
Celestial nos la ha entregado, en la vida y en la sangre
gloriosa y sumamente honrada de su Hijo amado, su Árbol de
vida eterna, ¡el Señor Jesucristo!, para que hoy en día,
gocemos de ella en nuestros corazones y con nuestros muy
amados, por ejemplo.

Por lo tanto, fuera del Señor Jesucristo nosotros no
conocemos ninguna otra salvación celestial de nuestras almas
vivientes, en la tierra ni menos en el paraíso. Porque sólo
nuestro Señor Jesucristo es el Árbol de la vida de los
ángeles y de la humanidad entera, en el paraíso y en toda la
tierra, también, eternamente y para siempre. Es decir, que si
tratamos de encontrar una salvación mayor que la de nuestro
Señor Jesucristo, entonces estamos perdiendo el tiempo, el
tiempo que nuestro Dios nos ha entregado momentáneamente para
que encontremos al Señor Jesucristo en nuestros corazones y
en nuestras vidas de día a día antes que sea tarde para
nuestras almas eternas.

Porque una salvación mayor que la del Señor Jesucristo, en
todo lo que fue su vida mesiánica en Israel y hasta en su
muerte y resurrección de entre los muertos, en el Tercer Día,
desde el fondo de la tierra y hasta lo más alto del reino de
los cielos, realmente, no hay otra igual, jamás, en toda la
creación. Es por esta razón, que el Señor Jesucristo les
decía a sus apóstoles y discípulos, cada vez que tenía la
oportunidad de decírselos así: Yo soy el camino, la verdad y
la vida; y más, nadie podrá venir al Padre Celestial, si no
es por mí, únicamente.

Y, aunque mucha gente conoce estas palabras verdaderas y muy
directas del Señor Jesucristo hacia la humanidad entera, aun
así hay aquellos que siguen intentando buscar a Dios, por
medio de sus objetos de madera, piedra, metal, telas y
plásticos, por ejemplo; violando así la Ley del paraíso una
vez más, como Adán se rebelo y metió el pie, equivocándose.
Y, además, ¿hasta quién sabe que otras cosas, que las manos
pecadoras se las han inventado para transgredir la Ley del
paraíso, de las cuales nosotros no conocemos aun todavía,
para mal eterno de muchos?

Pero nuestro Padre Celestial no podrá jamás ser engañado por
ningún pecador ni por ninguna pecadora ni menos por ningún
ídolo ni ninguna imagen de talla, porque la palabra de los
Diez Mandamientos de nuestro Dios es fiel y verdadera y más
no podrán ser jamás burladas por el espíritu de error, de
Lucifer o de sus ángeles caídos. Entonces es muy bueno (y muy
saludable, por cierto), para el corazón y para el alma eterna
del hombre, de obedecer por siempre a su Dios y a su Ley
Bendita, de la misma manera que su Hijo amado lo ha hecho en
su vida y aun hasta en su misma muerte de clavos y de su
misma sangre milagrosa.

Ciertamente, nuestro Dios no desea vernos clavos y sangrando
por nuestras culpas y por nuestros pecados, ya el Señor
Jesucristo lo hizo por cada uno de todos nosotros, comenzando
con Adán y Eva como árboles cruzados sobre el altar del
paraíso, para ponerle fin al pecado de nuestras vidas y de
nuestros muy amados, igualmente. Pero lo que sí nuestro Dios
desea ver en cada uno de nosotros, en nuestros millares, es
que honremos la vida celebre de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, en nuestros corazones y en cada uno de todos
nuestros días de vida por la tierra y hasta que entremos de
lleno en su nueva vida infinita y celestial del cielo.

Si, esto si desea ver el SEÑOR día y noche en cada uno de
nosotros, a su mismo Señor Jesucristo crecer en nuestras
vidas, desde nuestros corazones y hacia una nueva vida santa,
angelical e infinita de su nuevo reino celestial, en la
tierra y en el más allá, también, como en su Nueva Jerusalén
Perfecta del cielo, por ejemplo. Porque el nuevo reino de los
cielos, aunque no lo creas así, mi estimado hermano y mi
estimada hermana, realmente comienza en la tierra, de
nuestros días y de siempre. Muchos piensan que el nuevo reino
de los cielos comenzó en el antiguo reino celestial, por
ejemplo, pero no es así.

La verdad es que el nuevo reino de los cielos empezó entre
los hombres, mujeres, niños y niñas de Israel y de las
naciones, como hoy en día, por ejemplo, con los que realmente
aman a su Dios con sus corazones y con sus mismas vidas día a
día y por siempre en la nueva eternidad venidera. Porque todo
aquel que desee amar a su Dios en la tierra, en su nueva vida
celestial e infinita, entonces debe comenzar con el Señor
Jesucristo y desde ahora mismo, como en su hogar, en su
propia casa y con su propia familia, amistades y amigos, para
luego entrar al cielo y seguir amando a su Dios, mucho más
que antes.

SÓLO EL SEÑOR JESUCRISTO RESCATA DE LA VIDA PECADORA

Entonces tengan siempre presente en sus corazones, que
ustedes mismos han sido redimidos de su manera pecadora de
vivir, la cual heredaron de sus antepasados, no con cosas
corruptibles como dinero, oro o plata, sino con la propia
sangre preciosa del Señor Jesucristo, como la de un "cordero
celestial", perfecto, santo sin mancha y sin contaminación
alguna de pecado. Porque sólo un cordero del mismo paraíso
celestial, en donde comenzó el pecado de Adán, podía
realmente liberarnos de los poderes terribles del pecado y de
sus profundas tinieblas de su muerte eterna y de la
destrucción total de nuestras almas y vidas, en el lago de
fuego candente y eternamente tormentoso del más allá.

Fue por esta razón, que nuestro Padre Celestial, cuando le
hablaba a Adán, por ejemplo, entonces le decía que él y su
esposa Eva tenían que comer y beber de su fruto de vida
eterna del Árbol Viviente, el Señor Jesucristo, el cual
estaba emplazado en el epicentro del paraíso. En aquel día,
Adán y Eva comieron y bebieron de algunos de los frutos de
los árboles del paraíso, pero no del Árbol de la vida.

Luego, Lucifer se aprovecho de ellos, engañándolos con
palabras mentirosas, para arrancarles la vida celestial y
gozosa del paraíso. Estas palabras mentirosas, él no se las
podía decir a ellos, personalmente. Pero, si usaba a alguien
más cercano a ellos, como la serpiente del Edén, por ejemplo,
la cual era muy amiga de Eva, entonces podía hablarles al
corazón sus mentiras mortíferas y eternamente fatales, para
que las crean y luego mueran en rebelión y desobediencia a
Dios y a su fruto de vida eterna, ¡el Señor Jesucristo!

Y así fue, Adán y Eva no comieron jamás del fruto de vida
eterna, el Señor Jesucristo, sino del fruto prohibido, para
mal de sus vidas y de muchos inocentes, en el cielo y en toda
la tierra, también, como en nuestros días, por ejemplo,
cuando vemos el pecado proliferarse por doquier, como flor
silvestre. Fue por esta razón única, por la cual Adán y Eva
se perdieron en sus profundas tinieblas de sus pecados, para
no volver a ver la vida celestial jamás.

A no ser, claro, que nuestro Dios y su Árbol de vida haga
algo por ellos y los rediman de sus males eternos del
paraíso, de la tierra y del fuego eterno del infierno, por
ejemplo. Porque ambos, y así también cada uno de sus
descendientes, estaban eternamente perdidos en sus delitos y
pecados, por haber creído al espíritu de mentira y de error
eterno, de la boca de la serpiente antigua y de Lucifer.

Ahora, la única manera que éste espíritu de error y de gran
maldad del corazón y de la sangre del hombre podía salir de
Adán (y de sus descendientes), era sí tan sólo creyera en su
corazón y así confesare con sus labios: el nombre salvador
del Señor Jesucristo, ¡el Hijo amado de Dios!, ¡el Santo de
Israel y de la humanidad entera! Es decir, que lo único que
todo pecador y así también toda pecadora tiene que creer en
su corazón y confesar con sus labios, es que sólo el Señor
Jesucristo es el camino, la verdad, la vida; y el regreso al
paraíso y a los brazos de su Padre Celestial que está sentado
en su trono santo, en el cielo.

Porque esta es la salvación, la cual nuestro Padre Celestial
nos entrego a cada uno de nosotros, en nuestros millares, en
todos los lugares de la tierra, por medio de su Hijo amado, ¡
el Señor Jesucristo!; y, además, ha sido lo mejor que el
hombre ha recibido en su corazón y en toda su alma viviente,
también de parte de Dios. Porque sólo el Señor Jesucristo es
nuestra salvación perfecta, de nuestros corazones y de
nuestras almas eternas, en la tierra y así también en el
paraíso.

Porque si Adán hubiese comido y bebido del Árbol de la vida,
el Señor Jesucristo, entonces también cada uno de sus
descendientes, en sus millares, de todas las razas, pueblos,
linajes, tribus y reinos de la tierra, comenzando con Eva,
por ejemplo. Es decir, que todos hubiesen sido redimidos por
el Señor Jesucristo, desde el comienzo de todas las cosas,
con Eva y cada uno de sus hijos e hijas, en todas las
naciones del mundo entero y el paraíso para que entren a la
nueva creación venidera de Dios y de su Árbol de vida eterna,
por ejemplo, como la Nueva Jerusalén. Porque el epicentro de
la Nueva Jerusalén del nuevo reino de Dios es el mismo Árbol
de la vida, ni más ni menos, ¡el Señor Jesucristo! Si, sólo
el Señor Jesucristo es el epicentro de toda vida celestial,
como siempre ha sido desde el comienzo de todas las cosas, en
los primeros días de la antigüedad, por ejemplo, y hasta
nuestros días, también.

Desdichadamente, como Adán se descuida de su responsabilidad
de comer y beber del Señor Jesucristo en el paraíso, entonces
también Eva y cada uno de sus descendientes por igual, como
sucede hoy mismo en toda la tierra, para vivir en la
oscuridad, en vez de la luz celestial de la nueva vida
infinita de Dios y de sus huestes celestiales. Es por esta
razón, que el hombre, la mujer, el niño y hasta la niña de la
humanidad entera, siempre se han descuidado (no todos, pero
si muchos) de comer y beber del Señor Jesucristo delante de
Dios y de su Espíritu Santo por medio de la oración, para
perdón de sus pecados y sanidades de sus corazones y cuerpos.

Es por eso, que el Señor Jesucristo es muy importante en
nuestros corazones y en nuestras vidas, para no sólo crecer
en el poder y la sabiduría de nuestro Dios, sino también para
que nuestros espíritus, almas eternas y nuestros cuerpos con
sus órganos vitales, también, entonces estén por siempre:
libres y limpios de todo mal del enemigo. Porque muchos de
los males, si no todos, que el hombre, la mujer, el niño y la
niña siempre han sufrido, realmente, ha sido por causa del
pecado y del poder maligno del enemigo de Dios y del Señor
Jesucristo, Lucifer y sus ángeles caídos, por ejemplo.

Pero si nosotros creemos en el Señor Jesucristo, como dice
Dios y su Escritura, entonces ningún mal del enemigo nos
podrá hacer daño jamás, sino que permaneceremos por siempre
en un buen estado de salud y de crecimiento espiritual, en la
tierra y así también en el paraíso y en La Nueva Jerusalén
Santa e infinita del cielo, por ejemplo. Porque nuestro Señor
Jesucristo nos dijo: He aquí que yo les doy poderes
sobrenaturales en mi nombre, sobre todos los males y las
serpientes del enemigo. Y ningún mal jamás les hará daño, en
esta vida ni en la venidera, tampoco, para siempre.

Porque es nuestro Dios y los poderes sobrenaturales de los
dones del Espíritu Santo es que nos ayuda día y noche por
amor al nombre sagrado de su Hijo amado, el señor Jesucristo,
viviendo en nuestros corazones y en nuestras vidas, por
ejemplo, en todos los lugares de la tierra, para crecer
espiritualmente y ser sanos para Dios, en todo. Es decir,
también que con el nombre del Señor Jesucristo viviendo en
nuestros corazones, entonces no sólo crecemos espiritual,
corporalmente (y en muchos otras fases de nuestra vida
terrenal), sino que realmente vivimos una vida sana, feliz y
agradable en verdad y en justicia celestial, como en el
paraíso, por ejemplo, para con nuestro Dios que está en el
cielo.

De hecho, ésta es la vida, la cual nuestro Dios ha escrito y
señalado con sus manos santas, en la vida misma y sumamente
gloriosa de su Árbol de vida, el Señor Jesucristo, para cada
hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera, comenzando
con Adán y Eva, por ejemplo, en el paraíso. Por eso, todos
ustedes tengan siempre presente en sus corazones, de que han
sido rescatados de su mala manera de vivir, toda contraria a
la Ley de Dios y del paraíso, también, como Adán y Eva, por
ejemplo, cuando vivieron sus vidas celestiales en el paraíso,
erróneamente contrarios al fruto de la vida eterna, ¡el Señor
Jesucristo!

Además, éste rescate de sus almas ha sido con la misma sangre
gloriosa y sumamente honrada del corazón y de las venas
sagradas del "Cordero Escogido de Dios", para limpiarlos,
purificándolos de los males del pecado y de la muerte, en la
tierra y en el fuego del infierno, por ejemplo, en un día
como hoy, para la eternidad venidera. Porque todo aquel que
no ha sido lavado su corazón, su alma, su cuerpo y toda su
vida, en el espíritu de la fe, de la sangre y del nombre
glorioso del Señor Jesucristo, entonces no vivirá su nueva
vida eterna, la cual Dios mismo le entrega a la humanidad
entera, sobre su altar eterno, en las afueras de Jerusalén.

SÓLO EL SEÑOR JESUCRSITO NOS JUSTIFICA DE TODO PECADO

Porque todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios jamás,
siendo justificados sin costo alguno, sino sólo por su
gracia, mediante la redención que es sólo posible en creer en
el corazón y en confesar con los labios al Señor Jesucristo,
para todo hombre, mujer, niño y niña, comenzando con Adán,
por ejemplo, desde el paraíso y hasta siempre. Porque esta
salvación de Dios y del Señor Jesucristo es única para el
corazón del pecador y de la pecadora de toda la tierra.

Y sin esta salvación celestial, entonces nadie jamás podrá
ver a su Dios y Creador de su vida, en esta vida ni menos en
la venidera del nuevo reino de los cielos. En verdad, todo
pecador y toda pecadora han de permanecer perdido,
eternamente y para siempre, entre las profundas tinieblas de
las palabras mentirosas de Lucifer y de la serpiente antigua
del Edén, para jamás ver la luz de los nuevos días de la
tierra infinita y de sus cielos gloriosos del nuevo más allá
de Dios y de su Jesucristo.

En tanto que, los que creen en el corazón y así confiesan con
sus labios al Señor Jesucristo, como su único y suficiente
redentor de sus vidas, entonces pasan de las tinieblas del
mundo bajo, como el mundo de los muertos o el infierno, ha
ver sólo la luz celestial de la vida eterna más brillante que
el Sol. Es más, ésta luz celestial y divina es muy bien
conocida y hasta podríamos decir compatible, con nuestros
corazones y con nuestras almas inmensas, en la tierra y así
también en el paraíso o en el nuevo reino de los cielos, de
Dios y de sus millares de huestes celestiales y eternamente
santas.

Además, esta luz viviente, realmente, es la misma luz que
nuestro Dios le ofreció a Adán y a Eva para que la recibiesen
en sus corazones en el paraíso, para la nueva vida perpetua,
como La Nueva Jerusalén Santa e infinita del Árbol de la vida
del gran rey Mesías de Israel de la humanidad entera, ¡el
Señor Jesucristo! Porque ésta luz celestial de Dios y de su
Jesucristo tiene que resplandecer en el corazón y en el alma
eterna, de cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad
entera, de la misma manera como resplandece desde siempre, en
las vidas celestiales de los ángeles del reino infinito, por
ejemplo. Porque fue ésta misma luz del fuego de la zarza, la
cual ardía pero no hacia daño a nada en todo su alrededor,
sino que vino a expiar por los pecados de Israel, para
hacerlos libres del poder del cautiverio eterno de Egipto,
por ejemplo.

Es más, sólo ésta luz divina de Dios y redentora, del alma
perdida del pecador y de la pecadora de la humanidad entera,
resplandecerá con gran gloria y con gran honra, sólo en la
verdad y en la justicia infinita del Árbol de la vida, ¡el
Señor Jesucristo!, en todos los días de la nueva eternidad
venidera del nuevo reino celestial. Es por eso, que nuestro
Padre Celestial siempre deseaba que Adán y Eva fuesen los
primeros en recibir esta luz celestial del Árbol de la vida y
de su Espíritu Santo, en sus corazones eternos, para que sus
vidas resplandezcan gloriosamente en sus flamantes vidas
celestiales del paraíso y así también de sus nuevas vidas
gloriosas del nuevo reino venidero.

Porque nuestro Padre Celestial siempre soñó por unas tierras
nuevas y con cielos nuevos, llenos de la luz más brillante
que el Sol, la luz de su Hijo amado, el Señor Jesucristo,
para que así jamás vuelvan a reinar las tinieblas de las
mentiras de Lucifer, en los corazones y en las almas eternas,
de sus hijos e hijas. Y estos nuevos hijos e hijas de Dios,
realmente, somos nosotros, en nuestros millares, de todas las
razas, pueblos, linajes, tribus y reinos del mundo entero, de
los que creemos en nuestros corazones y confesamos con
nuestros labios, en oraciones, rezos, suplicas, alabanzas de
glorias infinitas a nuestro Dios que está en los cielos, de
que Jesucristo es el SEÑOR.

Puesto que, todo aquel que invocare el nombre del SEÑOR, en
los últimos días, como dice la Escritura, entonces será salvo
de sus pecados delante de Dios y de su Espíritu Santo, y
podrá comer y beber del Árbol Viviente, en la tierra y así
también en el paraíso, para llenarse y hasta abundar de vida
y de salud eterna, infinitamente. Porque nuestra salvación
está en los cielos y también nuestra nueva vida eterna,
escondidas entre los frutos de la vida infinita de Dios, el
Árbol de la vida, ¡el Señor Jesucristo! Es por eso, que
estamos aun llamados por Dios mismo, como llamo a Adán y a
Eva, por ejemplo, en el paraíso, ha comer y beber de su fruto
del Árbol de la vida, sobre la cima de la roca eterna, en el
epicentro del paraíso, para ser llenos de la vida celestial
de su nuevo reino venidero.

Realmente, esta era una salvación infinita, la cual ninguno
de nosotros jamás la pudo alcanzar, ni Adán ni Eva, tampoco,
aunque ellos vivieron y vieron cara a cara al fruto de la
vida eterna, el Señor Jesucristo, con sus propios ojos para
conocerlo y saborearlo con sus corazones y con sus almas
celestiales. Pero no lo hicieron así en sus flamantes vidas
gloriosas y celestiales, porque no entendían nada de nada de
Dios y de su Jesucristo, así mismo como todo pecador de toda
la tierra, de hoy en día, por ejemplo.

No entendieron nada ni obedecieron, tampoco, cuando tuvieron
la gran oportunidad de hacerlo así en sus corazones, porque
Lucifer se aprovecho de ellos y los engaño con sus mentiras,
como suele hacerlo con todo pecador y pecadora de la tierra,
para que pierdan sus vidas y así entonces mueran sin el
perdón de Dios y sin su salvación infinita. Pero después de
todo, damos gracias a nuestro Padre Celestial, porque ha
vencido a Lucifer y a sus ángeles caídos en los corazones de
las gentes de gran mentira y maldad entera, con la misma vida
y sangre gloriosa de su fruto de vida eterna, su Hijo amado,
¡el Señor Jesucristo!

Si, nuestro Dios venció a Lucifer en el día que el Señor
Jesucristo descendió del cielo, para nacer como hombre entre
los hombres de Israel y de la humanidad entera, con el fin de
cumplir la Ley, en los árboles cruzados de Adán y Eva y así
entonces ponerle fin al pecado, de una vez por todas y para
siempre. Y como el Señor Jesucristo puso fin al pecado y cada
una de sus maldiciones eternas, también, como la muerte
siendo la principal de ellas, entonces podemos vivir y ver la
vida desde ya, en la tierra y hasta que entremos de lleno a
nuestra nueva vida infinita, del paraíso o de La Nueva
Jerusalén Eterna del nuevo reino celestial.

Por ello, ya que todos pecaron y fueron destituidos de la
gloria divina celestial del reino de Dios, por la cual fueron
creados en el principio del polvo de la tierra, en las manos
sagradas de nuestro Dios, entonces no podrán jamás alcanzar
la verdadera gloria infinita de su Creador, si no Dios mismo
no interviene y los ayuda. Y es aquí, cuando el Señor
Jesucristo viene a nosotros, para ayudarnos con su verdad,
con su justicia y con su amor infinito, lleno día y noche de
los dones sobrenaturales de los poderes de la vida sagrada,
del Árbol de la vida y de su Espíritu Santo, para rescatarnos
y hacernos libres eternamente, de todo mal eterno del
enemigo.

Y así hacernos libres para siempre de todos los males del
pecado y de sus muchas enfermedades mortales del alma, las
cuales nos agobian, sin que el hombre de la ciencia de toda
la tierra pueda hacer nada por nosotros, porque la solución
no está en sus manos, sino en las mismas manos creadoras de
Dios y de su Jesucristo. Por lo tanto, sólo el Señor
Jesucristo nos ayuda día y noche, en la tierra y en el
paraíso, también, por amor a la perfecta voluntad de nuestro
Padre Celestial, quien siempre nos ha querido ver, libres de
todos los males de las mentiras de Lucifer y, a la vez,
llenos de su vida santísima.

Además, esta vida santísima de Dios y así también de todo
ángel del cielo y del hombre del paraíso y de toda la tierra
ha sido desde siempre: el Árbol de la vida y de su Espíritu
Santo, también, desde hoy mismo y por siempre, en la
eternidad venidera del nuevo más allá, de Dios y de sus
huestes celestiales. Entonces hoy en día y así como siempre,
nuestro Dios desea que estés con él, sólo por medio de su
Árbol de la vida, como se lo pidió a Adán, por ejemplo, en el
principio de todas las cosas del paraíso, porque sólo
Jesucristo le complace en toda verdad y justicia, de su
corazón lleno de la Ley del paraíso.

Es decir, también, de que si tú no le puedes complacer a tu
Dios y Creador de tu vida por medio de tu verdad y de tu
justicia personal, todo lo que sea y que la hayas vivido en
tu vida por la tierra, entonces tienes en Dios mismo al Señor
Jesucristo, para ayudarte más allá de tus posibilidades. Sí,
tienes a Jesucristo, su Árbol de vida infinita del paraíso y
de la tierra, también, quien si puede complacer al SEÑOR del
cielo y de la humanidad entera, en su perfecta verdad y en su
perfecta justicia infinita, para que jamás seas condenado por
tu vida pecadora, sino que veas la vida eterna, desde ahora
mismo y para siempre. Dale gracias a Dios y al cielo, por la
expiación constante de tu vida, por los poderes
sobrenaturales de la misericordia y de la gracia infinita de
la sangre viviente del "Cordero Escogido de Dios", ¡el Señor
Jesucristo!

El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre Celestial y de su
Jesucristo es contigo.


¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en
el nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman,
Señor. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras
almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y
sobrenatural, en la tierra y en el cielo, también, para
siempre, Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo amado, el
Señor Jesucristo.

LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo
a la verdad de Dios y al poder de Dios en tu vida. Un
tropiezo eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en
tu vida, de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre
Celestial y de su Espíritu Eterno. Pero todo esto tiene un
fin en tu vida, en ésta misma hora crucial de tu vida. Has de
pensar quizá que el fin de todos los males de los ídolos
termine, cuando llegues al fin de tus días. Pero esto no es
verdad. Los ídolos con sus espíritus inmundos te seguirán
atormentando día y noche entre las llamas ardientes del fuego
del infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de
Dios. En verdad, el fin de todos estos males está aquí
contigo, en el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo.
Cree en Él, en espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en
Él, escaparas los males, enfermedades y los tormentos eternos
de la presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de
espíritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de
los tuyos también, en la eternidad del reino de Dios. Porque
en el reino de Dios su Ley santa es de día en día honrada y
exaltada en gran manera, por todas las huestes de sus santos
ángeles. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano, mi estimada
hermana, has sido creado para honrar y exaltar cada letra,
cada palabra, cada oración, cada tilde, cada categoría de
bendición terrenal y celestial, cada honor, cada dignidad,
cada señorío, cada majestad, cada poder, cada decoro, y cada
vida humana y celestial con todas de sus muchas y ricas
bendiciones de la tierra, del día de hoy y de la tierra santa
del más allá, también, en el reino de Dios y de su Hijo
amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de Israel y de
las naciones!

SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en
tu corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en
abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha
venido diciendo así, desde los días de la antigüedad, desde
los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí".

SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas
ni les rendirás culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios
celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a
los que me aman y guardan mis mandamientos".

TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová
tu Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre
en vano".

CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero
el séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en
ese día obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que está
dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová hizo los
cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del
sábado y lo santificó".

QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que
tus días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te
da".

SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio".

SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio".

OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás".

NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de
tu prójimo".

DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu
prójimo".

Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y déshazte de todos
estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno
de los tuyos, también. Hazlo así y sin mas demora alguna, por
amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los
tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus
ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú no lo veas así,
en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos,
también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde
los días de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas,
en el día de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos
males en sus vidas, sino que sólo Él desea ver vida y vida en
abundancia, en cada nación y en cada una de sus muchas
familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y
digamos juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de
la presencia santa del Padre Celestial, nuestro Dios y
salvador de todas nuestras almas:

ORACIÓN DEL PERDÓN

Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la
memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo
amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el
cielo así también en la tierra. El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en
tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Amén.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre
Celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no
perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la
VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO,
sino es POR MÍ". Juan 14:

NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.

¡CONFÍA EN JESÚS HOY!

MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA
TI Y LOS TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de
éste MUNDO y su MUERTE.

Dispónte a dejar el pecado (arrepiéntete):

Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al
tercer día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que
entré en tu vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.

QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ
DECIRLE AL SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di:
Dios mío, soy un pecador y necesito tu perdón. Creo que
Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi
pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a
venir a mi corazón y a mi vida, como mi SALVADOR.

¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No
_____?

¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?

Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de
una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con
Dios, orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate
en AGUA y en El ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y
sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es
predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los demás.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del
evangelio de Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender
más de Jesús y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros
cristianos están disponibles en gran cantidad en diferentes
temas, en tu librería cristiana inmediata a tu barrio,
entonces visita a las librerías cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros están a tu disposición, para que
te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti,
para que te goces en la verdad del Padre Celestial y de su
Hijo amado y así comiences a crecer en Él, desde el día de
hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la
paz de Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras
oraciones. Porque ésta es la tierra, desde donde Dios lanzo
hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras
bendiciones y salvación eterna de nuestras almas vivientes. Y
nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: "Vivan tranquilos
los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén". Por causa de mis
hermanos y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti, siempre
Jerusalén". Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en
el cielo y en la tierra: imploraré por tu bien, por siempre.

El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el
Espíritu de Dios a toda la humanidad, diciéndole y
asegurándole: - Qué todo lo que respira, alabe el nombre de
Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso! Y esto es, de toda
letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo
corazón, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y
loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas,
como antes y como siempre, por la eternidad.

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