Yo me inclino a considerar que la filosofía no es simplemente preguntar, preguntarse. Si fuera sólo eso, todos seríamos filósofos, y no es así. La filosofía realiza preguntas incómodas, complejas, dolorosas, impertinentes. La filosofía no es preguntar, es cuestionar. Nos permite cuestionar lo dado, lo naturalizado, lo internalizado: lo “normal”. Por eso, estoy segura que más allá de que todos somos capaces de filosofar, la gran mayoría de nosotros transita esta vida sin atravesarla y sin dejarse atravesar por ella. Sin cuestionarla, sin ponerla en jaque, sin poner en duda lo impuesto, en definitiva también, sin soñar.
La filosofía para mí es dolor. No creo que se pueda “hacer” filosofía sin sufrir ese dolor, esa soledad que conlleva separarse de la manada de seres humanos que caminan en la misma dirección, pero sin sentido.
Creo que es el único espacio del “saber” en el que no importan las respuestas sino las preguntas. Qué cosas cuestionamos, con qué cosas sí nos animamos y con cuáles no. Qué cosas se atrevieron a cuestionar los grandes filósofos de la historia, y qué cosas callaron y legitimaron. ¿Hasta dónde nos atrevemos a ir, teniendo como única certeza que el camino que tenemos por delante es doloroso y solitario?
Creo que existen dos momentos decisivos en el rumbo propuesto: el primero en el comienzo, dónde la incertidumbre reina y tenemos que decidir si lo emprendemos o no; y el segundo, una vez avanzado en él, cuando la certeza de que cada paso no hace más que alejarte de lo conocido y acercarte a la humanidad y su dolor, debemos decidir hasta dónde nos animamos a caminar.
En mi camino personal, con apenas unos pocos pasos dados, suelo reafirmar, en palabras de Vladimir Ilich Uliánov (Lenin), que la verdad es siempre revolucionaria.
Saludos!
Paula Espinosa
“Me parece que desde la soberanía infame hasta la autoridad ridícula, están todos los grados de lo que podría llamarse la indignidad del poder.”
Michel Foucault