No recordamos un montaje tan demenciado en dos décadas de ir al teatro dos y tres veces por semana. Raquel Camacho, su equipo y el reparto parecen haber ingerido altas dosis de ayahuasca u otra potente sustancia psicodélica que les arrastra a ofrecer un espectáculo
alocado que hasta enemista con Lope de Vega.