NUESTRAS PARADOJAS
Somos la nación de las paradojas. Sí, eso lo sabemos. Podemos pasar con la más pasmosa tranquilidad de la cima a la sima; de la exaltación y el paroxismo, a la barbarie y el horror; de una Constitución Política moderna y garantista, a los arrebatos místicos y moralizantes de una casta que todavía transita por el oscurantismo del medioevo.
Eso somos nosotros los colombianos y no falta quien diga que somos el país más feliz sobre la tierra, y de verdad que sí lo somos. Basta con mirarnos en el espejo de los recientes triunfos de nuestra selección de fútbol: el patriotismo elevado a la enésima potencia, aun por parte de aquellos que han sido causantes de los crímenes más horrendos, que no son otra cosa que un desprecio a la patria.
En los dos mundiales más recientes de Alemania y Suráfrica, que tuvieron como campeones a Italia y España, dos países algo parecidos al nuestro por aquello de la latinidad y en el caso de España, por ser uno de los troncos de nuestra trietnicidad, no se presentaron los desmanes y desafueros en las celebraciones como en el nuestro.
En nuestro caso, al lado de la fiesta y el jolgorio, varios han sido los muertos violentamente por causas de riñas, intolerancia y accidentes de tránsito; heridos y lesionados, además de sensibles pérdidas económicas por daños en bien ajeno.
¿Las causas? Para algunos son nuestra presencia en el Trópico, que nos hace más de sangre caliente y festivos; para otros, nuestra herencia genética y cultural de algunos, no todos, personajes atrabiliarios de los conquistadores españoles y para otros -lo dicen vergonzantemente- nuestra mezcla étnica. Para nosotros, no son ni la sensibilidad tropical, ni la crudeza y violencia de los conquistadores y mucho menos nuestra riqueza explosiva del crisol étnico en donde se configura una raza cósmica, según la expresión de Baldomero Sanín Cano.
Nos atrevemos a identificar causas más profundas, que tienen que ver con unas élites gobernantes que han plagado a los colombianos de frustraciones y derrotas y han asimilado la patria como algo exclusivo de su dominación y a unos símbolos, cuando la patria son también y esencialmente, sus ciudadanos.
Ante este hecho, solamente nos han quedado las expresiones emocionales como única respuesta a las alegrías, como aquellas que nos producen nuestros deportistas en los escenarios internacionales, nacionales y también las festividades, ferias y celebraciones que se llevan a cabo a todo lo ancho de nuestro país en todo el año.
Cuesta trabajo reconocer nuestro analfabetismo emocional. Ocurre por ejemplo, que en celebraciones como el Día de la Madre, se intensifican las riñas y suceden mayores muertes violentas que otro día del año. Por este hecho, sería entonces “recomendable” imponer en esta fecha ley seca, toque de queda y restricciones a la movilización, tal como ocurre en estos momentos cuando nuestra Selección alcanza resonantes triunfos en el Mundial de Brasil.
Nuestras dificultades en la convivencia ciudadana, reflejada en los permanentes estallidos violentos y acciones intolerantes, no se combaten con represión y “cultura del miedo”, sino con una pedagogía de convivencia pacífica y cultura de paz.
Casi con certeza podemos asegurar que nos aproximamos al fin del conflicto armado y en el POSCONFLICTO lo que tiene que trabajarse son nuevos pactos ciudadanos que deriven la conflictividad (el conflicto no termina) hacia acciones de paz y pedagogías que establezcan una línea de quiebre con la intolerancia y el analfabetismo emocional.
A nuestro juicio, es la tarea del Estado en su conjunto, del gobierno nacional y los gobiernos locales, así como de la comunidad y sus organizaciones sociales. Sólo así podríamos construir una paz estable y duradera.
ALVARO SEPÚLVEDA FRANCO
ESCUELA CIUDADANA
Santiago de Cali, 1 de julio de 2014
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