que en la obra más humana, más cristiana, más divina,
ha luchado junto al líder por justicia y libertad.
Menos pobres, menos ricos, sin mezquinos sentimientos:
es el lema del gobierno hecho carne en la Nación
de este pueblo de argentinos de elevados pensamientos
que jugándose el destino da la vida por Perón.
El Tango, Perón y la Sociedad Rural
(Investigación Histórica Sobre un Polémico Tema Grabado por Alberto Marino)
Pocos tipos ha habido en el mundo del tango tan manso, sosegado y tranquilo
como Alberto Marino, el Tano a quien nada menos que Alfredo Gobbi, el “Violín
Romántico del Tango”, rebautizara como “La Voz de Oro” del género. Nunca un
gesto polémico, jamás una controversia, incluso cuando Aníbal Troilo, para
quien cantó entre 1943 y 1947 erigiéndose en lo que es hoy, un ídolo
inolvidable, le ponía en tela de juicio algún excesivo registro de tenor,
consecuencia de la escuela italiana del “bel canto” que había aprendido en su
país de origen. Sucede que le sobraba voz para el desafío que podría
presentarle cualquier letra de tango.
Además, era apolítico. Por eso sorprende que en 1947 -no está claro si
todavía integrante de la orquesta de Pichuco o ya separado de ella, para
iniciar su carrera de solista- haya grabado “Oda a Perón”, que terminaría años
más tarde en un CD titulado “Marchas del Nacional Justicialismo”. La acopló a
la melodía de la popularísima canción “Mis Harapos”, cuya melodía pegadiza era
obra de Marino García y la letra del escritor anarquista Alberto Ghiraldo. En
cambio, no se conoce el autor de los versos que Marino canta.
Alberto Marino y su “Oda a Perón”
Se trata de un texto altamente controverso, polémico, con incursiones
fuertemente agresivas, casi insultantes, contra el personaje al que le
adjudica, como un latigazo, todos los males de la Argentina previa a Perón: el
“oligarca caballero prototipo de negrero/que explotaste al obrero sin tenerle
compasión”. El tema tuvo una enorme difusión, ayudado por la propaganda
oficial, pero resulta difícil explicarse cómo Marino, tan apacible y calmo, tan
lejos de la fácil agitación, se haya prestado a interpretar una letra que
incluye adjetivaciones de trazo grueso, como “vendepatria que te nutres del
sudor de los demás” y cuyas “malas entrañas” solo merecen la prisión.
¿Cómo fue que un verdadero gentilhombre como Marino se dejó llevar a este
aluvión de imprecaciones? Es algo que parece inaudito y a lo que esta
investigación histórica pretende acercar una explicación temporal y ambiental
en la tensa relación que en ese año 1946 existía entre Perón, flamante elegido
en el comicio presidencial del 24 de febrero, y la Sociedad Rural, asociación
de estricto corte clasista que nucleaba sobre todo a los cabañeros e
invernadores directamente vinculados al mercado foráneo. En suma, lo más rancio
de la oligarquía vernácula. A esto apunta la presente investigación histórica.
Hay un adjetivo (“golpista”) que los sectores populares utilizaban para
identificar a la Sociedad Rural y que se ha olvidado, envuelto en las nieblas
del tiempo. Pero de él habla la historia. En el año 1930, el presidente
Hipólito Yrigoyen venía siendo víctima de una aviesa campaña de denigración.
Ante tantas ofensas acumuladas, decidió no concurrir a la anual inauguración de
la Exposición Rural de Palermo, que se haría el 31 de agosto, y envió en su
representación a su ministro de Agricultura, Juan B. Fleitas.
Fueron tantos los abucheos, los silbidos y los insultos que Fleitas se vio
obligado a retirarse. El día siguiente el diario “La Nación”, a quien se le
atribuía ser vocero de la Rural, escribió que esa repulsa “se interpreta como
un prenuncio de la revolución (sic) contra Yrigoyen”. Y, en efecto, esa
revolución (un golpe de estado fascistizante) se produjo regularmente seis días
después, el 6 de septiembre, y puso en el poder al general José Félix Uriburu.
El conflicto entre Perón y la Sociedad Rural había empezado en 1944, con
mayor precisión el 8 de octubre. Ese día, por iniciativa del coronel que estaba
al frente de la Secretaría de Trabajo y con el apoyo de las organizaciones
sindicales, el presidente de facto Edelmiro J. Farrell, sancionó el Estatuto
del Peón Agrario (Decreto Ley 28.169/44), estableciendo por primera vez
derechos laborales para los trabajadores rurales. Era un instrumento inédito
que tocaba el nervio más sensible de los grandes estancieros, pues le daba a
los peones, a través de sus gremios, un poder de negociación que hasta entonces
no poseían.
Fue el entonces coronel Perón, verdadero cerebro de aquel gobierno militar
que se había ido alejando de sus orígenes fascistoides de 1943, el que explicó
los alcances de la medida: “La Constitución del 53 absolvió la esclavitud pero
es una situación todavía peor la que sufre el peón de nuestros días, expuesto a
todo tipo de arbitrios”. Palabras que cayeron como un mazazo en los sectores
dominantes que las interpretaron como una verdadera declaración de guerra.
Se trató de un severo cimbronazo en una Argentina que aún seguía siendo una
economía agropecuaria, dependiente y elitista, la misma que el presidente
Mauricio Macri, con orgullo, recordó en su visita a la asociación como el
añorado “granero del mundo”. Pero se había puesto en marcha un proceso de
cambio que la transformaría en pocos años en un país semiindustrial, con las
masas urbanas cada vez dueñas de protagonismo.
Las paredes de Buenos Aires aparecieron cubiertas de carteles como éste
tras la sanción del Estatuto del Peón.
Los muros de Buenos Aires fueron tapizados con carteles de apoyo al
Estatuto del Peón, con las imágenes de Perón y Evita y el slogan “Perón Cumple”
que ya entonces se había vuelto clásico. Y la Sociedad Rural, atribuyéndose la
representación de todas las organizaciones patronales del campo, no tuvo peor
idea que decretar el primer “lockout” contra el gobierno y decidir no pagar en
diciembre el aguinaldo o sueldo anual complementario que el Decreto oficial
imponía.
Fue la chispa que desató el incendio. Se produjo una fuerte reacción de los
sectores populares, del campo y no, que ya se habían encolumnado detrás de
Perón. Pero la indignación llegó al paroxismo porque significaba querer
retrotraer a los obreros rurales al estado feudal de “siervos de la gleba”, aún
presentándolo con palabras edulcoradas. El desdén se difundió como una epidemia
entre los trabajadores de las fábricas, cada vez más conscientes del rol que
tenían en aquella Argentina que se estaba consolidando en su estructura de país
semiindustrial. Y expresaron su solidaridad incondicional a sus hermanos del
campo.
¡No era para menos!!!! A cualquiera le bastaría leer la declaración que
difundió la Sociedad Rural, anunciando con conceptos hoy inaceptables que no
reconocía el Estatuto del Peón y que, por tanto, el aguinaldo no lo pagaría.
Decía:
– El Estatuto del Peón no hará sino sembrar el germen del desorden social
al inculcar en gente de limitada cultura aspiraciones irrealizables, las que en
muchos casos pretenden colocar al jornalero por encima del mismo patrón, en
condiciones y remuneraciones…
– La Sociedad Rural Argentina no puede silenciar su voz cuando los
estancieros se ven presentados como seres egoístas y brutales que satisfacen su
inhumano sensualismo a costa de la miseria y del abandono en que mantienen a
quienes colaboran con su trabajo…
– El trabajo de campo fue siempre y sigue siendo, por su propia índole,
acción personal del patrón, que establece una camaradería de trato que alguien
puede confundir con el que da el amo al esclavo, cuando en realidad, se parece
más bien al de un padre al hijo…
Fue una declaración que tensó aún más la cuerda y se interpretó como un
desafío, al que la Confederación General del Trabajo (CGT) respondió declarando
una huelga general. Pero la Sociedad Rural no aflojó, quizás convencida de que
en los comicios inminentes las demandas que nacían de la Secretaría de Trabajo
se derrumbarían como un castillo de naipes, con el suceso de la fórmula
Tamborini-Mosca sobre Perón-Quijano. Y confirmó que no pagaría el aguinaldo de
fines de 1945.
Siguió un duro tira y afloje al cabo del cuál los ruralistas no tuvieron
otro remedio que dar paso atrás:
pagarían, pero en dos cuotas, el sueldo anual complementario pertinente.
Era un triunfo para los peones y para el Movimiento Obrero. Pero, sobre todo,
para Perón. Y, momentáneamente, las aguas se aquietaron. Ahora, el principal
objetivo era vencer el 24 de febrero de 1946 en el acto comicial ya marcado a
fuego por la opción “Braden o Perón” y hacerles morder el polvo a los grandes
estancieros y a las fuerzas políticas tradicionales a quienes el descarado
embajador yanqui apoyaba sin el más mínimo pudor.
Como se sabe, la fórmula Perón-Quijano ganó. Una vez instalado en el poder,
Perón volvió sobre el tema rural. Y en diciembre de 1946 hizo que el Congreso
sancionara la Ley 12.921, promulgada en junio de 1947, que ratificaba el
Estatuto del Peón, al que pocos meses después se agregó la sanción de la Ley
13.020 que reglamentaba el trabajo de la cosecha. Estas leyes se tradujeron en
un enorme cambio en la vida de las estancias, en la mayoría de las cuáles se
mantenían las prácticas semiserviles y paternalistas heredadas de la época
colonial. Además, favorecieron una evolución moderada del sindicalismo, con la
creación en 1947 de una central única de trabajadores rurales que fue denominada Federación
Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores (FATRE).
Pero para Perón y para Evita se acercaba la fatídica fecha en la que, entre
julio y agosto de cada año, se inauguraba en el Predio Ferial de Palermo la
tradicional Exposición Rural, con la presencia del Presidente de turno. Un
ritual obligado, al que desde su creación en 1866 solo había faltado Yrigoyen,
en las circunstancias que hemos narrado.
En aquel 1946 la fecha elegida fue el 17 de julio. Contó Lillin
Lagomarsino, esposa de Ricardo Guardo, presidente de la Cámara de Diputados, y
ama de compañía de Evita, que el tema motivó un durísimo entredicho entre Perón
y Eva.
Los rostros de Perón y de Evita lo dicen todo ante el discurso que está
pronunciando José Martínez de Hoz (hijo), presidente de la Sociedad Rural.
Esta última era absolutamente contraria a la participación de su esposo.
Con toda la vehemencia de que era capaz, le recordaba no solo la oposición a
ultranza de la Sociedad Rural a sus iniciativas a favor de los trabajadores
rurales sino el origen clasista, elitista y de la más rancia estirpe
oligárquica de sus integrantes. Perón dudaba, entre el respeto al protocolo
(militar al fin) y las razones que le tiraba en la cara Evita. Y sabía del odio
ancestral que ella sentía por aquella casta social, uno de cuyos integrantes la
había transformado en una hija ilegítima. Como es sabido, Eva nació de la
relación carnal furtiva entre Juan Duarte, un estanciero de Los Toldos,
localidad bonaerense cerca de Junín, con su cocinera Juana Ibarguren, con la
que tuvo -en idénticas condiciones- otras tres hijas y un hijo.
Finalmente, Perón impuso su criterio y la pareja presidencial asistió al
acto. Hay una fotografía que, con impagable elocuencia, revela claramente lo
que fue aquéllo. Perón vistió, con todos sus galones y condecoraciones, el
uniforme de general de la Nación. Y Evita apareció elegantísima, con un tapado
de piel, toda alhajada y un simpático sombrero de alas anchas. Pero de movida
nomás tuvo motivos para el disgusto: le tocó sentarse junto al presidente de la
Rural, José Martínez de Hoz, a su vez ubicado delante de su esposa, del tipo de
las que Landrú, años más tarde, identificaría como sus patéticas “señoras
gordas”.
Se impone decir que este Martínez de Hoz era el padre del que sería el
todopoderoso ministro de Economía del “Proceso” que Videla y sus acólitos
inauguraron en 1976. Y también subrayar que le correspondió a esta dictadura
militar, como no podía ser de otro modo, cancelar en 1980 ese Estatuto del Peón
que, entre peripecias de distinta índole, había sobrevivido hasta entonces y
contra el que el padre del tristemente célebre “Oreja” se había opuesto hasta las
últimas consecuencias.
El anfitrión intentó cambiar con Eva algunas palabras de circunstancias,
pero no encontró en ella la más mínima respuesta. Fue absoluta y
despreciativamente ignorado. Y después, cuando pronunció su discurso,
desbordante de críticas y quejas contra la política ganadera y agraria del
gobierno, tanto Perón como Eva no disimularon su malhumor con gestos de
fastidio, semblantes por demás elocuentes y hasta intercambios de miradas que
eran todo un programa. Cuando Martínez de Hoz terminó y se sentó, en medio del
aplauso de sus conmilitones, Eva se puso de pie, le dio la espalda y, sin
siquiera saludarlo, se dirigió a su esposo con un perentorio y seco: “Ya basta,
Juan, vámonos”. Obviamente, no pusieron nunca más un pie en el recinto.
Videla huésped de honor de la Sociedad Rural. El criminal Proceso canceló
el Estatuto del Peón.
Pocos meses después de aquel histórico 1946, y enmarcada en el tenso
conflicto social que hemos detallado, Marino grababa con acompañamiento de
guitarras su “Oda a Perón”, algunos de cuyos pasajes transcribimos:
– Oligarca caballero, prototipo del negrero,
que explotaste al obrero sin tenerle compasión,
ha sonado la campana anunciando el nuevo día
para el pueblo que veían en Perón su salvación. (…)
– Oligarca caballero que fumás cigarro habano,
que vivís en la abundancia porque sos explotador,
que jamás supo tu mano ni de pico ni de pala
para vos de entrañas malas solo queda la prisión (…)
– Menos pobres, menos ricos, sin mezquinos sentimientos:
es el lema del gobierno hecho carne en la Nación
de este pueblo de argentinos de elevados pensamientos
que jugándose el destino da la vida por Perón.
A poco más de 70 años del episodio protagonizado por Perón y Evita que aquí
se ha evocado, el 29 de julio pasado el presidente Macri inauguró oficialmente
la 131a Exposición Rural de Palermo. Comprensible su euforia, su inocultable y
desbordante orgullo. Se sentía en su casa. En medio de los “como uno”. Y,
naturalmente, se lo veía exultante, entusiasmado. Sus frases lo dicen todo:
– Cuando crece el campo, crece la Argentina…
– A Ustedes no les dimos una mano, lo que hicimos fue sacarle el pie de
encima al campo y el campo respondió…
– Tenemos que pasar a ser del granero del mundo al supermercado del mundo…
Una propuesta que habrá hecho proferir un grito de alegría desde sus
lujosas urnas funerarias donde descansan, en los lugares más selectos de
Londres, a Lord Salisbury, George Canning y Benjamín Disraeli, paladines del
colonialismo inglés que condenó a Argentina a ser su dependencia económica.
El pasado 8 de agosto la Sociedad Rural divulgó una durísima declaración
contra la “Resistencia Ancestral Mapuche” (RAM), sin alusión alguna a Santiago
Maldonado, el artesano desaparecido. Para que el lector tenga una cabal idea de
cuál es su pensamiento se transcriben algunos pasajes del documento.
Se reclama que tenga fin “la impunidad para los grupos delictivos y
violentos del Sur”, adjetivos que destina a la organización mapuche con la que
colaboraba Maldonado, a la que atribuye llevar adelante “una acción violenta y
una reiterada violación de la ley que nada tienen que ver con las
reivindicaciones étnicas”. Y la responsabiliza por “los delitos de privación
ilegítima de la libertad, abigeato, ocupación y daño a la propiedad privada”.
Por último, expresa su apoyo irrestricto a lo actuado por la Gendarmería
Nacional.