«El contentamiento y Ia codicia son dos fuerzas opuestas. El contentamiento nos aleja de la idolatría y nos acerca al corazón de Dios, mientras que la codicia nos aleja de Dios y nos guía hacia los altares de la idolatría.»
CAPITULO 7 - HABLANDO A LOS ÍDOLOS DEL CORAZÓN
¿Por qué tantos se extravían a causa de estas palabras «proféticas»? ¿Por qué con tanta frecuencia fallamos en discernir entre lo verdadero y lo falso? En el capítulo anterior hemos aprendido uno de los motivos para que esto ocurra: no hemos utilizado la verdadera profecía bíblica como marco de referencia.
La segunda razón es más sutil. No nace de una falla para comprender los patrones bíblicos. Está arraigada en lo secreto. Abrazamos esas palabras porque alimentan los deseos y motivaciones secretas de nuestro corazón. Han alimentado el deseo natural por las ganancias y la promoción. Sin darnos cuenta hemos adoptado el deseo de la recompensa de los fariseos —las alabanzas o reconocimiento del hombre y las riquezas y comodidades de esta vida. Hemos perdido de vista la recompensa eterna y aceptado la temporal. Esto inhibe nuestra habilidad de dividir correctamente la verdad de la falsedad.
Para explicar correctamente esto primero debo definir dos palabras. Por favor, preste mucha atención mientras considera estas definiciones. Permita que su mente piense como se aplican. Aunque estas palabras son familiares, permita que el Espíritu Santo implante su significado profundo en su corazón.
La codicia
La primera es codicia. El Diccionario Anaya de la lengua dice: «Deseo inmoderado o ardiente de riquezas u otras cosas.» Y el Diccionario Sopena dice: «Ansia, deseo inmoderado de riquezas. Deseo ardiente de goces o cosas buenas.»
Le pedí al Señor en oración su definición de codicia. Su respuesta fue: «Codicia es el deseo por las ganancias.»
Esto no limita la codicia al deseo por el dinero; abarca las posesiones, las posiciones, las comodidades, la aceptación, los placeres, el poder, la lujuria, etc. La codicia es el estado en que nos encontramos cuando no estamos contentos. Nos esforzamos porque carecemos de la paz o el reposo con lo que Dios nos ha dado. Nos resistimos al plan o proceso de Él en nuestras vidas.
La codicia es lo opuesto al contentamiento. La Biblia nos dice que: «Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento» (1 Timoteo 6.6). El contentamiento piadoso contiene en sí mismo gran ganancia y paz que trasciende el entendimiento. En contraste, la codicia es una morada para el desasosiego y es alimentado por continuos deseos y lujuria. Es un estado donde son eminentes el engaño y la destrucción.
Algunos pueden preguntar: «¿Pero no fue el mismo Pablo el que nos dijo "¿Procurad, pues, los dones mejores”? (1 Corintios 12.31).» Sí, pero su instrucción debe ser tomada en contexto. Nos dijo qué deseáramos los mejores dones con el propósito de edificar o construir la Iglesia. (1 Corintios 14.12 Así también vosotros; puesto que anheláis los dones espirituales, procurad abundar en ellos para la edificación de la iglesia). Esto significa que el motivo detrás de estos deseos es ver a otros beneficiarse a través del plan y los propósitos de Dios. Cuando nuestros deseos son puros, no nos importa si somos nosotros u otra persona los usados para dispersar sus dones. Lo que queremos es estar seguros de que el pueblo de Dios está recibiendo
Hablando a los ídolos del corazón
de parte de Él. Si se nos han confiado dones, no podemos estar preocupados por las reacciones de los hombres. Debemos esforzarnos para tener la aceptación de Dios. Solo entonces podremos ser fieles para hablar lo que los hombres necesitan, no lo que quieren. Tendremos la mente del Reino.
Si poseemos los deseos del corazón de Dios no importa quién recoge la cosecha. ¡Solo deseamos que la cosecha sea recogida! Con frecuencia nos faltan los motivos del Señor y cedemos al poder de la codicia, aun cuando este viene en el poder y la unción de Dios. Viajamos cientos de millas por un servicio de «doble porción» o por obtener una palabra, pero aun así no confrontamos la envidia y los motivos egoístas que están escondidos en nuestro corazón. Es fácil perseguir el poder mientras somos negligentes en buscar la pureza y la santidad de Dios.
Mientras estábamos de vacaciones con mi familia, encontramos un canal cristiano de televisión y vimos cómo un popular evangelista enseñó a una gran multitud acerca de la unción. Compartió acera del precio de ella, mientras la gente escuchaba atentamente. No era difícil detectar su pasión por el poder de Dios. Algunos hasta se pararon y lo miraron fijamente con miradas ardientes. Sin embargo, yo sentí aflicción en mi espíritu. Esto fue confirmado mientras veía a un hombre subir a la plataforma y poner un cheque en las manos del evangelista; era una ofrenda. Mi mente regresó a Pedro, cuando le fue ofrecido dinero por la unción (Hechos 8.18-24 Cuando Simón vio que por medio de la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo: —Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo imponga las manos reciba el Espíritu Santo. Entonces Pedro le dijo: —¡Tu dinero perezca contigo, porque has pensado obtener por dinero el don de Dios! Tú no tienes parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el pensamiento de tu corazón; porque veo que estás destinado a hiel de amargura y a cadenas de maldad. Entonces respondiendo Simón dijo: —Rogad vosotros por mí ante el Señor, para que ninguna cosa de las que habéis dicho venga sobre mí). Miré con alivio cuando este evangelista retornaba el cheque a las manos del hombre. Salí y caminé solo por la playa. «Señor», pregunté, «Sentí aflicción... creo saber por qué, pero quiero que me lo expliques.»
Escuché su suave voz hablando a mi corazón. «John, ellos están apasionados por mi poder, pero por los motivos equivocados. El poder puede hacer sentir a una persona importante. Les da autoridad, los valida o les trae riquezas.»
Luego recordé las palabras de Jesús en el día del juicio. Ellos profesaban su señorío, basándose en el hecho de que habían hecho milagros, echado fuera demonios y profetizado en su nombre. Él se vuelve a ellos y les dice: «¡Apártense de mí ustedes no han hecho la voluntad de mi Padre!» (Mateo 7.21-23; parafraseado).
El Señor continuó: «John, nota que la gente no dijo: "Señor, Señor, en tu nombre visitamos a los que están encarcelados, alimentamos a los hambrientos y vestimos a los desnudos."» Pensativamente, estuve de acuerdo: «No, no lo hicieron.»
Entonces vi cómo tantos ambicionan sus dones por razones egoístas o beneficio propio, no por amor a Jesús y su pueblo. Esta es solo una de las formas en que la codicia ha trepado en la Iglesia. Hemos permitido —y en algunos casos hasta animado— un excesivo deseo por el poder del ministerio.
El contentamiento
Ya hemos mencionado esta palabra. El Diccionario Webster define contento o contentamiento como: «descanso o reposo de mente en la condición presente; satisfacción que mantiene a la mente en paz, la queja, la oposición o el deseo refrenados, y con frecuencia implica un grado moderado de felicidad.»
En oración le pedí al Señor por su definición simple de contentamiento. Escuché en mi corazón: «Completa satisfacción en mi voluntad.»
La vida de Jesús es la viva imagen del contentamiento. Escuchamos esto repetidamente en sus palabras: «Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra» (Juan 4.34). Su completo contentamiento y compromiso con la voluntad de Dios es evidente en el Salmo mesiánico, que dice: «El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón» (Salmo 40.8).
Para Él no existía ningún deseo o pasión fuera de la voluntad de Dios. Su única pasión era cumplir los deseos de su Padre. De este contentamiento nacieron las palabras: «Y yo vivo por el Padre» (Juan 6.57). Esto produjo una seguridad y estabilidad sobrenaturales, que tan audazmente proclamó: «Porque sé de dónde he venido y a dónde voy» (Juan 8.14). A causa de esto Él no podía ser disuadido o extraviado.
Jesús vivió solo para los deseos del Padre, y su completa satisfacción y confianza se encontraba en hacer la voluntad del Padre. Somos exhortados:
«Sean vuestras costumbres [comportamiento] sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré.»
— HEBREOS 13.5, contenido entre corchetes añadido.
Hablando a los ¡dolos del corazón
El contentamiento con su voluntad es estar libres de la codicia. Es estar libres de la servidumbre al amo del yo. Este es el verdadero descanso en el que cada creyente va a permanecer. Se nos dijo:
«Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras» (Hebreos 4.10). Este lugar de reposo provee gran fortaleza y confianza.
«Porque así dijo Jehová el Señor, el Santo de Israel: En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en confianza será vuestra fortaleza.»
— ISAÍAS 30.15
Las Escrituras nos describen como ovejas que se han desviado y extraviado. Pero la salvación no se encuentra solo en el hecho de regresar sino en la combinación de regresar y descansar. Esta palabra hebrea para salvar es yasha. Esencialmente, significa: «Quitar, o buscar quitar a alguien de una carga, opresión o peligro.»
Una de las definiciones del Diccionario Strong para esto es: «Estar seguro.» En este estado de descanso o contentamiento encontramos la seguridad contra el engaño. Aquí no seremos llevados por mal camino.
Antes de su conversión al cristianismo, Pablo perseguía apasionadamente el poder, la influencia y la notoriedad. Sus propias palabras describen cómo Jesús transformó su vida y ministerio:
«No digo esto porque esté necesitado, pues he aprendido a estar satisfecho en cualquier situación que me encuentre.»
— FILIPENSES 4.11, NVI.
Pablo aprendió a vivir en un lugar de descanso eterno. A la iglesia occidental le falta desesperadamente este contentamiento. Nuestra cultura y sociedad presente alientan un estado de descontento constante. Llevan a sus habitantes a afanarse y conseguir más y más. Estamos entrenados en el descontento. Estamos continuamente acosados por la familia, los amigos, la publicidad, los medios de comunicación y por otras diferentes formas que nos dicen que nos falta lograr la satisfacción de este mundo. Si cedemos esta presión producirá ambiciones elevadas y egoístas, metas competitivas.
Tristemente, con mucha frecuencia las metas de los ministros siguen estos patrones. Los sueños o llamados son pervertidos a enfocarse más en el cumplimiento de motivaciones personales. Aunque el llamado puede ser genuino, los motivos se adulteran o son contaminados. Estas ambiciones están hábilmente disfrazadas en el diálogo cristiano y ministerial, haciendo que sean más difíciles de detectar. No importa cómo se disfracen, aun así, no son nada más que codicia.
La idolatría hoy
El contentamiento y la codicia son dos fuerzas opuestas. El contenta miento nos aleja de la idolatría y nos acerca al corazón de Dios, mientras que la codicia nos aleja de Dios y nos guía hacia los altares de la idolatría. Contrastar palabras de significados opuestos ilustra más claramente sus distinciones. Al definir estas dos palabras obtuvimos un claro cuadro de la codicia. Es más fácil ver cómo ha trepado en la iglesia bajo el disfraz del ministerio o bendiciones para encubrir su verdadera identidad.
A la luz de este entendimiento, examinemos la palabra codicia a través de las palabras de Ezequiel, el profeta de Dios.
«Y vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, estos hombres han puesto sus ídolos en su corazón, y han establecido el tropiezo de su maldad delante de su rostro. ¿Acaso he de ser yo en modo alguno consultado por ellos?»
— EZEQUIEL 14.2,3
Dios se lamentó que su pueblo del pacto viniera delante suyo pidiendo consejo, dirección o sabiduría con ídolos escondidos en sus corazones. No es claro si ellos estaban completamente conscientes de lo que estaban haciendo. Parece que la verdad estaba protegida de sus ojos. Los ídolos de los cuales habían buscado satisfacción causó que cayeran en la iniquidad. La palabra hebrea para iniquidad es awon. Significa: «una ofensa intencional o no contra las leyes de Dios.»2
Note que Dios no dice que han puesto los ídolos en sus salas, jardines o debajo de sus árboles. Esto es porque la idolatría comienza en el corazón. Antes de seguir adelante debemos definir la idolatría.
Idolatría es una palabra un tanto extraña para la iglesia americana. Tenemos la tendencia a desatender las advertencias de Dios en relación a ella como si no tuvieran aplicación actual para nosotros. No tenemos altares o estatuas de oro. No tenemos imágenes esculpidas en piedra o madera. Usted podría agotarse buscando a alguien criado en nuestra cultura occidental involucrado en tales prácticas. Sabemos que las verdades dichas en las Escrituras todavía nos hablan a nosotros en la actualidad; por lo tanto, la idolatría debe tener una aplicación actual. Examinemos las Escrituras para formular nuestra definición. Solo entonces reconoceremos el asombroso nivel de nuestro involucramiento.
El primero de los Diez Mandamientos es: «Yo soy Jehová tu Dios...No tendrás dioses ajenos delante de mí» (Éxodo 20.2,3). La palabra hebrea para dioses es elohiym. Esta palabra aparece casi 2250 veces en el Antiguo Testamento. En aproximadamente 2000 de esas referencias la palabra es utilizada para identificar a Dios el Señor. Un ejemplo de esto es Deuteronomio 13.4: «En pos de Jehová vuestro Dios andaréis; a él temeréis, guardaréis sus mandamientos y escucharéis su voz, a él serviréis, y a él seguiréis.» Puede ver en este pasaje que se da el nombre de Jehová, y entonces es referido a nosotros como «vuestro elohiym [Dios]». Él es Dios, la autoridad absoluta y el recurso final. Cuando Dios dice que no tendremos otros dioses (elohiym) delante de Él, está diciendo: «Yo soy tu recurso para todo. Nada tomará mi lugar.» Jesús lo dijo de esta forma: «Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí» (Juan 6.57). Nos alimentamos de lo que nos sustenta. Se convierte en nuestro recurso de vida. Es por eso que Jesús se refiere a sí mismo como el Pan de Vida (Juan 6.48 Yo soy el pan de vida).
Un ídolo se convierte en un recurso para nosotros. Esto puede suceder en cualquier área de nuestras vidas. Un ídolo toma el lugar que solo Dios merece. Puede servir como un recurso para la felicidad, comodidad, paz, provisión, etc. Dios dice: «No haréis para vosotros ídolos» (Levítico 26.1). Nosotros somos los que hacemos un ídolo. El poder del ídolo yace en nuestros corazones. Así que no siempre está hecho de piedras, madera o metales preciosos.
¡Un ídolo es cualquier cosa que pongamos en nuestras vidas antes que a Dios! Es lo que amamos, nos gusta, confiamos, deseamos o le damos más atención que al Señor. Un ídolo es de dónde sacamos nuestra fortaleza o a lo que se la damos. Un creyente entra en la ido latría cuando permite que su corazón sea agitado por el descontento y busca la satisfacción fuera de Dios. Esto puede ser una persona, una posesión o una actividad. Por lo tanto, la idolatría se encuentra en el egoísmo. Pablo confirma esto, diciendo:
«Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría.»
— COLOSENSES 3.5
La idolatría es definida a través de las Escrituras como codicia o un corazón que busca ganar el beneficio propio. Nuevamente, quiero enfatizar que esto no se limita a las cosas materiales. Simplemente puede ser cualquier cosa. Por ejemplo, el deseo de reconocimiento puede ser un ídolo. El gozo y la fortaleza temporales vienen con el deseo de reputación o fama, mientras que el desánimo acompaña la falta de ellos. La competencia surge por el deseo de atención y afectos de parte de otros. Como resultado, las opiniones de otros se convierten en algo cada vez más importante. Finalmente, la opinión de los hombres pesa más que la de Dios.
Otro ejemplo puede ser el deseo de compañerismo. Juan nos dice: «Nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo» (1 Juan 1.3). Somos animados a entrar y habitar en el compañerismo del Espíritu Santo (2 Corintios 13.14 La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros). Fuera de este compañerismo puro, Dios levantará relaciones saludables con otros en el Cuerpo. Él conoce mejor que nosotros qué es necesario y saludable en las relaciones. Pero algunos dudan de la preocupación, tiempo o selección de Dios y se vuelven ansiosos. Su contentamiento es interrumpido y dudan de la provisión del Señor. Comienzan a desear y buscar compañerismo fuera del plan y de la voluntad de Dios. Así es como muchos se encuentran a sí mismos en relaciones que finalmente arruinan o corrompen su caminar con Dios. Con frecuencia, es así como se hacen las malas elecciones para el matrimonio. El ídolo del compañerismo ensombrece todo razonamiento pertinente y terminan tropezando.
La idolatría se origina en el corazón. Una persona puede caer fácilmente en ella mientras asiste a las reuniones y profesa su fe en Jesucristo. En el Antiguo Testamento, Judá podía ir tras otros dioses en cada monte alto o debajo de cada árbol, cometiendo idolatría (Jeremías 3.6 Jehovah me dijo en los días del rey Josías: "¿Has visto lo que ha hecho la apóstata Israel? Ella ha ido a todo monte alto; y bajo todo árbol frondoso, allí se ha prostituido). Luego iban al templo del Señor y se ponían delante de Él y adoraban (Jeremías 7.1-11 La palabra de Jehovah que vino a Jeremías, diciendo: "Ponte de pie junto a la puerta de la casa de Jehovah y proclama allí esta palabra. Diles: Oíd la palabra de Jehovah, todos los de Judá que entráis por estas puertas para adorar a Jehovah. Así ha dicho Jehovah de los Ejércitos, Dios de Israel: Corregid vuestros caminos y vuestras obras, y os dejaré habitar en este lugar. No confiéis en palabras de mentira que dicen: ‘¡Templo de Jehovah, templo de Jehovah! ¡Este es el templo de Jehovah!’ Porque si realmente corregís vuestros caminos y vuestras obras, si realmente practicáis lo justo entre el hombre y su prójimo, si no oprimís al forastero, al huérfano y a la viuda, si no derramáis sangre inocente en este lugar, y si no vais tras otros dioses para vuestro propio mal, entonces os dejaré habitar en este lugar, en la tierra que desde siempre y para siempre di a vuestros padres. "He aquí que vosotros estáis confiando en palabras de mentira que no aprovechan. Después de robar, de matar, de cometer adulterio, de proferir falso testimonio, de ofrecer incienso a Baal y de ir tras otros dioses que no conocisteis, ¿vendréis para estar delante de mí en este templo que es llamado por mi nombre y para decir: ‘Somos libres’ (para seguir haciendo todas estas abominaciones)? ¿Acaso este templo, que es llamado por mi nombre, es ante vuestros ojos una cueva de ladrones? He aquí que yo también lo he visto, dice Jehovah). De hecho, Dios expone la hipocresía de ellos, señalándoles a través de Ezequiel que la gente sacrificaba a los ídolos y «entraban en mi santuario el mismo día» (Ezequiel 23.39). Ellos todavía iban al templo, pero sus corazones pertenecían a la idolatría.
La idolatría y las palabras proféticas
Con este entendimiento de la idolatría, leamos nuevamente lo que Dios dijo a través del profeta Ezequiel:
«Y vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, estos hombres han puesto sus ídolos en su corazón, y han establecido el tropiezo de su maldad delante de su rostro. ¿Acaso he de ser yo en modo alguno consultado por ellos? Háblales, por tanto, y diles: Así ha dicho Jehová el Señor: Cualquier hombre de la casa de Israel que hubiere puesto sus ídolos en su corazón, y establecido el tropiezo de su maldad delante de su rostro, y viniere al profeta, yo Jehová responderé al que viniere conforme a la multitud de sus ídolos...»
— EZEQUIEL 14.2-4
¡Wow! Cuando la gente va delante del profeta con idolatría —el deseo de beneficio personal— en sus corazones y pide consejo o palabra profética, pueden tener alguna, pero la palabra no va a ser la voluntad de Dios. Ahora escuchemos lo que Dios tiene para decir acerca de esos profetas:
«...Y si alguno de los falsos profetas de cualquier modo le da un mensaje, es una mentira. Su profecía no se cumplirá, y yo me pondré contra ese "profeta" y lo destruiré de entre mi pueblo Israel.»
— EZEQUIEL 14.9, BD.
Durante los últimos meses en oración el Señor ha trabajado conmigo acerca del ministerio profético falso. He clamado por respuestas acerca de qué es lo que hay detrás de esas palabras que tan libremente son dadas a la Iglesia hoy día. En respuesta, el Espíritu de Dios me guio a este capítulo en Ezequiel. Se hizo más claro mientras leía el pasaje. Descubrí que la raíz de cualquier abuso era algún tipo de codicia. Encontré cómo Dios describe a su pueblo y a los profetas en el período de tiempo cuando la codicia florecía junto a la verdadera profecía en Israel.
«Porque desde el más chico de ellos hasta el más grande, cada uno sigue la avaricia; y desde el profeta hasta el sacerdote, todos son engañadores.»
— JEREMÍAS 6.13
Comencé a entrever el profundo trabajo espiritual detrás de este grave error. Puedo ver el descontento de los hombres y mujeres que vienen a estos servicios. De esto se ha levantado el deseo por lo que ellos piensan que les falta en la vida. (Con mucha frecuencia estas no son necesidades sino nada más que ambiciones o codicia). La idolatría los abre a recibir palabras que son dichas directamente a esas ambiciones o codicias, y fortalecen esos deseos o ídolos. Todo lo que necesitan para escuchar lo que quieren es encontrar «ministerios» que fallan en el temor de Dios. Estos estarán preocupados por su reputación, apariencia, crecimiento y agenda. Pueden ser comprados o persuadidos con la recompensa adecuada; de este modo hablarán a la luz de los deseos personales en lugar de hacerlo a la luz de la Palabra de Dios.
La historia en 2 Crónicas 18 ilustra cómo los ídolos del corazón pueden traer sobre ellos mismos confirmación profética. Josafat, rey de Judá, se había aliado a Acab, rey de Israel, a través del casamiento de sus hijos. Esta no fue una buena movida para Josafat porque él temía al Señor, mientras que Acab era un idólatra. Luego de algún tiempo, Josafat fue a Samaria a visitar a Acab.
Acab le preguntó a Josafat si él y Judá irían a la guerra junto a Israel para atacar a Siria. Josafat respondió: «—¡Por supuesto! — contestó el rey Josafat—. Estoy contigo en todo. ¡Mis regimientos están a tu disposición! Sin embargo, será bueno que primero lo pongamos a la consideración del Señor» (v. 3,4, BD).
Entonces el rey de Israel reunió a todos los profetas de Israel, 400 hombres. Note que estos no eran profetas de Baal o de otros dioses falsos sino de Dios, el Señor. (Ver v. 10, el cual dice que hablaban en el nombre de Jehová). El rey les preguntó si debían ir a la guerra o abstenerse.
Los profetas, todos a un acuerdo, contestaron: «Sube, porque Dios los entregará en mano del rey.»
Aun así, Josafat no estaba satisfecho con la respuesta de esta gran compañía de profetas. El temor de Dios en su vida había guardado de alguna forma intacto su discernimiento. Él preguntó: «¿Hay aún aquí algún profeta de Jehová, para que por medio de él preguntemos?» Sabía que estos eran los profetas de Israel y que habían hablado en el nombre de Jehová, pero todavía había algo que no estaba bien.
Acab dijo: «Aún hay aquí un hombre por el cual podemos preguntar a Jehová; más yo le aborrezco, porque nunca me profetiza cosa buena, sino siempre mal. Este es Micaías.»
Entonces Josafat le dijo a Acab: «No hable así el rey.» Acab odiaba a Micaías porque nunca le había profetizado lo que él quería oír. Micaías no quería nada de parte de Acab. Le temía a Dios más que al hombre. Él sabía que Dios era su fuente y prefería agradar a Dios antes que a un rey malvado. Esto lo guardó puro y libre de la adulación en la que operaban los otros.
Entonces Acab envió por Micaías. Mientras estaban esperando por el hombre de Dios, los otros «profetas de Jehová» continuaron profetizando delante de los dos reyes. Uno de ellos, llamado Sedequías, un hebreo de la tribu de Benjamín (1 Crónicas 7.6-10 Los hijos de Benjamín fueron tres: Bela, Bequer y Yediael. Los hijos de Bela fueron: Ezbón, Uzi, Uziel, Jerimot e Iri; cinco jefes de casas paternas, hombres valientes; y en sus registros genealógicos fueron contados 22.034. Los hijos de Bequer fueron: Zemira, Joás, Eliezer, Elioenai, Omri, Jerimot, Abías, Anatot y Alémet. Todos éstos fueron hijos de Bequer. Contados en sus registros genealógicos, según sus generaciones, los que eran jefes de sus casas paternas fueron 20.200 hombres valientes. Bilhán fue hijo de Yediael. Y los hijos de Bilhán fueron: Jeús, Benjamín, Ehud, Quenaana, Zetán, Tarsis y Ajisajar), se hizo unos cuernos de hierro y dijo: «Así ha dicho Jehová: Con estos acornearás a los sirios hasta destruirlos por completo.»
Entonces todos los profetas profetizaron diciendo: «Sube contra Ramot de Galaad, y serás prosperado; porque Jehová la entregará en mano del rey.»
Estas eran terribles y específicas palabras «de Dios». Ellos estaban edificando, animando y confortando. Las mismas palabras proféticas fueron puntualizadas por casi todos los profetas en Israel. Seguramente hay seguridad en la multitud de profetas... ¿no es cierto? Y lo que realmente era edificante es que las profecías ¡eran una confirmación! (Este término es muchas veces mencionado en nuestra aceptación de las palabras proféticas.) ¡Ellas confirmaban el deseo exacto del corazón de Acab! Sí, es correcto; hablaban directamente de sus deseos de ganar.
Ahora, mientras los profetas profetizaban, el mensajero encontró a Micaías y le habló, diciendo: «He aquí las palabras de los profetas a una voz anuncian al rey cosas buenas; yo, pues, te ruego que tu palabra sea como la de uno de ellos, que hables bien.»
He escuchado antes consejos como este: «John, anima a la gente. Predica mensajes positivos. Edifícalos. Dales palabras personales del Señor que los conforten. Termina tus servicios con una canción de triunfo. Deja que se vayan sintiéndose bien.» Ellos actúan como si el mensajero pudiera entrometerse con el mensaje del Rey. ¡Qué irreverencia terrible!
La respuesta directa de Micaías fue: «Vive Jehová, que lo que mi Dios me dijere, eso hablaré.» ¡Oh Padre, envíanos profetas que hagan lo mismo en nuestros días!
Cuando Micaías vino delante de Acab, se le hizo la misma pregunta que ya había sido respondida por los otros profetas. Primeramente, le dijo lo que Acab quería oír: «Subid, y seréis prosperados, pues serán entregados en vuestras manos.»
Acab se molestó con Micaías, porque pensó que se estaba burlando de él. Pero Micaías solo estaba ilustrando lo que Dios le había revelado acerca de lo sucedido con los otros 400 profetas.
Entonces Micaías dijo las verdaderas palabras proféticas: «He visto a todo Israel derramado por los montes como ovejas sin pastor; y dijo Jehová: Estos no tienen señor; vuélvase cada uno en paz a su casa.»
Acab se volvió a Josafat y le dijo: «¿No te había yo dicho que no me profetizaría bien, sino mal?»
Entonces Micaías procedió a decirle a Acab por qué los otros profetas le habían dicho que fuera a la batalla.
«Oíd, pues, palabra de Jehová: Yo he visto a Jehová sentado en su trono, y todo el ejército de los cielos estaba a su mano derecha y a su izquierda. Y Jehová preguntó: ¿Quién inducirá a Acab rey de Israel, para que suba y caiga en Ramot de Galaad? Y uno decía así, y otro decía de otra manera. Entonces salió un espíritu que se puso delante de Jehová y dijo: Yo le induciré. Y Jehová le dijo: ¿De qué modo? Y él dijo: Saldré y seré espíritu de mentira en la boca de todos sus profetas. Y Jehová dijo: Tú le inducirás, y lo lograrás; anda y hazlo así. Y ahora, he aquí Jehová ha puesto espíritu de mentira en la boca de estos tus profetas; pues Jehová ha hablado el mal contra ti.»
—2 CRÓNICAS 18.18-22
Dios respondió a Acab de acuerdo al engaño y la idolatría en su corazón. Acab recibió las palabras que quería oír, pero rechazó las verdaderas palabras de Dios que podrían haberle traído protección y liberación. Fue a la batalla y pensó que estaría protegido, porque se disfrazó para que los sirios no lo reconocieran. ¡Usted puede esconderse del hombre, pero nunca de Dios! Él fue atravesado por una flecha y murió antes que el día terminara.
¿Y qué sucede actualmente? Los «profetas del Señor» están profetizando sobre toda la tierra. Dicen muy libremente: «Así dice el Señor...», pero, ¿es el Espíritu de Dios, o sus palabras son inspiradas por las engañosas fuerzas de la idolatría? ¿Están los ídolos residiendo tanto en el corazón de los profetas como en el de la gente? Debemos recordar muy bien la advertencia de Pablo: «Porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz» (2 Corintios 11.14 Y no es de maravillarse, porque Satanás mismo se disfraza como ángel de luz).
Pablo no dice que Satanás puede transformarse en ángel de luz, ¡sino que lo hace! Es su principal modo de operación. Esto significa que él o sus cohortes pueden imitar palabras proféticas en la mente de los profetas; palabras que hacen pensar que el Espíritu de Dios está hablando. Especialmente, ya que el Señor declaró: «Yo Jehová engañé al tal profeta» (Ezequiel 14.9). Recuerde que Dios dio permiso al espíritu de mentira para influenciar a los profetas de Israel.
Igual que en los días de Jeremías y Ezequiel, hay una multitud de palabras. Parece ser que la mayoría de ellas anuncian prosperidad, felicidad y paz. En lugar de llamar a los hombres y mujeres a que vuelvan al corazón de Dios con palabras firmes, los alejan con palabras que alimentan los ídolos en sus corazones. Pablo previo esto:
«Porque llegará el tiempo en que no van a tolerar la sana doctrina, sino que, llevados de sus propios deseos, se rodearán de maestros que les digan las novelerías que quieren oír.»
— 2 TIMOTEO 4.3, NVI.
Estos maestros o profetas le hablarán a la gente de tal forma que sus codiciosos e idólatras corazones serán satisfechos. Debemos rogar a Dios por profetas como Micaías, que hablen fielmente la palabra del Señor, sea o no bienvenida.
«Ministerio en una mano y dinero en la otra»
Mi esposa y yo conocemos a una mujer —a la cual llamaré Susana por la seguridad de su privacidad— que asistió a una reunión «profética».
Ella es soltera y tiene alrededor de treinta años. Tiene un gran deseo de casarse y estar en el ministerio. Le comentó a alguien que estaba muy ajustada financieramente. Durante la reunión se le pidió que se pusiera de pie. El muy conocido «profeta» no tenía ni idea de quién era ella, pero aun así le dio esta palabra: «Así dice el Señor: "Te estoy dando un esposo, ¡y él tendrá un ministerio en una mano y dinero en la otra! Te estoy preparando para él ahora."» Luego, el «profeta» le dijo que todo sucedería rápidamente y que ella estaría casada en tres meses. Por supuesto, ella estaba asombrada y abrumada por el gozo de que «Dios le había hablado...» Lloró, segura de que Dios había escuchado el clamor de su corazón.
Se preparó para este esposo que vendría rápidamente con ministerio y dinero en sus manos. Compró un vestido de novia, aunque sus finanzas estaban muy ajustadas. También rechazó una buena oferta de trabajo, sabiendo que su pareja llegaría pronto. Pasaron los tres meses y no solo las campanas de boda no sonaron, sino que tampoco conoció o desarrolló ninguna relación con un hombre. De hecho, al momento de escribir esto, ya pasaron cinco años y ella sigue soltera. Ha deambulado de una carrera a otra y de iglesia en iglesia, observando y esperando.
La palabra habló directamente a un deseo desmedido de su corazón. Casamiento, ministerio y finanzas —todas sus áreas de descontento— le fueron prometidas que se cumplirían. La profecía personal confirmó los deseos de su corazón y parecía asombrosamente exacta, pero, ¿era del Señor o fue inspirada por otra fuente? Juzgándolo por los frutos, tanto el profeta como Susana fueron engañados, ¡Ambos creyeron completamente que eran palabras del Espíritu Santo!
Podría darle ejemplo tras ejemplo de la misma cosa. De hecho, no creo que deba ir mucho más lejos para decir que la mayoría de las palabras personales caen dentro de esta categoría. Los cuestionadores descontentos asisten a las reuniones donde los «profetas» que agradan a los hombres son fácilmente inducidos a decirles lo que hay en sus corazones. El resultado es evidente; las palabras reflejan los codiciosos deseos de los inquisidores y los motivos del profeta. Ambos son engañados a pensar que realmente es el Señor el que está hablando.
«Trabajarás para el evangelista»
Regresando a mediados de los ochenta, yo servía en el ministerio de ayuda en una iglesia muy grande, en Texas. Una de mis responsabilidades era atender a los predicadores invitados. Había un evangelista en particular que venía regularmente a nuestra iglesia, a quien yo amaba. Es muy conocido en los países del Tercer Mundo, y había visto a millones venir al Reino durante sus cuarenta años de ministerio.
Yo estaba muy atraído por él, y cada vez que venía a nuestra iglesia teníamos un hermoso compañerismo. Me había dado el número de teléfono de su casa y contestaba mis cartas cuando le escribía. Durante un período de tiempo de cuatro años me dio dos vestuarios completos, ya que teníamos la misma talla.
Quería trabajar para este hombre en una forma equivocada. Trabajar para él se convirtió en el centro de mi vida y ministerio. Me avergüenza decir esto, pero recuerdo en mis oraciones íntimas, cuando podía profetizarme a mí mismo que me iría de donde estaba y serviría a este hombre, así como Elíseo sirvió a Elías. Podía divagar sobre cómo iría más lejos y haría más de lo que hasta él había hecho. Entonces podría predecir «proféticamente» una doble porción de unción de milagros y salvación. Hasta fui lo suficientemente audaz como para escribir estas profecías en papel. Mi esposa me escuchaba y me decía que estaba afligida, pero yo pensaba que ella simplemente se estaba resistiendo al cambio.
Luego de dos años, sucedió algo realmente excitante. En el transcurso de un par de meses dos personas diferentes profetizaron que yo trabajaría para este evangelista. ¡Hasta dijeron su nombre! Yo estaba en un estado de gozo extremo.
Comencé a prepararme. Le escribí, compartiéndole mis deseos de trabajar para él y su esposa. El tiempo pasó y continuamos moviéndonos en esa dirección. Entonces Dios, claramente, mostró que esa no era su voluntad para nosotros; nunca lo había sido. Durante casi cuatro años el centro completo de mis emociones, ministerio, ambiciones y pensamientos había sido trabajar para él. Todos aquellos cercanos a mí también lo sabían. Me sentí avergonzado y humillado.
Durante semanas estuve paralizado, tanto espiritual como emocionalmente. Recuerdo pensar: ¿Cómo sucedió esto? ¿Y qué sobre las palabras proféticas que me dieron? ¿Cómo pude estar tan equivocado? Recuerdo haberle dicho a un pastor del equipo:
— Siento como que soy insignificante. Todo el mundo debe pensar que no valgo nada.
Pero lo que más me asustaba era una pregunta que me obsesionaba: ¿Como sabré en el futuro si estoy escuchando de parte de Dios?
Fue doloroso, y me tomó unos pocos meses, pero Dios no solo me sanó sino que también me restauró. Descubrí que el ministerio se había convertido en un ídolo para mí, y trabajar para ese hombre era el centro de mi idolatría. La sanidad vino una mañana mientras oraba. Escuché a Dios decir: «John, pon el ministerio en el altar.»
Ya me había arrepentido de mis deseos excesivos e incorrectos, y después de años de tensión y esfuerzos, yo estaba más que listo para dejarlo. Alcé mis manos, simbolizando mi rendición, y desde lo profundo de mi ser dije: «Señor, lo pongo en el altar. Te lo devuelvo. Si Jesús viene y yo todavía estoy manejando el microbús para mi iglesia y sirviendo a mi pastor, no dirás que te he desobedecido.»
Experimenté que la paz de Dios inundaba mi alma por primera vez en dos años.
Le pregunté al Señor: «¿Por qué me pides que haga esto?»
El Señor respondió: «¡Porque quiero ver si me estás sirviendo a mí o a un sueño!» Su declaración abrió mis ojos.
Permanecí en paz, guardando esto cuidadosamente. En cuestión de meses Dios me promovió a su servicio, y comencé como pastor asociado. ¡El ministerio ya no era más un ídolo!
El entendimiento completo de cómo tuvo lugar todo esto no vino hasta más de diez años después, cuando el Señor me habló a través de Ezequiel 14. Vi como había edificado el ídolo del ministerio y abrazado las palabras que hablaban de él. Me había osado a hablar idolatría en mi propio corazón, y los dos individuos que me dieron palabras lo hicieron en respuesta a mi idolatría. Esas eran palabras engañosas que trajeron confusión a mi vida y a la de los que estaban cerca mío. Jeremías 17.9 nos dice que el corazón es engañoso más que todas las cosas. Yo había permitido que mi corazón me llevara por mal camino. Había torcido las Escrituras para llenar mis deseos y había llamado a mis palabras como de Dios.
Algunos pueden preguntar: «¿Había un espíritu de mentira hablando a través suyo y de los otros individuos?» Puede haberlo habido, pero no es eso en lo que quiero que nos enfoquemos. Quiero que nos centremos en el engaño. Me engañé a mí mismo a través de mi descontento y mis deseos desmedidos. Estaba lejos de habitar en su descanso, mientras trabajaba para apaciguar la codicia de mi propio corazón.
El deseo del éxito es la fuerza mayor detrás de la aceptación de la falsa profecía en la Iglesia. ¡Escuche lo que Dios dijo a través de jeremías!
«Así dice el Señor Todopoderoso, el Dios de Israel: “No se dejen engañar por los profetas ni por los adivinos que están entre ustedes. No hagan caso de los sueños que ellos tienen.»
— JEREMÍAS 29.8, NVI.
¡Nosotros animamos a los profetas y adivinos a hablarnos de acuerdo a nuestro descontento e idolatría! ¡Tenemos parte en esto y debemos arrepentimos de nuestro descontento y codicia por los deseos de ganancias!
Hay esperanza. Aunque hayamos divagado por mal camino y seguido tras las palabras de la idolatría, todavía no es tarde para regresar al camino de la vida. Dios nos amonesta porque anhela restaurarnos. ¡Él perdonará! Me limpió y me restauró a mí. Me arrepentí delante de Dios y de todos aquellos que habían sido afectados por mi pecado al utilizar su nombre en vano y hablar falsamente. Él no rechaza a las personas. Hará lo mismo por cualquiera que se humille y arrepienta.
Si usted ha hablado palabras proféticas falsas o se ha extraviado en el camino del engaño y la idolatría, necesita saber que el perdón de Dios está disponible a través del arrepentimiento. En el próximo capítulo veremos las consecuencias de someternos al ministerio profético falso o las palabras falsas.