CAPITULO 15 - PONER A PRUEBA Y MANEJAR LA PROFECÍA PERSONAL (¿ASI DICE EL SEÑOR?)

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Fernando Alvarez Hurtado

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Nov 19, 2024, 9:47:38 AM11/19/24
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«Si escuchamos palabras en nuestra mente o nos son dadas por otros sin el testimonio de la paz, esa palabra deberá ser rechazada, El testimonio de la paz es el árbitro o quien toma la decisión.»

 

 

CAPITULO 15 - PONER A PRUEBA Y MANEJAR LA PROFECÍA PERSONAL

 

En la actualidad muchos son animados a ir y buscar palabras de un profeta. Esta idea se origina en las prácticas del Antiguo Testamento de consultar al profeta pidiéndole dirección. Pero, ¿estamos todavía bajo el Antiguo Testamento? ¿Habla Dios solamente a través de los profetas? No, Dios declara con claridad:

 

«Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio de su hijo.»

      HEBREOS 1.1,2, NVI.

 

El Espíritu de Dios no habitaba en los judíos del Antiguo Testamento de la forma en que lo hace en los creyentes hoy día. Antes del sacrificio de Cristo, Él estaba solamente sobre individuos seleccionados, usualmente profetas o sacerdotes. Por lo tanto, los antepasados, para preguntar al Señor, debían ir ya sea a un profeta o a un sacerdote. No es así en el Nuevo Testamento. Jesús dijo acerca del Espíritu Santo que sería dado a cada creyente:

 

«...mora en vosotros y estará en vosotros... él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir.»

      JUAN 14.17; 16.13

 

Él toma las cosas de Dios y nos las revela. No viene en su propia autoridad sino en la de Cristo, y habla las palabras de Jesús, no las suyas. Esto repite el patrón de Dios y el Padre. Jesús vino como la Palabra de Dios, y el Espíritu Santo viene como la Palabra del Hijo. No hay otro mediador a través del cual podamos consultar al señor. Jesús resumió esta nueva y viviente forma a sus discípulos.

 

«De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido.»

      JUAN 16. 23,24

 

Santiago también confirma nuestra habilidad para preguntar directamente:

 

«Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.»

      SANTIAGO 1.5

 

Note que Santiago no dice: «Busquemos a los profetas para preguntarles sobre Dios.» Los mediadores proféticos no se encuentran en el Nuevo Testamento. Jesús es nuestro mediador (1 Timoteo 2.5 Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre). Si necesitamos preguntar, nos acercamos al Padre en el nombre de Jesús. Los santos del Antiguo Testamento no tenían este privilegio

 

Si Dios tiene una palabra que quiere darnos, puede, a veces, usar un mensajero profético, pero nosotros no vamos a buscar un profeta.

 

Buscamos al Señor. He aprendido de dos escenarios diferentes en los que Dios envía mensajeros. Aunque tal vez debe haber otros, estos son los más comunes. Primero, si por algún motivo no podemos escuchar lo que Él nos está hablando, puede hacerlo a través de otro. Con frecuencia esto puede deberse a que los corazones se han endurecido por la desobediencia. En este caso, Dios envía un mensajero para llamarnos a la obediencia.

 

El segundo caso en el cual Dios nos habla a través de otro, es cuando la tribulación intensa o la persecución nos espera adelante. Él nos armará con una palabra de fortaleza para que podamos pelear efectivamente (1 Timoteo 1.18 Timoteo, hijo mío, te doy este encargo porque tengo en cuenta las profecías que antes se hicieron acerca de ti.  Deseo que, apoyado en ellas, pelees la buena batalla).

 

Estándares para discernir

 

Las Escrituras nos dicen que debemos juzgar tanto a la profecía (1 Corintios 14.29 En cuanto a los profetas, que hablen dos o tres, y que los demás examinen con cuidado lo dicho; 1 Tesalonicenses 5.21 sométanlo todo a prueba, aférrense a lo bueno) como al espíritu de aquel que la entrega (1 Juan 4.1 Queridos hermanos,  no crean a cualquiera que pretenda estar inspirado por el Espíritu,* sino sométanlo a prueba para ver si es de Dios,  porque han salido por el mundo muchos falsos profetas) antes de recibirla. ¿Cómo es esto? Una fórmula sería restrictiva y, posiblemente, dañina. Al leer los ejemplos en este libro junto con la Palabra de Dios, este equipamiento ha comenzado. Sin embargo, hay unas pocas verdades clave para tener en cuenta cuando uno juzga determinada palabra.

 

Primero, desnudemos la falacia que hemos usado para juzgarla en el pasado: la profecía confirma lo que ya está en su corazón. Esto no siempre es verdad. Acab escuchó lo que deseaba oír de parte de los 400 profetas de Israel. Ellos le profetizaron éxito contra los sirios, y le confirmaron sus planes de guerra. Pero aprendimos que esta palabra fue dada de acuerdo a la idolatría de su corazón. Esta idolatría lo llevó a la muerte.

 

Miremos al Nuevo Testamento. Jesús le dijo a Pedro que lo negaría tres veces antes de que el gallo cantara. Esto no solo no confirmó lo que había en el corazón de Pedro, sino que él argumentó y declaró fuertemente que antes moriría. Aunque el discípulo no aceptó la palabra de Jesús, esta se cumplió.

 

Otro concepto equivocado, ampliamente aceptado, es: si usted no está seguro acerca de una palabra, póngala en un estante, y si es la voluntad de Dios, se cumplirá. Poner algo en una repisa no es tratar con las fuerzas espirituales detrás de la palabra. Si es falsa, nos inutilizará; la contaminación y el engaño tomarán lugar. La Palabra de Dios nos dice que la juzguemos, no que la acomodemos en un estante.

 

La palabra escrita de Dios

 

Nuestro primero y más importante estándar para juzgar cualquier palabra, es que no debe contradecir a la Palabra de Dios. Es interesante notar una palabra final de advertencia en la Biblia:

 

«A todo el que escuche las palabras del mensaje profético de este libro le advierto esto: Si alguno le añade algo, Dios le añadirá a él las plagas descritas en este libro. Y si alguno quita palabras de este libro de profecía, Dios le quitará su parte del Árbol de la Vida y de la Ciudad Santa, descritos en este libro.»

      APOCALIPSIS 22.18,19, NVI.

 

Creo que esto no se aplica solo al libro de Apocalipsis sino a todas las Escrituras, porque la Biblia es un libro profético. Apocalipsis es el capítulo final de Dios de todos los escritos bíblicos, y Él quiere que esta advertencia sea firme en este final. No creo que es coincidencia que dicha advertencia esté en ese lugar de la Biblia. Proverbios reitera:

 

«Toda palabra de Dios es limpia; él es escudo a los que en él esperan. No añadas a sus palabras, para que no te reprenda, y seas hallado mentiroso.»

      PROVERBIOS 30.5,6

 

En este libro he tratado lo mejor que pude de respaldar cada pensamiento y ejemplo con la palabra escrita de Dios. Aunque muchos ejemplos de palabras proféticas no contradicen un capítulo y versículo, aun así deben ser juzgados a la luz de la palabra escrita de Dios.

 

El Espíritu Santo como testigo

 

Nuestro segundo salvaguarda es el testimonio interno del Espíritu Santo. En algunos casos, este puede ser el único recurso que tengamos, tales como cuando los mensajes proféticos no pueden ser confirmados por la palabra escrita de Dios. Pablo nos dice: «Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios» (Romanos 8.14). Note que seremos guiados por el Espíritu de Dios, no por la profecía. La profecía estará sujeta al Espíritu y será juzgada por Él. Pablo nos dice de la preminente forma en que el Espíritu Santo nos guía: «El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu...» (Romanos 8.16).

 

Note que Él da testimonio a nuestro espíritu. Esto levanta dos puntos importantes. Primero, este testigo no está en nuestras cabezas sino en nuestros corazones. Segundo, su testimonio no se encuentra en las palabras sino en la paz, o en la falta de ella. Pablo expone en su carta a otra iglesia:

 

«Y la paz [armonía del alma que viene de] de Dios gobierne [actuar como árbitro continuamente] en vuestros corazones [decidiendo y estableciendo con determinación todas las preguntas que se levantan en sus mentes], a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.»

COLOSENSES 3.15, contenido entre corchetes agregado de la versión amplificada en inglés.

 

No importa si esta palabra viene de otro o si la hemos escuchado en nuestros corazones, el testigo de paz experimentado a través del Espíritu de Cristo será el árbitro en todo tiempo. Si sentimos paz en nuestros corazones, entonces es la confirmación de verdad del Espíritu Santo. Si no hay descanso o tenemos aflicción en nuestros corazones, no es el Espíritu de Dios quien ha hablado.

 

Nunca enfatizaremos demasiado sobre esto. Debemos establecer firmemente este hecho en nuestra mente. Si escuchamos palabras en nuestra mente o nos son dadas por otros sin el testimonio de la paz, esa palabra deberá ser rechazada. El testimonio de la paz es el árbitro o quien toma la decisión.

 

Cuando necesitábamos un administrador para nuestra operación ministerial, busqué por casi un año para encontrar la persona correcta. Durante este período de tiempo se me recomendaron cuatro buenos hombres. Revisamos sus currículos y entrevistamos a dos de ellos. Tres de ellos calificaban más allá de mis sueños. Uno tenía premios militares como administrador. Otro administró una compañía pequeña desde sus comienzos hasta que se convirtiera en una gran corporación en unos pocos años; el último tenía más de veinte años como administrador de un muy reconocido y respetado ministerio internacional.

 

A pesar de sus brillantes logros, no teníamos paz en nuestros corazones. Los amigos me cuestionaban, mientras mi propio intelecto clamaba. Yo me preguntaba: «¿Te has vuelto tan religioso que no puedes ni siquiera emplear a un buen hombre cuando lo ves?» Con cada rechazo pensaba: «¿Tendré alguna vez la ayuda que necesitamos?» Con la tercera persona, me dije a mí mismo que seguiríamos adelante. Pero en lo profundo de mi corazón no había paz. Esta intranquilidad llegó a ser tan fuerte que, finalmente, me di cuenta de que emplear a esta persona, definitivamente, no era de Dios, y Dios era misericordioso.

 

Durante el transcurso de todo esto, mi esposa insistía: «Antes de emplear a alguien, debes hablar Con Scott.» Él nos había ayudado unas pocas veces como voluntario. Después de ver a todos los demás, le pregunté si estaría interesado. Scott oró y dijo que sí lo estaba. El día que se encontró con nosotros en mi oficina, la paz y la presencia de Dios inundaron los corazones de mi esposa y mío, como también la atmósfera de la oficina. Durante la entrevista cruzábamos miradas de sorpresa entre mi esposa y yo. Estábamos shockeados al sentir tal paz, cuando antes solamente habíamos sentido intranquilidad. Sabíamos sin ninguna duda que esta era la elección de Dios, porque el Espíritu Santo nos abrumó con el testimonio. Scott es una gran bendición al equipo del ministerio. Todos los otros hombres eran piadosos, pero no eran la elección de Dios para esa posición.

 

El árbitro es la paz, no la exactitud

 

Con el paso de los años se me han dado tantas palabras que no puedo recordarlas todas. Sin embargo solo unas pocas eran, en verdad, palabras de Dios. Esas las recuerdo como si hubiera sido ayer. Cuando Dios habla, usted no lo olvida. Hubo un común denominador entre todas esas palabras verdaderas: en cada una sentí la presencia de Dios, y hubo un testimonio de paz en mi corazón. Hasta las palabras que trajeron corrección y condena a mi vida estaban acompañadas por este testimonio de paz.

 

Mi primer año como pastor de jóvenes en los ochentas experimenté mucho éxito y aceptación. Después de haber estado en mi posición durante un año, un pastor visitante a quien conocía y respetaba, dijo:

 

John, Dios me ha dado una palabra para ti. Él me dijo que estas a punto de pasar un proceso difícil, y que Él usará a esta iglesia para traerlo. Será duro, pero saldrás de él caminando más cerca del Señor y con mayor autoridad en tu ministerio.

 

Él no podía haber sacado este mensaje de ninguna información natural. Yo acababa de participar en una reunión de la iglesia donde había compartido con la congregación sobre un muy poderoso viaje misionero, del que acabábamos de retornar con cincuenta y seis de nuestros jóvenes. Hasta había dado un reporte en nuestro programa juvenil de televisión. Las cosas eran maravillosas, y yo estaba «por las nubes». Esta palabra no condecía con los últimos doce meses. Sin embargo, mientras él hablaba yo sentí un fuerte testimonio en mi corazón. Había paz; ciertamente no una excitación emocional, sino un conocimiento de que provenía de Dios.

 

Durante los próximos meses parecía como si todo el infierno se había desatado en mi contra. Las adversidades se levantaban a mi alrededor. Algo se debía a mi inmadurez, pero la mayoría no tenía nada que ver con lo que yo hubiera hecho. La prueba más difícil vino de parte de un hombre a quien yo no le gustaba, ni los mensajes que predicaba a los jóvenes. Normalmente, esto no me hubiera molestado, pero él estaba en una posición de autoridad sobre mí. Dios me había hecho dar una palabra fuerte de pureza y arrepentimiento a los jóvenes, y su hijo estaba en el grupo.

 

La condena conmovió el corazón de su hijo. Él vino a nosotros conflictuado, planteando que el estilo de vida que veía en la casa no condecía con el que había sido desafiado a vivir. Este y otros conflictos personales hicieron que su padre se determinara a deshacerse de mí. Por lo tanto, fue ante el pastor principal a descargar su enojo en mi contra con falsas acusaciones. Entonces él vino a decirme que el pastor principal estaba en mi contra, pero que él estaba apoyándome. Podía sonreír ante mí, aunque intentaba destruirme.

 

Esto fue en aumento hasta que convenció al pastor principal de que me despidiera. En el día en que debía ser despedido, el pastor principal cambió de idea. Unos pocos meses después, cuando me encontraba fuera de la ciudad, todo el mal que este hombre había hecho fue expuesto, y él fue quien debió irse. Este y otros incidentes hicieron que ese año fuera uno de tal refinamiento en mi vida como nunca antes había conocido.

 

Recuerdo cómo aquella palabra me fortaleció durante los tiempos difíciles. Me animaba a mí mismo en ella, y por ella batallaba con el desánimo y la desesperación que atormentaba mi mente. Muchas veces me recordé a mí mismo que Dios ya había visto que esta situación vendría, y en toda la prueba había una promesa de acercarme más a Él. Desde el principio sabía por el testimonio que esta era una palabra profética verdadera para mí. En retrospectiva, aquel año forjó mucho crecimiento de carácter, más de lo que había experimentado antes. Tal como la palabra había dicho, de la prueba vendría un caminar más cercano con Jesús, y su santa sabiduría y fortaleza.

 

Por el otro lado, he recibido palabras que eran sorprendentemente exactas acerca de mi pasado y presente; aun así, no traían consigo el testimonio de la presencia o paz de Dios. Un incidente que sucedió años atrás sobresale en la memoria. Fui nombrado en una reunión profética. Este hombre nunca me había visto antes. Aun así, habló con gran exactitud sobre mi pasado y presente. Mientras hablaba, pensé: «Esto es asombrosamente exacto, pero ¿por qué no siento la presencia o el testimonio de Dios?» Lo que él decía era muy emocionante, y era lo que yo deseaba oír, así que ignoré la falta de testimonio en mi corazón.

 

Acepté sus palabras, basado en la exactitud. Como consecuencia, comencé a ver todo desde ese punto de vista, filtrándolo a través de lo que él había dicho. Esto causó que tanto mi esposa como yo tuviéramos mucha intranquilidad. Pasaron unos pocos años, y uno de los puntos clave que el hombre había dicho que sucedería, no sucedió. De hecho, se hizo verdad lo opuesto. Era algo sobre lo que no teníamos control, y esto abrió nuestros ojos a cuán inútiles habíamos sido. Habíamos estado en un limbo, mirando todo desde la perspectiva errónea de sus palabras.

 

Antes de entender las verdades que están en este libro, yo era vulnerable a las palabras que eran exactas pero que carecían del testimonio del espíritu de Dios. Permitía que ellas afectaran incorrectamente mi visión y expectativa del futuro. Debido a que Dios reveló lo que estoy compartiendo en este libro, ha sido más fácil reconocer cuando es Él quien, en verdad, está hablando. Es mi oración que este libro le dé a usted esta claridad.

 

Cómo manejar la falsa profecía

Usted puede estar preguntando: ¿Qué hago si he recibido una palabra que sé que no es de Dios? Si viene de un compañero creyente quien no es un líder sobre usted, lo mejor es detenerlo tan rápido como se da cuenta de que es falso. Algunos años atrás yo estaba con varios matrimonios cristianos en un hogar. Hacia el fin de la noche comenzamos a orar, y una mujer en el grupo comenzó a dar palabras. Cuando se acercó a mí no tuve paz, ni sentí la presencia testimonial del Espíritu. De hecho, me alarmé y sentí que algo estaba equivocado. Antes de que terminara la primera oración, yo sabía que no era de Dios. La interrumpí:

 

Por favor, deténgase.

 

Ella se detuvo, sorprendida por mi interrupción. Gentil pero firmemente, le dije:

 

Lo que usted está diciendo no viene del Espíritu de Dios sino de su propia inspiración.

 

Fue incómodo, no solo para ella y para mí, sino también para el resto de las parejas. Ella se fue enseguida después del incidente. Las otras parejas me agradecieron, porque ella tenía el hábito de hacer esto con la gente, y probablemente lo hubiera hecho con el grupo entero. Usaba estas palabras para controlar a su pastor y a algunos de los ancianos. Cuando él se liberó del control de ella, la mujer se fue y comenzó su propia iglesia.

 

¿Qué sucede si la palabra viene de parte de un líder? La Biblia dice que no reprendamos a un anciano.

 

Cuando comencé a viajar, estando en una iglesia, sentí una alarma cuando estaba siendo presentado por el pastor de la misma. Entonces el pastor dijo:

 

John, Dios me ha dado una palabra para ti.

 

Confrontar a este pastor de la misma forma en que lo había hecho con aquella mujer hubiera estado fuera de orden. En mi interior puse una pared en mi corazón y me dije a mí mismo: «No acepto esto como de Dios, y esta palabra no penetrará en mi corazón.»

 

El pastor caminó hacia mí para darme la palabra, pero entonces me miró con una mirada de profundo asombro, se dio vuelta y no dijo nada. Al siguiente día el pastor me dijo:

 

—La noche anterior yo tenía una palabra para ti, pero cuando caminé hacia ti, esa palabra me dejó. Entonces no tuve nada para decir.

 

Le dije al pastor que, según yo creía, si la palabra hubiera provenido de Dios no lo hubiera dejado tan fácilmente.

 

La mayoría de las veces no hay un repentino y fuerte sentido de alarma. En esos casos, usualmente escucho la palabra, mientras busco en mi interior por el testimonio del Espíritu Santo. Siempre oro íntimamente: «Espíritu Santo, muéstrame si esto viene de ti.» Si no siento un testimonio, lo manejo de la siguiente forma:

 

Si es una palabra de paz y prosperidad, la cual yo sé que no viene del Espíritu Santo, simplemente le digo a la persona que no creo que sea palabra de Dios. Si persiste y trata de convencerme de que Dios le está mostrando esto, entonces le digo firmemente que no recibo sus palabras. Las rechazo, a fin de bloquear el engaño.

 

Si la palabra es de corrección, la manejo de forma diferente. La validez de la corrección no siempre es fácil de discernir. Si hay algo de orgullo en su corazón, este puede ocultar el testimonio del Espíritu. Esto sucedió cuando Jesús le dio a Pedro las palabras prediciendo su negación. La reprensión y la corrección deben ser consideradas cuidadosamente, y orar acerca de ellas.

 

También encuentro que la gente puede entregar mensajes correctos con motivaciones o actitudes equivocadas. Es difícil probar si es la palabra o la motivación la que apaga la alarma. Aun así, si fuera verdad lo que dice, debo tomarlo para orar, y permanecer abierto a lo que Dios habla a mi corazón. Jesús dijo: «Ponte de acuerdo con tu adversario pronto» (Mateo 5.25). El ponerse de acuerdo para orar sobre esto no significa necesariamente que ha recibido las palabras, sino que su corazón está abierto a la dirección de Dios. He encontrado que unas pocas de esas palabras han resultado en correcciones efectivas, produciendo humildad y carácter santo en mi vida.

 

Romper el poder detrás de las palabras

 

He aprendido que con mucha frecuencia las falsas palabras traen fuerzas espirituales con ellas. Si no son tratadas debidamente, pueden resultar en engaño u opresión. Aprendí esta lección cuando por primera vez comencé a viajar. Estuve conduciendo cinco servicios en una iglesia que había perdido su pastor. La gente joven fue gratamente afectada. Dios tocó sus corazones sacudiéndolos de la indiferencia e irreverencia y llevándolos a la participación activa. Para el tercer servicio ellos llenaban las filas del frente. También muchos adultos fueron salvados y restaurados.

 

Me invitaron nuevamente, unos pocos meses después, pero esta vez la atmósfera era diferente. Me sentí rodeado por cierta pesadez que no me podía sacudir ni aun cuando estaba en oración. Sentía como si el peso o carga de toda la iglesia y la ciudad estuviera sobre mis hombros, y no tenía ni unción ni autoridad para llevarla. Hasta le pregunté a Dios: «¿Quieres que deje de viajar y pastoree esta iglesia?» No hubo respuesta. El peso era casi insoportable. Finalmente, después de una hora de batalla, clamé: «Padre, ¿qué está sucediendo?»

 

Escuché la suave voz del Espíritu Santo: «John, el líder y la cabeza de intercesión están orando para que tomes esta iglesia. No es mi voluntad. Rompe sus palabras, porque son hechicería.» Sabía que este mensaje venía de Dios por dos motivos. Primero, trajo la primera pizca de paz que sentí desde que había llegado. Y segundo, no tenía ninguna razón natural para saber que estas dos buenas personas estaban haciendo eso. Dios vio más allá de lo que yo vi en lo natural, y me dijo que rompiera sus palabras. Isaías dice:

 

«Ningún arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio. Esta es la herencia de los siervos de Jehová, y su salvación de mí vendrá, dijo Jehová.»

      ISAÍAS 54.17

 

Las palabras pueden ser armas forjadas contra nosotros. Estas palabras tenían fuerzas espirituales detrás de ellas. Note que Dios dice que condenaremos esas palabras. Inmediatamente oré: «Padre, de acuerdo a lo que me has dicho, rompo cada palabra que ha sido orada sobre mi vida y que está incorrecta de acuerdo a tu voluntad. No estoy llamado a venir y pastorear esta iglesia, tal como me lo has dicho; por lo tanto, declaro estas palabras sin poder en mi contra.» Entonces fui tras los poderes demoníacos, diciendo: «Les hablo a las fuerzas de autoridad que me han oprimido, y rompo toda fuerza manipuladora liberada en mi contra, en el Nombre de mi Señor Jesucristo.»

Fue como si un pozo se quebrara en mi interior, y la oración brotara cuando solo unos momentos antes había sido tan difícil. El resto de mi tiempo de oración fue maravilloso. Estaba emocionado por el servicio de esa noche.

 

Cuando el servicio terminó, les pedí a los dos individuos que se reunieran conmigo. Les compartí cómo Dios me había dicho que ellos habían estado orando para que viniera y pastoreara esta iglesia. Ellos estaban sorprendidos, pero lo reconocieron. Compartieron con gran emoción:

 

Nadie antes ha venido a nuestra iglesia y tocado a los jóvenes de la forma en que usted lo hizo.

 

Interrumpí sus declaraciones de justificación, con:

 

¡Es brujería!

 

Ellos me miraron shockeados. Entonces dije:

 

Ustedes están orando su voluntad sobre mi vida. Dios me ha llamado a viajar, y ustedes están orando para que venga y tome esta iglesia.

 

Ambos se arrepintieron y procedimos a tener reuniones maravillosas. ¡Aleluya!

 

Cómo manejar la profecía verdadera

 

Finalmente, necesito decir qué hacer con la palabra profética verdadera. La historia de María, la madre de Jesús, da la mejor ilustración. Cuando recibió la palabra profética de parte del mensajero Gabriel acerca de cómo concebiría al Mesías a través del Espíritu Santo, simplemente respondió: «He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra» (Lucas 1.38).

 

Ella no fue y les contó a sus amigos. En lugar de eso, «guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lucas 2.19).

 

Ni siquiera se lo dijo a su prometido José. Leemos:

 

«El nacimiento de Jesús, el Cristo, fue así: Su madre, María, estaba comprometida para casarse con José, pero antes de unirse a él, resultó que estaba encinta por obra del Espíritu Santo. Como José, su esposo, era un hombre justo y no quería exponerla a vergüenza pública, resolvió divorciarse de ella en secreto. Pero cuando él estaba considerando hacerlo, se le apareció en sueños un ángel del Señor y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir a María por esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo.”»

      MATEO 1.18-20, NVI.

 

¡Un ángel tuvo que decirle a José que María no le había sido infiel!

 

¿Puede alguno de nosotros retener la lengua de la forma en que María lo hizo?

 

Nuestra cultura no está acostumbrada a esperar y dejar que Dios trabaje. Estamos instintivamente modelados a: «Si no lo tenemos, encontremos la forma de tenerlo.» Así que si no tenemos el dinero para comprarlo, ¡cárgalo a la tarjeta! Si la enfermedad golpea, ¿para qué orar? Llama al doctor; tenemos plan médico. Si se nos ha dado una promesa de Dios, vamos por ella. Lo contamos a todo el mundo, lo proclamamos, y a través de un poco de manipulación y/o control la obtenemos (por supuesto, no decimos la última parte). Entonces, proclamamos que Dios cumplió su promesa para nosotros, pero en realidad solo hemos dado a luz otro Ismael.

Si Dios ha prometido que Dios hará algo en su vida, déjelo que lo haga.

 

Un sabio amigo me dijo hace unos años:

 

Hazlo difícil para Dios; a Él le gusta.

 

Nunca olvidé sus palabras. Me di cuenta que cuanto más difícil es, ¡más gloria Él obtiene! Nosotros solamente somos responsables de hacer lo que Él nos dice que hagamos. El resto del tiempo creemos, oramos, peleamos con las fuerzas espirituales opuestas, y agradecemos a Dios por su cumplimiento.

 

Si Dios nos dice que vayamos a una ciudad donde Él levantará una iglesia internacional, nuestra parte es ir a la ciudad, orar y predicar. Él hará una iglesia internacional. Si la adversidad viene contra la palabra de Dios, la manejamos a través de la oración y la obediencia, pero no tenemos que ayudar a que nazca la palabra profética de la promesa.

 

Con el cumplimiento de Dios, viene un árbol de vida para nosotros. Como Salomón escribió: «El fruto del justo es árbol de vida» (Proverbios 11.30). Y nuevamente: «...pero árbol de vida es el deseo cumplido» (Proverbios 13.12). Aquel que espera en Dios y persevera hasta el cumplimiento de su promesa, es un vencedor, y Jesús dice:

 

«Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida» (Apocalipsis 2.7). Esperar en Él a través de la oración y el agradecimiento bien vale el esfuerzo.


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