CAPITULO 14 - EL AMOR POR LA VERDAD (¿ASI DICE EL SEÑOR?)

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Fernando Alvarez Hurtado

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Nov 18, 2024, 8:43:36 AM11/18/24
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«El amor a la verdad agudiza nuestro discernimiento y nos mantiene libres del error»

 

CAPITULO 14 - EL AMOR POR LA VERDAD

 

Cuando Jesús nos advirtió «Mirad que nadie os engañe», Él comunicó que es nuestra responsabilidad guardarnos del engaño (Mateo 24.4). Esta advertencia tiene poco valor, a menos que nos demos cuenta y establezcamos en nuestras mentes que el camino de la verdad nunca es fácil. De hecho, se nos promete que estará acompañado por pruebas (Marcos 4.17 pero como no tienen raíz, duran poco tiempo.  Cuando surgen problemas o persecución a causa de la palabra, en seguida se apartan de ella). La tribulación y el sufrimiento son compañeros de viaje en el camino de la obediencia. Aquellos que son proclives a la comodidad y tranquilidad se encontrarán virando hacia el camino de «la buena vida», especialmente cuando eso va acompañado de «palabras del Señor».

 

Somos responsables

 

Un excelente ejemplo de palabra falsa de comodidad se encuentra en 1 Reyes 13. Dios envió un profeta a Betel a confrontar al malvado rey Jeroboam. Dios le dio al mensajero instrucciones muy específicas: no comería ni bebería, ni volvería por el mismo camino. Él obedeció y entregó el mensaje de Dios con poder y autoridad. El rey se puso furioso y alzó su mano para arrestar a este hombre de Dios y esta se le secó. El rey, entonces, rogó al profeta que intercediera a su favor. El hombre de Dios oró y la mano del rey fue restaurada a su estado normal. Un agradecido —aunque no arrepentido— Jeroboam invitó al profeta a que se uniera a él en el palacio, para refrescarse y ser recompensado. Sin dudar, el profeta rechazó la invitación del rey, y repitió la instrucción divina: «Porque así me está ordenado por palabra de Jehová, diciendo: No comas pan, ni bebas agua, ni regreses por el camino que fueres» (1 Reyes 13.9). En obediencia, inmediatamente partió por una ruta diferente a su hogar en Judá.

 

La palabra de esto se desparramó rápidamente, y un viejo profeta que habitaba en Betel persiguió a este joven profeta. Lo encontró sentado bajo una encina, descansando. Su viaje había sido largo y la confrontación intensa. Estaba hambriento, sediento y débil, ¡lo cual significa que era vulnerable! Es en este lugar de prueba y dificultad que el engaño busca golpear.

 

El viejo profeta lo invitó a que regresara con él para refrescarse y tener compañerismo. Nuevamente, el hombre de Dios repitió sus instrucciones: «No podré volver contigo, ni iré contigo, ni tampoco comeré pan ni beberé agua contigo en este lugar. Porque por palabra de Dios me ha sido dicho: No comas pan ni bebas agua allí, ni regreses por el camino por donde fueres» (1 Reyes 13.16,17).

 

El viejo profeta contestó rápidamente: «Yo también soy profeta como tú, y un ángel me ha hablado por palabra de Jehová, diciendo: Tráele contigo a tu casa, para que coma pan y beba agua» (1 Reyes 13.18). Dios debía haber visto que estaba cansado, y cambió de idea. Tal vez había sido suficiente que rechazara al rey. Tal vez Dios no quiso significar lo que había dicho. No, las Escrituras explican: «El otro [el viejo profeta] le dijo, mintiéndole.»

 

Es importante notar que Dios odia cuando su nombre es usado para dar autoridad a nuestras propias agendas. Él dice de modo terminante a través del profeta Jeremías:

«Pero no deberán mencionar más la frase "Mensaje del Señor", porque el mensaje de cada uno será su propia palabra, ya que ustedes han distorsionado las palabras del Dios viviente, del Señor Todopoderoso, nuestro Dios.»

      JEREMÍAS 23.36, NVI.

 

Dios dice que cuando la gente usa su nombre para llevar sus propias ideas distorsionan las palabras del Dios viviente. Esto trae confusión, dudas y racionalización. Nos lleva a inclinarnos hacia nuestro propio entendimiento, y alejarnos del camino recto.

 

Lo que engaña no es aquello que es obvio

 

Este joven hombre de Dios dejó el camino recto, el cual le traía incomodidad, para seguir al viejo profeta a un lugar cómodo. En ese momento —y en su condición— la mentira parecía más razonable que la verdad de Dios, pero esta comodidad temporal le costó un alto precio. Mientras comían, la palabra del Señor vino al viejo profeta:

 

«Así dijo jehová: Por cuanto has sido rebelde al mandato de Jehová, y no guardaste el mandamiento que Jehová tu Dios te había prescrito, sino que volviste, y comiste pan y bebiste agua en el lugar donde Jehová te había dicho que no comieses pan ni bebieses agua, no entrará tu cuerpo en el sepulcro de tus padres.»

      1 REYES 13.21,22

 

A las pocas horas de haber dado una falsa palabra, el viejo profeta dio un verdadero mensaje del Cielo. Nuevamente, como vimos con Balaam, un profeta corrupto puede tener el genuino don de profecía operando en su vida. El desobediente joven profeta dejó la casa del viejo profeta, fue atacado por un león y muerto a las pocas horas, cumpliéndose así la palabra del Señor.

 

Aunque una suntuosa recompensa y el banquete en el palacio era más cautivante que el pan y el agua en la casa del profeta, este joven no tuvo problema en rechazar al rey. No hacía falta un gran discernimiento para ver a través de la oferta del rey. Pero cuando un colega profeta o creyente vino con una palabra que le ofrecía comodidad a este cansado profeta, fue atrapado. Él pensó que se trataba de la bendición de Dios por su obediencia. Transcurrió poco tiempo antes de darse cuenta de que pronto acarrearía con las consecuencias de su elección, aun cuando actuó de buena fe ante la mentira del viejo profeta.

 

¿Ha cambiado Dios su forma de mirar las cosas actualmente? ¿O hemos modificado nuestra visión para que entre en nuestra flaqueza? No es necesario mucho discernimiento para reconocer y evitar los líderes malvados o los que están en un error manifiesto. Esos son lobos en pieles de lobos. EL la forma sutil la que nos confunde; los lobos en ropaje de ovejas, quienes traen palabras suaves y dones espirituales. He hablado a pastores de congregaciones aguijoneadas por ministerios contaminados. Están aturdidos, mientras preguntan: «John, ellos hicieron algo bueno, y sé que había un don genuino trabajando en ellos. ¿Cómo, pues, puede haber tanta devastación viniendo de ellos? ¿Cómo lo bueno está tan enredado con lo malo?» Cuando les pregunto cuál es el fruto final de esas reuniones, admiten rápidamente: la confusión y la destrucción.

 

No podemos abrirnos al punto de abrazar cualquier palabra que venga de cualquier persona. Debemos darnos cuenta de nuestra responsabilidad en discernir lo verdadero de lo falso. Aquellos que están en el liderazgo deberán rendir cuentas por quienes les han sido confiados a su cuidado, los que han sido saqueados y engañados por las falsas palabras, a las cuales se han sujetado en lugar de confrontar. Dios ha dado una forma de identificar y escapar de las mentiras y el engaño.

 

El amor hacia la verdad

 

Pablo explica que el motivo por el cual tantos son llevados por mal camino en estos últimos días es porque «no recibieron el amor de la verdad para ser salvos» (2 Tesalonicenses 2.10). El amor por la verdad agudiza nuestro discernimiento y nos guarda del error. Quienes han desarrollado este amor nunca elevarán un don (como la profecía) sobre la sabiduría de Dios. El amor hacia la verdad siempre elige someterse a la obediencia, aun cuando no puedan ver ningún beneficio personal en ello. Esto nos guarda contra cualquier mentira confortable o engaño rotulado con un «Así dice el Señor».

 

En el incidente de hombre de Dios joven y el viejo profeta encontramos una clave para esta falta de discernimiento. Cuando se le ofreció una «palabra» que podía aliviar su prueba, él repitió sus instrucciones: «No podré volver contigo, ni iré contigo, ni tampoco comeré pan ni beberé agua contigo en este lugar. Porque por palabra de Dios me ha sido dicho: No comas pan ni bebas agua allí, ni regreses por el camino por donde fueres» (1 Reyes 13.16,17). Sin embargo, escondida en esta respuesta está su voluntad. Encontramos esto en las palabras «no podré». La dificultad y la incomodidad se habían establecido. La tarea estaba ya casi realizada, y su entusiasmo estaba menguando. La palabra del Señor ya no lo dirigía ni llenaba; lo refrenaba.

 

Contrastemos las palabras «no podré» con las de David. Él dijo: «El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón» (Salmo 40.8). Y nuevamente en el Salmo 119.47, dice: «Y me regocijaré en tus mandamientos, los cuales he amado.» David amaba la verdad aun cuando aquellos cercanos a él trataban de disuadirlo. Su amor por la verdad bloqueó cualquier engaño hacia su corazón.

 

Un ejemplo de esto se encuentra mientras David se escondía en el desierto, evitando la cólera de Saúl. Él ya había probado su inocencia ante el rey (ver 1 Samuel 24). Aun así, Saúl y 3000 soldados lo perseguían en el desierto de Zif. Era claro para David que Saúl estaba determinado a matarlo.

 

Cierta tarde, David y Abisai se deslizaron en el campamento de Saúl. Ningún guardia los vio, porque Dios había puesto al campamento entero en un sueño profundo. Ellos se escurrieron entre el ejército de hombres dormidos, hasta que se pararon frente al también durmiente Saúl.

Abisai rogó a David: «Hoy ha entregado Dios a tu enemigo en tu mano; ahora, pues, déjame que le hiera con la lanza, y lo enclavaré en la tierra de un golpe, y no le daré segundo golpe» (1 Samuel 26.8).

 

Abisai tenía muchos buenos motivos por los cuales David le debiera haber asestado un golpe a Saúl. Primero y más importante, Saúl había asesinado a ochenta y cinco sacerdotes inocentes, a sus esposas e hijos; ¡a sangre fría! La nación estaba en peligro bajo el liderazgo de tan perverso hombre.

 

Segundo, Dios había ungido a David como el próximo rey de Israel, por la palabra de Samuel. Ya era tiempo de que David reclamara su herencia. ¿Quería él terminar como hombre muerto, y no dejar que la profecía se cumpliera?

 

Tercero, ¿no estaban Saúl y su ejército de 3000 listos para matar a David y sus hombres? Ahora era el tiempo de matar o ser muerto. Seguramente, esto sería «defensa propia». Abisai sabía que cualquier corte de justicia absolvería las acciones de ellos.

Cuarto, ¿no era Dios quien había puesto a dormir tan profundamente al ejército, para que pudieran llegar caminando hasta Saúl? Esta era una oportunidad dada por Dios, y tal vez nunca se repetiría. ¡Ahora era el momento oportuno para el cumplimiento de la palabra!

 

Aunque estas razones sonaban buenas, tenían sentido y fueran presentadas por boca de un hermano estimulante, era, de hecho, una prueba para David. Todos los argumentos de Abisai eran ciertos, pero no verdad. Dios probó a David para ver cómo respondería.

 

¿Qué clase de rey sería? ¿Ejercitaría su autoridad para servir a otros, o a sí mismo? ¿Actuaría como juez, o daría lugar al justo juicio de Dios? David sabía que Saúl no era su siervo, para juzgarlo. Si hubiera codiciado el trono al fin, hubiera ordenado matarlo. Mientras David miraba el contorno oscuro de Saúl, vio algo más. Vemos esto en su respuesta:

 

«No le mates; porque ¿quién extenderá su mano contra el ungido de Jehová, y será inocente?... Guárdeme Jehová de extender mi mano contra el ungido de Jehová...»

      1 SAMUEL 26.9,11

 

David vio la mano del Señor entre él y Saúl. Su amor por la verdad de Dios lo contuvo de tomar por la fuerza lo que Dios le había prometido, aunque el matar a Saúl hubiera puesto fin a esta situación tan incómoda. Aunque fugitivo, estaba libre de la codicia que atormentaba a Saúl. Quería la verdad exaltada sobre su propio bienestar. Esta búsqueda de bienestar le costó al joven profeta su vida por el engaño. Él dejó la palabra de Dios y se volvió al razonamiento de los falsos.

 

Si vamos a caminar libres del engaño, deberemos permitir al Espíritu Santo que desarrolle en nuestro interior un amor consumidor por la verdad. ¿Cómo se llega a tal lugar? Por confiar en la fidelidad de Dios. David escribió:

 

«Confía en Jehová, y haz el bien; y habitarás en la tierra; y te apacentarás de la verdad. Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón. Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará. Exhibirá tu justicia como la luz, y tu derecho como el mediodía. Guarda silencio ante Jehová, y espera en él.»

      SALMO 37.3-7

 

David nos instruye a confiar en Jehová, mientras esperamos que sus promesas se cumplan. Ha habido tiempos en que el recitar las promesas ya no alimentaban mi alma. La adversidad se me acercaba, mientras que las respuestas permanecían más allá de mi alcance. En esos tiempos me animaba en el Señor. Yo confiaba en su fidelidad, sabiendo que Él cumpliría sus palabras justas. Durante el incómodo proceso de espera, me fue acercada una forma de salir de él, pero en lo profundo de mi corazón sabía que no era el camino de Dios.

 

Dios promete conceder los deseos de nuestro corazón, según los Salmos. Muchos de nosotros somos culpables de aplicar mal este pasaje. Lo vemos como una palabra para cumplir nuestros deseos codiciosos, pero no es lo que David estaba diciendo. Él nos exhorta a deleitarnos en Él, y comprometer a Él nuestros caminos, porque Dios, en retribución, pondrá deseos justos en nosotros, y hará que se cumplan. Al examinar la vida de aquellos que caminaron cerca del Señor en el Nuevo Testamento, descubrimos que su mayor deseo era conocer a Dios íntimamente, y ver a otros caminar con Él.

 

Pablo lo expresa de esta forma: «El anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación» (Romanos 10.1). ¿Escuchó sus deseos? No eran de ganancia personal, comodidad o reconocimiento. En lugar de eso, era que la pasión de Dios por la salvación de Israel ardiera en él. De hecho, él abandonó sus propios derechos y privilegios, por el bien de no ver su deseo impedido. Escuche su corazón mientras escribe: «Sino que lo soportamos todo con tal de no crear obstáculo al evangelio de Cristo» (1 Corintios 9.12, NVI). Hubiera sido difícil engañar a tal hombre. ¡Que Dios nos ayude a todos!

 

Juan el apóstol, fue otro. Él escribió: «No tengo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad» (3 Juan 4). Él se hizo eco de los grandes deseos de Pablo. Otros en el Nuevo Testamento tuvieron la misma actitud. No encontramos nada en la expresión de sus deseos sobre su propia comodidad, éxito o prosperidad financiera.

 

Pablo describe a nuestros días como difíciles o peligrosos porque el amor al yo, al dinero y a los placeres ensombrecerán el amor a la verdad. Los corazones se apartarán mucho de los motivos de David, Pablo o Juan. A causa de esto, ellos «siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad» (2 Timoteo 3.1- 7). Aunque pueden viajar a iglesias y conferencias, o seminarios y campamentos, permanecen sin cambiar. Reúnen información sin transformación. Información no es conocimiento. Este viene a través del hambre, la humildad y la aplicación. Dios reserva el conocimiento para aquellos que lo aman.

 

La religión puede ser celosa y apasionada. Los fariseos eran lo suficientemente apasionados como para matar por lo que creían. Pero usted puede amar a la doctrina o la religión, y aun así no amar a la verdad. La verdad no es una enseñanza; solo se encuentra en la persona de Jesús. Él prometió: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida» (Juan 14.6).

 

Aquellos que aman la verdad aman a Jesús. Abrazan y obedecen la Palabra de Dios, aun lo que pueda parecer llevar a su propio dolor. Desean el cumplimiento de la Palabra de Dios, no por el amor al yo sino porque aman a Dios. Su mayor deseo es ver a otros en la voluntad y presencia de Dios. Ellos sufrirían deseosamente en obediencia a todo el consejo de Dios, más que aferrarse a una palabra personal de éxito o comodidad, a expensas de la verdad. Ellos toman la cruz y rinden sus vidas.

 

Esta clase de sumisión exhibe la verdadera humildad. La humildad no es opresiva o restrictiva, sino un acuerdo con la verdad. Encontramos esto cuando rendimos nuestra agenda, deseos y voluntad, y llegamos a ser apasionados por cumplir los de Dios. Aunque esto no es fácil, el humilde está impulsado por la gracia de Dios, y su gracia es más que suficiente para guardarnos del engaño (1 Pedro 5.5 Así mismo, jóvenes, sométanse a los ancianos.  Revístanse todos de humildad en su trato mutuo, porque "Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes").

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