CAPITULO 11 -NOMBRAMIENTO PROPIO O DIVINO

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Fernando Alvarez Hurtado

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Nov 14, 2024, 9:20:29 AM11/14/24
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«El nombramiento de Dios es tan necesario que aun Jesús no asumió su posición de liderazgo

hasta ser nombrado por el Padre.»

 

CAPITULO 11 - NOMBRAMIENTO PROPIO O DIVINO

 

En los ochentas yo era uno de los once asistentes del pastor en el equipo de una iglesia de aproximadamente 7000 miembros. Durante una de las reuniones del equipo, se planteó la situación de cierto hombre en la iglesia. Aunque no había sido miembro por mucho tiempo, cada uno de nosotros lo conocíamos por su intensa actividad. Se sentaba en la sección de adelante, asistía fielmente a las reuniones de oración, y era muy activo en el ministerio de los jóvenes adultos. Parecía ser que dedicaba mucho tiempo a la oración, al estudio de la Palabra y a la asistencia a la iglesia. Pero algo en él no andaba bien.

 

En la reunión, salieron a la superficie cierto número de incidentes. Después de algunas investigaciones, nos dimos cuenta que en un período corto de tiempo muchos habían dejado la iglesia debido al involucramiento de este hombre en sus vidas. El pastor principal pidió a otro de los pastores y a mí que nos hiciéramos cargo de la situación inmediatamente.

 

Pero esto no tenía sentido, porque durante los servicios lo veía llorar, durante la predicación de la Palabra se lo veía muy receptivo y ansioso por aprender, y en otras áreas era muy activo. Yo era nuevo en el ministerio, y me encontraba confundido por lo que estaba sucediendo. Entonces oré: «Señor, por favor, muéstrame aquello con lo que, realmente, estoy tratando. Este hombre parece amarte, en realidad; pero aun así el fruto de su vida no es bueno.»

 

Escuché la respuesta del Espíritu Santo inmediatamente: «Él es un profeta que se ha nombrado a sí mismo.»

 

Unos pocos días después me reuní con el otro pastor y este hombre. Hablamos con él la situación en cuestión. Él compartió la forma en que Dios le había dado un mensaje profético para esas personas que le mencionamos. Él fue inflexible sobre el origen divino de esas palabras, insistiendo en que había hablado lo que Dios le había dicho que dijera.

 

Después de un rato, era obvio que nuestra conversación no avanzaba hacia ningún lado, así que lo confronté: «En oración, Dios me habló, diciendo que eras un profeta que te habías nombrado a ti mismo.» Le expliqué que esto lo había expuesto al engaño, tanto a él como a las personas bajo su influencia. Aunque no le gustó lo que dije, pudimos ver que las palabras lo habían impactado. Le dimos algunas sugerencias con las cuales él estuvo de acuerdo renuentemente.

 

Pero, la verdad, es que se ofendió con la conversación, y encontró una forma de seguir con el «ministerio profético» fuera de nuestras pautas. A las pocas semanas, fue arrestado por quebrar la ley. Cuando fue puesto en libertad, continuó con su «ministerio profético» a pequeños grupos que él había formado en ciertas casas. Más tarde, él y su esposa se divorciaron debido a los intensos conflictos matrimoniales.

 

Años más tarde, cuando el Espíritu Santo abrió mis ojos a la Jezabel del libro de Apocalipsis, esta situación —y muchas otras— vinieron a mi mente. Reexaminemos las palabras de Jesús:

 

«Pero tengo unas pocas cosas contra ti: que toleras que esa mujer Jezabel, que se dice profetiza...»

APOCALIPSIS 2.20

 

Detengámonos en la frase «...que se dice profetiza...» La noche que Dios abrió mis ojos a esta porción de las Escrituras, esas palabras explotaron en mi interior como una bomba. Vi a esta mujer asumir una posición de autoridad espiritual que Dios no le había dado. En el proceso, engañó a todos los que tenía bajo su influencia. Para entenderlo, veamos los oficios espirituales ministeriales.

 

La diferencia entre ser llamado y autonombrarse

 

Muchos americanos tienen dificultades con los principios de un reino. Vivimos en una sociedad democrática de libre emprendimiento, lo cual difiere grandemente con la de un reinado. Una monarquía es gobernada por un rey, en virtud de su nacimiento, en cambio una democracia elige sus gobernantes. En el sistema de libre emprendimiento, la función de liderazgo está disponible a todos los que tienen habilidades y talentos y ponen sus mentes en ello. Pero no es lo mismo en el Reino de Dios.

 

Cuando Jesús resucitó de la muerte, fue puesto en autoridad sobre la Iglesia, y «él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros» (Efesios 4.11). Jesús dio estas funciones de servicio. Nadie más puede poner a alguien en esas posiciones de autoridad, excepto el Señor, y Él lo hace a través del Espíritu de Dios.

 

En cualquier momento que asumimos una posición de autoridad sin el nombramiento de Dios, nos estamos exaltando a nosotros mismos. Esto incluye a aquellos que son llamados, pero que aún deben ser nombrados. Son personas que al ser auto comisionadas, al final de cuentas se servirán a ellas mismas, ya que la gracia de Dios no está con ellos para esa posición. Desarrollarán métodos y agendas egoístas. Pablo nos advierte: «Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí mismo que el que debe tener...» (Romanos 12.3).

 

El libro de Hebreos afirma la importancia de no asumir una posición de liderazgo espiritual. Primero, el escritor describe cómo un líder espiritual es «escogido entre los hombres. Él mismo es nombrado para representar a su pueblo...» (Hebreos 5.1, NVI). Entonces señala: «Nadie ocupa ese cargo por iniciativa propia; más bien, lo ocupa el que es llamado por Dios» (v. 4). El nombramiento de parte de Dios es tan necesario que aun Jesús no asumió su posición de liderazgo sino que fue nombrado por su Padre. «Tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote» (v. 5).

 

Veamos la descripción que Pablo hace de sí mismo: «Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios» (Romanos 1.1). Note que primero menciona «llamado», y luego «apartado». Pablo fue llamado como apóstol desde la fundación del mundo, aunque no fue puesto en su oficio hasta el momento en que fue salvo. Hubo un período de prueba, cuando fue sometido a los líderes de la iglesia de Antioquía. Este examen duró años. De su propia experiencia él escribió estas instrucciones para los líderes: «Y estos también sean sometidos a prueba primero, y entonces ejerzan...» (1 Timoteo 3.10).

 

Otra palabra para apartado es escogido. Jesús dijo: «Porque muchos son los llamados, y pocos escogidos» (Mateo 22.14). En otras palabras, muchos son llamados a las posiciones de ministerio, pero solo un pequeño porcentaje pasa la prueba y llena los requerimientos para ser escogido o apartado.

 

La vida de Pablo estableció un patrón escritural para la actualidad. Durante su primer año en Antioquía, Pablo no ocupó ninguno de los cinco oficios instituidos por Cristo (Efesios 4.11 Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros). En cambio, sirvió en el ministerio de ayuda apoyando a los líderes que ya estaban en posición. Una vez que Pablo pasó la prueba de fidelidad en el ministerio de ayuda, fue promovido al oficio de maestro (2 Timoteo 1.11 De este evangelio he sido yo designado heraldo, apóstol y maestro.; Hechos 13.1 En la iglesia de Antioquía eran profetas y maestros Bernabé; Simeón, apodado el Negro; Lucio de Cirene; Manaén, que se había criado con Herodes el tetrarca; y Saulo). Podemos ver cómo el ministerio de Pablo siguió el orden divino en cuanto a los oficios y posiciones de servicio. La Biblia dice: «Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente, apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego ... los que ayudan...» (1 Corintios 12.28).

 

Pablo no solo fue probado en el campo de la ayuda sino también en el oficio de la enseñanza. Cuando fue promovido de maestro a apóstol, vemos nuevamente cómo Dios escoge y separa a aquellos que desea poner en ciertas posiciones u oficios.

 

«Había entonces en ¡a iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros: Bernabé, Simón el que se llamaba Niger, Lucio de Cirene, Manaén el que se había criado junto con Herodes el Tetrarca, y Saulo.»

      HECHOS 13.1

 

Fíjese que Saulo, más tarde llamado Pablo, fue contado entre los maestros en Antioquía.

 

Continuando la lectura, encontramos:

 

«Ministrando estos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado.»

      HECHOS 13.2

 

Fíjese que el Espíritu Santo dice «apartadme». El tiempo había llegado. No era una semana antes o una después. ¡El tiempo era ahora! Y fue el Señor quien determinó tanto el tiempo como quiénes debían ser apartados. Durante años Pablo fue consciente de que había un llamado apostólico en su vida. Le fue revelado tres días después de su encuentro con Jesús en el camino a Damasco (Hechos 9.15 --¡Ve!  --insistió el Señor--, porque ese hombre es mi instrumento escogido para dar a conocer mi nombre tanto a las naciones y a sus reyes como al pueblo de Israel). Ahora Jesús estaba separando al que Él mismo había llamado varios años antes. Pablo había servido fielmente, sin promoverse a sí mismo. Más tarde Pablo amonesta: «Ahora bien, se requiere de los administradores que cada uno sea hallado fiel» (1 Corintios 4.10).

 

Aquí vemos que el Señor usa a los líderes eclesiásticos ya establecidos en esa iglesia donde Pablo servía fielmente. Esos ancianos habían sido nombrados de la misma manera. Continuando, encontramos:

 

«Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. Ellos, entonces, enviados por el Espíritu Santo, descendieron...»

      HECHOS 13.3,4

 

El versículo 3 dice: «los despidieron.» El liderazgo ya establecido envió a Pablo y Bernabé. Entonces miremos al siguiente versículo: «Ellos, entonces, enviados por el Espíritu Santo...» Jesús apartó a Pablo y Bernabé por el Espíritu Santo, a través del liderazgo ya establecido. En resumen, Jesús fue quien lo hizo.

 

Note que Jesús no utilizó el grupo de oración intercesora de Antioquía, ni envió a Pablo y Bernabé a una conferencia profética en otra ciudad, o del otro lado de la ciudad, a otra iglesia a la cual Pablo no estaba sometido. Dios no usó a un individuo con dones espirituales en la congregación, para poner a estos hombres en el liderazgo.

 

El Señor usó la autoridad que Él ya había establecido en la iglesia de Antioquía. Es por eso que Dios nos advierte «No impongas con ligereza las manos a ninguno...» (1 Timoteo 5.22). La versión Dios Habla Hoy lo aclara un poco más: «No impongas las manos a nadie sin haberlo pensado bien.» El liderazgo monitorea la fidelidad de aquellos que sirven en la iglesia. Cuando Dios habla a sus corazones para nombrar a alguien, ellos tienen la confianza de que es el nombramiento del Señor. Este es el método del Señor para colocar individuos en la posición de liderazgo.

 

¿Enviado por Dios, el hombre o uno mismo?

 

Actualmente tenemos hombres y mujeres en nuestros pulpitos y congregaciones que se consideran a sí mismos profetas o profetizas, pero no lo son. Con frecuencia se han autonombrado, o han sido nombrados por alguien externo a la iglesia a la cual ellos asisten. Puede ser que tengan dones proféticos operando en sus vidas, y hasta pueden tener un llamado genuino a ese oficio, pero aún no han sido apartados. Dios ha declarado:

 

«No envié yo aquellos profetas, pero ellos corrían; yo no les hablé, más ellos profetizaban.»

—JEREMÍAS 23.21

 

Recuerdo mi período de prueba. Serví en el equipo de una iglesia durante cuatro años. Mis responsabilidades incluían el asistir a mi pastor, a su familia y a las visitas. Ese era mi lugar en el ministerio de ayuda. Mientras el tiempo pasaba, me ponía más ansioso. Quería estar en el ministerio mayor. Yo sabía que era llamado, por lo que utilicé mis vacaciones para viajar y desarrollar mi ministerio. Algunos amigos me animaron a dedicarme al ministerio itinerante, a tiempo completo. Esto y otras influencias causaron que contemplara renunciar a mi posición de servicio. Cuando volvía en un avión, luego de ministrar en las Filipinas, leí: «Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan» (Juan 1.6).

 

Las palabras «enviado de Dios» saltaron de la página. De repente, escuché la pregunta del Señor: «¿Quieres ser enviado por John Bevere, o por Dios?»

 

Yo dije: «¡Enviado por Dios!»

 

Entonces Él contestó: «Bien. Si tú mismo te envías, irás por tu propia autoridad; ¡pero si yo te envío, irás en mi autoridad!»

 

Él me mostró que si yo me enviaba a mí mismo, vería resultados debido a los dones que Él había puesto en mi vida. Pero esos resultados no llevarían los mismos beneficios eternos a quienes tocaba o para mí mismo.

 

El Señor me mostró cómo Moisés se encaminó hacia el mismo error. El libro de los Hechos registra que «fue enseñado Moisés en toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en sus palabras y obras» (Hechos 7.22). Desde su infancia, había sido criado en la casa del rey de Egipto. Fue educado como un príncipe. Sus habilidades para el liderazgo las aprendió en las mejores escuelas del mundo. No solo estaba la mano de Dios sobre él para el liderazgo, sino que los dones en su vida fueron cultivados en esas escuelas.

 

Aprendemos que «cuando hubo cumplido la edad de cuarenta años, le vino al corazón el visitar a sus hermanos, los hijos de Israel... pero él pensaba que sus hermanos comprendían que Dios les daría libertad por mano suya» (Hechos 7.23,25). Las Escrituras dejan claro que Moisés sabía en su corazón que él era el libertador de la esclavitud de sus hermanos en Egipto. Pero una cosa es ser llamado y otra ser nombrado.

 

Moisés confundió el desarrollo de los dones en su vida más el llamado, con el nombramiento de Dios. Él fue a libertar a Israel y falló. En su propia autoridad, fue capaz de ayudar a un solo compañero hebreo, matando a un egipcio, algo muy lejano a libertar a una nación. Esto causó que debiera huir por su vida. Después de cuarenta años Dios lo escogió y lo envió en su autoridad divina. Entonces Moisés liberó a Israel y presenció el calvario egipcio de ser enterrados bajo el Mar Rojo.

 

Quebrantamiento: un requerimiento para el servicio

 

Moisés tenía la suficiente sabiduría como para no forzar el llamado de Dios, después de haber visto la futilidad de sus propios esfuerzos. Adelantarse a los tiempos de Dios parece ser una lucha común en aquellos que son llamados al ministerio. El sabio se retirará, permitiendo que el proceso de quebrantamiento y adiestramiento del Señor siga su curso. Aquellos que no son sabios luchan en contra de los procesos divinos, e impulsan sus propios ministerios. Pero Jesús nos advierte:

 

«Y el que cayere sobre esta piedra será quebrantado; y sobre quien ella cayere, le desmenuzará.»

      MATEO 21.44

 

Jesús es la piedra de tropiezo, y su proceso de quebrantamiento puede ser comparado a un entrenador quebrando la voluntad de un caballo de guerra. Un caballo no está listo para la batalla hasta que su voluntad es quebrada. Aunque puede ser fuerte, veloz y más dotados que los demás a su alrededor, no puede servir hasta que su voluntad sea quebrada.

 

Ser quebrado no significa debilidad, sino que su voluntad está completamente sometida a la de su maestro. En el caso del caballo, su maestro es el jinete. Si el caballo es quebrado en su voluntad de manera exitosa, se puede confiar en él en una batalla. En el calor de la lucha, mientras las flechas y las balas se cruzan, su voluntad no se acobarda. Aunque las hachas, palos y espadas se levanten en la batalla, él no se desviará de la voluntad de su maestro. Permanecerá firme en su sumisión a su amo, evitando cualquier intento de protegerse o beneficiarse a él mismo.

 

Este proceso de quebrantamiento es único a cada individuo, y es determinado por el mismo Señor. Él es el único que sabe cuándo este proceso se ha completado.

 

Recuerdo su proceso de quebrantamiento en mi vida. En muchas ocasiones pensé que estaba listo para entrar en el ministerio. Podía declarar con confianza «Estoy completamente sometido a tu autoridad; sé que estoy listo para el ministerio al que me has llamado». Pero el sabio de corazón sabría que yo no estaba listo. Efectivamente, debía pasar por otra lucha más mientras siguiera peleando por mis derechos.

 

Igual que con los caballos, nuestro proceso de quebrantamiento trabaja con la sumisión a la autoridad. Esta puede ser la autoridad directa de Dios o una delegada. No importa, porque toda autoridad viene de Él (Romanos 13.1,2 Todos deben someterse a las autoridades públicas, pues no hay autoridad que Dios no haya dispuesto, así que las que existen fueron establecidas por él. Por lo tanto, todo el que se opone a la autoridad se rebela contra lo que Dios ha instituido.  Los que así proceden recibirán castigo). Dios sabe el proceso perfecto para cada uno de nosotros.

 

Dios estableció dos reyes que ilustran el proceso de quebranta­ miento: Saúl y David. Saúl representaba los deseos del pueblo en un rey, reflejando adecuadamente aquello por lo que sus corazones rebeldes habían clamado. Saúl nunca pasó por un proceso de quebrantamiento. Su vida es un trágico ejemplo de un hombre no quebrado, al que se le dio autoridad y poder. Él usó la autoridad y los dones dados por Dios para seguir sus propios propósitos.

 

Por el otro lado, David fue la elección de Dios. Él pasó a través de varios años de quebrantamiento y adiestramiento; la mayoría de ellos alrededor del rey Saúl, autoridad bajo la cual Dios lo había puesto. Él fue seriamente probado, pero cuando Dios vio que su vasija estaba quebrada y sometida lo puso en autoridad. Aunque cometió errores, David siempre permaneció dócil y fiel a la autoridad de Dios.

 

En contraste, Saúl obedecía a Dios cuando esto iba de acuerdo a sus planes o agenda, pero vacilaba cuando esto no era así. Él podía cumplir la palabra del Señor, con sus propios motivos adosados. Saúl fue confrontado por el profeta Samuel, quien lo reprendió, diciéndole:

 

«Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación» (1 Samuel 15.23).

 

En la traducción desde el hebreo, los traductores agregaron la palabra «como» «es ... como ídolos e idolatría...»—, para aclarar el sentido. Una traducción más adecuada hubiera sido el usar solo la palabra «es».

 

El texto, entonces, podría leerse como: «Porque pecado de adivinación es la rebelión, e ídolos e idolatría la obstinación.» Esta traducción está en armonía con el contexto. Una cosa es ser como la idolatría y otra diferente es ser idólatras. ¿Por qué la obstinación es idolatría? Porque está en insubordinación directa a la voluntad de Dios. Es cuando uno se hace a sí mismo amo; se sirve al ídolo de la voluntad propia.

 

Nuestra sociedad democrática es tierra fértil para la insubordinación. A causa de esto hemos perdido de vista lo que significa someterse a la autoridad. La verdadera sumisión nunca vacila, pero actualmente nos sometemos sólo cuando estamos de acuerdo. Si la autoridad va en contra de nuestra voluntad o dirección, desobedecemos o caminamos con ella de mala gana, hasta que se presenten mejores opciones. Esto nos hace vulnerables al engaño y al ministerio profético falso.

 

En el libro de Apocalipsis la mujer Jezabel asumió una posición de autoridad —profetiza— y entonces enseñó y sedujo a los siervos de Dios hacia la idolatría. Esto alimentó la obstinación e insubordinación hacia la autoridad del Reino de Dios.

 

Permítame hacer un comentario más sobre el hombre mencionado al comienzo de este capítulo. Aunque lloraba en los servicios, era obvio que no estaba quebrado o contrito. Estaba insubordinado a aquellos puestos en autoridad en la iglesia. Esta obstinación también sedujo a otros a la idolatría —insubordinación. Aunque su fruto era evidente a los maduros, la joven débil y herida oveja era atraída hacia él. Recuerde lo que Pablo les dijo a los creyentes: «Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos» (Hechos 20.30).

 

En el próximo capítulo veremos la facilidad con que los profetas autonombrados alejan a otros de estar sujetos a la verdadera autoridad espiritual. Es tan sutil que sin el adecuado fundamento de la Palabra de Dios, cualquiera puede ser presa fácil.

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