Hasta donde conozco, el dominio visigodo en Cartagena nunca ha sido discutido por ningún historiador. Los visigodos dominaron casi totalmente la Península Ibérica, aunque solo con un dominio parcial, intermitente e inestable sobre los pueblos que habitaban la cordillera cantábrica (astures, cántabros y vascones). La dominación visigoda sobre Cartagena ha quedado totalmente probada a través de actas conciliares, evidencia arqueológica, así como documentos y decisiones políticas de la época, como el decreto de traslado de la sede metropolitana de Cartagena a Toledo (c. 603 d.C.) por parte del rey visigodo Gundemaro, un acto político que subordinaba eclesiásticamente la provincia Carthaginensis al poder visigodo central. De igual forma el relato histórico del arzobispo Isidoro de Sevilla,(amigo personal del rey visigodo Sisebuto) cuando confirma que el rey Suintila, después de apoderarse de la ciudad, ordenó quemarla y arrasarla sistemáticamente hasta sus cimientos (c. 625 d.C.) para evitar que pudiese volver a caer bajo control bizantino, lo que supuso la completa destrucción de la urbe y una ausencia de vida urbana significativa durante bastante tiempo. Todos los historiadores coinciden en que Suintila unificó la antigua Hispania (incluida Cartagena) bajo el Reino Visigodo de Toledo, pasando a conocerse como Spania (no confundir con la provincia bizantina de Spania).
El proceso de expansión islámica se caracterizó a menudo por el establecimiento de pactos de vasallaje con las élites locales. Estos pactos ofrecían a las poblaciones no musulmanas (dimmíes) conservar sus vidas, tierras y la libertad de culto, a cambio del pago de un impuesto especial (ŷizya). Ejemplos notables de esta estrategia son el famoso Pacto de ʿUmar en Jerusalén, el Pacto de Ciro en Alejandría y el Pacto de Tudmir en la península ibérica. En todos los documentos árabes, los pactos llevaban el nombre del pactante, nunca de una ciudad o territorio. El acuerdo en Hispania fue firmado en el 713 d.C. entre el gobernador militar visigodo Teodomiro (cuyo nombre se arabizó a Tudmīr) y ʿAbd al-ʿAzīz ibn Mūsā, gobernador musulmán de Ifriqiya. No existe prueba alguna de que haya existido una ciudad llamada Tudmir; este era el nombre de la provincia administrativa (Cora).
Las crónicas árabes (posteriores al siglo IX) señalan que la capital del territorio se ubicaba en una ciudad del Valle del Guadalentín, probablemente Orihuela (Uryūla) o Eio. En la Alta Edad Media (época de Tudmir), el comercio marítimo colapsó por la piratería, con lo que todos los puertos del Mediterráneo vieron reducida su población. Los árabes buscaban asentamientos altos y tierra adentro (como Orihuela, Eio o Murcia) para defenderse mejor. Además, los visigodos habían destruido el acueducto romano de Cartagena, haciendo imposible mantener una gran población con tan solo pozos artesanos.
El topónimo árabe de Cartagena sí aparece en los escritos árabes como Qarṭağanna al-Ḥalfā (una referencia a la antigua Carthago Spartaria), pero no figura entre las ciudades principales o pactadas. Los historiadores coinciden en que esto se debe a una razón contundente: Cartagena había sido completa y sistemáticamente destruida por orden del rey visigodo Suintila (c. 625 d.C.) un siglo antes, para evitar que el Imperio Bizantino pudiese volver a controlar el puerto. Es lógico inferir que, tras una destrucción total, donde las crónicas de la época afirman que la ciudad fue "quemada y arrasada hasta sus cimientos", el puerto no pudo recuperarse para convertirse en un centro urbano importante en el breve lapso de 90 a 100 años.
La ciudad permaneció en un estado de ruina y decadencia durante la Alta Edad Media, como una base naval y con muy pocos habitantes que probablemente subsistirían de la pesca, mientras que los nuevos centros de poder se establecían en el interior por motivos defensivos y logísticos. En esas condiciones, solo el puerto para uso pesquero o militar (entendido como fondeadero y poco más) podrían haber proporcionado recursos a los escasos habitantes que quedaban en la ciudad.
No significa que Cartagena hubiese desaparecido totalmente. Simplemente que sus casas e infraestructuras habían sido destruidas, y su importancia como urbe decayó durante varios siglos. La comarca, la diócesis y su ámbito de influencia seguían floreciendo.
Seguramente al poco tiempo algunos de los sobrevivientes habrán vuelto a la ciudad a tratar de reconstruir sus vidas. Seguramente Cartagena continuó siendo una importantísima base naval. Pero ya había dejado de ser la gran ciudad de tiempos atrás. Por ejemplo, en nuestros días, Rota es una de las bases navales más importantes de Europa, pero la población de la ciudad para los estándares actuales es muy pequeña (menos de 30.000 habitantes).
Una prueba significativa, es que, en 1381, poco después de la reconquista castellana (más de siete siglos después), el concejo de Cartagena informaba al de Murcia que la ciudad contaba con 176 vecinos. La diferencia con los más de 30.000 habitantes con los que había contado Carthago Spartaria bizantina o los más de 60.000 de la Carthago Nova romana es más que significativa, y prueba sobrada de que Cartagena había sido asolada y destruida.