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(IVAN): LA SANGRE VIVA E INFINITA

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IVAN VALAREZO

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May 27, 2007, 1:10:37 PM5/27/07
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Sábado, 26 de Mayo, año 2007 de Nuestro Salvador Jesucristo,
Guayaquil, Ecuador - Iberoamérica


(Este Libro fue Escrito por Iván Valarezo)

(Felicidades a todos, en todo nuestro Ecuador, en estos días
festivos por las victorias de "la Batalla de Pichincha", la
cual significa tanto para nosotros, porque fue el comienzo de
muchas más victorias en toda nuestra América, que aun hoy en
día, se siguen alcanzando y ganando en la cara de nuestros
adversarios. Que nuestro Dios bendiga por siempre, en el
nombre de nuestro Señor Jesucristo, a los hombres de buena fe
y de buena voluntad, como nuestro libertador americano Simón
Bolívar y el mariscal Antonio José de Sucre, quienes soñaron
forjar un mundo mejor para nuestros diversos pueblos en toda
América, para siempre. Sí, muchas felicidades a todos
nuestros hermanos ecuatorianos por la victoria de La Batalla
de Pichincha, la cual libero a la Republica de la Gran
Colombia y luego a Quito, para que el Perú entonces, también,
fuese libre, como el resto de nuestros hermanos y hermanas en
toda América latina.)


LA SANGRE VIVA E INFINITA

Nuestro Dios nos creo en los poderes sobrenaturales de la
sangre bendita de su Árbol de vida, su Hijo Santo, el Mesías,
porque es lo mejor que hay en el cielo y para que llevemos
por siempre su imagen y vivamos conforme a su imagen y
semejanza santa, en el paraíso y en toda su nueva creación
venidera e inmortal. Por lo tanto, nosotros somos
descendientes directos de Dios mismo y de su Hijo amado, el
Señor Jesucristo, para vivir la vida eterna, con todos sus
beneficios celestiales de su Espíritu Santo y de sus tierras
sagradas y gloriosas del paraíso y del nuevo reino celestial,
por ejemplo.

Además, esta es una bendición de Dios en nuestras vidas, de
la cual Lucifer ha luchado mucho para arrebatárnosla, porque
desearía que fuera para él, pero no la podrá obtener jamás,
por su corazón malvado y rebelde infinitamente hacia Dios y
hacia su Árbol de vida, ¡el Señor Jesucristo! Y nuestro Padre
Celestial no puede compartir su vida y su Casa Celestial con
un ser tan rebelde como Lucifer y como sus muchos seguidores,
ángeles mentirosos y gentes de gran mentira y maldad eterna;
por eso, ellos son mantenidos lejos de los bienes,
privilegios y bendiciones de la vida sagrada del cielo, como
todo pecador de toda la tierra.

Entonces es por envidia que Lucifer nos ataca, cada vez que
tiene la oportunidad de hacerlo así, con sus mentiras en la
boca de su espíritu de error y de sus ángeles de gran maldad,
por ejemplo. Y estos son espíritus de maldad que están en
donde están las tinieblas del pecado, para seguir sus mismos
ataques mentirosos y crueles en contra de Dios y de su obra
inmortal, manifestada gloriosamente en la sangre viva e
infinita de su Árbol de la vida, su Hijo amado, en el paraíso
y así también en toda la tierra.

Además, la envidia de Lucifer hacia cada uno de nosotros, de
todos los hombres, mujeres, niños y niñas de la humanidad
entera, realmente, es tan grande y profunda, porque la sangre
viva e infinita de Jesucristo nos puede perdonar nuestros
pecados y, a la vez, limpiar y purificar de los males de las
tinieblas del infierno y de sus seguidores. Y estos
seguidores de Lucifer y de sus mentiras malvadas, pueden ser
muy bien no sólo ángeles caídos, en sus millares por doquier,
sino también pecadores y pecadoras de gran maldad en todos
los lugares de la tierra, para hacer daño a la obra bendita
de Dios y de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, a como de
lugar. Lucifer está desesperado (y hará lo que sea) para
destruir a los hijos e hijas de Dios y de su verdad
celestial.

Porque es por el poder de la mentira que Lucifer ha hecho
mucho daño a la obra de Dios, en los labios de la gente de
maldad, desde los días del paraíso y a través de los tiempos
de la tierra, para que la gloria del corazón del hombre no
sea de Dios, sino que se pierda o sea de nadie. En vista de
que, cada vez que el corazón del hombre le rinde gloria y
honor al nombre sagrado de Dios, entonces muchas bendiciones,
glorias y grandezas de santidades infinitas, aun no
descubiertas por los ángeles del cielo, se manifiestan para
engrandecer aun mucho más que antes a nuestro Dios y a su
Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!

Y estas bendiciones sobrenaturales y del más allá salen de
nuestros corazones y de nuestras almas redimidas, por los
poderes gloriosos e infinitos de la misma sangre del Árbol de
la vida, nuestro salvador Jesucristo, para engrandecer mucho
más que antes la vida y la gloria celestial del reino de los
cielos y de sus seres muy santos, por cierto. Porque todo es
glorificado y eternamente honrado por nuestros corazones,
cuando alabamos, honramos, exaltamos, oramos a nuestro Padre
Celestial en el espíritu de la sangre viva e infinita de
nuestro salvador celestial, ¡el Señor Jesucristo!, para que
nuestro Padre Celestial sea glorificado y consagrado mucho
más que antes por los ángeles, en la tierra y en el reino
celestial, también.

Por lo tanto, es el espíritu de la sangre del pacto eterno
entre Dios y el hombre de la humanidad entera, "la del
Gólgota", la que nos limpia de todo pecado y regenera
nuestros espíritus, almas, corazones y cuerpos espirituales y
terrenales, para servir a nuestro Dios día y noche y por
siempre en la tierra y en el paraíso. Entonces ésta sangre
viva e infinita del paraíso ha descendido a nosotros para
rescatarnos, con los poderes y autoridades de parte de
nuestro Padre Celestial, para que Lucifer y cada uno de sus
seguidores, como ángeles caídos y gentes de gran mentira,
sean derrotados diariamente y por siempre, en la eternidad
venidera de su condena infinita del más allá.

Porque todos nuestros enemigos, sean ángeles rebeldes o
gentes de gran maldad, ya han sido condenados, por sus mismas
palabras y por sus mismas acciones, porque no han creído en
sus corazones, ni jamás honraron con sus labios: al dador de
la vida eterna, la sangre viva e infinita, el Árbol de la
vida, ¡el Señor Jesucristo! Realmente nuestros enemigos, como
todo pecador y pecadora de la tierra viven en los poderes
terribles del fruto o de la sangre manchada por el pecado y
la rebelión del árbol de la ciencia del bien y del mal,
cuando nosotros vivimos por los poderes reales e infinitos de
la sangre del Árbol de la vida, ¡el Hijo de Dios!

Es decir, que nosotros vivimos en la luz del Árbol de la
vida, llena de bendiciones y de protecciones infinitas en
contra de los males del pecado y de nuestros enemigos
eternos, cuando nuestros enemigos, en sus millares, en todos
los lugares, viven en las profundas tinieblas del fruto
prohibido del árbol de la ciencia, del bien y del mal. Por lo
tanto, nuestros enemigos están perdidos infinitamente en sus
delitos y pecados, por creer en la mentira y en la maldad del
espíritu de error, cuando nosotros estamos vivos y nuestros
nombres escritos en "el libro de la vida", porque hemos
creído a la verdad y a la justicia del Espíritu Santo de
Dios.

Y esta verdad y justicia del Espíritu de Dios se hizo
realidad en nuestras vidas, cuando descendió del cielo y se
introdujo en el vientre virgen de la hija de David, de la
Casa de Israel, para entregarnos ese corazón y cuerpo
sagrado, lleno de la vida de la sangre viva e infinita, la
cual nos redimiría del pecado infinitamente. Porque era sólo
el Hijo de Dios, el Señor Jesucristo, quien descendería del
paraíso, para vivir entre nosotros y así cumplir y hasta
honrar infinitamente la Ley de Dios y de Moisés, no sólo en
su corazón, sino también en el corazón de cada hombre, mujer,
niño y niña de la humanidad entera, para bien de muchos.

Aquí se cumplió la promesa hecha por Dios a los antiguos, de
que él mismo escribiría su Ley Celestial en los corazones de
todos los hombres de la tierra, con su propia mano, para que
sea cumplida y más no deshonrada. Deshonrado su Ley Sagrada,
como siempre lo han hecho los rebeldes a Dios y a su gran rey
Mesías, como Adán y Eva en el paraíso o como en Israel, por
ejemplo, desde el mismo día que la recibieron de manos de
Moisés, para encender la ira de Dios en contra de ellos
mismos.

Encender la ira divina, por sus pecados y rebeliones
infinitas de un becerro de oro en sus manos, al cual adoraban
como su libertador, en vez, de honrar y exaltar en sus
corazones, aquel que vive infinitamente y tiene con Él, en su
corazón y en su cuerpo inmolado, la sangre viva e infinita
que limpia el alma del pecado. Entonces en éste día terrible
para la historia de la humanidad, el hombre ciego y pecador
peca en contra Dios y de la sangre viva e infinita, al creer
en su corazón y confesar con sus labios, de que había sido
ese ídolo de oro de cuatro patas, el que los había liberado
de las manos crueles de sus enemigos.

Realmente este fue un pecado terrible en contra de la sangre
bendita, del Árbol de la vida del paraíso, por la cual Dios
no quería perdonar; pero como su misericordia fue mayor que
su ira, entonces decidió posponer el castigo de éste terrible
pecado para el juicio final de todas las cosas, en el último
día de la tierra. Y, hoy en día, ésta misma sangre viva e
infinita, clama por ti, mi estimado hermano y mi estimada
hermana, no sólo para perdonar tus pecados, lo cual es muy
importante para ver la vida eterna y sus riquezas, pero para
sanar tu vida y protegerte de los males de tus enemigos, como
Lucifer y su serpiente antigua, por ejemplo.

En vista de que, tus enemigos son muchos y no se han cansado
de atacarte día y noche, desde el día que comenzaron a atacar
a Adán y a Eva en el paraíso, en el más allá, por ejemplo, en
donde empezó tu misma vida con tu pecado original, la que
vives hoy en día, en la tierra. Entonces la sangre viva del
paraíso clama por ti (y por los tuyos también), para
despertarte de tus tinieblas y de tu ceguera espiritual y
veas a Cristo Jesús, tu único verdadero amigo en esta tierra
y en tu nueva vida venidera del nuevo reino celestial, para
llenar tu corazón y tu alma de la luz de su sangre milagrosa.

Y lo único que tienes que hacer para responder a su llamado,
realmente, es aceptarla en tu vida, al orar a nuestro Dios
que está en los cielos, en el nombre sagrado de su Hijo
amado, el Señor Jesucristo, para que perdone tus pecados y te
bendiga desde el mismo cielo y paraíso del Árbol Vivo con sus
bendiciones infinitas. Y así Dios mismo llene tu vida de su
nueva luz celestial e infinita de su Árbol Viviente, su Hijo
amado, el Mesías, para que las tinieblas de tus males de
siempre, como los que agobian tu corazón, tu mente, tu alma,
tu espíritu y tu cuerpo humano, entonces se vayan de tu vida
y no vuelvan más a ti.

JESUCRISTO SE DIO ASIMISMO, PARA LIMPIARNOS CON SU SANGRE

Al que no conoció pecado, por nosotros el SEÑOR le hizo
pecado para que descendiese hasta la pobreza de nuestras
vidas y así entonces levantarnos de la nada: a la gloria más
sublime del cielo y de toda la nueva vida del SEÑOR y de sus
huestes angelicales. Con el propósito de que cada uno de
nosotros, en nuestros millares, de todas las razas, linajes,
pueblos, familias, tribus y reinos de la tierra, entonces sea
hecho verdad y justicia de Dios, sólo posible en Él, en su
Hijo muy amado, ¡el Señor Jesucristo!

Porque era necesario que nuestro Padre Celestial nos salvase
del poder del pecado y de sus muchas tinieblas, por medio de
una vida santa y sumamente honrada, la cual descendiese de
las riquezas del cielo a la pobreza de la tierra, para no
sólo regresar al paraíso, sino mucho más que esto. Y esto fue
realmente para vivir una vida sana, santa y saludable, como
ninguna otra, en sus nuevas tierras con nuevos cielos, en el
nuevo reino celestial, en donde la pobreza y la maldad del
pecado y de sus profundas tinieblas de Lucifer y de sus
ángeles caídos no existen, para siempre, en ningún ser creado
del SEÑOR.

Por lo tanto, un cordero o un becerro o un toro de las
manadas israelíes no podían satisfacer los requisitos de una
vida sana, santa y eternamente saludable y apta para vivir
con nuestro Dios y sus huestes de ángeles gloriosos de la
nueva vida perenne, del nuevo reino celestial, como La Nueva
Jerusalén Santa e infinita, por ejemplo. En verdad, nos
encontrábamos en un lío muy serio y sin salida alguna, en
todos nuestros contornos de todo lo que es (y ha de ser)
nuestra vida humana, en toda la vida del mundo entero, para
escapar los males del pecado y de su muerte eterna, no sólo
en la tierra sino también del infierno infinitamente violento
y tormentoso.

Teníamos nuestra sangre llena de pecados, mentiras y las
maldiciones de enfermedades y de muertes terribles de parte
de Lucifer y de su corazón perdido en tinieblas y destrucción
eterna para cada uno de nosotros, comenzando con Adán y Eva,
por ejemplo, por haber comido del fruto prohibido, en vez,
del fruto del Árbol de la vida, infinita de Dios. De hecho,
ésta misma sangre nuestra tenia que ser reemplazada o
regenerada por una sangre buena, que no sólo nos borre,
limpie y purifique de nuestros pecados y de sus muchas
profundas tinieblas de enfermedades que vienen a nosotros del
más allá, de parte de Lucifer y de sus ángeles caídos, por
ejemplo, sino mucho más que esto.

Y esto era que la nueva sangre, no podía ser de la tierra o
de cualquier animal de sacrificio o de hombres, sino del
mismo paraíso, para darnos poder y vida en abundancia, para
nosotros entonces poder vivir nuestras vidas, por las cuales
fuimos creados en Dios y en su Espíritu Santo, para sólo
vivirla por su Árbol Viviente, Jesucristo. Porque no es
posible que sangres de animales de sacrificio u hombres
pecadores de la tierra nos puedan dar de sus sangres, para
nosotros entonces poder ser hechos libres de nuestros pecados
y males eternos, en la tierra y en el más allá, también, y
así poder entrar a la nueva vida infinita del nuevo reino de
los cielos.

Esto no es así, para ningún hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, porque no existe sangre de animal o humana
que nos pueda llevar de regreso a la vida celestial de la
antigüedad, la del paraíso de Adán y Eva, por ejemplo.
Entonces la única sangre que nos podía (y aun nos puede)
limpiar, santificar, sanar y llenar de vida en abundancia,
realmente, es la misma sangre gloriosa de nuestro Señor
Jesucristo, el Árbol de la vida eterna del paraíso y de toda
la nueva creación de Dios y de sus huestes celestiales, en la
tierra y en el más allá, también.

Es por eso, que el SEÑOR desde el principio le requirió a
Adán y a Eva comer y beber solamente del fruto del Árbol de
la vida, para que de esta manera única, no sólo se pudiera
quedar a vivir en el paraíso, sino que ambos crecerían
espiritualmente hasta llegar a ser tan santos y gloriosos,
como su mismo Creador. Porque para esto Dios mismo los saco
con sus propias manos del fondo de las profundas tinieblas de
la tierra, para formarlos con la ayuda idónea de su Espíritu
Santo, en su imagen y conforme a su semejanza sagrada, "sólo
posible", por medio del fruto del Árbol de la vida, su
"Cordero Escogido y su sangre bendita", ¡el Señor Jesucristo!

Puesto que, es la sangre del Señor Jesucristo, la del Árbol
de la vida, la que nos lleva de regreso al paraíso y nos
permite permanecer a vivir en ella con Dios y sus ángeles
celestiales, para no sólo comer y beber del Señor Jesucristo,
sino también de los frutos de los millares de árboles que
existen en el paraíso. Porque la sangre del hombre y de la
mujer tienen que ser compatibles con la sangre del Árbol de
la vida de Dios, para entonces quedarse a vivir en el
paraíso, de otra manera, no es posible la vida para ningún
ser viviente, como el pecador o la pecadora vivir en el cielo
y con su Dios.

Entonces viviremos en el paraíso para comer y beber sólo del
Árbol de la vida y de sus millares de frutos y árboles
creados por Dios y su Espíritu, los cuales sólo nos hacen
bien y, a la vez, nos dan salud infinita en nuestras sangres
y en nuestros cuerpos espirituales y glorificados, en la
sangre bendita de nuestro Jesucristo. Porque la verdad es que
el árbol de la ciencia del bien y del mal ha de estar ahí, en
su lugar, en el epicentro del paraíso, pero ya no nos hará
más daño, como se lo hizo a Adán y a Eva primero, por
desobediencia a la palabra bendita del SEÑOR, por ejemplo.

Realmente, viviremos felices y libres del mal del pecado y de
su muerte, porque Lucifer ya no existirá más, como hoy en día
vive aun, a pesar de la gran derrota que sufrió delante del
SEÑOR y del Señor Jesucristo, en el día de la crucifixión y
de la resurrección de entre los muertos en el Tercer Día, por
ejemplo. Entonces como Dios mismo hizo al Señor Jesucristo
que sufriera el poder del pecado y de su mal eterno en el
madero, aunque jamás peco, para que entonces descendiera a la
terrible pobreza de nuestro estado espiritual del infierno, y
desde ahí levantarnos muy alto y hasta la nueva vida infinita
del nuevo reino celestial, en el más allá.

Además, nuestro Dios hizo todo este gran milagro, sólo en la
vida de su Hijo amado, por el poder sobrenatural de su misma
sangre viviente, viviendo en el corazón de cada uno de los
hombres, mujeres, niños y niñas de las naciones, para
entonces cumplir la Ley del paraíso y así darle vida nueva a
su humanidad infinita y celestial. Porque a parte de eso,
ningún ser viviente podía realmente conocer a su Árbol de
vida y de salud infinita, para entonces regresar a su vida
normal del cielo y vivir eternamente en la verdad y en la
justicia gloriosa y sumamente honrada de su Creador, ¡el
Todopoderoso de Israel y de la humanidad entera!

Esto era totalmente imposible para la vida de la humanidad
entera, sin Cristo Jesús en su sangre, sea quien sea la
persona del ayer y de hoy en día, en toda la creación de
Dios, en el paraíso y en toda la tierra, también. Por eso,
damos gracias a nuestro Padre Celestial por ofrecerle su
fruto del Árbol de la vida a Adán y a cada uno de sus
descendientes, también, de todas las razas, pueblos, linajes,
tribus y reinos del mundo entero, comenzando con Eva, por
supuesto, para alcanzar como hoy mismo, por ejemplo, el bien
perdido de la vida eterna del paraíso.

Ya que, es ésta misma sangre bendita del Señor Jesucristo, su
Hijo amado, la cual nos mantiene vivos hoy en día y en toda
la tierra, para muy pronto, si nuestro Dios nos se tarda más,
entonces regresar a nuestras vidas normales del paraíso y del
nuevo reino celestial, como La Nueva Jerusalén Dios, la que
desciende del cielo. Y si ésta misma sangre sagrada y antigua
del paraíso viene a ti, mi estimado hermano, así como vino en
su día a Adán y a Eva, entonces no cometas el mismo error y
rebelión de nuestros progenitores celestiales, al no comer y
beber del Árbol de la vida, sino has todo lo contrario, y
acéptala en tu vida ilimitadamente.

Porque si aceptas a Jesucristo como tu Árbol de la vida y de
salud infinita de tu corazón y de tu alma, entonces los
poderes sobrenaturales de la misma sangre sagrada y antigua
del paraíso, comenzara a bendecir tu vida (y la de los tuyos
también), como jamás has sido bendecido en toda tu vida y en
la eternidad venidera. En realidad, sólo la sangre del Señor
Jesucristo es la mejor para el hombre, la mujer, el niño y la
niña de la humanidad entera, para perdonar pecados y
limpiarlos de los poderes terribles de las enfermedades, de
las cuales azotan el corazón, el alma y la vida humana, de
parte de Lucifer y de sus ángeles caídos, por ejemplo.

Es por eso, que el que no tiene la sangre bendita y antigua
del paraíso obrando en sus poderes y autoridades celestiales
de parte de nuestro Padre Celestial, entonces es muy fácil
atacado por el poder del enemigo y de sus muchas tinieblas,
para que su corazón, su espíritu, su alma y su cuerpo
enfermen, y mueran en las tinieblas. Porque todo aquel que
enferma y muere, entonces enferma y muere en las profundas
tinieblas del pecado de Lucifer y de sus ángeles caídos, para
descender a su lugar eterno, en el bajo mundo del más allá,
como el abismo, el infierno y posteriormente, después del
juicio: la segunda muerte final de su alma perdida, el lago
de fuego.

TENEMOS PERDÓN DE PECADO, SÓLO EN LA SANGRE DE JESUCRISTO

Por esta razón, sólo en el Señor Jesucristo tenemos redención
celestial e infinita para nuestras almas, por medio de su
sangre, el perdón de nuestras transgresiones de la Ley del
Paraíso, según las riquezas de su gracia, la cual hizo
sobreabundar en todo poder y entendimiento para con cada uno
de nosotros, en la tierra y en la eternidad, también. Es por
eso, que la sangre del Señor Jesucristo jamás debe de faltar
en nuestras vidas día a día; nuestro Dios nos la entrego en
su abundancia infinita, para que jamás nos falte ninguna de
sus muchas bendiciones y poderes sobrenaturales, para
derrotar al enemigo, en todo momento de nuestras vidas, por
la tierra y en el más allá, también.

Porque la verdad fue para Adán, la cual no entendió jamás y
hasta que fue demasiado tarde, que el único poder
sobrenatural del más allá, como en el paraíso, por ejemplo,
que le podía librar de cada una de las artimañas de Lucifer,
como sus mentiras y demás maldades mortales, era la misma
sangre bendita del Árbol de la vida. Porque sólo en el fruto
del Árbol de la vida hay poder para el corazón, para el alma
y para el cuerpo de Adán y de cada uno de sus descendientes,
en el paraíso y en toda la creación celestial, eternamente y
para siempre, desde hoy mismo y hasta la nueva eternidad
venidera de Dios y de su humanidad infinita.

Además, fue por esta razón, de que Dios requirió de Adán y de
cada uno de sus descendientes, comenzando con Eva, por
ejemplo, de que tenían que comer y beber siempre del fruto
del Árbol de la vida, el Señor Jesucristo, en el epicentro
del paraíso, para que sus cuerpos perennemente se mantuviesen
con esa vitalidad infinita, del reino celestial. Hoy en día,
lo mismo es verdad para todo hombre, mujer, niño y niña de
todas las familias de las naciones del mundo entero, de los
que ya han vivido sus vidas, de los que aun están viviendo
sus vidas y de los que han de venir a vivir sus vidas en la
tierra, en edades futuras, por ejemplo.

Es decir, que la sangre del Señor Jesucristo jamás debió
faltar para Adán y Eva en el paraíso, si realmente querían
seguir viviendo con Dios y con sus huestes de ángeles
gloriosos y sumamente honrados, del reino de los cielos. Por
lo tanto, lo mismo es verdad para con nosotros en toda la
tierra, en esta hora del día y por siempre ha de ser verdad,
igual, en la nueva vida celestial del nuevo reino celestial y
de su Árbol de vida infinita, rodeado por siempre de sus
huestes celestiales y de naciones de gentes redimidas por su
sangre infinita.

En vista de que, la sangre del Señor Jesucristo jamás perdió
ningún valor espiritual para con Dios en el paraíso, como en
el día que Adán y Eva la rechazaron en sus vidas, al no comer
del fruto del Árbol de vida, la sangre viva e infinita del
nuevo reino venidero. Ni tampoco ha perdido ningún valor
espiritual el Señor Jesucristo en nuestras vidas humanas,
sino que todo lo contrario; realmente, la sangre de Cristo ha
ganado más valor que antes en el corazón de los ángeles del
cielo y así también en los corazones de los hombres, mujeres,
niños y niñas de la humanidad entera, aunque jamás le han
visto.

Y, hoy en día, esta misma sangre viva e infinita toca la
puerta de tu corazón, mi estimado hermano y mi estimada
hermana, para perdonar tus pecados, librarte de todas tus
culpas y males eternos, para que no pierdas ninguna de las
bendiciones de tu Padre Celestial que está en los cielos, por
ejemplo. Además, este es un valor espiritual de perdón,
bendición, sanidad y de salvación de nuestras almas, en la
tierra y en el paraíso, llena de sus muchas y más ricas
gloriosas bendiciones de nuestro Padre Celestial, de su Hijo
amado, de su Espíritu Santo y de sus millares de ángeles,
arcángeles, serafines, querubines y demás seres santos del
reino celestial.

Es decir, también, que cada vez que la sangre del Señor
Jesucristo se manifiesta en nuestras vidas, entonces mucho
más de ella llegamos a conocer en nuestros corazones, en
nuestras almas, en nuestros espíritus y cuerpos humanos, en
la tierra y en el paraíso, como en el nuevo reino celestial:
La Nueva Jerusalén Santa e Infinita del cielo, por ejemplo.
Porque la verdad es que aun no conocemos muchos de los
poderes y autoridades sobrenaturales de la sangre viviente
del Señor Jesucristo, para bendecir nuestras vidas terrenales
y celestiales, también, como en el más allá, de la nueva era
venidera de Dios y de sus huestes celestiales, del nuevo
reino de los cielos.

En la medida en que, sabemos muy bien que la sangre del Señor
Jesucristo perdona pecados, bendice profundamente y sana las
almas, los espíritus y los cuerpos humanos de los hombres,
mujeres, niños y niñas de la humanidad entera, sin jamás
dejar sin su bendición a ninguno de ellos, en toda la
creación terrenal y celestial, a la misma vez. Y, además,
sobre todas las cosas, la sangre de Jesucristo tiene poder
para levantarnos de entre los muertos y volver a vestir
nuestros huesos, con carne, músculos, órganos y piel, como
Dios nos formo, tal como siempre hemos sido (y seremos), como
hombres y mujeres, en nuestras nuevas vidas infinitas, de la
eternidad venidera del nuevo reino celestial, por ejemplo.

Porque la verdad es también que la sangre viva del Señor
Jesucristo tiene cada una de "todas las informaciones
genéticas" de cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad
entera, para volverlo a bendecir en su cuerpo, alma y
espíritu humano con mucha más gloria que antes, aun mucho
mayores que Adán y Eva, en el paraíso, por ejemplo. Por lo
tanto, la sangre del Señor Jesucristo es tan importante en la
vida de la humanidad entera, por muchas razones, de la misma
manera que fue tan importante para Adán y Eva, por ejemplo,
para que no pequen jamás, sino que obedezcan y vivan por
siempre sus vidas eternas con su Dios y con su Jesucristo, en
el cielo.

Y sin la sangre viva e infinita del Señor Jesucristo,
entonces no hay expiación de pecado alguno para ningún
hombre, mujer, niño y niña, de todas las familias, razas,
pueblos, linajes, tribus y reinos del mundo entero, desde los
días del paraíso y hasta la nueva eternidad venidera. En
realidad, todo hombre y toda mujer morirá infinitamente en su
corazón, luego en su alma y finalmente en su cuerpo y
espíritu humano, hasta que muerda el polvo de la muerte, en
la tierra y en el más allá, también, como en el infierno o el
lago de fuego, la segunda muerte del ángel caído y del alma
perdida.

Pero aunque esto siempre ha sido la ley de la vida en la
tierra, desde que el hombre vive en ella, realmente volverá a
ver la vida, sí en su corazón y durante los días de su vida:
Honro al Señor Jesucristo, delante de Dios y de su Espíritu
Santo, para gloria y para honra infinita de su nombre
sagrado. Porque esta es la promesa de vida y de salvación
infinita que Dios le ofreció primero a Adán y para todo aquel
que ame y honre por siempre a su Hijo amado, en su espíritu y
en su vida, con tan sólo creer en su corazón e invocar con
sus labios su perdón de pecados y salvación de su vida.

Entonces es importante que todo corazón del hombre, mujer,
niño y niña de toda la tierra, honre el nombre sagrado del
Señor Jesucristo, para que la sangre viviente del pacto
eterno comience a vivir en su corazón, en su alma, en su
espíritu y en su cuerpo humano, para sanarlo de sus males y
hasta que regrese al paraíso. Porque es sólo lo que la sangre
del Señor Jesucristo ha hecho en nuestros corazones, almas,
cuerpos y espíritus humanos, lo que realmente nos dará
poderes especiales y sobrenaturales, desde hoy mismo, para
poder volver a nuestros hogares celestiales del paraíso, al
lado de nuestro Dios y de su Árbol de vida, nuestro redentor
infinito, ¡el Señor Jesucristo!

JESÚS NACIÓ DE UNA VIRGEN Y NOS DIO SU SANGRE VIVA E INFINITA

Pero cuando se acerco la riqueza de la eternidad, entonces
Dios envió al Señor Jesucristo, nacido de virgen y bajo la
Ley de Moisés y de Israel, también, para que redimiese a los
que vivían bajo la maldición de la Ley, a fin de que sean
hechos legítimamente hijos de Dios, para la nueva vida
infinita del nuevo reino celestial. Porque nuestro Dios jamás
se tarda en enviar a su Hijo amado a Israel, para redimirnos
de los poderes terribles del pecado, por haber transgredido
en contra de la Ley del paraíso, al no comer del fruto de la
vida eterna, la sangre viva e infinita del pacto eterno, por
rebeldía de sus progenitores celestiales, Adán y Eva, por
ejemplo.

De suerte que, el servir a Dios es únicamente comer del fruto
de la vida, eso es todo (o el todo de todo) para nosotros
vivir; es decir, también, que el servir a Dios es cumplir y
exaltar por siempre su Ley Santa y Eternamente honrada, la
del paraíso y la de la tierra escogida de Canaán, Israel, por
ejemplo. Es más, para nuestro Padre Celestial el cumplir y
honrar su Ley Sagrada es comer y beber de ella, del pan y de
la copa de vino, su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, para
alejarnos de las tinieblas y entrar a la luz más brillante
que el Sol, el Mesías de la nueva eternidad venidera.

Es decir, también, que el creer en el Señor Jesucristo, como
su Hijo amado, es comer y beber de la Ley del paraíso y de la
vida eterna del nuevo reino celestial, hoy en día y por
siempre en el infinito. Dado que, la nueva eternidad
celestial de Dios es La misma Nueva Jerusalén Eterna, la que
Dios soñó desde siempre con el hombre y sus ángeles de toda
la vida, la que desciende del cielo más alto que el cielo de
los ángeles, por ejemplo. Por lo tanto, para nuestro Padre
Celestial el amar y honrar su Ley Sagrada es verdaderamente
amarle a Él, en el espíritu y en la verdad infinita de su
fruto del Árbol de la vida eterna; es decir, amarle sólo en
la sangre viva e infinita del pacto eterno del hombre del
mundo y de su Mesías, ¡el Señor Jesucristo!

Entonces, hoy en día, éste fruto de la vida eterna de Dios y
del Señor Jesucristo para cada uno de sus hijos e hijas, de
todas las razas, pueblos, linajes, tribus y reinos del mundo
entero, comenzando con Adán y Eva en el paraíso, por ejemplo,
es la sangre antigua del Árbol de la vida, su Hijo amado, ¡el
Mesías! Porque para nuestro Padre Celestial su Árbol de la
sangre viva e infinita es la Ley de Moisés y de Israel, o a
la inversa, la Ley del paraíso es su Árbol de la sangre viva
e infinita de la vida eterna, ¡el Mesías!, para ángeles del
cielo, para la tierra y para la nueva creación venidera del
nuevo angelical.

Es por eso, que esta Ley Celestial de la sangre y del Árbol
de la vida, para bien de todo ángel del cielo y así también
para todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera,
no la cambia nadie, jamás; porque escrito está en las
Escrituras antiguas: la vida está en la sangre del ser
viviente. Porque desde el día que Adán y Eva pecaron en
contra de Dios, desde entonces violaron la Ley Infinita de
sus vidas, en esta vida y en la venidera, también, para no
volver a ver la vida jamás, por sus culpas y por sus pecados;
pero esto no cambio la Ley Divina en ninguno de sus muchos y
gloriosos significados.

Realmente, la Ley permaneció santa, perfecta, pura y muy
gloriosa, por cierto, en el paraíso y en todos los lugares
del reino de los cielos y hasta que entró en la tierra por
vez primera, desde las alturas del Sinaí, en el desierto de
Egipto, cuando los hebreos caminaban hacia la tierra
prometida, para poseerla y entonces ver al Mesías. Y esto es
algo que Dios ha deseado hacer también en el corazón de cada
hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera, sin hacer
jamás excepción de persona alguna, pero el espíritu de error
de las mentiras de Lucifer y de la serpiente aun luchan en
contra de Dios y de su Ley Sagrada, para mal de muchos.

Es por eso, que la Ley de Dios no ha sido honrada, ni
exaltada, ni exclamada como tal por el pecador, vil, criminal
y pagano de toda la tierra, sino que la verdad es otra,
totalmente contraria a la voluntad perfecta de nuestro Dios
que está sentado en su trono de gloria infinita en los
cielos, y lo ve todo. En realidad, todas estas gentes
pecadoras, viles, mentirosas, criminales, hacedoras de la
maldad, lo que han hecho, a través de los tiempos, realmente
es deshonrar cada palabra, cada letra, cada tilde y cada
significado infinito, de la Ley de Dios y de la vida eterna
de todo ser viviente del cielo y de la creación.

Pero nuestro Dios, en su sabiduría infinita ha vencido éste
terrible mal en el corazón de los hombres, mujeres, niños y
niñas de la humanidad entera, al escribir su Ley Sagrada en
sus corazones y con su dedo santo, también, para que los
pecadores siempre se acuerden de ella, y así ya no sigan
haciendo sus mismas maldades de siempre. Entonces nuestro
Dios, cuando llego su día señalado, envió a su Árbol de vida,
su Hijo amado, para que naciese del vientre virgen de la hija
de David, por el poder sobrenatural de su Espíritu, para que
a los nueve meses nos diese un Cordero Sagrado y bajo la Ley,
para que nos rescate de sus poderes y maldiciones infinitas.

Porque cada uno de nosotros, de todas las familias, razas,
pueblos, linajes, tribus y reinos de la humanidad entera,
realmente tenía que ser rescatado de nuestros pecados, por
Jesucristo, no tanto de nuestras tumbas en las profundas
tinieblas del mundo, eso ya lo hizo nuestro Dios en el
principio, sino del mismo vientre de nuestras madres, pero
virgen, esta vez. Es por eso, que el nacimiento del Señor
Jesucristo tenia que ser un nacimiento del vientre virgen de
una de las hijas de David, de la tribu de Judá y de la Casa
de Israel, solamente y en su día, ni más ni menos, para
cumplir las Escrituras, para gloria infinita de nuestro Padre
Celestial que está en los cielos. Y Dios lo tenia que hacer
así todo muy bien, en el vientre virgen de la joven hebrea,
para vencer a las tinieblas y redimir a todo hombre, mujer,
niño y niña de la humanidad entera, y así no se pierda nadie
en sus profundas tinieblas de su tumba común o del fuego del
infierno, por ejemplo.

Porque nadie nos podía redimir de los poderes terribles de la
maldición y de la muerte infinita de la Ley Inquebrantable y
Sagrada del paraíso, sino era el mismo fruto de la vida, la
sangre del Señor Jesucristo o, en otras palabras, la sangre
viva e infinita del Árbol de la vida de la Nueva Jerusalén
Santa e Infinita. Porque es el espíritu de la sangre del
cuerpo del Árbol de la vida que le da vida a todo hombre,
mujer, niño y niña de toda la tierra, comenzando con Adán y
Eva, en el paraíso, por ejemplo.

Por ello, éste fue el único fruto de la vida del Árbol de
Dios, el cual Dios mismo le ofreció a Adán comer y beber para
que vea la vida, en la tierra sagrada del paraíso y en toda
la nueva tierra y bendita del nuevo reino celestial, como La
Nueva Jerusalén que desciende del más allá de la antigüedad.
Porque en la mente y en el corazón de Dios, desde los
primeros días de la antigüedad, ya estaba soñando en la
creación de una Nueva Jerusalén Santa, Perfecta e Infinita,
en los cielos más alto que los ángeles y de la humanidad
entera --humanidad la cual crearía posteriormente en su
imagen y conforme a su semejanza sagrada--.

Aquí es cuando nuestro Dios pensó en ti, por vez primera,
para rescatarte de las tinieblas del vientre de la virgen,
con su Ley Bendita, la cual se quebró en las manos de Moisés
y descendió al abismo a esperar por Cristo, para que la
levantase al cielo con los poderes de la sangre viva e
infinita en tu corazón. Es por esta razón, que es muy
importante que tú mismo creas en tu corazón y confieses con
tus labios, la verdad redentora del Señor Jesucristo viviendo
en tu alma, mi estimado hermano, para que entonces por los
poderes de la sangre viva e infinita te eleven al paraíso,
hoy y en tu ultimó día de vida en el mundo.

Y si ya has pasado de la vida al polvo de la muerte, entonces
en su gran día de la resurrección de los muertos, Dios mismo
te levantara de nuevo a la vida de la tierra y del nuevo
reino celestial, para que vivas infinitamente, en donde
comenzaste a dar tus primeros pasos de vida en el paraíso,
por ejemplo. Es decir, que si has creído en Jesucristo y
confesado con tus labios su verdad y su justicia, entonces en
la resurrección, Dios mismo con los poderes sobrenaturales de
la sangre viva te levantara de regreso a tu hogar infinito,
para vivir con tus progenitores celestiales, Adán y Eva, para
que veas y sientas tu verdadera vida, como nunca antes.

Dado que, para esta vida celestial, es por la cual que Dios
te ha creado del polvo de la tierra en sus manos sagradas,
para que comas y bebas por siempre de su fruto de vida
eterna, la sangre y el cuerpo bendito del Árbol de la vida,
su fruto de vida infinita, su "Cordero Escogido", ¡el Señor
Jesucristo! Porque como Jesucristo no ha existido alguien
mayor que Él, en el cielo ni menos en la tierra, para
redimirte, sanarte, purificarte, santificarte y elevarte al
paraíso para que vivas tu verdadera vida, no la de la tierra,
sino la de Dios, junto con Él y con sus huestes celestiales,
sólo en el poder de la sangre del pacto eterno.

JESÚS ESTÁ CON SU SANGRE EN EL LUGAR SANTÍSIMO, PARA DARNOS
SALVACIÓN INFINITA

Entonces nuestro Señor Jesucristo entró de una vez por todas
y para siempre en el lugar santísimo del altar celestial de
nuestro Padre Celestial, logrando así eterna salvación de
nuestras almas infinitas, ya no mediante sangre de machos
perfectos y sin tacha alguna en sus cuerpos de cabrunos ni de
corderos ni de toros, sino mediante su propia sangre
hacedora. Porque es la sangre sagrada y antigua del paraíso,
la que hace la diferencia entre Dios y el hombre, la mujer,
el niño y la niña de la humanidad entera, para perdonar
pecados y bendecir sus vidas, en un momento de oración y de
fe, en el nombre del Señor Jesucristo, en la tierra y para la
nueva eternidad venidera.

Y sin ésta sangre bendita de su corazón y de su cuerpo santo,
nuestro Jesucristo no podía entrar al lugar santísimo del
altar celestial de Dios, sino que tenia que permanecer fuera
de él, como todo ser viviente que aun no ha recibió los
beneficios y bendiciones de fe, de la sangre del pacto
eterno, entre Dios y el hombre. Entonces fue por esta razón,
que Jesucristo tenia que descender del cielo, para entrar en
el vientre virgen, de una de las hijas de David, para que a
los nueve meses, nos diese aquel corazón y cuerpo santo,
lleno de la sangre redentora y del pacto eterno entre Dios y
el hombre de la tierra, para entra al lugar santísimo.

Además, sólo así entonces podamos cada uno de nosotros, de
todas las familias, razas, pueblos, linajes, tribus y reinos
del mundo entero, tener acceso al lugar santísimo de Dios en
el cielo, con tan sólo creer en nuestros corazones y confesar
con nuestros labios: la verdad y la justicia infinita que
agradan al corazón de nuestro Padre Celestial, eternamente. Y
esto es que el Señor Jesucristo es su Hijo y SEÑOR de la
nueva vida eterna del nuevo reino de los cielos, como en el
paraíso y como en La Nueva Jerusalén Celestial, por ejemplo,
para todo ángel y para todo hombre, mujer, niño y niña del
mundo, sólo fiel en su corazón a la sangre viva e infinita.

En la medida en que, todos los que quieran ver la nueva vida
eterna, en el nuevo reino de los cielos, entonces tienen que
haber sido bendecidos, lavados y purificados en la sangre
sagrada del gran rey Mesías de todos los tiempos, el Hijo
amado de Dios, ¡el Señor Jesucristo! Porque ha sido nuestro
Señor Jesucristo quien realmente subió al cielo desde
nuestras tumbas, al lugar santísimo del altar de nuestro
Creador para interceder, mediar y reconciliarnos con Él, por
medio de los poderes sobrenaturales de su misma sangre
santísima, la cual deja correr para bien de muchos y el fin
del pecado, sobre la cruz del Gólgota, por ejemplo.

Y desde el día que el Señor Jesucristo le puso fin al pecado
de Adán y de cada uno de sus descendientes, entonces la
muerte y sus enfermedades ya no tiene poder alguno sobre
ninguno de nosotros, de los que hemos creído e invocado con
nuestros labios su nombre redentor, para perdón de pecados y
salvación infinita de nuestras vidas. Porque desde el día que
comenzamos a creer e invocar su nombre, entonces se cumple la
Escritura, en donde dice, que todo aquel que invoque su
nombre bendito será salvo en los últimos días del poder del
pecado y de su muerte eterna, en la tierra y en el más allá,
como en el infierno o el lago de fuego.

Porque todo aquel que no recibió al Señor Jesucristo en su
corazón, entonces su nombre no está escrito en "el libro de
la vida"; por lo tanto, su vida corre el peligro de terminar
entre las llamas ardientes de la ira de Dios, en el infierno
y para finalmente caer en el lago de fuego, en el más allá.
Sin embargo, si lo contrario fuese verdad en tu vida, mi
estimado hermano, de que el espíritu de fe, de la sangre viva
e infinita del Señor Jesucristo ha entrado en tu corazón y en
toda tu vida, también, entonces comenzaras a ser bendecido
por ella con muchos de sus poderes sobrenaturales de
milagros, maravillas y hasta prodigios, también.

Porque es el espíritu de fe, en la sangre bendita del Señor
Jesucristo, la cual realmente nos da poder y muchos bienes
sobrenaturales para protegernos día y noche de los males del
pecado y de las profundas tinieblas del enemigo infinito de
nuestras almas eternas, en la tierra y en el paraíso,
también, para la eternidad venidera. Es decir, también de que
Dios mismo te protegerá, como protege a sus ángeles
celestiales de los males de Lucifer y de sus ángeles caídos,
por amor infinito de su corazón sagrado hacia la verdad y la
justicia infinita de la sangre gloriosa y eternamente
milagrosa del fruto de su Árbol de vida eterna, ¡el Señor
Jesucristo!

Por ende, nada ni nadie podrá realmente hacerte ningún mal en
todos los días de tu vida por la tierra, si el espíritu de la
sangre del Señor Jesucristo reina en tu corazón, para cumplir
cada una de las promesas divinas, hecha a sus amados de la
antigüedad de Israel, desde el comienzo de las cosas, por
amor a ti. Y esto es de perdón de pecados, protección
infinita de los males del enemigo en sus vidas y alcanzar las
más ricas y gloriosas bendiciones de la nueva vida celestial
e infinita del nuevo reino de Dios, en la tierra y en el
cielo, también, para la nueva eternidad venidera de ángeles y
de su eterna humanidad regenerada.

Porque tanto como los ángeles del cielo y así también la
humanidad entera ha sido bendecida y regenerada inmensamente
por tan sólo ingerir vida del fruto de la vida eterna, el
Señor Jesucristo, ya sea para los millares de ángeles en el
cielo o para los hombres, mujeres, niños y niñas de toda la
tierra, también, por ejemplo. Porque es la sangre viva e
infinita del paraíso, el fruto de la vida, del Árbol de Dios,
el Señor Jesucristo, la cual realmente alimenta el corazón,
el alma, el espíritu y el cuerpo humano de Adán y de la
humanidad entera, de todas las naciones de la tierra y del
nuevo reino celestial, también, por supuesto, para la
eternidad.

Entonces tenemos la confianza en nuestros corazones eternos,
de que el Señor Jesucristo ascendió al cielo, para entrar al
lugar santísimo del altar de Dios, no con la sangre de los
corderos, toros y cabríos de Israel de la antigüedad o de
siempre, sino con su misma sangre bendita, la cual nos da
vida y salud en abundancia, infinitamente. Es por eso, que
desde la antigüedad y hasta nuestros días, tenemos al Señor
Jesucristo delante de Dios y ante su altar del cielo,
intercediendo por el bienestar de cada uno de nosotros, de
todas las familias, razas, pueblos, linajes, tribus y ríenos
de la tierra, de los que hemos creído e invocado su nombre
salvador con nuestros labios.

Para que entonces nuestro Padre Celestial ya no vea nuestros
pecados y sus muchas tinieblas en nuestras vidas, sino sólo
al Señor Jesucristo bendiciéndonos día y noche con su sangre
viva e infinita, llena de verdad y de justicia celestial,
para nuestros corazones y para nuestras nuevas vidas
celestiales del nuevo reino de los cielos, en la nueva
eternidad infinita. Por consiguiente, ésta sangre viva y
real, llenara nuestros corazones y nuestras venas de nuestros
cuerpos de vida y de la misma salud celestial e infinita de
nuestro Padre Celestial y de su Árbol de la vida, su Hijo
amado, el gran rey Mesías, ¡el Señor Jesucristo!, en los días
venideros, si permanecemos fiel, a su sangre expiatoria y
reconciliadora.

Y desde entonces llegaremos a ser esos hombres y mujeres
completamente formados, en el Espíritu y en el amor infinito
de Dios y de su Señor Jesucristo, para jamás volver a conocer
el mal del pecado ni ninguna de sus enfermedades terribles,
de nuestros corazones y de nuestras almas, en la tierra y en
el paraíso, eternamente y para siempre. Realmente seremos
hechos, como Dios mismo lo dispuso en el comienzo de todas
las cosas, en su imagen y conforme a su semejanza santa,
perfecta y sin igual alguna, gracias a la sangre viva e
infinita del Árbol de la vida, viviendo en nuestros corazones
y en nuestras almas regeneradas, para la vida infinita del
nuevo reino celestial.

Y, a partir de aquel día en adelante, sólo conoceremos la
felicidad celestial de vivir con nuestro Padre Celestial, su
Espíritu Santo y su Hijo amado, el Señor Jesucristo, rodeado
por siempre de sus huestes de ángeles celestiales y de su
nueva humanidad infinita de todos los tiempos, para jamás
volvernos a separar de él, en la eternidad venidera. Y es
precisamente esta vida y éste día celestial, ya muy cercano,
por cierto, por los cuales tu corazón y tu alma siempre te lo
han requerido de ti, pero sin tú saberles responder
adecuadamente, porque no conocías a Cristo, tu única verdad y
justicia salvadora de tu vida, en la tierra y en el paraíso,
también, para siempre.

LA SANGRE VIVA E INFINITA TE AMA


La sangre del Árbol de la vida clama por ti, desde la
fundación de la roca eterna, en donde se derramo hasta llegar
a las profundas tinieblas de las tumbas de los pecadores y
pecadoras de la humanidad, para reclamar por tu vida y por tu
salvación infinita. Y desde aquel día, como en el Tercer Día
subió de regreso a la tierra sagrada que te vio nacer del
polvo de la tierra, en las manos de Dios, para seguir
clamando por ti y por tu salvación, pero esta vez, desde el
epicentro del lugar santísimo de nuestro Padre Celestial, en
el cielo.

Porque la verdad es que el amor de nuestro Padre Celestial
hacia el hombre y su humanidad infinita es mayor que todos
los sentimientos de su corazón y de sus cosas muy gloriosas y
grandiosas del reino de los cielos y de sus ángeles sumamente
gloriosos y eternamente honrados delante de su presencia
sagrada. Y es por este amor, que nuestro Dios dio su misma
vida santa, para redimirnos a cada uno de nosotros, de los
males del pecado y de su muerte infinita, en el más allá,
como en el infierno o el lago de fuego, por ejemplo, la
segunda muerte del alma rebelde al fruto de vida, la sangre
hacedora / restauradora.

Además, este fruto de vida del paraíso es la misma sangre
viva e infinita que nuestro salvador, Jesucristo, el Mesías,
dejo correr sobre los árboles cruzados, secos y sin vida de
Adán y Eva, sobre la cima de la roca eterna, en las afueras
de Jerusalén, para ponerle fin al pecado y al ángel de la
muerte, en tu vida. Para que de esta manera, el pecado y sus
poderes de las profundas tinieblas del más allá ya no tengan
ningún poder sobre ninguno de nosotros, en todos los lugares
de la tierra y aun en el más allá, también, con el ángel de
la muerte, como en el bajo mundo de las almas perdidas de los
pecadores, por ejemplo.

Porque con la sangre viva e infinita, el pecado y el ángel de
la muerte ya no pueden tocar ni tener efecto alguno, en
nuestros corazones, en nuestras almas, en nuestros cuerpos,
ni menos en nuestras vidas, en la tierra y en el más allá,
como en el paraíso o como en La Nueva Jerusalén Sagrada e
Infinita del cielo. En realidad, el poder de la sangre del
Señor Jesucristo en nuestras vidas no la entiende ningún ser
humano, con su corazón y con su mente pecadora, sólo nuestro
Padre Celestial y su Espíritu Santo; ni aun los ángeles
pueden entender los poderes y autoridades sobrenaturales de
la sangre del Señor Jesucristo, en sus mentes y en sus
corazones.

Los ángeles sólo se admiran de la gloria infinita que ven en
ella, cuando toca el corazón y la vida de cada hombre, mujer,
niño y niña de la humanidad entera, para redimirlos del poder
del pecado y de sus males eternos, como la muerte en el
infierno o la muerte infinita, en el lago de fuego, por
ejemplo. Realmente, los poderes sobrenaturales de la sangre
que Jesucristo derrama sobre la cima de la roca eterna, en
las afueras de Jerusalén, sólo son para los que aman a Dios y
a su Espíritu Santo, en sus corazones, en su espíritu y en su
verdad, para dejar atrás las tinieblas y vivir la luz de la
vida del paraíso infinitamente.

Por lo tanto, nosotros estamos llamados por Dios mismo, de la
misma manera que llama a Adán a comer y beber de su fruto del
Árbol de la vida, es decir, de la sangre viva e infinita de
la nueva vida, del nuevo reino celestial, para gloria y para
honra perdurable de Él mismo y de su Espíritu Santo. Porque
de otra manera, ninguno de nosotros, al igual que Adán y Eva,
jamás podremos realmente ver ni menos conocer la vida
inmortal del paraíso, por la cual Dios nos saco del polvo de
la muerte, para formarnos en su imagen y conforme a su
semejanza, para vivir con él y conocerle como tal, como
nuestro Creador, en la inmensidad.

Por ello, nuestro Dios desea que cada uno de nosotros le
conozcamos a Él, de la misma manera, como su Hijo amado
siempre le ha conocido desde tiempos inmemoriales y hasta
nuestros días, por ejemplo. Es por eso, que en el principio
nuestro Dios nos creo en sus mismas manos y no en las manos
de los ángeles o de otros seres celestiales, para entonces
crearnos a su perfección infinita de su imagen y conforme a
su semejanza celestial, con el fin de que le conozcamos algún
día, como hoy en día, por ejemplo.

Porque sin la imagen y semejanza celestial de Dios, entonces
nosotros no hubiésemos jamás conocido al Señor Jesucristo, ni
a su Espíritu Santo ni mucho menos a Él, como nuestro Padre
Celestial, Fundador del cielo y de la tierra, ¡el
Todopoderoso! Entonces en el día de nuestra formación era
indispensable para Dios formarnos en los poderes gloriosos y
sobrenaturales de la sangre viva e infinita del Árbol de la
vida, Jesucristo, el Mesías, para que nosotros vivamos por
siempre de su fruto de vida celestial, la sangre del pacto
eterno entre Él y el hombre, la del Gólgota, por ejemplo.

Ya que, si Dios nos hubiese creado en la imagen y semejanza
de los ángeles del cielo, lo cual hubiese sido muy loable y
glorioso, también, pero jamás así de loable o así de
glorioso, como la misma imagen y semejanza celestial de
nuestro Padre Celestial, el Dios del cielo y de toda la
tierra. Y si Dios nos hubiese creado en las manos de otros
seres, como corderos, becerros, toros, en fin, como
cualquiera de los animales del paraíso o de la tierra,
entonces no tendríamos el potencial en nuestros corazones de
conocerle a Él, en su imagen y conforme a su semejanza, cómo
sólo Cristo le conoce, desde siempre, y por los siglos.

Es decir, que los animales sólo pueden conocer a los
animales, en su imagen y semejanza de cada uno de ellos
mismos; y así también los ángeles del cielo, por ejemplo,
según sean sus rangos de gloria y de perfección celestial,
como arcángeles a arcángeles, serafines a serafines,
querubines a querubines y demás seres santos del reino. Como
por ejemplo, el becerro se identifica con su igual, es decir,
otro becerro; y, además, pueden vivir juntos en sus manadas,
sin ningún problema alguno y hasta se procrean mutuamente en
grandes números, si se los deja a vivir a su manera natural
de vivir, por ejemplo.

Pues así también los toros y las vacas, estos animales se
identifican el uno al otro y viven en sus manadas por la
tierra, en paz, en tranquilidad y felices de estar juntos. Lo
mismo podríamos decir, por cualquier otro animal del aire, de
la tierra y del mar, cada uno de ellos se identifica en su
imagen y según su semejanza, y viven juntos y felices todas
sus vidas y sin ningún problema.

Pues el hombre también con Dios y con su Jesucristo viviendo
en su corazón, siempre llenos de los frutos de vida y de
salud eterna de su Espíritu Santo, porque hemos sido creados
en las manos sagradas de Dios, para vivir en su imagen y
conforme a su semejanza infinita y celestial, en la tierra y
en el paraíso. Pues entonces, nosotros hemos salido de Dios y
de Cristo o del Árbol de la vida eterna, por su sangre y por
su Espíritu Santo, también, por ejemplo, para vivir la vida
del paraíso y no tanto (o jamás) la vida pecadora y rebelde a
Dios, la del fruto prohibido del árbol de la ciencia, del
bien y del mal.

Ahora, si Dios nos hubiese creado en las manos de Lucifer,
por ejemplo, entonces seriamos formados conforme a su imagen
y semejanza, algo terrible e impensable; y si hubiese sido
así, entonces seriamos más diablos que él mismo, sin igual
alguno en toda la inmensidad celestial y terrenal de la
creación de Dios. Es más, ni Lucifer mismo nos hubiese
soportado tanto, como Dios lo ha hecho a través de los
tiempos y hasta nuestros días, pues, nos hubiese matado hace
mucho tiempo ya, para no sufrir nuestros pecados, maldades y
hasta quien sabe que otras cosas más terribles, de las cuales
destrozarían su corazón, para no desearnos volver a ver más.

Pero gracias a Dios que no hemos sido creados en la imagen y
semejanza de ángeles, ni de animales, ni mucho menos en las
manos de Lucifer, sino que fuimos creados en las manos
sagradas de Dios y de su Árbol de vida eterna, para ser
llenos por siempre de su Espíritu Eterno. Porque es la
llenura del Espíritu de Dios, la que nos da vida, hoy en día
y por siempre en la eternidad venidera, de la misma manera
que el Espíritu de Dios tuvo que entrar en el vientre virgen
de la joven hebrea, para darnos al Mesías.

Y luego el Espíritu Santo de Dios tuvo que levantar al Tercer
Día al Señor Jesucristo de entre los muertos, después de
haber vivido toda su vida fiel a la Ley del paraíso como el
Mesías, para volver a darnos vida infinitamente a cada uno de
nosotros, de todas las familias, razas, pueblos, linajes,
tribus y reinos de la tierra. Entonces nuestro Dios nos crea
en su espíritu de amor sobrenatural y eterno, y éste es el
mismo amor por el cual ha conocido desde siempre a su Hijo
amado, el Señor Jesucristo y a su Espíritu Santísimo, desde
los primeros días de la antigüedad y hasta nuestros días, por
ejemplo.

Para que hoy en día, nosotros también vivamos con él y
finalmente le conozcamos a través de los tiempos de la
eternidad venidera, tal como él siempre ha sido (y ha de ser)
para con nosotros, en la tierra y en la nueva vida infinita
del nuevo reino de los cielos. Y cuando lleguemos a conocer a
nuestro Padre Celestial, como ha sido conocido por el Señor
Jesucristo y su Espíritu Santo, entonces entenderemos todo lo
importante que ha sido desde siempre: la sangre del pacto
eterno entre Dios y el hombre de la humanidad entera, para
librarnos de las tinieblas y ver sólo por la luz de Cristo,
infinitamente.

Es por esta razón, que la sangre viva e infinita del Árbol de
la vida nos libra de los males del pecado y de sus muchas
enfermedades de nuestros corazones, de nuestros espíritus y
cuerpos humanos y celestiales, si tan sólo amamos a nuestro
Dios, en el espíritu y en la verdad infinita de nuestro
nombre salvador, ¡el Señor Jesucristo! Y, hoy más que nunca,
el espíritu de la sangre viva e infinita del Árbol de la vida
te llama a Dios, para que te acerques y seas hecho libre,
limpio, purificado y santificado de tus pecados y sus
tinieblas profundas del más allá, para que sólo veas la vida
infinita del nuevo reino de los cielos, perpetuamente.

El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre Celestial y de su
Jesucristo es contigo.


¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en
el nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman,
Señor. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras
almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y
sobrenatural, en la tierra y en el cielo, también, para
siempre, Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo amado, el
Señor Jesucristo.

LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo
a la verdad de Dios y al poder de Dios en tu vida. Un
tropiezo eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en
tu vida, de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre
Celestial y de su Espíritu Eterno. Pero todo esto tiene un
fin en tu vida, en ésta misma hora crucial de tu vida. Has de
pensar quizá que el fin de todos los males de los ídolos
termine, cuando llegues al fin de tus días. Pero esto no es
verdad. Los ídolos con sus espíritus inmundos te seguirán
atormentando día y noche entre las llamas ardientes del fuego
del infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de
Dios. En verdad, el fin de todos estos males está aquí
contigo, en el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo.
Cree en Él, en espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en
Él, escaparas los males, enfermedades y los tormentos eternos
de la presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de
espíritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de
los tuyos también, en la eternidad del reino de Dios. Porque
en el reino de Dios su Ley santa es de día en día honrada y
exaltada en gran manera, por todas las huestes de sus santos
ángeles. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano, mi estimada
hermana, has sido creado para honrar y exaltar cada letra,
cada palabra, cada oración, cada tilde, cada categoría de
bendición terrenal y celestial, cada honor, cada dignidad,
cada señorío, cada majestad, cada poder, cada decoro, y cada
vida humana y celestial con todas de sus muchas y ricas
bendiciones de la tierra, del día de hoy y de la tierra santa
del más allá, también, en el reino de Dios y de su Hijo
amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de Israel y de
las naciones!

SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en
tu corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en
abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha
venido diciendo así, desde los días de la antigüedad, desde
los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí".

SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas
ni les rendirás culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios
celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a
los que me aman y guardan mis mandamientos".

TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová
tu Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre
en vano".

CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero
el séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en
ese día obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que está
dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová hizo los
cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del
sábado y lo santificó".

QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que
tus días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te
da".

SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio".

SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio".

OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás".

NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de
tu prójimo".

DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu
prójimo".

Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y déshazte de todos
estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno
de los tuyos, también. Hazlo así y sin mas demora alguna, por
amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los
tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus
ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú no lo veas así,
en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos,
también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde
los días de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas,
en el día de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos
males en sus vidas, sino que sólo Él desea ver vida y vida en
abundancia, en cada nación y en cada una de sus muchas
familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y
digamos juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de
la presencia santa del Padre Celestial, nuestro Dios y
salvador de todas nuestras almas:

ORACIÓN DEL PERDÓN

Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la
memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo
amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el
cielo así también en la tierra. El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en
tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Amén.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre
Celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no
perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la
VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO,
sino es POR MÍ". Juan 14:

NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.

¡CONFÍA EN JESÚS HOY!

MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA
TI Y LOS TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de
éste MUNDO y su MUERTE.

Dispónte a dejar el pecado (arrepiéntete):

Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al
tercer día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que
entré en tu vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.

QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ
DECIRLE AL SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di:
Dios mío, soy un pecador y necesito tu perdón. Creo que
Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi
pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a
venir a mi corazón y a mi vida, como mi SALVADOR.

¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No
_____?

¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?

Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de
una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con
Dios, orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate
en AGUA y en El ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y
sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es
predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los demás.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del
evangelio de Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender
más de Jesús y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros
cristianos están disponibles en gran cantidad en diferentes
temas, en tu librería cristiana inmediata a tu barrio,
entonces visita a las librerías cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros están a tu disposición, para que
te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti,
para que te goces en la verdad del Padre Celestial y de su
Hijo amado y así comiences a crecer en Él, desde el día de
hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la
paz de Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras
oraciones. Porque ésta es la tierra, desde donde Dios lanzo
hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras
bendiciones y salvación eterna de nuestras almas vivientes. Y
nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: "Vivan tranquilos
los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén". Por causa de mis
hermanos y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti, siempre
Jerusalén". Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en
el cielo y en la tierra: imploraré por tu bien, por siempre.

El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el
Espíritu de Dios a toda la humanidad, diciéndole y
asegurándole: - Qué todo lo que respira, alabe el nombre de
Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso! Y esto es, de toda
letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo
corazón, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y
loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas,
como antes y como siempre, por la eternidad.

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http://radioalerta.com

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