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(IVÁN): ALABAR A DIOS ES VIVIR

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IVAN VALAREZO

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Mar 13, 2007, 2:24:08 PM3/13/07
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Sábado, 10 de marzo, año 2007 de Nuestro Salvador Jesucristo,
Guayaquil, Ecuador - Iberoamérica


(Este Libro fue Escrito por Iván Valarezo)

ALABAR A DIOS ES VIVIR

De tanto Dios ver a los ángeles alabar y honrar su nombre, a
través de los siglos de la antigüedad, entonces pensó por vez
primera por el hombre del paraíso. Y cuando Dios pensó en el
hombre, no pensó en él, como un ángel más de sus millares de
huestes celestiales, sino alguien igual a Él, en su imagen y
conforma a su semejanza santa. (Y en éste preciso día,
nuestro Dios pensó en ti, mi estimado lector, por amor a su
nombre santo.) Para que su nombre sea glorificado aun mucho
más que antes, con mayor gloria y con mayor honra infinita en
tu vida, llena por siempre de su Hijo amado, en tu corazón.

Es por eso, que el hombre de toda la tierra y sus
descendientes son muy importantes para nuestro Dios y hasta
aun más allá de la muerte. Ya que, Él nos había formado en su
corazón santo, lleno del espíritu de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, para que seamos sus siervos y sus siervas fieles,
así como su Hijo amado ha sido fiel para con Él, desde
siempre y hasta nuestros días. Por lo tanto, la fidelidad del
Señor Jesucristo es tan alta, como ninguna otra, que nuestro
Dios jamás la cambiara por la de ningún ángel del cielo ni
por la de ningún hombre de la tierra, por ejemplo.

Y ha sido así, como nuestro Dios ha creado al hombre y a la
mujer en sus manos santas, para que cada uno de ellos y con
sus descendientes, en sus millares, en toda su creación,
entonces le sea fiel, tan fiel por siempre, como su Árbol de
vida, como su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Y para cada
uno de nosotros ser, como el Señor Jesucristo delante de su
presencia sagrada, entonces por nuestros corazones, por
nuestras venas y por todos nuestros cuerpos, corporales e
espirituales, tiene que correr el espíritu de la sangre viva
del sacrificio eterno de Jesucristo, ni más ni menos.

El sacrificio sobrenatural, para cumplir la Escritura, el
cual se llevo acabo sobre la cima de la roca eterna, en las
afueras de Jerusalén, en el día de la única crucifixión
redentora, en Israel, para ponerle fin a la vida del pecado y
la rebelión del hombre. Y así entonces cambiar a la humanidad
entera, en aquel hombre y en aquella mujer, uno a uno de
todos ellos, de los cuales Dios había creado con sus manos
santas y limpias de toda inmundicia, para que le alaben, le
conozcan y le sirvan eternamente y para siempre, en su nueva
vida infinita del nuevo reino de los cielos.

Entonces los cielos, ciertamente, celebrarán gozos, oh Dios
nuestro, tus maravillas y tus muchas grandezas de siglos de
antaño; y tu fidelidad se manifestara como siempre día y
noche en la congregación de los justos, de los que aman tu
verdad y tu justicia infinita, para que sus corazones y sus
almas sean por siempre edificadas, sólo en tu nombre sagrado.
Porque los cielos son creación de tu palabra, por tanto, te
adoraran como siempre, desde la eternidad y hasta la
eternidad, en el corazón de ángeles, y así también de
hombres, mujeres, niños y niñas, del espíritu de la fe, de la
sangre de tu "Cordero Escogido", el único Santo de Israel y
de la humanidad entera, ¡el Señor Jesucristo!

Ya que, los cielos anuncian día y noche de las grandezas
inescrutables de tu palabra sobrenatural y toda poderosa,
también, oh Dios nuestro, para que todos conozcan que sólo tú
eres el Soberano del cielo y de sus profundas inmensidades y
con todas sus cosas, de las que se ven y de las que no (se
ven). Porque si no fuera por el poder sobrenatural de tu
palabra, oh Señor nuestro, entonces los cielos saben muy bien
que no podrían existir jamás; en verdad, todo fuese un vacío
y silencio inmenso sin vida alguna ni nada de nada, en su
inmensidad.

Entonces los cielos por siempre te rinden gracia y honra a tu
palabra viva y a tu nombre santo, por tu poder y por tu
grandeza infinita, como Dios y Creador del paraíso y de toda
la tierra, también, para que el hombre viva y conozca más de
ti, a través de tu gran firmamento de gran envergadura, por
ejemplo. Y todo este conocimiento celestial es manifestado
sólo en el corazón del hombre, de la mujer, del niño y de la
niña, de entre los que verdaderamente te aman, en el espíritu
y en la verdad viviente del espíritu y de la sangre de vida y
de salud eterna de tu Árbol Viviente, tu Hijo, oh Dios, ¡el
Señor Jesucristo!

Por cuanto, la verdad es que toda la creación ama a su Dios y
Creador de todas sus cosas, como, pléyades, constelaciones,
planetas con sus lunas, Vía láctea, nebulosidades de colores
fenomenales de materias interestelares, galaxias y sus
millares de estrellas, en su inmensa bóveda celestial, de las
que se ven y de las que no (se ven), también. Y hasta que ese
día del SEÑOR llegue, entonces toda la creación ha de seguir
llorando con gemidos indecibles delante de su presencia, para
ser liberado del poder del espíritu de error y de maldad del
pecado de Lucifer, en el corazón de cada uno de sus seres
amados, ángeles y hombres, mujeres, niños y niñas, de la
humanidad entera.

Porque también todos los cielos claman por la justicia de
Dios, con gemidos y lagrimas, ya que Lucifer les ha hecho
tanto daño con su pecado y con su presencia abominable en las
alturas, para pecar no sólo en contra de su Creador, sino
también de todas las cosas celestiales del más allá. Por
ello, el espíritu de la sangre bendita, del pacto eterno de
Dios y del hombre, es muy importante para que esté en el
cielo y por toda la tierra, también, para limpiar y liberar
al hombre con todas sus cosas, de los poderes de las
profundas tinieblas de Lucifer y de sus ángeles caídos del
más allá, por ejemplo.

Pues el espíritu de fe, de la sangre bendita del Señor
Jesucristo, no sólo libera al hombre de su pecado y de su
muerte eterna, en la tierra y en el más allá, también, como
en el infierno o como en el lago de fuego, sino también a los
cielos y a sus cosas de las alturas eternas de Dios. De las
alturas del más allá del cielo, como de los primeros días de
la antigüedad, por ejemplo, en donde nuestro Dios y su Árbol
de vida eterna siempre han habitado, en perfecta armonía con
las cosas y con su Espíritu Santo, rodeado de sus ángeles,
alabando y honrado día y noche el nombre glorioso de nuestro
Dios Eterno.

Por esta razón, los cielos han de celebrar por siempre la
gloria infinita de la palabra creadora de nuestro Dios y de
su Árbol de vida eterna, el Señor Jesucristo, en el corazón
de los ángeles y así también en el corazón de todos los
hombres, mujeres, niños y niñas de la humanidad entera.
Porque todo esto es gloria tras gloria, levantadas desde
nuestros corazones, por los cielos y todas sus cosas
universales, y aun hasta más allá del cielo más alto del
reino de los ángeles, por ejemplo, para exaltar aun mucho más
que antes el nombre sagrado de nuestro Dios y de nuestro
salvador eterno, su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!

Entonces si los cielos y las tierras lejanas alaban las
muchas grandezas de nuestro Dios, pues, nosotros también,
desde hoy mismo y por siempre, en nuestra tierra y en la
eternidad venidera, también. Porque para esto nuestro Padre
Celestial nos ha creado, por los poderes sobrenaturales de su
Espíritu Santo, para que vivamos debajo de sus cielos y
glorifiquemos por siempre los poderes eternos de su nombre
santo y de sus muchas obras del cielo, en nuestros corazones
y en nuestros espíritus humanos, también, para la eternidad
venidera de su nuevo reino celestial.

TODO LO QUE TENGA ALIENTO DEBE ALABAR EL NOMBRE DE DIOS

Por eso: ¡Todo lo que respira alabe a nuestro Padre
Celestial, de los que están en los cielos, y de los que
habitan en toda la tierra, también, en el nombre sagrado de
su Hijo amado, el Señor Jesucristo, ¡aleluya, amén! Y el que
le alabe a nuestro Dios, entonces hágalo de todo corazón,
también, en el nombre sagrado de su Hijo amado, el Cristo de
Israel y de la humanidad entera. Porque nuestro Dios no puede
ser engañado ni menos burlado por nadie jamás, en esta vida
ni en la venidera tampoco, de su nuevo reino celestial.

Además, porque sólo nuestro Dios es digno de nuestra alabanza
y de nuestra gloria eterna, en nuestros corazones y en
nuestras vidas humanas por toda la tierra, y hasta que
volvamos a nuestros hogares eternos en el paraíso o el nuevo
reino de los cielos, por ejemplo, como su gran ciudad
celestial: La Gran Jerusalén Santa e Infinita del cielo.
Porque para esto nuestro Dios nos ha creado en sus manos
limpias, honradas y eternamente sagradas, para que le
honremos por siempre, en los poderes sobrenaturales de su
nombre y de su palabra viva, en esta tierra y en la venidera
también, como en su nuevo reino celestial del cielo.

En donde sólo habita el espíritu de alabanza de gloria y de
honra eterna para nuestro Dios y para el Señor Jesucristo,
para por siempre sólo vivir en el espíritu de la verdad y de
la justicia infinita. Y así jamás volver a ser tocados por el
mal del pecado o de la muerte eterna, de Lucifer y de sus
ángeles caídos. Porque así como los seres santos del cielo,
como ángeles, arcángeles, serafines, querubines y de más
seres celestiales, cada vez que respiran, alaban y honran el
nombre del Señor Jesucristo, pues así también nuestro Dios
desea que todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad
entera, le honre por siempre a Él, en el paraíso y en la
tierra.

Puesto que, es muy importante que el corazón del hombre le
alabe y le honre en el nombre sagrado de su Hijo amado, el
Señor Jesucristo, para callar las bocas de cada una de las
profundas tinieblas de la gente de la mentira eterna, de la
tierra y del más allá, también, como del mundo de los
muertos. Ó como a Lucifer y a cada uno de sus millares de
ángeles caídos, por ejemplo, que han deshonrado el nombre del
Señor Jesucristo en los cielos, en el paraíso y por toda la
tierra, con sus labios, como en el día de su rebelión, en
contra de Dios y de su vida sagrada y celestial del cielo,
por ejemplo.

Es por eso, que cada vez que un pecador (o una pecadora), por
ejemplo, se arrepiente de sus pecados delante de la presencia
sagrada de nuestro Padre Celestial, en el nombre bendito de
su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, entonces los ángeles
del cielo se gozan grandemente en sus corazones santos, y
comienzan una fiesta celestial que nunca termina. Porque la
verdad es que cada vez que un hombre, mujer, niño o niña,
recibe en su corazón el nombre piadoso del Señor Jesucristo,
entonces empieza una gran fiesta en el nombre de esa persona,
que ha recibido su perdón y su salvación celestial, para
nunca jamás terminar de celebrar en todos los días de su
nueva vida celestial.

Y esto ha sido siempre así, desde el día que Dios crea al
hombre, y decide de todo corazón perdonar su pecado: si tan
sólo come y bebe de su fruto de vida eterna, el Señor
Jesucristo. Como Adán y Eva, por ejemplo, ya sea que comiesen
y bebiesen del fruto de su vida eterna, en el paraíso o en la
tierra (a nuestro Dios le da igual, en donde sea que el
hombre coma y beba de su salvación eterna. El asunto es que
lo haga ya, en un segundo de fe y de amor a su Dios y
salvador de su vida, el Señor Jesucristo, su única verdadera
salida de la tierra y, a la vez, su único camino y entrada al
cielo).

Es por eso, que Adán y Eva se perdieron en el paraíso, por
comer del fruto prohibido, desobedeciendo inconvenientemente
el primer mandamiento del cielo, de sólo vivir día a día y
por siempre, en la eternidad venidera, sólo del fruto del
Árbol de la vida eterna, su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!
Y así también se pierde el hombre de la tierra, en la tierra,
de todos los tiempos, cada vez que no come o bebe del fruto
de vida, sino de Lucifer, del fruto prohibido de la mentira,
por ejemplo; en vez, de obedecer el llamado, el mandato
indestructible e incesante del paraíso, de sólo comer y de
beber de Cristo, siempre.

Pero, sin embargo, cuando Adán y Eva vivían en la tierra, y
comieron y bebieron del fruto de vida de su Árbol Viviente,
entonces Dios los redimió de la misma manera (y con el mismo
amor eterno), ni más ni menos, por el cual los iba a redimir
a ambos y a su descendencia, también, en el paraíso, por
ejemplo. Porque para Dios el hombre o la mujer que no ha
comido y bebido de su fruto de vida eterna, el Señor
Jesucristo, ya sea en el paraíso o en la tierra, entonces no
podrá vivir por Él, ni menos alabar y honrar su nombre santo,
con verdadera justicia y con verdad infinita en su corazón,
eternamente y para siempre.

Y esto es muerte eterna, para cualquier hombre o mujer en
toda la creación. Porque jamás ningún ángel del cielo, u
hombre de la tierra, verdaderamente, ha alabado y ha honrado
a su Dios, sin Cristo en su corazón, primero. Porque ésta es
una ley, protocolo, autoridad, inquebrantable del cielo y de
toda la vida, para todos, grandes y pequeños por igual, entre
los hombres del mundo y los ángeles del cielo. Además,
nuestro Dios no ha creado a ninguno de sus seres santos, como
a Adán y a cada uno de sus descendientes, por ejemplo, para
que mueran y no alaben ni honren su nombre santo, en sus
corazones y en sus almas eternas, también, sino todo lo
contrario.

Nuestro Padre Celestial crea a Adán primero y luego a cada
uno de sus descendientes, comenzando con Eva, por ejemplo,
para que le alaben y le honren eternamente y para siempre, en
sus vidas celestiales y en sus vidas terrenales; pero primero
tenían que comer y beber de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, su único Árbol de vida perfecta. De otra manera,
no podrían jamás amarle y conocerle de verdad, como sólo su
Hijo amado le puede amar y conocer a Él, en ese espíritu de
verdad y de justicia infinita de la vida sagrada del cielo,
como del paraíso o como del nuevo reino infinito, por
ejemplo, sino que serian cada uno de ellos eternamente
rebeldes ante Él.

Y nuestro Dios no ha creado en sus manos santas unos seres
dignos de tanta santidad y de tanto amor infinito, como a Él
mismo, para que no vivan por Él, y le amen sólo a Él, por
medio del espíritu de la sangre, de su Hijo, el Señor
Jesucristo, en el paraíso y en toda la tierra, por ejemplo.
Sino que la verdad es que nuestro Dios nos ha creado tanto a
ángeles, como a hombres y mujeres del paraíso y de la tierra,
para vivir su vida santa y honrarle por siempre, en el
espíritu de amor y de verdad infinita sólo del Señor
Jesucristo, para que las profundas tinieblas entonces dejen
de existir ya, eternamente y para siempre.

Dado que, si el hombre o la mujer de la tierra no recibe en
su corazón el nombre sagrado de su Hijo amado, entonces no ha
comido ni ha bebido jamás de su fruto de vida eterna, del
Árbol de la vida, como Adán y Eva en el paraíso, por ejemplo.
Y esto es rebelión a su palabra y muerte eterna, a la vez,
para ángeles y así también para todo hombre, mujer, niño y
niña de la humanidad entera, en el paraíso y por toda la
tierra, también, sin jamás hacer excepción de nadie, sea
ángel del cielo u hombre de la tierra.

Y nuestro Dios no nos quiere muertos, sino vivos, para que
seamos una fuerza viva de gloria y de honra infinita para Él
y para su nombre sagrado, el de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, en el paraíso y por toda la tierra y hasta aun
más allá del resto de su inmensa creación, también, por
ejemplo. Porque los muertos no alaban ni menos le traen
gloria y honra a su nombre, en la tierra ni menos en el más
allá, tampoco, pero los vivos sí; pues, por muy pequeña que
sea la persona, aun así la gloria sube de su corazón humano,
hacia la eternidad de Dios en el cielo, cada día que pasa en
la tierra.

En realidad, los vivos son todos aquellos que han vuelto a
nacer no del espíritu y de la carne de sus progenitores, de
sus padres biológicos o de Adán y Eva, por ejemplo, sino del
espíritu y de la carne sagrada del "Cordero Escogido de
Dios", ¡el Señor Jesucristo! Porque ningún espíritu ni carne
humana podrá jamás entrar en el cielo y ver la vida eterna,
con sus ojos y corazón manchados por la mentira del pecado.
Por lo tanto, el espíritu del hombre es rebelde a su Dios y
al nombre sagrado de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, en
su corazón y en toda su alma viviente, también, por pecado y
por la naturaleza propia de Adán, desde los días del paraíso
y hasta nuestros días, también, por ejemplo.

Pero nuestro Padre Celestial ha cambiado todo esto, en la
vida de todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad
entera, si tan sólo cree en su corazón y así confiesa con sus
labios: el nombre sagrado de su Hijo, ¡el Señor Jesucristo!,
para perdón de pecados y para recibir la bendición infinita
de la única vida del cielo. Porque sólo en creer y así
confesar, el nombre sagrado del Señor Jesucristo, es que
realmente se está alabando el nombre sagrado de nuestro Padre
Celestial que está en los cielos. Y esto es medicina, salud y
bendición tras bendición en su vida en la tierra, y así
también en el paraíso por los siglos de los siglos, en la
nueva eternidad venidera del nuevo reino de Dios, en el más
allá.

De otra manera, por más que lo intentemos, realmente, jamás
podremos alabar y honrar a nuestro Dios y Padre Celestial que
está en los cielos, como debe ser, sino que seremos
eternamente y para siempre: ciegos y mudos delante de Él,
entre las llamas ardientes del fuego eterno, del mundo de los
muertos, el infierno. Y porque el Señor Jesucristo no vive en
nuestros corazones y en nuestros espíritus humanos, como debe
de ser desde el comienzo, pues entonces, no le podremos jamás
hablar ni menos amarle a Él, a nuestro Creador y Padre
Celestial, en ese espíritu y en esa verdad celestial, de su
Árbol de vida infinita, su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!

Es por eso, que Lucifer nos odia tanto, como a nuestro Dios
mismo y como a su Espíritu Santo, y hasta el punto que nos
quiere matar día y noche, si tan sólo le fuese posible a él
hacerlo así con sus propias manos pecadoras, sin que Cristo
se interponga delante de su mal eterno, en contra de
nosotros. Pero Lucifer no podrá hacernos ningún mal jamás,
porque nuestro salvador ya lo venció, en el día que fue
clavado a los arboles secos y sin vida de Adán y Eva, sobre
la cima de la roca eterna, en las afueras de Jerusalén, para
ponerle fin a su pecado, con la autoridad y el poder sanador
de la sangre inmortal.

Y así también para ponerle fin a su misma vida pecadora, en
todo pecador y en toda pecadora de la humanidad entera, para
que el ángel de la muerte muera, no tanto por que el Señor
Jesucristo le tenga que matar con sus propias manos, sino por
mayor razón aun. Porque todo hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, ha de ser redimido de todos sus pecados,
por lo tanto, ya no tiene que morir jamás su cuerpo ni su
corazón ni menos su alma infinita, en la tierra ni menos en
el más allá, como en el Infierno o como en el lago de fuego,
por ejemplo. Porque la verdad es que todo pecado le será
perdonado al hombre, por amor a Jesucristo.

Entonces el ángel de la muerte ha de morir, en su día de su
muerte eterna, porque ya no hay muerte alguna, en la tierra
ni en el más allá, tampoco, para siempre, con todo hombre,
mujer, niño o niña de la humanidad entera. Y cuando el ángel
de la muerte vea que nadie muere ya más, entonces finalmente
se morirá a si mismo, para siempre, para jamás volver a
existir en toda la nueva creación, de nuestro Dios y de su
Árbol de vida eterna, ¡el Señor Jesucristo!

Entonces la muerte del ángel de la muerte ha de ser como
cuando uno muere por falta de agua o de comida, por ejemplo,
pues, para el ángel de la muerte, la muerte de los demás es
su comida y su bebida, para seguir viviendo. Es por eso, que
cuando el espíritu del nombre y de la sangre del Árbol
Viviente, el Señor Jesucristo, llene cada corazón de los
hombres, mujeres, niños y niñas de toda la tierra, entonces
ya no habrá tinieblas ni más muerte, sino sólo habrá luz y
vida eterna, en la tierra y en el paraíso, también,
eternamente y para siempre.

Por ello, el último día del Ángel de la muerte habrá llegado
a su día final, pues, morirá en aquel día la muerte, por
hambre y de sed, por falta de la muerte de los demás, en toda
la creación celestial y terrenal; realmente la luz de la
gloria de Cristo terminara con el ángel de la muerte para
siempre. Entonces damos gracias a nuestro Dios y a su Hijo
amado, el Señor Jesucristo, porque la muerte ha de morir en
su día, sin pasar ni un segundo más, para jamás volver a
existir en toda la nueva creación de Dios y de su nueva y
flamante humanidad de todas las naciones, razas, pueblos,
linajes, tribus y reinos inmortales.

EL SACRIFICIO DE ACCIÓN DE GRACIAS HONRA A SU CREADOR

Entonces el que ofrece sacrificio de acción de gracias en su
corazón suplicante, ha de ser porque está vivo y no muerto,
por lo tanto, glorificará a nuestro Padre Celestial que está
en los cielos, por amor a su nombre santo y a su Hijo amado
con su gran salvación infinita, ¡el Señor Jesucristo! Y,
además, el que ordene su camino, entonces nuestro Dios mismo
le mostrara la salvación infinita de su alma, en esta vida y
en la venidera, también, para comenzar a vivir desde ya, su
nueva vida celestial, la misma vida que nuestro Señor
Jesucristo se la arrebato a Lucifer, en el día de su
resurrección de entre los muertos, por ejemplo.

Porque en el Tercer Día, cuando nuestro salvador se levanta
gloriosamente de entre los muertos, desde el corazón del
mudo, hasta traspasar el mismo corazón del cielo más alto que
el reino de los ángeles, entonces le arrebato la vida eterna
(y cada una de las ricas bendiciones) que Lucifer le había
robado a Adán por engaño, en el paraíso. Y esta es la vida
eterna, la cual nos ha de llevar al cielo, de regreso a la
tierra de nuestros primeros pasos, en el más allá, en el
paraíso de nuestros primeros padres eternos y celestiales,
Adán y Eva, para jamás volver a vivir la vida de pecado y de
rebelión al nombre sagrado de Dios, ¡el Señor Jesucristo!

Ahora, cada uno de nosotros, de los hombres, mujeres, niños y
niñas de la humanidad entera, no sólo ha recobrado la vida
eterna de Adán en el paraíso, por ejemplo, con cada una de
sus más ricas y gloriosas bendiciones del cielo, sino que
esta vez gozamos de la misma vida de Dios y de su Hijo, ¡el
Señor Jesucristo! Porque en el día que el Señor Jesucristo
deja correr su sangre santa de su corazón y por las venas de
su cuerpo, entonces no sólo toca los árboles cruzados secos y
sin vida de Adán y Eva, sobre la cima de la roca eterna, sino
que también a cada uno de nosotros, en toda la vida de la
tierra.

Y esto es, verdad, hoy en día en todos los descendientes de
Adán, en todos los lugares de la tierra, para darnos vida en
abundancia en nuestras vidas y así también en el paraíso,
para que entonces nosotros comencemos a amarle a Él, a
nuestro Dios, y a su Espíritu Santo, en nuestros corazones y
en nuestras almas eternas, también. Pero esto ha de ser así,
en cada uno de nosotros, en nuestros corazones y en nuestras
almas eternas, con grandes alabanzas de gloria y de honra
infinita de nuestras vidas terrenales de hoy y celestiales,
también, del nuevo reino de Dios, como en el paraíso o como
en su nueva ciudad celestial, si sólo le somos fieles a
Jesucristo.

Además, esta es una verdad eterna para todos nosotros, desde
el día de la resurrección, en la vida eterna de su Hijo amado
y de su nuevo reino naciente, para los ángeles y para su
nueva humanidad inmortal, en La Gran Jerusalén Santa e
Infinita del Gran Rey Mesías de Israel y de las naciones, ¡el
Señor Jesucristo! También, toda esta gran bendición de vida
eterna de nuestro Dios y de su Árbol de vida, ha de ser
realmente para todo hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, de hoy y de siempre, sin que nadie jamás
pierda ninguna de sus más ricas y gloriosas bendiciones de la
tierra y del paraíso, eternamente y para siempre.

Es decir, de todos ellos, de hoy y de siempre, de todas las
familias, razas, pueblos, tribus y reinos, que tan sólo crean
en sus corazones y así alaben al Creador de sus vidas, a
pesar de la presencia terrible de las profundas tinieblas de
Lucifer y de sus secuaces, para honrarle y exaltarle como
nunca antes y por siempre. Es decir, alabar y honrar a
nuestro Dios día y noche en nuestros corazones y en nuestros
espíritus humanos, como los ángeles del cielo lo han hecho
desde siempre, por ejemplo, para entonces nosotros aprender a
vivir de nuevo en el cielo, pero esta vez, con mayor gloria
que antes, como con las glorias obtenidas del Señor
Jesucristo en Israel.

Pues, dándole gloria y honra a su nombre santo, aun con mayor
gloria infinita que los ángeles del cielo, en el nombre
sagrado de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, entonces
hemos de aprender a vivir de verdad, para la eternidad, para
servir, para alabar y para honrar a nuestro Creador, desde
hoy y eternamente y para siempre. Y sólo entonces cada uno de
nosotros ha de comenzar a vivir su vida celestial y
sobrenatural, por la cual, nuestro Dios nos crea en su
corazón, en su mente, en su espíritu y en las fuerzas eternas
y sobrenaturales de sus manos, para entonces nosotros amarle
sin conocerle, por el espíritu de la fe, de su nombre santo.

Y sólo así entonces luego amarle conociéndole, por su
Espíritu Santo; pero esta vez, conociéndole en perfecta
santidad celestial, sólo como su Hijo le conoce
profundamente, en su corazón y en toda su vida celestial,
desde la antigüedad y hasta nuestros días, por ejemplo.
Porque sólo el Señor Jesucristo conoce a nuestro Padre
Celestial en su espíritu de la fe viva, de su nombre
eternamente sagrado y honrado, en los cielos y por toda la
tierra, también, en los corazones de los hombres, mujeres,
niños y niñas, de buena fe y de buena voluntad para con su
Dios y Creador de sus vidas.

Por lo tanto, sólo entonces podremos realmente ofrendar
nuestras vidas verdaderas del paraíso, conociendo a nuestro
Dios como sólo su Hijo le conoce en su Espíritu de vida
eterna, las cuales jamás habíamos conocido antes sin Cristo,
en su perfecto amor a nuestro Creador y Padre Celestial de
nuestras almas redimidas por la sangre de su "Cordero
Escogido". Y desde aquel día en adelante, sólo el espíritu de
la felicidad vivirá en nuestros corazones y en nuestros
cuerpos corporales e espirituales, porque todos viviremos la
vida real del cielo eternamente y para siempre.

Ya que, hemos sido llamados por nuestro Dios, desde la
fundación del cielo y de la tierra, para ser sus reyes y
sacerdotes en toda su nueva creación celestial, de la nueva
eternidad venidera del más allá. Pues ahora si podemos
realmente ofrendar nuestras vidas y nuestras alabanzas de
gloria y de honra eterna a nuestro Padre Celestial que está
sentado en su trono de gran gloria y de gran honra infinita,
en el más allá, eternamente y para siempre, porque seremos
por siempre, para lo que él nos creo: reyes y sacerdotes para
su gloria eterna. Por lo tanto, la ofrenda de nuestras vidas
del paraíso ha de ser verdadera y justa para nuestro Dios
Eterno, para siempre.

Porque sólo el Señor Jesucristo es la ofrenda y la alabanza
perfecta del corazón y de los labios de los ángeles del
cielo, y así también de todo hombre, mujer, niño y niña de
toda la tierra, en esta vida y en la venidera, también, en el
nuevo reino de los cielos, para el nombre sagrado de nuestro
Padre Celestial. Por esta razón, el que le ofrece alabanzas a
su Dios y Creador de su vida, por medio del Señor Jesucristo,
entonces le ha de estar glorificando eternamente y para
siempre, en su corazón y en toda su vida terrenal y
celestial, también, para la eternidad venidera, en el nuevo
reino del cielo.

Por eso, el que le alaba de todo corazón, en el nombre
sagrado de su Hijo, entonces Dios mismo le ha de mostrar su
salvación perfecta de su alma y de su nueva vida, para que la
vea y la conozca, como sólo Él mismo la puede conocer, en la
tierra y en el paraíso, también, eternamente y para siempre.
Entonces mi estimado hermano y mi estimada hermana si has
estado oyendo, de la palabra y del nombre del Señor
Jesucristo, es porque ya es tiempo de que le comiences a
honrar y a exaltar, como tu Dios y como tu único Creador de
tu vida, y no ser rebelde en tu corazón, como Adán y Eva, por
ejemplo.

Porque es Dios mismo quien llama al corazón y al espíritu del
hombre, para que le comience a amar y así también a
conocerle, como a su Dios y único salvador de su vida, en
esta vida y en la venidera, también, como en el nuevo reino
celestial de su nueva ciudad infinita: La Jerusalén Santa y
Perfecta del cielo. Y el que oye al Espíritu Santo llamarle,
lo ha de estar haciendo en el espíritu vivo del nombre
sagrado de su Hijo, el Señor Jesucristo, para que se acerque,
al trono de la gracia y de la infinita misericordia de su
Dios y Creador de su vida, para que se reconcilie con Él y
entonces comience a servirle ya.

Ya que, no es justo que el Creador de su vida, quien
realmente lo ha llamado desde las profundas tinieblas de la
tierra, para perdonarle sus pecados y limpiar su corazón y su
alma, de toda mancha de las mentiras eternas de Lucifer,
entonces tenga que esperar más por su gloria y por su honra
debida a su nombre santo. Realmente, nuestro Dios ya no
quiere esperar más (de lo que ya ha esperado), para que el
corazón del hombre, de la mujer, del niño y de la niña,
entonces le entregue la gloria debida a su nombre santo,
desde su corazón, lleno de Cristo, como debió de ser así,
desde el comienzo, con Adán en el paraíso, por ejemplo.

Es por eso, que la palabra y el nombre del Señor Jesucristo
son predicados día y noche, en todos los lugares de la
tierra, para que éste mensaje de verdad de justicia infinita
llegue ya al corazón y a la vida de todo hombre, mujer, niño
y niña de la humanidad entera, para que vivan de verdad sus
vidas reales. Para que entonces cada uno de ellos, en sus
millares, comience su corazón eterno y su alma viviente a
servirle a su Dios y Creador de su vida, por medio de la fe
única, del nombre sagrado de su Árbol de vida eterna, ¡el
Señor Jesucristo!

Puesto que ésta es la vida del cielo y de la tierra, que Dios
siempre ha soñado a través de los tiempos y hasta nuestros
días, por ejemplo, la misma vida de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, en los ángeles y así también, en cada hombre,
mujer, niño y niña de toda la tierra. Porque mejor vida que
ésta, en el cielo y en la tierra, no existe, para Dios, para
su Espíritu Santo y para cada uno de sus ángeles, arcángeles,
serafines, querubines y demás seres santos del cielo; es más,
cada uno de ellos es (o tiene) la vida misma del Señor
Jesucristo, desde su formación y hasta siempre, en la
eternidad.

En vista de que, sólo el Hijo amado de Dios, el Señor
Jesucristo, es la vida eterna de todo ser creado y, a la vez,
en efecto el único posible salvador de Israel y de las
naciones, ¡el Cristo de nuestra era presente y de la nueva
eternidad venidera del nuevo reino de los cielos! Por lo
tanto, el que ofrece sacrificios de alabanza y de gracia a su
Dios y Creador de su vida, en el espíritu del nombre y de la
sangre santísima del pacto eterno, entre Dios y el hombre de
la tierra, el Señor Jesucristo, entonces verdaderamente está
glorificando a su Dios y Creador de su nueva vida eterna.

Y esto ha de ser con él (o con ella) de la misma manera, por
ejemplo, como el Señor Jesucristo lo ha hecho desde siempre,
en el paraíso y en Israel, también, y luego de nuevo en la
vida nueva del nuevo reino de los cielos, de Dios y de su
Espíritu Santo y de sus huestes celestiales, en el más allá.
Porque en la nueva vida infinita de Dios y de sus huestes
celestiales y de su humanidad entera, entonces todos, ángeles
del cielo y hombres del paraíso, han de seguir honrando y
glorificando eternamente y para siempre, por medio del Señor
Jesucristo, a su Dios y Creador de sus nuevas vidas infinitas
del cielo.

DEN GRACIAS A DIOS POR SU BONDAD, PARA CON LOS HOMBRES

Por lo tanto, denle gracias a su Dios y Creador de sus vidas,
día y noche en sus corazones y en sus almas redimidas, desde
hoy, por el espíritu de la sangre viviente del Señor
Jesucristo; pues, por su misericordia y por sus maravillas
viven aun, cada uno de ustedes, de todos los hijos del hombre
de la humanidad entera. Si, alaben a su Dios y Creador de sus
vidas, desde sus corazones y con sus labios, porque nuestro
Dios los oye muy bien en el cielo, para que su misericordia y
su gracia se engrandezcan en sus vidas y en la vida de los
suyos, también, en toda la tierra, y así jamás les falte
ningún bien del cielo.

Entonces alaben su nombre santo, con mucho amor en sus
corazones, por amor a la vida sagrada de su Hijo amado, el
Señor Jesucristo; pues si, háganlo así y de todo corazón,
también, alábenle; alábenle, porque nuestro Padre Celestial
es bueno para con sus hijos e hijas de su nombre sagrado, en
la vida gloriosa de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!
Nuestro Señor Jesucristo es quien realmente ha vencido la
mentira de Lucifer, para bien eterno de muchos y, a la vez,
ha ascendido muy en alto del cielo, aun más alto que el reino
de los ángeles, para sentarse gloriosamente al lado de
nuestro Dios, en el trono de la gracia y de la misericordia
infinita, de su gran reino celestial.

Y desde ahí, delante de Dios y de sus ángeles, entonces
intercede día y noche, como sumo pontífice celestial, por
cada uno de nosotros, aun todavía como en la cruz con su
propia sangre inmolada, para bien de los que hemos creído en
Él y en su obra llevada acabo sobre el altar eterno de Dios,
para perdonarnos nuestros pecados. Y así finalmente llenar
nuestras vidas de vida y de salud eterna, con su Espíritu
Divino y con los poderes y autoridades sobrenaturales de su
nombre sagrado, también, en el paraíso y en todos los lugares
de la tierra, para que ninguna mentira ya no reine en
nosotros, sino sólo la verdad del cielo.

Pues a nuestro Dios le damos la gloria y la honra debida a su
nombre santo, en nuestros corazones y en nuestras vidas día y
noche y por siempre en la tierra y hasta al fin entrar de
lleno, a la vida eterna del nuevo reino celestial e infinito,
como en La Nueva Jerusalén Santa e Infinita del cielo. Y
debemos de comenzar a aprender a alabarle y a honrarle a Él,
a nuestro Dios y Creador de nuestras vidas, en la tierra y en
el paraíso, también, como los ángeles, por ejemplo, porque en
el cielo vamos a continuar haciéndolo así, día y noche y por
los siglos de los siglos, en la nueva eternidad venidera.

Porque en la nueva eternidad venidera, no haremos nada más
que tan sólo alabar y honrar a Dios con nuestro corazón, para
alcanzar nuevas glorias y santidades jamás alcanzadas por los
ángeles ni por los hombres, desde la antigüedad y hasta
nuestros días, salvo el Señor Jesucristo en su triunfo
sobrenatural, en contra de la mentira y de su muerte eterna.
Por esta razón, los ángeles del cielo siempre le han dado
gracias, por la gracia y muchas misericordias que nuestro
Dios y su Árbol de vida eterna, no sólo han manifestado hacia
ellos, sino también sobre los hombres, mujeres, niños y niñas
de la humanidad entera, comenzando en el paraíso con Adán, y
hasta la tierra de nuestros días, también.

Pues, de igual forma, nosotros tenemos que darle gracias a
Dios por su amor, por su gracia y por su misericordia
infinita, manifestada a cada uno de nosotros, en nuestros
millares, de todas las familias, razas, pueblos, linajes,
tribus y reinos de la humanidad entera, desde la antigüedad y
hasta nuestros tiempos, por ejemplo. Porque es necesario que
nuestro corazón sea agradecido para con nuestro Dios y para
con su Hijo amado, el Señor Jesucristo, por todo lo que han
hecho por nosotros, con los poderes sobrenaturales de los
dones del Espíritu Santo, en el cielo y en la tierra escogida
de Israel, también.

Y esto es realmente por rescatarnos a cada uno de nosotros,
comenzando con Adán, por ejemplo, del polvo de la tierra y,
de repente, hacernos hombres, mujeres, niños y niñas del bien
infinito de su Espíritu, para servirle sólo a Él, como
nuestro Dios y Creador de nuestras vidas, en la tierra y en
el cielo, eternamente y para siempre. Y si no le agradecemos
a nuestro Dios, por todo su bien para con nosotros, entonces
Él se sentiría adolorido por nuestro mal proceder hacia Él y
por nuestra indiferencia eterna, por todo lo que ha hecho y
ha luchado día y noche, por redimirnos del domino de Lucifer
y del mal eterno, de la muerte infinita del más allá.

Y esto es realmente como la muerte del infierno o del lago de
fuego, por ejemplo, en donde nadie jamás volverá a ver la
vida eterna, de Dios ni la de su Árbol de vida, el Señor
Jesucristo, sino sólo la destrucción de su vida poco a poco
la vera, consumida por las llamas del juicio, hasta que no
quede nada. Porque tanto, como en el cielo y así también en
todos los lugares del mundo entero, sólo hay una vida para
los ángeles del cielo y para los hombres de la tierra: Y ésta
vida es sólo la de Dios y la de su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo! Por eso, cualquier otra vida que no sea la del
Señor Jesucristo, entonces no es vida, sino otra cosa falsa y
hasta mortal, también, como la vida del árbol de la ciencia
del bien y del mal, por ejemplo, en la vida de Adán y de sus
descendientes en toda la creación..

Es decir, que en la vida que Dios ha creado a los ángeles
primero, ha sido realmente la misma vida de su Hijo amado, su
Árbol de vida eterna, en la cual ha creado a todo ser santo
del cielo, en sus diferentes rangos, grandeza, poderes de
autoridad, sabiduría y de gloria infinita, por ejemplo. Pues
así también con Adán, en el día de su creación, del fango de
la tierra, el Señor Jesucristo, su único Árbol de vida
eterna, en el paraíso y para todos los días de su nueva vida,
en su nuevo lugar infinito, como en el paraíso o como en La
Nueva Jerusalén Infinita del cielo y del nuevo reino
celestial.

Y es aquí, en donde el hombre y la mujer redimidos por el
espíritu de la sangre del Señor Jesucristo, como Adán y Eva,
por ejemplo, han de alabar y de honrar eternamente, el nombre
de Dios y de su Espíritu Santo, por los siglos de los siglos,
sin cansarse de alcanzar tanta gloria como nunca alcanzada
por los ángeles. Amén. Además, esta alabanza y adoración
hacia nuestro Creador de nuestras almas y de nuestras nuevas
vidas eternas, el Señor Jesucristo, tiene que comenzar ya,
como desde hoy mismo, por ejemplo, en tu corazón y en tu alma
eterna viviente, mi estimado hermano y mi estimada hermana,
para que entres a la vida celestial y goces de sus beneficios
infinitos, también.

Porque los únicos que no alaban, ni menos buscan la gloria de
nuestro Dios y de su Jesucristo, es Lucifer y cada uno de sus
ángeles caídos, juntos con la gente de la mentira y del mal
eterno de toda la tierra, de nuestros días y de los que están
en el bajo mundo, también, como el infierno, por ejemplo. Y
nuestro Dios no desea que tú seas jamás ninguno de ellos, de
los que están rebeldes en la tierra, y de los que están
muertos debajo de la tierra, como en el abismo o el mundo
bajo de los muertos, en el infierno eterno y violentamente
candentes del más allá.

Por eso, el espíritu de la alabanza y de la gloria de nuestro
Dios te llama, como siempre ha llamado al ángel del cielo y
al hombre del paraíso y de la tierra, también, para que le
sirvan a Él, en el espíritu y en la verdad de la sangre del
pacto eterno, de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Porque
sólo en la vida sagrada, de su Árbol de vida eterna, el Señor
Jesucristo, es que realmente hay vida para Adán y para cada
uno de sus descendientes, por ejemplo, como hoy en día
contigo y con cada uno de los tuyos, también, mi estimado
hermano y mi estimada hermana, en todos los lugares de la
tierra.

Y fuera de la vida de Cristo no hay alabanza ni honra alguna
para la vida del hombre, sino sólo destrucción y muerte
eterna, en al tierra y en el más allá, también, como en el
infierno, el mundo de los espíritus y de las almas perdidas
de los ángeles y de los pecadores de toda la tierra.
Espíritus angelicales y corazones perdidos eternamente y para
siempre, de los que no conocerán jamás en sus espíritus y en
todo lo que hayan sido sus vidas: el adorar, el honrar, y el
exaltar día y noche en el reino de los cielos, a su Dios y
Creador de sus vidas, ¡el Todopoderoso de Israel y de la
humanidad entera! Entonces alabemos a nuestro Dios, en el
espíritu de la vida sagrada y de la resurrección gloriosa del
Señor Jesucristo, de entre la humanidad entera, que se
encontraba ciega y perdida, sin fe y sin salvación alguna
para sus hijos e hijas de las naciones, hasta que Cristo
trajo su luz al mundo y a sus nuevas vidas infinitas.

ALABAREMOS A NUESTRO DIOS, A NUESTRO GRAN REY, POR SIEMPRE

Por eso, has que tu alma diga día y noche a tu Dios y Creador
de tu vida eterna: Te exaltaré, mi Dios, mi Rey, y bendeciré
tu nombre eternamente y para siempre, mientras viva en la
tierra y de igual manera en el reino, como en el paraíso o
como en tu nueva ciudad celestial e infinita del cielo. En
donde todos te honran y alaban tu nombre santo, en el nombre
y en el espíritu de la verdad y de la justicia viviente, que
trajo a nuestro redentor a la tierra, para vivir su vida
santa y en el Tercer Día, levantarse gloriosamente de entre
los hombres muertos, para seguir honrando tu nombre más allá
de la eternidad venidera.

Y esta vez, para seguir alabando y honrando tu nombre sagrado
con mayor gloria y honra que antes, en los corazones de los
ángeles celestiales y así también, en el corazón de cada
hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera, para nunca
más volverte a dejar sin tu bendición y sin tu glorificación
celestial, oh Dios, ¡Padre Nuestro! Por lo tanto, cada día te
bendeciré, y alabaré tu nombre eternamente y para siempre, ¡
Padre Nuestro! Porque eres el perfecto amor de mi corazón y
de mi alma eterna, también, en la tierra y en el nuevo
universo celestial de tus ángeles fieles y de tu nueva
humanidad redimida eternamente, por la sangre del pacto
eterno de Cristo, el único salvador posible del paraíso y de
la tierra, hoy mismo y por siempre, en la eternidad.

Pues grande eres, oh Dios Nuestro, en nuestros corazones y en
cada día de nuestras vidas por la tierra, también, porque
como tú, oh SEÑOR, no hay otro igual, en el cielo ni en la
tierra ante los ojos de los ángeles y ante los ojos de la
humanidad entera, también. Porque mucho más son los ojos de
los ángeles del cielo y de la humanidad entera que habitan en
los cielos y que nos ven alabarte: alabarte sólo por la
sangre de Cristo, desde el día que nuestro Jesucristo venció
a Lucifer, no con armas de pecadores, sino con el mismo
espíritu de su misma sangre, para darnos su felicidad
infinita.

Por ello, digno eres también de suprema alabanza, como en los
cielos con tus ángeles y así también con los hombres,
mujeres, niños y niñas de la humanidad entera, en el paraíso
y en toda la tierra, día y noche y por siempre, en tu nueva
eternidad venidera del nuevo más allá indestructible e
imperecedero. Porque realmente tú eres el mismo en el corazón
de tus seres amados, ángeles y hombres, desde la eternidad y
hasta la eternidad, también, ¡Padre Celestial!

Porque como tú, oh Dios Nuestro, no hay otro igual, en
gloria, en grandeza y en amor infinito, para con cada uno de
tus seres creados, creados por tu palabra, por tu nombre y
por tus manos santas, libres y limpias eternamente y para
siempre de todo mal del enemigo eterno, Lucifer. Por eso,
sólo a ti es dada toda gloria en el cielo y en la tierra, por
los ángeles y por los hombres, mujeres, niños y niñas,
redimidos por el espíritu de la fe viviente, del nombre y de
la sangre del Señor Jesucristo, nuestro único y eterno
redentor de nuestras vidas, en toda la creación terrenal y
celestial, también.

Además, tu grandeza es insondable, desde tiempos inmemoriales
y hasta la nueva eternidad venidera, en el más allá, en el
nuevo reino de los cielos. Porque sólo tú puedes entender con
tu mente y con tu corazón: las maravillosas y grandezas que
han salido de tus palabras, de tu nombre y de tu Hijo, el
Señor Jesucristo, para alcanzar el bien de cada ángel y así
también el bien de todo hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, del ayer y de siempre.

Por eso, eres grande y eternamente y para siempre digno de
todo amor y de toda honra, de la misma vida eterna de tus
seres creados, Padre Nuestro que estás sentado en tu trono de
gran gloria y de gran honra infinita, en el nuevo reino de
los cielos, en este mismo día y en esta misma hora, también.
Por esta razón, nadie que no ame a Dios y a su Hijo amado, el
Señor Jesucristo, podrá jamás entonces tener el Espíritu
Santo en su corazón y en su alma viviente, también, para
poder entonces descifrar y entender, a la vez, las muchas
grandezas, maravillas, milagros y prodigios gloriosos de tu
nombre, de tu palabra y de tu misma vida santísima.

Y esto es del espíritu de vida eterna, de la sangre del pacto
eterno, de tu Árbol Viviente, clavado sobre los arboles
cruzados y sin vida de Adán y Eva, sobre la cima de la roca
eterna, en las afueras de Jerusalén, en Israel, para alcanzar
y entregarle día y noche el bien de todo hombre de la
humanidad entera. ¿Y quien realmente jamás podrá entender
ésta gran obra sobrehumana, la cual le ha hecho tanto bien al
cielo y a la tierra, al destruir el pecado y, a la vez,
redimir a la humanidad entera de su muerte segura en el
infierno?

Pero aunque el mundo no lo entienda, en su gloria y en su
grandeza infinita, entonces Dios aun así lo hizo y todo muy
bien, también, por amor a la vida de sus hijas e hijas de la
humanidad entera, del ayer y de siempre. Para que entonces el
corazón del hombre y de la mujer ya no sigan viviendo bajo
los poderes terribles de las profundas tinieblas de Lucifer y
de sus ángeles caídos, sino todo lo contrario.

Y esto es, de que cada pecador y cada pecadora, entonces
pueda tener una comunicación constante con el Creador de su
vida, por medio del espíritu, de la oración de fe, del nombre
sobrenatural y lleno de gracia infinita de su Hijo, para que
su alma viva y alabe a su Dios y único fundador de su vida
eterna. Es decir, también, para que no sólo sus pecados sean
perdonados, sino que su corazón y su cuerpo entero sea sanado
del mal del enemigo, Lucifer y de sus ángeles caídos, por
ejemplo, y así entonces pueda vivir y alabar a su Dios con su
nueva vida infinita, en la tierra y en el paraíso,
eternamente y para siempre.

Para que entonces su corazón sea, desde ese momento en
adelante: libre y limpio de la maldad de las mentiras de
Lucifer y de sus secuaces, para que en el acto pueda tener no
sólo una comunicación constante con su Dios, sino que también
pueda, a la vez, rendirle gloria y honra a su nombre santo,
como debe de ser siempre. Y esto ha de ser en su vida y en la
vida de cada hombre, mujer, niño y niña de la tierra, como en
la vida de cada ángel del cielo, por ejemplo, el cual siempre
ha amado y ha exaltado el nombre grandioso y eternamente
honrado de nuestro Dios y Padre Celestial que está en los
cielos.

Porque la verdad es que el corazón del hombre (y así también
de la mujer) ha de poder realmente vivir la felicidad divina,
si tan sólo honra y alaba con su corazón y con sus labios: el
nombre de su Hijo amado, para cumplir toda justicia y toda
verdad con su Dios, en la tierra y en el cielo, también,
infinitamente. Porque la verdad es que, también, sólo el
Señor Jesucristo es la honra y la alabanza perfecta, para
alcanzar a nuestro Padre Celestial y bendecir su nombre
adecuadamente, en un segundo, cumpliendo así toda verdad y
toda justicia en nuestros corazones y en nuestras almas
vivientes, redimidas eternamente y para siempre, por los
poderes de la sangre del pacto eterno.

Ya que, sin el espíritu de la sangre del Señor Jesucristo
viviendo en nuestros corazones, entonces no podremos jamás
realmente bendecir y así amar a nuestro Dios y a su Espíritu
Santo, en nuestros espíritus humanos y en nuestros nuevos
días y noches de vida y de salud eterna, en la tierra, en el
paraíso o en La Nueva Jerusalén. Realmente, sin el espíritu
de la sangre, del Señor Jesucristo en nuestras vidas, no
sabríamos, ni memos podríamos verdaderamente servir y amar
por siempre, en el espíritu y en la verdad de su nombre, en
la tierra ni en el paraíso, tampoco, a nuestro Dios y a su
Espíritu de vida y de salud eterna, de nuestras nuevas vidas
celestiales.

Entonces es muy bueno que el corazón del hombre reciba a su
redentor en su corazón, lo antes posible, para que entonces
comience a exaltar y a honrar el nombre sagrado de su Dios y
de su Espíritu Santo, como debió de ser así, desde el
comienzo de todas las cosas, en el paraíso con Adán y Eva,
por ejemplo. Porque nosotros hemos sido creados para vivir en
la tierra santa del paraíso, puesto que somos del cielo y de
su inmortalidad, para servir a nuestro Dios y a su Árbol de
vida eterna, día y noche y por los siglos de los siglos, en
la nueva eternidad venidera del nuevo más allá, de Dios y de
sus huestes celestiales.

Porque la realidad es que el hombre ha sido creado en las
manos de Dios para alabar y para honrar su nombre santo día y
noche, en su corazón y en toda su alma viviente, también, en
la tierra y en el paraíso, eternamente y para siempre. Porque
nuestro Padre Celestial es digno de toda gloria y de toda
honra que emane de nuestro corazón hacia Él y hacia su nuevo
infinito, en el nombre sagrado de su fruto de vida y de salud
eterna, su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!

Ya que, su grandeza es inescrutable en los corazones de los
ángeles del cielo y así también en el corazón de cada hombre,
mujer, niño y niña de la humanidad entera, si es que el Señor
Jesucristo no vive en su vida, desde hoy mismo y para la
nueva eternidad infinita del más allá. Entonces si decides
alabar y honrar a tu Dios y Creador de tu vida, mi estimado
hermano y mi estimada hermana, pues no hay mejor manera, en
el cielo, ni el paraíso, ni la tierra ni en la nueva ciudad
celestial del gran rey Mesías, que no sea sólo ¡el Señor
Jesucristo!, en tu corazón y con tus labios, también.

ALABEN A DIOS EN SU SANTUARIO, EN SU FIRMAMENTO Y POR SUS
GRANDEZAS

Entonces nuestro Dios le ha puesto éste gran mandamiento en
el corazón del ángel del cielo y así también en el corazón
del hombre, de la mujer, del niño y de la niña de la tierra,
para servir por siempre en alabanzas y en honras a su Dios y
Creador Eterno, ¡el Todopoderoso de Israel y de la humanidad
entera! Pues entonces el corazón y el alma eterna del hombre
pueden realmente decirle a su Dios día y noche y sin cesar y
hasta aun más allá de la eternidad venidera: ¡Aleluya! ¡
Alaben a Dios en su santuario, en la tierra y en el cielo!

¡Alábenle en su poderoso firmamento y de todas sus cosas de
las que se ven y de las que no (se ven)! ¡Alábenle por sus
proezas, por sus acciones heroicas (como su vida sagrada y la
cruz del calvario, por ejemplo), por sus grandezas, por sus
maravillas, milagros y prodigios en los cielos y en la
tierra! ¡Alábenle por su inmensa grandeza, la cual jamás ha
dejado de ser en nuestros corazones y en nuestras almas
eternas, también! ¡Aleluya!

Porque para su santuario, realmente, todo hombre, mujer, niño
y niña de la humanidad entera, como los ángeles del cielo,
han sido creados, para que estén por siempre delante de Él,
sirviéndole y adorando con su nombre santo, día y noche y por
los siglos de los siglos, en la tierra y en la nueva
eternidad venidera del reino celestial. Pero Lucifer ha
querido troncar el plan de Dios, para que éste gran bien
jamás le ocurra a ningún ángel del cielo y así también a
ningún hombre ni a ninguna mujer de toda la tierra.

Sin embargo, nuestro Dios lucha por cada uno de nosotros,
para que éste bien infinito se haga una realidad, en nuestros
corazones y en nuestras vidas, en la tierra y en el paraíso,
también. Porque nosotros "le debemos glorias y honras
infinitas a Él y a su nombre, desde nuestros corazones y
hasta la nueva eternidad venidera del nuevo reino celestial y
de su Espíritu Santo", rodeado por siempre, de los frutos del
Árbol de la vida, los descendientes de Adán, y de sus
millares de huestes angelicales, cantándole diariamente a su
nombre eterno.

Diciéndole a Él, aquel que vive por los siglos de los siglos,
en el reino de los cielos: ¡Glorias y aleluya a tu nombre
bendito, Padre Celestial! ¡Sólo a ti sea la gloria y la honra
infinita en toda la tierra y en el paraíso, también,
eternamente y para siempre! ¡No hay nadie como tú, oh Dios
nuestro: Santo y Perfecto en amor, misericordia, verdad,
justicia y gracia infinita, para con todos los hombres,
mujeres, niños y niñas de la humanidad entera, de los que
aman tu nombre santo, en el nombre sagrado de tu Hijo amado,
el Señor Jesucristo!

¡Por eso, los ángeles te alaban aun en la magnificencia de tu
firmamento y de tus muchas cosas gloriosas y misteriosas,
como de las que se ven o no (se ven)! ¡Misteriosas y
sublimes, y no se entienden aun, en muchos casos casi ninguna
de ellas, en sus millares, en toda la bóveda celestial,
porque han salido sólo de tu sabiduría divina e inescrutable!
¡Porque realmente son muy sublimes para las mentes de los
ángeles del cielo y, también, para las mentes de los hombres
de toda la tierra!

El ángel, por más que lo intente en su corazón y en su mente
limitada, por más sabio que sea, no podrá jamás entender la
magnificencia del firmamento creado por las palabras de Dios,
desde la antigüedad y hasta nuestros días, por ejemplo. Pues
así también el hombre y la mujer de toda la tierra, por más
que lo intente, realmente sus corazones y sus mentes eternas
jamás podrán entender nada de la magnificencia del
firmamento, si Cristo no es una realidad en sus miradas, en
sus almas infinitas, en la tierra y en el paraíso, de la
misma manera.

Porque para entender la magnificencia del firmamento y sus
muchas cosas inmensas, profundas y grandiosas, entonces el
ángel del cielo, y así también el hombre y la mujer de la
tierra, tienen que estar dotados de los poderes
sobrenaturales del Espíritu de la sangre viviente, del pacto
eterno entre Dios y nuestro padre Abraham, por ejemplo, en la
tierra. Porque es éste espíritu de la sangre bendita del
Cordero Escogido de Dios, el cual realmente le da vida al
corazón y luz a la mente del hombre (y al ángel del cielo,
por igual) en todas las cosas concernientes, a la ciencia del
firmamento y de sus grandezas infinitas, también.

Es por eso, que los que viven sin Cristo en sus corazones,
entonces no están en la luz de la vida y de la sabiduría
eterna del Árbol de la vida, de Dios y de su Espíritu Santo,
sino que todo lo contrario es la verdad en sus vidas.
Realmente cada uno de ellos aun permanece en las profundas
tinieblas, del fruto prohibido del árbol de la ciencia, del
bien y del mal, para seguir siendo ciego, como siempre, en su
corazón y en su mente eterna, para tropezar a cada paso que
da, en la verdad y en la justicia, de la creación de nuestro
Dios y de Jesucristo.

Por eso, todo ser creado tiene que alabar y honrar a su Dios
con su corazón y con su espíritu de vida, por sus muchas
proezas infinitas, para que su vida crezca y así también su
sabiduría de su corazón y de su mente, para entender muchas
cosas más de Dios, en la tierra y en la eternidad venidera,
también. Y así por siempre alabarle del mismo modo por todas
sus grandezas, las cuales ha manifestado a los ángeles del
cielo y a todos los hombres, mujeres, niños y niñas de la
humanidad entera, por medio de su palabra y por medio de la
vida gloriosa y sumamente honrada de su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo!

Porque las grandezas de nuestro Dios en los cielos y en la
tierra aun no las hemos visto todas, sino tan sólo unas
cuantas, las cuales son muy pocas (o casi nada), por cierto,
comparado con la inmensidad de las bóvedas celestiales del
universo y del reino celestial, por ejemplo. Pero cuando
Cristo sea una realidad en nuestros corazones y en nuestras
almas vivientes, también, entonces hemos de ver muchas más de
todas ellas (si no todas), en la tierra y así también en el
paraíso y en su nueva ciudad infinita: La Nueva Jerusalén
Santa y Perfecta del cielo.

Por eso, todo nuestro amor debería ser siempre dirigido a Él,
a aquel que vive por los siglos de los siglos, en los lugares
altos del cielo más alto que el reino de los ángeles, en
donde nuestro Dios pensó por vez primera, formarnos en sus
manos, para hacernos como Él, como su Árbol de vida, ni más
ni menos. Es decir, para hacer que cada uno de nosotros, en
nuestros millares, de todas las razas, familias, naciones,
pueblos, linajes, tribus y reino del mundo, entonces lleve su
gloria y su honra infinita, como su imagen y como su
semejanza perfecta, en la tierra y en el cielo, de igual
forma, eternamente y para siempre, para gloria de su nombre.

Y es por esta razón, que nuestro Padre Celestial siempre te
ha llamado a ti, mi estimado hermano y mi estimada hermana,
sin cansarse jamás de ti ni de ninguno de los tuyos, tampoco,
en todos los lugares del mundo entero, desde la antigüedad y
hasta nuestros días, por ejemplo, para que le comiences a
servir sólo a Él. Para que le comiences a servir a Él, sólo
como a tu Dios y como a tu único salvador personal, en esta
vida y en la venidera, también; y así únicamente le sepas
alabar y honrar, eternamente y para siempre, en tu corazón y
con toda tu alma eterna, redimida por el sacrificio supremo
de sangre sobrehumana de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!

Es decir, que nuestro Dios ha redimido tu alma eterna del mal
del pecado, por la sangre del pacto eterno del Señor
Jesucristo, clavado en los árboles cruzados y sin vida de
Adán y Eva, sobre la cima de la roca eterna, en las afueras
de Jerusalén, en Israel, para darte vida en abundancia, y,
por ende, "le alabes interminablemente". Con el fin de que
sólo conozcas la verdad y la justicia infinita de amarle por
siempre y de exaltar a su nombre en tu corazón y en todos los
días de tu vida, en la tierra y en el paraíso, para que jamás
te vuelvas alejar de Él y de su Árbol Viviente en tu vida, ¡
el Señor Jesucristo!

Entonces alabar a nuestro Dios, por amor a la verdad y a la
justicia de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, es vivir,
para todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera.
Y hoy en día, así es contigo y con cada uno de los tuyos, en
donde sea que se encuentren en toda la tierra, mi estimado
hermano y mi estimada hermana. Y así es, siempre el alabar a
nuestro Dios es vivir para los ángeles del cielo y para todos
los hombres, mujeres, niños y niñas de toda la tierra, desde
hoy mismo y por siempre, en la eternidad venidera del nuevo
reino de Dios.

El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre Celestial y de su
Jesucristo es contigo.


¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en
el nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman,
Señor. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras
almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y
sobrenatural, en la tierra y en el cielo, también, para
siempre, Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo amado, el
Señor Jesucristo.

LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo
a la verdad de Dios y al poder de Dios en tu vida. Un
tropiezo eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en
tu vida, de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre
Celestial y de su Espíritu Eterno. Pero todo esto tiene un
fin en tu vida, en ésta misma hora crucial de tu vida. Has de
pensar quizá que el fin de todos los males de los ídolos
termine, cuando llegues al fin de tus días. Pero esto no es
verdad. Los ídolos con sus espíritus inmundos te seguirán
atormentando día y noche entre las llamas ardientes del fuego
del infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de
Dios. En verdad, el fin de todos estos males está aquí
contigo, en el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo.
Cree en Él, en espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en
Él, escaparas los males, enfermedades y los tormentos eternos
de la presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de
espíritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de
los tuyos también, en la eternidad del reino de Dios. Porque
en el reino de Dios su Ley santa es de día en día honrada y
exaltada en gran manera, por todas las huestes de sus santos
ángeles. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano, mi estimada
hermana, has sido creado para honrar y exaltar cada letra,
cada palabra, cada oración, cada tilde, cada categoría de
bendición terrenal y celestial, cada honor, cada dignidad,
cada señorío, cada majestad, cada poder, cada decoro, y cada
vida humana y celestial con todas de sus muchas y ricas
bendiciones de la tierra, del día de hoy y de la tierra santa
del más allá, también, en el reino de Dios y de su Hijo
amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de Israel y de
las naciones!

SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en
tu corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en
abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha
venido diciendo así, desde los días de la antigüedad, desde
los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí".

SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas
ni les rendirás culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios
celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a
los que me aman y guardan mis mandamientos".

TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová
tu Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre
en vano".

CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero
el séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en
ese día obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que está
dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová hizo los
cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del
sábado y lo santificó".

QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que
tus días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te
da".

SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio".

SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio".

OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás".

NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de
tu prójimo".

DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu
prójimo".

Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y déshazte de todos
estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno
de los tuyos, también. Hazlo así y sin mas demora alguna, por
amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los
tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus
ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú no lo veas así,
en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos,
también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde
los días de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas,
en el día de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos
males en sus vidas, sino que sólo Él desea ver vida y vida en
abundancia, en cada nación y en cada una de sus muchas
familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y
digamos juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de
la presencia santa del Padre Celestial, nuestro Dios y
salvador de todas nuestras almas:

ORACIÓN DEL PERDÓN

Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la
memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo
amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el
cielo así también en la tierra. El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en
tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Amén.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre
Celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no
perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la
VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO,
sino es POR MÍ". Juan 14:

NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.

¡CONFÍA EN JESÚS HOY!

MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA
TI Y LOS TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de
éste MUNDO y su MUERTE.

Dispónte a dejar el pecado (arrepiéntete):

Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al
tercer día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que
entré en tu vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.

QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ
DECIRLE AL SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di:
Dios mío, soy un pecador y necesito tu perdón. Creo que
Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi
pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a
venir a mi corazón y a mi vida, como mi SALVADOR.

¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No
_____?

¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?

Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de
una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con
Dios, orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate
en AGUA y en El ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y
sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es
predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los demás.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del
evangelio de Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender
más de Jesús y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros
cristianos están disponibles en gran cantidad en diferentes
temas, en tu librería cristiana inmediata a tu barrio,
entonces visita a las librerías cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros están a tu disposición, para que
te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti,
para que te goces en la verdad del Padre Celestial y de su
Hijo amado y así comiences a crecer en Él, desde el día de
hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la
paz de Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras
oraciones. Porque ésta es la tierra, desde donde Dios lanzo
hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras
bendiciones y salvación eterna de nuestras almas vivientes. Y
nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: "Vivan tranquilos
los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén". Por causa de mis
hermanos y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti, siempre
Jerusalén". Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en
el cielo y en la tierra: imploraré por tu bien, por siempre.

El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el
Espíritu de Dios a toda la humanidad, diciéndole y
asegurándole: - Qué todo lo que respira, alabe el nombre de
Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso! Y esto es, de toda
letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo
corazón, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y
loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas,
como antes y como siempre, por la eternidad.

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