Hace 18 años, Álvaro Uribe Vélez llegó por primera vez a la Casa de Nariño. Para esa época, el país del común no lo conocía. Su estilo campechano, aparentemente sencillo y adobado con un discurso populista, conquistó a miles de personas a quienes encantó, también, su decisión de convertirse en “el primer soldado de la nación”. Engañoso con la selección de los nombres, calificó de “seguridad democrática” la estrategia militar con la que conseguiría, a sangre, fuego y muerte del enemigo, la derrota del “terrorismo”, el gran saco en que metió a las guerrillas pero también a sus opositores del Congreso, jueces que profirieran fallos que no le satisfacían, magistrados de la Corte Suprema que investigaran a su familiar Mario Uribe y a sus aliados, organizaciones ciudadanas, defensores de derechos humanos, estudiantes de universidades públicas, periodistas que no comieran en su mano, etc. Ese Uribe enamoraba a las multitudes, las atemorizaba y triunfaba con ellas. El de hoy, protagonista de su plan político-mediático de defensa, luce disminuido e inseguro, y no precisamente por su desaliño físico, estudiado para inocular en los colombianos su imagen de víctima de las prácticas “mafiosas” de la Corte Suprema que lo “secuestró” y lo “condenó” con 5 votos de 5, de unos magistrados que, después de que estaban divididos 2-2 con un indeciso, como lo “adivinó” una de sus columnistas, ¡se dejaron manipular por Juan Manuel Santos para cambiar su decisión y tomarla por unanimidad!
Hasta sus historietas suenan desgastadas, inverosímiles e insultantes con la inteligencia de los espectadores. No sé en qué cabeza cabe que cualquiera, por influyente y poderoso que sea, pueda ser declarado inocente de las conductas delictivas que se le endilgan, a punta de labia y sin controvertir, con hechos, las pruebas en su contra. Pero en ello anda empeñado Uribe; también su partido, su bancada, sus periódicos, sus cadenas de radio y televisión y sus líderes de opinión que, en exacta coincidencia, repiten todos a uno idénticos argumentos en contra de la Corte y a favor del imputado. No obstante, el senador sabe, en la hondura de sus cavilaciones, que el derecho penal no permite declararlo inocente por las opiniones de sus amigos. Por tanto, y a no ser que el uribismo en el Gobierno dé el paso de interrumpir, abruptamente, el Estado de derecho —cosa que no hay que descartar—, se procederá a violar la Constitución en dos sentidos: por un lado, se impulsará una constituyente o una reforma para ajustar la Justicia a los requerimientos personales del procesado, esto es, clausurando la Corte que lo juzga y creando otra a su medida chavista; y, del otro, se apoderará de los cargos que vayan quedando vacantes y que tengan poder judicial.
Al expresidente, aun con todas sus habilidades comunicativas, se le zafó una revelación especialmente llamativa en una de sus largas entrevistas del pasado fin de semana. Refiriéndose a uno de los muchos chismes (me contaron, alguien oyó, fulano le dijo a sutano, me enteré) en que basa los ataques a los jueces de su causa, señaló que “la actual ministra de Justicia tiene unos testimonios muy importantes”. ¿Sobre qué? Sobre lo que el exmagistrado José Luis Barceló —en cuyo despacho se conoció la primera parte del proceso que hoy enfrenta el senador— les habría dicho a unas personas. La ministra declarada por Uribe como testigo a su favor es Margarita Cabello, la protegida de las casas Char, Name y Gerlein del Atlántico y candidata del presidente Duque, el subalterno de Uribe, a ser la próxima procuradora general. Esto explica que Arturo Char, presidente del Senado, muestre tanto afán en citar a la plenaria para votar, con cinco meses de anticipación, por el reemplazo de Fernando Carrillo quien estorba porque no es de las propias tropas del imputado. Explica, además, que salvo dos parlamentarios, los congresistas de la U que tienen apuros disciplinarios por las investigaciones pendientes de fallo en la Procuraduría hicieran una reunión espuria el sábado pasado para adherir a Cabello y, con esta, a Char, Duque y Uribe. El senador Pulgar, el mismo que intentó sobornar a un juez según reveló Daniel Coronell, votó por ella. También Benedetti, Name, Gnecco, García Zuccardi, Besaile, Martínez y hasta el sobrino de Mario Uribe (otra vez) Juan Felipe Lemos, todo un cartel de apellidos y de algo más. Cambio Radical, díganme si no, se ha unido al combo. Colombia sin salida.
* Esta columna fue escrita antes de la renuncia del senador Álvaro Uribe a su curul en el Congreso de la República
“El presidente Álvaro Uribe es un mago de la prestidigitación. Apuñala por la espalda a sus amigos y aliados y hace desaparecer las pruebas del fratricidio ante millones de compatriotas con una envidiable habilidad. Y no sólo eso. Sus víctimas le juran amor eterno en su lecho de muerte; ni un solo reproche sale de esas bocas por las que corre un hilillo de sangre. El líder es inocente, son otros los culpables”, escribió Salud Hernández el 5 de febrero de 2006 (hace 14 años) en su columna de El Tiempo “Uribe el prestidigitador”.
“Uribe el prestidigitador” significaba, para la otrora Salud, que él no era más que un experto en trucos, un embaucador, un ilusionista, un mentiroso o, como dirían en mi tierra paisa, un titiritero.
La molestia de Salud contra Uribe se debió al hecho de que unas parapolíticas, las otrora poderosas congresistas Rocío Arias y Eleonora Pineda, al tiempo que eran dos de las personas más cercanas tanto al presidente Uribe —desde sus épocas de candidato presidencial— como a los jefes paramilitares del momento, es decir, Salvatore Mancuso y compañía ilimitada, habían sido utilizadas, manoseadas o exprimidas por Uribe, según la columnista. En fin, decía Salud, que Uribe “nunca las despreció ni por paracas ni por lobas. Las necesitaba ardientemente y las utilizó. Ahora le son molestas”.
Salud decía que Uribe, a sabiendas, se rodeaba de personas provenientes de la criminalidad cuando sentía la ardiente necesidad de que esa alianza le derivara alguna utilidad y hasta que llegara el momento de desecharlas, o de negarlas —dirían las señoras—. A partir de ahí, Uribe las despreciaba y las desaparecía de su vida, su entorno y su núcleo político como truco de prestidigitador.
Dijo Salud en ese entonces que “el presidente [Uribe] es intocable para la opinión pública. Apuñala a quienes antes comían de su mano, dando un cuádruple salto mortal, y nadie se lo cobra”.
Traigo a colación esta columna de Salud porque siempre he creído que lo que a ella le pasó le ha pasado a un sector del pueblo colombiano con Uribe y su entorno. Por cuenta de que Uribe llegó a ser presidente y le dio bala a la guerrilla, este país se dejó embaucar por los trucos de “Uribe el prestidigitador” como lo llamó Salud, o por “Uribe el titiritero” como a lo paisa prefiero llamarlo. Increíblemente, no importa quién era Uribe, de dónde viene, quiénes son o eran sus socios políticos, cuál fue el entorno de su actividad pública, sus conductas delictivas, inapropiadas o antiéticas.