Alfredo Jalife-Rahme
Antecedentes
El connotado economista Michael Hudson –no confundir con el notable
reportero investigador, su homónimo 22 años menor y autor del
relevante libro Monstruo: cómo una pandilla de prestamistas
depredadores y los banqueros de Wall Street despellejaron (sic) a EU y
crearon una crisis global– ha laborado a los más altos niveles
consultivos de los principales bancos de Wall Street y hasta ha
colaborado con el futurista cuan muy controvertido Hudson Institute
(vinculado con la Rand Corporation).
Diseñó en 1990 el primer fondo de deuda soberana para el Tercer Mundo
y pronosticó acertadamente dos años antes el estallido de la burbuja
inmobiliaria en Estados Unidos (Harper’s, mayo de 2006).
Pocos como él conocen el sistema financiero de Estados Unidos desde
dentro y hoy parece haber tenido una milagrosa reconversión desde su
cátedra en la Universidad de Missouri (en Kansas City).
Es autor del imprescindible libro Superimperialismo: la estrategia
económica del imperio estadunidense, que devela las maquinaciones
geopolíticas de la economía global que maneja Estados Unidos.
Su nuevo libro Fractura global: el nuevo orden económico internacional
avizora la división del mundo en regiones comerciales y en bloques de
divisas, coincidentemente la tesis de nuestros tres más recientes
libros (
www.alfredojalife.com).
Hechos
El tsunami financiero global provocado por el israelí-estadunidense
Ben Shalom Bernanke, polémico gobernador de la Reserva Federal de
Estados Unidos (ver Bajo la Lupa, 7 y 10/11/10), ha sido fustigado
acerbamente por el resto del mundo y pareciera destinado a aniquilar
las vulnerables finanzas estructurales del BRIC (acrónimo de Brasil,
Rusia, India y China), que ha puesto el grito en los cielos.
Michael Hudson aduce que Estados Unidos ha lanzado una nueva (sic)
guerra financiera mundial, lo cual confrontará el resto del mundo
(CounterPunch, 11/10/10).
Dotado de una gran sensibilidad geopolítica –poco usual en los
economistas comunes–, destaca un aspecto poco seguido de la guerra
financiera (que abarca la guerra de las divisas) cuando Estados Unidos
obtiene el mismo objetivo que su ejército mediante la riqueza
monetaria y la usurpación de los activos ajenos simplemente por medios
financieros.
Ni tanto, porque las armas y las finanzas son complementarias: Estados
Unidos –y en su momento Gran Bretaña– no podría imponer su guerra
financiera al mundo valetudinario con sus papeles chatarra sin la
cobertura de sus pletóricas ojivas nucleares. Quien gana las guerras
militares impone su doble orden económico y financiero mundial.
No es momento de querellarnos con Michael Hudson, quien enuncia
conceptos impactantes al explayar persuasivamente la forma en que
Estados Unidos imprime ad libitum las cantidades de papel chatarra
(primero 1.7 billones de dólares y ahora 600 mil millones adicionales)
en sus pantallas de computadora para comprar todos los bonos y
acciones en el mundo, además de tierras y otros activos en venta con
la esperanza de obtener ganancias de capital y embolsándose (sic) los
diferenciales mediante el apalancamiento de deuda a menos de uno por
ciento de interés como costo. Este es el nombre del juego de hoy.
Aduce que “las finanzas son una nueva forma de guerra (…) Es una
competencia en la creación de crédito para comprar recursos foráneos,
bienes raíces, infraestructura pública y privatizada, bonos y acciones
empresariales”. La clave consiste en persuadir a los bancos centrales
foráneos de aceptar este crédito electrónico.
Hasta cierto punto, porque hoy los bancos centrales del BRIC y algunos
del G-7 (Alemania y, en menor medida, Francia) –con la notable
excepción del Banco de México, controlado por un anterior empleado del
FMI– se han rebelado en la granja financiera global contra la
cleptocracia monetarista vigente en Estados Unidos y Gran Bretaña: una
verdadera dictadura centralbanquista global que ha eclipsado a una
catatónica clase política que no entiende nada de lo que sucede y que
avala todo de tipo de violentas exacciones cupulares contra el bien
común, siempre y cuando le lubriquen sus gastos corrientes.
Antes del fracaso estrepitoso de la cumbre del disfuncional G-20 en
Seúl –sepultada por el efecto Bernanke y que no mereció siquiera un
epitafio civilizado de parte de Obama–, Michael Hudson cuestionaba el
grado de masoquismo de los otros países en sucumbir al unilateralismo
financiero centralbanquista anglosajón: El mundo ha sido obligado a
escoger entre la anarquía financiera y la subordinación a un nuevo
nacionalismo económico de Estados Unidos, lo que incita a los países a
crear un sistema financiero alternativo, con la decepcionante
excepción del México calderonista, que ni hizo ni tiene nada que hacer
en el G-20, donde sólo opera como esclavo fútil de Estados Unidos.
Explica que el experimento de las facilitaciones cuantitativas
monetaristas ya fracasó dramáticamente en Japón, que se encuentra en
recesión y/o en atonía desde hace dos décadas. China no está dispuesta
a repetir el suicidio de Japón (la revaluación del yen nipón) para
beneficiar parasitariamente al dólar.
Argumenta que el sistema financiero internacional premia la
especulación, lo cual arroja ganancias estratósfericas al precio de
distorsionar el comercio internacional y desajustar las relaciones de
las inversiones.
A nuestro juicio, el grave inconveniente es que los bancos de Estados
Unidos, en la insolvencia ocultada (Bank of America está al borde de
la quiebra oficial), no otorgan créditos porque están más dedicados a
limpiar sus balances contables negativos mediante sus frenéticas
especulaciones.
Según Michael Hudson, el sistema ha sido desestabilizado por el gasto
de guerra gracias a la inmunidad geopolítica que goza Estados Unidos.
Critica la postura (sic) de los multimedia que exageran que el déficit
de Estados Unidos sea primariamente comercial cuando en realidad es
ampliamente militar (¡súper sic!) en su naturaleza (Nota: solamente la
aventura bushiana en Irak costó más de 3 billones de dólares, según
Joseph Stiglitz, The Washington Post, 9/3/08).
Conclusión
Michael Hudson concreta que los países (sobre todo el BRIC, que ha
empezado a crear un sistema paralelo, extensivo a Turquía, Argentina y
otros miembros rebeldes del agónico G-20) pueden prevenir la
revaluación forzada de sus divisas frente a la devaluación unilateral
del dólar mediante tres medidas: 1) reciclar los influjos de dólares a
bonos del Tesoro de Estados Unidos; 2) imponer controles (¡súper sic!)
a los capitales y, 3) evitar el uso de dólares u otro tipo de divisas
que utilizan los especuladores.
Después de coquetear con el patrón oro, Michael Hudson refiere que se
pueden repetir las prácticas que prevalecieron desde la década de los
30 hasta la de los 50 con una tasa dual de cambios: una para los
movimientos financieros y otra para el comercio, lo que conduciría a
la desaparición del FMI, el BM y la OMC con nuevas instituciones que
aislarían la representación de Estados Unidos, Gran Bretaña y la
eurozona. No estaría mal.
Más allá del legendario nihilismo anglosajón, se encuentra en tela de
juicio la capacidad creativa del resto de los países –en particular,
el BRIC y los países emergentes que no perdieron su anhelo libertario–
en reparar los colosales daños para luego reconstruir el mundo con un
nuevo sistema económico y financiero menos bárbaro.
Fuente:
http://www.jornada.unam.mx/2010/11/17/index.php?section=opinion&article=024o1po