Por supuesto el bebé canguro estaba vivo. Él (o ella) parecía mucho más
grande que en la foto del periódico. Daba vueltas con alegría dentro de la
jaula. Ya no se podía decir que fuera un bebé canguro, más bien parecía un
canguro de un tamaño un poco más pequeño de lo habitual. Al verlo, ella se
desilusionó un poco.
- ¡Pero si ya no es un bebé!
- No es que tenga que ser como un bebé- la consolé.
- Deberíamos haber venido antes.
Fui a la tienda y compré dos helados de chocolate, al volver con los helados
todavía estaba apoyada en la jaula y contemplaba a los canguros.
- Ya no es un bebé canguro- repetía.
- ¿Cómo lo sabes?- le dije mientras le ofrecía uno de los helados.
- Porque si fuera un bebé canguro su madre lo llevaría en la bolsa,
¿no?.
Asentí mientras lamía el helado. Para empezar comenzamos a buscar a la madre
canguro. Saber cuál era el padre era sencillo, el canguro más grande y más
tranquilo. No dejaba de mirar la hierba verde dentro de la tiesto de comida
con una cara como la de un músico que se ha quedado sin inspiración. De
entre las otras dos canguros hembra no había forma de saber cuál era la
madre.
- Pero una de las dos es la madre y la otra no lo es, ¿no?- dije.
- Claro.
- ¿Entonces la canguro que no es la madre qué hace aquí?
- No lo sé- me respondió ella.
Al canguro bebé parecía no importarle mucho quién era la otra canguro y
seguía dando vueltas de un lado a otro. De vez en cuando, sin niguna razón
aparente, excavaba agujeros en el suelo con las patas delanteras.
Mordisqueaba un poco de hierba, excavaba un poquito, les tiraba del pelo a
las dos canguros hembra, se revolcaba por el suelo, se volvía a levantar y
volvía a correr dando vueltas.
- ¿Por qué los canguros pueden correr tan deprisa dando saltos?- me
preguntó ella.
- Para poder escapar fácilmente de los enemigos.
- ¿Enemigos? ¿qué enemigos?
- Los humanos- respondí.- Los humanos matan canguros con un bumerán
y luego se comen su carne.
- ¿Y por qué las madres canguro llevan a los bebés canguro en una
bolsa en su vientre?
- Para poder escapar juntos. Los bebés canguro no pueden correr tan
deprisa como ellas.
- ¿Para protegerles?
- Ajá- contesté.- A todos los bebés se les protege.
- ¿Hasta qué edad les protegen?
La verdad es que había leído toda esa información en el libreto que nos
dieron a la entrada del zoológico.
- Hasta que cumplen uno o dos meses más o menos.
- Entonces, si este bebe tiene un mes recién cumplido- dijo ella
mientras señalaba al bebé canguro- debería poder entrar en la bolsa de la
madre.
- Sí- contesté- seguramente.
- Oye, ¿no crees que se debe estar muy bien dentro de la bolsa de
una mamá canguro?
- ¡Y tanto!
- ¿Como querer meterse dentro del bolsillo de Doraemón o como el
deseo de volver al útero materno?
- Ajá.
- Seguro que sí.
El sol había llegado a lo más alto. Desde una piscina cercana se oía el
griterío de unos niños. En el cielo flotaban nubes de verano.
- ¿Comemos algo?- le pregunté.
- Un perrito caliente- me respondió- y una cocacola.
El encargado del puesto de perritos calientes era un estudiante con pintas
de trabajar a media jornada. Dentro de la tienda, con forma de vagón de
tren, tenía un puesto un radiocassette bastante grande. Mientras los
perritos calientes se cocinaban escuché unas canciones de Steve Wonder y
Billy Joel. Al volver a la jaula de los canguros ella me saludó con
un -¡Mira!- y señaló a una de las canguros hembra.
- ¡Mira, mira! ¡Se ha metido dentro de la bolsa!
- ¿No pesará mucho?
- La mamá canguro parece muy fuerte.
- ¿De verdad?
- Bueno, hasta ahora ha logrado sobrevivir, ¿no?.
La mamá canguro soportaba los fuertes rayos del sol sin que ni siquiera una
gota de sudor le cayese por la cara. Tras terminar las compras de la tarde
en un supermercado de Aoyama y hacer una pausa en una cafetería nos
preguntamos.
- Lo seguirá llevando dentro, ¿verdad?
- Sí.
- ¿Se habrán dormido ya?
- Puede que sí.
Comimos perritos calientes, bebimos cocacola y volvimos a la jaula. Cuando
llegamos, el papá canguro seguía mirando fijamente el tiesto de comida
buscando la inspiración. La mamá canguro y el bebé canguro, unidos,
descansaban del largo día. La misteriosa canguro hembra no paraba de dar
saltos como si quisiera comprobar la flexibilidad de su cola. Fue uno de los
días más calurosos que recuerdo.
- Oye, ¿vamos a beber una cerveza?- me preguntó ella.
- ¡Vale!- contesté.