Julio Carmona: César ve lejos (homenaje)

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Julio Carmona

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Apr 15, 2011, 9:21:44 PM4/15/11
to BOSQUE DE PALABRAS
Vale más canción humilde que sinfonía sin fe. J.C.
"Si no vives para servir, no sirves para vivir"

César Ve lejos

La mirada del poeta
avizora el porvenir,
aunque esté lejos la meta,
aunque antes deba morir.
J: C.

Se suele decir de César Vallejo -y no es erróneo- que es un poeta
universal. De la talla de un Goethe, de un Dante, de un Cervantes. Y
eso lo corrobora la misma intelectualidad universal. Por ejemplo, tres
estudiosos de la literatura (paisanos de los genios nombrados,
respectivamente): J.M. Cohen (Poesía de nuestro tiempo), Roberto Paoli
(Los mapas anatómicos de César Vallejo) y Luis Monguió (La poesía post-
modernista en el Perú), así lo dejan establecido en esas obras
encerradas entre paréntesis.

Pero, pese a ese consenso irrefutable, es menester hacer algunas
precisiones. Puede suponerse que una visión universalista dará como
resultado una pérdida de la particularidad o nacionalidad de esos
poetas. Un poco como si dijéramos que la contemplación del bosque nos
impedirá distinguir el árbol. Pero -aunque suene a paradoja- hay que
señalar que ocurre todo lo contrario: es, precisamente, su
particularidad la impulsora de su universalidad. Goethe, Dante y
Cervantes son poetas nacionales por antonomasia: de Alemania, Italia y
España. Son los intérpretes de sus pueblos.

Lo mismo ocurre con nuestro César. Y fue mérito (es menester
destacarlo) de José Carlos Mariátegui el haber sido el primero en
precisarlo y reconocerlo así. Con Vallejo -dijo- se inicia un nuevo
período en la literatura peruana: el período nacional, Los heraldos
negros -afirmaba Mariátegui- podía haber sido su obra única. No por
eso Vallejo habría dejado de inaugurar en el proceso de nuestra
literatura una nueva época”. Y agregaba: “El gran poeta de Los
Heraldos Negros y de Trilce- ese gran poeta que ha pasado ignorado y
desconocido por las calles de Lima -tan propicias y rendidas a los
laureles de los juglares de feria- se presenta, en su arte, como un
precursor del nuevo espíritu, de la nueva conciencia”; porque -para
Mariátegui- Vallejo “condensa la actitud espiritual de una raza, de un
pueblo”. Pero, al mismo tiempo relevaba su universalidad diciendo que
“Vallejo siente todo el dolor humano. Su pena no es personal. Su alma
‘está TRISTE hasta la muerte’ de la tristeza de todos los hombres”.

Todo lo dicho por J.C. Mariátegui y por los intérpretes posteriores a
él sobre la poesía de Vallejo, debe ser comprobado en su poesía misma.
Y, si somos acuciosos, veremos que la mayor parte de los temas (y la
forma de tratarlos) de su poesía tiene un punto de referencia: el
Perú. Empero, son temas que no dejan de estar ligados a la humanidad.
Esto lo universaliza sin desarraigarlo; aquello lo enraíza sin
aprisionarlo. Recordemos en esta ocasión uno solo y quizá uno de los
más conocidos de sus poemas: “Piedra negra sobre una piedra blanca”:

Me moriré en París con aguacero
un día del cual tengo ya el recuerdo.
me moriré en París- y no me corro-
talvez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
Todos si que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los hesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos…

De inmediato se reconoce en los dos primero cuartetos el
ensimismamiento del poeta. El está concentrado en sí mismo, al extremo
de darnos una aparente “premonición de su muerte”. Y decimos
‘aparente’ porque racional o ideológicamente es algo que está fuera de
su aceptación. En su libro, El Arte y la Revolución, Vallejo dice: “…
la anticipación expresa y rotunda de hechos concretos, no pasa de un
candoroso expediente de brujería barata y es cosa muy fácil. Basta ser
un inconsciente con manía de alucinado. Así hacen las sibilas
vulgares. No importa que se realice o no lo que anuncian”.

De tal suerte, pues, que Vallejo no estaba interesado en “predecir su
muerte”. Lo que debe entenderse con esa expresión poética es la
“sensación” de que así como muere todos los días, así ha de morir
cualquier otro día (por eso es que, paradojalmente, ‘tiene el
recuerdo’ de algo que “todavía no ha ocurrido”). Y “tal vez” -dice-
será “un jueves”, porque –precisamente- es jueves cuando está
escribiendo ese poema en un ambiente otoñal (es decir: triste, gris,
opaco o sea tonalidades propicias para crear una sensación de deceso,
de muerte), y, lo que es más importante, será jueves porque en ese
jueves - como nunca- está solo. Y la soledad, como la muerte, es lo
más personal del individuo, pero, al mismo tiempo, es lo más común del
ser humano: para sentir la sensación de la soledad se tiene que estar
solo (es lo particular), y es una sensación que todos la sentimos (es
lo universal). Y, asimismo, la sensación de la propia muerte: ese
“futuro temor” de que hablaba Rubén Darío. Esa imbricación del uno en
el todo será también ‘teorizado’ por Vallejo en su libro Contra el
secreto profesional: “Más profundo y poético es decir ‘yo’ -tomado
naturalmente como símbolo de ‘todos’.”

El ‘yo’ Vallejiano está -además- en esa ciudad mundana que es París
(el “centro del mundo” para la época). Todos los hombres presentes en
ese París Universal’, están asimismo concentrados en el ‘yo’ del
poeta, unidos por ese elemento común a todos: el aguacero, el agua, la
humedad que hace -dígase de paso- doler los huesos (los húmeros que el
poeta ‘se ha puesto a la mala’).

Y el yo poético se hará asaz personal con la autodenominación. Cuando
nuestro poeta escribe: “César Vallejo ha muerto, le pegaban”, está
formalizando en la práctica artística, la concepción dialéctica de
unir los contrarios: lo particular en lo universal. Ese autonombrarse
particulariza el hecho como si nos dijera: ‘Este hombre, con estos
documentos de identidad en los que además del nombre está la
nacionalidad: peruano, este hombre “particular ha muerto”. Pero
también nos dice que antes de morir y durante toda su vida (‘en todo
su camino’), le pegaban “todos sin que él les haga nada;/ le daban
duro con un palo y duro/también con una soga”. Y el padecer esos
golpes los sufre como hombre, como ser humano, y no porque caigan en
su cuerpo literalmente, sino en su humanidad, pues él es parte de la
humanidad: de toda la humanidad, la que sufre (los oprimidos) y la que
hace sufrir (los opresores), pues todos le pegan: unos por no dejar de
hacer sufrir a los oprimidos, y éstos por no rebelarse definitivamente
contra esa opresión.

Es así, entonces, que el ciudadano Vallejo se funde con el humano
Vallejo para universalizar lo particular. Y de ese dolor, de ese
sufrimiento termina diciéndonos que “son testigos”/…la soledad, la
lluvia, los caminos…”, es decir, los mismos elementos de la unidad
dialéctica de contrarios: Lo particular dentro de lo universal. La
soledad – ya lo hemos visto- es propia del individuo, del hombre solo,
particular; pero asimismo nos dice que puede testificar la lluvia que
es común a todos (como decíamos del ‘aguacero’): no olvidemos el
refrán que dice “cuando llueve todos se mojan”. Y también son testigos
los caminos, o sea la vida, propiamente, pues -así como a los caminos-
a la vida la hacemos todos, en tanto (como decía otro grande de la
poesía universal y humana, Antonio Machado): “caminante, no hay
camino, / se hace camino al andar”.

Finalmente -y hay que subrayarlo- el destacar ese aserto de la
universalidad vallejiana, no implica estar enajenando a Vallejo de lo
nuestro, e, inversamente, el hecho de reclamar su esencia nacional no
lo hace inaccesible a los hombres de otras latitudes. Y si esa
cualidad especial de nuestro poeta la hemos ejemplificado con un poema
en el que enuncia su muerte (por razones de espacio no podemos tocar
otros temas y poemas múltiples e inagotables), eso tampoco es óbice
para pensar, creer o hacer creer que él - en realidad- está muerto
(aunque así lo sea físicamente).

Cuando se recuerda la fecha de su muerte, pues, con propiedad se está
recordando al mismo tiempo su nacimiento a la inmortalidad, es decir
la vigencia de una vida que sigue siendo vigente desde hace setenta y
tres años (1938-2011). Y que seguirá siéndolo (como ocurre con Goethe,
Dante o Cervantes) porque -entre otras cosas- todo lo por él escrito
fue hecho para el pueblo, para los pobres, los oprimidos, incluso para
los analfabetos: “Hacedlo por la libertad de todos” (escribió Vallejo
en su poema Himno a los Voluntarios de la República), “por el
analfabeto a quien escribo”. Y esta otra paradoja se explica porque
cuando pasados los años ya no haya analfabetos en la tierra, los
millones de seres que ya no lo sean, se deslumbrarán con la belleza de
esa poesía, con la luz de su profundidad humana que hoy la oscuridad
más inhumana -el analfabetismo- les impide gozar. Y -lo que es más
importante- esos analfabetos de hoy, hombres libres de mañana, tendrán
en la poesía de Vallejo el alimento solidario de su libertad, como hoy
tienen en ella a una voz de lucha que reclama por sus derechos de
doliente humanidad: “Señor Ministro de Salud: ¿Qué hacer?/ ¡ah!
Desgraciadamente, hombres humanos,/ hay, hermanos, muchísimo que
hacer”.

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Publicado por Julio Carmona para Bosque de Palabras el 4/15/2011
06:12:00 PM
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