Jorge Rendón Vásquez: VIOLETA VUELVE A SAN MARCOS

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Julio Carmona

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Sep 25, 2010, 9:46:58 AM9/25/10
to BOSQUE DE PALABRAS
Jorge Rendón Vásquez: VIOLETA VUELVE A SAN MARCOS


Esa mañana del 23 de setiembre de 2010, el sol atisbó las calles del
centro de Lima, vacilando tras las nubes que avanzaban, perezosas,
hacia el Este, entre mostrarse de una vez o esperar aún unos minutos.
La primavera renacía en el verdor y la frescura de los árboles y el
césped, e iluminaba el semblante de los miles de transeúntes. Los
autobuses, combis y automóviles se arrastraban, resignados, en lentas
caravanas y se detenían en las esquinas contenidos por los pequeños
bastones de las policías subidas en sus puestos de comando. Y, de
pronto, el sol abdicó de su reticencia y, evanesciendo las últimas
nubes, se instaló, presa de curiosidad, sobre el Parque Universitario.
Los altos muros pintados de amarillo mostaza de la secular Casona de
la Universidad de San Marcos relucieron de alegría y en los rostros
del medio centenar de personas congregadas en el Patio de Derecho
desaparecieron los últimos rasgos de circunspección impuesta por el
significado del acto que allí iba a tener lugar. Los diálogos se
hicieron más vivaces y hasta hubo algunas amables sonrisas. A nadie lo
embargaba la tristeza. De todas esas mujeres y hombres, reunidos tras
las columnas del Patio y en torno a la pila central, resumaba más bien
cierta alegría, mensajera de la fe por la que estaban allí.

En una esquina del Patio, esperaba sobre una mesa una pequeña urna de
madera con las cenizas de Violeta y Gustavo. Antes de partir hacia la
insondable región del mito, una semana antes, Violeta así lo había
dispuesto. Y la Universidad de San Marcos iba a acoger a esos dos
entrañables hijos suyos bajo el césped de su histórico Patio de
Derecho.

Cuando los dos hombres encargados de cavar el pequeño foso en el que
serían colocadas las cenizas concluyeron su tarea, se hizo el
silencio, y todos se aglomeraron en torno a la mesa. Un hombre de pelo
castaño, funcionario de la Universidad, comenzó el acto con un emotivo
discurso. Siguieron los hijos de la ya mítica pareja, recordando a sus
padres con afecto y una serenidad que no alcanzaba a ocultar su
aflicción. Rosina agradeció los cientos de mensajes recibidos. Luego,
la voz de Delfina, Delfinacha, resonó con la fuerza del eco que rebota
de una pared a otra de una larga quebrada andina, declamando un poema
de César Vallejo sobre el libro y la muerte.

Y fue, entonces, cuando el tiempo pareció detenerse y el espacio fue
ocupado por un abismal silencio, las hojas de las altas palmeras
cesaron de temblar, y todos volvieron la vista hacia el Patio de
Letras. De allí venía Violeta, como tantas otras veces, bella, alta,
esbelta, juvenil y con ese aire de reflexión y ternura en su rostro,
que invitaba a Gustavo a describirla en poemas y a los pintores a
inmortalizarla en sus lienzos.

—¡El día se ha puesto hermoso, camaradas! —dijo al llegar— Es una
buena señal. ¡Triunfaremos, no lo duden! Los trabajadores, los
estudiantes, las buenas gentes de los vecindarios están despertando de
prisa y sus corazones se agitan como los trigales movidos por el
viento. ¡Ánimo, camaradas!

Cruzó el Patio de Derecho y desapareció al ingresar al Patio de
Ciencias.

El tiempo retornó, el follaje de los árboles se agitó de nuevo, y, sin
haberlo pensado, las mujeres y los hombres allí reunidos arrancaron a
cantar La Internacional, optimistas, seguros y alegres.

En seguida, uno a uno, tomaron la pala y vertieron la tierra en el
foso, convencidos de que Violeta y Gustavo se habían convertido para
siempre en semillas.
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