El año pasado se me ocurrió incluir en mi saludo
navideño algunas de las ideas que hacen a mi visión del mundo, además
del habitual comentario ligeramente insolente sobre las tradiciones
religiosas. (para los que reciben por primera vez mi saludo, el
anterior lo colgué aquí, bajo un seudónimo cervantino:
http://sealoqueseaquesea.blogspot.com/2008/12/felices-fiestas.html ). Me
temo que la decisión de emprender ese abordaje filosófico puede haber
iniciado una tendencia reflexiva en mí ya que, una vez más, este año
quisiera compartir con ustedes un mensaje con un tono similar al
anterior.
Quien me conoce sabe que soy ateo y que soy militante
de mi ateísmo. Acepto que puedo ser irritante, monotemático y a veces
terco (aunque trato de, al menos, no ser necio). Imagino que mis
amistades con fe en la explicación sobrenatural de lo natural deben
preferir algún tipo de distancia conmigo en muchos sentidos y pienso que los
que, como yo, niegan la interpretación de la realidad por medio de
revelaciones deben sentirme como su aliado y no ven, en principio, un conflicto entre mis ideas y las de ellos.
Sin embargo, a
menudo siento que mi (terca e irritante) militancia racionalista busca
más la atención del ateo que la del que tiene fe. Me parece importante
que el ateo entienda que el no ser oveja de un pastor, o vasallo de un Señor
implica una responsabilidad. No existe el alma ni el Hades, somos sólo
nuestras ideas y nuestros actos. El descubrir el engaño de la religión
no es un permiso para vivir en perpetuo hedonismo sino todo lo
contrario: si lo único que va a sobrevivir a mi carne son mis ideas y
mis actos, debería procurar que sobreviviera lo mejor de mí en los otros.
Les pido disculpas por estarme repitiendo. Todo esto ya lo intenté resumir en mi mensaje del
año pasado. Este año me quiero concentrar en otro punto. Quiero
contarles sobre mi relación con el odio.
El odio como emoción
apasionada no está necesariamente en contra de mis ideas.
Puedo permitírmelo. Sentir odio como el que un aficionado al deporte
siente por el responsable de adjudicar un tiro desde el punto penal al
equipo contrario en el último minuto del partido. El odio que uno
siente por todos los martillos del mundo cuando un error de cálculo
provoca un impacto sobre el dedo pulgar y no sobre el desafiante
clavo. El odio que de golpe sentimos por quien nos acaba de herir, de
causar dolor.
El odio, por otro lado, que sobrevive a estos
acalorados instantes de pasión ya es un tema distinto. Un odio
refrigerado, cultivado, que se vuelve determinante de conductas, que
encuentra organización y planificación. Un odio que ennegrece el
corazón de su portador, que se vuelve motor de su existencia, que se
disfraza de justicia, de causa, de ideología. Ese es un odio que yo no
me puedo permitir.
Sería demasiado fácil para mí, como ateo,
hablar aquí sobre el odio como fuerza impulsora de la religión
organizada a lo largo de la historia. La religión como fuente de odio
es el elefante en la habitación. La mayoría de las guerras encuentran justificación en un orden superior que determina que “mi gente es mejor que la tuya”.
El odio y el orgullo religioso parecen llevarse bien.
Voy a
tratar de no transitar esa senda tan obvia y, por lo menos, exponer
formas más actuales de odio institucionalizado. Este año 2009 me ha
proporcionado un par de buenos ejemplos para ilustrar mi punto.
Como
nunca antes, presencié en internet la proliferación de grupos en la red
social de moda que seguían la fórmula “A que encuentro N personas que
odian a X”. Se ven variantes en política, en deportes, se ven grupos
abiertamente discriminadores en cuanto a clases sociales. Francamente, no sé si en realidad cabe el análisis…
creo que cuando la palabra ODIO está en el mismo título ya se vuelve
demasiado fácil establecer la conexión. ¡Es odio! No apasionado y en
caliente, sino odio ¡orgullosamente esgrimido como idea! Es levantar banderas con calaveras y tibias en vez de mostrar los colores propios.
No son novedosos, por supuesto, estos usos y estas conductas. Odios contra odios. De un lado se
odia al otro y viceversa. El odio ha determinado incluso las formas de
administrar justicia y así es que hace tiempo aprendimos que un ojo vale un ojo, y
un diente vale un diente.
Pero este año no sólo tuvimos, como
siempre en la historia de la humanidad, ejemplos de odio contra
odio. También tuvimos odio contra amor. Y
aquí sí estamos en un problema grande, y aquí sí juega la religión
organizada un papel importante.
Algunas de las imágenes más
impactantes a las que me expuse este año fueron los festejos de los
defensores de las iniciativas “yes for marriage” en Estados Unidos contra
la unión matrimonial de personas del mismo sexo.
Mormones y
evangélicos participaron activamente financiando las campañas, pero en
realidad sacerdotes de la mayoría de las denominaciones dentro de todas
las religiones abrahámicas comparten la defensa del matrimonio SÓLO como unión entre hombre y mujer, y atacan con mayor o con menor énfasis
las uniones que no siguen esa norma. Defienden la “santidad del
matrimonio” dicen.
Quisiera, en este momento, apartarme
brevemente de la línea discursiva para comentar algunos pasajes de la
Santa Biblia, con el fin de relativizar esta noción de santo matrimonio
que genera tantas pasiones. Se me ocurre que debería, en el libro sagrado del Cristianismo, encontrar las bases de estas ideas.
Mil veces he asistido a ceremonias
cristianas de matrimonio y mil veces he escuchado la invocación a Pablo
de Tarso por medio de un inspirador pasaje del nuevo testamento en el
capítulo 13 de la primera carta de Corintios. Todos la hemos escuchado,
es el famoso “…sin amor no soy nada…”. Pablo, como es sabido, no se
estaba refiriendo al amor en el matrimonio (y mucho menos al amor
entre hombre y mujer) lo cual no hace menos poderoso al mensaje pero, sin duda, esto no nos alcanza para encontrar raíces cristianas de la idea de la “santidad del matrimonio”.
Afortunadamente para nuestra
improvisada investigación, a pocas páginas, Pablo de Tarso
sí dedica unas líneas específicamente al matrimonio. En el capítulo 7
de esa misma carta invocada en las Iglesias en los casamientos, Pablo
nos dice en los Versículos 1 y 2: "Bueno le sería al hombre no tocar
mujer; pero a causa de las fornicaciones, cada uno tenga su propia
mujer, y cada una tenga su propio marido."
Y en los Versículos 8
y 9: "Digo, pues, a los solteros y a las viudas, que bueno les fuera
quedarse como yo; pero si no tienen don de continencia, cásense, pues
mejor es casarse que estarse quemando."
Lo que Pablo nos dice
aquí, por si algún lector incauto no lo notó, es que optar por el
sagradísimo matrimonio depende de la urgencia sexual de los aspirantes,
pero que lo más deseable sería mantenerse casto durante toda la vida. No es habitual que las parejas que se casen elijan este pasaje diseñado
ESPECÍFICAMENTE para ilustrar a los fieles sobre las motivaciones
detrás del matrimonio. Por lo general prefieren saltear estas páginas e
ir al genérico “sin amor no soy nada”.
En honor a la verdad, hay que entender que el
contexto en el que Pablo escribe estas líneas es uno en el que la
naciente comunidad cristiana creía que era inminente la segunda venida
de Jesús (o tercera venida si contamos la inexplicable temporadita que
pasó con los apóstoles después de resucitar), por lo cual había que
peinarse para la foto celestial (y supongo que abstenerse del sexo para hacer algún tipo de mérito ¿?) cuando
llegara Dios hecho hombre a traernos su Reino. Por supuesto, también en honor a la verdad, admitamos que poner en contexto a las escrituras es precisamente algo que
no suelen hacer los defensores de sus posturas más radicales.
Sin
embargo, no toda la Biblia recomienda la eterna virginidad de los
fieles (si esto fuera así, tendríamos la fortuna de asignar a esta
religión un capítulo dentro de la arqueología, en vez de cederle un
papel a sus líderes como actores privilegiados en nuestra sociedad) y en Deuteronomio 22, por ejemplo, se
establece que luego de que un hombre viola a una joven, este debe
casarse con ella y pagarle 50 monedas de plata a su padre. WTF?
Con estas evidencias, sospecho que la idea de la “santidad del matrimonio”, defendida rabiosamente por algunos representantes de las religiones abrahámicas modernas, no parece estar del todo inspirada en
la palabra del Supremo. Sin irme demasiado del tema aprovecho esta pequeña lectura de pasajes bíblicos para comentar lo curioso que es que el Creador Todopoderoso del
Universo, el Alfa y el Omega, a veces nos hace creer que es un primitivo campesino iletrado. Me pregunto por qué. ¿Quién habrá creado a quién a
su imagen y semejanza?
Les pido disculpas si me alejé demasiado de mi argumento inicial. Volvamos a él, pues.
No
sé si algunos de ustedes han tenido oportunidad de ver las imágenes a
las que hago referencia sobre la propuesta “yes for marriage”. Me
refiero a las conmovedoras celebraciones de esta gente pro-matrimonio
(sí sí “pro”, no sea cosa que les vayan a poner algún prefijo “anti”)
en los Estados en los que se abolió la unión entre personas del mismo
sexo. Alabanzas a los cielos, júbilo, éxtasis. Estas personas
sienten que están haciendo la obra de Dios y eso las llena.
Pero
no nos engañemos, esto es odio. Odio disfrazado de amor. Estas personas
están celebrando, llenándose de júbilo por hacer sufrir a otras
personas. Su éxtasis viene del dolor de otros. La obra de Dios, para
estos homofóbicos obsesivos es impedir que otras dos personas, a
quienes no conocen; dos personas que se aman ( y se aman con un amor
que ha superado más pruebas que la mayoría de los que se casan ante un altar de Dios) puedan verse reconocidas y legitimadas como pareja en la
sociedad.
Este es un odio especialmente enfermizo. No es un ojo
por ojo, diente por diente; ni siquiera es un odio contra el que nos
odia. Es un odio contra los que se aman. No sólo es triste, sino
también peligroso, que haya gente que vea el mundo a través de esta
lente y que actúe para causar sufrimiento en nombre de mitos y cuentos de
hadas milenarios.
Me imagino que hasta los más llenos de fe
reconocen que la religión organizada es, como mínimo, un freno en la
evolución de las ideas. La fe, en tanto es creer sin ver, es la
negación de la investigación. Es la satisfacción con la respuesta
revelada, es prohibir la pregunta. Me dirán, condescendientemente, que
pienso así porque no tengo fe, que no conozco el poder de la fe.
Repasando la historia de la humanidad, creo que me hago una idea del
poder que tiene. Y, efectivamente, creo que es mucho, y ese es precisamente el
problema. La fe mueve montañas, no tengo dudas. Es más: es tanta la
incidencia que la fe tiene en la ley de gravedad que el sol seguiría girando
alrededor de la tierra si la gente
siguiera teniendo suficiente fe.
Pero lo que estamos viendo aquí
no es una oposición entre dogma y método científico. No es sólo un freno al
desarrollo, sino una verdadera fuerza destructora. Aquí estamos viendo
a gente haciendo el mal, creyendo que hace el bien.
Me viene a
la mente la frase del Premio Nobel de física Steven Weinberg: “Con o
sin religión siempre habrá buena gente haciendo cosas buenas y mala
gente haciendo cosas malas. Pero para que la buena gente haga cosas
malas hace falta la religión.”
Pero bueno, voy a dejar un poco
en paz al Cristianismo y terminar de darles mi mensaje navideño. Después
de todo, ese mismo Cristo invocado por los intolerantes es el que habló
de ofrecer la mejilla izquierda, el que invitó a arrojar la primera
piedra a quienes estuvieran libres de pecado.
El odio no debería ser el
motor de nuestra vida. Si nos han hecho daño, deberíamos intentar
superarlo sin buscar una forma de justicia que cause más daño. Supongo
que vivir por el odio le hace tanto daño al odiador como al odiado.
“Encontrar N personas que odien a X” es un juego inocente, eso lo entiendo, pero es
síntoma de una realidad perversa. Sé que me acerco peligrosamente a la prosa del libro de autoayuda pero mi mensaje para estas fechas de solsticio es sencillamente el consejo de moverse desde lo positivo, desde el bien, iluminarse uno en vez de mantener en la oscuridad a otros.
Amigos, familiares, colegas:
como siempre, les deseo lo mejor en las fiestas que les toquen. A todos
los invito a que vivan una vida sin odio y, en particular a mis amigos
cristianos, que son los protagonistas de estas fiestas: les deseo que en esta fecha, en la que celebran el
nacimiento de su Salvador, traten de ser un poco más como ese carpintero judío que vino de Galilea a desafiar la religión organizada, y un poco menos
como el soldado romano que le colocó la corona de espinas.
Felices Fiestas,
PAblO.