(Cartas del cielo son escritas por Iván Valarezo)
JESUCRISTO FUE INMOLADO PARA TODOS COMER DE ÉL BOCADO A BOCADO:
Nuestro Señor Jesucristo fue crucificado a lo alto de los árboles sin
vida de Adán y Eva, sobre la cima del monte santo, en las afueras de
Jerusalén, en Israel, para ser repartida su carne como “pan del cielo”
y su sangre santísima como “la verdadera bebida de la vida eterna”,
para perdón, salud, bendiciones sin fin y salvación eterna. Por ello,
degollar el novillo delante de nuestro Padre celestial, a la entrada
del tabernáculo de reunión, era la voluntad divina que los sacerdotes
levitas de la Casa de Israel tenían que llevar acabo, durante el
holocausto del sacrificio de la Pascua y de los sacrificios de cada
día también, delante de nuestro Padre celestial que está en el cielo.
Todo esto era hecho cada día por los levitas, para “derramar
continuamente la sangre santa del pacto eterno”, porque nuestro Padre
celestial “tenia que ver constantemente la sangre santísima de su Hijo
amado”, el mismo Hijo de David de siempre, sobre la vida de cada uno
de sus hijos e hijas, para perdonarlos y sanarlos de todas sus
dolencias habituales. (Así pues también, hoy en día, nuestro Padre
celestial “tiene que ver la sangre inmolada de su Hijo Jesucristo en
tu vida”, para perdón y sanidad de todos los males de Satanás, como de
los que vez y hasta de los que no (vez), para que vivas en paz y feliz
los días de tu vida por la tierra.)
Aquí, nuestro Señor Jesucristo, como el Hijo de David, fue el Cordero
de Dios del Día de la Pascua, para ser degollado, de una vez por todas
y para siempre, por la Casa de Israel y por los pecadores del mundo
entero sobre la cima del monte santo, en las afueras de Jerusalén, en
Israel. Porque es en las afueras de la ciudad celeste de la Nueva
Jerusalén del cielo, en donde nuestro Padre celestial espera cada día
por la llegada de regreso a la vida eterna no solamente de Adán y Eva,
sino también de cada uno de sus millares de descendientes, de todas
las familias de las naciones del mundo entero.
Por eso fue que nuestro Señor Jesucristo, como el Cordero de Dios, el
Cordero de la Pascua eterna para la liberación de Israel del poder de
la esclavitud egipcia, entonces se manifestó grandemente en su día a
Moisés y en las afueras de las ciudades de Egipto sobre lo alto del
Sinaí. (Éste escenario se parece mucho al encuentro de Israel y de los
pecadores gentiles sobre la cima del monte santo (el Gólgota), en las
afueras de Jerusalén, en Israel, para liberación eterna de las
profundas tinieblas de la esclavitud del pecado, la mentira, las
maldiciones y de las muertes eternas de cada hombre, mujer, niño y
niña de la humanidad entera.)
Y, de allí en adelante, cada vez que había un sacrifico o sacrificios,
entonces tenia que ser llevado acabo en las afueras del tabernáculo de
reunión, para que el aroma rico del sacrificio, de su cuerpo santo y
de su sangre viva subiera delante de nuestro Padre celestial que está
en el cielo, personificando así el sacrificio eterno de su Jesucristo.
Visto que, es el aroma sumamente grato de la verdad, justicia,
santidad, perfección, vida intachable (gloriosa y grandemente
victoriosa sobre el pecado de Satanás), salud, poder y, además, nuevas
glorias infinitas de su Hijo Jesucristo, lo que realmente le agrada a
nuestro Padre celestial cada día de nuestras vidas por la tierra y así
también en el paraíso, eternamente y para siempre.
Es decir, que siempre que había un sacrificio delante de nuestro Padre
celestial, entonces tenia que ser en las afueras del tabernáculo de
reunión, como señal de “cómo iba a ser sacrificado el Cordero de la
Pascua celestial”, en las afueras de Jerusalén y sobre su monte santo,
para fin del pecado y el comienzo de la verdadera vida para todos.
Además, cuando los sacrificios diarios de Israel eran llevados acabo
en las afueras del tabernáculo de reunión, entonces nuestro Padre
celestial presenciaba literalmente como su Hijo amado, el Hijo de
David, iba a ser entregado a los pecadores de Israel y del mundo
entero, para ser sacrificado para expiación de sus pecados eternos,
con sólo el derramamiento espectacular de su sangre santísima.
Por cierto, esto era algo glorioso para nuestro Padre celestial y para
sus ángeles fieles del cielo observar cada día y cada noche, durante
el proceso de los rituales de los sacrificios de cada uno de los
corderos, por las manos de los levitas israelíes, para perdón de
pecados y liberación de las tinieblas de Satanás en sus vidas
cotidianas. Además, también, esto era algo de cada día en la Casa de
Israel, como para la eternidad, ya sea por el desierto o ya en Israel
mismo, con toda su gente y gentiles también y sus sacerdotes levitas,
para que sus pecados y enfermedades salgan de sus vidas, por el poder
milagroso y siempre presente de la sangre de Jesucristo.
Es decir, que los sacrificios de sangre de los corderos, y finalmente
el sacrificio supremo de nuestro Señor Jesucristo sobre la cima santa,
en las afueras de Jerusalén, en Israel, no fue sorpresa alguna para
nadie—puesto que todos esperaban por éste gran día eterno de nuestro
Padre celestial, para perdonar a Israel y a la humanidad entera de sus
pecados. Por eso, era necesario que cada día y cada tarde se
ofreciesen sacrificios sin tacha alguna en sus cuerpos de corderos,
terneros, chivos, vacas, toros y demás delante de nuestro Padre
celestial, para que por medio de la sangre del animal, “simbólica a la
sangre del pacto eterno” de nuestro Señor Jesucristo, entonces sea
derramada por tierra «para perdón» de nuestros pecados.
Ciertamente que no era posible el perdón de nuestro Padre celestial
por los pecados de cualquier persona, familia, nación o naciones del
mundo entero en aquellos días, y lo mismo sigue siendo verdad ahora,
con todas las naciones de la humanidad entera; porque sin el
derramamiento de sangre mesiánica, entonces «no hay expiación posible
alguna» por el pecado de nadie jamás. Pero gracias a nuestro Señor
Jesucristo, el Hijo de David, porque él mismo (y no otro) derramo su
sangre santa sobre los árboles cruzados de Adán y Eva sobre la cima
santa, en las afueras de Jerusalén, en Israel, para fin de nuestros
pecados y males eternos también de cada día por toda la tierra y del
más allá, para siempre.
Por eso, nuestro Padre celestial nos llama desde el cielo a comer y a
beber de su Jesucristo cada día y cada noche de nuestras vidas por la
tierra, para que Satanás jamás se vuelva a acercar a nuestras vidas
con sus engaños de siempre, para hacernos tropezar en sus mentiras,
como lo hizo con Adán y Eva en el paraíso. Porque Satanás engaño por
medio de la serpiente primeramente a Eva, para finalmente tocar a Adán
y así a cada uno de sus retoños por toda la tierra con sus mimas
mentiras de siempre, pero dichas con otras palabras, para que jamás
coman de la carne ni beban de la copa de vida: dado que es sólo
Jesucristo quien nos da vida continuamente.
Nuestro Señor Jesucristo nos limpia del mal a cada momento de nuestras
vidas, si tan sólo comemos de su carne, el pan del cielo, y bebemos de
su sangre del pacto eterno, la copa de vino de la verdadera vida, para
que nuestra carne entonces sea libre de tinieblas y nuestra sangre sea
expiada de enfermedades y de muertes sin fin. Por esta razón, nuestro
Señor Jesucristo descendió del cielo para nacer santo y libre de
pecado, para entonces no solamente vivir su vida santísima del
Espíritu Santo de Los Diez Mandamientos, sino también para decirle a
Israel y a las naciones del mundo entero: Sólo yo soy el Pan del cielo
de vida eterna, para todos los que aman a Dios.
Y sólo así, no solamente Israel puede tener comunión y reconciliación
eterna con nuestro Padre celestial y con su Espíritu Santo a cada
hora, sino que también cada uno de nosotros, en nuestros millares, de
todos los hombres, mujeres, niños y niñas de la humanidad entera,
comenzando con Adán y Eva, por ejemplo. Por ello, sólo nuestro Señor
Jesucristo viviendo con su carne inmolada y con su sangre resucitada
en el tercer día, en nuestros corazones y en nuestro espíritu humano,
entonces podremos tener paz y comunión con nuestro Padre celestial que
está en el cielo; por eso, Jesucristo resucitado tiene que vivir en
nosotros cada día, para vivir libres de Satanás para siempre.
Fue por esta razón que nuestro Padre celestial le ordeno a Adán comer
de todos los frutos de los árboles del paraíso, incluso el fruto del
árbol de la vida, su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, pero jamás
podría comer del fruto prohibido. Porque el día que comiera del árbol
de la ciencia del bien y del mal, entonces comenzaría a morir delante
de Él y de su vida santa del paraíso y del nuevo reino celestial, para
jamás llegar a conocer la verdadera vida del espíritu humano, sino el
fuego incesante del infierno tormentoso del más allá.
Además, nuestro Padre celestial no había creado con sus manos santas
al hombre, para que coma siempre del fruto del árbol de la ciencia del
bien y del mal para morir, sino del árbol de la vida y de cada uno de
sus demás árboles del paraíso, de la tierra y de la Nueva Jerusalén
celestial para vivir feliz, infinitamente. Para que de esta manera,
nuestra carne pecadora y rebelde, nuestros huesos débiles y
quebrantados, y nuestra vida humana cansada de vivir rebelde a Dios,
no sea del árbol del fruto prohibido jamás, sino, todo lo contrario,
del fruto del árbol de la vida eterna, su Hijo amado, el Hijo de
David, ¡nuestro Salvador Jesucristo!
Puesto que, sólo de Jesucristo, cada uno de nosotros, en nuestros
millares, puede renovar su vida, en un renacimiento espiritual
sumamente santo, para que su carne, sus huesos y su sangre ya no sean
de Adán y Eva, los primeros rebeldes del paraíso, sino del árbol de la
vida y de la felicidad eterna, para Israel y para la humanidad entera.
Por eso, nuestro Padre celestial le ordeno a Adán y así también a cada
uno de sus descendientes, comenzando con Abel, por ejemplo, que le
traigan delante de su presencia siempre un cordero de un año y sin
tacha alguna en su cuerpo, para que sea sacrificado y derramada su
sangre sobre su altar santo, para expiación de pecados.
Visto que, es por medio del sacrificio del cordero y de su sangre que
nuestro Padre celestial “pude ver literalmente el sacrificio santo y
la sangre expiatoria de su Hijo amado”, para no solamente expiar por
nuestros pecados sino también para sanarnos de todos los males y, a la
vez, darnos vida en abundancia, en la tierra y en el cielo
infinitamente. Por esta razón, nuestro Padre celestial quería que Adán
y Eva, y así también sus retoños, comenzaran a comer de la carne de su
Cordero Inmolado, inmolado desde la fundación del cielo y de la
tierra, para que la carne, los huesos y la sangre de sus cuerpos
humanos sean santos perpetuamente, delante de su presencia santa e
infinitamente gloriosa.
Porque es ésta carne santa, con sus huesos inquebrantables y su sangre
bendita e infinitamente gloriosa, la que nuestro Padre celestial y con
su Espíritu Santo siempre quisieron para Adán y así también para cada
uno de sus hijos e hijas en toda la tierra, comenzando con Eva y
contigo también, hoy en día, mi estimado hermano y mi estimada
hermana. Y, además, para que esto se haga una realidad en la vida de
cada hombre, mujer, niño y niña de Israel y así también de cada
familia de las naciones de la humanidad entera, entonces tenían que
derramar de la sangre del cordero sacrificado, para que seguidamente
comer de su carne inmolada delante de la presencia santa de nuestro
Padre celestial.
Ya que, es el pan del cielo, lo que todos comemos del cordero del
sacrificio delante de nuestro Padre celestial cada día y cada noche
sin cesar jamás; y éste pan del cielo siempre ha sido la carne santa
del árbol de la vida eterna del paraíso, el fruto de nuestra verdadera
vida celestial, el Hijo de David, ¡nuestro Señor Jesucristo! Por ello,
cada vez que la sangre del cordero (simbolizando a Jesucristo) era
derramada por la tierra y, a la vez, salpicada sobre los utensilios
santos del altar de nuestro Padre celestial, en sí, era para cubrir
nuestras culpas de todos nuestros pecados (pasados, presentes y
futuros), para que nuestros cuerpos sanen de los males escondidos del
más allá.
Porque así como el pecado empezó en el reino angelical con los ángeles
revoltosos, así pues también cada enfermedad del hombre y hasta la
misma muerte también empezó con los ángeles rebeldes a Jesucristo;
porque cuando Adán y Eva empezaron a morir delante de Dios, entonces
fue en el paraíso y no en la tierra, como muchos piensan. Entonces
cuando somos perdonados de nuestros pecados y, a la vez, sanados de
muchos de nuestros males como de enfermedades, epidemias y de muertes
terribles, en verdad, somos perdonados y sanados a cada hora del día
por nuestro Padre celestial, ¡gracias a la sangre santísima de su Hijo
Jesucristo en el reino de los cielos!
Por eso, la bebida que tomábamos con la carne de los corderos, no era
jamás la sangre del animal, sino bebidas de frutas y hasta de vinos
también, en símbolo o representando siempre la sangre del pacto eterno
de nuestro Salvador Jesucristo, para que nos limpie de todo pecado y,
por siempre, nos proteja del mal traicionero del maligno. Es decir,
que comenzando con Adán y Eva y así sucesivamente con todos los
siervos de nuestro Padre celestial y a través de la vida de la Casa de
Israel, comenzando con el ritual del escape milagroso de la esclavitud
egipcia, hemos estado comiendo cada día la carne Inmolada del Cordero
de Dios, ¡el Hijo de David!, para también escapar de Satanás.
Hemos estado comiendo constantemente y, a la vez, bebiendo de su
sangre santísima del pacto eterno entre Dios y el hombre de toda la
tierra, llena de perdón, salud y de la verdadera vida celestial para
nuestros corazones, almas, cuerpos y espíritu humano, en esta vida y
en la vendiera también, eternamente y para siempre. En realidad, hemos
hecho constantemente lo que le agrada grandemente a nuestro Padre
celestial con la carne Inmolada y con la sangre santísima de su Hijo
amado en nuestro diario vivir, para que así le sirvamos a Él, en su
espíritu y en su verdad gloriosa, en la tierra y así también por los
siglos en la eternidad venidera.
Además, nuestro Padre celestial hacía que la gente comiese de la carne
del cordero sacrificado y sin jamás beber su sangre, pero si sé bebida
de los jugos de los frutos y del vino también, representando siempre
la sangre bendita del pacto eterno para perdón y reconciliación de
nuestras vidas humanas con la de nuestro Dios que está en el cielo. Y
sólo así nuestro Padre celestial podía perdonar los pecados de las
gentes cada día y cada noche sin jamás cesar en su intento no
solamente de salvar las vidas de los hombres, mujeres, niños y niñas
de la Casa de Israel, sino también de sanar y liberar a la humanidad
entera de los males constantes del maligno, Satanás. (Gracias a
nuestro Señor Jesucristo le debemos dar cada día, porque Satanás no es
eterno, ni tampoco sus mentiras.)
Por lo tanto, no solamente los levitas sabían que estaban sacrificando
y derramando, por tierra y sobre los utensilios santos del altar, la
sangre del Cordero de Dios, el Hijo de David, cada vez que
sacrificaban a sus animales del sacrificio de cada día y de cada
atardecer, sino que también sabían que estaban salvando sus vidas del
infierno eterno. Entonces los levitas sabían perfectamente, y así
también las familias de las doce tribus de Israel, de que estaban
comiendo la carne inmolada del Rey Mesías y, simultáneamente, sabían
también de que estaban bebiendo la sangre del pacto para vida eterna,
cada vez que bebían de los jugos y del vino de la tierra, escogida por
Dios mismo, para éste propósito perpetuo.
De esta manera, nuestro Padre celestial cambiaba milagrosamente la
carne de Adán y Eva que llevaban sus retoños por toda la tierra, por
la carne del Cordero de Dios, el Hijo de David, para que ya no sean
más sus cuerpos para Satanás, el fruto prohibido, sino para Él y para
su árbol de la verdadera vida legitima, ¡nuestro Señor Jesucristo! Así
la gente sabía perfectamente que su carne ya no era la carne del
pecado para muerte eterna, al comer de los frutos usuales de la
tierra, sino que ahora era su carne santa, la del fruto del árbol de
la vida, nuestro Salvador Jesucristo, para bendición, para salud
constante y para salvación eterna también de sus almas vivientes.
Por ello, cada vez que los hebreos comían de la carne del sacrificio,
por ejemplo, entonces su carne dejaba de ser la carne de Adán o de Eva
milagrosamente, para ser la verdadera carne del Hijo de Dios, el Hijo
de David, libre del enemigo, para que sus vidas ya no sean para la
tierra del pecado sino para el mundo celestial. Fue por esta razón que
nuestro Señor Jesucristo les decía a sus apóstoles, una y otra vez: Yo
no soy de este mundo, en donde han nacido ustedes; yo soy del mundo de
arriba, en donde todo es verdad y justicia eterna para todos, ángeles
fieles y hombres de la humanidad entera también, para siempre.
Así pues, ustedes también no son de este mundo pecador, es decir, si
comen de mi carne y beben de mi sangre bendita, como los antiguos lo
hicieron cada vez que comían de la carne del cordero sacrificado para
derramar su sangre por tierra y sobre el altar divino, para perdón de
pecados y para salvación perfecta de sus almas vivientes. Y, hoy en
día, cada vez que estemos sentados a la mesa de nuestro SEÑOR, en
nuestros hogares de siempre, por ejemplo, pues perfectamente podemos
coger el pan y bendecirlo delante de nuestro Padre celestial, dándole
gracias por él, para que sea convertido en el pan de vida eterna, para
comerlo y así no volvamos a tener hambre jamás.
Así también podemos coger nuestras bebidas de siempre y levantarlas al
cielo, presentándoselas al SEÑOR, para que las bendigas y las acepte
como la sangre del pacto eterno de su Hijo amado, nuestro Señor
Jesucristo, para beberlas y así no volvamos a tener sed jamás, en esta
vida ni en la venidera tampoco, para siempre. Y si participamos de la
mesa del SEÑOR cada día, como Dios manda, entonces nuestras carnes
dejaran de ser rebeldes como la de Adán y Eva, para convertirse en la
carne y en la sangre santísima, llena de salud, vida y prosperidad del
árbol de la vida, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo
entero, ¡nuestro Señor Jesucristo!
Así es: cada día y cada noche también podemos comer de la carne y
beber del fruto del árbol de la vida, nuestro Señor Jesucristo, como
los antiguos hebreos lo hacían en su era, para que nuestro Padre
celestial se sienta completamente complacido con cada uno de nosotros,
para que Satanás se aleje de nuestras vidas para siempre. Visto que,
una vez que Satanás se aleja de nuestras vidas, será entonces porque
ya no estamos viviendo en la carne del pecado y rebelión de Adán y
Eva, sino en la carne santa, en los huesos inquebrantable, y en la
vida gloriosa y sumamente victoriosa de la sangre del pacto eterno, de
nuestro Señor Jesucristo y de nuestro Padre celestial.
Porque la verdad es que, hoy en día, es la carne pecadora de Adán y
Eva, la cual compone tu cuerpo y, aunque no te des cuenta nunca de
nada, es la que atrae a Satanás con cada una de sus mentiras,
maldiciones y muertes de enfermedades terribles del más allá, para
arruinar tu vida y la de los tuyos también. Pero la carne de la sangre
santísima del Hijo de David, nuestro árbol de vida y de salud eterna,
es la que realmente hace que nuestras vidas sean llenas de
bendiciones, salud y de prosperidades sin fin, para que Satanás no
vuelva a tocar nuestras vidas con ninguna de sus maldades de siempre,
en esta vida ni en la venidera tampoco.
Pues éste es nuestro verdadero cuerpo celestial, aunque no lo creas
así aún, en el cual cada uno de nosotros fue creado en el comienzo de
las cosas en el seno de nuestro Padre celestial y de su Espíritu
Santo, y más no en el cuerpo pecador y rebelde a Dios y a su
Jesucristo de Adán y Eva. Pues es el cuerpo de la carne y de la sangre
pecadora de Adán y Eva, los cuales habitan en cada uno de nosotros, en
nuestros millares, en todos los lugares de la tierra, para sufrir los
males más terribles de Satanás y finalmente la muerte eterna en la
tierra y así también en el fuego eterno del infierno.
Por eso es que, en oración, tenemos que comer cada día y cada noche de
la carne y de la sangre del pacto eterno del árbol de la vida, para
que nuestros cuerpos sean transformados en el verdadero cuerpo de
nuestras almas vivientes, en la tierra y en el paraíso también, como
el del Hijo de Dios, ¡nuestro Señor Jesucristo! En la medida en que,
es solamente en el cuerpo de la carne y de la sangre santísima de
nuestro Señor Jesucristo, en el cual cada una de nuestras almas
debería estar viviendo hoy en día, para agradarle por siempre en toda
verdad, justicia, santidad, perfección, poder y vida saludable a
nuestro Padre celestial que está en el cielo.
Ciertamente que cada uno de nosotros tiene que ser siempre sin tacha
ni mal alguno en nuestros cuerpos, así como los corderos del sacrifico
de cada día delante de nuestro Padre celestial y sobre su altar santo;
pues todo esto es sólo posible en nosotros, cuando Jesucristo habita
en nuestras vidas con su misma carne y con su misma sangre santísima.
Por esta razón, nuestro Padre celestial les decía a los antiguos, por
ejemplo: Sean santos, como yo soy santo; sean puros, como yo soy puro;
y caminen delante de mi en santidad y en perfección del Espíritu Santo—
y, la única manera, en la cual el hombre puede ser santo delante de
Dios, será con Jesucristo viviendo ya en su corazón.
Puesto que, éste fue el plan de nuestro Padre celestial inicialmente
para con cada uno de nosotros, de vivir en el cuerpo de la carne y de
la sangre santísima de su fruto de vida y de salud eterna, nuestro
Señor Jesucristo, para que Satanás jamás se pueda acercar a nosotros,
ni menos engañarnos con sus mentiras mortales y malvadas. Por eso fue
que Adán y Eva pecaron mortalmente, porque sus carnes y sus sangres no
eran la de su Jesucristo desafortunadamente, ya que rehusaron comer y
beber de él, cuando Dios se los ordeno que lo hicieran así en sus días
de vida celestial en el paraíso, por ejemplo.
Entonces cuando comemos del pan del cielo y bebemos del vino del
SEÑOR, realmente, estamos comiendo simbólicamente, como los antiguos
hebreos, de la carne Inmortal y bebiendo de la sangre del pacto eterno
del Cordero de Dios, nuestro Salvador Jesucristo, para no solamente
transformar nuestros cuerpos en cuerpos santos, como de él mismo, sino
que podremos desde ya regresar al paraíso. Y regresaremos al paraíso a
partir de ahora, porque no solamente somos hijos de Dios, sino porque
fuimos creados en los lugares altos y celestiales del reino angelical;
por lo tanto, somos ciudadanos legítimos del reino angelical, del
paraíso y así también de la tierra y de La Nueva Jerusalén santa y
gloriosa del Gran Rey Mesías, ¡el Hijo de David!
Regresaremos al paraíso, a la tierra santa de nuestros primeros pasos
en nuestro espíritu humano, para comer de los frutos de sus tierras
eternas y así también seguir comiendo del fruto del árbol de la vida,
el Hijo de David, para jamás volvernos alejar del cielo con una carne
y con una sangre totalmente diferente a la de nuestro Salvador
Jesucristo. Y seremos eternamente santos y justos para Dios, como
Jesucristo mismo, como su Espíritu Santo y como sus ángeles fieles,
porque cuando comimos de la carne Inmortal y de la sangre bendita de
Jesucristo, verdaderamente, también comimos simultáneamente de su
verdad, de su justicia, de su santidad, de su pureza, de su cuerpo y
espíritu de vida y salud eterna.
Hoy en día, somos santos para los ojos de nuestro Padre celestial; y,
además, somos infinitamente justos para vivir la verdadera vida
eterna, gracias a la carne Inmolada y a la sangre derramada sobre
nuestras vidas del Hijo de Dios, ¡nuestro Señor Jesucristo! Para
nuestro Padre celestial somos mucho más que los ángeles fieles a Él en
el cielo; en verdad, somos como Él mismo o como su Jesucristo y su
Espíritu Santo, por ejemplo: pero si tan sólo comemos de Jesucristo
cada día y cada noche y para siempre así en la eternidad venidera del
nuevo reino celestial, para todas las naciones.
Y al haber comido y bebido del fruto del árbol de la vida, del Cordero
de Dios, nuestro Señor Jesucristo, entonces realmente comimos y
bebimos de él eternamente, para jamás volver a creer a la mentira de
nadie sino sólo a la verdad de nuestro Padre celestial y de su
Espíritu Santo, como de Sus Diez Mandamientos Inmortales, por ejemplo.
Dado que, los que viven en el espíritu de la carne inmolada y en la
sangre santísima de nuestro Señor Jesucristo, entonces ya no creerán
más a las mentiras de Satanás, ni caerán nunca en ninguna de sus
trampas mortales, como les sucedió a los ángeles caídos del reino
angelical, o a Adán y Eva en el paraíso, por ejemplo.
Y esto es verdad, hoy en día, con todos los hombres, mujeres, niños y
niñas de la antigüedad que creyeron en Jesucristo en sus corazones y
confesaron con sus labios su nombre santo, para comer por siempre del
Cordero Pascual en la tierra y en el paraíso, para no volver a creer
más a ninguna mentira de Satanás para siempre. Podemos ver también,
por ejemplo, que Satanás intento con lo mejor que tenia en su arsenal
de decepciones terribles, para engañar a nuestro Señor Jesucristo con
sus mentiras y con sus trampas mortales de siempre, cuando le ofreció
el cielo y la tierra con todas las naciones y sus glorias—pero no pudo
engañar al Señor jamás—ni por un segundo.
Dado que, la carne Inmolada y la sangre del pacto eterno no podrán ser
engañadas jamás con las mentiras habituales de Satanás, ni con ninguna
de las riquezas del cielo, ni con la gloria de las naciones de la
humanidad entera—es totalmente imposible engañar la carne y la sangre
de Jesucristo en el hombre y en la mujer de fe. En verdad, el hombre,
la mujer, el niño y la niña que comen y beben cada día y cada noche
del fruto del árbol de la vida del paraíso, vivirán por siempre llenos
de milagros, de maravillas, de señales y de prodigios en sus vidas por
la tierra y del paraíso también; es más, nada les será imposible a
ellos infinitamente.
Por eso es que nuestro Señor Jesucristo les decía a sus apóstoles una
y otra vez, por ejemplo: Mi carne es verdadera comida, para bien
eterno; porque cuando coman de ella, jamás volverán a tener hambre en
esta vida ni en la venidera tampoco, para siempre. Y cuando beban de
mi sangre, beberán por siempre verdadera bebida; porque, sin duda
alguna, estarán bebiendo verdadera bebida de la nueva vida eterna del
cielo, para no volver a tener sed jamás, en esta vida ni en la
venidera tampoco, eternamente y para siempre.
Dado que, cuando comen de la carne santa y beben de la sangre del
pacto eterno entre Dios y el hombre, entonces realmente sus pecados
desaparecen con sus tinieblas y males eternos, porque ahora estarán
siendo alimentados cada día de toda verdad, justicia, santidad y
gloria celestial—para jamás volver a caer en las tinieblas, de ninguna
mentira de Satanás. Así pues, los hebreos antiguos pudieron escapar
los grandes poderes del mal eterno que estaban viviendo bajo el yugo
del imperio Egipcio, porque no solamente Jesucristo les habla por
medio de Moisés desde el Sinaí, sino también porque comieron de su
carne y bebieron de su agua de vida y de salud eterna, para salir
huyendo de Satanás para siempre.
Pues, fue la sangre del pacto eterno entre Dios e Israel del Cordero
Escogido, el Hijo de David, el cual no solamente lo untaron
primeramente sobre los marcos de las puertas de sus corazones, sino
también sobre las jambas de las puertas de sus casas, para que el
ángel de la muerte no matara al primogénito de sus familias. En
aquella noche bíblica, todos los primogénitos de los egipcios,
incluyendo los primogénitos de sus animales, murieron, porque el ángel
destructor se acerca a las puertas de sus corazones y de sus hogares,
y no vio la sangre del Hijo de David sobre ninguna de ellas, para fin
inmediato de sus vidas en sus tierras.
Así pues, también el ángel de la muerte se acerca cada vez que puede a
las puertas de los hogares de las familias de la tierra, y si no ve la
presencia del espíritu de la sangre y de la vida gloriosa del Cordero
Inmolado, nuestro Señor Jesucristo, en ninguno de sus familiares,
entonces se lleva a alguno de ellos. Pero si ve el espíritu de la
sangre y de la vida gloriosa del Hijo de David en sus vidas, entonces
el ángel destructor ni se atreve a pasar por esa casa, ni mucho menos
a acercarse a ella ni a ninguna de las casas aledañas, sino que huye
siempre de la presencia santísima de la sangre del pacto eterno.
Ciertamente que la presencia del espíritu de la sangre inmortal del
Cordero Pascual de Dios tiene grandes poderes sobrenaturales en la
vida de cada uno de nosotros, seamos hebreos o gentiles, en la tierra
y en el paraíso; por eso, tenemos que comer de la carne Inmolada y
beber del vino de la Copa del SEÑOR cada día, para vivir infinitamente
felices. Para que así seamos no solamente transformados en la carne
viva y en la sangre sagrada del Hijo de David, para gloria y honra de
nuestro Padre celestial, sino que también seamos lleno del espíritu de
la verdad, santidad, justicia, perfección, salud y vida eterna de
bendiciones sin fin, para nuestras vidas por la tierra y así también
del cielo infinitamente.
Sólo tenemos que creer una sola vez en nuestros corazones y así
confesar su nombre santo con nuestros labios delante de la presencia
gloriosa de nuestro Padre celestial, para que “jamás nos falte en
nuestras vidas” el pan del cielo ni de la copa de vino para vida y
salud eterna de nuestros corazones, almas, vidas, cuerpos y espíritu
humano. Ciertamente que al ser llenos del espíritu de la carne y de la
sangre santísima de nuestro Señor Jesucristo, entonces somos llenos de
toda verdad, justicia, santidad, perfección, vida, poderes
sobrenaturales de milagros, maravillas y de prodigios en los cielos y
en la tierra, para agradar por siempre a nuestro Padre celestial y a
su Espíritu Santo para la eternidad.
Verdaderamente, si ya has comido y bebido del fruto del árbol de la
vida, entonces no temas nada de este mundo pecador, porque la misma
carne y sangre santísima que has comido y bebido de nuestro Señor
Jesucristo son las que vencieron al mundo entero, por ti y por los
tuyos también, para honra eterna de nuestro Padre celestial. Créelo
así, eres más que vencedor en esta vida y en la venidera también,
gracias a la carne Inmolada, los huesos inquebrantables y la sangre
resucitada de la vida mesiánica del Hijo de David, para sólo vivir en
eterna paz, verdad, justicia, santidad, perfección de milagros,
maravillas y de grandes prodigios en los cielos y en la tierra, para
siempre.
Pues entonces, sigue comiendo y bebiendo de Jesucristo poco a poco,
para que llegues a ser exactamente como él, desde hoy mismo. Sólo “él
es el pan del cielo de Adán y Eva”, el cual debieron comer bocado a
bocado en sus días de vida en el paraíso, pero no lo hicieron—porque
la mentira entro en sus corazones, en su sangre y en su espíritu
humano, para mal de cada día de muchos en la tierra y en el más allá
también.
Pero, sin embargo, nada está perdido aún, si sólo sigues comiendo y
bebiendo fielmente bocado a bocado de Jesucristo, como el fruto de
vida y de salud eterna para tu alma viviente y para las almas
vivientes de los tuyos también, en todos los lugares de la tierra, hoy
y por siempre. Que nuestro Padre celestial te siga enriqueciendo y
bendiciendo grandemente con su Espíritu Santo de Sus Diez
Mandamientos, como es normal en el reino de los cielos, en el paraíso,
en Israel, en nuestros países y en La Nueva Jerusalén santa y perfecta
del cielo, en el nombre glorioso de su Hijo amado, nuestro Salvador
Jesucristo, ¡Amén!
El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre celestial y de su Jesucristo
es contigo.
¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!
Dígale al Señor, nuestro Padre celestial, de todo corazón, en el
nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman, Señor. Nuestras
almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras almas te rinden gloria y
honra a tu nombre y obra santa y sobrenatural, en la tierra y en el
cielo, también, para siempre, Padre celestial, en el nombre de tu Hijo
amado, nuestro Señor Jesucristo.
LAS MALDICIONES BIBLICAS, para los que obran maldad día y noche,
(Deuteronomio 27: 15-26):
“‘¡Maldito el hombre que haga un ídolo tallado o una imagen de
fundición, obra de mano de tallador (lo cual es transgresión a la Ley
perfecta de nuestro Padre celestial), y la tenga en un lugar secreto!’
Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que le reste importancia a su padre o a su madre!’ Y
todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que cambie de lugar los limites de propiedad de su
prójimo!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que desvié al ciego de su camino!’ Y todo el pueblo
dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que falsee el derecho del extranjero, del huérfano y de
la viuda!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que se acueste con la mujer de su padre, porque
descubre la desnudes de su padre!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que tenga contacto sexual con cualquier animal!’ Y todo
el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que se acueste con su hermana, hija de su padre o hija
de su madre!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que se acueste con su suegra!’ Y todo el pueblo dirá:
‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que a escondidas y a traición hiera de muerte a su
semejante, sin causa alguna!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que acepte soborno para matar a un inocente, sin causa
alguna!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
“‘¡Maldito el que no cumpla las palabras de esta ley, poniéndolas por
obra en su diario vivir en la tierra!’ Y todo el pueblo dirá: ‘¡Amén!’
LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS
Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo a la
verdad y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo eterno, para que la
omnipotencia de Dios no obre en tu vida, de acuerdo a la voluntad
perfecta del Padre celestial y de su Espíritu Eterno. Pero todo esto
tiene un fin en tu vida, en ésta misma hora crucial de tu vida. Has de
pensar quizá que el fin de todos los males de los ídolos termine,
cuando llegues al fin de tus días. Pero esto no es verdad. Los ídolos
con sus espíritus inmundos te seguirán atormentando día y noche entre
las llamas ardientes del fuego del infierno, por haber desobedecido a
la Ley viviente de Dios. En verdad, el fin de todos estos males está
aquí contigo, en el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo. Cree en
Él, en espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en Él, escaparas los
males, enfermedades y los tormentos eternos de la presencia terrible
de los ídolos y de sus huestes de espíritus infernales en tu vida y en
la vida de cada uno de los tuyos también, para la eternidad del nuevo
reino de Dios. Porque en el reino de Dios su Ley santa es de día en
día honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de sus
ángeles santos. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano, mi estimada
hermana, has sido creado para honrar y exaltar cada letra, cada
palabra, cada oración, cada tilde, cada categoría de bendición
terrenal y celestial, cada honor, cada dignidad, cada señorío, cada
majestad, cada poder, cada decoro, y cada vida humana y celestial con
todas de sus muchas y ricas bendiciones de la tierra, del día de hoy y
de la tierra santa del más allá, también, en el reino de Dios y de su
Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de Israel y de las
naciones!
SÓLO ÉSTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS
Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en tu
corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en abundancia, en la
tierra y en el cielo para siempre. Y te ha venido diciendo así, desde
los días de la antigüedad, desde los lugares muy altos y santos del
reino de los cielos:
PRIMER MANDAMIENTO: “No tendrás otros dioses delante de mí”.
SEGUNO MANDAMIENTO: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo
que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas
debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas ni les rendirás
culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios celoso que castigo la
maldad de los padres sobre los hijos, sobre la tercera y sobre la
cuarta generación de los que me aborrecen. Pero muestro misericordia
por mil generaciones a los que me aman y guardan mis mandamientos”.
TERCER MANDAMIENTO: “No tomarás en vano el nombre de Jehová tu Dios,
porque Él no dará por inocente al que tome su nombre en vano”.
CUARTO MANDAMIENTO: “Acuérdate del día del sábado para santificarlo.
Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día será
sábado para Jehová tu Dios. No harás en ese día obra alguna, ni tú, ni
tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el
forastero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová
hizo los cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del sábado y
lo santificó”.
QUINTO MANDAMIENTO: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días
se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te da”.
SEXTO MANDAMIENTO: “No cometerás homicidio”.
SEPTIMO MANDAMIENTO: “No cometerás adulterio”.
OCTAVO MANDAMIENTO: “No robarás”.
NOVENO MANDAMIENTO: “No darás falso testimonio en contra de tu
prójimo”.
DECIMO MANDAMIENTO: “No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su
buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu prójimo”.
Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y déshazte de todos estos
males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno de los tuyos,
también. Hazlo así y sin más demora alguna, por amor a la Ley santa de
Dios, en la vida de cada uno de los tuyos. Porque ciertamente ellos
desean ser libres de sus ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú
no lo veas así, en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los
tuyos, también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde los días
de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas, en el día de hoy.
Y Dios no desea continuar viendo estos males en sus vidas, sino que
sólo Él desea ver vida y vida en abundancia, en cada nación y en cada
una de sus muchas familias, por toda la tierra.
Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y digamos
juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de la presencia
santa del Padre celestial, nuestro Dios y salvador de todas nuestras
almas:
ORACIÓN DEL PERDÓN
Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la memoria de
tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo amado. Venga tu
reino, sea hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la
tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestras
deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos
metas en tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Amén.
Porque sí perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre celestial
también os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los hombres,
tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.
Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la VERDAD, y
la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO, sino es POR MÍ”.
Juan 14:
NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.
¡CONFÍA EN JESÚS HOY!
MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.
YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA TI Y LOS
TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.
- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de éste MUNDO y
su MUERTE.
Dispónte a dejar el pecado (arrepiéntete):
Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al tercer
día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que entré en tu
vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.
QUIZÁS TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ DECIRLE AL
SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di: Dios mío, soy un
pecador y necesito tu perdón. Creo que Jesucristo ha derramado su
SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi pecado. Estoy dispuesto a dejar mi
pecado. Invito a Cristo a venir a mi corazón y a mi vida, como mi
SALVADOR.
¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No _____?
¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?
Sí tu respuesta fue Sí, entonces esto es solo el principio de una
nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:
Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con Dios,
orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate en AGUA y en El
ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y sirve con otros cristianos en
un Templo donde Cristo es predicado y la Biblia es la suprema
autoridad. Habla de Cristo a los demás.
Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del evangelio de
Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender más de Jesús y de su
palabra sagrada, la Biblia. Libros cristianos están disponibles en
gran cantidad en diferentes temas, en tu librería cristiana inmediata
a tu barrio, entonces visita a las librerías cristianas con
frecuencia, para ver que clase de libros están a tu disposición, para
que te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.
Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti, para que
te goces en la verdad del Padre celestial y de su Hijo amado y así
comiences a crecer en Él, desde el día de hoy y para siempre.
El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la paz de
Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras oraciones. Porque ésta es
la tierra, desde donde Dios lanzo hacia todos los continentes de la
tierra: todas nuestras bendiciones y salvación eterna de nuestras
almas vivientes. Y nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: “Vivan
tranquilos los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén”. Por causa de mis hermanos y
de mis amigos, diré yo: “Haya paz en ti, siempre Jerusalén”. Por causa
de la casa de Jehová nuestro Dios, en el cielo y en la tierra:
imploraré por tu bien, por siempre.
El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el Espíritu de
Dios a toda la humanidad, diciéndole y asegurándole: - Qué todo lo que
respira, alabe el nombre de Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso!
Y esto es, de toda letra, de toda palabra, de todo instrumento y de
todo corazón, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y loor
al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas, como antes y
como siempre, para la eternidad.
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