En toda sociedad es necesario que haya un orden para su buen funcionamiento. Tiene que existir una autoridad, pues la única alternativa sería el caos, y “Dios no es Dios de desorden, sino de paz” (1 Corintios 14:33).
El apóstol Pablo explica qué orden debe imperar en la familia: “La cabeza de todo varón es el Cristo; a su vez, la cabeza de la mujer es el varón; a su vez, la cabeza del Cristo es Dios” (1 Corintios 11:3). Salvo Dios, todos se someten a una autoridad superior. ¿Acaso sufre discriminación Jesús por estar subordinado a un cabeza? Por supuesto que no. De igual modo, el hecho de que la Biblia encargue al hombre la dirección de la congregación y la familia no rebaja a la mujer. Ambas instituciones requieren que él y ella cumplan sus respectivas funciones con amor y consideración (Efesios 5:21-25, 28, 29, 33).
Jesús siempre trató con respeto a las mujeres. Por ello, se negó a aplicarles las normas y costumbres discriminatorias de los fariseos, e incluso conversó con varias que no eran judías (Mateo 15:22-28; Juan 4:7-9). Asimismo, aceptó a unas cuantas como discípulas (Lucas 10:38-42). Además, con sus enseñanzas las protegió contra el abandono conyugal (Marcos 10:11, 12). E hizo algo que probablemente fuera el paso más revolucionario para su época: incluyó a mujeres en su círculo de amistades más allegadas (Lucas 8:1-3). Dado que Jesús es un fiel reflejo de las cualidades de Dios, manifestó que a los ojos del Creador ambos sexos tienen el mismo valor. De hecho, el don divino del espíritu santo lo recibieron por igual los primeros discípulos y discípulas (Hechos 2:1-4, 17, 18). De esta manera, fueron ungidos para ser reyes y sacerdotes con Cristo en el cielo. Cuando resucitan para cumplir con su cometido, deja de haber distinción de sexo (Gálatas 3:28). Es patente, por lo tanto, que Jehová, el Autor de la Biblia, no discrimina a la mujer.