EL LIBRO DE LOS MÁRTIRES (261)
Por John Foxe
HISTORIA DE LOS MÁRTIRES CRISTIANOS
Persecuciones en Inglaterra durante el reinado de la reina María
La señora Prest
Continuación:
Tal era su memoria que, sin haber hecho estudios, podía decir en qué capitulo estaba cualquier texto de la Escritura; debido a esta singular capacidad, un tal Gregorio Basset, extremado papista, dijo que estaba loca, y que hablaba como una cotorra, sin sentido alguno. Al final, tras haber probado sin éxito todos los medios para hacerla nominalmente católica, la condenaron. Después de esto, alguien la exhortó a abandonar sus opiniones y a volverse a su casa, a su familia, por cuanto era pobre y analfabeta. «Cierto es (dijo ella), y aunque no tengo cultura estoy feliz de ser testigo de la muerte de Cristo, y espero que no os retardéis ya más conmigo, porque mi corazón está fijado, y nunca diré nada distinto, ni me volveré a vuestros caminos de superstición.»
Para oprobio del señor Blackston, tesorero de la iglesia, éste hombre solía mandar a buscar de la cárcel con frecuencia a esta pobre mártir, para divertirse con ella tanto él como una mujer que mantenía; le hacia preguntas religiosas, y ridiculizaba sus respuestas. Hecho esto, la volvía a mandar a su mísera mazmorra, mientras que él se solazaba con las cosas buenas de este mundo.
Quizá había algo sencillamente ridículo en la forma de la señora Prest, porque era baja, gruesa y de unos cincuenta y cuatro años de edad; pero su rostro era alegre y vivaz, como si preparada para el día de su matrimonio con el Cordero. Burlarse de su forma era una acusación indirecta contra su Creador, que le dio la forma que El consideró más idónea, y que le dio una mente muy trascendente a las dotes fugaces de la carne que perece. Cuando le ofrecieron dinero, lo rechazó, diciendo: «voy a una ciudad donde el dinero no tiene poder, y mientras esté aquí, Dios ha prometido alimentarme.»
Cuando se leyó la sentencia condenándola a las llamas, ella levantó su voz y alabó a Dios, añadiendo: «Este día he hallado aquello que tanto tiempo había buscado.» Cuando la tentaron para que se retractara, dijo: «No lo haré; Dios no quiera que yo pierda la vida eterna por esta vida camal y breve. Nunca me apartaré de mi esposo celestial a mi esposo terrenal; de la comunión de los ángeles a la de hijos mortales; y si mi marido e hijos son fieles, entonces yo soy de ellos. Dios es mi padre, Dios es mi madre, Dios es mi hermana, mi hermano, mi pariente; Dios es mi amigo, el más fiel.»
Entregada al alguacil mayor, fue llevada por el oficial al lugar de ejecución, fuera de las murallas de Exeter, llamado Sothenhey, donde de nuevo los supersticiosos sacerdotes la asaltaron. Mientras estaban atándola a la estaca, ella exclamaba de continuo: «¡Dios, ten piedad de mí, pecadora!» Soportando pacientemente el fuego devorador, quedó reducida a cenizas, y así acabó una vida que no fue superada en cuanto a una inmutable fidelidad a la causa de Cristo por ningún mártir precedente.
***