EL LIBRO DE LOS MÁRTIRES (259)

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Juan Rivera G.

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Aug 13, 2025, 1:34:44 AMAug 13
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EL LIBRO DE LOS MÁRTIRES (259)

Por John Foxe

 

HISTORIA DE LOS MÁRTIRES CRISTIANOS

 

Persecuciones en Inglaterra durante el reinado de la reina María

 

La señora Prest

 

Continuación:

Señora Prest. Los domingos he atendido a los sermones, y en ellos he aprendido las cosas que están tan dentro de mi pecho que la muerte no las separará. Ob. Ah, mujer insensata! ¿Quién malgastará el aliento contigo, o con las que son como tú? ¿Pero por qué te alejaste de tu marido? Si fueras una mujer honrada, no habrías dejado a tu marido y a tus hijos, para merodear así por el país como una fugitiva.

Sra. Prest. Señor, he trabajado para vivir; y mi Señor, Cristo, me aconseja que cuando me persigan en una ciudad, huya a la otra.

Obispo. ¿Quién te perseguía?

Sra. Prest. Mi marido y mis hijos. Porque cuando hubiera querido que abandonasen la idolatría y adoraran al Dios del cielo, no me quisieron escuchar, sino que él y sus hijos me reprendieron y me angustiaron. No huí para hacer de ramera, ni para robar, sino porque no quería tener parte con él y los suyos del abominable ídolo de la Misa; y allá donde yo fuera, y tan frecuentemente como pude, en domingos y festividades, daba excusas por no ir a la iglesia papista.

Obispo. Pues buena mujer eras, huyendo de tu marido y de la Iglesia.

Sra. Prest. Quizá no seré una excelente ama de casa; pero Dios me ha dado la gracia de ir a la verdadera Iglesia.

Obispo. La verdadera Iglesia: ¿qué quieres decir con eso?

Sra. Prest. No tu Iglesia papista, llena de ídolos y de abominaciones, sino allí donde hay dos o tres reunidos en el nombre de Dios, a esta Iglesia iré yo mientras viva.

Obispo. Parece que quieras tener tu propia iglesia. Bien, que esta mujer sea puesta en prisión hasta que llamemos a su marido.

Sra. Prest. No, yo sólo tengo un marido, que está ya en esta cárcel y en la cárcel conmigo, y de quien nunca me separaré.

Algunas personas trataron de convencer al obispo de que ella no estaba en sus cabales, y se le permitió irse. El guarda de las cárceles del obispo la acogió en su casa, donde o bien hilaba, trabajando como criada, o bien deambulaba por la calle, hablando acerca del sacramento del altar. Enviaron a buscar a su marido para que se la llevara a casa, pero ella rehusó mientras pudiera servir a la causa de la religión. Era demasiado activa para estar mano sobre mano, y su conversación, que ellos pensaban era de una simplona, atrajo la atención de varios sacerdotes y frailes católicos. La acosaban con preguntas, hasta que enviados por el obispo, y otros de su propia voluntad. Entre estos estaba ella les respondió con ira, y esto excitó la risa de ellos ante su seriedad.

«No», dijo ella, «tenéis más necesidad de llorar que de reír, y de sentiros tristes de haber nacido, para ser capellanes de esta ramera que es Babilonia. La desafío a ella y a todas sus falsedades; y apartaos de mi, que sólo hacéis que turbar mi conciencia. Querríais que siguiera vuestras acciones; antes perderé mi vida. Os ruego que os vayáis.»

«¿Por qué, insensata?», dijeron ellos, «Venimos para tu provecho y para salud de tu alma.» Ella contestó: «¿Qué provecho dais vosotros, que no enseñáis nada más que mentiras por verdades? ¿Cómo salváis vosotros almas, cuando no enseñáis nada sino mentiras y destruís almas?»

Continuará>

***

 

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