Google Groups no longer supports new Usenet posts or subscriptions. Historical content remains viewable.
Dismiss

(IVÁN): ORACIÓN

2 views
Skip to first unread message

IVAN VALAREZO

unread,
Feb 25, 2007, 10:34:21 AM2/25/07
to

Sábado, 24 de febrero, año 2007 de Nuestro Salvador
Jesucristo, Guayaquil, Ecuador - Iberoamérica


(Este Libro fue Escrito por Iván Valarezo)

ORACIÓN

La oración es la manera en que nos comunicamos
espiritualmente con nuestro Dios, ya sea que le hablemos a Él
con nuestro corazón, con nuestro espíritu (o su Espíritu
Santo); o que le hablemos a Él con nuestros labios o con las
acciones de nuestras manos o de nuestras vidas, por ejemplo.
Sea como lo hagamos, si nos estamos refiriendo a nuestro
Dios, por medio de su fruto de vida, el Señor Jesucristo,
entonces Él acepta nuestra oración, para recompensarnos con
el perdón de nuestros pecados y la bendición constante de
nuestros corazones y de nuestros cuerpos corporales e
espirituales, también.

En realidad, sólo cuando el Señor Jesucristo ha sido aceptado
en nuestro corazón y en nuestra vida, ya para nuestro Dios es
una oración eterna, que no culmina nunca, sino que sigue día
y noche y por siempre sin cesar, delante de tu presencia
gloriosa hablándole a Él, que no podríamos hacerlo con
nuestra lengua o espíritu humano. Pues de la misma manera que
ha sido así con los ángeles del cielo, lo es igual con cada
hombre, mujer, niño y niña, sólo fiel a Él, por medio de su
fruto de vida eterna, su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!

Sólo con invocar el nombre del Señor Jesucristo en nuestros
corazones y con nuestros labios, en cualquier momento del
día, ya es una oración perfecta y completa para nuestro Padre
Celestial que está en los cielos, por ejemplo. Es más, no
existe mayor oración para el corazón del hombre, delante de
Dios y de su Espíritu Santo, que no sea la invocación
gloriosa del nombre sagrado del Señor Jesucristo.

Por eso, también, sólo el Señor Jesucristo es la máxima
expresión de Dios y de la vida santa del reino de los cielos
hacia el hombre, en el paraíso y sobre toda la faz de la
tierra. Y viceversa, pues así también, sólo el Señor
Jesucristo es la máxima expresión del hombre, de la mujer,
del niño y de la niña de la humanidad entera, delante de Dios
y de su Espíritu Santo y de sus huestes angelicales, en el
cielo y en todos los lugares de su nueva creación infinita.

Es por esta razón, que nuestro Dios puede comprender y, a la
vez, bendecirlo profundamente día y noche y para siempre, en
la tierra y en la eternidad, al hombre, a la mujer, al niño y
a la niña de la humanidad entera, cada vez que se acerca a
Él, en el nombre sagrado de su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo! Y, a la inversa, el corazón del hombre sólo puede
entender y hasta conocer al Creador de su vida, sólo por
medio de la invocación, de la vida, muerte, resurrección y
elevación celestial, de su único salvador posible, en el
paraíso y en toda la tierra, también, por supuesto, hoy en
día y por siempre, ¡el Señor Jesucristo!

Es decir, que sin la oración perfecta de la presencia del
Señor Jesucristo, ya sea en el corazón de nuestro Dios o en
el corazón del hombre de la tierra, entonces no fuese posible
jamás ninguna comunicación de Dios a hombre o de hombre a
Dios, sino todo lo contrario. Porque realmente que todo seria
profundas tinieblas y ceguera perpetua en la vida del reino
de los cielos y así también en la vida del hombre y en todos
los lugares de la tierra, igual como el más allá, como el
infierno o el lago de fuego, por ejemplo.

Es por eso, también, que sólo el Señor Jesucristo es la
confesión de amor perfecto del corazón de nuestro Padre
Celestial hacia la humanidad entera, en todos los lugares de
la tierra, comenzando en la historia de Israel, por ejemplo,
con sus patriarcas de siempre. Y, de la misma manera, sólo el
Señor Jesucristo es la perfecta confesión de amor del corazón
del hombre, de la mujer, del niño y de la niña de la
humanidad entera, para Dios, para su Espíritu Santo y para
cada ser santo de más allá, como ángeles, arcángeles,
querubines y demás seres santos del reino celestial.

Por ello, sin el Señor Jesucristo viviendo en el corazón del
hombre, entonces no hay arrepiento, ni menos confesión de
pecado alguno posible, delante de Dios y de su reino
celestial, en el cielo. De ello, también, nuestro Padre
Celestial no podría jamás perdonar ningún pecado de la vida
del hombre en toda la tierra, sino que todo seguiría siendo
pecado, maldad y violencia infinita, en todos los lugares de
la vida del hombre y hasta en el paraíso y en el infierno,
también, eternamente y para siempre.

Es por eso, que los profetas les decían a los antiguos día y
noche y sin cesar jamás en sus enseñanzas y predicaciones
usuales del nombre y de la palabra del SEÑOR, diciéndoles:
Todo aquel que invoque el nombre del SEÑOR, en los últimos
días, ha de ser salvo de sus pecados y entrara a la vida del
reino celestial. Y la gente les creían a las palabras de los
profetas, para aceptar al Cordero Divino y así ser perdonados
de sus pecados, para ser redimidos para la venida del nuevo
reino de Dios y de su Árbol de vida eterna, el Gran Rey
Mesías de Israel y de la humanidad entera, el único Hijo
posible de David, ¡el Cristo!

LA ORACIÓN ES PARA CONFESAR PECADOS

Porque es importante que cada uno de ustedes se confiese sus
pecados delante de Dios, en el nombre sagrado de su Hijo
amado, el Señor Jesucristo, para perdón y para que sus
nombres sean inscritos en "el libro de la vida" del reino de
los cielos. Porque el Señor Jesucristo es nuestro único
Cordero Celestial, y sólo el espíritu de su sangre santa nos
limpia de todo pecado, delante de la presencia sagrada de
Dios y de su Espíritu Santo, también, en la tierra y en el
paraíso, para siempre.

Pues nada hay mejor que la sangre del Señor Jesucristo para
bendecir nuestros corazones y sanarnos de nuestros males, aun
hasta los que la ciencia no entiende ni menos puede curar,
por ejemplo. Pero para nuestro Dios no hay nada que él no
conozca debajo del cielo, en toda la tierra, que no puede
solucionar con su Espíritu, con su palabra y con su nombre
sagrado y todopoderoso, también. Es por eso que la sangre del
Señor Jesucristo es lo más poderoso que haya descendido del
cielo, para limpiar y bendecir la vida del hombre y toda la
tierra, también, a la vez.

Por lo tanto, para nuestro Dios todo está al descubierto,
sólo por medio del espíritu de la vida, de la sangre sagrada
y sobrenatural del Señor Jesucristo, su Hijo amado, en el
cielo y en la tierra. Es por eso, que nuestro Dios ha enviado
a su Hijo amado al mundo, para que por medio de Él, entonces
pueda tener un acercamiento y conocimiento perfecto de cada
uno de nosotros, comenzando con Adán y Eva, por ejemplo, en
el paraíso, nuestro primer hogar de nuestras vidas
celestiales, en el más allá.

Porque a Adán y a Eva, nuestro Dios los creo del polvo de la
tierra, para darles de comer y de beber sólo de su fruto de
vida eterna, el Señor Jesucristo, para que vivan y así
entonces le puedan conocer a Él perfectamente; de otra manera
es imposible que el hombre le conozca a Él, como a su Dios.
Pero como le desobedecieron para comer y beber entonces del
fruto prohibido, del árbol de la ciencia del bien y del mal,
pues, ya nuestro Dios no los conocía. Nuestro Dios no los
conocía ni a nosotros tampoco, porque sus vidas habían
cambiado totalmente a la forma de que ellos eran antes, como
en el día de su creación, por ejemplo, santos y perfectos en
toda su caminar por el cielo.

En realidad, desde ese momento en adelante, ambos comenzaron
a alejarse cada vez más y más de su vida normal, de su vida
celestial del reino de los cielos, no sólo para no vivir del
Árbol de la vida, sino también para no conocer a su Dios y
Creador de sus vidas, para siempre. Por ello, nuestro Dios no
podía tener un acercamiento pleno con el hombre y con su
mujer, porque el pecado había invadido sus vidas,
cambiándolas drásticamente de su luz celestial a la luz de
las profundas tinieblas, de las palabras de mentira y de
muerte eterna de Lucifer, por medio de la boca, de la
serpiente antigua del Edén.

Aquí fue cuando tu vida cambio, mi estimado hermano y mi
estimada hermana, para no poder jamás ver ni menos conocer al
Señor Jesucristo y a su Padre Celestial, porque las tinieblas
del más allá te lo impedían, haciéndote cada vez más ciego
que antes. Entonces ya Dios nos podía tener una comunicación
plena para con el hombre ni para con ninguno de sus
descendientes, comenzando con Eva ni con ninguno de sus
descendientes en toda su creación celestial y en la tierra,
también.

Es más, el hombre y la mujer ya no podían orar a su Dios y
Creador de sus vidas, porque se encontraban muy lejos de Él y
de su fruto de vida eterna, el Señor Jesucristo. Y esto era
muerte constante para ellos y para sus descendientes día y
noche y por siempre, en todos los días de sus vidas por la
tierra y en el más allá, también, como en el infierno, por
ejemplo.

Es por eso, que era muy necesario que su Árbol de vida, el
Señor Jesucristo, descendiese al mundo, para no sólo
conquistar al mundo, sino también para conquistar cada vida
de cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera; es
decir, para regresarlos a su habita normal del cielo, como en
el principio, pero con mayor gloria. Para que de esta manera,
Dios pueda tener una comunión y un conocimiento perfecto del
hombre y de los suyos, también, en toda la tierra, en el
paraíso y en todo el nuevo reino de los cielos.

Y sólo así, por medio del espíritu de vida, de la sangre
sagrada y sobrenatural de su Hijo amado, entonces perdonar
sus pecados y sanar sus almas, por medio de la oración. Es
por eso, que la oración es muy importante entre nuestro Dios
del cielo y el hombre de toda la tierra, en el nombre sagrado
de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!

Porque, además de todo, sólo el Señor Jesucristo es la
oración que nuestro Dios oye en el cielo y por toda la
tierra, también; y fuera del Señor Jesucristo no existe
ninguna oración que valga delante de Dios para los ángeles y
así también, para todo hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera. Es más, cada oración es eterna, por muy
pequeña que sea, por tanto, no morirá jamás, sino que será
por siempre recordada en el libre del SEÑOR y estará en las
copas de oro, del altar de Dios, en el cielo, por ejemplo,
para la eternidad venidera del nuevo reino de los cielos.

Y, hoy en día, mi estimado hermano y mi estimada hermana,
muchos de tus problemas y dolencias de tu corazón y de tu
cuerpo entero, son por razones de la falta de comunicación y
de oración para con tu Dios, en el nombre del Señor
Jesucristo, que está en los cielos. Porque si la oración y la
alabanza le faltasen al corazón del ángel del cielo, por
ejemplo, moriría como Lucifer y como los ángeles caídos han
muerto para Dios y para su vida celestial; y, hoy en día, se
encuentran, muchos de ellos encadenados en profundidades de
grandes tinieblas del más allá, hasta el día de su juicio
final.

Pues así también con todo hombre, mujer, niño y niña de toda
la tierra, del ayer y de siempre, sin la oración en sus
vidas, entonces no son nada para Dios, en el paraíso ni en
toda su nueva creación venidera. Es decir, que si tú orases
al SEÑOR, como debes de hacerlo día y noche, en el nombre
sagrado de su Hijo amado, entonces todos tus problemas y
dolencias de tu vida, ya sean de tu corazón o de tus cuerpos
espirituales y corporales, serian sanados y eliminados
eternamente y para siempre.

Ya que, nuestro Señor Jesucristo sana el cuerpo del hombre y
le da vida en abundancia para que siga viviendo su vida
normal, no sólo en la tierra, sino también en su nueva vida
infinita del nuevo reino celestial. Y esto seria en ti, en un
momento de poder sobrenatural, por el poder de la oración, en
el nombre sagrado del Señor Jesucristo, para que los dones
maravillosos del Espíritu de Dios y de su Árbol de vida
eterna actúen en tu vida día y noche y sin cesar y hasta
librarte de todo lo que agobia tu vida.

Y todo esto es verdad, para todo hombre, mujer, niño y niña
de toda la tierra, que tan sólo se acerque a su Dios, en el
nombre sagrado de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, desde
hoy mismo y por siempre, en la eternidad venidera. Porque
nuestro Dios sólo honra la presencia del nombre sagrado del
Señor Jesucristo cada vez que nos acercamos a Él, para orar y
para pedirle de su amor y de sus muchas y ricas bendiciones,
de las maravillas, milagros y prodigios sobrenaturales, en la
tierra y en el cielo, de su Espíritu Santo y de su Árbol de
vida eterna.

Por lo tanto, la oración es poder de Dios y de su Espíritu
Santo, para toda vida humana del paraíso y de la tierra,
también, para miles de siglos venideros en el nuevo reino
celestial. De otra manera, nuestro Dios no nos puede oír, por
lo tanto, no nos puede perdonar nuestros pecados, ni menos
nos va a bendecir nuestros corazones y nuestros cuerpos
espirituales y corporales, en la tierra ni en el más allá,
tampoco.

En realidad, sin la oración, quien realmente es Cristo Jesús,
Señor nuestro, en nuestros corazones, en nuestros labios y en
nuestras vidas terrenales y celestiales, también, entonces
estaríamos muertos para siempre, para nuestro Dios y para su
Espíritu Santo. Seria como si nosotros no tuviésemos vida
alguna delante de nuestro Creador y de su vida celestial en
el cielo; estaríamos totalmente ausentes a toda verdad y a
toda justicia celestial, también, no por un tiempo, sino para
siempre, en la eternidad.

Y nuestro Dios no nos ha creado en sus manos santas del lodo
de la tierra, para que no nos comuniquemos con Él, ni menos
para que no le conozcamos jamás; esto es absurdo y, a la vez,
contraproducente, perjudicador para Él y para su Espíritu
Santo. Es por eso, que el nombre del Señor Jesucristo tiene
que estar viviendo en nuestros corazones, para no
perjudicarse Él, ni su Espíritu ni su Árbol de vida ni a
nosotros mismos.

Para que entonces nuestro Padre Celestial pueda actuar con
mucha libertad en nuestras vidas y en nuestros espíritus
humanos, para hacer que los dones sobrenaturales de su
Espíritu Santo y de su Hijo amado, el Señor Jesucristo,
comiencen a obrar en nuestras vidas con sus poderes
sobrenaturales, hasta librarnos de todos los males del
enemigo eterno, Lucifer. Y esto ha de ser así con cada uno de
nosotros, en nuestros millares, de todas las razas, pueblos,
linajes, familias y reinos del mundo entero, hasta que nos
libren de los males por completo, y sanen nuestros cuerpos
espirituales y corporales, eternamente y para siempre, para
servirle a nuestro Dios, en la tierra y así también en el
cielo.

Porque sin el Señor Jesucristo, entonces el ángel no podría
servirle a su Dios en el cielo, ni menos el hombre, la mujer,
el niño y la niña, en el paraíso o en toda la tierra. Porque
esto fue, realmente, la caída del Arcángel Lucifer y de sus
ángeles rebeldes de la gloria del cielo, en el día que
dejaron de servirle a su Creador Celestial, por medio del
Señor Jesucristo, en sus corazones. Pues así también sucedió
con Adán y Eva, en el paraíso, por ejemplo; ambos dejaron de
servirle a Dios, en el día que dejaron a un lado el fruto de
vida, a Jesucristo, para servirle a Lucifer, al creer en sus
mentiras y al comer y beber del fruto prohibido del árbol de
la ciencia, del bien y del mal.

Entonces desde hoy mismo, cada uno de ustedes, en todos los
lugares del mundo entero, acérquese con mucha confianza en
sus corazones, a su Dios y Creador de sus vidas, al
Todopoderoso de Israel y de la humanidad entera. Porque
nuestro Dios mismo los ama, con su amor sobrenatural, por
medio del espíritu de vida, de la sangre viviente y
eternamente honrada de su Hijo amado, el Señor Jesucristo,
para sanar sus cuerpos y darles vida en abundancia, en la
tierra y así también en el cielo, eternamente y para siempre.

Porque delante de su presencia santa, sólo hay gloria y honra
para sus vidas, si sólo le creen a Él, por el espíritu de
amor sobrenatural de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, en
sus corazones y en todos los días de su vida por la tierra,
por ejemplo. Es decir, si sólo le creen a Él, por medio del
amor que Él manifestó en sus días de vida por Israel y hasta
que finalmente entrega su alma, en sacrificio santo y puro,
sobre la cima de la roca eterna, en las afueras de Jerusalén,
en Israel, no sólo para bendecir a Israel sino a la humanidad
entera, también.

Y nuestro Padre Celestial lleva acabo éste gran sacrificio
supremo de su misma vida santa, para ponerle fin a sus
pecados y así entonces entregarles vida en abundancia, en la
tierra y en el paraíso, también, desde hoy mismo y para
siempre, en la eternidad venidera del nuevo reino celestial y
de su Árbol de vida eterna, ¡el Señor Jesucristo! Para que
entonces también, cada uno de ustedes, hoy en día y como
siempre, en la eternidad venidera, se acerquen al trono de la
gracia y de la misericordia de Dios y de su Espíritu Santo,
para que los bendiga grandemente y sobrenaturalmente, para
siempre.

Es decir, para que Él mismo los limpie de sus pecados y colme
de bendiciones sus vidas y la de los suyos, también, en toda
la tierra, no importando jamás la distancia. Porque el deseo
constante del corazón de nuestro Padre Celestial es de
amarlos y de bendecirlos día y noche en la tierra y así
también en su nueva vida venidera del nuevo reino de los
cielos, en el más allá.

NUESTRO DIOS NO ES INJUSTO PARA OLVIDAR SUS ORACIONES

Pero aunque nosotros hablamos así siempre del amor
sobrenatural de nuestro Padre Celestial y de su Hijo amado,
el Señor Jesucristo, mis estimados hermanos y estimadas
hermanas, entonces en cuanto a ustedes estamos más que
persuadidos de cosas mejores que conducen a la salvación,
para alcanzar la vida eterna, desde sus mismas vidas de
siempre, en toda la tierra. Porque nuestro Dios no es injusto
jamás para olvidar sus obras, sus oraciones y el espíritu de
amor que han demostrado por su nombre sagrado en sus
corazones, porque, además, han atendido a los fieles leales a
su Hijo amado y, también, aun lo siguen haciendo, sin
detenerse por nada, por donde sea que vayan a vivir en la
tierra. Y este bien habla mucho de ustedes a Dios.

Siempre lo que hagan es muy bueno para ayudar a la vida del
hombre, sea quien sea la persona, en la tierra; por ello, su
Dios que lo ve todo, realmente se goza de todo corazón por
ustedes mismos, por sus oraciones y por sus buenas obras
sobrenaturales hechas en el nombre sagrado de su Hijo amado,
¡el Señor Jesucristo! Porque todo lo que ustedes han hecho y
pronunciado en el nombre sagrado de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, es realmente para la eternidad; es decir, para
vivir la felicidad eterna, en el mismo corazón de nuestro
Dios, de su Espíritu Santo y de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo eternamente y para siempre, en el nuevo reino
celestial.

Por eso, deseamos que cada uno de ustedes muestre la misma
diligencia para ir logrando, plena certidumbre de la
esperanza hasta el final, a fin de que no sean perezosos en
ninguna de las obras de siempre, sino imitadores de los que
por la fe y la paciencia heredaron las buenas promesas del
SEÑOR, de salud y de vida eterna. Porque cuando Dios hizo la
primer promesa a Abraham para perdón de pecados, por medio
del sacrificio de la sangre, de su mismo Jesucristo, en la
vida de Isaac, por ejemplo, entonces lo hizo con la certeza
de la verdad y de la justicia de su amado, para bendecir por
medio, de una a vida eterna a la humanidad entera.

Y esta promesa de sangre y de perdón para vida, en la tierra
y en el paraíso, como en su ciudad celestial del gran rey
Mesías, por ejemplo, puesto que no podía jurar por otro mayor
que Él, pues entonces juró, sin pensarlo dos veces, nuestro
Dios por su mismo nombre; es decir, que realmente, Él jura
por sí mismo. Porque la verdad es que no hay nadie mayor que
Él y que su nombre santo, en el cielo ni en la tierra ni
hasta aun en su nueva creación celestial del más allá, entre
los ángeles del cielo y los hombres redimidos por la sangre
viviente, del Cordero Celestial, ¡el Señor Jesucristo!

Puesto que, si hubiese existido alguien mayor que nuestro
Dios y que su nombre santo y eternamente salvador, entonces
nos lo hubiese anunciado hace mucho tiempo ya; y, es más, le
hubiese hecho cada uno de sus juramentos al hombre de la
tierra, porque aquel mayor que Él y por su nombre, también.
Pero la verdad es que no existe nadie mayor que nuestro Padre
Celestial que está en los cielos; ni nadie más sublime que su
Árbol de vida existe entre los ángeles del más allá y entre
los hombres de toda la tierra, del ayer y de siempre,
también.

Por lo tanto, éste juramento que nuestro Padre Celestial le
hizo a Abraham, realmente fue un juramente por el espíritu de
la sangre sagrada de su Hijo amado, el Señor Jesucristo,
sobre su altar del sacrificio supremo, para redimir
eternamente y para siempre a la humanidad entera, del poder
de las tinieblas del fuego eterno, del mismo infierno. Para
que los que crean en este juramento divino, entre Dios y el
hombre, entonces sea redimido por el mismo pacto, del
sacrificio supremo de Padre a Hijo, sobre la cima de la roca
eterna, para derramar la sangre de la salvación, para que el
pecado deje de existir, de una vez por todas y para siempre,
en toda vida.

Y esto ha de ser verdad, desde hoy mismo y para siempre, en
la vida del hombre, de la mujer, del niño y de la niña, sólo
de la fe viviente, del nombre sagrado de su Hijo amado, el
Señor Jesucristo, en esta vida y en la venidera, también,
para miles de siglos venideros, en el nuevo reino celestial.
Por lo tanto, éste juramento de bendición y de salvación
eterna es santo (y como otro no hay igual, en el cielo ni en
la tierra), para bendecir la vida del hombre de todos los
tiempos, en toda la tierra.

Es más, éste es un juramento realmente de sangre para vida y
para salud eterna, de todo hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, comenzando con la casa de Israel, por
ejemplo. Y ésta sangre del primer juramente de nuestro Padre
Celestial, al hombre de la tierra, no es una sangre de los
animales que se suelen escoger meticulosamente para el
sacrificio sobre el altar del SEÑOR, sino que es mucho más
que esto y hasta aun más poderoso que los poderes
sobrenaturales de la gloria celestial del reino celestial.

En realidad, ésta sangre es una "sangre real y única", de su
propio espíritu, de su propia vida, por lo tanto, de su
propia sangre sagrada del más allá, de la vida santa del
reino de los cielos, como del Árbol de la vida, por ejemplo,
su Hijo amado, ¡el único santo de Israel y de la humanidad
entera! Por todo ello, cuando nuestro Dios hizo su primer
juramento de perdón, de vida y de salvación eterna al hombre,
entonces lo hizo por amor al espíritu de la sangre bendita
del Señor Jesucristo, por la cual, él sabia muy bien en su
corazón, que jamás le iba a fallar, en esta vida ni en la
venidera, tampoco, para siempre.

Entonces ha sido por el espíritu de ésta sangre santísima que
Dios ha redimido del mal de Lucifer, a todos los ángeles del
cielo, porque cada uno de ellos ha sido redimido también, por
el Señor Jesucristo, en el día de la rebelión angelical de
Lucifer y de sus ángeles caídos, por ejemplo, en el reino de
los cielos. Pues así también, éste espíritu de la sangre del
Señor Jesucristo te perdona, te redime, te sana y hasta te
bendice día y noche, desde su altar celestial, por sus
poderes y autoridades sobrenaturales de parte de Dios, para
ti y para todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad
entera, si sólo crees en Él, de todo corazón.

Y, en esta hora crucial para tu vida, mi estimado hermano y
mi estimada hermana, si la sangre del Señor Jesucristo está
en tu corazón, entonces también el espíritu del primer
juramento de vida, el cual Dios se lo hizo a Abraham, para
traer sólo vida y salud sobre la tierra en la vida de Isaac,
pues, está en ti. En verdad, también ha de estar en ti y en
la vida de los tuyos, también, el espíritu de éste gran
juramento, en donde sea que se encuentren en la tierra, para
perdonar sus pecados, y así entonces sanar y por siempre
bendecir sus vidas con los dones sobrenaturales, de su
Espíritu Santo y de su Hijo, ¡el Señor Jesucristo!

Y Dios ha de bendecir tu vida, hoy mismo, si sólo dejas que
su Espíritu obre en tu vida milagrosamente, así como bendijo
a Abraham y a cada uno de los antiguos, porque tu bendición
eterna ha sido hecha con el espíritu de la sangre del pacto
de vida y de salud, para tu vida y para los tuyos, también.
Para que sólo entonces conozcas la vida y la salud infinita
de tu corazón y de tu alma viviente, en la tierra y en el
paraíso, también, desde hoy mismo y por siempre, en la
eternidad venidera, del nuevo reino de los cielos.

Porque al fin y al cabo de todas las cosas en tu vida, tus
pecados han de morir eternamente y para siempre, pero jamás
morirá el espíritu del juramento del pacto eterno de perdón,
de vida y de salud infinita para tu alma viviente ni para los
tuyos, tampoco, en la tierra ni menos en el más allá. Por
eso, es muy bueno que honres al SEÑOR con tus oraciones
hechas siempre a Él, en el nombre sagrado de su Hijo amado,
el Señor Jesucristo, para que bendiciones antiguas y de
siempre se hagan una realidad eterna en tu corazón y en tu
vida, también, día y noche y hasta siempre, en la nueva
eternidad venidera del cielo.

Y esto ha de ser en ti y en cada uno de los tuyos, una
realidad indiscutible en el paraíso y en la tierra, desde hoy
mismo y eternamente y para siempre, en la nueva vida venidera
del nuevo más allá de Dios y de su Hijo amado, su Árbol de
vida y de salud eterna, ¡el Señor Jesucristo! Porque cada
bendición que nuestro Dios le ha entregado al hombre de la
humanidad entera, por amor al espíritu de la sangre viviente,
del pacto infinito de bendición y de salvación de su alma
eterna, comenzando con Abraham e Isaac, por ejemplo, es para
la eternidad; y nadie se la podrá arrebatar jamás, en todos
los días de su vida.

Porque todo lo que nuestro Dios le ha entregado al hombre de
la tierra, ha sido realmente por medio de la oración y del
espíritu de vida santísima de la sangre, del pacto eterno de
nuestro Señor Jesucristo, en la antigüedad y en nuestros
días, también, en todos los lugares de la tierra, por el
poder de su evangelio eterno. Es por esta razón, también, mi
estimado hermano y mi estimada hermana, que la oración es de
suma importancia en tu vida, para no sólo hablar con Dios,
sino también para todas las cosas en la tierra y del más
allá, como las del nuevo reino de los cielos, por ejemplo.

Como por ejemplo, para recibir cada una de sus muchas y
grandes bendiciones de sus dones sobrenaturales, de milagros,
de maravillas y de grandes regalos de vida y de salud
infinita de su vida celestial del paraíso o de su Nueva Gran
Jerusalén Celestial e Infinita; en donde sólo había la verdad
y la justicia para todos, por igual. Y, es más, ha sido por
estos lugares celestiales de la nueva vida del nuevo reino
celestial, por los cuales, nuestro Dios mismo, con la ayuda
idónea de su Espíritu y de su Hijo amado, es que te ha
rescatado del polvo de la muerte, para transformarte en su
vida y en su salud infinita, para la nueva eternidad
venidera.

LOS SERES SANTOS DEL CIELO SE POSTRAN ANTE ELCORDERO

Pues en el cielo, cuando el libro se abre para ser leído por
los ángeles delante de Dios, entonces los cuatro seres
vivientes y los veinticuatro ancianos alrededor de su trono
se postran delante del Cordero, ¡el Señor Jesucristo! Y cada
uno de ellos lleva en su mano un arpa y copas de oro. El arpa
es para adorar a Dios y a su Cordero Santo. Y las copas de
oro son para presentarlas a Dios, porque están llenas de
incienso, que son las oraciones de los santos de la iglesia
del Señor Jesucristo, de los cuales han creído en Él y en el
perdón de sus pecados, por medio del poder sobrenatural de la
oración y de la sangre bendita de su sacrificio supremo.

Es decir, que las oraciones de todos los hombres, mujeres,
niños y niñas de la humanidad entera, desde los días de Adán
y Eva en el paraíso y en la tierra, también, están escritas
en el libro de nuestro SEÑOR y, también, llenan copas de oro,
sobre la mesa de su altar celestial, para ser recordadas por
Él, por siempre. Para ser recordadas, como hoy en día por
ejemplo, por nuestro Dios mismo y por su Cordero Escogido, el
Señor Jesucristo, para honrar la vida de cada uno de sus
fieles, en toda la tierra, para bendecirlos por sus propias
palabras y por sus propias buenas acciones, para con ellos
mismos y para con los demás también.

Porque nuestro Dios jamás se ha de olvidar de ninguna de las
oraciones de sus fieles, de los que han llegado a creer en
Él, por medio de la vida y de la sangre santísima de su Hijo
amado, el Señor Jesucristo, en esta vida y en la venidera,
también. Como en el paraíso, por ejemplo, o como en su Nueva
Jerusalén Santa e Infinita del nuevo reino de los cielos, en
donde cada una de sus oraciones, peticiones, ruegos,
aclamaciones e intercesiones y buenas obras de sus vidas,
están escritas en el libro del SEÑOR.

Y, además, estas oraciones hacen rebosar las copas de oro del
altar eterno de su Cordero Celestial, el Señor Jesucristo,
para ser recordadas por siempre y así entonces bendecir a
cada uno de ellos, según hayan sido sus vidas, delante de Él
y de Espíritu Santo, en todos los días de sus vidas, por la
tierra y en el paraíso, también. Porque nuestro Dios jamás se
ha de quedar con la bendición de ninguno de sus siervos o de
sus siervas en toda su creación, sino que los ha de bendecir
por siempre, según sea su voluntad bendita para con cada uno
de ellos, en la tierra y en el paraíso, también.

En fin, a la vida eterna hemos de regresar al paraíso, para
servirle a nuestro Dios, por medio de su Árbol de vida, en el
espíritu y en la verdad de su sacrificio supremo de perdón,
de bendición y de salud, en la tierra y en el más allá,
también, desde hoy mismo y para siempre, en la eternidad
celestial. Porque, además de todo, cada una de las oraciones
de los fieles, al nombre del Señor Jesucristo delante de
nuestro Padre Celestial y de su Espíritu Santo, en la tierra
y en el paraíso, son para bendecir sus vidas eternas, desde
hoy mismo, por ejemplo, en la tierra y hasta finalmente
entrar a la nueva vida eterna del cielo.

Es más, nadie jamás ha de entrar a la vida santa del Árbol de
la vida, en el paraíso o en la nueva ciudad del Gran rey
Mesías, sino ha recibido en su corazón y en toda su vida sus
bendiciones terrenales y del paraíso, también, del pacto
eterno del sacrificio supremo, de la sangre del Cordero
Escogido de Dios. Porque el que entré a la nueva vida del
reino de los cielos, realmente, tiene que haber recibido
muchas, si no todas, sus bendiciones de parte de su Dios y de
su Hijo amado, el Señor Jesucristo, para seguir viviendo su
vida celestial e infinita, por la cual fue creado en las
manos de Dios, en el cielo.

Porque así como se necesita poder en la tierra para vivir una
vida humana, pues aun mayor en el más allá, se necesita mucho
más poder de Dios y del Señor Jesucristo, para contrarrestar
y, a la vez, destruir cada una de las artimañas de Lucifer y
de sus ángeles caídos, por ejemplo, para poder vivir en el
paraíso eternamente. Para que no nos vuelva a suceder lo que
le sucedió a los ángeles del cielo, por ejemplo, en el día de
la rebelión de Lucifer y de sus ángeles caídos.

O, también, lo que le sucedió a Dios y a su Árbol de la vida,
cuando Lucifer se acerca a la serpiente con gran engaño en su
corazón, para engañar a Eva y luego finalmente destruir la
vida de Adán en el paraíso y a cada uno de sus descendientes,
también, en sus millares, por doquier, en toda la tierra.
Entonces nuestro Padre Celestial no desea volver a ver ningún
mal así, como las que he mencionado anteriormente, en toda su
nueva creación celestial y en su nueva tierra, también, sino
todo lo contrario.

Nuestro Dios sólo desea ver vida en abundancia en el cielo y
por toda su nueva creación, también, incluyendo a toda la
tierra de nuestros días, por ejemplo, renovada completamente
por el poder del sacrificio del Señor Jesucristo, sobre su
altar celestial, la roca eterna, con nuevas tierras y con
nuevos cielos, para comenzar la nueva eternidad venidera del
más allá. Es por eso, que Él mismo nos ha provisto de muchos
y poderosos poderes de su misma vida santa y la de su
Espíritu Santo, y han llegado a cada uno de nosotros, por
medio del nacimiento, vida, muerte y resurrección, del Árbol
de la vida eterna, ¡el Señor Jesucristo!, en la tierra
escogida de Israel, para este propósito infinito.

Porque fueron Adán y Eva quienes realmente primero
traspasaron con su mal proceder pecador a la vida santa, del
Árbol de la vida en el paraíso, en el día que Lucifer los
engaño con palabras llenas de mentira, enfermedades y muertes
eternas, de sus espíritus humanos ante Dios y ante toda su
creación, también, para que jamás vivan la felicidad. Pero
nuestro Dios ha cambiado todo esto, en la vida de Adán y de
cada uno de sus descendientes, en toda la tierra, si tan sólo
creen en sus corazones y así confiesan en sus oraciones,
suplicas, peticiones, ruegos y exclamaciones de gloria y de
honra, el nombre sagrado de nuestro Dios y de sus huestes
celestiales, ¡el Señor Jesucristo!

Es por eso, que todo lo que el hombre, la mujer, el niño y la
niña de la humanidad entera, haga en su vida en la tierra,
entonces ha de ser anotado en el libro del SEÑOR. Y las
buenas obras de ellos mismos y hacia los demás, nuestro Dios
siempre las ha de tener en perfecta memoria delante de su
presencia santa y en su trono santo, también, para bendecir
la vida de cada uno de ellos, en la tierra y hasta aun más
allá del infinito de la nueva eternidad venidera, del nuevo
reino celestial.

Y sus oraciones, así como sus alabanzas de gloria y de honra
junto con sus peticiones, ruegos e intercesiones han de
llenar las copas de oro, de nuestro Dios y de su Espíritu
Santo, sobre el altar celestial, el cual es su mismo Hijo
amado, ¡el Señor Jesucristo! Y cada una de estas oraciones,
de las que han salido de los corazones y de los labios de sus
fieles, ha de ser recordada por siempre, como una más de las
alabanzas, de los ángeles del cielo hacia su nombre honrado y
hacia su vida santísima del nuevo reino de los cielos, por
ejemplo.

Además, en estas copas de oro han de estar cada una de las
palabras que hayan leído delante de Dios, y de las que han
salido de tus labios, también, para hablar con Él y con su
Espíritu Santo, por medio del espíritu de vida, de la sangre
santísima del pacto eterno de su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo! Porque cada una de tus oraciones y todas tus
alabanzas, de gloria y de honra hacia Él y hacia su nombre
sagrado de su Hijo amado, es realmente para nuestro Dios una
gloria y una honra mucho mayor, de las que los ángeles le han
ofrecido a Él, a través de los siglos y hasta nuestros días,
también, por ejemplo.

Es por eso, mi estimado hermano y mi estimada hermana, que
cada uno de tus pensamientos, de tus sentimientos, de tus
palabras y de tus acciones, están escritos en el libro del
SEÑOR, para bendecirte o para juzgarte de acuerdo a cada una
de las cosas o palabras que han salido de ti, sean para bien
o sean para mal. Y si el Señor Jesucristo vive en tu corazón,
para cumplir la voluntad perfecta de Dios en tu vida,
entonces ninguno de tus pensamientos, ni de tus sentimientos,
ni de tus palabras ni de tus malas acciones, han de ser
recordados jamás, sino que han de estar en el fondo del mar,
del lago de fuego, en el más allá.

Y nadie jamás las traerá a la memoria del SEÑOR y de su
Espíritu Santo, porque la sangre del Señor Jesucristo las
habrá borrado del libro del SEÑOR, para solamente acordarse
de cada una de las buenas palabras y buenas acciones que
hayan salido de ti, en el nombre sagrado de tu único salvador
de tu vida, ¡el Señor Jesucristo! Y, por ello, sólo has de
conocer la vida eterna, para vivir la felicidad infinita de
tu Dios y de tu Árbol de vida eterna, su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, como debió de ser en ti y en toda tu vida, desde
el comienzo de todas las cosas, en el paraíso, por ejemplo,
con Adán y Eva.

Por eso, hoy en día y como siempre, cada una de tus palabras,
de oración y de alabanzas, de glorias y de honras para tu
Dios, vive en los cielos guardada, para ser recordada desde
el libro del SEÑOR, por los ángeles del cielo día y noche
delante de su presencia santa y de su Cordero Eterno, ¡el
Señor Jesucristo! Y así Dios jamás ha de olvidarse de ti, en
la tierra ni menos en la eternidad venidera, como jamás se ha
de poder olvidar de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, en su
corazón y en toda su alma santísima, también, para siempre.

Es decir, que así como le es imposible para Dios olvidarse de
su Hijo amado y de su vida santa, pues así también Dios jamás
ha de poder olvidarse de ti ni de ninguna de tus buenas
palabras y acciones, porque cada una de ellas es para la
eternidad; por lo tanto, jamás han de morir, sino todo lo
contrario. Cada una de tus palabras y buenas acciones sólo
han de vivir para seguir creciendo, en gloria y en honra
eterna para nuestro Dios, para su Espíritu Santo y para su
Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, en tu nueva vida celestial
del nuevo reino de los cielos, en la eternidad venidera.

OREN UNOS POR OTROS, PARA QUE SEAN SANADOS DE SUS MALES

Es decir, que se confiesen unos a otros sus pecados, mis
estimados hermanos y mis estimadas hermanas, y oren unos por
otros, también, de manera que sean sanados de sus males, para
que nuestro Dios sea glorificado en sus vidas, desde hoy
mismo y como siempre, en la eternidad venidera. Es por eso,
que la ferviente oración del justo, obrando eficazmente en su
corazón realmente puede mucho, delante de la presencia de
Dios, de su Espíritu Santo y de su Árbol de vida eterna, el
Señor Jesucristo, para resolver cualquier problema y cambiar
la vida del hombre, y hasta sí fuese necesario levantarlo de
entre los muertos, también.

Porque para nuestro Padre Celestial que está en los cielos
nada es imposible, cuando la oración, y el servicio sagrado a
su nombre santo, es realmente hecho en el nombre bendito y
sobrenatural de su Árbol de vida eterna, su Hijo amado, ¡el
Señor Jesucristo! Por eso, es requetebueno confesar sus
pecados delante de Dios y entre ustedes mismos, también, si
así lo deseasen hacer, para que Dios sea glorificado en sus
vidas, y sus pecados les sean perdonados, desde hoy mismo y
para siempre, en la eternidad venidera de la nueva vida
celestial e infinita.

Dado que, ningún hombre, mujer, niño o niña, ha de ver la
vida eterna, si no se ha arrepentido de sus pecados, creyendo
en su corazón e invocando con sus labios: el nombre salvador
de su alma eterna, ¡el Señor Jesucristo! Porque sólo en la
invocación del nombre sagrado de Dios es que realmente está
todo perdón de pecado y toda bendición sobre la tierra, para
luego entrar en su totalidad, a la vida eterna del nuevo
reino de los cielos, en el más allá.

Así pues, es bueno que el hombre ore por su hermano y por su
hermana, para que sean sanados de muchos males y hasta de
enfermedades terribles, que ni aun la ciencia ha podido
realmente controlar ni menos sanar, en los cuerpos
espirituales y corporales de los hombres y mujeres de la
humanidad entera. Entonces oren siempre los unos por los
otros, para que los poderes de las profundas tinieblas del
más allá, de Lucifer y de sus ángeles caídos, por ejemplo, no
se enseñoreen sobre sus vidas, como le sucedió a Eva y luego
a Adán, sin que se den cuenta de nada, hasta que ya fue
demasiado tarde para todos, por doquier.

Visto que, el enemigo eterno de Dios y del Espíritu Santo,
Lucifer, es sagaz, y sabe muy bien cuando atacar a sus
víctimas, especialmente cuando aun no han orado a su Dios y
Creador de sus vidas, en el nombre sagrado de su Hijo amado,
el Señor Jesucristo, para que entonces sean protegidos de sus
terribles poderes, del más allá. Porque para Dios la
ferviente oración del hombre justo y de la mujer justa de
toda la tierra, orando siempre con su corazón levantado hacia
Él y hacia su Espíritu Santo que están en los cielos,
realmente puede mucho en contra de los males del enemigo, y
muy especialmente para resolver aun los problemas más
difíciles de la vida. Porque son los poderes sobrenaturales
del Espíritu de Dios que necesita la vida del hombre, para
resolver cada uno de sus problemas, grandes o pequeños, en el
nombre sagrado del Señor Jesucristo.

Y, a la vez, poderosa es la oración, siempre hecha en el
nombre del Señor Jesucristo, para hacer maravillas, milagros
y hasta prodigios fenomenales día y noche, en la tierra y en
el paraíso, también, en la vida del hombre de la mujer, del
niño y de la niña de la humanidad entera, de todos los
tiempos. Y nuestro Dios ha querido hacer de todo hombre,
mujer, niño y niña, un ferviente orador de su nombre santo,
por medio del espíritu de la vida eterna, de su Hijo amado,
el Señor Jesucristo, para que su voluntad santa sea hecha en
la tierra, ni más ni menos, así como es en el cielo con sus
seres santos.

Porque en el reino de los cielos, los ángeles oran también,
al Padre Celestial, en el nombre sagrado de su Árbol de vida
eterna, el Señor Jesucristo, para que sus vidas mejoren aun
mucho más que antes. Porque sin el conocimiento del Señor
Jesucristo en sus corazones y en sus espíritus celestiales,
entonces ninguno de ellos, aunque jamás ha conocido a Dios,
como sólo el Hijo le conoce, entonces también viviría su vida
celestial ciego y sin esperanza alguna en su corazón, en su
reino celestial, como el pecador del mundo entero, sin Cristo
en su vida.

Entonces el Señor Jesucristo viviendo en el corazón del
hombre es tan importante en su vida, como lo es de
importante, en la vida del ángel, arcángel, serafín, querubín
y demás seres celestiales del más allá, de la vida santa del
reino de los cielos, hoy en día y por siempre, en la
eternidad venidera del nuevo reino de Dios. Es por eso, que
los ángeles del cielo, grandes y pequeños, oran, alaban,
honran y glorifican a nuestro Padre Celestial día y noche, en
el nombre sagrado de su único Árbol de vida y de salud
infinita, ¡el Señor Jesucristo!

En vista de que, sólo el Señor Jesucristo es su Árbol de vida
delante de Dios y de su Espíritu Santo, para seguir viviendo
sus vidas eternas, en el reino de los cielos. Y así también
han de ser sus vidas celestiales, a través de los siglos y
por siempre en el nuevo reino de los cielos, fieles
eternamente delante de nuestro Padre Celestial, por medio del
Señor Jesucristo.

Y Dios desea lo mismo en la tierra de nuestros días y de
siempre, con todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad
entera, comenzando con Israel, por ejemplo, para que su
voluntad santa y perfecta de su corazón y de su Árbol de vida
eterna sea entonces hecha una realidad infinita en la tierra,
como en el cielo. Para que de esta manera única, entonces
nuestro Dios sólo viva la felicidad de su corazón y de su
alma santísima, al ver a sus ángeles juntos con los hombres,
mujeres, niños y niñas de todas las familias, razas, pueblos,
linajes, tribus y reinos de la tierra, viviendo unidos
perpetuamente, como en una sola familia celestial e infinita
del cielo.

Si, viviendo juntos eternamente y para siempre, como en una
familia infinita de ángeles y de hombres de la nueva vida, de
su Árbol de vida, en la tierra santa de nuestro primer
nacimiento y de nuestro Dios, ¡el Todopoderoso!, único
Creador del cielo y de la tierra. Y nuestro Dios desea que
éste gran día celestial llegue ya a la vida, de cada uno de
sus ángeles del cielo y de cada hombre, mujer, niño y niña de
la humanidad entera, en el paraíso y por toda la tierra, del
ayer y de toda la vida, también, para empezar ya su nuevo
reino celestial.

Es por esta razón, que así como nuestro Dios y su Árbol de
vida, el Señor Jesucristo, desean juntos con los ángeles del
cielo y con su Espíritu Santo, para que estos días de gran
gloria eterna del nuevo reino de los cielos se haga una
realidad ya, en sus vidas y en las nuestras, también, sin más
demora alguna. Porque su Hijo amado le ha puesto fin al
pecado de la humanidad entera, y el ángel de la muerte morirá
en su día final, sin que nadie jamás se duela por él, ni por
su mala vida, delante de Dios y delante de cada uno de sus
seres creados, como ángeles del reino y hombres del mundo,
por ejemplo.

Es por esta razón, también, mi estimado hermano y mi estimada
hermana, que tu oración, alabanza, honra y gloria a tu Dios
que está en los cielos, en el nombre sagrado de su Hijo
amado, ¡el Señor Jesucristo!, es de suma importancia para
escribirla en su libro santo y eterno. Y sólo así entonces Él
mismo llenar sus copas de oro de su altar infinito, con el
aroma grato de tus oraciones, de tus alabanzas, de tus
glorias, de tus honras a su nombre celestial del Señor
Jesucristo, como recuerdo de ti y de los tuyos también para
Él, para su Espíritu y para su nueva vida infinita del cielo.

ACERQUEMOSNO AL TRONO DIVINO Y HALLAREMOS FAVOR EN DIOS

Entonces hoy más que nunca: Acerquémonos, pues, con confianza
al trono de la gracia, de nuestro Padre Celestial que está en
los cielos, para que alcancemos misericordia y encontraremos
gracia, sin lugar a duda, para el oportuno socorro de
nuestras vidas, en todos los lugares de la tierra. Porque
para esto nuestro Dios está sentado sobre su trono de la
gracia, de la verdad y de la misericordia infinita, para
ayudarnos en todo momento que lo necesitemos a Él, en
nuestras vidas cotidianas.

Por ejemplo, podemos ver también a su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, clavado en la cruz de los arboles secos y sin
vida alguna de Adán y Eva, para destruir todo mal del pecado
y hasta la muerte del infierno, también. Pero de la cruz ya
fue bajado por los hombres que lo amaban y lo respetaban
mucho, para ser puesto en su sepulcro, para que al Tercer
Día, entonces resucitar y levantarse del vientre del mundo
entero, no como antes, sino con mayor gloria infinita, para
darnos vida en abundancia en la tierra y así también, en el
paraíso, eternamente.

Y desde aquel día, que nuestro Señor Jesucristo se levanto de
entre los muertos, ha sido todo gloria y poder para darnos a
cada uno de nosotros, en nuestros millares, de todas las
familias, razas, pueblos, linajes, tribus y reinos de toda la
tierra. Y cuando finalmente fue levantado, hasta lo más alto
del reino de Dios, ha sido para preparar nuevos lugares de
vida eterna para todos nosotros, para que tengamos un lugar
en donde vivir con nuestro Dios y con su Espíritu Santo,
rodeado por siempre de ángeles gloriosos en la eternidad.

Por lo tanto, nuestro salvador eterno ha preparado mansiones
celestiales, para nosotros volver a vivir con Él, en su
tierra y bajo sus cielos, para jamás volver a conocer la
mentira ni su maldad eterna, ni la amenaza del fuego eterno
del infierno y del lago de fuego, también, en el más allá,
sino todo lo contrario. Porque en nuestros nuevos lugares de
vida eterna, sólo hemos de conocer y vivir el espíritu de
amor y la felicidad infinita, de nuestro Dios y de sus
huestes celestiales, para jamás volver a conocer el mal de
nadie, ni de ángel caído del cielo ni de hombre rebelde del
paraíso o de la tierra, para siempre.

Y todo esto glorioso hemos de recibir de nuestro Dios, ni más
ni menos, sólo por haber creído en Él, por medio de una
oración de fe, en el nombre de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, arrepintiéndonos de nuestros pecados para
recibir, de parte de nuestro Dios: sólo bendición y
finalmente la vida eterna, en el nuevo reino eternal.
Entonces si hoy en día deseas más que nunca en tu corazón
acercarte a tu Dios, lo deberás de hacer sólo por medio de la
vida y del nombre sagrado de su Árbol de vida eterna, ¡el
Señor Jesucristo!

Pues entonces no hagas nunca, como Adán y Eva hicieron en el
paraíso, cuando se acercaban cada vez más y más a su Dios, y
lo hicieron así por medio de la palabra de mentira, de
Lucifer en los labios de la serpiente antigua. Entonces
nuestro Dios no los recibió como tales, como sus hijos, sino
que los mantuvo alejados a ambos, por completo de su
presencia sagrada y de su Árbol de vida, por su culpa, por su
pecado y por su rebelión a Él y a su fruto de vida eterna, su
Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!

Por lo tanto, nuestro Dios los rechazo a ambos por haber
desobedecido a su mandato de no sólo comer de los frutos del
paraíso, sino que también debieron de haber comido de su
Árbol de vida eterna, el Señor Jesucristo, primero; y no lo
hicieron así, causando su enojo y juicio en contra de ellos y
de sus descendientes, también. Es decir, que ambos pecaron
delante de su Árbol de vida, y el SEÑOR los castigo no sólo a
ellos, sino que también éste castigo descendido hacia cada
uno de sus descendientes, en todos los días de vida por la
tierra, como sucede hoy en día en el mundo entero, por
ejemplo, en donde vive el hombre con los suyos.

Y por culpa de éste pecado, entonces ninguno de ellos conoce
a su fruto de vida eterna en su corazón, ni menos a su Dios,
sino que sólo las profundas tinieblas de las palabras
mentirosas, de Lucifer y de la serpiente antigua, invaden sus
vidas día y noche, hasta que finalmente dejan de existir
sobre la faz de la tierra. Entonces no pequemos como Adán y
Eva, al intentar acercarnos a Dios por otro medio que no sea
"primero" su fruto de vida eterna, el Señor Jesucristo, sino
que hagamos por siempre lo correcto y lo justo, para cumplir
toda verdad y toda justicia con Él, en el paraíso, en la
tierra y en su nuevo reino celestial, también.

Y esto es de que, verdaderamente, cada uno de nosotros,
invoque su nombre en lo profundo de nuestros corazones y con
nuestros labios, pues, llamando al salvador de nuestras
vidas, quien tiene en si, los poderes y autoridades de salud
y de vida de parte de nuestro Dios, para librarnos entonces
de nuestros males y darnos vida en abundancia diariamente.
Entonces habiendo aprendido de la lección de Adán, por
ejemplo, entonces acerquemos a Él, por medio de su fruto de
vida y de salud eterna, para no pecar más en contra de Él y
de su vida santa del paraíso y del nuevo reino celestial, y
así alcanzar el oportuno favor de nuestro Dios día y noche y
sin cesar.

El oportuno favor celestial de nuestro Padre Celestial, el
cual necesitamos día y noche para subsistir en nuestras vidas
por toda la tierra, para que jamás nos falte ningún bien y
lleguemos sanos y salvos con nuestros pies firmes, a la nueva
tierra infinita del más allá, del nuevo reino de los cielos.
Porque nuestro Dios está muy deseoso de que cada uno de
nosotros, reciba día y noche de sus muchas bendiciones
sobrenaturales en nuestras vidas, por medio de sus dones
espirituales de su Espíritu Santo y de su Árbol de vida, el
Señor Jesucristo, si tan sólo creemos en Él, en nuestros
corazones, con nuestros labios y con nuestras manos, también.

Y esto sólo puede ser posible en nuestras vidas, de hoy en
día y de siempre, si en nuestros corazones y con nuestros
labios confesamos en oración su nombre salvador, el de su
unigénito, ¡el Señor Jesucristo!, para abrir las ventanas del
cielo, y hacer así que cada uno de sus milagros, maravillas,
llegue a nuestras vidas, sin demora alguna. Porque nuestro
Dios sólo nos ha de atender, cuando nos acercamos a Él, por
medio de la oración, de la alabanza y de la gloria a su
nombre santo, en el nombre sagrado de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo.

Por esta razón, nuestro Dios jamás ha prestado atención a
ningún hombre o mujer de toda la tierra, que se haya acercado
a Él, por otros medios extraños, como de ídolos o de
imágenes, sino que nuestro Dios sólo oye y bendice, a la vez,
a los que se acercan a Él, por medio de la invocación del
Señor Jesucristo. Porque la verdad es que nuestro Dios es
fiel a la palabra santa y a cada letra con significado eterno
de sus tildes de su Ley Viviente, la cual jamás ha de
quebrantar por ninguna razón ni para atender a ninguno de sus
ángeles u hombres del paraíso o de la tierra.

PERSUADIDO ESTOY DE QUE DIOS LOS AMA PARA LA ETERNIDAD

Pero aunque les escribo así, entonces siempre lo hago, porque
estoy más que persuadido de que no sólo Dios los ama, con el
mismo amor que ha amado a su Árbol de vida eterna, su Hijo
amado, y a su Espíritu Santo, con cada uno de sus ángeles del
cielo, sino mucho más que todo esto, en verdad. Porque en
cuanto a ustedes, hoy en día y como siempre, Dios mismo tiene
grandes bendiciones ya listas, listas en el cielo, en la
tierra y en las aguas debajo de la tierra, para
entregárselas a todos ustedes, en sus millares, por doquier,
si tan sólo creen en Él, por medio de su fruto de vida
eterna, ¡el Señor Jesucristo!

Porque esto es la suma de toda la historia de Dios para con
el hombre, en el paraíso y por toda la tierra, también, de
que cada uno de los descendientes de Adán ame de verdad a su
Hijo amado, su Gran rey Mesías, el Señor Jesucristo. Porque
sólo el Señor Jesucristo es la oración perfecta (y constante)
en su corazón bendito, en el corazón de los ángeles del
cielo, y así también, en el corazón de cada hombre, mujer,
niño y niña de la humanidad entera, en el paraíso y en toda
la tierra, también.

Porque la realidad es, también, que nuestro Dios no es
injusto para con ninguno de sus seres creados, por sus
palabras, por su nombre como los ángeles del cielo, o por sus
manos santas, como el hombre del paraíso y de toda la tierra,
de hoy y de siempre, por ejemplo. Por lo tanto, Dios oye la
oración de cada uno de ellos, constantemente día y noche y
sin cesar jamás, por amor, por respeto y para gloria eterna
de su Árbol de vida eterna, su Hijo amado, en la vida de cada
uno de sus seres creados, eternamente y para siempre.

Y cada una de estas oraciones, desde la primera hasta la
ultima, es el mayor tesoro de su corazón santísimo, para su
vida venidera, en el nuevo reino celestial, como en el
paraíso o como en su Nueva Jerusalén Celestial, Eterna e
Infinita del cielo, por ejemplo, para vivirlas con sus
ángeles y con su humanidad infinita, para siempre. Y, hoy en
día, como en los días nuevos y largos de la eternidad
venidera, nuestro Dios se acordara por siempre no sólo de
cada una de sus oraciones, alabanzas, ruegos, exclamaciones
de su nombre santo, las cuales las tiene atesoraras en sus
copas de oro y escritas en su libro, sino que también se
acordara de sus buenas acciones.

Porque como cada oración, ruego, alabanza, gloria, honra y
así también cada una de sus buenas acciones no solamente
están escritas en su libro celestial, sino que rebosan en las
copas de oro, para gloria y para honra infinita de la nueva
vida infinita de la eternidad venidera del más allá. En la
nueva eternidad celestial, en donde Dios mismo las ha de
traer a la memoria de sus ángeles y de sus gentes, para
exaltar su nombre santo, aun mucho más que antes, en su vida
y en la vida de cada uno de sus fieles, por los siglos de los
siglos venideros, en el nuevo reino de los cielos.

Además, nuestro Dios desea que tú mismo estés ahí con Él y
con cada uno de los tuyos, de todas las familias, razas,
pueblos, linajes, tribus y reinos de la tierra, para seguir
viviendo su vida santa y perfecta, la de su unigénito, su
Árbol de vida eterna, en tu corazón y en toda tu alma
viviente y glorificada, también. Y toda buena obra de sus
corazones, de sus labios y de sus manos no se perderá jamás
su recompensa correcta, de la vida santa del reino de los
cielos, sino que Dios mismo las ha de entregar a cada uno de
sus fieles, en su día y sin más demora alguna, para gloria
infinita de su nombre celestial.

Por cuanto, la promesa de Dios es para todo el mundo, para
todo aquel que tan sólo le haya dado un vaso de agua a uno de
los suyos, por ejemplo, por el sólo hecho de ser su siervo o
su sierva; pues nuestro Dios ha prometido que jamás perderá
su recompensa, en esta vida ni en la venidera, tampoco.
Entonces deseamos siempre que cada uno de ustedes viva la
misma diligencia espiritual en su corazón, en su vida, para
con los demás, sin dejar de bendecir con sus palabras, con
sus hechos y hasta con sus mismas vidas, la vida de los
demás, familiares, amistades y hasta extranjeros, también.

Para que haciendo así en sus vidas cotidianas, lo correcto,
lo justo, lo verdadero, pues entonces alcancen la plena
certidumbre de la esperanza y de la fe salvadora, día a día y
hasta el final de sus días por la tierra, a fin de que no
sean perezosos en ningún momento de sus vidas, sino todo lo
contrario. Y esto es de que estén por siempre listos para
servirle a su Dios y a su salvador celestial de sus almas
eternas, ¡el Señor Jesucristo!, para que nuestro Dios se
glorifique cada vez más en sus mismas vidas de siempre.

Para que aprendan a ser por siempre, con la ayuda diaria e
idónea de los dones sobrenaturales del Espíritu, siervos y
siervas de gloria y de honra infinita para nuestro Padre
Celestial y para su nombre santo, en la tierra y en el
paraíso, también, desde hoy y por siempre, en la eternidad
venidera del nuevo reino celestial. Porque la gloria y la
honra que nuestro Dios ha de disfrutar, desde hoy mismo en tu
vida y en los nuevos días venideros de la nueva eternidad
celestial, están en tu corazón y en tus mismos labios,
también, mi estimado hermano y mi estimada hermana, aunque no
lo sepas (o no lo entiendas así delante del SEÑOR).

Y nuestro Dios espera por ti, pacientemente, para que se las
entregues a Él, si fuese posible desde hoy mismo, para que su
corazón santo y su alma gloriosa se comiencen a gloriar en tu
vida y en la vida de los tuyos, también, en la tierra y así
también en el paraíso venidero del nuevo reino celestial. En
el paraíso venidero de Adán y de Eva, el cual ha sido
transformado desde la antigüedad por las manos del Señor
Jesucristo, en un nuevo reino de los cielos, para ángeles del
cielo y para la humanidad entera de la tierra, también, de
hoy y de siempre.

Entonces todo lo que Dios le ha prometido al hombre, se lo ha
cumplido, sin faltar jamás a ninguna de sus buenas palabras
ni a ninguna de sus buenas promesas de vida y de salud
infinita, por medio del juramento eterno, del espíritu de la
vida sagrada de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Porque
lo que nuestro Padre Celestial le prometio a su siervo
Abraham lo ha cumplido, sin fallarle a Él ni a ninguno de sus
descendientes, tampoco, en sus millares, en todos los lugares
de la tierra, del ayer y de siempre, también.

Porque la verdad es que también nuestro Padre Celestial ha
hecho cada uno de sus juramentos para con Abraham y para con
cada uno de sus siervos y de sus siervas, en todos los
lugares de la tierra, por amor al espíritu de la sangre
viviente, de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Por lo
tanto, ha jurado nuestro Dios por amor a su mismo nombre,
porque no hay otro nombre mayor que Él, para jurar más alto
que ese nombre sagrado, glorioso y eternamente honrado que ha
vivido por siempre en el mismo corazón de su Hijo amado, el
Señor Jesucristo, desde la antigüedad y hasta nuestros días,
por ejemplo.

Es por eso, que podemos confiar en nuestro Dios y en cada una
de sus palabras, cada vez que nos postramos ante Él, para
orar, para elevar nuestras almas eternas hacia su altar
celestial, del trono perfecto de la gracia y de la
misericordia infinita, para que nos perdone nuestros pecados
y nos redima del mal del enemigo eterno, también.

TUS PALABRAS SÉ OIRAN Y TUS OBRAS SÉ VERÁN, EN EL JUICIO
FINAL

En el cielo, cuando se abra el libro del SEÑOR para leer sus
contenidos, entonces se leerán las palabras y las acciones de
los hombres, mujeres, niños y niñas de toda la tierra. En
aquel día, Dios ha de ser glorificado por las buenas palabras
y por las buenas acciones de sus hijos e hijas de todas las
familias, razas, pueblos, linajes, tribus y reinos, de los
cuales creyeron en Él, por medio del espíritu de la vida
sagrada, de la sangre del pacto eterno de su Cordero
Escogido, ¡el Señor Jesucristo!

En éste día, los cuatros seres vivientes y los veinticuatro
ancianos, los cuales siempre están delante del trono de Dios,
entonces se postraran ante el Cordero Celestial, ¡el Señor
Jesucristo!, para reconocerlo como el Señor de señores y Rey
de reyes, para gloria y para honra infinita de nuestro Dios y
Padre Celestial que está en los cielos. Cada uno de ellos
tendrá un arpa musical en sus manos, para honrarlo y para
exaltarlo como el Hijo de Dios, delante de la presencia de
nuestro Dios y Padre Celestial, junto con su Espíritu Santo y
sus huestes celestiales, de la vida sagrada del reino de los
cielos.

En este día, el Señor Jesucristo ha de ser exaltado
poderosamente por los ángeles, para alegrar el corazón santo
de nuestro Padre Celestial y de sus huestes celestiales del
nuevo reino celestial, en el más allá y por toda la tierra,
también. Y todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad
entera, ha de arrodillarse ante el SEÑOR para declarar con
sus labios, de que sólo Él es el SEÑOR de sus vidas, para
gloria infinita de la nueva vida celestial del nuevo reino
celestial, como la Nueva Jerusalén Santa y Perfecta de Dios y
de su Espíritu Santo.

Puesto que, ha de ser de esta manera, que desde aquel día en
adelante, los ángeles juntos con la humanidad entera del
paraíso y de la tierra han de tener que reconocerle día a día
a Él, ¡cómo el Santo de Dios, para miles de siglos venideros,
para gloria y para honra infinita de nuestro Dios, en la
eternidad venidera! Porque el Señor Jesucristo ha de tener
que ser honrado, así como los ángeles, arcángeles, serafines,
querubines y demás seres santos del cielo lo han hecho a
través de los siglos, pero con mayor gloria y con mayor honra
que antes esta en vez, en sus corazones y en sus vidas
celestiales del reino infinito.

Pues así también cada hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, que haya sido redimido por los poderes y
por las autoridades sobrenaturales, de la sangre del pacto
eterno, de nuestro Señor Jesucristo, en el cielo y por toda
la tierra, también. Pero antes que este gran día entré de
lleno a la nueva eternidad venidera con toda su pompa y
gloria celestial, celebrada en los corazones y en las vidas
de ángeles y de hombres de la humanidad entera, entonces
Lucifer tendrá que arrodillarse y cada uno de sus ángeles
caídos, también, ante el Señor Jesucristo.

Y ellos lo han de hacer así con las gentes de la mentira
eterna, también, para confesar con sus labios, de que el
Señor Jesucristo es el SEÑOR de la vida, para gloria y para
honra perpetua de nuestro Dios que está sentado en su trono
de gran gloria y de gran honra infinita, en su nuevo reino
celestial. Y sólo entonces Lucifer con sus seguidores amantes
de la mentira será lanzado a su lugar eterno, en el más allá,
entre las llamas ardientes del juicio eterno del infierno y
del lago de fuego, para que nunca más se vuelva a burlar de
la verdad, del camino y de la vida santa del Árbol Divino, ¡
el Señor Jesucristo!

Y las naciones con sus familias, razas, pueblos, linajes,
tribus y reinos de la humanidad entera, han de entrar
entonces a la vida eterna, tomados de la mano de su Señor y
salvador de sus vidas, ¡el Señor Jesucristo!, delante de
nuestro Dios y de sus ángeles, lideradas y llenas por su
Espíritu Santo para una vida nueva y mayor. Y ellos con su
Dios sobre su trono santo, entonces han de empezar un nuevo
reino con una nueva vida infinita, libre del pecado y de toda
maldad de mentira y de muerte de Lucifer y de sus seguidores
malvados, para sólo adorar y honrar a nuestro Dios y a su
Árbol de vida eterna, para la nueva eternidad celestial.

Y entonces las arpas han de resonar con gran poder y con gran
gloria celestial, porque por fin nuestro Dios junto con su
Hijo amado, ha de comenzar a gozar de la nueva vida
celestial, libre de la presencia del espíritu de la mentira,
y sólo habrá verdad y justicia infinita para sus hijos e
hijas, eternamente y para siempre.

El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre Celestial y de su
Jesucristo es contigo.


¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en
el nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman,
Señor. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras
almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y
sobrenatural, en la tierra y en el cielo, también, para
siempre, Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo amado, el
Señor Jesucristo.

LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo
a la verdad de Dios y al poder de Dios en tu vida. Un
tropiezo eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en
tu vida, de acuerdo a la voluntad perfecta del Padre
Celestial y de su Espíritu Eterno. Pero todo esto tiene un
fin en tu vida, en ésta misma hora crucial de tu vida. Has de
pensar quizá que el fin de todos los males de los ídolos
termine, cuando llegues al fin de tus días. Pero esto no es
verdad. Los ídolos con sus espíritus inmundos te seguirán
atormentando día y noche entre las llamas ardientes del fuego
del infierno, por haber desobedecido a la Ley viviente de
Dios. En verdad, el fin de todos estos males está aquí
contigo, en el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo.
Cree en Él, en espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en
Él, escaparas los males, enfermedades y los tormentos eternos
de la presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de
espíritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de
los tuyos también, en la eternidad del reino de Dios. Porque
en el reino de Dios su Ley santa es de día en día honrada y
exaltada en gran manera, por todas las huestes de sus santos
ángeles. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano, mi estimada
hermana, has sido creado para honrar y exaltar cada letra,
cada palabra, cada oración, cada tilde, cada categoría de
bendición terrenal y celestial, cada honor, cada dignidad,
cada señorío, cada majestad, cada poder, cada decoro, y cada
vida humana y celestial con todas de sus muchas y ricas
bendiciones de la tierra, del día de hoy y de la tierra santa
del más allá, también, en el reino de Dios y de su Hijo
amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de Israel y de
las naciones!

SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en
tu corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en
abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha
venido diciendo así, desde los días de la antigüedad, desde
los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí".

SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas
ni les rendirás culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios
celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a
los que me aman y guardan mis mandamientos".

TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová
tu Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre
en vano".

CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero
el séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en
ese día obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que está
dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová hizo los
cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del
sábado y lo santificó".

QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que
tus días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te
da".

SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio".

SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio".

OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás".

NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de
tu prójimo".

DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu
prójimo".

Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y déshazte de todos
estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno
de los tuyos, también. Hazlo así y sin mas demora alguna, por
amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los
tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus
ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú no lo veas así,
en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos,
también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde
los días de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas,
en el día de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos
males en sus vidas, sino que sólo Él desea ver vida y vida en
abundancia, en cada nación y en cada una de sus muchas
familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y
digamos juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de
la presencia santa del Padre Celestial, nuestro Dios y
salvador de todas nuestras almas:

ORACIÓN DEL PERDÓN

Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la
memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo
amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el
cielo así también en la tierra. El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en
tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Amén.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre
Celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no
perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la
VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO,
sino es POR MÍ". Juan 14:

NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.

¡CONFÍA EN JESÚS HOY!

MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA
TI Y LOS TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de
éste MUNDO y su MUERTE.

Dispónte a dejar el pecado (arrepiéntete):

Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al
tercer día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que
entré en tu vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.

QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ
DECIRLE AL SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di:
Dios mío, soy un pecador y necesito tu perdón. Creo que
Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi
pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a
venir a mi corazón y a mi vida, como mi SALVADOR.

¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No
_____?

¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?

Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de
una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con
Dios, orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate
en AGUA y en El ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y
sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es
predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los demás.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del
evangelio de Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender
más de Jesús y de su palabra sagrada, la Biblia. Libros
cristianos están disponibles en gran cantidad en diferentes
temas, en tu librería cristiana inmediata a tu barrio,
entonces visita a las librerías cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros están a tu disposición, para que
te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti,
para que te goces en la verdad del Padre Celestial y de su
Hijo amado y así comiences a crecer en Él, desde el día de
hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la
paz de Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras
oraciones. Porque ésta es la tierra, desde donde Dios lanzo
hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras
bendiciones y salvación eterna de nuestras almas vivientes. Y
nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: "Vivan tranquilos
los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén". Por causa de mis
hermanos y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti, siempre
Jerusalén". Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en
el cielo y en la tierra: imploraré por tu bien, por siempre.

El libro de los salmos 150, en la Santa Biblia, declara el
Espíritu de Dios a toda la humanidad, diciéndole y
asegurándole: - Qué todo lo que respira, alabe el nombre de
Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso! Y esto es, de toda
letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo
corazón, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y
loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas,
como antes y como siempre, por la eternidad.

http://www.supercadenacristiana.com/listen/player-wm.asp?
playertype=wm%20%20///


http://www.unored.com/streams/radiovisioncristiana.asx


http://radioalerta.com

0 new messages