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(IVÁN): EL NUEVO HOMBRE y su OBEDIENCIA A DIOS

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Elio Ivan Valarezo

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Dec 9, 2006, 9:11:52 PM12/9/06
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Sábado, 09 de diciembre, año 2006 de Nuestro Salvador Jesucristo,
Guayaquil, Ecuador - Iberoamérica


(Este Libro fue Escrito por Iván Valarezo)


EL NUEVO HOMBRE y su OBEDIENCIA A DIOS

Nuestro Dios ha creado un nuevo hombre en todo hombre, mujer, niño y niña
de la humanidad entera, que tan sólo "le obedezca a Él", como su único Dios
Verdadero, en el espíritu y en la verdad viviente de su Árbol de vida
eterna, su único Gran Rey Mesías, su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!

Entonces nuestro Padre Celestial se acerca a Abraham en su día, cuando
buscaba la salvación para Adán y cada uno de sus descendientes, en sus
millares, como la arena del mar, por ejemplo, de todas las familias,
familias, razas, pueblos, linajes, tribus y reinos de la tierra. Y le dijo
entonces: --Más tú guardarás mi pacto, tú y tus descendientes después de
ti, a través de sus generaciones, en todos los lugares de la tierra.

Por cuanto, mi pacto contigo es de sangre, de la sangre santa de la vida
misma, gloriosa e infinita, del reino de los cielos. Ésta es una sangre que
vive por los siglos de los siglos y jamás ha conocido la humillación del
pecado ni de su muerte eterna, tampoco. Además, ésta sangre sólo podrá
venir a ti y a cada uno de tus hijos e hijas, de las muchas naciones que
saldrán de ti, por medio de la llegada a tu vida, de tu hijo muy esperado.
Y sólo Él hará un nuevo hombre para todo pecador y pecadora de la tierra,
para su nueva vida infinita, en el reino de los cielos.

Porque en éste hijo tuyo y de tu esposa, Sara, vendrá a ti, con "la
semilla" del salvador del alma viviente, del hombre y de toda la tierra,
también, para nunca más volver a vivir ni menos morir por el poder del
pecado, en esta vida ni en la venidera tampoco, en el reino de los cielos.
Y Abraham le creyó a Dios de todo corazón, en su palabra santa y
eternamente limpia; por tanto, decidió Abraham obedecer a su Dios, desde
aquel momento en adelante, como "un nuevo hombre", para empezar no solo una
nación para él, sino muchas en toda la tierra, para el nuevo reino de los
cielos, de Dios y de su Hijo.

Porque la promesa de Dios para Abraham era de que él seria: "Padre de
muchas naciones". Por lo tanto, al ver Abraham su pasado sin hijo con su
esposa Sarai (porque ese era el nombre de ella, en el principio, cuando
Dios se le manifestó a Abraham), aun así le creyó a Dios, en su promesa
redentora de salvar al hombre y a toda la tierra, también, de aquellos días
y de siempre.

Y esto seria en Abraham, como también en el corazón de cada uno de sus
hijos e hijas, en sus millares, de todas las familias de la tierra, con
sólo creer en "la sangre bendita" de su hijo muy esperado, por él y por su
esposa Sara, por ejemplo. Y sólo así, la bendición y la salvación del alma
eterna del hombre llegan no sólo a la familia de Abraham sino a cada una de
todas las familias de las naciones de la antigüedad y de nuestros tiempos,
también. Pues esto era luz eterna para el hombre que vivía entre las
tinieblas de las palabras mentirosas de Lucifer y de la serpiente antigua,
en aquellos días y como hoy en día también, en toda nuestra tierra.

Porque sólo en la obediencia de Abraham, a la promesa de bendición y de
salvación infinita del poder del pecado, en la sangre sagrada de su hijo
venidero, Isaac, entonces todos los que creen igual que él con el espíritu
de fe, puesto en sus corazones y centrados en la sangre bendita de su Hijo,
podremos ver la vida eterna. Pues así, como el corazón de Abraham, el cual
buscaba la llegada a su vida y a la de los suyos, de su hijo muy esperado,
Isaac, entonces también todo hombre, mujer, niño y niña de todas las
naciones, de hoy y de siempre, esperan por Él, para ser bendecidos y
redimidos por "el pacto de la sangre de Cristo".

Por lo tanto, todos los que crean, al igual que el corazón de Abraham, en
la llegada a su vida, de la promesa del Cristo Celestial, entonces han de
ser bendecidos y perdonados de todos sus pecados, para que jamás vuelvan a
sufrir el mal del pecado ni la muerte eterna de todas sus enfermedades. Y
esto ha de ser con cada uno de ellos, redimidos en la tierra y en el más
allá, también, como del tormento eterno del infierno y del lago de fuego,
para que entonces vuelvan a ver la vida en los días venideros, la cual
perdieron por la negligencia de Adán y Eva, por ejemplo, en el paraíso.

Es decir, para que entonces sólo vuelvan a conocer: el gozo, la felicidad y
la vida eterna con sus muchas bendiciones y dones celestiales de su
Espíritu Viviente, en sus vidas terrenales y en sus nuevas vidas
celestiales, como en La Nueva Jerusalén Santa y Eterna, del nuevo reino de
Dios y de su Árbol de vida, el Señor Jesucristo. Hoy en día, mi estimado
hermano y mi estimada hermana, tú mismo has sido como Abraham o como Sara,
por ejemplo, esperando por mucho tiempo la llegada del Cristo, del Hijo de
Dios, para que cambie tu vida drásticamente, pero con los dones y los
poderes sobrenaturales e infinitos de su amor eterno. Y así no sufras más
el mal del pecado ni la amenaza constante de su muerte en la tierra y en el
más allá, también.

Destruyendo así el Señor Jesucristo todos los poderes del pecado, de
maldición y de muerte eterna, en tu corazón y en tu alma viviente, también,
los cuales han estado dificultando y, también, enfermando tu corazón y todo
tu cuerpo, sin que tú te des cuenta de nada ni del mal de las palabras de
Lucifer, en tu vida. Es por eso, que Dios te ha llamado así como llamo a
Abraham en su día, ha recibir de su sangre y de su vida infinita, al tan
sólo creer en tu corazón en su pacto infinito de su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo!

Y esto es poderes sobrenaturales en ti, desde el instante que el Señor
Jesucristo esté viviendo en tu corazón, en la tierra y en el cielo,
también, para jamás volverte permitir a que te alejes de Él, como Adán y
Eva lo hicieron por error, en sus días celestiales en el paraíso, para mal
de muchos en toda la tierra. Porque todos los males que toda la humanidad
ha sufrido, comenzando con Adán y Eva mismos, han sido por causa de las
palabras mentirosas y llenas de muerte, del corazón engañoso y de los
labios mentirosos, de Lucifer y de la serpiente del Edén, por ejemplo. (Y
estas palabras viven en cada pecador y en cada pecadora, y sólo la palabra
de la Ley o de Cristo las pueden remover de la vida del hombre de toda la
tierra, en un momento de fe y de oración, en el nombre salvador de nuestro
Señor Jesucristo.)

Por eso, le he pedido a nuestro Padre Celestial, que Él esté siempre con
cada uno de ustedes, como estuvo con nuestros antepasados, por ejemplo,
como Adán en el paraíso o como Abraham y muchos más en la tierra; y así
entonces jamás los desampare ni los deje, por el error o por el pecado o
maldad de nadie. Y todo esto es posible en cada uno de todos nosotros en
toda la tierra, si tan sólo levantamos nuestras oraciones en el espíritu de
fe, del nombre bendito del Señor Jesucristo para el bien de nuestras vidas
y de muchos también, en todos los rincones de la tierra. Por lo tanto, que
nuestro Dios mismo incline nuestro corazón hacia él mismo con los dones y
los poderes sobrenaturales de su Espíritu Santo, para que andemos en sus
caminos y guardemos día y noche en nuestros corazones: sus mandamientos
sagrados, sus leyes y sus decretos eternos, que mandó a nuestros
antepasados, en los días de la antigüedad, por ejemplo.

Porque cada palabra, que nuestro Dios les entrego a nuestros antepasados,
ha sido por bendición, por amor, para alcanzar mucho más que la vida
eterna, en el nuevo reino de los cielos. Es decir, para que nosotros
vivamos y así jamás tengamos que morir por culpa del pecado de ningún
pecador o engañador, como Lucifer, por ejemplo, en el paraíso con Adán y
Eva, quienes perdieron sus vidas, pero no el amor y la misericordia de
Cristo, por creer a la mentira, en vez a la verdad, en sus corazones
eternos.

Por esta razón, nuestras oraciones deberían de ser por siempre de que
nuestro Padre Celestial esté con cada uno de nosotros, en todos los
momentos de nuestras vidas por la tierra, hasta que entremos en su gozo
celestial, en el más allá, en su nuevo reino infinito de su Árbol de vida
eterna y de su Espíritu Santo. Porque en éste mundo nuestro, el hombre no
puede vivir sin la presencia de Dios y de su Espíritu Santo, en su corazón
y en toda su alma viviente, ya que Lucifer con sus ángeles caídos está
rondando la tierra, como "león hambriento", para ver a quien devorar con su
espíritu destructor, de gran mentira y de gran maldad infinita.

Es por eso, que en el comienzo de todas las cosas, nuestro Padre Celestial
envía al mundo a su Espíritu Santo, con grandes poderes y autoridades de
parte de Él mismo, para subyugar a cada una de las profundas tinieblas de
Lucifer, en todos los lugares de la tierra, para preparar el camino de la
llegada del hombre. Porque sin la presencia santa del Espíritu Santo
derramándose por todos los lugares del mundo, entonces la vida en la tierra
fuese tan imposible, en aquellos días y hoy en día, también, como lo ha
sido desde siempre en los demás planetas de nuestro cosmos, como Mercurio,
Marte, Júpiter, por mencionar unos cuantos, por ejemplo. (Puesto que, cada
uno de estos planetas, por muy grandes o misteriosos que sean no tiene
vida, porque el Espíritu de Dios no se ha derramado, como se derramo sobre
la tierra, génesis 1:2, por ejemplo, para empezar toda vida, como la
conocemos hoy en día en nosotros mismos y en todo el mundo, también, de la
antigüedad y de siempre.)

Pero gracias al amor de Dios por el hombre y por toda la tierra, también,
que no sólo les entrego de su Espíritu Santo con sus muchos dones y poderes
sobrenaturales para que tengan vida, sino que también les entrego mucho más
que todo esto. Y esto fue que les entrego a su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, con toda su vida santísima, llena de verdad y de justicia
infinita para todos, para que tengan vida eterna en la tierra, hoy en día y
por siempre, en el infinito, como en su nuevo reino celestial. Y ésta vida
infinita de Dios y de su reino celestial no la puede despreciar nadie, como
lo hicieron Adán y Eva en el paraíso, por ejemplo, en su días de gran
engaño por el enemigo numero uno de Dios, Lucifer, para mal de ellos mismo
y de muchos en toda la humanidad, del ayer y de siempre.

Entonces nuestras oraciones han de ser por siempre a nuestro Padre
Celestial, que él mismo descienda del cielo, como su Espíritu Santo y como
su Hijo amado lo tuvieron que hacer en sus días, para hacer su voluntad y
así entonces bendecir con dones espirituales y vida celestial a todo
hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera. Y si nuestro Dios
desciende a la tierra, entonces ha de ser por medio de su Espíritu y por la
palabra de la gran obra de su Ley y de su Árbol de vida, el Señor
Jesucristo, en el corazón de cada uno de nosotros, en nuestros millares, en
todos los lugares de la tierra, para darnos más de Él. Y así no
abandonarnos jamás por culpa de las palabras de gran maldad y de muerte
eterna, como las palabras de Lucifer o de cualquier pecador o engañador de
toda la tierra, por ejemplo.

Es decir, para llenarnos más y más de Él y de sus riquezas infinitas,
también, para caminar por sus caminos en todos los días de nuestras vidas
por la tierra y en el cielo, también, como en su ciudad celestial, La Gran
Jerusalén Eterna e Infinita, del nuevo reino de los cielos. Ahora, para
nosotros poder caminar por los caminos del SEÑOR en la tierra o en el
paraíso, entonces tenemos que caminar por el camino de su Árbol de vida, su
Hijo amado, el Señor Jesucristo. Porque éste camino de nuestro Dios es
santo para él y para cada uno de todos nosotros: hombres, mujeres, niñas y
niños de la humanidad entera así como a ángeles eternos del reino de los
cielos.

Dado que, si nosotros no caminamos con el nombre del Señor Jesucristo en
nuestros corazones, entonces jamás tendremos "la luz celestial de nuestro
Dios y Creador", para caminar por siempre por sus caminos eternos, ya sea
en la tierra o en el nuevo reino de los cielos, en el más allá. Porque sólo
por medio de los pasos o del camino del Árbol de la vida, entonces hemos de
nosotros poder encontrar y por siempre caminar por los caminos santos y
eternamente honrosos de nuestro Dios y Creador de nuestras vidas, en la
tierra y en el cielo, también, para siempre. Y cuando Lucifer como cada uno
de sus seguidores y hasta como Adán y Eva comenzaron a caminar por sus
propios caminos, sin que Jesucristo sea parte de sus vidas, entonces
tuvieron que abandonar la vida santa del más allá, no porque Dios los haya
abandonado, sino porque la misma tierra del cielo no reconoció jamás sus
pasos sobre ella.

Fue por esta razón que el Señor Jesucristo les enseñaba a los gentíos de
Israel, como hebreos y gentiles, día y noche y sin cesar, de que sólo Él es
el camino, la verdad y la vida santa al Padre; y fuera de él nadie podrá
ver al Padre, jamás en esta vida ni en la vida venidera, tampoco, para
siempre. Porque nuestro Padre Celestial no inclina sus ojos a la tierra, al
paraíso o al reino de los cielos si los pasos del ángel o del hombre no son
los pasos santos de su Hijo amado sobre la tierra de sus cielos, por
ejemplo. Es más, nuestro Dios jamás ha reconocido los pasos de ningún ángel
u hombre del paraíso o de la tierra, que no sean los pasos de su Árbol de
vida, de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, en cada uno de ellos.

Por eso, el Padre Celestial siempre les decía a los antiguos que
permanezcan fieles a Él, en donde sea que los lleve por toda la tierra, en
el poder de su Espíritu Santo. Y que nunca se aparten de su libro de la
Ley, la Santa Biblia, como éxodos 20, por ejemplo; para que mediten en Él
de día y de noche, para que guarden y cumplan todo lo que está escrito en
su palabra sagrada, para el bien eterno de sus almas y de sus hijos por
generaciones venideros. Y sólo así entonces tendrán éxito, y todo les
saldrá bien, en todos los lugares de la tierra, por donde sea que vayan, en
todos los días de sus vidas y de los suyos, también, para siempre, y hasta
en el más allá, como en el paraíso o en el nuevo reino de los cielos, por
ejemplo.

Y los hebreos le obedecían al SEÑOR en su palabra viva, para no ofenderle,
y para que todo les salga bien siempre, en todo lo que emprendiesen con sus
manos. Por ello, como los hebreos obedecían a su palabra: Palabra por
palabra, letra por letra, tilde por tilde y significado por significado,
entonces ellos eran bendecidos grandemente por Dios, y hasta aun en los
lugares más terribles de la tierra y en contra de ejércitos mucho más
poderosos que ellos, en el desierto de Egipto. Y ellos vencían a sus
enemigos una y otra vez, no porque sus ejércitos fuesen muy poderosos, sino
por obedecer a palabra y al nombre sagrado de su Dios y de su "Cordero
Escogido", para bendecir y para salvaguardar sus vidas de todo mal del
enemigo.

Pues, además, el Ángel del Señor siempre estaba con ellos, por donde sea
que tuviesen que ir, cuando "la Shekinah" (nube celestial) de Dios se movía
de su lugar. Porque el SEÑOR siempre estuvo con ellos sobre su Shekinah,
para llevarlos por todos los lugares que tenia que llevarlos, para
enseñarles de sus poderes sobrenaturales y más que todo de sus estatutos,
de su palabra y de su nombre santo, también. Porque sus corazones tenían
que ser instruidos por el espíritu de su palabra, para que entonces vivan
sólo por Él, así como en el cielo los ángeles han vivido delante de él y de
su Árbol Viviente, desde los comienzos de todas las cosas, es decir, desde
los primeros días de la antigüedad y hasta nuestros tiempos, por ejemplo.
Para que todo entonces sea hecho por siempre en ellos: en verdad y en su
justicia infinita de su Espíritu Santo y de la palabra de su Ley Viviente y
de su Gran Rey Mesías, el Cristo Celestial de la humanidad y de la nueva
eternidad venidera, por ejemplo.

Porque en la palabra de la Ley y del nombre sagrado de nuestro Dios, hay
poder en el corazón y en toda la vida del hombre, de la mujer, del niño y
de la niña, obediente a su llamado y a su causa justa. Causa justa de Dios,
como siempre de su corazón y de su alma viviente: por la verdad y por la
justicia infinita de todos sus hijos e hijas, en la tierra y en el paraíso,
también, hoy en día y por siempre, en la eternidad. Y ésta Ley que Dios nos
ha llamado a cuidarla, guardarla en tiempos buenos y hasta malos, también,
sea para vida o para muerte, es la misma vida de nuestro Gran Rey Mesías,
el Señor Jesucristo.

Por lo tanto, sólo el Señor Jesucristo es su causa justa de su vida santa
del reino de los cielos, es decir, "su única verdad y su justicia
infinita" para su corazón santo, en la tierra y en el más allá, también,
hoy en día y por siempre. Pues entonces créetelo ya, mi estimado hermano:
el Señor Jesucristo es la Ley, y la Ley es el Señor Jesucristo, en el
corazón de Dios y en el corazón de todo hombre, mujer, niño y niña, así
como siempre lo ha sido para los ángeles del reino celestial, por ejemplo,
a través de los siglos y hasta nuestros tiempos. Y esto es algo o una ley
espiritual de la tierra y del reino de los cielos, la cual jamás cambiara,
sino que seguirá siendo verdad por los siglos de los siglos, como siempre
lo ha sido desde los primeros días de la antigüedad y hasta nuestros
tiempos, por ejemplo, para el bien eterno de su alma viviente.

Porque toda la palabra de la Ley de Dios es la vida misma perfecta y
salvadora del Señor Jesucristo escrita en las primeras tablas, en las
segundas tablas de Moisés, por ejemplo, y así sucesivamente en las tablas
de Israel y en las tablas de las demás naciones de toda la tierra, de
nuestros días y de siempre, también. Por lo tanto, el que ha honrado la Ley
de Dios, entonces ha honrado en su corazón y en toda su vida, también, la
vida misma del Hijo amado de Dios, el Cristo de Israel y de la humanidad
entera. Y esto fue algo, por cierto, que Adán y Eva no pudieron entender ni
menos hacer en sus días de vida en el paraíso, para cumplir toda verdad y
toda justicia, para el bien de ellos mismo y de sus descendientes, por
doquier, para la nueva eternidad venidera.

Histórico y comprobado, sólo el Señor Jesucristo es el único posible
salvador del alma perdida de todo pecador y de toda pecadora, en los días
de la antigüedad del paraíso y así también en toda la tierra de nuestros
días y de siempre. Por eso, el que ama la Ley de Dios, entonces está amando
al gran rey Mesías, el Hijo de David, el Señor Jesucristo. Y es en éste
espíritu de amor sobrenatural, de la palabra de la Ley de Dios, que
verdaderamente cubre todo pecado, delante de los ojos de Dios y en sus
libros del reino de los cielos son borrados, para no volverse acordar de
ellos jamás.

Comprobado completamente entonces, que ha sido el amor sobrenatural de
nuestro Señor Jesucristo que ha cumplido, honrado, exaltado en gran medida
espiritual: cada palabra, cada letra, cada tilde y cada significado eterno
de la Ley de Dios y de nuestra vida y salvación infinita, en la tierra y en
el paraíso, también, para miles de siglos venideros en la nueva eternidad
venidera. Es por eso, que para Dios todo aquel que guarda su Ley Viviente
en su corazón, entonces está también guardando la misma vida del Señor
Jesucristo, para que sea manifestada en él o en ella, en esta vida y en la
vida venidera, del nuevo reino de los cielos.

Porque en el cielo, como en la tierra, para Dios "sólo existe una vida
eterna"; ésta vida eterna es la misma Ley Viviente o el Señor Jesucristo (y
fuera del Señor Jesucristo no hay vida o Ley alguna aceptable delante de
los ojos de Dios y de su Espíritu Santo). Porque el Señor Jesucristo es la
Ley de Dios vivida: palabra por palabra, letra por letra, sin jamás haber
quebrantado ninguna de sus tildes ni de sus significados eternos, en el
cielo ni menos en la tierra, de nuestros tiempos y de siempre.

Por esta razón, todo aquel que ha recibido al Señor Jesucristo en su
corazón, entonces también ha recibido al Padre Celestial con su Espíritu
Santo y cada una de sus huestes celestiales de la vida santa, del reino de
los cielos. Porque sólo en el Señor Jesucristo nuestros corazones y
nuestras almas vivientes podrán por siempre: cumplir, honrar y exaltar la
Ley de Dios, en la tierra y así también en la nueva vida infinita del nuevo
reino celestial de Dios y de sus huestes angelicales, del más allá. Y esto
es bendición y vida eterna, es decir, salud y prosperidad para nuestros
corazones y para nuestras almas vivientes, en la tierra y en el paraíso,
hoy en día y para siempre, en el más allá. Es decir, que nuestros corazones
y que nuestras almas vivientes, también, jamás sufrirán más el mal del
pecado y la amenaza de la muerte eterna, en la tierra ni menos en el
infierno.

Es por eso, que todo aquel que ha recibido al Señor Jesucristo en su
corazón, entonces todos los dones del Espíritu de Dios y de la vida misma
del Árbol de la vida son parte de su corazón y de su alma viviente, en la
tierra y en el paraíso, también, para la eternidad venidera. Para que sea
su corazón y toda su alma viviente por siempre bendecido por Dios, en todo
momento de su vida, para gloria y para honra infinita de su nombre santo y
así y a no vuelva a sufrir enfermedades terribles de su cuerpo, de su
corazón y de su alma viviente, también, por ejemplo.

Porque el nombre de Dios, el cual Lucifer trata de deshonrar al exaltar su
nombre inicuo más alto que el nombre sagrado en el corazón de los ángeles,
tiene que ser exaltado y honrado por siempre por cada ángel del cielo y por
cada hombre, mujer, niño y niña, del paraíso y de toda la tierra, también,
por ejemplo. Es por eso, también, que todo aquel que ha honrado el nombre
del Señor Jesucristo en su corazón, al creer en él y en su gran obra
sobrenatural, la cual lleva acabo sobre la cima de la roca eterna, en las
afueras de Jerusalén, en Israel, para cumplir la Ley de Dios, entonces Dios
le ama para su reino infinito.

Por ello, el que tiene a Jesucristo, entonces Dios le ha puesto fin a su
pecado y a su muerte, no sólo en la tierra, sino también en el más allá,
como en el infierno y en el lago de fuego, para que su alma viviente ya no
tenga pecado, ni menos muerte para todo su ser, para siempre. Por eso,
nunca permitas que se aparte de ti y de tus labios el nombre del Señor
Jesucristo, sino que medita en Él, quien realmente está lleno de dones y de
poderes sobrenaturales de parte de nuestro Padre Celestial, para bendecir
día y noche tu corazón y toda tu vida, mi estimado hermano y mi estimada
hermana.

Y sólo así entonces prosperes en todo lo que pongas tus manos a la obra, en
cualquier momento y en cualquier lugar de toda la tierra, también, por
siempre, para gloria y para honra infinita de tu Dios y Fundador de tu alma
y de toda tu vida eterna, ¡el Todopoderoso, el Santo de Israel!


Libro 139


OBEDIENCIA A DIOS

El Señor Jesucristo es la única obediencia perfecta, que complace al
corazón de nuestro Padre Celestial y de su Espíritu Santo, cuando entra por
el espíritu de fe, en el corazón del ángel del cielo y de todo hombre,
mujer, niño y niña de la humanidad entera. Porque el Señor Jesucristo "es
la vida perfecta" de la Ley de Dios; o muy bien podríamos decir, que la Ley
es el Señor Jesucristo, cumplida y sumamente honrada, en el cielo y en la
tierra, para que la voluntad de Dios se haga en la tierra, para siempre,
así como en el cielo.

Y sin el Señor Jesucristo, en la vida del ángel del cielo o del hombre del
paraíso o de la tierra, entonces deja de existir para Dios, en su vida
celestial del reino de los cielos, hasta que recapacite su corazón y acepte
a su dador de la vida, su Árbol de vida infinita, su Hijo amado, el Cristo.
Porque todo ángel del cielo sin Cristo Jesús en su vida, entonces sea
perdido en las tinieblas de su propio corazón. Y lo mismo le sucedió a Adán
y a cada uno de sus descendientes, comenzando con Eva, por que Eva fue
quien gusta primero del fruto prohibido del árbol de la ciencia, del bien y
del mal, para mal de muchos en toda la humanidad infinita, de Dios y de su
Espíritu Santo, por ejemplo.

Por ello, la misericordia de nuestro Padre Celestial es para los que le
aman a él, por medio de su Árbol de vida, desde la eternidad y hasta la
nueva eternidad, de su nueva vida infinita, en su gran ciudad celestial, La
Jerusalén Santa y Eterna de su gran rey Mesías, ¡el Cristo de Israel y de
la humanidad entera! Porque todo aquel que ama su Ley, entonces también ama
de todo corazón a su Hijo amado, "el Cordero Escogido de Dios y de Moisés"
para ponerle fin al pecado, del hombre en toda la tierra, de hoy en día y
de siempre, en la nueva eternidad venidera.

Por eso, su justicia infinita de su Hijo, es para los hijos de los hijos de
los que guardan su amor en sus corazones, para poner por obra sus
mandamientos eternos, en la tierra, para sanar al enfermo y levantar al
caído y así entonces se regocijen en sus corazones, en el nombre
sobrenatural de su gran salvador celestial, Jesucristo. Porque Dios ha
enviado a su Ley Santa a la tierra, para que su pueblo se regocije en ella
y en sus muchas bendiciones de sanidad y de salvación infinita, durante sus
días de vida por la tierra y en el paraíso también, para miles de siglos
venideros, en el más allá.

Ya que, la verdad es que la Ley de Dios es "gozo eterno" para su corazón y
para el corazón de cada uno de sus ángeles, arcángeles, serafines,
querubines y demás seres santos, de su reino celestial, como todo hombre,
mujer, niño y niña, redimidos por la obediencia al pacto de la sangre
bendita, de su Hijo amado, el Señor Jesucristo. Porque este pacto de sangre
divina y de la Ley Sagrada de nuestro Dios es para vida eterna, en el
corazón y en el alma viviente de todo ángel del cielo y para todo hombre de
toda la tierra, también.

Es por eso, que nuestro Dios siempre le ha "urgido al hombre", de buena fe
y de buena voluntad, de siempre leer su palabra santa, para que sus
protecciones y sus muchas bendiciones, de los lugares altos de los cielos y
de la tierra, jamás le falten en su vida a él o a los suyos. Y esto ha de
ser por siempre día y noche, en todos los días de su vida en la tierra y
hasta que entre de lleno finalmente, al nuevo reino de los cielos, por
ejemplo, en el más allá de Dios y de su Árbol de vida infinita, ¡el Señor
Jesucristo!

Ciertamente, el mundo y su vida rebelde a su Dios y a su Árbol de vida
eterna, el Señor Jesucristo, están pasando, pero no así con la palabra de
Dios. Porque "la verdad y la justicia" de la Ley de Dios no ha de pasar
jamás, sino que han de seguir viviendo por los siglos de los siglos, en los
corazones de los hombres, mujeres, niños y niñas, que han recibido en sus
vidas a Jesucristo, como su único redentor posible, en esta vida y en la
venidera, también.

Porque en la nueva vida infinita, sólo el espíritu de obediencia: a la
verdad y a la justicia de la Ley, realmente ha de existir por siempre, en
los corazones de los fieles, al nombre sagrado del Señor Jesucristo, como
siempre ha sido a través de los siglos, en los corazones de todos los
ángeles, del reino de los cielos. Y si la Ley de Dios ha de permanecer para
siempre, como su Árbol de vida eterna en la tierra y en el cielo, también,
por ejemplo, entonces tú también has de permanecer por siempre en la nueva
era venidera, del nuevo reino de Dios.

Puesto que, Jesucristo vive en ti y Dios te ama de todo corazón por todo
ello, en tu vida terrenal y en tu nueva vida celestial, con Cristo Jesús,
único posible salvador de Israel y nuestro también, hoy en día y por
siempre, en la nueva eternidad venidera de Dios y de sus huestes
celestiales, en el más allá. Porque la verdad es que en esto sabemos muy
bien en nuestros corazones, sin duda alguna, de que amamos a nuestro Padre
Celestial, solamente si es que amamos de buen corazón su Ley Viviente en
nuestras vidas, por más viles o pecadores que hayamos sido (o que seamos)
en toda la tierra, por ejemplo.

En vista de que, nuestro Padre Celestial no vino al mundo a salvar a los
justos solamente, sino a los pecadores primero. Y tú mismo, como los demás,
mi estimado hermano y mi estimada hermana, has nacido "en el pecado
original de Adán y de Eva", por ejemplo, para morir como el más vil pecador
de todos los pecadores de toda la tierra, del ayer, de hoy y de siempre.
Por lo tanto, necesitas del perdón de Dios, para entrar a la vida eterna,
del reino de los cielos, desde hoy mismo, si tan sólo te "humillas" ante
Él, en el espíritu y en la verdad única de su nombre salvador y
sobrenatural, el nombre de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!

Dado que, sin la obediencia a Cristo Jesús en tu corazón, entonces has de
morir, para jamás volver a ver la vida eterna, en el más allá, como en el
nuevo reino de los cielos o La Nueva Jerusalén Santa e Infinita de Dios y
de su gran rey Mesías de tu vida y de la humanidad entera, por ejemplo. Y,
además, no dejes que Satanás te robe tu bendición, como lo hizo en su día
de gran maldad, no sólo a una tercera parte de los ángeles caídos, sino que
también le hizo lo mismo a Adán y a cada uno de sus descendientes, para que
se perdiesen y muriesen en el espíritu de su pecado y rebelión eterna.

Como sucede hoy en día, por ejemplo, en muchas naciones de la tierra, que
aun no han llegado a gustar todo lo bueno y todo lo grandioso que es tener
el nombre del Señor Jesucristo viviendo en sus corazones, para que tengan
por siempre: "el espíritu que obedece, que honra y que cumple" la Ley de
Dios en todo tiempo. Por lo tanto, el que dice que conoce a Dios, pero no
guarda sus mandamientos, entonces miente para que su alma se pierda en su
propia maldad eterna, en la tierra y en el más allá, como en bajo mundo de
los muertos, por ejemplo.

Y el alma del pecador se ha de perder, porque la verdad de Dios y de su
Jesucristo no está en Él, de ninguna manera ni menos de ninguna forma,
tampoco, en esta vida ni en la venidera, también, para siempre. Entonces el
que guarda el nombre del Señor Jesucristo en su corazón, no se perderá
jamás entre las llamas del infierno, sino que ha de vivir por siempre,
porque el nombre del Señor Jesucristo y su Ley Santa viven en él, cumplidas
y honradas en perfecta obediencia infinita a su Dios y hacia su vida
eterna, en el cielo.

Además, su alma vivirá, por más pecador o vil que haya sido su vida en la
tierra, porque tanto Dios y como su Ley Eterna: le perdonan cada uno de sus
pecados por amor a Jesucristo, para que sea santo y obediente por siempre
para su Dios y para la eternidad celestial del nuevo reino de los cielos,
por ejemplo. Porque la verdad es que para Dios, el que ama a su Jesucristo
en su vida, entonces su amor se ha perfeccionado en él o en ella, para
siempre, en la tierra y en el paraíso, también (aunque todavía no haya
ascendido a la vida celestial y perfecta del reino de los cielos).

Y esto es verdad en todo hombre, mujer, niño y niña, durante su vida por la
tierra y hasta que entre por fin con su corazón "obediente" a la Ley, a su
nueva vida infinita, en el más allá, en el nuevo reino de los cielos, por
ejemplo, como la nueva ciudad celestial del gran rey Mesías, ¡el Señor
Jesucristo! Es por eso, que para Dios todo aquel que tiene al Señor
Jesucristo viviendo en su corazón, entonces ha cumplido toda obediencia
perfecta de la Ley y del corazón santísimo de su Dios y Fundador de su
vida, en la tierra y en el cielo, también, para su nueva vida celestial, en
el más allá.

En otras palabras, el hombre "sólo le puede obedecer a su Dios, por medio
de su Hijo amado, su Árbol de vida infinita", ¡el Señor Jesucristo! (Ésta
es una Ley espiritual del corazón de Dios y del hombre de la tierra
inquebrantable para la eternidad.) Y fuera del Señor Jesucristo, entonces
nadie jamás podrá obedecer a Dios en su totalidad para recibir sus
bendiciones y su salvación infinita de su alma viviente, en la tierra y en
el paraíso, también, de Adán y Eva, por ejemplo.

Es por eso, que en la antigüedad el profeta Samuel les pregunta
abiertamente a todo el gentío de Israel, diciéndoles: ¿Acaso se complace
Dios en sus muchos sacrificios y holocaustos, de miles de carneros, toros,
becerros y corderos sobre su altar terrenal, antes de que su nombre y su
palabra sean oídos y respetados en sus corazones? (La gente le oía de buena
gana de sus corazones, a la amonestación del profeta, y no le decían nada;
porque simplemente jamás le habían hablado así a ellos de parte de Dios,
por tanto, no sabían como responderle.)

Además, la verdad es que sólo los que oyen la voz "de aquel" que le hablaba
a Moisés de entre el fuego, de la zarza sobre el Sinaí, ha de complacer a
Dios, mucho más que todos los fuegos de los sacrificios y de los
holocaustos sobre su altar terrenal y celestial, también. Porque aquel
quien le hablaba a Moisés, desde entre el fuego de la zarza que ardía, pero
no quemaba nada en su derredor, era ni más ni menos el mismo Hijo de David,
el Cristo, el único posible salvador de Israel de la antigüedad y de todos
los tiempos, también.

Por lo tanto, tanto para Samuel y cada hombre, mujer, niño y niña de la
antigüedad y como hoy en día, también, por ejemplo, que oiga a la voz del
"Cordero Escogido de Dios y de Israel" y obedezca su voz, entonces ha
complacido a su Dios, para bien de su alma eterna y de los demás, también.
Es decir, que ha cumplido toda verdad y toda justicia necesaria en su vida
delante de su Dios y Fundador de su vida celestial, mucho más que todas las
verdades y las justicias de los fuegos habidos (y por haber), de los
sacrificios y de los holocaustos de sangre de Israel y de la humanidad
entera, por ejemplo.

En otras palabras, el obedecer a la voz del Árbol de vida o de la voz que
se levantaba de entre el fuego de la zarza, sin hacer daño alguno en sobre
el Sinaí, sino que tocaba el corazón del hombre hasta que arda para que
entienda su llamado para redimirlos de sus males eternos, es muy grandioso
para Dios. Es decir, también, que el obedecer a la voz del Señor Jesucristo
es mucho más agradable y honorable para Dios, que todos los sacrificios y
holocaustos de la humanidad entera, para honrar y para exaltar toda verdad
y justicia divina, en la tierra y en el reino de los cielos, para siempre.

Ahora, si el Señor Jesucristo ya es parte de tu corazón y de toda tu vida,
mi estimado hermano y mi estimada hermana, entonces has llegado hasta lo
más alto y sublime del espíritu de obediencia para Dios y para su Espíritu
Santo con sus huestes angelicales de su nuevo reino celestial, del más
allá, por ejemplo. Es decir, también, que con Jesucristo en tu vida,
entonces más obediente para Dios ya no podrás ser; en verdad, habrás
llegado hasta el tope de obedecer a Dios, para que comience Él entonces a
bendecir tu vida en muchas formas espirituales y terrenales, día y noche y
por siempre, en su nuevo reino de los cielos, por ejemplo.

Es por eso, que para Dios "el obedecer" a su Jesucristo es más grandioso en
tu corazón, como en su corazón santísimo, que todos los sacrificios y
holocaustos fenomenales y grandiosos de la antigüedad y de toda la
humanidad entera, de nuestros tiempos, por ejemplo, para honrar y para
cumplir la voluntad perfecta y salvadora de Dios en tu vida. Y esta
voluntad perfecta de Dios en tu vida y en la vida de cada uno de los tuyos,
en la tierra y en el paraíso, también, para siempre, mi estimado hermano y
mi estimada hermana, es que le ames sólo a él, como amarías por siempre a
su Ley Bendita en tu corazón y en toda tu vida infinita.

Por esta razón, en tu corazón tienes que por siempre obedecer al nombre
santo de su Jesucristo, para cumplir todo sacrificio y toda justicia
celestial de nuestro Padre Celestial que está en los cielos. Porque el
obedecer a su Jesucristo es mayor que toda las buenas obras de los ángeles
del cielo y de los hombres y mujeres de buena fe y de buena voluntad, de
toda la tierra, de hoy en día y de siempre.

Y, además, el prestar atención a su palabra es por igual mayor y aun más
glorioso que todas las glorias infinitas del reino de los cielos y de toda
la tierra, también, porque bendice el corazón santo de Dios mucho más que
todo lo glorioso del cielo y, por ende, salva tu alma del poder de la
muerte. Por eso, no olvides jamás en tu corazón su Ley Santa, mi estimado
hermano y mi estimada hermana, para que tus días sean largos y llenos de
todo bien de la tierra y de sus cielos glorioso, de su Espíritu Santo y de
nuestro Padre Celestial, ¡el único Todopoderoso de Israel y de todas las
naciones de la tierra!


EL QUE AMA LA LEY, AMA A DIOS

El Señor Jesucristo nos ha prometido abiertamente, de que todo aquel que
tenga sus mandamientos y los guarde en su corazón, entonces Él es quien
verdaderamente le ama. Y el que le amase de todo corazón, entonces será
también amado por su Padre Celestial que está en los cielos, y él mismo lo
amará y se manifestaré a Él, en cualquier momento y en cualquier lugar de
toda la tierra, con tan sólo invocar su nombre bendito con sus labios.

Y el mandamiento del Señor Jesucristo ha sido desde siempre, de que lo
amemos a él, al tan sólo creer en sus palabras y en sus obras santas, en
nuestros corazones, al confesar su nombre bendito con nuestros labios,
delante de Dios y de sus ángeles santos que están en los cielos, por
ejemplo. Porque tanto nuestro Dios, como sus santos ángeles, vive en la
vida santa del reino de los cielos, siempre esperando por la alabanza y la
honra de su nombre santo, de los labios de cada uno de nosotros, de los que
le hemos recibido en nuestros corazones y en nuestras vidas, también, a su
Hijo amado, el Señor Jesucristo.

Porque el Señor Jesucristo es "el perfecto mandamiento de Dios" a cumplirse
en el corazón y en la vida de cada ángel del cielo y en la vida de cada
hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera, de hoy en día y de
siempre, en el más allá, en su nueva vida infinita de su nuevo reino
celestial. Por lo tanto, nosotros estamos llamados por nuestro Dios mismo,
así como los ángeles del reino, por ejemplo, ha honrarlo, fieles y
obedientes por siempre en la tierra y en el reino de los cielos, desde hoy
mismo y como siempre, en la eternidad venidera, sólo en la vida justa y
perfecta del Señor Jesucristo.

Y esto ha de ser por siempre verdad con cada uno de nosotros, de los
hombres, mujeres, niños y niñas de la humanidad entera, en la tierra y en
su nuevo más allá, de su Espíritu Santo y de su Árbol de vida infinita,
como siempre ha sido también para todos los ángeles del reino de los
cielos. Por lo tanto, el que no ama a Dios, entonces jamás podrá amar
verdaderamente a su Jesucristo; porque el que ama a Jesucristo entonces
está amando a su Dios y Creador de su alma viviente, en esta vida y en la
venidera, también, como en su nueva vida infinita de su gran ciudad
celestial, La Nueva Jerusalén Santa y Eterna.

Además, todo aquel o toda aquella que no ame a su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, entonces para Dios ha de estar cometiendo una vez más "el mismo
pecado que Eva y Adán cometieron en el paraíso", por ejemplo. Y esto
sucedió, en el día que comieron de las palabras de Lucifer en el paraíso,
en vez de comer de las palabras, de su Hijo, su único Árbol de vida, el
Señor Jesucristo, para bendición y para salvación eterna de sus almas
vivientes y de sus descendientes, también, para miles de generaciones
venideras, en la nueva eternidad celestial.

Y Dios ya no desea ver éste mismo pecado de Adán y de Eva, por ejemplo,
volverse a cometer con ninguno de sus descendientes, en la tierra ni menos
en el más allá. Porque todo hombre, mujer, niño o niña, de los que vuelvan
a cometer el mismo pecado de Adán, entonces han de morir irremisiblemente
en su maldad, en su rebelión eterna hacia Él y hacia su Árbol de vida
eterna, el Señor Jesucristo; pues perdidos eternamente y para siempre,
descenderán entre las llamas de la ira de Dios en el infierno.

Es por esta razón, de que Dios no ha deseado jamás que nadie vuelva a comer
del fruto prohibido del árbol de la ciencia, del bien y del mal, para que
su cuerpo y su alma viviente jamás comiencen a morir. Como los cuerpos y
las almas eternas de Adán y de Eva, por ejemplo, comenzaron a morir en el
paraíso, en el día de su gran rebelión ante Él y ante su Jesucristo, su
fruto de vida infinita.

Además, esto sucedió con Adán y con cada uno de sus descendientes,
comenzando con Eva, por ejemplo, al no gustar de Él, como la palabra de
Dios, como el verbo de Dios, se les había ordenado, desde el comienzo de
todas las cosas, para que sus cuerpos y sus espíritus humanos sean llenos
de la nueva vida infinita. Y así no mueran jamás confundidos en las
palabras mentirosas y llenas de muerte eterna, del pecado y de la rebelión
eterna de Lucifer y de sus ángeles caídos, por ejemplo.

Pero aunque todo esto es verdad, la promesa de Dios, de amor y de fidelidad
infinita, aun permanece firme hasta nuestros días, por ejemplo, para con
cada uno de todos nosotros, en nuestros millares, de todos los hombres,
mujeres, niños y niñas, en todos los lugares de la tierra. Y esto es que el
Señor Jesucristo nos amara, eternamente y para siempre, como siempre ha
amado a su Padre Amado, el Todopoderoso de la humanidad entera, si tan sólo
le somos fieles a Él y a su nombre, con nuestros corazones y con nuestros
labios, en la tierra y en el paraíso, también, como en su nuevo reino
celestial.

Si, así es mi estimado hermano y mi estimada hermana, es promesa eterna de
nuestro Dios: Todo aquel que ame al Señor Jesucristo, entonces será amado
por Él mismo con todos los poderes sobrenaturales de su corazón santísimo.
Y si su amor es verdadero en su corazón humano para con su único Dios
Celestial, entonces Jesucristo se ha de manifestar en su vida, una y otra
vez y por siempre, en su nueva vida infinita del nuevo reino de Dios y de
sus huestes angelicales y de hombres, mujeres, niños y niñas, eternamente
fieles a su nombre sagrado.

EL QUE HACE LA VOLUNTAD DE DIOS ES HERMANO, HERMANA, DE CRISTO

Porque cualquiera que hace la voluntad de nuestro Padre Celestial que está
en los cielos, entonces ése es el hermano, la hermana y hasta la misma
madre de nuestro Señor Jesucristo, en la tierra y en el paraíso, para
siempre. Es por eso, que hasta el pecador o la pecadora más vil de toda la
tierra, si se arrepiente de su pecado, entonces tiene su vida asegurada en
el espíritu de la sangre bendita, de nuestro salvador eterno, ¡el Señor
Jesucristo!

Y el Señor Jesucristo no ha rechazado jamás a ningún pecador o pecadora que
se haya acercado a Él, para recibir de su perdón y de sus muy ricas y
gloriosas bendiciones de su vida inmaculada y de la vida misma del Espíritu
Santo, de nuestro Padre Celestial. Por lo tanto, ésta es la voluntad
perfecta de nuestro Dios para todo hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, de que crean en sus corazones y así confiesen con sus
labios en el espíritu de obediencia perfecta a su Dios, de que el Señor
Jesucristo es su Hijo, para alcanzar y cumplir mayores santidades en su
vida.

Dado que, todo el que crea en el nombre y en la vida gloriosa de su Hijo
amado, entonces ha de tener su salvación celestial asegurada en esta vida y
en la venidera, también, como en la nueva ciudad celestial del más allá, La
Nueva Jerusalén Santa y Eterna de su gran rey Mesías, el Señor Jesucristo.
Y esta ciudad santa del gran rey Mesías, sólo habitaran hermanos, hermanas
y madres obedientes a Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Porque
en el día que Dios crea al hombre y a la mujer, fue para que ellos fuesen
transformados, en un momento de fe y de oración, en su nombre sobrenatural
y redentor, en hijos e hijas de su prado celestial, es decir, en hermanos,
hermanas y madres eternas de su Árbol de vida, su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo!

Puesto que, en el reino de los cielos sólo se hace la voluntad perfecta de
Dios. Y el único que realmente ha sabido hacer la voluntad perfecta de
nuestro Padre Celestial ha sido el Señor Jesucristo, desde siempre y hasta
nuestros tiempos, también, en tu mismito corazón humano y hasta imperfecto
por culpa del pecado de Adán y Eva, mi estimado hermano y mi estimada
hermana. Es por eso, que Dios es tan feliz de su Jesucristo y lo llama sin
tener ninguna vergüenza de él, en su único Hijo Santo, en la tierra y en el
cielo, para siempre.

Pues así mismo Dios también ha deseado desde siempre en llamar a todo
hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera, su hijo amado o su hija
amado. Pero nada de esto es posible en ninguno de ellos, por más santa que
haya sido su nacimiento, su vida y hasta su muerte final en la tierra, si
Cristo no ha llegado a su corazón, para tocar y bendecir su alma viviente
con su sangre y con su nombre santísimo y eternamente honrado.

Porque es sólo el fruto divino de su Árbol de vida eterna, que realmente
cambia, transforma, llena la vida del ángel, el alma viviente del hombre de
la humanidad entera, para que viva para ver la vida y a su Dios eterno.
(Porque nuestro Padre Celestial no es un Dios de muertos, sino de vivos.) Y
sin Cristo, entonces ningún ángel, arcángel, serafín, querubín, hombre,
mujer, niño o niña de la humanidad entera, podrá jamás ser lleno de vida y
de santidad perfecta delante de Dios, en la tierra y en el reino de los
cielos, hoy en día y por siempre, en la eternidad venidera.

Es más, fue por esta razón, que Lucifer y cada uno de sus ángeles caídos,
comenzaron a perder sus vidas celestiales, delante de Dios y de su Espíritu
Santo, porque Jesucristo ya no estaba en ellos. (Pues ninguno de ellos ya
no tenía valor, como cuando fueron creados por la palabra de Dios. Pero
ahora, eran de la palabra del fruto prohibido del árbol de la ciencia del
bien y del mal, para mal eterno de sus espíritus para siempre, en el
infierno, en donde mora la palabra de la gran mentira y la gran decepción.)

Por lo tanto, por más santos que hayan sido en sus espíritus celestiales,
por muchos siglos en el reino de Dios, si Cristo ya no es parte de su
corazón y de sus vidas celestiales, entonces no tienen ningún valor de
santidad, de perfección y de amor delante de Dios y de sus huestes de
ángeles santos del reino. Y entonces ya no tienen razón alguna para seguir
viviendo sus vidas indiferentes, a la vida sagrada del Señor Jesucristo, en
el reino de los cielos o en toda la tierra.

Es por eso, que Lucifer, sin Cristo en su vida, entonces ya no pensaba
bien, sino sólo mentira (como si hubiese sido creado por las palabras de
mentira por un diablo más diablo que él mismo, su nombre inicuo, Lucifer).
Es más, Lucifer sólo pensaba en su corazón perdido en las tinieblas de
exaltar su nombre inicuo más alto que el nombre sagrado de su Hijo amado,
el Señor Jesucristo. Y como una tercera parte de los ángeles del cielo
creyeron en sus corazones, de que Lucifer si podía exaltar su nombre inicuo
más alto que el nombre de su Creador, entonces también pecaron y se
perdieron eternamente y para siempre en las tinieblas de éste horrendo
pecado mortal para cada uno de ellos, para la eternidad.

Pecado mortal de Lucifer y de sus ángeles rebeldes, el cual ya no tiene
perdón para Dios en su corazón santo, para ninguno de ellos, en toda su
creación, en esta vida y en la venidera, también, para siempre. Entonces
habiendo dicho lo anterior, pues vemos claramente aquí, seres vivientes,
seres creados, por la palabra de Dios, que en su día fueron santos delante
de Dios, pero como rehusaron hacer la voluntad perfecta de Dios en sus
corazones, entonces se perdieron en sus profundas tinieblas, para abandonar
la vida santa del cielo por la del infierno candente y tormentoso.

Pues esté es el mismo final de todo pecador y de toda pecadora, que ha
rehusado creer en su corazón en el nombre del Señor Jesucristo y ni tampoco
le ha confesado con sus labios, para gloria y para honra infinita de
nuestro Padre Celestial que está en los cielos, por ejemplo. Ahora mis
estimado hermano y mi estimada hermana, si la voluntad perfecta de Dios,
por la cual te ha creado con sus manos santas, para que hoy en día viva tu
alma eterna, ha de ser para que recibas vida en abundancia en su Hijo
amado, viviendo en tu corazón, entonces ¿qué esperas para dejarlo entrar en
tu vida? ¿Qué es lo que no te deja hacer lo correcto delante de tu Dios y
Creador de tu alma viviente? ¿Será el espíritu rebelde de Lucifer en tu
corazón? ¿O quizás sea tu corazón desobediente a su nombre santo,
Jesucristo?

Sea lo que sea, jamás podría ser algo mayor o mejor que Dios, en todo lo
que es tu corazón hoy en día o en la eternidad. Por lo tanto, tú mismo
tienes el poder y la voluntad propia de dejar a un lado, aquello que te
obstaculiza recibir a Jesucristo en tu corazón, para entonces hacerlo, en
un momento de fe y de oración, en el nombre amado de Dios, el Señor
Jesucristo, tu único salvador de tu vida, para siempre. Y sólo así entonces
tú comiences a vivir tu vida, tal cual Dios te ha llamado, desde las
profundas tinieblas de la tierra y del más allá, para que vivas delante de
él y de sus huestes de ángeles santos, en la tierra y en su nuevo reino de
los cielos, también, para siempre.

EL QUE SE OFRECE A SERVIRLE A OTRO, ESCLAVO DE ÉL ES

En verdad, en el nuevo reino de los cielos sólo han de vivir, con Dios y
con sus huestes de ángeles santos, los que aman a su Árbol de vida eterna,
su Jesucristo, el Santo de Israel y de las naciones del mundo entero. Es
por eso, que el que vive por el pecado, entonces es siervo del mal eterno y
ciudadano o ciudadana perfecta del bajo mundo de los muertos, el infierno.
En otras palabras: ¿No saben que cuando se ofrecen a alguien para
obedecerle como esclavos, son esclavos de aquel que obedecen, ya sea del
pecado para muerte o de la obediencia para justicia y vida eterna?

Pues entonces no sean como Adán y Eva en el paraíso, por ejemplo, porque
desde el principio de la humanidad entera, ambos comenzaron a obedecer al
fruto prohibido del árbol de la ciencia, del bien y del mal, Lucifer,
cuando Dios mismo los había llamado a obedecer tan sólo al fruto de vida
eterna, el Señor Jesucristo, para que vivan. Para que entonces no sólo Adán
y Eva viesen la nueva vida eterna en el paraíso y en toda su nueva creación
celestial, sino también cada uno de sus descendientes, en sus millares,
como tú y yo hoy en día, en todo el reino de los cielos y por toda la
tierra, de nuestros días y de siempre, por ejemplo.

En otras palabras, también, podríamos muy bien decir, y sin equivocarnos,
de que Dios había creado al hombre, a la mujer, al niño y a la niña, ha ser
siervos y esclavos eternos de su Árbol Viviente, su Hijo, el Señor
Jesucristo, para que entonces viviesen eternamente, sin jamás ver la
muerte, en la tierra ni menos en la eternidad. Porque nuestro Dios es un
Dios de vida y de los que viven y no de los muertos, de los que ser pierden
para siempre, para luego morir en su segunda muerte infinita, en el lago de
fuego, en el más allá, por ejemplo.

Pero Adán jamás entendió ésta gran verdad infinita en su corazón, para
complacer a su Dios en cada una de sus palabras y en cada momento de su
vida santa, delante de ellos mismos y de sus millares de descendientes por
venir, en generaciones venideras del más allá, por ejemplo, del paraíso y
hasta de la tierra, de nuestros tiempos, también. Porque Dios había creado
tanto a Adán como a cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera,
de hoy y de siempre, para que fuesen transformados "en siervos y esclavos
de la verdad y de la justicia infinita, de la vida eterna del reino de
Dios", sólo posible en la vida sagrada de su Hijo, ¡el Señor Jesucristo!

Puesto que, sin el Señor Jesucristo, en el corazón del ángel del cielo o
del hombre del paraíso o de la tierra, entonces no hay verdad alguna, ni
menos justicia infinita para agradar a nuestro Dios y Padre Celestial que
está en los cielos. Entonces para Dios, el ángel sin Cristo es un diablo
(lo vemos en Lucifer y en sus ángeles rebeldes, también); y, de la misma
manera, el hombre o la mujer sin Cristo es igual a un diablo (como Adán o
como Eva), para destrucción eterna, en su segunda muerte, en el lago de
fuego, que arde violentamente con azufre eterno.

Es por eso, que a nuestro Padre Celestial jamás le ha agrado cuando ve al
hombre o a la mujer, por ejemplo, entregarse a otra gente para servirles,
como si fuesen sus esclavos personales para ayudar hacer más maldad y
pecados en contra de Dios y de la gente en la tierra. Porque Dios no los ha
creado en sus manos santas a ninguno de ellos, para que les sirvan a
quienes no le aman a él ni a su Hijo amado, el Señor Jesucristo, sino todo
lo contrario.

Dios ciertamente los ha llamado, de las entrañas de la tierra, para que
sean santos, tan santos como él y como su Hijo amado, para que le sirvan
por siempre sólo a Él, en el reino de los cielos y en toda la tierra,
también, hoy en día y por siempre, en la eternidad venidera. Por esta
razón, mis estimados hermanos y mis estimadas hermanas, no se entreguen a
las voluntades perdidas o de maldad de la gente que no ha conocido jamás a
Dios en sus corazones, ni le han honrado con sus labios ni menos en sus
vidas.

Porque hay mucha gente, en el mundo, que solamente buscan el bien para
ellos, por capricho o por egoísmo, y no para los demás o para glorificar a
Dios y a su Jesucristo en sus vidas. Y esto no es del Espíritu de Dios, del
Árbol de la vida eterna, el Señor Jesucristo, sino del espíritu de maldad
del fruto prohibido, del árbol de la ciencia, del bien del mal, Lucifer o
de alguno (o algunos) de sus ángeles caídos, por ejemplo, para que la
maldad y el pecado se incrementen en toda la tierra.

Por cuanto, el que ama a Dios, entonces siempre desea el bien para su vida
y para los demás también, no importando jamás la persona (o personas) que
le rodeen, en cualquier momento de su vida o en cualquier lugar de toda la
tierra. Porque la verdad es que Dios está obrando en el corazón y en la
vida de aquel hombre o de aquella mujer, para alcanzar bendiciones
terrenales y celestiales para su vida y para la vida de los demás, también.

Y esto le agrada mucho al corazón santo de Dios y de sus ángeles del reino
de los cielos, por ejemplo. Porque la verdad y la justicia infinita del
fruto de vida eterna, el Señor Jesucristo, el único Árbol de la vida de
todo ser viviente del cielo y de la tierra, entonces son propagadas y
engrandecidas en gran medida espiritual, para gloria y para honra infinita
de nuestro Padre Celestial que está en los cielos. Y esta acción de fe, en
el corazón de cada hombre, mujer, niño y niña, de todas las familias de la
tierra, es lo que realmente hace que Dios mismo se mueva de su trono santo,
para acercarse más a la tierra y bendecir toda vida del hombre, para que
haya abundancia en su vida y no escasez.

Pues Dios se acerca así a la vida del hombre con el fin, de comenzar a
bendecir a todos sus siervos y a todas sus siervas fieles a él y al nombre
bendito de su Árbol de vida, el Señor Jesucristo, en todas las naciones de
la tierra, hasta que nadie se quede sin su bendición celestial y terrenal,
también. Porque aquel o aquella que a su Dios sirve, por medio del espíritu
de fe, del nombre santo de Jesucristo, entonces lo bendice día y noche y
por siempre hasta que entré por fin a su lugar eterno, en el más allá, en
su nueva ciudad celeste, La Gran Jerusalén Celestial e Infinita del nuevo
reino de los cielos.

Es decir, para que le siga sirviendo más y más que antes en su vida por la
tierra, por ejemplo, en el espíritu y en la verdad infinita de su fruto de
vida eterna, el Señor Jesucristo, su único y verdadero salvador y maestro
de su nueva vida paradisíaca e infinita. Porque estos son los siervos y las
siervas que Dios ha creado para que le sirvan sólo a Él, en el espíritu de
obediencia eterna de su Ley Viviente en sus corazones, como en el corazón
de su Jesucristo o como en el corazón de cada ángel, arcángel, serafín,
querubín y demás seres santos de su reino celestial, por ejemplo.

EL RESUMEN DEL EVANGELIO: ES TEMER A DIOS Y A SU LEY ETERNA

La verdad es que, como lo fue con los antiguos, lo es también hoy en día
con todo hombre, mujer, niño y niña, de la humanidad entera, de que tenemos
que amar a nuestro Creador sobre todas las cosas, en nuestras vidas y en la
vida de los demás, también. Porque el que no ama a su hermano ha quien ve,
entonces como podrá amar verdaderamente a quien jamás ha visto, es decir, a
nuestro Padre Celestial, a Dios. Es decir, también, que el resumen del
discurso oído del evangelio de Dios y de Jesucristo, desde los días del
paraíso y hasta nuestros tiempos en la tierra, es: Temer a Dios y guardar
su nombre y su palabra, pues esto es el todo del hombre, en su vida por la
tierra y posteriormente en el paraíso, por ejemplo.

Porque Dios mismo traerá a juicio toda acción, junto con todo lo escondido,
sea bueno o sea malo, para que sea juzgada bajo la luz de la verdad y de la
justicia infinita de su Árbol de vida eterna, el Señor Jesucristo. Por eso,
es honrado guardar el nombre de Dios junto con su palabra santa en nuestros
corazones, para que sus bendiciones y los dones sobrenaturales de su
Espíritu Santo siempre estén operando, para bien de cada uno de nosotros y
de nuestros familiares, también, en todos los lugares del mundo y aun hasta
en el más allá, en el cielo.

Visto que, en el espíritu del temor de Dios es que realmente vencemos al
miedo del pecado y de sus muchos males eternos también, como enfermedades y
sus muertes terribles en la tierra y en el más allá. Es decir, también, de
que nosotros no tenemos que haber vivido como los antiguos, por ejemplo, en
el pasado o en el más allá, para derrotar a cada una de las profundas
tinieblas de Lucifer, que se lancen en contra de nosotros, para hacernos
algún mal, porque le servimos a Dios.

O más aun, porque sus primeros enemigos, en el paraíso y en la tierra,
también, han sido desde siempre cada unos de los descendientes de Adán, por
ejemplo, por tan sólo haber sido formados por las manos de Dios, en la
imagen y conforme a la semejanza perfecta, del Árbol de vida, del reino de
los cielos, ¡el Señor Jesucristo! Y si nosotros tenemos un enemigo tan
cruel, sin corazón humano en su pecho, y que tiene el talento de matar a
sangre fría a quien sea, porque simplemente no es de su agrado, entonces
tenemos que vivir siempre con el nombre del Señor Jesucristo y con los
dones sobrenaturales de su Espíritu Santo, para protegernos y defendernos,
por siempre.

Para defendernos a capa y a espada de cada uno de sus ataques espirituales
e inhumanos, hasta el fin, hasta que entremos de lleno a la presencia santa
de nuestro Padre Celestial y de su Árbol de vida eterna, el Señor
Jesucristo, que está en su nuevo reino de los cielos, por ejemplo, como La
Nueva Jerusalén Santa y Eterna. Es por esta razón, que nuestro Dios siempre
nos ha dado primero de su Espíritu Santo, desde los primeros días del
génesis de todas las cosas, en el paraíso y por toda la tierra, también,
como génesis 1:3, por ejemplo.

Para que entonces nosotros estemos saturados de sus muchos dones
espirituales y poderes sobrenaturales, para derrotar una y otra vez y hasta
el fin, a cada uno de los ataques y artimañas de Lucifer y de nuestros
enemigos habituales, también, en el paraíso y en todos los lugares de la
tierra, de nuestros tiempos y de siempre. Porque nosotros ya hemos vencido
al maligno con todos sus males eternos, en la tierra y en el más allá
también, si tan sólo creemos en nuestros corazones a su Hijo amado y así
confesamos su nombre santo, delante de nuestro Padre Celestial y de su
Espíritu Santo, también, por ejemplo.

Por eso, el cumplimiento de toda predicación del evangelio, de boca de los
antiguos profetas, hombres y mujeres, ministros y siervos eternos, de Dios
y de su Jesucristo, de nuestros tiempos y de siempre, por ejemplo, es de
que si tan sólo hacemos la voluntad de Dios, en nuestros corazones y en
nuestras almas vivientes, también, entonces no moriremos jamás. En
realidad, viviremos por siempre para ver la vida y con sus muchas
bendiciones celestiales del más allá, si tan sólo recibimos a su Hijo amado
en nuestras vidas, para cumplir toda verdad y toda justicia infinita de su
Ley Viviente, la Ley de Moisés y de la humanidad, la cual el Señor
Jesucristo recibió en su día en Israel.

Y, el Señor Jesucristo la recibió en su día de los israelíes, por ejemplo,
por nacimiento santo, para cumplirla y honrarla eternamente y para siempre,
no tanto en su vida, sino en la vida celestial de Adán y de cada uno de sus
descendientes, en sus millares, por todos los lugares de la tierra, de
nuestros días y de siempre. Porque sólo Jesucristo podía cumplir la Ley, en
el corazón de Adán, si tan sólo le hubiese obedecido en sus primeros días
de vida, en el paraíso, para que comiencen a ver la vida y no la muerte,
como sucede hoy en día, en toda la tierra, en donde Jesucristo no es el
Señor o salvador de muchos, desdichadamente.

Por esta razón, es siempre muy apropiado honrar al Hijo amado de Dios en
nuestros corazones, para que días buenos vengan por siempre a nuestras
vidas, en la tierra y en el cielo, también, como en la nueva gran ciudad
eterna del gran rey Mesías, el Santo de Israel y de la humanidad entera, ¡
el Señor Jesucristo! Porque sólo el Señor Jesucristo, el Árbol de vida y de
salud eterna, es la obediencia perfecta de los corazones de los ángeles y
así también de los corazones del hombre y de la mujer de fe, de su nombre
glorioso, para Dios y para su Espíritu Santo, en toda la vida santa del
reino de los cielos, para siempre.

LA MISERICORDIA DE DIOS ES PARA LA ETERNIDAD

Entonces la misericordia de nuestro Padre Celestial es desde la eternidad y
hasta la eternidad, sobre los que le temen y aman a su Jesucristo de todo
corazón; por ello, su justicia divina ha de ser por siempre sobre los hijos
de sus hijos, sobre los que guardan su pacto y se acuerdan de sus
mandamientos, para ponerlos por obra. Porque el espíritu de temor de su
Hijo amado, en el corazón del hombre, de la mujer, del niño y de la niña de
toda la tierra, es lo que siempre ha movido a Dios a misericordia, desde
siempre, desde los primeros días de la antigüedad y hasta nuestros tiempos,
para amar y bendecir.

Es decir, para bendecir y para redimir a cada uno de ellos, según sea su
amor y su reverencia para con su Hijo amado, el Señor Jesucristo, en sus
corazones y en su diario vivir por toda la tierra. Por lo tanto, la
misericordia de Dios muere delante del hombre pecador o delante de la mujer
pecadora, si es el nombre del Señor Jesucristo ya no vive en su corazón, ni
se menciona en sus labios, por ejemplo.

Esto fue precisamente lo que le ocurrió a Lucifer y a cada uno de sus
ángeles caídos, por ejemplo, cuando vivían en paz con Dios y con su
Espíritu Santo, en el reino de los cielos. Porque el nombre santo del Señor
Jesucristo ya no estaba en ninguno de sus corazones, como en el principio o
como desde los primeros días de su creación, por ejemplo, por la palabra de
Dios, en el reino de los cielos, sino que ahora el nombre inicuo de Lucifer
reinaba en ellos y en sus mentes perdidas, también.

Por lo tanto, cuando Lucifer y sus seguidores pecaron, al tratar de exaltar
su nombre inicuo, más alto que el hombre del Señor Jesucristo, en la tierra
santa del reino de Dios, la cual ha conocido desde siempre, sólo del
espíritu de amor y de lealtad del Árbol de la vida eterna, entonces Dios no
quiso jamás perdonar su pecado. Dios realmente cerro su corazón para con
cada uno de ellos, por culpa de su gran maldad eterna, de haber tratado de
reemplazar en el cielo y en la tierra, también, un nombre tan santo y tan
sublime, como lo ha sido (y lo ha de ser) por siempre, el nombre del Señor
Jesucristo, por un nombre si amor alguno.

Porque sólo en el nombre del Señor Jesucristo es que realmente hay verdad y
justicia infinita, de grandes poderes y de majestuosas justicias
sobrenaturales, para bendecir y para redimir a todo ser creado, por la
palabra y por las manos de Dios, como los somos nosotros en toda la tierra,
descendientes directos del paraíso, de Adán y Eva, por ejemplo. Por esta
razón, Dios no quiso castigar eternamente y para siempre al pecado de Adán
y de Eva, en el día que comieron del fruto prohibido del árbol de la
ciencia, del bien y del mal, sino que Dios se mantuvo firme en su
misericordia y les hablo con amor y con su justicia infinita, para que
siguiesen viviendo.

Amor y justicia sobrenatural, como la gracia salvadora e infinita de Dios,
sólo posible en la vida gloriosa de su Árbol de vida eterna, su Hijo amado,
el Señor Jesucristo, en el corazón del hombre y de la mujer penitente. Y
cuando Dios le hablaba a Adán, en su ira, por haber hecho lo malo, al comer
del fruto prohibido, entonces también vio en el corazón de Adán, de que él
si amaba a su Árbol de vida eterna, su salvador, el Señor Jesucristo; y,
por tanto, decidió perdonarlo, pero no pudo dejarlo sin su castigo justo
ante Él mismo.

Es decir, que Dios no fue tan fuerte en contra de Adán ni de ninguno de sus
descendientes, como Eva, por ejemplo, en aquella hora de juicio en el
paraíso, sino que se mantuvo firme en su amor y en su misericordia, para
volverles a dar una oportunidad más, para ver la vida eterna, en su nuevo
más allá celestial. Y éste nuevo más allá celestial que Dios ya tenia
planeado en su corazón formarlo en el futuro, era la nueva ciudad celestial
de su Árbol de vida eterna o de su gran rey Mesías, el Santo de Israel y de
la humanidad entera, ¡el Señor Jesucristo!

Porque en ésta ciudad infinita, con nuevas tierras y nuevos cielos, ha de
ser para Dios manifestar su gran amor y misericordia eterna hacia cada uno
de sus descendientes, comenzando con Adán, a quien amo primero, en el día
de su formación, para luego traer a la vida eterna a sus hijos e hijas, de
la nueva humanidad celestial. Y en ésta gran ciudad, de tierras y de cielos
santísimos, Dios mismo manifestara en su día cada uno de sus frutos de su
misericordia infinita, la cual siempre existido en su corazón, desde
tiempos inmemoriales, como desde los primeros días de la eternidad, por
ejemplo, si se pudiese decirlo así, cuando creaba su reino, junto con sus
ángeles santísimos.

Y estos frutos de la misericordia infinita de nuestro Padre Celestial han
de ser muchos, como por ejemplo, nuestro Dios mismo nos ha de entregar
mansiones con calles de oro, en donde hemos de vivir por los siglos de los
siglos con él, gozando por siempre de la belleza infinita de su
misericordia hacia cada uno de nosotros. Por tanto, viviremos con Dios, en
estos nuevos lugares gloriosos, sólo con el propósito de honrarle y de
exaltarle por siempre, por habernos perdonado nuestros pecados y
transgresiones, para entonces entregarnos una salvación tan grande y tan
gloriosa, que sólo su Árbol de vida eterna, la podía alcanzar para el
corazón y para el alma viviente de todo hombre.

Es decir, una salvación tan perfecta y tan honrada, únicamente alcanzada
por la vida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo para el corazón y para el
alma viviente de cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera,
comenzando con Adán y Eva, por ejemplo, para su nueva vida infinita y su
nuevo reino celestial, en el más allá. Y ésta misericordia infinita de Dios
y de su Jesucristo ha llegado a nuestros corazones y a nuestras vidas,
también, por amor a los antiguos, para que se cumpla en todos nosotros, de
los que hemos recibido el nombre santo de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, cada una de sus buenas promesas celestiales, para gloria de su
nombre santo.

Promesas de bendición y de salvación eterna, que Dios mismo ha hecho hacia
cada uno de todos nosotros, en todos los lugares de la tierra para que
entonces entremos a su nueva vida infinita, en su nuevo reino celestial,
sin ningún problema alguno, ni menos con el espíritu rebelde del pecado de
Lucifer o de sus ángeles caídos. Porque en la nueva vida santa e infinita
del nuevo reino de los cielos, cada uno de nosotros, en nuestros millares,
de todas las naciones de la tierra, realmente ha de vivir en "la perfecta
obediencia" de la Ley de Dios y de Moisés, cumplida y eternamente honrada
en la vida gloriosa de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!

EL MUNDO MUERE CON SUS COSAS, PERO SU VERDAD PERMANECE SIEMPRE

Por lo tanto, habiendo dicho lo anterior, como el mundo está pasando y sus
deseos, también; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para
siempre, en la tierra y en el paraíso. Es decir, de que después que se haya
vivido, todo lo que se haya de vivir en la tierra, entonces sólo
permanecerá la verdad y la justicia infinita, de Dios y de su gran rey
Mesías, el Señor Jesucristo, en el corazón de cada hombre, mujer, niño y
niña de la nueva humanidad celestial.

Y todo lo demás ha de seguir su curso de perdición eterna, sin Cristo y sin
vida, en el más allá, como en el bajo mundo del infierno o aun peor la
segunda muerte final para todo ser que haya vivido, en el cielo o en la
tierra, sin haber jamás recibido el nombre del Señor Jesucristo en su
corazón. Y esto es muy doloroso para nuestro Dios, porque muchos se han de
perder eternamente y para siempre, en el más allá, por no haber amado y
obedecido al Señor Jesucristo en sus corazones, ni por haber besado su
nombre santo con sus corazones y con sus labios, por ejemplo.

Algo que, por cierto, Dios siempre esperaba de Adán y de Eva, en el
paraíso, por ejemplo, pero no lo hicieron, por culpa de unas pocas palabras
mentirosas en contra de Él, su único redentor de sus almas viviente, en el
paraíso. (Porque Adán y cada uno de sus descendientes, en sus millares, en
toda la creación, como Eva, por ejemplo, tenia que ser redimido por el
Árbol de la vida eterna, el Señor Jesucristo, aunque estuviese viviendo con
su Dios y Fundador de su vida celestial, en el paraíso del reino de los
cielos.)

Y como Adán ni Eva lo hizo, en el día que Dios los llamo para que lo
hiciesen así, entonces tuvieron que morir en sus pecados ante él y ante sus
huestes celestiales del reino, hasta que finalmente besaron al Árbol de la
vida, con sus mismos cuerpos, secos y sin vida, sobre la cima de la roca
eterna. Por eso, mi estimado hermano y mi estimada hermana, el llamado de
nuestro Padre Celestial ha sido para ti, desde los primeros días de la
antigüedad, mucho antes que fueses formado en sus manos santas, en su
imagen y conforme a su semejanza celestial, para que le obedezcas sólo a
él, en su Jesucristo. (Porque te aseguro que si aun vivieses en el paraíso
tu vida celestial, aun así tendrías que "comer y beber" del Árbol de tu
vida eterna, el Señor Jesucristo, para que entonces puedas seguir viviendo
tu vida normal, en el paraíso o en el reino de los cielos, por ejemplo, o
hasta en la tierra, de nuestros días, también.)

Porque todo aquel que cree en Jesucristo, entonces también le está creyendo
verdaderamente a Él, al Dios y Fundador del cielo y de la tierra, para
bendición y para salvación, en la tierra y en su nueva eternidad venidera,
de su nuevo reino celestial, en el más allá de su Espíritu Santo y de su
humanidad infinita, redimida por sangre. Por eso, sin esperar más, es mejor
obedecer a Dios, por medio de su Jesucristo, antes que obedecer al hombre
pecador o a la mujer pecadora, de toda la tierra, para no caer en pecado
mortal ante Dios y ante su Espíritu Santo, por ejemplo, en nuestros
corazones y en nuestras vidas por la tierra.

Porque en el hombre no hay verdad ni justicia alguna en su corazón ni en
toda su vida, por más honorable que sea o por más santa que sea, como Adán
o los ángeles, a no ser que se arrepienta de su pecado y reciba al Señor
Jesucristo, para que entonces pueda comenzar a vivir la vida eterna. Es
decir, para que entonces comience a existir vida en abundancia en todo su
ser, para gloria y para honra infinita de nuestro Padre Celestial que está
en los cielos.

Ya que, nuestro Dios se glorifica y se siente muy honrado en su corazón
sagrado, cuando ve que el corazón del hombre tiene vida, la vida sagrada de
su Jesucristo, para seguirla viviendo eternamente y por siempre, desde sus
días de vida por la tierra y hasta entrar de lleno en su nuevo lugar
eterno, en el reino de los cielos. Por lo tanto, todas las cosas han de
pasar, como el pecado, para no volverlos a ver ni oír jamás, sino que sólo
ha de seguir el curso de la vida infinita, de Dios y de su Árbol de vida
eterna.

Y de estos han de ser, en sus millares, de todos los descendientes de Adán,
sólo de los que hayan honrado a su Dios en sus corazones y en sus vidas: al
recibir al Señor Jesucristo, como su único y suficiente salvador de sus
vidas, para siempre. Porque en el reino celestial, como en la nueva ciudad
de Dios y de su gran rey Mesías, La Jerusalén Infinita, sólo existirá
eternamente el espíritu y la vida obediente a Dios, a su Ley y a su fruto
de vida eterna, Jesucristo, en el corazón de cada ángel, hombre, mujer,
niño y niña, redimido por su fe, en Cristo.

CONOCEREMOS A DIOS, SI TAN SÓLO HONRAMOS SUS MANDAMIENTOS

Pues en esto sabemos muy bien, que nosotros le hemos conocido a nuestro
Padre Celestial: en que guardamos sus mandamientos, en lo profundo de
nuestros corazones, al retener con gran amor extraordinario e increíble: el
nombre sagrado de su Hijo amado, el Señor Jesucristo. Porque el Señor
Jesucristo es "la obediencia perfecta al cumplimiento y a la honra más
sublime de la Ley de Dios", en el corazón de Dios, de su Espíritu Santo, de
sus ángeles y de todo hombre, mujer, niño y niña, de la humanidad entera.

Por lo tanto, el que dice: "Yo le conozco" y no guarda las palabras de su
Ley Bendita, entonces se miente a sí mismo; y, por ello, la verdad, de
ninguna manera está en su corazón o en ningún lugar de su vida en Él o en
ella, por ejemplo. Pero en el que guarda su palabra, honrado la Ley con el
nombre de Jesucristo en su corazón, entonces en éste verdaderamente el amor
de Dios ha sido perfeccionado, para comenzar a vivir la vida eterna delante
de su Padre Celestial y de sus huestes de ángeles santos, en la tierra y en
el reino del cielo, también, para siempre.

Por esto, sabemos que estamos en Él, por la obediencia perfecta a su Ley
Santa, quien es su Hijo amado, vive en nuestros corazones y en nuestras
almas vivientes, hoy en día y por siempre, en la eternidad venidera de su
nuevo reino celestial. Por esta razón, el que dice que cree en Él, entonces
debe caminar por la tierra, como Él caminó, con el nombre de Dios en su
corazón, para que las bendiciones celestiales y terrenales, no sólo
sobreabunden en su vida, sino también en la de los demás, como a los suyos
y amistades en general.

Puesto que, Dios desea que su bendición, de perdón y de vida eterna, llegue
al corazón de todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera, sin
jamás hacer excepción de persona alguna. Porque su nuevo reino celestial
está compuesto para todo ángel y todo hombre, mujer, niño y niña, fiel a
Él, su Dios y Creador, por medio de la vida y de la gran obra sobrenatural
de su Hijo amado, el Señor Jesucristo.

Obra extraordinaria, con derramamiento de sangre santa, la cual lleva acabo
Dios mismo con la vida de su único Hijo, en cumplimiento a la profecía de
Abraham e Isaac, su hijo, sobre la cima de la roca eterna, en las afueras
de Jerusalén, en Israel, para establecer de una vez por todas y para
siempre: la obediencia eterna a Dios. Y esta obediencia sobrenatural a
Dios, por medio del holocausto de la sangre santa, de su Hijo amado, ha
sido para no sólo ponerle fin al pecado y a la rebelión, sino para hacer de
todo hombre, mujer, niño y niña, "obediente a su Dios y a su Árbol de vida
infinita", ¡el Señor Jesucristo!

Por lo tanto, el que tiene al Señor Jesucristo en su corazón y así lo
confiesa con sus labios, entonces el espíritu de amor de Dios está en él o
en ella, para seguir viviendo su vida, en la tierra y en el más allá,
también. Como en su nuevo lugar del reino de Dios, por ejemplo, como la
ciudad santa del gran rey Mesías, la Jerusalén Gloriosa, en donde sólo el
amor a la Ley ha de vivir en el corazón de los ángeles y de los hombres y
mujeres de la humanidad entera, para agradar a Dios por siempre, en su
nueva vida celestial.

Porque la verdad es que el que no ama a la Ley de Dios y de Moisés en su
corazón, entonces no podrá jamás amar a Jesucristo, ni a su Espíritu Santo,
delante de nuestro Padre Celestial, en la tierra, ni menos en el paraíso o
en el nuevo reino de los cielos. Y este fue el pecado de Adán y Eva, en el
cielo, por ejemplo, ante Dios y sus huestes celestiales. Porque el que no
tiene el amor a la palabra de la Ley, cumplida en su corazón y en toda su
alma viviente, también, entonces no podrá jamás tener en su espíritu
humano: el verdadero espíritu de amor, para amar por siempre a Dios y a
todas sus cosas, de su nueva ciudad celestial e infinita del cielo, por
ejemplo.

Y esto es muerte eterna, para aquel pecador o para aquella pecadora ante
los ojos de nuestro Padre Celestial que sentado en su trono santo, siempre
esperando que todo hombre, mujer, niño y niño, se llene su vida del
espíritu obediente de la vida misma de su Jesucristo, como es el caso en
los ángeles celestiales, de su reino eterno. Porque Dios jamás ha deseado
la muerte de nadie, ni de ángel ni de hombre, sino la vida celestial e
infinita de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, el único Árbol de vida para
el corazón y para el alma viviente de todo ángel, de todo hombre y de toda
mujer fiel, a su palabra y a su nombre santo.

OBEDECER A JESÚS, PARA DIOS ES MEJOR QUE TODOS LOS SACRIFICIOS

Es por esta razón, que Samuel, por ejemplo, en su día preguntó francamente
al pueblo de Dios: --¿Se complace tanto nuestro Padre Celestial en los
holocaustos y en los sacrificios de sus manos, como en que la palabra de su
corazón y de su Ley, sean obedecidas por todos? Ciertamente el obedecer es
mejor que los sacrificios de la humanidad entera, y el prestar atención a
su palabra y a su nombre santo, es mejor que las delicias de los carneros
de los holocaustos de día y noche, les aseguraba Samuel a los hebreos.

Porque todo sacrificio o holocausto de las manos de los hombres, si no es
honrada en la vida gloriosa del "Cordero Escogido de Dios y de Moisés",
antes o después del supremo sacrificio del Señor Jesucristo, sobre la cima
de la roca eterna, en las afueras de Jerusalén, en Israel, entonces no
tiene ningún valor, en la vida del hombre. En verdad, es totalmente
imposible que tenga algún valor espiritual para Dios, el sacrificio del
hombre, sin la sangre del "Cordero Escogido de Dios", el Señor Jesucristo,
en la tierra, ni menos en el reino de los cielos, para bendecir y
salvaguardar su alma viviente de todo hombre de la tierra, de hoy en día y
de siempre, por ejemplo.

Visto que, en los días de la antigüedad, los sacrificios de ovejas,
corderos, vacas y demás animales escogidos especialmente para los
holocaustos diarios a Dios sobre su altar, eran santificados, no sólo por
honrar y obedecer a la palabra de Dios, sino por su nombre y por la vida
misma del gran "Cordero Celestial", el Hijo de David, el Cristo. Porque lo
que "verdaderamente santificaba los miles de sacrificios", que Israel le
ofrecía a Dios día y noche, de manos de sus familias hebreas, era la
presencia gloriosa del gran rey Mesías, el Santo de Israel y de la
humanidad entera, ¡el Señor Jesucristo!; y Israel vivía día y noche por
ésta gran bendición sobrenatural en la vida de sus gentíos.

Por lo tanto, Dios veía con gran agrado de su corazón, a cada uno de los
sacrificios de Israel, para alcanzar el perdón de sus pecados y para
recibir todas sus bendiciones que necesitaban en sus vidas, para seguir
caminando victoriosos sobre sus enemigos por el desierto, hasta entrar a la
nueva vida mesiánica, de la tierra escogida de Canaán. Porque la verdad es
que si Israel no hubiese comenzado a ofrecer sus sacrificios a su Dios y
Fundador de sus familias, en la tierra de su cautividad, Egipto, o por su
camino a la tierra prometida de Israel, por el desierto, entonces jamás
hubiesen llegado a existir, como nación, hasta el día de hoy, por ejemplo.

Pero gracias a Dios y a cada uno de los sacrificios de los corderos y de
los carneros de las manadas de Israel, sobre el altar de Dios, en el nombre
glorioso del gran rey Mesías, el Santo de Israel, entonces hoy en día viven
para alcanzar la bendición y la vida eterna del Fundador de su nación
eterna. Y es por ésta fe sobrenatural, de los millares de sacrificios que
los hebreos ejecutaron, comenzando con el de Moisés, en Egipto y por su
desierto, por ejemplo, para obedecer al llamado de Dios, para que se cumpla
su voluntad perfecta en cada uno de ellos, para vida y salud eterna, no
sólo para Israel, sino para la humanidad entera.

Y esta voluntad perfecta de Dios, para con cada uno de los hebreos y de las
hebras y así también para todas las familias del mundo entero, fue de que
su Hijo amado llegase a ser una gran realidad en sus corazones y en sus
vidas, también, para que sus pecados les sean perdonados y no mueran jamás.
Porque sin el primer sacrificio de Moisés, por ejemplo, en la tierra de
Egipto, entonces los hebreos hubiesen seguido viviendo en las profundas
tinieblas de sus pecados, para luego morir en las manos de sus enemigos,
para perderse definitivamente entre las tinieblas del más allá, sin Cristo
y sin esperanza de vida eterna en sus corazones, para siempre.

Y Dios no quería éste terrible mal para Israel, ni para ningún hombre o
mujer de la humanidad entera, sino todo lo contrario. Dios quería que todos
ellos fuesen perdonados de sus pecados, por el sacrificio perfecto de la
sangre gloriosa de su Jesucristo, sobre su altar celestial de la roca
eterna, en las afueras de Jerusalén, en su tierra escogida, para ponerle
fin al pecado de todas las familias, razas, pueblos, linajes, tribus y
reinos de la humanidad entera, comenzando con Israel.

Entonces Israel se libro del mal eterno, de sus enemigos antiguos, por
ejemplo, porque Moisés oyó la voz de aquel que le hablaba desde la zarza
que ardía sobre el Sinaí y le obedeció; le obedeció de corazón y a ciegas
también, sin saber nada de él, hasta que el Espíritu de Dios se lo
manifestase a su vida. Y por ésta obediencia a la voz de aquel que le
hablaba de entre el fuego de la zarza que ardía, pero no hacia daño alguno
a nada ni a nadie, entonces Moisés pudo proféticamente, hasta cierto grado
espiritual, finalizar el primer sacrificio, como el de Abraham y de Isaac
sobre el Moriah, por ejemplo, para complacer a Dios.

Y sólo así entonces abrir las puertas de la libertad para Israel en Egipto
y por su desierto candente y sumamente peligroso para toda vida humana,
hasta que por fin entren en la tierra prometida de Canaán, Israel. Para que
en los días posteriores ver cara a cara, aquel que le había hablado a
Moisés, desde la zarza y el fuego: Sólo liberación eterna para sus almas
sufridas bajo el yugo de sus verdugos eternos, para que caminasen por el
desierto en contra de la voluntad, de Lucifer y de sus enemigos eternos.

Enemigos que lucharon con sus ejércitos en contra de Israel día y noche,
para que no llegasen a la tierra prometida y se encontrasen con su Árbol de
vida eterna, el Hijo de David, el gran rey Mesías de sus vidas y de la vida
eterna del más allá, de la nueva ciudad celestial, La Gran Jerusalén Santa
e Infinita. Entonces tanto como Moisés y como Israel en general,
obedecieron a la voz del Señor Jesucristo, cuando les hablaba desde la
zarza ardiente sobre el Sinaí, y sólo entonces comenzaron a ser hechos
libres de sus pecados y de sus condenas eternas, también, para comenzar a
ver la vida paradisíaca, en la tierra y en la Jerusalén Celestial, también.

Y esto es lo mismo que hoy en día, cada uno de nosotros, en todos los
lugares de la tierra, tiene que hacer para comenzar a obedecer, a la voz de
Dios, que se levanto para entrar al corazón de Moisés y de todo hombre de
la humanidad entera, desde la zarza que ardía sobre la cima del Sinaí. La
zarza que ardía con fuego celestial, que no quemaba nada en su derredor,
pero si nuestros pecados y sus muchas tinieblas, para trasladarnos de la
tierra de la muerte, a la tierra de la luz más brillante que el sol y llena
de vida eterna del Árbol de la vida, el Señor Jesucristo, el único posible
salvador del mundo.

DE LARGA VIDA SON LOS QUE AMAN LA LEY, DE DIOS Y DE SU JESUCRISTO

Por esta razón, mi estimado hermano y mi estimada hermana, no te olvides
jamás de la palabra y del nombre bendito del Señor Jesucristo en tu
corazón; y, además, esconde en tu corazón también los mandamientos sagrados
de la vida eterna de la Ley viviente, del reino de los cielos. Porque
abundancia de días y años de vida y bienestar te serán aumentada por su
espíritu de vida y de salud eterna en la tierra, así como en el cielo con
sus ángeles, pues así también contigo y con los tuyos, si tan sólo le eres
fiel a sus decretos en tu corazón y en toda tu alma viviente.

Por cuanto, la instrucción de nuestro Padre Celestial para nuestras vidas
es realmente más vida y vida en abundancia con muchas si no todas sus
bendiciones en la tierra, mucho antes de entrar a la tierra santa de la
nueva vida infinita, del nuevo reino de los cielos, por ejemplo. Porque
Dios ama eternamente y para siempre a todo aquel que honra el nombre
sagrado de su Hijo amado, en su corazón. Y de él, Dios jamás se ha de
olvidar, sino que siempre lo ha de tener en su pensamiento, no para juicio
o mal alguno, sino para bien de su vida y de los suyos, en todos los
lugares de la tierra y hasta en el más allá de la muerte, también.

Porque de ellos es el reino de los cielos, con todas sus más ricas y
gloriosas riquezas, de su vida santa y de la vida honrada de su Árbol de
vida eterna, su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! En vista de que, todo
aquel que ama a su Hijo amado, entonces significa que también lo ha de amar
a él con su Ley Bendita, en su corazón y en todos los días de su vida, por
la tierra y en su nuevo lugar eterno, en el reino de los cielos. Por lo
tanto, la palabra de la Ley de Dios, en el corazón de aquel hombre o mujer,
del espíritu de la fe, del nombre del Señor Jesucristo siempre ha de ser
bendecido, con todos los suyos día y noche por su Dios y Creador de su
vida, en la tierra y en el cielo, también, para siempre.

Ya que, los que aman a Dios y a su Árbol de vida eterna, el Señor
Jesucristo, entonces la Ley también les ha de amar por siempre, para
bendecirlos, para protegerlos y para entregarles sus más ricos dones
sobrenaturales, de la palabra de su Espíritu de vida eterna, en la tierra y
en el paraíso, también, por siempre. Es por eso, que para Dios un hombre,
mujer, niño o niña de toda la humanidad entera, que ame a su Jesucristo en
su corazón, entonces ha de ser amado y por siempre bendecido, también, por
Él mismo y por cada mandamiento de la Ley Viviente de Moisés y de Israel,
en esta vida y en la venidera.

Pero los que no aman a Dios, ha de ser porque no pueden amar a su
Jesucristo ni a su palabra viviente, la Ley Eterna y perfecta de la vida
santa del reino de los cielos, para todo hombre, mujer, niño niña y ángel
del espíritu de fe, del nombre sagrado de su bendición infinita, ¡el Señor
Jesucristo! Y todo aquel que no ame a su Padre Celestial que esta en los
cielos, entonces no podrá jamás ver la vida eterna de su Árbol de vida, el
Señor Jesucristo, sino que la perdición perpetua, del mundo bajo del
infierno lo espera, como siempre, para recibirlo y jamás dejarlo escapar su
castigo eterno, en el más allá.

Realmente, el alma perdida, de todo pecador y pecadora de la tierra, ha de
sufrir tormentos eternos, en su corazón y en su alma viviente, porque
pudiendo haber recibido en su corazón a su salvador infinito, entonces no
lo hizo, sino que lo rechazo, como Adán lo hizo por engaño de Lucifer, en
su día de rebelión, en el paraíso. Es por eso, que hoy en día, como en los
días de la antigüedad, por ejemplo, Dios ha estado llamando a todo hombre,
mujer, niño y niña, que se mantenga firme en el don del perdón de sus
pecados y de la salvación infinita de Dios y de su Ley Bendita.

Para que entonces cuando le llegue el día y la hora de ver a su salvador
eterno cara a cara, como los antiguos profetas, apóstoles y discípulos le
vieron en el día de su manifestación, en la tierra de Israel, por ejemplo,
entonces sea así en aquel día, sin más demora alguna. En verdad, cada uno
de los fieles, al nombre del Señor Jesucristo y a la Ley Infinita de Dios
en su corazón, le ha de ver por fin, tal como siempre ha sido Él, desde
mucho antes de la fundación del cielo y de la tierra y de todo ser viviente
sobre ella, el Señor Jesucristo.

Porque ciertamente abundancia de vida y de salud infinita ha de vivir todo
aquel que ame a su Dios y a su Ley Bendita, en la vida sagrada de su Árbol
de vida, en el paraíso o en la tierra de nuestros tiempos, por ejemplo,
para alcanzar mayores glorias y honras de la nueva vida celestial del reino
de Dios. Y ésta nueva vida eterna de Dios y de sus huestes celestiales, en
el más allá del nuevo reino infinito, es de cada uno de nosotros, también,
si tan sólo le somos fieles a su Ley Bendita, cumplida y sumamente honrada,
en la vida y en la sangre de nuestro salvador Jesucristo, el Santo de
Israel y de las naciones.

Entonces si amas a Dios, ha de ser porque amas a su Ley cumplida y
eternamente honrada en su Árbol de vida, en el paraíso, en las afueras de
Jerusalén, en Israel, sobre la cima de la roca eterna y de nuevo en las
alturas de su nuevo reino celestial, de su nueva eternidad venidera, La
Gran Jerusalén Celestial. Porque la verdad celestial es, que si no amas a
su Ley, entonces jamás amaras a su Jesucristo, quien la vivió, la cumplió y
la honro para gloria de Dios y para vida y salud eterna, de todo ángel del
cielo, hombre, mujer, niño y niña, de la humanidad entera, por ejemplo, de
hoy y de siempre, en el cielo.

AMAR A CRISTO ES AMAR A DIOS / SEGUIR A CRISTO ES SEGUIR A DIOS

En verdad, el que no puede amar a la Ley de Dios y de su Espíritu de vida
eterna, tampoco podrá amar a Jesucristo, en la tierra ni menos en el más
allá, como en el nuevo reino de los cielos o el paraíso celestial, por
ejemplo. Y el que no ama a Jesucristo, no podrá amar a su Dios y Creador de
su vida, por más que lo desee hacer así en su corazón y en su vida de otra
forma extraña a toda verdad y a toda justicia celestial.

Pues desgraciadamente, aquel hombre pecador está en profundas tinieblas con
su corazón perdido, en el espíritu de las palabras mentirosas de Lucifer,
en la tierra y en el infierno, para siempre, para jamás volver a tener la
oportunidad de obedecer a Dios y ver la vida eterna de su Árbol de vida, el
Señor Jesucristo. Y Dios desea salvar su alma a como de lugar, sólo si
recibe en su corazón, por el espíritu de fe, y de la invocación de su
nombre santo, al Señor Jesucristo, para que sus pecados les sean borrados y
perdonada su alma de todo mal, en la tierra y en el paraíso, también, para
siempre.

Es por eso, que para Dios el Señor Jesucristo es la esencia, la fragancia,
de su perfecta voluntad en el corazón y en la vida de cada hombre, mujer,
niño y niña de la humanidad entera, comenzando con la Casa de Israel, por
ejemplo. Porque Dios comenzó la bendición del perdón y la salvación del
alma del hombre, con la sangre de su Cordero Escogido y con las tablas de
su Ley, en las manos de Moisés, por ejemplo, para levantar la vida sagrada
de su Hijo, en el corazón de cada uno de sus hijos y de sus hijas, en toda
la tierra.

Y es por eso, que la palabra de Jesucristo ha llegado a cada uno de
nosotros, de una manera u otra, a tiempo y fuera de tiempo, y hasta como de
lugar, también y sin cesar, para despertarnos a la gran bendición, de la
obediencia perfecta e infinita de Dios, la cual sólo es posible en nuestros
corazones con Jesucristo. Y el Señor Jesucristo está vivo en el reino de
los cielos, sentado por siempre a la diestra de nuestro Padre Celestial,
porque al Tercer Día resucito de entre los muertos, para darnos vida y vida
en abundancia, en la tierra y en el paraíso, también, hoy en día y por
siempre, para la eternidad venidera.

Y esto es, hoy en día, vida nueva e infinita de su nuevo amanecer, de
nuestros corazones y de nuestras almas vivientes, también, en la gran
ciudad celestial, como La Nueva Jerusalén Santa y Eterna del reino de los
cielos, del gran rey Mesías, el Señor Jesucristo, por ejemplo. Por eso, es
que el Señor Jesucristo siempre les dijo a los israelíes, por ejemplo, en
sus días de predicación del evangelio, en Israel: Todo aquel que hace la
voluntad de mi Padre Celestial que está en los cielos, entonces ese es mi
hermano, mi hermana y hasta mi misma madre, también, en la tierra y en el
cielo, para siempre.

Entonces si el Señor Jesucristo está en tu vida, no temas por ninguna
razón, ni por ningún mal del enemigo terrenal y del más allá, también,
porque Dios te ama mucho con su amor eterno y nunca jamás te abandonara, en
esta vida ni en la venidera, para siempre. Porque ser el hermano o la
hermana o la madre del Señor Jesucristo, para Dios es lo mismo que estar
amándolo a Él mismo, el Señor Jesucristo, y no a otro extraño, en su
corazón santo y todos los días de su vida santa, en el reino de los cielos.

Y esto ha de ser contigo mismo, como en los días de la antigüedad, o como
desde siempre Dios ha amado a su Hijo Santo, en gran manera espiritual,
pues así ha de ser contigo en todos tus días, si tan sólo le eres fiel a
Él, el que ama tu alma, con todo el amor de su corazón viviente. Es más,
esto es un misterio sobrenatural: El amor de la vida de nuestro Padre
Celestial, el Todopoderoso del cielo y de la tierra, que siente por ti,
como su único y perfecto amor de su corazón, para siempre; y no te ha de
abandonar jamás, por ninguna razón del mundo o del paraíso, como sucedió
con Adán y Eva.

Esto es algo que Dios mismo siempre se lo demostró al hombre a través de
los tiempos, para que le conozcan a él, tal como él siempre ha sido para
con sus ángeles y para con cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad
entera, comenzando con Adán y Eva, en sus vidas celestiales del paraíso,
por ejemplo. Con esto te estoy aclarando, que el amor de Dios para ti, no
es nada nuevo, comenzó millares de años atrás, a través desde los primeros
días de la antigüedad, mucho antes de haber creado el reino de los cielos,
el paraíso y toda la tierra, de nuestros días, por ejemplo.

Y el día, cuando realmente Dios demostró su amor por ti, como único y muy
de él, por ejemplo, fue cuando se entrega totalmente al sacrificio
perfecto, para redimir tu alma de los poderes del pecado y de su ángel de
la muerte, en la tierra y en el más allá, como en el infierno y el lago de
fuego. En éste día histórico para Dios y para la humanidad entera, el Señor
Jesucristo en obediencia suprema a la perfecta voluntad de Dios, entonces
entrega toda su sangre para entregártela a ti, sólo llena de vida infinita
y de sus muchas bendiciones sobrenaturales, de la tierra santa del reino de
los cielos y de sus huestes de ángeles santos.

Para que en el futuro no muy lejano, por cierto, entonces puedas entrar tú
también junto con los tuyos a la vida celestial, por la cual Dios te ha
formado en sus manos santas y te ha llamado de las profundas tinieblas a su
luz más resplandeciente que el sol de nuestro cosmos, por ejemplo. Para que
entonces ya no veas tu vida en las tinieblas de siempre de Lucifer y de sus
partidarios, sino que veas tu nueva vida, en la luz viviente de tu salvador
eterno, su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!

Dado que, Dios no te ha llamado a la vida de la tierra, a que seas esclavo
de nadie, sino sólo fiel a su verdad y a su justicia infinita, las cuales
se encuentran en la vida y en el nombre santo de su Jesucristo, por
ejemplo, en tu corazón y en toda tu alma viviente, también. Porque la
verdad es que todo aquel que se entrega para obedecerle, entonces esclavo
es para aquella persona (o personas), que quizás no ame a Dios ni tenga el
temor de su nombre santo viviendo en su corazón, por ejemplo.

Porque los que se hacen siervos de gentes impías, por voluntad propia,
entonces han rechazado al dador de la vida eterna, al Señor Jesucristo,
para maldición y perdición infinita de sus vidas, en el infierno. Es por
eso, que es muy bueno que el hombre siempre ame a su Jesucristo en su
corazón, para honrar y alegrar el corazón santo de Dios que está en los
cielos; es decir, vivir por siempre feliz, sin jamás abandonar a Jesucristo
por ninguna razón, en su corazón o en su vida, por más justificable que
sea, esa razón.

Porque además de ser obediencia perfecta el Señor Jesucristo para Dios,
desde el corazón del hombre para obedecerle y cumplir su palabra y voluntad
infinita en su vida, pues también es nuestro salvador eterno "justicia
inagotable", en la tierra y para la eternidad, en el nuevo reino de los
cielos, para ángeles, mujeres, niños y niñas de la humanidad entera. Por lo
tanto, el resumen de toda exposición de la palabra de vida, del evangelio
de nuestro gran rey Mesías, el Hijo de David, el Cristo Rey de Israel y de
las naciones, es de temer a nuestro Padre Celestial de todo corazón,
guardando por siempre sus mandamientos y su nombre bendito en nuestros
espíritus humanos y en nuestras vidas.

Amén, así sea contigo y con los tuyos, mi estimado hermano y mi estimada
hermana, "la única obediencia posible y perfecta de nuestro Padre
Celestial, el Señor Jesucristo, viviendo en tu corazón por siempre", en la
tierra y en el nuevo reino de los cielos.

El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre Celestial y de su Jesucristo es
contigo.


¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en el nombre del
Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman, Señor. Nuestras almas te adoran,
Padre nuestro. Nuestras almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra
santa y sobrenatural, en la tierra y en el cielo, también, para siempre,
Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo amado, el Señor Jesucristo.

LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo a la verdad
de Dios y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo eterno, para que la
omnipotencia de Dios no obre en tu vida de acuerdo, a la voluntad perfecta
del Padre Celestial y de su Espíritu Eterno. Pero todo esto tiene un fin en
tu vida, en ésta misma hora crucial de tu vida. Has de pensar quizá que el
fin de todos los males de los ídolos termine, cuando llegues al fin de tus
días. Pero esto no es verdad. Los ídolos con sus espíritus inmundos te
seguirán atormentando día y noche entre las llamas ardientes del fuego del
infierno, por haber desobedecido a la ley viviente de Dios. En verdad, el
fin de todos estos males está aquí contigo, en el día de hoy. Y éste es el
Señor Jesucristo. Cree en Él, en espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe
en Él, escaparas los males, enfermedades y los tormentos eternos de la
presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de espíritus infernales
en tu vida y en la vida de cada uno de los tuyos también, en la eternidad
del reino de Dios. Porque en el reino de Dios su ley santa es de día en día
honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de sus santos
ángeles. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano, mi estimada hermana, has
sido creado para honrar y exaltar cada letra, cada palabra, cada oración,
cada tilde, cada categoría de bendición terrenal y celestial, cada honor,
cada dignidad, cada señorío, cada majestad, cada poder, cada decoro, y cada
vida humana y celestial con todas de sus muchas y ricas bendiciones de la
tierra, del día de hoy y de la tierra santa del más allá, también, en el
reino santo de Dios y de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El
Todopoderoso de Israel y de las naciones!

SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en tu corazón,
para bendecirte, para darte vida y vida en abundancia, en la tierra y en el
cielo para siempre. Y te ha venido diciendo así, desde los días de la
antigüedad, desde los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí".

SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que
esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de
la tierra. No te inclinarás ante ellas ni les rendirás culto, porque yo soy
Jehová tu Dios, un Dios celoso que castigo la maldad de los padres sobre
los hijos, sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a los que me aman
y guardan mis mandamientos".

TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová tu Dios, porque
Él no dará por inocente al que tome su nombre en vano".

CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para santificarlo. Seis
días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día será sábado para
Jehová tu Dios. No harás en ese día obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu
hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que está
dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová hizo los cielos, la
tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y reposó en el séptimo día.
Por eso Jehová bendijo el día del sábado y lo santificó".

QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se
prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te da".

SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio".

SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio".

OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás".

NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de tu prójimo".

DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la
mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni
cosa alguna que sea de tu prójimo".

Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y deshazte de todos estos males
en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno de los tuyos, también.
Hazlo así y sin mas demora alguna, por amor a la Ley santa de Dios, en la
vida de cada uno de los tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres
de sus ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú no lo veas así, en ésta
hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos, también. Y tú tienes el
poder, para ayudarlos a ser libres de todos estos males, de los cuales han
llegado a ellos, desde los días de la antigüedad, para seguir destruyendo
sus vidas, en el día de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos males
en sus vidas, sino que sólo Él desea ver vida y vida en abundancia, en cada
nación y en cada una de sus muchas familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor Jesucristo.
Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y digamos juntos la siguiente
oración de Jesucristo delante de la presencia santa del Padre Celestial,
nuestro Dios y salvador de todas nuestras almas:

ORACIÓN DEL PERDÓN

Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la memoria de tu
nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo amado. Venga tu reino, sea
hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra. El pan
nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas
líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por todos
los siglos. Amén.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre Celestial
también os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los hombres,
tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la VERDAD, y la
VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO, sino es POR MÍ". Juan 14:

NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.

¡CONFÍA EN JESÚS HOY!

MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA TI Y LOS
TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de éste MUNDO y su
MUERTE.

Disponte a dejar el pecado (arrepiéntete):

Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al tercer día
por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que entré en tu vida y sea
tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.

QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ DECIRLE AL SEÑOR
SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di: Dios mío, soy un pecador y
necesito tu perdón. Creo que Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y
ha muerto por mi pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo
a venir a mi corazón y a mi vida, como mi SALVADOR.

¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No _____?

¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?

Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de una nueva
maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con Dios, orando
todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate en AGUA y en El ESPÍRITU
SANTO DE DIOS, adora, reúnete y sirve con otros cristianos en un Templo
donde Cristo es predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los demás.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros cristianos que
los hermanos Pentecostés o pastores del evangelio de Jesús te recomienden
leer y te ayuden a entender mas de Jesús y su palabra sagrada, la Biblia.
Libros cristianos están disponibles en gran cantidad en diferentes temas,
en tu librería cristiana inmediata a tu barrio, entonces visita a las
librerías cristianas con frecuencia, para ver que clase de libros está a tu
disposición, para que te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti, para que te
goces en la verdad del Padre Celestial y de su Hijo amado y así comiences a
crecer en Él, desde el día de hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la paz de Jerusalén
día a día y sin cesar, en nuestras oraciones. Porque ésta es la tierra,
desde donde Dios lanzo hacia todos los continentes de la tierra: todas
nuestras bendiciones y salvación eterna de nuestras almas vivientes. Y nos
dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: "Vivan tranquilos los que te aman.
Haya paz dentro de tus murallas y tranquilidad en tus palacios, Jerusalén".
Por causa de mis hermanos y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti,
siempre Jerusalén". Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en el
cielo y en la tierra: imploraré por tu bien, por siempre.

El libro de salmos 150, en la Santa Biblia, declara el Espíritu de Dios a
toda la humanidad, diciéndole y asegurándole: - Qué todo lo que respira,
alabe el nombre de Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso! Y esto es, de
toda letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo corazón, con su
voz tiene que rendirle el hombre: gloria y loor al nombre santo de Dios, en
la tierra y en las alturas, como antes y como siempre, por la eternidad.

http://www.supercadenacristiana.com/listen/player-wm.asp?playertype=wm%20%
20///


http://www.unored.com/streams/radiovisioncristiana.asx


http://radioalerta.com


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