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(IVÁN): MISIONES

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IVAN VALAREZO

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Nov 5, 2006, 2:43:44 PM11/5/06
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Sábado, 04 de noviembre, año 2006 de Nuestro Salvador
Jesucristo, Guayaquil, Ecuador - Iberoamérica

(Este Libro fue Escrito por Iván Valarezo)


MISIONES

Nuestro Padre Celestial le ha entregado al hombre la misma
misión celestial, la cual primero se la dio a su Espíritu
Santo, de subyugar todos los poderes de las profundas
tinieblas de sobre toda la faz de la tierra, para que luego
el Señor Jesucristo descienda a la vida humana de todo
hombre. Para que entonces el Señor Jesucristo mismo (y no
otro) cumpla su misión divina de su perdón y de su gran
reconciliación celestial para con Adán y para con cada uno de
sus descendientes, de la humanidad entera, en sus millares,
en toda la tierra, de la antigüedad y de nuestros tiempos,
también, para siempre.

Y esta misión divina de todo hombre, mujer, niño y niña, es
de amar a su Padre Celestial día y noche en su corazón y en
toda su alma, en el poder del Espíritu Santo y de nombre
sagrado de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Para que
entonces todas las profundas tinieblas de Lucifer y de sus
ángeles caídos, de enfermedades y de otros males eternos,
como la muerte, por ejemplo, entonces se vallan de la tierra
a su lugar eterno, en el más allá, en el bajo mundo de la
oscuridad y de la perdición infinita de sus espíritus
rebeldes y de las almas perdidas.

Porque la verdad es que Dios ha creado a todo hombre y a toda
mujer de la humanidad entera, para que le sirvan a Él, día y
noche en la tierra y en el cielo, en el espíritu de vida y de
salud infinita de su Árbol de vida, el Señor Jesucristo, para
que su nombre bendito sea exaltado y honrado mucho más que
antes. Es decir, para que su nombre santo, entonces alcance
mayores glorias y santidades sobrenaturales, de nuestros
corazones y de nuestras almas eternas, jamás alcanzadas por
sus ángeles del reino de los cielos, desde los días de la
antigüedad, hasta nuestros tiempos, por ejemplo.

Pues cantemos alegres a nuestro Padre Celestial con mucho
amor en nuestros corazones eternos, en el nombre de su Hijo
Santo, porque él es bueno. Porque nuestro Dios es grande en
misericordia y en verdad, para cada uno de todos nosotros,
los descendientes de Adán, en toda la tierra y del más allá,
también, como el paraíso o como la nueva Jerusalén Santa y
Eterna. Por lo tanto, anuncien día y noche y por siempre su
gran amor y su evangelio de verdad y de justicia infinita
para el corazón, de todo pecador y de toda pecadora de toda
la tierra, para que "encuentre por fin" su perdón y su paz
eterna, para con su Dios y para con su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo!

Y sólo así entonces dejaran que las naciones vean la gloria
de Cristo Jesús en cada uno de ustedes: al hablar y al cantar
por siempre de su gran amor, en todos los pueblos del mundo.
Y esto ha de ser, realmente, de la misma manera que los
ángeles del cielo lo han venido haciendo así, desde los
primeros días de la antigüedad, hasta nuestros tiempos, por
ejemplo, para gloria y para honra infinita de su nombre
santo.

Por esta razón, sin más espera alguna, entonces pongan el don
de Dios a obrar, para el bien de los demás. Para que las
gentes sean perdonadas de sus pecados y sus enfermedades
sanen (y hasta aun las más terribles e incurables), para que
los ángeles caídos salgan, de sus cuerpos y de sus heridas. Y
así ya no regresen jamás a ninguno de ellos, porque ahora
Cristo vive en sus cuerpos glorificados, bendecidos y lavados
por la sangre de Dios del pacto eterno, de Dios, de Israel y
de la humanidad entera, para salud y vida eterna, en la
tierra y en el cielo, para siempre.

Fue por esta razón, más que ninguna otra, que el Señor
Jesucristo les decía a las multitudes, además de los
apóstoles de Israel: Vengan a mí y síganme todos los días de
sus vidas, y los haré pescadores de hombres, para siempre,
para gloria eterna de la vida y del nombre de su Dios, en el
reino de los cielos. Porque si el evangelio de la palabra de
vida y de salud eterna, para el corazón y para el alma del
hombre, está silencioso en nuestros corazones y en nuestros
labios, entonces estará oculta para todos los hombres,
mujeres, niños y niñas de la humanidad entera; por lo tanto,
jamás conocerán del amor de Dios y de su Hijo Santo.

Pero si hablamos del nombre del Señor Jesucristo y de sus
muchas maravillas, milagros y de sus prodigios, que llevan en
el corazón de cada uno de ellos, de los que creen en Él y en
su nombre, entonces sus tinieblas dejaran de ser tinieblas,
para llenar todos sus cuerpos y sus espíritus humanos, de la
luz viviente de Dios. Porque nuestro Dios es "luz" y no
tinieblas, en el corazón de los ángeles de los cielos y así
también, en los corazones de cada hombre, mujer, niño y niña
de la humanidad entera, comenzando con Adán y Eva, en el
paraíso, por ejemplo.

Pues entonces así también "alumbre la luz" de Jesucristo en
sus corazones, al tan sólo creer en él y en su obra santa, la
cual ha llevado acabo sobre la roca eterna, en las afueras de
Jerusalén, en Israel, para ponerle fin a tu pecado, mi
estimado hermano y mi estimada hermana. Y así no tengas que
jamás morir, eternamente, en la tierra ni en el más allá,
como en el infierno, por ejemplo. Porque cuando Jesucristo le
puso fin al pecado, entonces ya había cumplido la Ley, con su
propia vida y con su misma sangre, para luego darle muerte,
en su día, al ángel de la muerte y así no tengas que vivir
jamás, como hoy en día, por ejemplo, si crees en Él, asustado
de la manaza de la muerte eterna.

En otras palabras, también, si crees en tu corazón y así
confiesas con tus labios, de que el Señor Jesucristo es "tu
gran rey Mesías", el único salvador posible de tu vida, en
esta vida y en la venidera, también, entonces ya no tienes
"una cita con el ángel" de la muerte, como todo pecador la
tiene con él. Porque la verdad es que todo pecador tiene una
cita con el ángel de la muerte de seguro, en su ultimo día de
vida en la tierra, sino que ahora tienes "una cita con tu
Dios" y salvador eterno de tu alma viviente, el Árbol de
vida, el Señor Jesucristo, en el paraíso celestial, del nuevo
reino de los cielos.

Por lo tanto, si Cristo vive en tu corazón, entonces deja que
su luz "alumbre" en tu vida, haciéndole así ver a los demás,
que aun no tienen "la bendición y la salvación" de sus vidas
en sus corazones, algo que, por cierto, cada uno de ellos
necesita para ver la vida eterna. Y entonces pueden vivir con
su Dios y con su salvador eterno, felices en la tierra, hasta
que entren por fin a su nuevo lugar celestial, del nuevo
reino de los cielos, en el más allá, como en la nueva ciudad
celestial del gran rey Mesías, el Hijo de David, el único
Cristo posible de Israel y de las naciones.

Es por eso, que la promesa del Señor Jesucristo hacia todo
hombre, mujer, niño y niña de la tierra, ha sido la misma con
ellos en su día, como con los antiguos, por ejemplo. Y esto
es, de que todo aquel que le confiese a Él, delante de sus
hermanos y de sus hermanas en la tierra, pues así también Él
mismo le ha de confesar su nombre propio, delante de su Padre
Celestial y de sus millares de ángeles santos, en el reino de
los cielos. Y esto ha de ser, realmente, con cada uno de
todos sus fieles a su nombre santo, en sus corazones y en sus
labios, desde hoy mismo y por siempre en la eternidad
venidera, del nuevo reino de Dios y de su humanidad infinita.

PREDIQUEN DÍA Y NOCHE EN EL NOMBRE DE VIDA Y DE SALUD ETERNA

Por tanto, vayan y hagan discípulos a todas las naciones, les
decía el Señor Jesucristo a sus apóstoles y discípulos, en
Israel y en toda la tierra, también: "bautizándoles en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y así
enseñándoles que guarden todas las cosas que les he mandado,
desde el principio. Y he aquí, que yo estoy con ustedes todos
los días de sus vidas por la tierra, hasta el fin del mundo".

Porque éste evangelio del nuevo reino de los cielos tiene que
llegar a la vida de todo hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, para eliminar de una vez por todas y para
siempre, cada una de las tinieblas del pecado, de Lucifer y
de la serpiente antigua del Jardín del Edén, en toda la
tierra. Porque toda alma viviente del hombre tiene que ser
bañada por la fe salvadora, de la sangre bendita del Hijo
amado de Dios, para eliminar toda contaminación del pecado,
en su vida en la tierra y de su nueva vida celestial, en el
nuevo reino de los cielos, en el más allá, para siempre.

Por cuanto, todo espíritu de ángel y toda alma del hombre ha
de vivir delante de Dios para siempre, "lavado y purificado"
de todo pecado, por la sangre bendita del "Cordero Escogido
de Dios", el Señor Jesucristo. De otra manera, ningún ser
viviente, creado por la palabra y por las manos de Dios, ha
de poder entrar en su reino santo, para seguir viviendo su
vida por siempre, en la verdad y en la justicia salvadora de
su Árbol de vida eterna, ¡el Santo de Israel y de la
humanidad entera, el Señor Jesucristo!

Por esta razón, todo siervo y toda sierva de Dios y de su fe
viviente, entonces tiene que hablar del nombre y de la vida
gloriosa y sumamente honrada de su Hijo amado, al corazón de
todo hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera, para
que conozcan a su Dios y a su salvador eterno, el Señor
Jesucristo. Y sólo así entonces puedan comenzar a ser "libre
del pecado y de sus enfermedades eternas", que conllevan día
y noche hacia la muerte eterna del más allá, del bajo mundo
de los perdidos, el Abadón, el abismo del fuego eterno.

En éste terrible lugar, en donde los diablos y las naciones
rebeldes de la antigüedad al nombre del Señor Jesucristo,
esperan por su día de su juicio final, de Dios y de su
Espíritu, para recibir su condena y su castigo eterno, según
hayan sido sus palabras y sus acciones, en contra de su Dios
y de su palabra santa. Y nuestro Dios jamás ha deseado que
ningún hombre, mujer, niño o niña de la humanidad entera,
baje a éste terrible lugar de perdición eterna, para su
corazón y para su alma viviente, sino todo lo contrario.

Nuestro Dios ha deseado desde siempre, que su corazón y su
alma eterna suban hacia sus lugares santos, de gozo y de
felicidad infinita en el más allá, como en sus lugares
santos, por ejemplo, de su trono y de su altar en el reino
celestial, para que viva y así jamás tenga que ver la muerte,
para siempre. Porque el bajo mundo del más allá ha sido
creado por culpa de las palabras mentirosas del corazón
perdido, en sus profundas tinieblas, de Lucifer y de la
serpiente antigua, para que en el día que ellos mueran,
entonces desciendan a estos lugares terribles e inhumanos, de
perdición eterna.

Para que jamás se vuelvan a levantar en sus vidas, para
"hablar maldad y rebelión" en contra de su Dios y de su Árbol
de vida eterna, el Señor Jesucristo, como sucedió en el reino
de los cielos, en el día de la rebelión de Lucifer y de sus
ángeles caídos, o como en el paraíso, también. Por ejemplo,
cuando Adán y Eva comieron del fruto prohibido, para comenzar
a perder sus vidas, para no volverlas a ver jamás, a no ser
que "comiesen" del fruto de vida eterna, en sus corazones y
en sus almas vivientes, también, por medio de la fe, del
nombre de su Hijo amado, el Señor Jesucristo.

Porque sólo por medio del poder sobrenatural, de la sangre
del Señor Jesucristo, es que todo hombre, mujer, niño y niña
de la humanidad entera, ha de ser perdonado de su pecado y
justificado, a la vez, ante Dios, para volver a disfrutar de
la vida, como en su día fue con Adán y Eva, en el paraíso,
por ejemplo. Para que entonces ellos también, como
descendientes, ya no tanto de Adán, sino de Jesucristo, no
sólo "puedan heredar la vida" en el paraíso, sino también en
el nuevo reino de Dios, como en la nueva ciudad celestial del
más allá: La Nueva Jerusalén Santa y Eternal del gran rey
Mesías, el Árbol de Dios y de su Espíritu Santo.

Por esta razón, la palabra de Dios y de su Jesucristo tiene
que ser "predicada" a tiempo y fuera de tiempo, en todos los
lugares de la tierra, para que los que estén perdidos en las
profundas tinieblas del pecado, de Lucifer y de la serpiente
antigua, entonces puedan ser liberados por la palabra de
Cristo Jesús, único salvador nuestro. Porque son las palabras
del Señor Jesucristo que tienen "el poder y la unción
sobrenatural", de parte de nuestro Padre Celestial, para
liberarnos de todos los poderes sobrenaturales del pecado y
de las profundas tinieblas del enemigo, que estén operando en
nuestras vidas y en las vidas de nuestros familiares y hasta
de nuestros amigos, también, por ejemplo.

Porque la palabra de Dios es para cada uno de nosotros, de
nuestros familiares y amigos cercanos y lejanos también: para
perdonar, para liberar y para bendecirnos eternamente y para
siempre, en nuestros corazones y en nuestras almas vivientes,
en la tierra y en el cielo. Y esto es, realmente, para
hacernos "libre" de todas las palabras antiguas y de gran
maldad de Lucifer y de la serpiente antigua del paraíso, que
aun están operando en nuestras vidas, para llevarnos a la
perdición eterna del más allá, sin Dios y sin Cristo Jesús,
en nuestros corazones y en nuestras almas vivientes, también,
para siempre.

Por eso, si creemos en nuestros corazones y así confesamos su
nombre bendito y milagroso con nuestros labios, entonces el
Señor Jesucristo ha prometido que permanecerá con cada uno de
nosotros día y noche, en nuestros millares, hasta el fin de
todas las cosas, en toda la tierra. Y esto ha de ser día y
noche con cada uno de nosotros y con cada uno de nuestras
familias y amigos, en la tierra y en el más allá, también,
hasta que entremos de lleno a su nuevo reino celestial, de
vida y de salud infinita, de nuestro Dios y de sus huestes de
ángeles gloriosos y eternamente honrados.

RECIBIRÁN PODER PARA PREDICAR SU NOMBRE SANTO Y SALVADOR

Por eso, todo hombre, mujer, niño o niña, que haya creído al
Señor Jesucristo en su corazón y así le haya confesado con
sus labios, entonces está llamado de parte de Dios a anunciar
la vida y el nombre bendito de su Jesucristo a todos los
demás, como a sus familiares y amigos, por ejemplo, para que
reciban "la vida". Y esto es perdón y salvación eterna de sus
almas vivientes, en la tierra y en el paraíso, también, para
siempre, para que jamás se vuelvan alejar de su Padre
Celestial y de su fruto de vida y de salud infinita, para sus
corazones y para sus cuerpos eternos, su Hijo amado, ¡el
Señor Jesucristo!

Por lo tanto, los que tan sólo creen en el nombre del Señor
Jesucristo, entonces "recibirán poder", cuando el Espíritu
Santo haya venido sobre cada uno de ellos, para que le sean
testigos en sus tierras, en Israel, y en todos los lugares
del mundo entero, hasta el fin de todas las cosas. Porque
ésta palabra del evangelio del reino de Dios tiene que ser
predicada a todo ser viviente, para que entonces venga el
nuevo reino de los cielos sobre toda la tierra, y sólo así
luego poder comenzar la nueva era del nuevo reino de los
cielos, de Dios y de su Árbol de vida infinita, en el más
allá.

Porque todo pecador y toda pecadora, de todas las naciones de
la tierra, ha de ser redimido con poder del más allá, del
reino de los cielos de Dios y de su Árbol de vida infinita,
si tan sólo cree en su Dios y en su salvador eterno, ¡el
Señor Jesucristo!, en su corazón y en toda su alma viviente,
también. Y este poder de Dios es el mismo poder del Espíritu
Santo, quien entra en el vientre virgen de la hija de David,
para entonces nueve meses después "romper la virginidad" de
la hija de David, para luego manifestarse a Israel y a la
humanidad entera, como "el Cordero de Dios", que quita el
pecado del mundo, para siempre.

Porque sólo el Hijo de David podía ser llamado "el Cordero de
Dios", para destruir al pecado y al ángel de la muerte,
también, en la tierra y en el más allá, con el poder
sobrenatural del nombre de nuestro Padre Celestial, viviendo
en su corazón santo, en perfecta santidad y en gloria
infinita, para bendecir a la humanidad entera. Es por eso,
que Dios nos ha dado de su Espíritu Santo, sin medida alguna
a todos nosotros, en toda la tierra. Porque su Espíritu Santo
tiene cada uno de sus dones sobrenaturales, para destruir día
y noche a cada una de las obras de Lucifer y de sus ángeles
caídos, en la tierra y en el más allá, también, para siempre.

Es decir, también, de que cada vez que nosotros creemos a
nuestro Dios y Padre Celestial en nuestros corazones, por
amor a nuestro Señor Jesucristo, salvador único de nuestras
vidas, en la tierra y en el paraíso, entonces poderes del
cielo descienden en el Espíritu de Dios, para edificar
nuestras vidas con poderes sobrenaturales, de perdón y de
bendiciones eternas. Y cuando estos poderes sobrenaturales de
los dones del Espíritu de Dios entran a nuestras vidas, por
amor a Dios y por amor a nuestro Señor Jesucristo, entonces
nosotros tenemos "el poder y la unción" para predicar la
palabra de nuestro Dios y salvador, el Señor Jesucristo, a
todo hombre, mujer, niño y niña, de la humanidad entera.

Y es aquí, en esta predicación, de la palabra del Señor
Jesucristo, es cuando cada persona que está enferma se
comienza a sanar de cada una de todas sus enfermedades y de
sus males eternos, como hasta de la misma muerte, también,
por ejemplo. Porque la verdad es, que aun la muerte es una
enfermedad terminal, para el hombre y para la mujer de la
tierra, pero no para Dios o su Jesucristo. Porque nuestro
Dios tiene poder sobrenatural también, en la sangre bendita
de su Hijo amado, para sanar aun hasta de la muerte eterna
del infierno: a cada hombre, mujer, niño y niña de la tierra,
si tan sólo cree en Él y en su obra redentora.

Y ésta obra redentora de nuestro Dios y de su Jesucristo es
la cual ha llevado acabo sobre la cima de la roca eterna, en
las afueras de Jerusalén, para ponerle fin al pecado y al
ángel de la muerte, en la vida del hombre y de la mujer y
hasta de la tierra misma de nuestros días, por ejemplo.
Porque aun la tierra de nuestros tiempos y de siempre,
siempre ha necesitado de la bendición y de la salvación
infinita, de su Dios y Creador de sus cielos, mares, tierras
y misterios indescriptibles de selvas aun no visitadas por la
ciencia, con todas sus glorias de vidas terrenales,
celestiales y hasta de las profundidades de su corazón vivo,
también.

Entonces nosotros hemos recibido poder de lo alto, por tan
sólo haberle creído a nuestro Padre Celestial, por todo lo
que su Hijo amado ha hecho en la tierra, para bien de Adán y
de cada uno de sus descendientes, en sus millares, en todos
los rincones de la tierra, de nuestros días y de siempre,
hasta la eternidad venidera. Y estos poderes de Dios están en
nuestros corazones, en el poder sobrenatural de la presencia
y de la unción celestial de su Espíritu Santo, para darnos
vida y vida en abundancia, para destruir a cada una de las
profundas tinieblas de las palabras mentirosas, de Lucifer y
de sus ángeles caídos.

Además, estos son males del más allá del bajo mundo de
Lucifer, de los que puedan estar "operando siempre", en
contra de cada uno de nosotros, para destruir nuestras vidas
y así hacer que nuestras almas se pierdan para siempre, en la
eternidad venidera, de nuestro Dios y de su Hijo amado, el
Señor Jesucristo. Por lo tanto, es nuestro deber por siempre
día y noche, de orar a nuestro Dios para que siempre nos
bendiga, en el nombre de su Jesucristo, con todos y cada uno
de los dones de su Espíritu Santo, que "ya están en la
tierra", para cumplir su palabra, de bendición y de salvación
eterna, en cada uno de nosotros.

Es decir, que estos poderes de los dones del Espíritu Santo
ya "están operando" en los corazones y en las vidas de todos
los hombres, mujeres, niños y niñas de la fe, del nombre
bendito del Señor Jesucristo, para perdonar sus vidas de
todos sus pecados, y llenarlos de muchas y ricas bendiciones,
de los lugares celestiales del más allá. Porque todos
nosotros, no sólo tenemos que alimentar nuestros cuerpos y
espíritus humanos, con los frutos de la tierra, sino también
con los frutos gloriosos, de la palabra de Dios, del Árbol de
la vida y de los dones sobrenaturales, de poderes, de
milagros y de maravillas indescriptibles, del Espíritu Santo
de Dios.

EL HIJO DE DIOS TIENE QUE QUEDARSE CON LOS PECADORES

Por eso, nuestro Señor Jesucristo ha venido al mundo, para
cumplir su más "sublime misión", de cumplir la Ley de Dios y
de Moisés, para entonces poder destruir el poder del pecado y
de su muerte eterna, sobre todo hombre, mujer, niño y niña,
de la humanidad entera. Porque el pecado de Adán y de cada
uno de sus descendientes, "no se podía destruir" antes de la
llegada de Cristo a Israel, "ni menos se podía cumplir" la
Ley Eterna de Dios, para ponerle fin al ángel de la muerte,
de cada alma del hombre, de la mujer, del niño y de la niña,
de la humanidad entera.

Por lo tanto, como dijo el Señor Jesucristo a sus apóstoles,
días antes de su crucifixión: "Es necesario que el Hijo del
Hombre sea entregado en manos de los pecadores, y que sea
martirizado y luego resucite al Tercer Día, desde el vientre
de la tierra, destruyendo el poder de la muerte en su vida y
sobre la humanidad entera". Porque en esta muerte, el Señor
Jesucristo no sólo nos estaba limpiando, de todo poder del
pecado, sino también del poder de la muerte eterna, en el más
allá, para entonces "despertar a la nueva vida celestial", en
la tierra y luego en el paraíso y delante de nuestro Padre
Celestial y de sus santos ángeles gloriosos y eternamente
honrados.

Consiguientemente, el hombre y la mujer del espíritu de fe,
de su nombre santo y eternamente honrado, son libres del
poder de la muerte. Es decir, también, que tal persona, sea
quien sea ella, en toda la tierra, ya no tiene un día ni una
hora más de muerte para su alma, sino sólo la vida eterna le
espera día y noche hasta que regrese al paraíso, desde hoy
mismo en su hogar o en cualquier lugar de la tierra, por
ejemplo. Es decir, también, que en el Señor Jesucristo cada
uno de nosotros puede volver a nacer, no de la carne, en el
día que nacimos en la tierra, de nuestros tiempos, por
ejemplo, sino en la tierra santa y sumamente gloriosa del más
allá, del nuevo reino de los cielos, aunque aun estemos
viviendo nuestras vidas actuales en la tierra.

Es por eso, que el Espíritu de Dios es de gran importancia,
para el diario vivir de cada hombre, mujer, niño y niña, de
la humanidad entera, para entonces nosotros no solamente
nacer de nuevo, bajo los poderes sobrenaturales de su
Espíritu de vida eterna, sino mucho más que esto. Porque
también hemos de crecer diariamente hacia nuestro Padre
Celestial, para ese "pronto encuentro" con Él y con la gloria
bendita de su Árbol de vida y de salud eterna, el Señor
Jesucristo, el único posible gran rey Mesías de nuestro Dios
y para cada uno de nosotros, en la eternidad venidera de
muchos siglos sin fin, en el cielo.

Porque en la nueva eternidad, y a través de sus siglos sin
fin, nuestra misión ha de ser de servirle a nuestro Padre
Celestial, con el mismo Espíritu de amor, de su Árbol de
vida, como los ángeles, arcángeles, serafines, querubines y
demás seres santos, lo han venido haciendo, a través de los
tiempos y hasta nuestros días, por ejemplo. Y hemos de ser
fieles a nuestro Dios por siempre, sólo por medio de la vida
de la "sangre sagrada", de su pacto eterno, para con cada uno
de los antiguos y de nosotros también, en la tierra de
nuestros días y en su nueva vida celestial, por ejemplo, en
su nuevo reino de los cielos, en el más allá.

Puesto que, la sangre de Jesucristo una vez que entra en
nuestros corazones, cuando creemos en él, y en su nombre
santo confesamos nuestro perdón y nuestra salvación infinita,
delante de nuestro Dios, entonces nosotros hemos entrado a la
vida, desde aquel mismo instante de oración y de fe, porque
nuestro nombre ha sido "escrito" en su libro de vida. Por lo
tanto, el espíritu de la vida eterna, de la sangre santísima
y inmolada del Señor Jesucristo, jamás nos ha de abandonar,
por ninguna razón, para siempre, en la tierra, ni menos en el
más allá, en el nuevo reino de los cielos, de Dios y de su
Árbol de vida eterna, sino por lo contrario.

La sangre bendita de nuestro Señor Jesucristo ha de correr
por nuestros corazones y por las venas de nuestros cuerpos,
de la misma manera que ha corrido siempre, en el corazón y en
las venas santas de nuestro Árbol de vida eterna, el Hijo
amado de Dios, el Señor Jesucristo, ¡único salvador posible
de Israel y de la humanidad entera! Por esta razón, era muy
necesario, que el cuerpo santo de nuestro salvador Jesucristo
cayese en las manos de los pecadores, cuando su corazón y su
alma santísima eran totalmente libres de toda maldad y de
todo poder del pecado, de las palabras mentirosas de Lucifer
y de la serpiente antigua del Jardín del Edén, por ejemplo.

Para que entonces Jesucristo sea juzgado por los pecadores,
por razones de los mismos pecados, de sus corazones llenos de
las tinieblas, de las palabras de gran maldad de Lucifer, y
luego sea crucificado sobre los arboles secos y sin vida de
Adán y de Eva, sobre la cima de la roca eterna, en las
afueras de Jerusalén. Y sólo así entonces finalmente cumplir
la Ley de Dios, de una vez por todas y para siempre, en el
corazón de cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad
entera, para ponerle fin al pecado y a su ángel de muerte
eterna, incluyendo también a Lucifer y a cada uno de sus
diablos.

Es decir, para ponerle fin a cada una de las profundas
tinieblas del mal eterno del pecado y de sus muchas
enfermedades terribles, para el corazón y para el alma
viviente del hombre y de la mujer de toda la tierra, de
nuestros días y de siempre, por ejemplo. Porque ésta era la
única manera posible, que la Ley de Dios podía ser finalmente
cumplida y sumamente honrada, para entonces "doblegar al
pecado", hasta vencerlo eternamente y para siempre, por los
poderes sobrenaturales del pacto eterno, de la sangre bendita
del gran rey Mesías, ¡el Hijo de David!

Y esta sangre santísima de Dios es solamente "una",
representando a la humanidad entera, la que fue derramada
sobre la cima de la roca eterna, en las afueras de Jerusalén,
por el cuerpo inmolado de Jesucristo, para vencer el mal
eterno de cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad
eterna, de una vez por todas y para siempre. Para que
entonces todo aquel que ame a Dios, por medio de la vida y de
la sangre santísima de su Hijo amado, pueda comenzar a ver la
vida en la tierra, hasta finalmente entrar en sus lugares
eternos, de gran gloria infinita, en el más allá, en el nuevo
reino de Dios y de su Árbol de vida, Jesucristo.

LOS QUE AMAN A DIOS Y A JESÚS, RESPLANDECERAN COMO EL SOL

Entonces en los últimos días, los entendidos de Dios y de su
Jesucristo resplandecerán con el resplandor del firmamento; y
los que educan justicia a las gentes, entonces serán sus
rostros como las estrellas del cielo, por toda la eternidad.
Porque la gloria de Dios se ha de engrandecer por toda la
tierra, en los corazones de cada uno de sus hijos y de sus
hijas. Y esto ha de ser, verdaderamente, de los hombres,
mujeres, niños y niñas de la humanidad entera, sin que
ninguno de ellos quede sin su bendición celestial, en su
corazón y en toda su vida terrenal y celestial, también, de
su Hijo amado, el Señor Jesucristo.

En verdad, el Espíritu de Dios se ha de engrandecer en gran
medida espiritual, en los corazones y en las almas eternas,
de los que amen a Dios y a su Jesucristo, en todos los
rincones de la tierra. Para que entonces todo lo que era
antes tinieblas sea ahora "luz resplandeciente", en las vidas
de cada uno de ellos, de todos los fieles a Dios y a su
palabra santa, de todas las familias de la humanidad entera.
Y sólo así entonces, todo lo que era tinieblas en todas las
naciones de la tierra, ya no lo serán para la eternidad
venidera.

Porque ahora Dios y su Jesucristo reinan en los corazones y
en las vidas de todos los hijos e hijas de la humanidad
entera, para cumplir "la misión celestial" de la Ley de Dios,
eternamente y para siempre. Así como es la voluntad perfecta
de la Ley cumplida con los ángeles en el cielo, pues así será
con todo hombre en la tierra, también, para siempre. Por lo
tanto, todo ha de ser luz y vida celestial, para nunca más
volver a ser tinieblas como antes, como cuando Lucifer y su
espíritu de error reinaban en los corazones de todos ellos,
en sus millares, por toda la tierra, por ejemplo, desde Adán
en el paraíso, hasta el último hombre o mujer que nazca en la
tierra.

Entonces en aquellos días, por fin la perfecta voluntad de
Dios se ha de cumplir en todo hombre y en toda mujer de la
humanidad entera, incluyendo a toda la tierra; en donde hemos
nacido en el pecado de Adán y Eva, por ejemplo, para cumplir
"la misión de recibir el nombre de Jesucristo" en nuestros
corazones y vidas eternas. Es decir, que la misión del
Espíritu de Dios ha de ser por fin perfecta en nuestros
corazones y en nuestras vidas terrenales y celestiales,
también, en el más allá, para siempre, para nunca más volver
a conocer el pecado ni sus profundas tinieblas, de muertes
eternas, en la tierra, ni menos en el infierno.

Realmente hemos de ser totalmente libres de los males del
pecado y de su muerte infinita, en nuestros corazones y en
nuestras almas vivientes, también, para entonces agradar a
nuestro Dios y a su "fruto de vida eterna", el Señor
Jesucristo por siempre, en su nuevo reino celestial, como en
el paraíso o como en su nueva ciudad infinita. Y esta nueva
ciudad es La Gran Jerusalén Santa y Eterna, la cual Dios les
prometio a los israelíes por boca de Moisés, para que también
pasen "ésta gran misión" de vida y de salud a todo hombre,
mujer, niño y niña de la fe, del nombre de su "Cordero
Escogido", ¡el Cristo de Israel y de la humanidad entera!

Además, en esta ciudad celestial "sólo habitara": todo aquel
que haya comido y bebido del fruto de vida, del Árbol de
Dios, el Señor Jesucristo. Algo que Adán y Eva descuidaron de
hacer en el paraíso, cuando Dios les dijo: -De todos los
arboles del huerto podrán comer y también del Árbol de la
vida. Pero del fruto prohibido del árbol de la ciencia, del
bien y del mal, no podrán comer de él jamás. Porque en el día
que de él coman y beban, entonces dejaran de existir, en el
paraíso y en toda la tierra, también, para Dios y para su
Árbol de vida.

Por lo tanto, todos ustedes y cada uno de sus descendientes,
también, sólo podrán comer y beber del Árbol de la vida
eterna, que está situada en el epicentro del paraíso y del
reino de los cielos, el Señor Jesucristo. Porque sólo en
Jesucristo está "la vida y la salud" eterna de cada uno de
ustedes y de todos los hombres, mujeres, niños y niñas, de la
humanidad entera, en el paraíso y en toda la tierra, de hoy y
de siempre, hasta finalmente entrar en la vida eterna del más
allá, del nuevo reino de los cielos.

Y fue por estas palabras de nuestro Padre Celestial que el
Señor Jesucristo en su día y delante de sus apóstoles,
entonces les declaro abiertamente y no en parábolas, para que
realmente entiendan, de una vez por todas: quien es él
realmente para cada uno de ellos, en el paraíso y en toda la
tierra, también. Y les dijo: - Yo soy el pan de vida que ha
descendido del cielo. Para que todos aquellos que coman de
mí, entonces tenga vida eterna y no mueran nunca por ningún
pecado ni por ninguna de sus enfermedades eternas, en la
tierra ni en el más allá, tampoco.

En otra ocasión, el Señor Jesucristo les dijo también, por
razones de las palabras de nuestro Padre Celestial, en el
paraíso para con Adán y para con cada uno de sus
descendientes: - Mirando al cielo, con el pan de la mesa en
sus manos, entonces oro y dijo: - Éste es mi cuerpo, el cual
es partido por ustedes. Y diciendo estas palabras, entonces
partía el pan (en pedazos para sus millares de seguidores, de
todas las generaciones venideras) y se los ponía en la mano,
de cada uno de sus apóstoles, asegurándoles en sus corazones,
de que si comen de Él, no volverán a tener hambre jamás.

Entonces los apóstoles comían vida eterna de las manos y del
pan de vida de su salvador eterno, el Señor Jesucristo. Tan
pronto como los apóstoles terminaron de comer del pan que el
Señor Jesucristo había partido con sus propias manos y puesto
en sus manos, entonces cogió la copa de vino en sus manos,
levantado la copa entonces volvió a orar. Y mirando a sus
apóstoles, les decía: -Ésta copa es mi sangre, la cual ha de
ser vertida sobre toda la tierra, por amor a cada uno de
ustedes y por amor a todos los hombres, mujeres, niños y
niñas de la humanidad entera.

Por lo tanto, el que beba de esta copa no volverá a tener sed
jamás, sino que "de sus entrañas correrán fuentes de agua de
vida eterna, que no se agotaran jamás, en la tierra ni en el
paraíso, para siempre". Aquí, los que han comido del pan del
cuerpo inmolado y bebido de la copa, del espíritu de la
sangre de vida y de salud del "Cordero Escogido de Dios", el
Señor Jesucristo, entonces hónrenle con sus corazones y con
sus labios: alabando su nombre salvador, desde hoy y por
siempre, en la eternidad venidera de su nuevo reino
celestial.

CANTEN Y PREDIQUEN DÍA A DÍA: LA SALVACIÓN DE DIOS

Sin duda alguna, asimismo, en sus corazones eternos y con sus
labios: ¡Canten a su SEÑOR, toda la tierra día y noche y
hasta siempre! Anuncien de día en día su salvación. Hablen
entre las naciones de su gloria, y de entre los pueblos sus
perfectas maravillas, porque el amor de nuestro Dios es
grande para con cada uno de nosotros, en toda la tierra, de
todas las familias, razas, linajes, tribus y reinos del
hombre, en el mundo entero, hoy en día y por siempre, en la
eternidad venidera.

Porque en la nueva eternidad de Dios y de su Árbol de vida,
entonces todas las familias de las naciones, de las que han
honrado y exaltado el nombre de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, en sus corazones, han de estar delante de Dios y
de su "Cordero Inmolado". Y esto ha de ser así, en aquel día,
con cada uno de todos ellos: Para rendirle gloria y honra por
los siglos de los siglos, en las diferentes lenguas, de todas
las naciones de la tierra, redimidas para Dios, de la
antigüedad y de nuestros tiempos, también, por la sangre del
pacto eterno del Señor Jesucristo.

Ya que, nuestro Dios desea redimir con la sangre de su pacto
eterno, a todas las naciones de la tierra, de las que han
amado a su Ley Bendita y a la vida gloriosa y sumamente
santísima de su Hijo amado, el Señor Jesucristo. Puesto que,
sólo el Señor Jesucristo es "como la niña de sus ojos" para
Dios: para perdonar, para bendecir, para sanar y para
edificar a cada hombre y a cada mujer penitente, de hoy en
día y de siempre, para su nueva vida infinita, en su nuevo
reino celestial del más allá, de sus ángeles y de su Espíritu
Santo.

Es por eso, que para los que aman al Señor Jesucristo,
entonces Dios tiene muy grandes bendiciones, desde hoy mismo
en sus corazones y en sus vidas por la tierra, para
entregárselas una a una, hasta que comiencen a llenar sus
almas vivientes, de su Espíritu de vida y de salud eterna.
Porque el Espíritu Santo de nuestro Padre Celestial está
lleno de dones, de milagros, de maravillas y de grandes
prodigios, para sanar sus vidas y la de los suyos, también,
en todos los lugares de la tierra, sin jamás hacer excepción
de persona alguna.

Es decir, si es que en esta persona vive "la bendición
celestial" del nombre bendito del Señor Jesucristo", de otra
manera, no; no hay bendición, ni paz para el corazón del
impío para siempre. Es por esta razón, de que nuestro Padre
Celestial ha prometido que cada uno de sus hijos y de sus
hijas, de todas las familias de la tierra, ha de resplandecer
como el sol del cielo, porque la gloria de Jesucristo ha de
vivir en todo su ser viviente, para siempre.

Y porque también el Espíritu de verdad y de justicia infinita
vive en su corazón, para honrar y para exaltar a nuestro Dios
y a su nombre santo, en toda la tierra y aun hasta en el más
allá, también, como en el nuevo reino de los cielos, de su
Árbol de vida y de sus huestes de ángeles celestiales.
Ángeles perfectos, en el amor, en la verdad y en la santidad
divina, del fruto de vida eterna, el Señor Jesucristo, en sus
espíritus celestiales y en sus labios eternos, que alaban y
honran día y noche: el nombre bendito de nuestro Dios.

Es por eso, que todos los entendidos, de toda las naciones de
la tierra, han de resplandecer como el sol, como en su medio
día sobre toda la tierra, para hacer desaparecer a cada una
de las profundas tinieblas, de las palabras mentirosas de
Lucifer y de cada uno de sus ángeles caídos, por doquier. (En
realidad, tú eres un de los entendidos del SEÑOR, si
Jesucristo vive en tu corazón, mi estimado hermano.) Y sólo
así entonces la luz del Árbol de vida eterna, el Señor
Jesucristo, ha de resplandecer con gran gloria y con gran
poder sobrenatural sobre la tierra y sus cielos, como ha
resplandecido desde siempre, desde los primeros días de la
antigüedad, en el reino de los cielos y en el paraíso de Adán
y de Eva, por ejemplo.

Y así también, todos los que enseñan justicia y del amor
divino de nuestro Dios y de su Árbol de vida eterna, del
evangelio infinito, entonces vivirán delante de Dios para
resplandecer, como estrellas eternas del cielo más alto que
el reino de los ángeles, en el más allá. En verdad, ellos
entonces han de resplandecer día y noche, por los siglos de
los siglos, como el mismo Señor Jesucristo ha resplandecido
con gran gloria y con gran santidad perfecta, ante los ojos
de nuestro Padre Celestial y ante los ojos del Espíritu Santo
y de sus huestes de ángeles gloriosos, del reino de los
cielos.

Por lo tanto, ellos ya no conocerán jamás ninguna de las
profundas tinieblas del pecado de Lucifer y de sus palabras
mentirosas, sino todo lo contrario. Ellos realmente sólo han
de conocer por siempre, de la verdad y del amor de Dios hacia
su Hijo amado, el Señor Jesucristo, y hacia cada hombre,
mujer, niño y niña de la humanidad entera, que ha creído en
Él en su corazón y así a confesado con sus labios su nombre,
de gran bendición y de gran salvación, Jesucristo.

Y esto es poder y gloria infinita del corazón del alma
viviente del hombre, de la mujer, del niño y de la niña de la
fe santísima, del nombre del Señor Jesucristo. Y hoy en día,
tú mismo eres uno de los entendidos de nuestro Padre
Celestial, mi estimado hermano y mi estimada hermana, al
creer en tu corazón y confesar con tus labios: el nombre
bendito de su Hijo amado, el único posible salvador de tu
vida, el Señor Jesucristo, en la tierra y en el paraíso, para
siempre.

Porque fuera del nombre bendito del Señor Jesucristo,
entonces no hay entendimiento alguno de ninguna verdad ni de
ninguna justicia, en el corazón de cada hombre, mujer, niño y
niña de la humanidad entera, para ser justificado por Dios
mismo y para entrar finalmente y eternamente: a la vida
celestial del nuevo reino de los cielos, en el más allá. Es
por eso, que Dios nos ha llamado a recibir "la dádiva de vida
y de salud" eterna, sólo posible en nuestros corazones, hoy
en día y por siempre, en la eternidad venidera, si tan sólo
confesamos con nuestros labios: "los poderes y autoridades
sobrenaturales" del espíritu viviente, del nombre de nuestro
único salvador de nuestras vidas, ¡el Señor Jesucristo!

PONGAN LA GRACIA DE JESÚS EN USTEDES A OBRAR, PARA LOS DEMÁS

Por esta razón, para complacer la voluntad perfecta de
nuestro Padre Celestial, en nuestros corazones y en nuestros
espíritus humanos, en todos los lugares de la tierra,
entonces cada uno de ustedes, mis estimados hermanos ponga al
servicio de los demás "el don que ha recibido", como buenos
administradores de la gracia sobrenatural de Dios y de su
Hijo, Jesucristo. Porque si el Espíritu de Dios ha entrado a
nuestros corazones, entonces tenemos los dones de su
fortaleza y de sus grandes poderes sobrenaturales viviendo en
nuestros espíritus humanos, que están esperando ser usados
para el bien de muchos, sólo en la invocación santísima, del
nombre sagrado de nuestro Señor Jesucristo.

Y estos dones del Espíritu de Dios están en nosotros día y
noche para bendecirnos siempre, en todo lo que sea necesario,
de acuerdo a la perfecta voluntad de nuestro Padre Celestial
y de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Entonces nuestro
Padre Celestial no ha enviado en vano a su Espíritu Santo a
la tierra, sino para hacer su obra perfecta en cada uno de
nosotros en toda la tierra, hasta que finalmente entremos a
la vida eterna del nuevo reino de los cielos.

Pero mientras tanto tenemos que usar de los dones
sobrenaturales de su Espíritu Santo, para no sólo edificar
nuestras vidas terrenales e espirituales, sino también la de
los demás, en nuestras tierras y en todos los rincones del
mundo entero. Porque ésta salvación de Dios no es sólo de
Adán y Eva, en el paraíso, de comer del fruto de vida y de
salud eterna, de su Árbol Viviente, sino también de todos sus
descendientes, de todas las familias, razas, pueblos,
linajes, tribus y reinos del mundo entero, de hoy en día y de
siempre.

Porque en toda la tierra hay almas de hombres, mujeres, niños
y niñas, que están necesitados de Dios y de sus muchos
milagros y maravillas, para edificar, sanar y bendecir sus
cuerpos grandemente, día a día y hasta finalmente entrar a la
vida eterna, en el nuevo reino de los cielos. Porque el reino
de los cielos ha sido creado por Dios antes que crease al
hombre y a los ángeles, no sólo para él entonces habitar ahí
con cada uno de sus millares de ángeles, arcángeles,
serafines, querubines y demás seres santos, de su Espíritu
Santo y de su Árbol de vida eterna, sino también para la
humanidad entera.

Es más, el reino de los cielos ha sido creado por Dios y por
su Espíritu Santo con cada hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, en su corazón, en su mente y en sus manos,
también. Por ello, la tierra santa con sus cielos santos y
eternos ha sido formada por Dios y por su Árbol de vida
eterna, el Señor Jesucristo, con Adán y con cada uno de sus
descendientes en su corazón, para bendecir por siempre sus
vidas y sus almas eternas, en la tierra y en el más allá,
también, para siempre.

Entonces el reino de los cielos no es tanto de los ángeles
del cielo, sino que realmente de cada hombre, de cada mujer,
de cada niño y de cada niña de la humanidad entera, sin hacer
jamás excepción de persona alguna de ninguna clase. Por esta
razón, "la misión de cada creyente" del nombre bendito de
Jesucristo ha de ser, en la tierra y en el más allá, también,
como en el paraíso o como en la nueva ciudad celestial, de
poner en practica diariamente el don sobrenatural que ha
recibido, de parte del Espíritu Santo, en su vida para bien
de muchos.

Por lo tanto, nosotros de los que hemos llegado a creer en la
vida y en el nombre bendito del Señor Jesucristo en nuestros
corazones, entonces tenemos la misión eterna del llamado de
Dios, de poner en practica la gracia sobrenatural y
todopoderosa de Dios y de su Jesucristo, en nuestras vidas y
en las vidas de los demás, también. Con el fin de destruir
cada una de las obras de Satanás y de sus ángeles caídos, en
todos los lugares de la tierra y solo así entonces edificar
por siempre la vida santísima del nuevo reino de Dios, en la
tierra y en los nuevos cielos venideros de la nueva eternidad
venidera, por ejemplo.

Por todo ello, la misión celestial de cada hombre, mujer,
niño y niña, de todas las familias de la tierra, tiene "el
mismo llamado" de parte de Dios, el cual recibió el Señor
Jesucristo, para edificar la vida santa del nuevo reino de
los cielos, en la tierra y hasta finalmente entrar a la nueva
vida infinita del más allá. Es decir, también, de que cada
uno de nosotros tiene en su corazón y en toda su alma
viviente, "el mismo llamado de Dios", el cual se lo hizo a su
Espíritu Santo y luego a su Hijo amado, el Señor Jesucristo,
para edificar su vida santa, día y noche y hasta por siempre,
en su nuevo reino celestial.

Con el fin eterno de edificar grandemente su "Casa de oración
para todas las naciones" y su nuevo reino celestial, con tan
sólo creerle a Él y a su nombre bendito en sus corazones, hoy
en día y como siempre, en la eternidad venidera, del nuevo
más allá de Dios y de su Árbol de vida y de salud eterna.
Entonces nosotros hemos vuelto a nacer, no de la carne para
derrumbar la obra de Dios, sino del Espíritu de Dios y del
nombre sagrado de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, para
edificar cada paso de la nueva vida y eternamente santa del
nuevo reino de los cielos.

SIGAMEN Y SERÁN PESCADORES DE HOMBRES, palabra de Jesucristo

Es por esta razón, que el Señor Jesucristo descendió del
cielo a Israel, para comenzar a edificar la casa de oración y
el nuevo reino de Dios, en la tierra y en el cielo, también,
para los ángeles del reino y para los hombres, mujeres, niños
y niñas de la humanidad entera. Y entonces les decía a sus
apóstoles y discípulos, una y otra vez: "Vengan y síganme a
mí con toda la fe, de sus corazones eternos, y los haré
pescadores de hombres, no sólo en Israel, sino también en
todos los lugares del mundo entero, para engrandecer la luz
de la vida santa del reino de mi Padre, en la tierra".

Entonces nuestro Jesucristo ha venido al mundo a comisionar
espiritualmente: a siervos y a siervas de nuestro Dios, para
hacer de ellos pescadores de las almas preciosas, de
pecadores y de pecadoras de toda la tierra, antes que sea
demasiado tarde para cada una de ellas, en esta vida y en el
más allá, como en el infierno, por ejemplo. Porque nuestro
Padre Celestial no desea que ninguna de ellas muera, en el
pecado original de Adán, ni menos en el espíritu rebelde de
Lucifer o de sus ángeles caídos, para que se pierdan para
siempre en sus profundas tinieblas, del castigo y de la
perdición eterna del más allá, en el infierno y en el lago de
fuego.

Porque los planes de bendición y de vida eterna que ha
preparado nuestro Padre, desde mucho antes de la fundación
del cielo y de la tierra, para cada hombre, mujer, niño y
niña, no lo ha podido discernir el corazón del ángel, ni
menos el pecador de toda la tierra, desde los días de la
antigüedad y hasta nuestros tiempos. Sólo Dios lo sabe todo
en su corazón santo y su Hijo amado, también, el Señor
Jesucristo. Es por eso, que el Señor Jesucristo entrega toda
su vida para "alcanzar a Adán" y a cada uno de sus
descendientes, con el fin de convertirlos, de las tinieblas
de Satanás a la luz más brillante que el sol, el espíritu de
vida de la sangre santísima, del Árbol de la vida eterna, del
paraíso y de la tierra.

Dado que, sólo en los poderes sobrenaturales de su sangre
santa, es donde realmente está la bendición de "una salvación
tan grande", que ningún hombre jamás la pudo haber alcanzado
en su corazón, ni menos en su alma manchada por el espíritu
rebelde y de gran error, de las palabras mentirosas, de
Lucifer y de la serpiente antigua, por ejemplo. Es por eso,
que todo aquel o aquella que cree en su corazón y así
confiesa su nombre redentor del perdón de sus pecados y de su
salvación infinita (Jesucristo) se ha convertido para Dios:
en un pescador de almas de pecadores y de pecadoras de toda
la tierra, para llevarlos a los pies santos de Dios, en el
paraíso.

Porque todo aquel que se humilla ante su Padre Celestial y
confiesa sus pecados, en el nombre de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, entonces tiene perdón y asegurada la salvación
perfecta para su alma viviente, en esta vida y en su nueva
vida celestial, en el nuevo reino de los cielos, en el más
allá, para siempre. Entonces los que creen y así confiesan
con sus labios el nombre de Jesucristo van de detrás de Él,
para alcanzar a muchas almas perdidas en toda la tierra, de
las cuales todas ellas tienen que recibir a Jesucristo en sus
vidas, para que sus nombres sean inscritos en "el libro de la
vida", del nuevo reino de los cielos.

De otra manera, ningún hombre, mujer, niño o niña, podrá
jamás ver la vida, en la tierra ni menos en el más allá, si
no va detrás de su único salvador eterno, nuestro Señor
Jesucristo, el Santo de Israel y de la humanidad entera, para
cumplir la Ley y así alcanzar toda verdad y justicia para su
nueva vida celestial. Por lo tanto, el hombre sin el Señor
Jesucristo en su corazón, entonces no podrá jamás alcanzar
ninguna verdad ni ninguna justicia, para agradar al corazón y
al espíritu de vida eterna, de nuestro Padre Celestial, en la
tierra ni en el reino de los cielos, sino que su alma es rea
de juicio eterno, para siempre, en el infierno.

Y esto es muy penoso para Dios, cuando ve que el alma
preciosa del pecador y de la pecadora se pierden vanamente en
sus pensamientos y en sus palabras llenas de la maldad y de
la mentira del espíritu de error, de Lucifer y de sus ángeles
caídos. Porque habiendo "tanta gracia y tanta bendición" de
parte de Dios, en la vida gloriosa y sumamente victoriosa,
sobre todas estas grandes maldades de las palabras pecadoras
y llenas de condenación y de juicio eterno de Lucifer,
entonces se pierdan inútilmente cada una de las almas de los
pecadores y de las pecadoras de toda la tierra.

Es por eso, que nuestro Dios nos ha dado "su palabra" de vida
y de salud eterna, para que todo aquel que en Él crea,
entonces reciba así también a su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, en su vida. Para que sea entonces hecho libre de
los males del pecado de Lucifer y de la serpiente antigua en
su corazón y en su sangre enferma, que ha llegado a nosotros,
también, de parte de Adán y Eva, como herencia eterna, por
sus culpas y por sus rebeliones ante Dios y ante su fruto de
vida eterna, el Señor Jesucristo.

Porque la verdad es que si permanecemos en las tinieblas de
las palabras mentirosas de Adán y de Eva, en nuestros
corazones y en nuestros espíritus humanos, entonces hemos de
heredar la muerte eterna en la tierra, para luego descender a
nuestro lugar, de tormento infinito entre las llamas
ardientes, de la ira de Dios en el infierno, por ejemplo. Sin
embargo, si recibimos al Señor Jesucristo en nuestros
corazones, de acuerdo a la voluntad perfecta de nuestro Padre
Celestial, en su santa palabra: entonces hemos de ser hechos
libre de todos los males del pecado y del infierno, para
"heredar la vida" eterna, en el paraíso y en el nuevo reino
de los cielos.

Por esta razón, no sólo tenemos que recibir la perfecta
voluntad de Dios en nuestros corazones, hoy en día, el cual
es de recibir la vida perfecta y sumamente santa de su Hijo
amado, en nuestras vidas, sino que mucho más que todo esto.
En realidad, cada uno de nosotros tiene el llamado y la
misión de hablar del Señor Jesucristo y de sus grandes
victorias infinitas, en contra de las palabras de Satanás y
de sus ángeles perdidos a otros, a otros necesitados del
perdón y de la sanidad de Dios, como en casa o en tierras
lejanas, por ejemplo.

Porque hay muchos en toda la tierra, que están perdidos en
las profundas tinieblas de Adán, como lo estabamos nosotros,
también, en el pasado, hasta que la luz de Jesucristo
resplandeció en nuestros ojos para verlo a Él, como nuestro
amigo y único posible salvador, de nuestras almas y de
nuestras vidas, para siempre. Y sólo así entonces nosotros
comprender por fin "la misión de sus palabras" de vida eterna
para nuestros corazones y para nuestros cuerpos enfermos por
el pecado y, a la vez, amenazados día y noche por el ángel de
la muerte, para tirarnos al infierno, en el último día de
nuestras vidas en la tierra, por ejemplo.

SI JESÚS NO BRILLA EN NOSOTROS, ENTONCES EL MUNDO NO LO PUEDE
VER

Por esta razón, nosotros tenemos que "predicar la palabra
viva" del evangelio del Señor Jesucristo a todos los demás,
en toda la tierra, para que sus ojos se abran a la luz
resplandeciente de vida y de salud eterna, de nuestro Padre
Celestial y de su Espíritu Santo, en la tierra y en el
paraíso, también. Porque en el paraíso Adán y Eva estuvieron
tan ciegos ante la presencia santa de Dios y de su Árbol de
vida, que no pudieron ver jamás su perfecta voluntad, para
sus vidas y para la vida de cada uno de sus descendientes, si
tan sólo hubiesen obedecido para "comer" de su fruto de vida
eterna, el Señor Jesucristo.

Por esta razón, si nuestro evangelio está escondido en
nosotros, entonces entre los que se pierden está, también,
escondido. En otras palabras, si nosotros no hablamos de las
buenas obras de nuestro Dios y de su Jesucristo, entonces el
evangelio está oculto para los que no han llegado a conocer
aun "la verdad y la justicia" justificadora y reformadora de
nuestros corazones y de nuestras almas vivientes, para
siempre. Y el que no da testimonio, de lo bueno que ha sido
Dios en su vida y en la de los suyos, también, entonces le es
contado por pecado ante su Dios y ante su Espíritu Santo. Y
esto es peligroso, muy peligroso, por cierto, para su vida en
la tierra y para su encuentro con Dios en el día final, en el
juicio de todas las cosas, por ejemplo.

Porque sabiendo hacer lo bueno y no lo hace, entonces le es
contando como pecado eterno. Es más, se está haciendo día y
noche injusticia infinita para Dios, para su Espíritu Santo,
para el Señor Jesucristo y para todo pecador y para toda
pecadora, por los cuales Jesucristo ha derramado su sangre
santa, hasta que aquel hombre o mujer habrá su boca y
comience hablar del perdón y de la salvación eterna de Dios.
Porque todo lo que Dios ha declarado, y más todo lo que ha
hecho en la tierra y en el cielo, ha sido para el bien
infinito de cada hombre, mujer, niño y niña de la humanidad
entera, para que se libre de sus pecados y de su muerte
eterna, en la tierra y en el infierno, también, para siempre.

Y, además, para que ellos mismos conozcan que tienen un Dios
Todopoderoso en los cielos y en la tierra, también, a pesar
de la terrible presencia de las profundas tinieblas de
Satanás y de que, por tanto, ha estado trabajando por ellos y
por su futuro, para engrandecer su nueva vida celestial en su
nuevo reino venidero del más allá. Pues entonces cada uno de
ellos tiene "derecho" de estar al tanto, de todo lo que ha
salido de la boca de su Creador, y de todas las obras que ha
hecho y que ha de hacer en los días venideros, también, para
bien de ellos y de la humanidad entera, en general.

Por eso, la palabra del Señor y cada una de sus grandes
obras, como "la obra suprema de su holocausto", sobre la cima
de la roca eterna, clavado sobre los árboles secos y sin vida
de Adán y Eva, en donde su corazón dejo correr su sangre
sobre su cuerpo, ha sido para santificarlo aun mucho más que
antes. Con el fin de cumplir para todo hombre, mujer, niño y
niña de la humanidad entera, de una vez por todas y para
siempre: la Ley Eterna de Dios y así ponerle fin al pecado de
Adán y de cada uno de sus descendientes, en el paraíso y por
toda la tierra, también, para siempre.

Por eso, es de suma importancia predicar la palabra de
nuestro Dios y de su Jesucristo, para que las almas de los
hombres y de las mujeres de toda la tierra sean perdonadas de
todos sus pecados, para que escapen del ángel de la muerte y
entonces vivan. Para que también sus cuerpos sean entonces
"sanados y profundamente bendecidos", con todos los dones del
Espíritu de Dios, los cuales están llenos de millares de
maravillas, prodigios y de grandes milagros, en la tierra y
del más allá, también.

Es por eso, que los que han recibido al Señor Jesucristo,
entonces poderosos dones del Espíritu de Dios obran para bien
de ellos y de los suyos, día y noche sin cesar jamás, por
ninguna razón. Es por eso, también, que muchos de ellos no
solamente son perdonados de sus pecados cotidianos, porque no
hay un sólo hombre que no peque en toda la tierra, sino mucho
más que todo esto.

Los dones del Espíritu Santo "los libran de males" terribles
y, a la vez, los sanan de peligrosas enfermedades día y
noche, para que siempre le sirvan al Dios del cielo y de la
tierra, sin jamás parar de servirle a Él. Aquel que está
sentado en su trono de gran gloria eterna y vive por los
siglos de los siglos, en el reino de los cielos, en perfecta
paz, amor y felicidad infinita, en su corazón y en su alma
santísima, por amor a todo hombre, mujer, niño y niña y
ángeles celestiales de su gran creación infinita.

Por eso, nosotros no podemos ocultar la verdad y la justicia
redentora, la cual ha descendido del reino de los cielos,
para perdonar al pecador y a la pecadora de toda la tierra,
para sanar su corazón y su cuerpo terrenal e espiritual, con
los poderes sobrenaturales de los dones de la sangre bendita,
de nuestro salvador, el Señor Jesucristo. Porque la gracia
santísima y multiforme, de nuestro Dios y de su Hijo, es para
nuestros corazones y para nuestros espíritus humanos, en toda
la tierra, para ayudarnos a escapar día y noche de los
poderes terribles, de las profundas tinieblas de Lucifer y de
sus ángeles caídos. Porque los enemigos de Dios no han cesado
jamás de mentir, de calumniar y de intentar con la vida del
hombre y hasta con la de Dios mismo, si fuese posible hacerlo
así con sus palabras y con sus obras malvadas, para destruir
toda vida infinita. Y sólo así entonces todo sea tinieblas y
perdición eterna, para siempre, en toda la creación de Dios.

Es por eso, que nuestro Dios lucha día y noche con las
palabras, con el espíritu de la sangre y de la misma vida de
su Árbol de vida, el Señor Jesucristo, para librarnos de
todos los males de sus enemigos habituales y eternos. Y así
entonces vivamos por siempre: libres y limpios de todo mal
eterno, como peligros, enfermedades y la amenaza constante
del ángel de la muerte, para llevarnos al más allá, al bajo
mundo de los espíritus y de las almas rebeldes y eternamente
perdidas, entre las llamas del infierno, por ejemplo. Por
esta razón, no debemos permanecer "silenciosos" ni por un
solo instante ante Dios y ante todo hombre, mujer, niño y
niña de la tierra, para ayudarlos a escapar: los males y los
peligros eternos de las profundas mentiras, de Lucifer y de
sus ángeles caídos, en sus corazones y en sus cuerpos
terrenales e espirituales, también.

Porque cuando ellos entran en "el conocimiento" de Dios y de
su verdad viviente de Jesucristo en sus corazones, entonces
salen de las tinieblas del más allá, a la luz de Dios y de su
reino celestial, para ver la vida con sus muchas y ricas
bendiciones de la tierra y del cielo, también, y más no la
muerte eterna. Por lo tanto, para Dios "la predicación" de su
palabra y de su nombre bendito a todos los hombres, mujeres,
niños y niñas de la tierra, es gloria tras gloria infinita
para su nueva vida celestial, en el más allá y para su nombre
santo, también.

En vista de que, los corazones de las gentes han de cambiar
siempre para "el bien infinito" de sus cuerpos y de sus
espíritus humanos, en la tierra y en el paraíso, también,
para siempre. Para que entonces cada uno de ellos sirva a su
Dios y a su Espíritu todos los días de sus vidas por la
tierra y en el más allá, también, como en la nueva ciudad
celestial del gran rey Mesías, el Hijo de David, el Cristo de
Israel y de la humanidad entera, en La Nueva Jerusalén
Perfecta e Infinita.

Pero si no hablamos de las verdades de Jesucristo y de su
justicia sobrenatural e infinita, entonces la voluntad de
Dios no fuese hecha jamás en nosotros, ni en nadie. Es decir,
que las almas seguirían viviendo día y noche bajo los
terribles peligros de un enemigo invisible que jamás se ve,
haciendo siempre de las suyas, para destruir toda vida del
hombre ante Él y ante su reino santo y celestial, para el más
allá.

Dado que, la predicación de la palabra de Dios es para
perdonar y para sanar todo mal del cuerpo y de la vida del
hombre, pero la verdad es mucho más que esto: la verdad
siempre es sanidad y vida eterna para todos. Es decir, que
entonces Dios está edificando su nueva vida celestial e
infinita para su nuevo reino de los cielos, en el más allá,
con cada hombre, con cada mujer, con cada niño y con cada
niña, de todas las familias, razas, pueblos, linajes, tribus
y reinos de toda la tierra, también, por ejemplo.

Porque el nuevo reino de los cielos ha de ser habitado por
todas las familias de las naciones de la tierra, desde Adán y
Eva hasta el último descendiente de la humanidad entera que
nazca en la tierra, para recibir a Jesucristo en su corazón y
en toda su vida terrenal y celestial para la eternidad
venidera. Y sólo así entonces complacer toda verdad y toda
justicia infinita en su vida, para que en su último día
entrar a su nueva vida celestial, en el nuevo paraíso de Dios
y de su Árbol de vida eterna: La Nueva Jerusalén Santa e
Infinita de Dios y de su Gran Rey Mesías, el Hijo de David, ¡
el Cristo!

QUE LA LUZ DE CRISTO BRILLE EN USTEDES, POR SUS OBRAS

Pues entonces así alumbre su luz delante de los hombres de
toda la tierra, de modo que vean sus buenas obras y
glorifiquen a su Padre Celestial que está en los cielos, en
Cristo Jesús, Señor nuestro. Porque nuestro Dios tiene que
ser glorificado con sus corazones, día y noche, llenos del
nombre bendito de su Hijo amado, el Señor Jesucristo, para
cumplir toda justicia y toda verdad en sus vidas.

Para que luego junto con los ángeles santos del reino puedan
entrar, desde ya, a la vida celestial e infinita, de cada uno
de ustedes en toda la tierra y por siempre hasta el nuevo más
allá de Dios y de su Árbol de vida eterna. Porque la vida
santa del reino de los cielos tiene que ser llena de todos
los hombres y de todas las mujeres de la tierra del ayer, de
hoy y de siempre, confesando con sus corazones y con sus
labios: las verdades y las glorias divinas del nombre
bendito, de nuestro único salvador eterno, ¡el Señor
Jesucristo!

Dado que, ésta confesión de fe, de la bondad y del amor
infinito de Dios, hacia cada uno de nosotros, en nuestros
millares, en la tierra, "descendientes directos" de la vida
celestial del paraíso de Adán y Eva, por ejemplo, tiene que
ser hecha por cada uno de nuestros corazones y de nuestros
labios, también, para honra de nuestro Dios. Por cuanto, sin
esta confesión de fe, entonces el hombre, la mujer, el niño o
la niña de toda la tierra, está diciéndole a su Dios (sin
saber verdaderamente que es lo que está diciendo): No te amo.
Y esto es tiniebla; esto es pecado para muerte eterna.

Puesto que, cuando Adán y Eva no comieron del fruto de vida
eterna, del Árbol de la vida, el Señor Jesucristo, en el
paraíso, entonces estaban diciéndole al SEÑOR: No te amamos,
Señor. Y al entender estas palabras inicuas el SEÑOR en su
corazón santo, entonces no veía en ninguno de ellos, ni menos
en sus descendientes, ninguna verdad ni ninguna justicia
posible en sus corazones y en todas sus vidas celestiales y
terrenales, a la vez.

Es decir, si es que se hubiesen quedado a vivir sus vidas en
el paraíso, Adán y Eva con todos sus descendientes en sus
millares, por doquier, para comer por siempre del fruto
prohibido, del árbol de la ciencia del bien y del mal, por
ejemplo. Entonces antes de que todo éste terrible pecado del
corazón de Eva primero y luego de Adán se regase por todos
los rincones no sólo del paraíso, sino también por todo el
reino de Dios, entonces Dios decidió trasladar sus vidas
pecadoras y rebeldes a su fruto de vida, el Señor Jesucristo,
a la tierra de nuestros días, por ejemplo.

Hasta que cada uno de ellos, individualmente, cambie su vida
por la verdad y por la justicia infinita de su Hijo amado, su
Árbol de vida eterna, el Señor Jesucristo, en su corazón y en
toda su alma viviente, también, para la eternidad venidera de
su nuevo reino celestial, en el más allá. Por lo tanto,
cuando Adán y Eva descendieron a la tierra para seguir
viviendo sus nuevas vidas pecadoras, rebeldes, a la verdad y
a la justicia de Dios, entonces dejaron la luz de la vida
eterna, en el paraíso, el Árbol de vida de Dios, su Hijo
amado.

Y la luz de vida eterna se queda en el paraíso, no porque
Dios lo quiso así, sino todo lo contrario. Fue realmente
porque había sido rechazada por Adán, para mal eterno de cada
uno de sus descendientes, comenzando con Eva, por ejemplo. Y
la única manera que esta luz podría regresar a ellos,
entonces seria si Dios lo quisiese hacer así, para ayudar a
Adán y a sus descendientes, escapar la terrible presencia de
las profundas tinieblas de sus pecados, en la tierra y en el
más allá, también, como en el fuego eterno del infierno
tormentoso, por ejemplo.

Por esta razón, el Espíritu de Dios tenia "la misión" muy
especial, por cierto, de parte de Dios, de descender sobre la
faz de la tierra, para subyugar a las fuerzas del mal y así
facilitar entonces el descenso de la luz más brillante que el
sol de nuestro cosmos, su Árbol de vida eterna, el Señor
Jesucristo. Porque sólo entonces con "la luz de Jesucristo
brillando" en lo profundo de su corazón, Adán y sus
descendientes podía volver a tomar la vida eterna, que habían
dejado atrás en el paraíso, en el día que su corazón se torno
de la luz de Dios, a las tinieblas de las palabras mentirosas
de Lucifer, el enemigo eterno de Jesucristo.

Es por eso, que la misión divina del llamado de Dios hacia
cada hombre, ha sido desde siempre, de que cada uno de ellos
entonces reciba en su corazón la vida eterna, que Adán en su
día de gran error, desprecia en el paraíso. Y esto fue tanto
en él, como en Eva, por ejemplo, al no comer del fruto de
vida, del Árbol de Dios, cuando Dios le entrego su misión en
su vida para hacerlo así por siempre para bien de su vida y
la de sus descendientes, sino que peca cobardemente, sin
saber sus consecuencias eternas. Y Adán peca cobardemente
ante el Señor Jesucristo al comer del fruto prohibido, del
árbol de la ciencia, del bien y del mal, de las manos de Eva,
su esposa eterna, para mal eterno de muchos, en el paraíso y
por toda la tierra de nuestros días, también, por ejemplo.

Pero, sin embargo, si en esta hora "comes" del fruto de vida
eterna, el Señor Jesucristo, en tu corazón y en toda tu alma
viviente, también, entonces has de complacer a tu Dios y a
toda su verdad y su justicia infinita para contigo y para con
cada uno de los tuyos, mi estimado hermano y mi estimada
hermana. Para entonces Dios comenzar a entregarte todos los
milagros, maravillas y prodigios que necesitas día y noche en
tu vida, para poder vivirla en la tierra y en el paraíso,
también, para siempre.

Porque para el hombre "poder vivir" su vida normal, como Dios
lo ha llamado a vivir su vida santa, ya sea en el paraíso o
en la tierra o en el nuevo reino de los cielos, en el más
allá, entonces necesita poder de lo alto, de Dios y de su
Espíritu Santo. Y estos poderes de Dios y del Espíritu Santo
para el corazón y para la vida de cada hombre, mujer, niño o
niña de la humanidad entera, sólo se encuentran "en la vida
gloriosa" y eternamente honrada de su Hijo amado, el Señor
Jesucristo, para poder entonces vivir su vida infinita y en
perfecta normalidad, como Dios mismo la constituyo.

Y esto es, realmente, de vivir su vida humana y celestial, de
acuerdo a la perfecta voluntad de nuestro Padre Celestial, en
el paraíso o en cualquier lugar de toda su creación, de hoy
en día y de siempre, en el más allá, en su nueva vida
celestial, de su nuevo reino de los cielos. Por esta razón,
si tienes al Señor Jesucristo viviendo en tu corazón, mi
estimado hermano y mi estimada hermana, entonces deja que su
luz alumbre delante de la vida de los hombres de la tierra,
para que ellos se den cuenta, de que están en las tinieblas,
de perdición eterna y entonces regresen a Dios por la vía
celestial, Jesucristo.

Cuando realmente podrían muy bien vivir en la luz
sobrenatural de vida y de felicidad eterna, en sus corazones
y en todas sus vidas por la tierra, antes de entrar a la vida
eterna, del nuevo reino de los cielos, en el más allá. Porque
la vida de Dios, por la cual su Espíritu Santo y luego el
Señor Jesucristo han traído al mundo, para tocar a toda vida
humana, ha sido con el fin de librarlos, del poder del pecado
y de su muerte eterna, para que entonces vuelvan a sus vidas
celestiales, de su Árbol de vida, en el paraíso, por ejemplo.

EL QUE CONFIESE A JESÚS, ENTONCES JESÚS LE CONFESARA EN
ELCIELO

Por todo ello, todo aquel que confiese el nombre del Señor
Jesucristo delante de los hombres, Él mismo entonces y no
otro, le confesará delante de su Padre Celestial que está en
los cielos y de sus numerosos ángeles celestiales del más
allá. Porque el que se avergonzare cobardemente de Él y de su
Ley Bendita, entonces él también se avergonzara de él y de
sus pecados eternos, delante de Dios y de sus ángeles santos,
por ejemplo, en el reino de los cielos, de hoy en día y de
siempre, en el más allá, en la nueva eternidad venidera.

Es por eso, que Dios llama, e insiste, también, de que todo
hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera, crea en su
corazón y así confiese con sus labios su nombre bendito, para
cumplir toda verdad y justicia divina, para bien eterno de su
alma y de su vida, en la tierra y en el cielo, para siempre.
Así pues, otra vez, si el hombre le confesare delante de su
prójimo y no tuviere vergüenza alguna de su nombre ni de
ninguna de sus palabras, entonces el Señor Jesucristo también
le confesara, delante de su Padre Celestial y de sus huestes
de ángeles gloriosos, de su nuevo reino celestial, desde hoy
mismo, en el más allá.

Y para Dios ésta confesión de fe, del nombre de su Hijo
amado, es tan importante para su verdad y para su justicia
infinita, para bien de cada hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, que Él no lo reemplazaría por nada, en el
reino de los cielos ni menos en la tierra. Es decir, de que
con el corazón del hombre, en haber creído en él y en la obra
santísima de su Hijo y así confesase el nombre del Señor
Jesucristo, con sus labios, entonces le está diciendo todo lo
que tendría que decirle para ser perdonado, por sus pecados y
por sus muchas maldades, para entonces recibir la vida
eterna.

Además, también, de que para nuestro Padre Celestial, sólo el
Señor Jesucristo es la verdad y la única justicia infinita y
posible, para el hombre ser justificado por Él y por su
Espíritu Santo, en la tierra y en el más allá, también, para
entonces entrar de lleno a la vida eterna, del nuevo reino de
los cielos. Por esta razón, es "la misión divina" y
primordial del Espíritu de Dios, en el corazón de cada siervo
y de cada sierva de él y de su nombre salvador, el nombre de
su Jesucristo, para entregárselo al hombre, a la mujer, al
niño y a la niña de toda la tierra, que necesite de su Dios,
para reconciliación eterna.

Y esto de que necesite del perdón, de la bendición y de la
sanidad perfecta del "favor de Dios" y de los dones de su
Espíritu Santo, para edificar su vida y la vida de los suyos,
también, en cualquier tiempo o en cualquier lugar de toda la
tierra, es de toda alma viviente. Para entonces poder vivir
su vida terrenal en la tierra y celestial en el cielo, sólo
de acuerdo a la perfecta voluntad de Dios y de su Árbol de
vida eterna, el Señor Jesucristo.

Es por eso, que el Espíritu de Dios y sus dones divinos, de
parte de nuestro Padre Celestial, desciende del cielo día y
noche, para ejecutar milagros, maravillas y prodigios, en
nuestros corazones y en nuestros cuerpos corporales e
espirituales, también. Por lo tanto, los dones de Dios jamás
han dejado de descender del cielo, desde el día que el
Espíritu de Dios descendió a la tierra por vez primera, por
la palabra de Dios, génesis 1:2, por ejemplo, para comenzar
su gran obra, de bendición y de salvación eterna, para cada
hombre, mujer, niño y niña de la humanidad entera.

Es decir, que hoy en día, aunque tú no lo entiendas en tu
corazón eterno, mi estimado hermano y mi estimada hermana, el
Espíritu de Dios, con cada uno de "los dones" de nuestro
Padre Celestial y de su Árbol de vida, el Señor Jesucristo,
"están siempre contigo", para bendecir tu vida y
salvaguardarte de todo mal eterno. Por lo tanto, en Dios, tú
tienes grandes poderes sobrenaturales, siempre obrando día y
noche y a toda hora, para bien y salud eterna de tu vida, en
la tierra y de tu nueva vida infinita, en el nuevo reino de
los cielos de Dios y de su gran Rey Mesías, el Santo de
Israel y de las naciones, ¡Jesucristo!

Por ello, si deseas desde hoy mismo que tu nombre sea
pronunciado por los labios del Señor Jesucristo delante del
Padre Celestial y de sus millares de ángeles, arcángeles,
serafines, querubines y demás seres santos, de su reino
celestial, pues bien, cree en tu corazón y confiesa con tus
labios, desde este mismo instante, su nombre sobrenatural, ¡
el Señor Jesucristo! Porque sólo el Señor Jesucristo es tu
misión divina de tu corazón, tu confesión de tu voz eterna,
tu salvador viviente para tu alma sedienta y hambrienta de
Dios, en la tierra y en el paraíso, como lo fue en su día,
con Adán y Eva, por ejemplo, en sus vidas celestiales, en el
cielo.

Pero ambos le rechazaron, desdichadamente, no porque Dios o
el Señor Jesucristo les haya hecho algún mal, sino por culpa
de las palabras mentirosas en los labios, de la serpiente
antigua del Jardín del Edén, para que sus almas se pierdan
eternamente y para siempre, en su pecado y en sus profundas
tinieblas, de confusión y de ceguera espiritual eterna. Es
por eso, que para Dios, si crees en tu corazón y confiesas
con tus labios a su Jesucristo, entonces no solamente
Jesucristo ha de confesar tu nombre, en todos los lugares del
reino de Dios, sino que también tu nombre será escrito en el
cielo, para la eternidad venidera, como en "el libro de la
vida eterna", por ejemplo.

Y una vez que tu nombre se haya escrito en "el libro de la
vida", entonces jamás ha de ser borrado por nadie ni menos
por los poderes mentirosos, de Lucifer o de la serpiente
antigua ni por ningún ángel caído, tampoco, sino que
permanecerá para siempre. Tu mismo nombre permanecerá para
siempre en el reino de los cielos, hasta que tú mismo entres
a tu vida eterna, en el más allá, en la nueva ciudad
celestial e infinita de Dios y de su gran rey Mesías, el Hijo
de David, ¡La Nueva Jerusalén Santa y Perfecta, para siempre!

LA GRAN COMISION CELESTIAL

Desde el comienzo de todas las cosas, en el cielo y por toda
la tierra, también, ha sido la voluntad perfecta de nuestro
Padre Celestial, de que todos sus seres creados, hombres,
mujeres, niños, niñas y hasta ángeles del cielo "anuncien"
las buenas nuevas de su santa palabra y del nombre de su
Jesucristo. Porque su palabra y el nombre de su Hijo amado
tienen que ser predicados a todas las naciones del mundo
entero, para que entonces puedan ser bautizados en su nombre
santo, en el de su Hijo y en el de su Espíritu Santo.

Para luego enseñarles todo lo del amor, de la verdad y de la
gracia inagotable de su corazón santo y de la vida gloriosa y
sumamente honrada, de su Hijo amado, el Cristo de Israel y de
la humanidad entera, a cada uno de ellos, en la tierra y en
el cielo, también, para siempre. Porque todo lo que tienen
que aprender de Dios, de su Hijo y de su Espíritu Santo con
sus millares de ángeles gloriosos, comienza en la tierra y
jamás ha de terminar en el nuevo reino de los cielos, en el
más allá, en la nueva eternidad venidera, para todo hombre,
mujer, niño y niña de la humanidad entera.

Porque el corazón del hombre de fe, de su nombre salvador, ha
de tener que aprender y entender, a la vez, todo lo que es de
su Dios y de la vida gloriosa y sumamente sagrada de su
Jesucristo, en esta vida y en la venidera, también, para
siempre, en el más allá, en el nuevo reino de los cielos.
Para que entonces ninguna tiniebla de Lucifer y de sus
palabras mentirosas ya no reine en sus corazones, como lo
había sido así, desde siempre, desde el día que Adán y Eva
pecaron en contra de Él y de su Árbol de vida, en el paraíso,
para mal de sus vidas celestiales y de las de sus
descendientes, por doquier.

Es decir, que ninguna tiniebla ha de volver a existir jamás,
en el corazón y en toda el alma viviente del hombre, de la
mujer, del niño y de la niña de la humanidad entera, una vez
que el Señor Jesucristo entra en su vida, para quedarse y
para glorificar por siempre a su Dios y a su Espíritu Santo.
Entonces sólo la luz de Dios y de su Jesucristo ha de brillar
en la vida, de cada uno de sus nuevos hijos y de sus nuevas
hijas, en la nueva vida celestial de su nuevo reino, junto
con cada uno, de sus millares de ángeles, arcángeles,
serafines, querubines y demás seres santos, del reino de los
cielos, para siempre.

Además, todos han de ser libres, eternamente y para siempre,
de todas las tinieblas eternas, de Lucifer y de sus ángeles
caídos, delante de Dios y de su Espíritu Santo, para no
volver a conocer jamás ninguna tiniebla, de ninguno de ellos,
para miles de siglos venideros, en el más allá. Sólo han de
conocer por siempre, de su amor y de su verdad infinita,
únicamente manifestada, en cada uno de nosotros, por la fe,
la cual solo es posible en creer en nuestros corazones y de
confesar con nuestros labios, de que "el Señor Jesucristo es
el SEÑOR".

Y esto ha de ser una confesión celestial y divina para gloria
y para honra eterna, de nuestro Padre Celestial en su trono
santo, en el reino de los cielos, desde ahora mismo, en esta
vida y para siempre en la nueva eternidad venidera, del más
allá del nuevo reino de Dios, en los cielos. Por eso, todos
los que han creído en su Dios y en la vida de Jesucristo,
entonces han recibido, sin duda alguna, en sus corazones y en
sus espíritus humanos, poderes celestiales, de los lugares
altos del reino de los cielos, para que actúen en sus vidas,
mientras vivan en la tierra, siempre fieles a Él y a su
nombre.

Y estos poderes de Dios son para cada uno de nosotros, en
esta misma hora y por siempre, poderes sobrenaturales que
actúan en nuestras vidas, protegiéndonos de todos los males
eternos del pecado y de Lucifer, en la tierra y en el más
allá, también, como en el paraíso, por ejemplo. Es por eso,
que todo ministro de Dios tiene la protección de Dios y de su
Espíritu, para hablar libremente siempre de su palabra y de
su nombre santo, a aquellos que aun permanecen perdidos y
confundidos entre las profundas tinieblas de Lucifer y de sus
ángeles caídos, en toda la tierra de nuestros tiempos y de
siempre, por ejemplo.

Por esta razón, nuestro salvador Jesucristo descendió del
paraíso, para redimir no sólo a Adán de sus males eternos,
sino también a cada uno de sus descendientes, de todas las
familias, naciones, pueblos, linajes, tribus y reinos de toda
la tierra, de la antigüedad y de nuestros tiempos, también.
Porque nuestro Jesucristo no fue entregado por nadie a los
pecadores, sino que él mismo, de su propia voluntad santa y
perfecta, entonces se entrego a sí mismo para cumplir no sólo
la Ley, sino "toda su verdad y toda su justicia" necesaria,
en el corazón de cada hombre, mujer, niño y niña de la
humanidad entera, complaciendo así a Dios para siempre.

Para que entonces el poder de la Ley ya no le culpe de
pecado, sino que le dé vida y vida en abundancia, en esta
vida y en la venidera, también, en el más allá, en la nueva
ciudad celestial del gran rey Mesías, en el nuevo reino de
los cielos. Y esta ciudad de Dios es realmente: La Nueva
Jerusalén Santa e Infinita, por la presencia permanente del
Espíritu de Dios, de sus ángeles santo y del Padre Celestial
con su Árbol de vida y de salud eterna, ¡el Señor Jesucristo!

Consiguientemente, en ésta misma ciudad del nuevo reino de
los cielos, el Señor Jesucristo ha preparado lugares
agradables al alma del hombre y de gran gloria y de
santidades inescrutables, para todos los que le han creído en
sus corazones y así le han confesado con sus labios, su
nombre bendito, para vida eterna. Es decir, para perdón de
sus pecados eternos y para sanidad infinita de sus almas
vivientes, en esta vida y en la venidera, también, de Dios y
de su gran humanidad infinita, de todas las naciones de la
tierra, desde el día de su creación y hasta nuestros tiempos,
por ejemplo.

Porque cuando el Señor Jesucristo "resucito en el Tercer
Día", entonces se levanto de entre los muertos, de todos los
mundos de familias, razas, pueblos, linajes, tribus y reinos
de la antigüedad y de nuestros tiempos, también, para no sólo
borrar sus pecados de los libros del juicio eterno, sino
mucho más que todo este gran bien. Realmente, los lavo y los
limpio uno a uno del poder de la muerte, para que también
vuelvan a la vida eterna, no sólo a su tierra natal, sino a
la tierra del paraíso y de la vida celestial, perdida por
culpa de unas cuantas palabras con doble sentido, de Lucifer
y de la serpiente antigua del Edén, por ejemplo.

Para que entonces cada uno de ellos, junto con Adán y Eva,
pues vuelvan a vivir sus vidas celestiales con Dios, con su
Espíritu Santo y con su Árbol de vida, rodeados por siempre
de ángeles, arcángeles, serafines, querubines y demás seres
santos, del nuevo reino de los cielos, para servir y para
honrar a Dios, a nuestro Padre Celestial. Es por esta razón,
de que los que han recibido al Señor Jesucristo en sus
corazones y confesado su nombre santo con sus labios y en
medio de las profundas tinieblas de la tierra, para complacer
toda verdad y toda justicia infinita de la Ley de Dios en sus
almas vivientes, entonces serán "los entendidos de Dios",
para la eternidad.

Ellos han de ser quienes realmente, en sus millares, como las
estrellas del firmamento, resplandecerán por siempre, como
Dios mismo, como su Hijo amado, como ángeles del reino de los
cielos y las estrellas infinitas de la inmensidad del nuevo
reino de Dios y de su Nueva Jerusalén Santa y Eterna, en el
más allá. Y ésta estrella de Dios para su nuevo reino
celestial, eres tú mismo, mi estimado hermano y mi estimada
hermana, ni más ni menos, como ya te lo he mencionado algunas
veces.

Por eso, nuestro Dios y Padre Celestial lucha por ti día y
noche e incansablemente en su misión personal, como el Señor
Jesucristo lucho por tu alma, limpiándote así para hacerte
libre de todo mal del pecado, hasta que le costo su misma
vida, en una muerte tan cruel. Y aun peor, en una muerte
cruel e indescriptible, por ejemplo, como la que tenias tú,
mi estimado hermano y mi estimada hermana, en tu ultimo día
de vida, no sólo en la tierra, sino en el infierno o en el
lago de fuego eterno, la muerte final del alma perdida y del
ángel caído del más allá.

Por eso, fue que Dios envió a su Hijo amado a la tierra, con
esa "gran misión de rescatarte" de las palabras mentirosas y
de gran engaño eterno, de Lucifer y de sus ángeles caídos, en
la tierra y en el más allá, también. Por esta razón, también,
el Espíritu jamás ha dejado de descender, de sus lugares
celestiales, con los dones y poderes muy especiales, de parte
de Dios y de su Árbol de vida, para bendecir tu vida y
edificarla por siempre, para su servicio especial y de su
nombre, no sólo en la tierra, sino en la nueva Jerusalén
Celestial, del más allá.

El amor (Espíritu Santo) de nuestro Padre Celestial y de su
Jesucristo es contigo.


¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!


Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en
el nombre del Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman,
Señor. Nuestras almas te adoran, Padre nuestro. Nuestras
almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra santa y
sobrenatural, en la tierra y en el cielo, también, para
siempre, Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo amado, el
Señor Jesucristo.

LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo
a la verdad de Dios y al poder de Dios en tu vida. Un
tropiezo eterno, para que la omnipotencia de Dios no obre en
tu vida de acuerdo, a la voluntad perfecta del Padre
Celestial y de su Espíritu Eterno. Pero todo esto tiene un
fin en tu vida, en ésta misma hora crucial de tu vida. Has de
pensar quizá que el fin de todos los males de los ídolos
termine, cuando llegues al fin de tus días. Pero esto no es
verdad. Los ídolos con sus espíritus inmundos te seguirán
atormentando día y noche entre las llamas ardientes del fuego
del infierno, por haber desobedecido a la ley viviente de
Dios. En verdad, el fin de todos estos males está aquí
contigo, en el día de hoy. Y éste es el Señor Jesucristo.
Cree en Él, en espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe en
Él, escaparas los males, enfermedades y los tormentos eternos
de la presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de
espíritus infernales en tu vida y en la vida de cada uno de
los tuyos también, en la eternidad del reino de Dios. Porque
en el reino de Dios su ley santa es de día en día honrada y
exaltada en gran manera, por todas las huestes de sus santos
ángeles. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano, mi estimada
hermana, has sido creado para honrar y exaltar cada letra,
cada palabra, cada oración, cada tilde, cada categoría de
bendición terrenal y celestial, cada honor, cada dignidad,
cada señorío, cada majestad, cada poder, cada decoro, y cada
vida humana y celestial con todas de sus muchas y ricas
bendiciones de la tierra, del día de hoy y de la tierra santa
del más allá, también, en el reino santo de Dios y de su Hijo
amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El Todopoderoso de Israel y de
las naciones!

SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en
tu corazón, para bendecirte, para darte vida y vida en
abundancia, en la tierra y en el cielo para siempre. Y te ha
venido diciendo así, desde los días de la antigüedad, desde
los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí".

SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza
de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni
en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas
ni les rendirás culto, porque yo soy Jehová tu Dios, un Dios
celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a
los que me aman y guardan mis mandamientos".

TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová
tu Dios, porque Él no dará por inocente al que tome su nombre
en vano".

CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para
santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero
el séptimo día será sábado para Jehová tu Dios. No harás en
ese día obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu
siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que está
dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová hizo los
cielos, la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y
reposó en el séptimo día. Por eso Jehová bendijo el día del
sábado y lo santificó".

QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que
tus días se prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te
da".

SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio".

SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio".

OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás".

NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de
tu prójimo".

DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no
codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su
sierva, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna que sea de tu
prójimo".


Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y déshazte de todos
estos males en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno
de los tuyos, también. Hazlo así y sin mas demora alguna, por
amor a la Ley santa de Dios, en la vida de cada uno de los
tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres de sus
ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú no lo veas así,
en ésta hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos,
también. Y tú tienes el poder, para ayudarlos a ser libres de
todos estos males, de los cuales han llegado a ellos, desde
los días de la antigüedad, para seguir destruyendo sus vidas,
en el día de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos
males en sus vidas, sino que sólo Él desea ver vida y vida en
abundancia, en cada nación y en cada una de sus muchas
familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor
Jesucristo. Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y
digamos juntos la siguiente oración de Jesucristo delante de
la presencia santa del Padre Celestial, nuestro Dios y
salvador de todas nuestras almas:

ORACIÓN DEL PERDÓN

Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la
memoria de tu nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo
amado. Venga tu reino, sea hecha tu voluntad, como en el
cielo así también en la tierra. El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en
tentación, mas líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el
poder y la gloria por todos los siglos. Amén.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre
Celestial también os perdonará a vosotros. Pero si no
perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará
vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la
VERDAD, y la VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO,
sino es POR MÍ". Juan 14:

NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.

¡CONFÍA EN JESÚS HOY!

MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA
TI Y LOS TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de
éste MUNDO y su MUERTE.

Dispónte a dejar el pecado (arrepiéntete):

Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al
tercer día por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que
entré en tu vida y sea tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.

QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ
DECIRLE AL SEÑOR SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di:
Dios mío, soy un pecador y necesito tu perdón. Creo que
Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y ha muerto por mi
pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo a
venir a mi corazón y a mi vida, como mi SALVADOR.

¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No
_____?

¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?

Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de
una nueva maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con
Dios, orando todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate
en AGUA y en El ESPÍRITU SANTO DE DIOS, adora, reúnete y
sirve con otros cristianos en un Templo donde Cristo es
predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los demás.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros
cristianos que los hermanos Pentecostés o pastores del
evangelio de Jesús te recomienden leer y te ayuden a entender
mas de Jesús y su palabra sagrada, la Biblia. Libros
cristianos están disponibles en gran cantidad en diferentes
temas, en tu librería cristiana inmediata a tu barrio,
entonces visita a las librerías cristianas con frecuencia,
para ver que clase de libros está a tu disposición, para que
te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti,
para que te goces en la verdad del Padre Celestial y de su
Hijo amado y así comiences a crecer en Él, desde el día de
hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la
paz de Jerusalén día a día y sin cesar, en nuestras
oraciones. Porque ésta es la tierra, desde donde Dios lanzo
hacia todos los continentes de la tierra: todas nuestras
bendiciones y salvación eterna de nuestras almas vivientes. Y
nos dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: "Vivan tranquilos
los que te aman. Haya paz dentro de tus murallas y
tranquilidad en tus palacios, Jerusalén". Por causa de mis
hermanos y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti, siempre
Jerusalén". Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en
el cielo y en la tierra: imploraré por tu bien, por siempre.

El libro de salmos 150, en la Santa Biblia, declara el
Espíritu de Dios a toda la humanidad, diciéndole y
asegurándole: - Qué todo lo que respira, alabe el nombre de
Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso! Y esto es, de toda
letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo
corazón, con su voz tiene que rendirle el hombre: gloria y
loor al nombre santo de Dios, en la tierra y en las alturas,
como antes y como siempre, por la eternidad.

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