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(IVÁN): JUICIO DIVINO

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Elio Valarezo

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Jun 5, 2006, 10:26:38 AM6/5/06
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Sábado, 03 de junio, año 2006 de Nuestro Salvador Jesucristo, Guayaquil,
Ecuador - Iberoamérica

(Este Libro fue Escrito por Iván Valarezo)


(Jesucristo ama eternamente y para siempre a Roció Jurado:

Roció Jurado, muy amada por nuestra gente, en todos nuestros pueblos,
comenzando por España, su patria natal. Que descansé en paz eterna Roció
Jurado, es nuestro deseo en nuestros corazones. Porque sabemos que ella
durante los días de su vida, amaba a su Dios y a su salvador eterno, el
Señor Jesucristo. Además, amaba mucho a la gente, a nuestros pueblos, y les
cantaba con su corazón y con su gran amor por la vida. Por lo tanto, su
nuevo hogar en el más allá es en el cielo, al lado de nuestro Dios, y Padre
Celestial, el Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Ella está en
el paraíso y con Dios, comiendo del fruto de vida y de salud eterna, del
Árbol de vida, ¡el Señor Jesucristo! Para seguir entonando canciones gratas
a nuestro Dios, y Padre Celestial, para la eternidad. Porque nuestro
salvador Jesucristo entrego su vida, sobre la cima de la roca eterna, en
las afueras de Jerusalén, en Israel, para que hoy en día, ella esté en la
vida eterna, en el cielo, para seguir viviendo su vida de cantante de Dios,
de su Hijo amado, el Señor Jesucristo y de todas las gentes de la tierra,
que aman el amor y la vida. Porque a nuestro Dios y salvador eterno "le
agrada que le cantemos, que le adoremos y que le exaltemos con nuestros
corazones y con nuestras voces", de la misma manera que los ángeles del
cielo lo han venido haciendo, desde siempre, desde los tiempos antiguos, en
el más allá, hasta nuestros días. Y Roció Jurado es un alma de Dios, que
siempre le agrado cantar a la vida de la humanidad entera, pero ahora le ha
de cantar aquel que vive por los siglos de los siglos, en el reino de los
cielos, al Todopoderoso. Ella es feliz en el cielo, en su mansión eterna,
creada por el Señor Jesucristo, para los que le aman a él, a nuestro Padre
Celestial y su Espíritu Santo con sus huestes de ángeles celestiales. Pues,
sin más que agregar, que descanse en paz Roció Jurado, después de haber
trabajado tanto por todos nosotros, cantando siempre sus mas bellas
canciones de amor de su corazón eterno. Amén.)


JUICIO DIVINO


Ciertamente Jesucristo ha de regresar a la tierra con la gloria de sus
ángeles, para gratificar a cada hombre, mujer, niño y niña de la tierra,
que haya creído en su corazón y confesado con sus labios su nombre bendito,
y de eterna salvación para su corazón y para su alma viviente, también, en
la tierra y en el cielo. Ya pronto, Cristo vuelve a la tierra.

Puesto que, nuestro Dios y Padre Celestial, es un Dios justo y eternamente
celoso de la obra de cada uno de sus hijos e hijas, en toda la tierra. Por
lo tanto, él está deseoso desde mucho antes de la fundación del mundo, de
gratificarnos con muchas de sus más altas bendiciones, de vida y de salud
eterna, en nuestros corazones y en nuestras almas vivientes, también.
Porque para él, somos su gloria, si Cristo vive en nuestros corazones.

Ya que, nuestras palabras y nuestras obras hacia él y hacia nuestro
prójimo, "no son temporales, sino para la eternidad". Es decir, que ninguna
de todas nuestras buenas palabras y obras hechas para él y para sus
pequeños de la tierra, serán siempre recordadas en su memoria santa, en la
eternidad venidera, para jamás olvidarse de ellas, sino para celebrarlas
siempre, porque son frutos de sus muchas buenas obras, en cada uno de
nosotros, en toda la tierra. Por cierto, somos su gloria eterna, si Cristo
está en nosotros

Por lo tanto, a todos los que Dios ha de recompensar, han de ser, de los
que hayan recibido en sus vidas: al Señor Jesucristo, para limpiarse de
todos sus pecados y de su muerte eterna, con el poder sobrenatural de la
sangre del gran pacto eterno, en Israel y en el cielo, también, para
siempre. Porque sin la sangre divina, no hay perdón de pecados, para nadie,
en la tierra, ni en el paraíso, tampoco, para siempre.

Dado que, solamente la sangre del Señor Jesucristo tiene todos los poderes,
en la tierra y en el paraíso, para librarnos de nuestros males,
enfermedades y de la muerte eterna, en el fuego del infierno. Por lo tanto,
el día se acerca, cada vez más y más, cuando Cristo mismo (y no otro) ha de
venir a cada uno de nosotros, para "felicitarnos y llenarnos de gozo", a la
misma vez, en nuestros espíritus humanos, en toda la tierra.

En vista de que, habremos de haber vencido al maligno y su muerte de
condenación eterna, en nuestras vidas, por el poder sobrenatural de su vida
y de su nombre sagrado, viviendo eternamente y para siempre, en nuestros
corazones eternos. Porque es nuestro Dios quien escudriña nuestros
corazones y examina nuestras mentes, para ver si es que realmente hemos
recibido en nuestros corazones a su Hijo amado, para perdón de pecados.
Dios conoce cada uno de nuestros pecados; él lo sabe todo de nosotros, muy
bien; es más, Dios no necesita que nadie se acerque a él, para hablarle de
alguien o de los demás.

Por cuanto, para Dios es de suma importancia, que en nuestros corazones
esté el nombre sagrado de su Jesucristo, "escrito con su misma sangre
bendita y eternamente honrada", para cumplir toda profecía y cada una de
los benditos decretos, de la Ley Eterna de Dios y de Moisés, por ejemplo.
Y si el nombre de Jesucristo está escrito en nuestros corazones, entonces
estamos vivos ara Dios para su Espíritu Eterno, para siempre.

Ya que, no es posible que el hombre, la mujer, el niño y la niña, viva su
vida, en la tierra, ni menos en el cielo, "sin tener el nombre y la palabra
de la Ley escrita en su corazón". Además, es imposible que nadie sea libre
de todo su mal eterno, de su alma y de su corazón, sin haber recibido en su
vida, toda la vida y la sangre sagrada, del Gran Rey Cordero de Dios, ¡el
Señor Jesucristo!

Por lo tanto, así hablen sus corazones, y actúen delante de Dios y de sus
hermanos, "como quienes están por ser juzgados por la ley de libertad de
Dios y de su Jesucristo, en la tierra, en el reino de los cielos o en el
paraíso", por ejemplo. Pero esto es algo que ya deben de comenzar hacer en
sus vidas, con Dios y sus decretos santos, mientras tengan vida en toda la
tierra, antes de entrar en la nueva tierra eterna, con nuevos cielos del
reino de Dios: ¡La Nueva Jerusalén Santa y Eterna, en el cielo! Júzguense
pues entonces, ustedes mismos, en el nombre y la Ley de Dios, antes que sea
tarde para sus almas eternas.

Dado que, ciertamente (y sin demora alguna), habrá juicio eterno, en el
reino de los cielos, en el mismo lugar, en donde se origino el primer
pecado de Adán, para juzgar en el tribunal de Cristo: a cada hombre, mujer,
niño y niña, de todos los tiempos de la tierra. Y el que haya mostrado
misericordia en sus días, delante de Dios y de su prójimo, entonces Dios
también ha de manifestarle su misericordia infinita, sólo posible en la
vida y en la sangre eterna de su Jesucristo, ¡el gran rey Mesías de Israel
y de la humanidad entera!

Puesto que, sólo en Cristo Jesús, Señor nuestro, la misericordia sé gloria
triunfantemente día a día sobre todo juicio de Dios y del hombre, en la
tierra y en el cielo, también, para siempre. Es decir, de que si has sido
siempre misericordioso con tu adversario, entonces esto "está escrito en el
libro de Dios", para bien y para bendición de tu alma en la eternidad. Por
lo tanto, muchas cosas están a tu favor, si no todas, delante de Dios, en
el día del juicio final. Pero lo mejor de ti, ha de ser, realmente, si el
nombre de Jesucristo está escrito en tu corazón, ya que, contra tal acto de
fe, no hay ley en el juicio de Dios que te condene, jamás.

Además, cuando los libros del cielo sean abiertos, para ver lo que has
dicho (y hecho), durante los días de tu vida sobre la tierra, entonces se
ha de leer lo misericordioso que fuiste con los demás, cuando tuviste la
oportunidad de hacerlo así; por lo tanto, la misericordia de Dios no se ha
de apartar de ti, jamás.

En verdad, Dios ha de estar gozoso y orgulloso de ti, a la misma vez, de
leer en tu corazón: el nombre sagrado de tu salvación eterna, su Hijo
amado, el Señor Jesucristo. (Porque eso es todo lo que necesita el hombre
para alcanzar "la bendición y la salvación eterna de su alma viviente", el
nombre de Jesucristo, en su corazón, en su alma, en su vida, para siempre.)

Es más, cuando seas juzgado por el hombre o por Dios mismo, entonces Dios
ha de ser quien te ha de "absolver" de todo mal eterno, de tu corazón y de
tu alma, para que seas libre, en su nueva vida celestial, en el cielo o en
la tierra, en donde sea que desees vivir con él y con su Árbol de vida
eterna, Jesucristo. Porque durante los días de tu vida, manifestaste
misericordia ante tu prójimo, y hay solamente un sólo espíritu de
misericordia legitima ante Dios, y esta misericordia es la de su Hijo
amado, su Cordero escogido, tu único salvador; pues entonces has de vivir,
para ver largos días eternos con tus mismo ojos, en el reino de Dios, en
los cielos.

Por eso, ante Dios, tú eres eternamente "libre" de todo mal de tus pecados,
para que no mueras jamás, por tus muchos errores, por tus muchas culpas,
sino que recibas tu perdón eterno, y así entonces sólo veas la vida y la
salud eterna, de tu nueva vida celestial, en su nuevo reino eterno, en el
más allá. Pues has de ser libre para Dios y para su Espíritu Santísimo,
como si jamás hubieses pecado (o delinquido), por ejemplo, en contra de su
Ley Eterna, la Ley de Moisés y de Israel, por supuesto.

Por esta razón, es muy bueno que tu corazón confiese el nombre del Señor
Jesucristo, para que sea escrito en tu alma y en toda tu vida, también, en
un instante de fe y de oración delante de Dios y en el nombre de
Jesucristo; escrito el nombre de Dios en tu corazón, por su misma sangre
santa, en la tierra y en el cielo, y hasta, también, en el mismo libro de
la vida. Y esto es vida y salud eterna para tu alma viviente, desde hoy
mismo, desde el momento que has orado al cielo, mi estimado hermano,
humillándote ante tu Dios por tus pecados; y él, por cierto, sin demora
alguna, ha de oír tu oración, para bendecirte eternamente y para siempre.

Porque si confiesas tus pecados al Dios del cielo, en el nombre de
Jesucristo, entonces Dios ha de tener misericordia de ti, para "borrar tus
pecados y tus errores", y echarlos al fondo del mar, para no volverse
acordar de ellos, jamás, en todos los nuevos días de tu vida, en la tierra
o en el paraíso, por ejemplo. Ya que toda tu vida nueva ha de ser sin
pecado alguno, ni la más mínima mancha de las tinieblas, para siempre.

Entonces es mejor confesar tus pecados al Dios del cielo, en el nombre del
Señor Jesucristo, aunque no te acuerdes muchos de ellos, pero como están
escritos en el cielo, en "el libro de Dios", entonces Dios los conoces.
Pero cuando los confiesas, como te relate antes, aunque no te acuerdes de
ellos ya, por haber pasado el tiempo, no importa, porque Dios tiene poder
para borrarlos de su libro celestial. Y así jamás volverse acordar de ellos
(ni tú, ni Dios), en la tierra durante los días de tu vida restante, ni
menos en el paraíso, en tu nueva vida celestial.

En vista de que, la verdad eterna es que todo lo que sea dicho (o hecho) en
secreto, ha de ser recordado palabra por palabra y acto por acto, en el
tribunal de Cristo y delante de Dios y de sus huestes de ángeles
celestiales, en el cielo. Y Dios ha de hacer así, con cada secreto y con
cada obra oculta, para llevar a juicio a todo hombre pecador y a toda mujer
pecadora, que haya delinquido en contra de su Ley, para robar, para
falsear, para calumniar, para matar. En fin, todo lo malo que haya hecho
durante los días de su vida por la tierra, para agredir a la vida de los
demás, estarán expuesto claramente ante el tribunal de Cristo, para
reducirlo todo a un veredicto eterno, justo y santo, para siempre.

Por eso, el juicio de Dios no ha de terminar en contra de los hombres
pecadores, ni en contra de las mujeres pecadoras, que durante los días de
sus vidas, rechazaron el nombre y la sangre bendita de su Hijo amado,
Jesucristo, para recibir perdón de sus pecados y vida eterna en sus días
venideros, en el cielo. Sino que su castigo eterno ha de ser, que sus
pecados los sigan, a cada uno de ellos, por toda la eternidad, en el más
allá, hasta en el mismo infierno, siempre atormentándolos días y noche, por
los siglos de los siglos.

Y sólo así, entonces Dios mismo le ha de poner fin a todo pecado, cuando
todo pecador haya sido juzgado por "sus secretos y por sus obras ocultas",
en contra de todos los pequeños de Dios y de su Jesucristo, en toda la
tierra. Además, Satanás con sus seguidores, los ángeles caídos, como el
ángel de la muerte, por ejemplo, ya estarán eternamente juzgados y muertos
entre las llamas eternas, de su segunda muerte, del lago de fuego, en el
más allá.

Sólo entonces el nuevo reino de Dios ha de empezar para todo hombre, para
toda mujer, para todo niño y para toda niña de la fe, del nombre de su Hijo
amado, ¡el gran rey Mesías de Israel y de las naciones del mundo entero, el
Hijo de David, el Señor Jesucristo! Y este nuevo reino de Dios, no ha de
ser como el antiguo, porque no ha de tener fin, jamás, por cuanto, Lucifer
ya no existe, ni ninguna de sus tinieblas, también, para siempre.

COMPARECEREMOS ANTE EL TRIBUNAL DE CRISTO

Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal del
Señor Jesucristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho por
medio del cuerpo (del SEÑOR, La Iglesia), sea bueno o malo. Ya que, todo
pecado del corazón del hombre ha de tener que ser juzgado justamente por
Dios y por su Jesucristo, en el mismo lugar del paraíso, en donde empezó
todo con Adán y cada uno de sus descendientes, en el más allá. Por lo
tanto, nadie podrá escaparse de su día en el tribunal de Cristo, salvo que
le haya recibido en su corazón, como su abogado o salvador eterno.

En verdad, todo pecado del hombre de la mujer, del niño y de la niña de la
tierra, ha de ser juzgado por Dios, en la tierra y en el paraíso, también,
para gloria y para honra infinita del nombre de Dios y de su Jesucristo,
para siempre. Porque si Dios no juzgase los pecados del corazón del hombre,
por medio de la sangre bendita de su Hijo amado, entonces no habría paz
posible en el cielo, ni menos en la tierra, ni mucho menos en el alma
viviente del hombre; por lo tanto, "el fin del pecado es la sangre bendita
y sumamente honrada del Señor Jesucristo", en la vida de todo hombre.

Entonces si la sangre del Señor Jesucristo es el fin de todo pecado, en
todos nosotros: esto quiere decir, que "la salvación" ha llegado a tu vida,
mi estimado hermano y mi estimada hermana, para quedarse contigo, hoy en
día y por siempre, en la eternidad venidera, en el nuevo reino de los
cielos, en el más allá. Y esta salvación de Dios te pertenece a ti, y
Lucifer, con sus secuaces en la tierra y en el más allá, desea alejarla de
ti, a como de lugar, hasta que te olvides de ella, por completo, como lo
hizo con Eva y luego con Adán, para que se perdiesen en sus mismas
tinieblas, de sus corazones engañados.

Entonces si has hecho lo correcto con tu vida y tu cuerpo, durante los días
de vida en la tierra, sin lugar a duda, has de recibir la salvación de tu
alma y sus muchas ricas bendiciones del más allá, de tu nueva vida
celestial, en el cielo. Pero si has hecho lo incorrecto con tu vida y tu
cuerpo, durante los días de vida en la tierra, pues sin lugar a duda, has
de recibir la condenación justa de Dios, con muchos de sus castigos eternos
de la vida perdida y sin Cristo, en el reino de los muertos, en el
infierno, en el más allá.

Y sólo así Dios mismo ha de poner fin a toda tu vida pecadora, cualquiera
que haya sido ella, durante los días de su vida por la tierra, en todo
hombre, en toda mujer, en todo niño y en toda niña, también, de la tierra.
Para que entonces puedan entrar a la vida y a la salud eterna del reino de
los cielos, sólo los que han amado a Dios, desde siempre, en el nombre de
su Hijo amado, el Señor Jesucristo.

Además, todo hombre, mujer, niño y niña, ha de entrar en el reino de Dios,
en aquel día, libre de todo pecado y de toda condenación, en su corazón y
en su alma viviente, también, para siempre, sólo por "el poder y el amor
sobrenatural de la sangre de Jesucristo". Porque la sangre de su Hijo
amado, el Señor Jesucristo, tiene poder en la vida de cada uno de ellos, en
sus millares, en toda la tierra, hoy en día y por siempre, en la eternidad
venidera, en el más allá.

Por lo tanto, Dios mismo te ha hecho libre ya, por tan sólo haber creído en
tu corazón e invocado con tus labios: su nombre redentor, "redentor de tu
alma viviente", mi estimado hermano y mi estimada hermana. Y este nombre
redentor de Dios ha sido desde siempre, un nombre sobre todo nombre para
bendición, para sanidad y para vida eterna, en la tierra y en el cielo,
también, hoy en día y por siempre, en la eternidad venidera, en el más
allá, en el nuevo reino de los cielos.

Entonces si el nombre de su Jesucristo reina en tu corazón y en toda tu
vida, cuando tenga que juzgarte Dios, entonces lo ha de hacer siempre (y
sin fallarte jamás) a "tu favor y al favor de cada uno de los tuyos,
también", en la tierra y en el cielo, para siempre. Es decir, que si el
nombre de su Jesucristo es honrado por tu corazón, en tu alma y en tu vida,
también, entonces Dios mismo se ha de "asegurar", que cada vez que seas
llevado a juicio en la tierra o en el cielo, "el veredicto del juicio ha de
ser a tu favor y el de los tuyos, también". Esto es promesa de Dios, de su
bondad infinita, gracias a la sangre de su Jesucristo, en tu corazón y en
toda tu alma eterna.

Es decir, también, que Dios jamás ha de permitir que ningún juicio salga en
contra tuya, ni de los tuyos, tampoco, ni mucho menos él ha de pasar algún
veredicto en contra de ti, jamás, por cuanto el nombre de su Hijo amado
vive en tu corazón, eternamente y para siempre. Por lo tanto, tienes la
seguridad desde ahora, de acuerdo a la perfecta voluntad de Dios, que
siempre él ha de estar de tu lado, en cada momento de tu vida, aun en los
peores, también. Porque él es poderoso para guardarte del mal, en el nombre
de su Jesucristo.

NO SE BURLE NADIE, NO ES POSIBLE QUE DIOS SEA ENGAÑADO

No se engañen, mis estimados hermanos y mis estimadas hermanas: Dios no
puede ser burlado jamás por nadie, ni por ningún poder en el cielo, ni
menos en la tierra. Todo lo que el hombre siembre, eso mismo cosechará, en
sus días de vida por la tierra y en el juicio final, el veredicto justo y
terminante de Dios, para su vida y para de los suyos, también. Es más, la
posibilidad de que Dios sea engañado, no existe, ni en el cielo, ni menos
en la tierra. Por lo tanto, el que cree que puede engañar a Dios con sus
secretos y con sus acciones ocultas, como lo pensó Lucifer en el día de su
perdición, se ha equivocado profundamente para mal eterno de su alma y de
los suyos, también, en la tierra y en el más allá, para siempre.

Por cuanto, el que siembra para su carne, de la carne cosechará corrupción;
pero el que siembra para su espíritu, del Espíritu de Dios cosechará vida y
salud eterna. Por eso, el que cree en su corazón: en la verdad y en la
justicia infinita de Dios, entonces está acumulando grandes bendiciones
para su vida, y para su salud eterna, en la tierra y en el más allá,
también, en su nuevo lugar eterno, en el reino de Dios.

Pero el que rehúsa creer en su corazón, "en la verdad y en la justicia de
Dios y de su Jesucristo", entonces la ira de Dios está en su vida y, por lo
tanto, ha de ir incrementándose más y más "el mal de su pecado" en su vida,
hasta que lo destruya, en el fuego del infierno. Es decir, de que esto ha
de ser, en la vida del pecador, hasta que finalmente caiga en su lugar
eterno, después del gran juicio final de Dios, en el más allá, en el lago
de fuego eterno.

Entonces el que cree que puede engañar a Dios, como se lo creyó, Lucifer,
por ejemplo, en su gran día de error, realmente se ha engañado a sí mismo,
para mal eterno de su corazón y de su alma viviente también, en la tierra y
en el juicio final de Dios de toda las cosas, en el más allá. Y si tú eres
uno de ellos, mi estimado hermano o mi estimada hermana, entonces aun estás
a tiempo, para que te arrepientas de tu error, y puedas coger el camino
correcto de Dios, el cual te llevara a "la felicidad eternal", en el cielo,
Jesucristo.

En vista de que, el que piensa que ha engañado a Dios o a su Jesucristo con
sus palabras y sus obras ocultas, sean las que sean ellas en la tierra,
entonces se ha engañado a sí mismo, en su corazón y en su alma viviente,
también, sin que nadie tenga que decir o hacer nada, para engañarlo. Y éste
es un pecado de muerte eterna, el cual Dios no se lo ha permitido a nadie
jamás, hasta nuestros días: Lucifer y sus seguidores es un buen ejemplo.

Pero el que abandona su maldad, y se acerca a Jesucristo, entonces Dios ha
de perdonar todos sus pecados, y ha de olvidarlos por completo, como si
jamás hubiese pecado, en contra de él o de su Jesucristo o de su Ley Santa.
Porque cuando Dios perdona, entonces él perdona el pecado para siempre, sin
jamás volverlo a mencionar, por ninguna razón, y hasta lo borra de su
"libro celestial", en el cielo.

Por cuanto, nuestro Dios, y Padre Celestial, escudriña los pensamientos del
corazón y, además, sabe porque el hombre ha hablado con sus palabras hacia
él o hacia su prójimo, ó porque ha llevado acabo sus obras de maldad. Pues
para nuestro Dios nada está oculto, sino por lo contrario: Todas las cosas
están al descubierto ante sus ojos, sumamente santos y eternamente
honrados. (Si Lucifer hubiese conocido esta gran verdad espiritual,
entonces jamás se hubiese rebelado en contra de su Árbol de vida, el Señor
Jesucristo. Y hoy en día, viviera en el cielo, como todo ángel santo, fiel
a Jesucristo y a la vida santa del reino de los cielos, para agradar y para
honrar siempre a Dios.)

Por lo tanto, los que han sembrado en sus corazones el nombre del Señor
Jesucristo, entonces segaran vida y salud eterna, en la tierra y para
siempre, en su nueva vida celestial, en el nuevo reino de los cielos, en el
más allá. Pero lo que no han sembrado el nombre del Señor Jesucristo en sus
corazones, sino que han sembrado algún nombre de algún ídolo o virgen de
Lucifer, entonces han de segar maldición y muerte para sus vidas, en la
tierra y en el más allá, en su vida eterna, entre las llamas ardientes y
eternamente tormentosas del infierno, por ejemplo.

Y, hoy mismo, podemos ver, en toda la tierra, en donde las gentes son
felices con su Dios y con su redentor eterno, en sus corazones, porque Dios
vive en sus vidas, de acuerdo a su palabra santa, de acuerdo a la gran obra
de Jesucristo, sobre la cima de la roca eterna, en las afueras de
Jerusalén, en Israel. Porque éste es el gozo de Dios y de toda alma
viviente en toda la tierra, de que Jesucristo ha vencido al pecado y al
mundo entero, con el poder sobrenatural de su sangre santísima.

Pero, en otros lugares, en donde el nombre de Dios y de su Jesucristo no es
honrado en sus vidas, entonces podemos ver carestía de todas las cosas y,
además, hasta la cara de la muerte se ve en cada uno de ellos, también.
Porque así es el reino del hombre, sin Dios y sin Jesucristo, el Espíritu
de Dios y sus dones y frutos de vida y de salud no están en ellos, sino que
carecen de todo bien y, por eso, mueren diariamente en todos los lugares de
sus tierras, muertes horrendas, hasta que no queda nada de ellos, ni aun
sus nombres.

Pero no es así con los que aman a Dios y a su Árbol de vida y de salud
eterna, su Hijo amado, el Señor Jesucristo, en sus corazones, y por donde
sea que vayan, por toda la tierra, son felices. Realmente, en ellos están
los dones del Espíritu de Dios y sus muchas y más sublimes riquezas de la
vida eterna, del reino de los cielos y, por añadidura, por decreto de Dios:
sus nombres están escritos en "el libro de la vida", en el cielo, para que
luego entren a su nueva vida celestial, en el reino de Dios.

Entonces el que ama a Dios y a su Jesucristo en su corazón, está sembrando
en su alma "vida y salud eterna para su nueva vida", en la tierra y para su
nueva vida celestial, en el más allá, también, en tierra santa y
eternamente gloriosa, bañada día a día por un cielo santo y eterno, el
reino de Dios. Porque en el reino de Dios sólo hay vida y salud eterna para
todos sus hijos e hijas, por lo tanto, viven y gozan de la vida, al igual
que a los ángeles del cielo.

Aquí es donde Dios nos comenzó a formar en su corazón y en su mente santa,
con gran gozo y con gran alegría infinita, para que en un día como hoy, por
ejemplo, en la tierra en donde vives, mi estimado hermano, recibas y honres
con tus labios el nombre sagrado de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!
Porque sólo Jesucristo es el comienzo de tu vida, en la tierra y, el nuevo
comienzo de tu vida celestial, en el más allá, en tu nuevo lugar eterno, en
el reino de Dios, en el cielo.

Por ello, sólo el Señor Jesucristo es tu camino, tu verdad y tu vida
eterna, en la tierra y en el cielo, también, eternamente y para siempre. Y
nadie jamás podrá acercarse a Dios, para conocerle cara a cara, tal como él
siempre ha sido, desde siempre, desde los primeros días de la antigüedad y
hasta nuestros días, sin el nombre de Jesucristo escrito en su corazón.
Porque la verdad es que Dios jamás ha recibido a ninguno de sus seres
creados por su palabra o por sus manos santas, si es que el nombre del
Señor Jesucristo no está escrito en su corazón y en todo su espíritu,
también.

Por eso, el que ama a Jesucristo, entonces tiene "el favor de Dios y su
vida eterna 'asegurada' en el Todopoderoso", desde ahora mismo. Y su nombre
está escrito en el reino de los cielos; es más, su nombre ya está escrito
sobre la puerta de la mansión que ha de heredar, para que viva eternamente
y para siempre, gozándose siempre de su Dios y de su Espíritu Santo y sus
huestes angelicales, por miles de siglos venideros, en el más allá, en la
nueva eternidad venidera.

LO ESCONDIDO, LO SECRETO, TENDRÁ SU DÍA DE JUICIO ANTE CRISTO

Porque realmente, Dios mismo ha de traer a juicio toda acción, junto con
todo lo escondido, sea bueno o sea malo, en todo hombre y en toda mujer,
niño y niña, también. Porque todo pecado del hombre ha de tener su día ante
"el tribunal de Cristo", en el cielo, para que de cuenta de sí mismo, sin
que le ayude nadie, sin abogados, salvo sus buenas palabras y sus obras,
también; todas ellas de las que haya hecho en su vida por su prójimo, en la
tierra.

Ahora, para el malo no hay escape alguno, delante de Dios y de su Espíritu
Santo. Porque en el día del juicio, todas las tumbas de la antigüedad, de
hoy en día y de las después, se han de abrir para que sus muertos salgan. Y
las víctimas se han de parar ante el tribunal de Jesucristo con sus
enemigos, los criminales, los que les hayan hecho todo el mal que les causo
su destrucción y su muerte, para testificar en contra, de cada uno de
ellos, para "sumar un veredicto justo y perfecto", para su condena eterna,
en el lago de fuego.

Y sólo así, por fin, el pecado y la maldad del corazón malvado del hombre
ha de tener su día ante el juicio de Dios y de su Jesucristo, para que de
cuenta de sus palabras y de sus acciones, que hicieron tanto daño a tanta
gente por toda la tierra, hasta causarles su destrucción total. Ellos no
han de tener excusa alguna, ante tan grande testimonio de las palabras de
sus propias victimas, una por una, todas ellas, hasta la ultima.

Entonces una vez que el juicio del pecador haya llegado a su ruina total,
entonces ha de ser porque todo pecado, pequeño y grande, finalmente ha sido
justamente juzgado por el tribunal de Jesucristo, delante de Dios y de sus
huestes angelicales, en el paraíso y en el reino de los cielos. El aire y
su vida, en el cielo y por toda la tierra, también, han de ser diferente,
porque "el pecado y la injusticia" han dejado de existir, en el corazón del
hombre pecador y de sus victimas, para siempre. Toda tiniebla habrá sido
destruida, en el día que Lucifer muera, en el lago de fuego, para siempre.

Por lo tanto, toda alma perdida del hombre ha de ser finalmente juzgada por
"la Ley Viviente de Dios y de Moisés", para que jamás el pecado de Lucifer
y sus muchas tinieblas vuelvan hacer daño a Dios y a su obra santa, el
hombre, la mujer, el niño y la niña de la humanidad entera. En aquel día,
por fin toda la Ley de Dios ha de ser cumplida para reinar en el corazón de
cada uno de los ángeles, hombres, mujeres, niños y niñas, para miles de
siglos venideros, en el nuevo cielo de Dios y de su Árbol de vida,
Jesucristo.

Además, desde aquel día en adelante, una "nueva era" ha de comenzar para
Dios y para cada uno de sus hijos e hijas de toda la tierra, para que vivan
con él y con su Árbol de vida y de salud eterna, en su nuevo reino
celestial, en el más allá, para siempre, comiendo, y bebiendo siempre de la
mesa del SEÑOR. Sólo los que hayan honrado a su Jesucristo en sus
corazones, han de heredar el viejo y el nuevo reino de Dios, en el cielo y
en toda la tierra, también. Porque Dios ha de hacer "nuevas tierras con
nuevos cielos", para que las naciones habiten, adorando y honrando su
nombre santo y eternamente glorioso.

Cada uno de ellos ha de ser como un rey (o como una reina), por ejemplo,
para Dios y para sus miles de huestes angelicales del nuevo reino celestial
de Dios y de su Jesucristo. Han de reinar cada uno de los hijos e hijas de
Dios, sobre todas las multitudes de ángeles del cielo y de las naciones,
porque para esto Dios los ha formado en su corazón. Y, además, los ha
llamado de las profundas tinieblas de la tierra, para que reinen con él y
vivan eternamente y para siempre, en su nueva vida celestial, en el cielo.

Sólo la vida y el gozo de honrar eternamente en sus corazones a su Dios,
han de conocer cada uno de los hombres, mujeres, niños y niñas, de todas
las familias, razas, pueblos, linajes, tribus y reinos, de los que han
creído en sus corazones, y han honrado con sus labios: el nombre de su
salvación eterna, ¡el Señor Jesucristo! Porque Dios le ha dado un corazón,
como el de él, al hombre de la tierra, para que le conozca solamente por
medio del gozo y de la felicidad infinita de su Jesucristo.

LOS MUERTOS SE LEVANTARAN PARA DECLARAR EN CONTRA DE SUS ASESINOS

Es por eso, que en aquel día del tribunal de Jesucristo, los muertos,
grandes y pequeños, que estaban en sus tumbas por toda la tierra, han de
estar entonces de pie delante del trono de Dios, sin que ninguno de ellos
falte: "al llamado y juicio final de Dios", para juzgar "al malvado y al
enemigo de toda justicia celestial". Y los libros del cielo han de ser
abiertos por primera vez, para comenzar el gran juicio de Dios y de todas
las cosas en el cielo, en el paraíso y en la tierra, también. Y todo juicio
ha de tomar lugar en el cielo, porque fue ahí, en donde el pecado empezó,
en el corazón de Lucifer y en el corazón del hombre.

Y, luego, otro libro ha de ser abierto, también, el cual es "el libro de la
vida". Y los muertos fueron juzgados conforme a todas las cosas escritas,
en los libros del reino de Dios, de acuerdo a sus palabras, de acuerdo a
sus obras hechas, para con los hombres, mujeres, niños y niñas de la
tierra. Ningún malvado ha de escapar este gran día terrible para su alma;
es más, Dios ha hecho éste día, sólo para juzgar al pecador y rebelde al
nombre sagrado de su Jesucristo, ¡el Santo de Israel y de la vida eterna!

Los malos han de dar cuenta de sus palabras y de sus obras delante de los
hombres, mujeres, niños y niñas, contra de los que hayan hecho el mal, para
hacerles daño y para quitarles la vida injustamente. Los malos han de
responder por cada una de sus palabras y por cada una de sus obras o
acciones malvadas, delante de Dios y de su Jesucristo, para ponerle fin a
sus pecados y así darles su justo cierre y castigo eterno a sus malas
formas de vivir o de ver la vida, en ellos y en los demás.

Además, cada uno de los malos tendrá que responder por sus pecados detalle
por detalle, delante de todos aquellos a quienes les hicieron tanto daño,
durante los días de sus vidas por la tierra. En aquel día, no habrá nadie
quien pueda defenderlos; nadie se atreverá a defender al malo, ni aun
Cristo. Los malos estarán sólo delante de Dios, para oír las acusaciones de
sus víctimas, una por una, hasta que todos hablen por fin, para alcanzar
"toda verdad y el perfecto veredicto de sus condenas eternas", en el lago
de fuego, en el más allá.

Por cuanto, el Señor Jesucristo quien había dado "su vida y su sangre" por
ellos, sobre la cima de la roca eterna, en las afueras de Jerusalén, en
Israel, ahora es su juez, ante quien deben estar de pie, para explicar sus
malas palabras y sus terribles acciones de gran maldad en contra, de cada
una de sus víctimas. Y sus victimas podrán responder a sus palabras,
después de que ellos hayan hablado en su defensa delante de Dios y de su
Jesucristo, para por fin entender porque actuaron con tanta maldad hacia
ellos, sin tener temor de Dios en sus corazones.

Los malos de la tierra ya no podrán escapar de su maldad, como lo solían
hacer en la tierra, cada vez que le hacían algún mal a alguna de sus
víctimas, para robarle y hasta para quitarle la vida cruelmente e
inhumanamente. Sus secretos serán expuestos, y sus acciones de gran maldad
serán examinadas paso a paso, junto con sus víctimas. Por fin, las victimas
podrán hablar con Dios, para darle gracia, gloria y honra por su justicia
infinita hacia cada uno de ellos, para siempre.

En éste día terrible para el hombre pecador y sin su Jesucristo en su
corazón, ha de ser un día, en el cual, jamás debió haberse parado delante
del trono y del tribunal de Dios, sin Jesucristo en su corazón, para dar
cuenta de sus palabras y de sus malas obras, en contra de tanta gente
inocente. (Ellos preferirán no haber nacido en el mundo, jamás, pero ya es
demasiado tarde; sólo les espera el tormento eterno de las llamas, no del
infierno, sino del lago de fuego, su segunda muerte eterna.)

Es más, éste es un día, que aun hasta Lucifer desea que jamás llegue a su
vida, por lo terrible que ha de ser para su espíritu inicuo, en el más
allá. Pero Lucifer tendrá que estar de pie delante del trono del Señor
Jesucristo, para darle cuenta a Dios por cada una de sus palabras y por
cada una de sus malas acciones, en contra de cada hombre, mujer, niño y
niña, de toda la tierra. Este ha de ser el único día, cuando Lucifer por
fin tendrá que responder a cada una de sus maldades, para luego doblar sus
rodillas ante Jesucristo y decir, que él es Señor de señores y Rey de
reyes, ¡el Santo de Dios y de Israel, para la eternidad!

En verdad, Lucifer ha de ser juzgado delante de Dios y de su Jesucristo,
como cualquier otro pecador de la tierra, de nuestros días, por ejemplo,
que jamás ha creído en su corazón en el nombre del Señor Jesucristo, ni lo
ha honrado con sus labios, tampoco, delante de Dios y de sus huestes
angelicales. Lucifer ya no podrá volver a esconderse de Dios y de todo
hombre, mujer, niño y niña de la tierra; él ha de estar expuesto
abiertamente ante el tribunal de Jesucristo, para ponerle fin a su pecado
mortal, en su vida inicua y en toda la creación de Dios y de su Jesucristo.

Por eso, el fin de todo malvado ha de ser el lago de fuego eterno, en el
más allá, en donde ha de encontrarse cara a cara con su segunda y final
muerte, para nunca más volverse a levantar a la vida, para hacerle daño a
gente inocente, en toda la tierra, como lo ha hecho a través de los tiempos
desde Adán hasta nuestros días, por ejemplo. Todo esto ha llegado a su fin
eterno. Pues en este lugar de tormento eterno, ha de morir Lucifer con cada
uno de sus ángeles caídos y con todo pecador de la tierra, que jamás honro
en su corazón, ni exalto con sus labios, el nombre del Señor Jesucristo.

LOS MALOS DARÁN CUENTA DE SUS PALABRAS ANTE EL TRIBUNAL DE CRISTO

Por eso les digo, que en el gran día del juicio de Dios y de su Jesucristo,
entonces todos los hombres y todas las mujeres, de todas las naciones de la
tierra, darán cuenta de toda palabra ociosa que hablen, sin temor en sus
corazones al nombre de Dios. Porque por sus palabras serán justificado, y
por sus palabras serán condenados. Es más, cada uno de ellos ya ha sido
condenado por su propia palabra de su boca, por no invocar con sus labios y
creer en su corazón, en el nombre del Señor Jesucristo, para perdón de sus
pecados.

Nadie se ha de levantar para destruir sus vidas ante el tribunal del
Jesucristo, porque ellos mismos ya las habrán destruidos, por sus palabras
y por sus obras malas ante Dios y ante cada hombre, mujer, niño y niña, de
la fe, del nombre del Señor Jesucristo, en toda la tierra. Por lo tanto,
como hoy en día, por ejemplo, con todo pecador, en el día del juicio, ellos
han de estar de pie ante el tribunal de Cristo, sin Cristo, sin excusa
alguna, ni aun sin la sangre del pacto eterno, para que expié (o borre) sus
pecados.

Es decir, que ellos mismo ya se han condenado a sí mismos, desde ya, porque
el nombre del Señor Jesucristo no está escrito en sus corazones, ni jamás
les vino a la mente para honrarle, ni para exaltarle más alto que el nombre
enemigo numero uno de Dios y de su vida mesiánica, Lucifer. Es más, ellos
aun tienen el nombre de Lucifer escrito en sus corazones, que nos les
sirvió de nada jamás en la tierra, ni menos ante el tribunal de Jesucristo,
en el cielo. (Imaginasen al malo de pie ante el tribunal de Cristo, con el
nombre de Lucifer y sus palabras de gran mentira y de gran maldad escrito
en su corazón. ¿Cómo ha de escapar el juicio terrible de Dios?)

Ya que, Lucifer es "el padre de toda mentira y el adversario eterno a toda
verdad y a toda justicia celestial", en la tierra y en el más allá,
también, para siempre. En verdad, en el día del gran juicio de Dios, ningún
hombre o mujer podrá jamás escapar su palabra mal dicha o mal intencionada,
ni mucho menos excusarla o explicarla, porque está escrita en "el libro de
Dios" en los cielos, para juzgar finalmente el espíritu humano de todo
hombre y de toda mujer, eternamente y para siempre.

Además, Dios ha de hacer este gran juicio terrible para con cada hombre y
para con cada mujer de maldad de la tierra, por el sólo hecho de no haber
honrado jamás, en su corazón el nombre de su Jesucristo. Y, porque, a la
misma vez, él es un Dios eternamente santo y sumamente celoso de cumplir al
pie de la letra de su Ley Santa, toda justicia divina en la tierra y en el
cielo, para siempre. Por lo tanto, Dios tiene que juzgar al hombre pecador,
de acuerdo a su palabra santa, para justificar al justo y para castigar, al
que ya se a condenado a si mismo, por lo malo que ha salido de su boca o
por sus malas obras, por ejemplo.

Por ello, Dios ha de tener, no sólo su palabra y su libro celestial como
testigo en contra de cada uno, de los pecadores y pecadoras del mundo
entero, sino que hombres, mujeres, niños y niñas, se han de levantar al
cielo, para testificar en contra de todo malhechor, que haya hablado en
contra de su Jesucristo, en la tierra. Porque todo aquel que no ama a Dios
y a su Jesucristo, entonces está hundido en sus tinieblas eternas, y Dios
no quiere tinieblas en la tierra, ni menos en su reino santo.

Por cuanto, para Dios es muy importante ponerle fin a este pecado, tan
amargo para su corazón santo, con toda verdad y con todo juicio justo y
santo, para gloria y para honra infinita de su nombre bendito y de la vida
santa y sublimemente sangrada de su Hijo amado, ¡el Hijo de David, el
Cristo! En verdad, sólo Dios, por el poder de la vida sagrada de su
Jesucristo, podrá ponerle punto final a tu pecado (o pecados) que te ha
estado atormentando o enfermando tu corazón y toda tu alma viviente, mi
estimado hermano y mi estimada hermana. Por lo tanto, quita tu esperanza de
los ídolos y ponla en Jesucristo solamente, para salud, para bendición y
para vida eterna.

Por eso, si tienes algún problema en tu vida, llama a Cristo; si tienes
algún dolo o enfermedad, llama a Cristo; si deseas resolver algún problema
de los tuyos, grande o pequeño, llama a Cristo. Y cada vez que llames a
Jesucristo, entonces Dios ha de oír tu oración. Porque es una "ley
espiritual inquebrantable para Dios", que él tiene que oír tu llamado, y
atender a tu dificultad, para resolverla, con la más brevedad posible, en
tu corazón y en tu vida, y hasta en la vida de los tuyos o amistades,
también.

En verdad, para que el nuevo reino de los cielos comience en perfecta
verdad y en perfecta justicia celestial, entonces todo hombre pecador y
toda mujer pecadora ha de tener que arrepentirse, de sus malas palabras y
de sus malas acciones, hoy mismo, porque quizá mañana ya sea demasiado
tarde, para su alma eterna. Porque el arrepentimiento del corazón del
hombre por su pecado, por su error, por su maldad, es de suma importancia,
para Dios, para poder empezar su nueva vida celestial, en tu vida y en la
vida de muchos, además de los tuyos, también, por ejemplo, en la tierra y
en el paraíso.

Y sólo así entonces ponerle fin, de una vez por todas y para siempre, al
espíritu de error en el corazón y el alma del hombre, también. Con el fin
de que únicamente "el espíritu de amor y de verdad eterna" del Señor
Jesucristo reine en su nueva vida, en la tierra y en el nuevo reino de los
cielos, de igual forma, como en los ángeles, por ejemplo, para siempre, en
el más allá.

Dado que, todo espíritu de error, de los corazones y de los labios de los
hombres y de las mujeres, también, tiene que ser destruido por "el espíritu
de confesión y de invocación eterna del nombre sagrado del Señor
Jesucristo", en la tierra y en el más allá, en el cielo. Por lo tanto, toda
rodilla se ha de doblar ante la presencia de Dios y ha de confesar con sus
labios, que su Hijo amado es "El SEÑOR", para gloria y para honra eterna de
Dios y de su nuevo reino celestial, en el más allá, para siempre.

En la medida en que, es sumamente importante para Dios y para su Espíritu
Santo, de que cada hombre, mujer, niño y niña y hasta los perdidos del más
allá, de entre el fuego eterno del infierno, crean en sus corazones y
confiesen con sus labios: el nombre santo y eterno del Señor Jesucristo. Es
decir, que si el malvado no se arrepiente de sus pecados y de sus malas
acciones de su vida en contra de gente inocente que hirió y destruyo, pues
ha de llegar la hora, que aunque esté entre las llamas del infierno, ha de
arrepentirse de sus pecados, para buscar a Cristo.

Y entonces ha de confesar a Cristo en su corazón y en su alma perdida el
malvado, pero ya es tarde para él o para ella, delante de Dios y de su
Espíritu Santo, en el cielo. Por lo tanto, en el ultimo día, el malo ha de
confesar con sus labios a Jesucristo, de la misma manera que Lucifer lo ha
de tener que hacer por fin, en su corazón y en su espíritu perdido, en el
lago de fuego. Algo que es totalmente imposible y hasta impensable en el
"corazón inhumano" de gente malvada, y llena del amor de la maldad y hasta
de Satanás, también, aunque no lo creas.

Declarando así entonces el malo, como Lucifer también, en su ultimo día, de
que sólo el Señor Jesucristo, es el Hijo amado de Dios, el salvador de
Israel y de todas las familias de las naciones, para gloria y para honra
infinita de nuestro Dios, y Padre Celestial, ¡el Todopoderoso de Israel y
de la humanidad entera! En aquel día, todo ha de ser luz en la tierra y en
el cielo, porque "Dios habrá ganado todas sus batallas en contra de Lucifer
y de cada uno de sus seguidores": ángeles caídos y hombres y mujeres de
gran maldad, de toda la tierra. La luz de Cristo brillara en los corazones
de los fieles, y la oscuridad desaparecerá de sobre la faz de la tierra,
para siempre, haciendo así de la tierra, como la tierra santa y eterna del
reino de los cielos, en el más allá.

En verdad, en aquel día, todo ha de ser gloria y gozo infinito en la tierra
santa con sus nuevos cielos, en el más allá, en el nuevo reino de Dios y de
su Árbol de vida y de salud eterna, ¡el Señor Jesucristo! Las naciones
comerán de él, y vivirán por largos días delante de Dios y de su Espíritu
Santo, para seguir gozándose con los ángeles del cielo de la perfecta obra
y eternamente honrada del Señor Jesucristo, llevada acabo sobre la cima de
la roca eterna, en las afueras de Jerusalén, en Israel, para bien eterno de
muchos.

CRISTO VUELVE AL MUNDO PARA RECOMPEZÁR: LAS OBRAS DE SUS FIELES

Ya que, nuestro Señor Jesucristo ha de volver a la tierra, en el día
señalado por Dios mismo, en la gloria de su Padre Celestial y con sus
ángeles, ha de ser para bendecirnos grandemente en nuestros corazones y en
nuestros espíritus humanos, para siempre. Es decir, que en aquel día,
entonces él mismo (y no otro) recompensará a cada uno de todos los hombres,
mujeres, niños y niñas, de todas las familias, razas, pueblos, linajes,
tribus y reinos, conforme haya sido sus palabras y sus obras, en toda la
tierra.

Los buenos han de ser los que hayan "escrito con la sangre del cordero", el
nombre del Señor Jesucristo, en sus corazones, por lo tanto, son dignos de
ser visitados por Dios y por su Jesucristo, con sus poderosos ángeles del
cielo. Pero no ha de ser así el Señor Jesucristo con los malos, ellos
llevan sobre sus frentes "la condena eterna de sus malas palabras y de sus
malas obras", con las que hayan delinquido en contra de la Ley de Dios y de
cada una de sus víctimas, en toda la tierra.

Pero aunque esto es verdad, Dios no desea ver "el mal sobre la vida de
ninguno de sus enemigos", de todos ellos que hayan rechazado el nombre del
Señor Jesucristo en sus corazones, sino todo lo contrario. Dios desea que
"el mismo bien de los justos", de los que aman a su Jesucristo, para que
sea también para cada uno de los que no han honrado a su Hijo amado, ni su
Ley Santa en sus corazones, todavía, si tan solamente se arrepienten de sus
males eternos, con tan sólo invocar el nombre del Señor Jesucristo.

Para que solamente su sangre bendita, y no la sangre de nadie más o de
ningún otro animal, como un cordero o una oveja o un toro, por ejemplo, los
limpie de toda mancha del pecado de sus corazones y de sus almas eternas. Y
sólo así entonces Dios mismo con su dedo santo, con el cual escribió cada
letra de su Ley Eterna, escriba sus nombres en "el libro de la vida", que
está en los cielos, para que nunca sean borrados delante de su presencia
santa, en la tierra, ni menos en el cielo, para siempre.

Y ha de ser por cada uno de estos justos, por los cuales, Dios ha de volver
a enviar a su Jesucristo al mundo, para rescatarlos del mal y de los
juicios que han de venir sobre la tierra, por culpa del pecador, que no ha
querido honrar el nombre de su Hijo, ni mucho menos reconocerlo en su
corazón. Por lo tanto, la hora del regreso del Señor Jesucristo no lo
conoce nadie, salvo el Padre Celestial. Y no es un día muy lejano, como
muchos piensan, sino que es un día más cerca de lo que esperamos. Es más,
Cristo ya está a la puerta del cielo para descender a la tierra, pero es el
Padre Celestial quien tiene la última palabra.

Si, el Señor Jesucristo viene de regreso a la tierra, y ha de ser por ti,
mi estimado hermano y mi estimada hermana, si sólo le eres fiel. Es decir,
si tan sólo crees en tu corazón y confiesas con tus labios: su nombre
sagrado, para que "sus poderes sobrenaturales y de su sangre bendita te
limpien entonces del poder de cada uno de tus pecados y de tu muerte
eterna", en la tierra y en el lago de fuego también, para siempre.

Puesto que, de otra manera, no podrás ver jamás al SEÑOR viniendo por ti,
en las nubes, para levantarte muy en alto, hasta que entres en la presencia
de Dios y toques su trono santo, con tu corazón y con tu misma alma eterna,
en el cielo. Es más, no veras al Señor Jesucristo viniendo en las nubes con
sus ángeles, porque las tinieblas de tu pecado de haberle rechazado te
tendrán ciego, tan ciego como hoy en día, con tu corazón, sin Cristo.

Ya que, para esto Dios ha enviado a su Jesucristo a la tierra, para
alejarnos del poder del pecado y de su muerte eterna y solamente entonces
levantarnos bien en alto, hasta entrar a la misma presencia sagrada de
Dios, en el reino de los cielos, para no volvernos alejar de él y de su
gracia infinita jamás. Porque sólo Jesucristo nos puede alejar del pecado y
de su muerte eterna, en la tierra y en el más allá, también, para siempre.

Por lo tanto, es necesario, mi estimado hermano y mi estimada hermana, que
hoy mismo, comiences ha invocar el nombre del Señor Jesucristo en tu
corazón y en toda tu alma viviente, también, para que veas la vida y las
muchas bendiciones de Dios. Dile al SEÑOR del cielo: ¡Mi alma te ama, oh
Dios! (Y él, tu Dios Eterno, Fundador del cielo y de la tierra, ha de oír
tu oración y tu clamor, para bendecirte grandemente, en el nombre sagrado
de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo! Pues te aseguro que sanaras de tu
mal, por más grande que sea, en todo tu corazón o cuerpo, porque poderes
sobrenaturales de los dones del Espíritu de Dios y de la sangre de
Jesucristo luchan día y noche por tu bien y el bien de los tuyos, también.)

Es decir, para que entonces Dios mismo te envíe su "bendición personal y
celestial", desde su lugar santo, en el cielo, para llenarte de "su
presente gloria y de su justicia infinita", la cual sólo es posible en ti,
si tan sólo crees en la obra perfecta y su sangre bendita de su Jesucristo.
Porque sólo Jesucristo es la puerta eterna, para tu nueva vida y salud
eterna y celestial, en la tierra y en el cielo, también, para siempre.

En vista de que, esto es todo lo que Dios siempre ha requerido de todo
hombre, mujer, niño y niña de la tierra, de que tan sólo crea en su
Jesucristo y confiese su nombre para bendición y para salvación eterna de
su alma viviente, en la tierra y en el cielo, también, para siempre. Y sólo
entonces tu corazón y toda tu alma han de ser llenos de "la felicidad y del
gozo infinito de Dios", en la tierra y en el cielo también, hoy mismo y
para la eternidad venidera.

DIOS EXAMINA LA MENTE Y EL CORAZÓN PARA DAR A LAS GENTES DE LA TIERRA,
SEGÚN SEAN SUS OBRAS

Por lo tanto, es nuestro Dios, y Padre Celestial, quien realmente escudriña
el corazón y examina la conciencia día y noche, para dar a cada hombre,
mujer, niño y niña, "según su camino y según el fruto de sus obras", en
todos los lugares de la tierra. Y ninguno de ellos se ha de quedar, sin su
bendición celestial. Porque nuestro Dios es rico en poderes y abundante en
vida y en salud eterna, para cada uno de los suyos, de todos los que le
aman solamente por medio del espíritu de fe, de su Jesucristo. Ya que, en
el espíritu de la sangre de Jesucristo hay poderes sobrenaturales, para ti
y para cada uno de los tuyos, desde hoy mismo y por siempre, en la
eternidad.

Dado que, nuestro Dios, y Padre Santo, es un Dios justo y perdonador:
Grande en misericordia y verdad, para con los que le aman en "el espíritu y
en la verdad viviente de su Hijo amado". Por lo tanto, cada uno de ellos ya
tiene su recompensa y sus muchas bendiciones de día a día, departe de su
Dios, y de su Espíritu Santo, en la tierra y, claro, en su nueva vida
celestial, en el más allá, en el nuevo reino de los cielos.

Entonces si es Dios quien escudriña tu corazón y examina tu conciencia, mi
estimado hermano y mi estimada hermana, entonces ten presente en tu mente,
que Dios mismo te ha de recompensar personalmente, por el bien de cada una
de tus palabras y de tus obras ante él y ante tu prójimo, en todos los
lugares de la tierra. Y Dios jamás se ha quedado con la bendición de ningún
hombre, mujer, niño o niña, sino que se la ha impartido inmediatamente,
desde su trono santo, para que la tenga y se goce en ella, hoy mismo y por
siempre, en su nueva vida con él y con su Jesucristo.

En vista de que, nuestro Dios, es, realmente, un "Dios justo", grande en
verdad y en justicia eterna, para con cada uno de sus hijos e hijas, en la
tierra y asimismo en el cielo, hoy en día y desde siempre, hasta aun más
allá de la eternidad venidera, en su nuevo reino celestial. Entonces si
Dios ha estado escudriñando tu corazón y examinando tu mente, mi estimado
hermano y mi estimada hermana, ha sido porque él está buscando "señal" en
tu vida, de que su Hijo amado vive en ti, para darte vida, salud eterna y
muchas más bendiciones sobrenaturales de su vida santa y eternamente
gloriosa.

Es decir, desde hoy mismo, en tu vida, mi estimado hermano, para que
entonces nuestro Dios, y Padre Celestial, poderte dar mucho más que antes,
de sus más ricas y de sus más bondadosas bendiciones, de sus dones
celestiales, de su Espíritu Santo y de sus frutos de vida y de salud
eterna. Y estas bendiciones celestiales han de ser entregadas a ti y a los
tuyos también, directamente de su Árbol de vida, el cual está en el
epicentro de su tierra santa, en el cielo, su Jesucristo.

Es decir, también, de que nuestro Dios, y Padre Celestial, examina tu mente
y escudriña tu corazón, con el mismo "espíritu de 'celo de su corazón
santo', por su Hijo amado", para ver si es que tu alma viviente ama a su
nombre sagrado, el nombre de su Jesucristo. Porque si él encuentra, en su
juicio santo y justo, de que en tu corazón: el nombre de su Jesucristo está
escrito, entonces "él ha de estar en paz contigo y con los tuyos también
día a día y por siempre, aun en el más allá, también, en el paraíso, para
siempre".

Ahora, si Dios al examinarte en tu mente y en tu corazón, no encuentra el
nombre y la bendición de su Jesucristo y de su Espíritu Santo, entonces
algo está mal en tu vida. Por lo tanto, ninguna de sus bendiciones se ha de
acercar a ti, para llenarte de él y de su vida santa y saludable, sino que
el juicio y la ira de su palabra ha de ser sobre ti y sobre los tuyos,
también, si fuese necesario hacerlo así, por tu falta de amor y fe hacia
él, tu Dios. Y esto es maldición, enfermedad y muerte para tu alma y toda
tu casa, hasta que te arrepientas de tu maldad, y escribas el nombre de su
Hijo amado, en tu corazón y en tu alma, también.

En vista de que, para Dios no es justo, en ningún momento de la vida del
cielo o de la tierra, de que algún ángel u hombre, mujer, niño o niña, viva
en plena rebelión en contra del nombre y de la vida sagrada de su
Jesucristo, por falta de entendimiento o de conocimiento de su nombre
sagrado en su corazón. Es por eso, que Dios examina la mente y el corazón
de sus ángeles y de todos los hombres, mujeres, niños y niñas, de todas las
familias, razas, pueblos, tribus, linajes y reinos, para ver si el nombre
de su Hijo amado ha llegado a su lugar eterno, en cada uno de ellos, en
toda su creación.

Para entonces nuestro Dios poder estar contento en su corazón y satisfecho
en su Espíritu, en toda su verdad y en toda su justicia celestial, en el
cielo y en la tierra, para siempre, para con aquel hombre o para con
aquella mujer de la tierra, que ame a su Jesucristo. De otra manera, el
juicio y la ira de Dios están siempre a la puerta del cielo, para caer
sobre todo hombre, mujer, niño o niña, rebelde a la palabra y a la perfecta
vida y sumamente gloriosa de su Árbol de vida, su Hijo amado, ¡el Señor
Jesucristo!

DIOS DESEA QUE EL HOMBRE SEA MISERICORDIOSO PARA CON SU PRÓJIMO

Pues así hablen, y así actúen, también, mis estimados hermanos y mis
estimadas hermanas, como quienes están a punto de ser juzgados por "la ley
de la libertad de Dios y de su Jesucristo". Porque habrá juicio sin
misericordia en el tribunal de Cristo, contra aquel que no hace
misericordia para con su prójimo. Juicio y condena eterna para los malos,
los que no aman a Jesucristo, puesto que los que no aman a su Jesucristo,
entonces no aman a nadie, ni aun a sus propios progenitores o familiares.

Dado que, para nuestro Dios, y Padre Celestial: ¡La misericordia se gloría
triunfantemente sobre el juicio de todo hombre y de toda mujer en la tierra
y en el cielo, también, para siempre! Es decir, que Dios desea que todo
hombre sea misericordioso y que toda mujer sea misericordiosa para con su
prójimo día a día, siempre siendo manso como la paloma y alerta como la
serpiente, por ejemplo, ante cada una de las situaciones que se presente
ante él o ante ella, en cualquier tiempo y en cualquier lugar de la tierra.

Ya que, Dios no está esperando que nadie más sea engañado por el espíritu
de error de Lucifer, como le sucedió a Adán y a Eva, por ejemplo, en el
paraíso, sino que Dios desea que el hombre actúe con misericordia, siempre
basada en la justicia y en el derecho de su palabra y de su nombre sagrado,
el de Jesucristo. Porque ha Dios no le agrada en nada, cuando el hombre es
engañado por sus propias palabras o las palabras de otros pecadores, como
él, por ejemplo, sino todo lo contrario. Dios desea que el hombre viva
informado de su verdad y de su justicia infinita, sólo posible en su
corazón al creer en su Jesucristo, solamente.

En vista de que, de otra manera, para Dios no hay "otra justicia o verdad",
por la cual su corazón y su Espíritu Santo puedan complacerse, en la vida
del hombre, la mujer, el niño o la niña, de todas las familias de la
tierra. Y sin justicia y sin verdad, Dios no podrá actuar jamás sobre
ninguna vida humana en toda la tierra, sino todo lo contrario. Sólo habrá
maldición, falta de todo y hasta la misma muerte eterna de su corazón y de
su alma; es más, la ira de Dios ha de ir incrementando día a día sobre tal
persona rebelde a él y a su Jesucristo, por ejemplo.

Su juicio y su ira han de estar a la puerta de su trono santo, en todo
momento, para descender sobre la cabeza de todo hombre y de toda mujer
rebelde y desobediente a su perfecta voluntad. Y esto es de amarle sólo a
él, por medio del nombre y de la sangre viviente de su Hijo amado, ¡el
Señor Jesucristo! Porque fuera del Señor Jesucristo no existe otro espíritu
de amor que Dios conozca, en el cielo o en la tierra, para siempre.

Porque ha sido sólo el Señor Jesucristo quien ha "pagado por el precio", y
con su misma sangre, y no de toros, vacas, cordero o de algún otro animal,
por ejemplo, para ponerle fin, de una vez y por todas, al poder del pecado
y a su muerte, en la tierra y en el más allá, también, para siempre. En
vista de que, sin "el derramamiento de sangre santa sobre el altar de
Dios", no es posible la remisión o perdón de pecados en la vida del hombre
de la tierra o del paraíso. Y esto ha sido precisamente lo que el Señor
Jesucristo ha hecho por amor a nosotros, para hacer expiación de nuestros
pecados con su misma sangre sagrada sobre el altar de Dios, en la tierra y
en el cielo, para siempre.

Dado que, la muerte del Señor Jesucristo sobre la cima de la roca eterna,
en las afueras de Jerusalén, en Israel, fue para levantar el juicio de Dios
en contra de Lucifer y en contra del hombre de pecado. Con el fin de
exaltar "toda su verdad y toda su justicia", en la vida del hombre, desde
el corazón de la tierra, hasta lo más alto del cielo, del reino de los
ángeles, en el más allá. Por lo tanto, el juicio de Dios y de su Jesucristo
para ponerle fin al pecado ha sido a favor de cada hombre, mujer, niño y
niña de toda la tierra, hoy en día y para siempre, en el cielo.

Y sólo así entonces terminar con todo juicio sobre el pecado y la rebelión
del hombre en el mundo, hasta que el día del juicio de todas las cosas
llegue a su hora, en el tribunal de Cristo, para todo hombre, mujer, niño y
niña, rebelde "a la verdad y a la justicia divina" de Dios y de su Ley.
Porque la Ley de Dios ha de ser honrada y hasta cumplida, "en el corazón de
cada hombre condenado y mujer condenada", en el juicio final de Dios.

Además, hasta el mismo Lucifer, con sus ángeles caídos, ha de tener que
"honrar la Ley de Dios y de exaltar el nombre del Señor Jesucristo", antes
de pasar a su lugar eterno, entre las llamas eternas de su segunda muerte
final, en el lago de fuego, en el más allá, para no volverse a levantar a
la vida jamás. Y sólo así entonces Dios mismo habrá cumplido "toda verdad y
toda justicia infinita en la tierra y en el cielo", para siempre, para
entonces comenzar su nueva vida, en su nuevo reino celestial, en el cielo,
con su Ley Santa totalmente cumplida y honrada en todos los corazones de
sus seres creados por su palabra y por sus manos.

NO HAY SECRETO ANTE DIOS, TODOS HAN DE SER REVELADOS EN EL JUICIO FINAL

Por cuanto, no hay nada encubierto, que no haya de ser revelado, ni oculto
que no haya de ser conocido por Dios, en el cielo, ni menos en la tierra.
Por lo tanto, todas las cosas del corazón del hombre están transparentes
ante Dios y su Jesucristo, para llevar a juicio a todo hombre, según hayan
sido sus palabras y sus obras, en toda la tierra. Porque ningún pecado del
hombre o del ángel caído ha de burlarse de la justicia y de su amor
infinito hacia su Ley Eterna, en el cielo, ni menos en la tierra.

Por ello, el que dice que ama a Dios, entonces ame también su "Ley Divina",
para que toda verdad y justicia celestial sean cumplidas, en el cielo y por
toda la tierra, con el fin de que las tinieblas ya no puedan seguir
reinando, sino el espíritu del amor de Dios y de su Jesucristo, en toda la
creación. Porque sin el espíritu de amor del Señor Jesucristo viviendo en
toda la tierra, entonces no ha de existir luz, ni vida, jamás, en el
corazón y el alma viviente de todo ser creado, por las manos de Dios.

Por lo tanto, la vida seria totalmente imposible para el alma del hombre
vivirla, en paz y en armonía con Dios y con su prójimo, en todos los
lugares de la tierra. Porque sin la palabra de la Ley de Dios, entonces la
vida en la tierra seria totalmente violenta, en todos sus lugares, haciendo
así que la vida dejase casi de existir, como Dios la ha formado, para que
exista con todo hombre y con toda mujer, en todos sus lugares, en el cielo
y en la tierra, de nuestros días, por ejemplo.

Es por eso, que Dios ha enviado a su Espíritu Santo, desde el comienzo de
todas las cosas, génesis 1:2, para preparar su nuevo reino venidero con el
hombre; y luego envió a su Jesucristo, para establecer su Ley Divina, en la
vida de la tierra, en el corazón de cada hombre, mujer, niño y niña, para
siempre. Para que en un día como hoy, por ejemplo, mi estimado hermano y mi
estimada hermana, ninguna tiniebla del mal se interponga en tu corazón en
contra de Dios, para que no honres la Ley y el nombre amado del Señor
Jesucristo, para complacer la perfecta voluntad de Dios, en tu vida, en el
cielo y en la tierra, también.

Es decir, también que Dios sigue enviando a su Espíritu Santo al mundo,
para establecer eternamente y para siempre: cada letra, cada palabra y cada
tilde con su significado eterno de su Ley Eterna, en toda vida creada por
él. Y esto ha de ser, no sólo en el corazón del hombre, la mujer, el niño y
la niña, sino también sobre todos los lugares, aun en los más recónditos
del mundo entero, para que las tinieblas dejen de ser eternamente y para
siempre, en toda su creación.

Y sólo así la vida en la tierra ha de ser "compatible" con la vida sagrada,
del Árbol de la vida de Dios, el Señor Jesucristo y con la vida celestial
del reino de los ángeles, en el cielo, en el más allá. Para que entonces
Dios pueda establecer, de una vez y por todas, su más sublime voluntad de:
paz, amor, felicidad y crecimiento infinito de su Espíritu y de su
Jesucristo, en la vida de cada hombre, mujer, niño y niña, de Israel y de
cada una de las familias de todas las razas, pueblos, tribus y reinos del
mundo entero.

Por cuanto, aun en el más allá, también, en la vida santa y eternamente
honrada de Dios y de su Jesucristo, no ha de haber nada encubierto para
Dios, en el corazón del hombre, de la mujer, del niño o de la niña, en toda
la tierra para siempre, sino que habrá sólo luz infinita. Y esta luz nos
guiara a todos nuestros lugares eternos paso a paso en el cielo; es más,
sin esta luz, no podremos ver el camino que conduce al Padre Celestial, en
el cielo más alto que el reino de los ángeles, en el más allá.

Es decir, de que todo ha de estar expuesto ante la presencia santa de Dios
y de su Árbol de vida y de salud eterna, para todo ángel, hombre, mujer,
niño y niña, de la humanidad entera, sin que jamás vuelva a existir una
sola tiniebla, en su nueva vida celestial, en el reino de los cielos.
Entonces Dios ha estado trabajando en tu vida, mi estimado hermano y mi
estimada hermana, para remover esa última tiniebla de tu corazón y de tu
alma, que tendrá que dejar de existir delante de él, en la tierra y en el
cielo, también, para entonces tener un reino libre de todo mal del enemigo,
en toda su nueva creación.

Por eso, todo lo que había sido encubierto por el hombre de pecado y de
gran maldad habrá ya sido juzgado eternamente y para siempre por Dios
mismo, en el tribunal de Cristo, en el cielo. Con el propósito de ponerle
fin a cada una de las más profundas tinieblas de Lucifer y de sus ángeles
caídos, en los corazones de todos los hombres y de todas las mujeres de la
tierra.

Para que entonces sólo Dios y su Ley Santa reinen en cada uno de sus
corazones y de sus almas vivientes, en perfecta salud y gozo infinito de
Dios, en la tierra y en el cielo, también, para siempre. Y en éste día
glorioso, y lleno de la luz y de la justicia celestial de Dios y de
Jesucristo, has de estar tú con los tuyos, mi estimado hermanos y mi
estimada hermana, delante de Dios y de su Jesucristo, rodeado de la gracia
y de la misericordia de su Espíritu Santo y de sus ángeles celestiales,
también.

En vista de que, esta es la voluntad perfecta de Dios para tu vida, en la
tierra y en el cielo, también, hoy en día y por siempre, en el más allá, en
la nueva eternidad venidera de Dios y de su nueva vida infinita. Su nueva
vida infinita para ti (y los tuyos), sólo posible en consumir siempre, en
la tierra y en el paraíso: su "fruto de vida y de salud eterna, para el
alma viviente del hombre de toda la tierra", del ayer, de hoy y de siempre:
¡el Señor Jesucristo! ¡Amén!

Por cuanto, sin Jesucristo jamás hemos de tener una "salvación" tan grande
de todos nuestros pecados y males eternos, si no lo recibimos en nuestras
vidas, hoy en día para alcanzar mayores bendiciones de paz y de libertad
eterna, no sólo en la tierra, sino también, en el nuevo reino de los
cielos, en el más allá. Entonces la sangre del Señor Jesucristo es muy
importante hoy en día en nuestros corazones, como lo ha de ser siempre, en
nuestra nueva vida eterna, en el nuevo reino de Dios, en el cielo.

Por lo tanto, para nosotros ser libres hoy mismo, sólo necesitamos "la luz
y la verdad de Jesucristo", que nos alumbre en nuestras oscuridades
eternas, para entonces nosotros poder ver mejor, no sólo nuestros nuevos
días largos en la tierra y en el cielo, sino también, para ver la gloria
infinita del rostro sagrado de nuestro Dios, y Padre Celestial. Porque sin
la luz de Jesucristo, entonces no vemos nada de nada, somos más ciegos en
nuestras oscuridades o tinieblas de nuestros ojos, que los mismos nacidos
ciegos en toda la tierra.

Por ello, si nos juzgamos a nosotros mismos, como Dios siempre ha demandado
de nosotros, que juzguemos nuestros corazones de acuerdo a su Ley Santa,
entonces hagámoslo en el espíritu, en el amor, en la verdad, en la justicia
bendita e infinita de la sangre del pacto eterno, el Señor Jesucristo, para
nuestro bien eterno. Porque sólo la sangre del Señor Jesucristo tiene el
poder sobrenatural para complacer y cumplir cada palabra, cada letra, cada
tilde y cada significado eterno en nuestros corazones de su Ley Santa.

Es decir, juzgarnos en el amor de nuestro salvador Jesucristo, quien colgó
hasta morir para luego ser bajado por las manos de buena voluntad, del
hombre de fe, de su nombre santo, de la cima de la roca eterna, en las
afueras de Jerusalén. Con el fin de que sea entregado al polvo de la
muerte, en el hoyo de la tierra, para que entonces resucite en el Tercer
Día, con las primeras tablas de la Ley de Moisés, no rotas, sino cumplidas
y eternamente honradas ante la presencia de Dios y de cada hombre, mujer,
niño y niña de la tierra.

Y esta resurrección del Señor Jesucristo de la tumba, tenia que ser de
acuerdo a su palabra, a la palabra de Dios, para ponerle fin eternamente y
para siempre, a nuestras vidas de pecado, al pecado y a su muerte eterna,
también, en la tierra y en el infierno, para siempre. Y sólo así entonces
nosotros poder pasar cada uno de los juicios de Dios, sin tener que jamás
sufrir ningún mal o condena eterna, en nuestros corazones y en nuestras
almas vivientes, en la tierra, ni en el más allá, tampoco. Porque con
Jesucristo somos, desde hoy mismo, eternamente libres de toda condenación
por haber violado su Ley Eterna, durante los días de nuestras vidas por la
tierra, por ejemplo.

Somos libres por la sangre del Señor Jesucristo, porque habrá borrado todos
nuestros pecados y, por ende, todas nuestras culpas habiendo matado
finalmente, en su lugar de destrucción eterna, al ángel de nuestra muerte,
en el más allá. Porque fue el Señor Jesucristo quien le dijo al ángel de la
muerte, delante de sus apóstoles y discípulos: ¡Muerte, yo soy tu muerte!

Y si el ángel de la muerte es destruido por el juicio de Dios y del Señor
Jesucristo, entonces esto significa que nadie jamás tendrá que volver a
morir, en toda la creación de Dios, para siempre. Porque el que cierra sus
ojos en la tierra, no muere jamás, sino que los abre en la presencia
sagrada de Dios y de su Árbol de vida, en el paraíso. Es decir, claramente,
si es que acepta en su corazón y en su alma eterna, la bendición infinita
del pacto eterno, de la sangre del Hijo de David, el Cristo, para bendición
y para salvación eterna, de todo mal del enemigo, Lucifer y de sus
secuaces.

Ahora, si has aceptado al Señor Jesucristo en tu corazón y le has confesado
con tus labios, entonces Dios no sólo te ha vuelto a dar vida, sino que
también ha destruido, desde ya, al ángel de tu muerte eterna, en el mismo
infierno candente y eternamente tormentoso, que iba a recibir tu alma para
destruirla, por tu culpa, por tu ceguera espiritual.

Pues entonces mira cuanto te ha amado Dios, en la vida y en la sangre de su
Hijo amado, el Señor Jesucristo, puesto que, no sólo te ha bendecido
eternamente y para siempre con mucha vida, sino mucho más que esto. Nuestro
Dios, y Padre Celestial, también, ha "juzgado con juicio santo y eterno de
muerte", y de muerte eterna: al ángel de la muerte, para que no te vuelva a
amenazar a ti, ni a ninguno de los tuyos, tampoco, hoy en día y por
siempre, en la eternidad venidera, en el nuevo reino de los cielos.
Entonces si tienes a Cristo en tu vida, el ángel de la muerte ya no vive
para ti; está muerto, en algún lugar del más allá, como el abismo o el
infierno; el ángel de la muerte ha muerto para ti, te lo prometió
Jesucristo, si tan sólo le amas a él y a su Padre Celestial, en tu corazón,
con todas tus fuerzas, con toda tu alma y con toda tu vida.

EL TRIBUNAL DE JESUCRISTO TIENE SU DÍA, PARA TODO PECADOR

Por lo tanto, es de suma importancia, hoy en día, que todo hombre, mujer,
niño y niña, compadezca ante el tribunal de Cristo, en el cielo, para dar
cuenta de todo lo que haya hecho en su vida, sea para bien o para mal.
Porque el pecado de cada ser viviente, ángel caído u hombre rebelde tiene
que ponerle fin a su pecado, en el lugar de su origen y ante el tribunal de
Jesucristo, en el cielo.

Para que de esta manera única, entonces una nueva vida, libre del mal y de
la muerte, comience en el corazón de aquel hombre o de aquella mujer, en su
nueva vida celestial, en el reino de Dios. Porque todo pecado tiene que ser
llevado a su juicio, para que reciba su justa condena, para bien de aquel
hombre, mujer, niño o niña; de otra manera, no se habrá hecho justicia a
las víctimas del pecado y de su mal eterno, en la tierra, ni en el más
allá, tampoco.

Entonces no te sorprendas, mi estimado hermano y mi estimada hermana, si
aun no has recibido, y escrito en tu corazón, con su sangre santa: su
nombre santo y eternamente redentor de tu vida y de tu alma viviente, en la
tierra y en el paraíso, también, para siempre. Porque la hora se acerca
cada día más y más a ti mismo, cuando Dios te llame a dar cuentas por todo
lo que hayas dicho (o hecho), en todos los días de tu vida, en la tierra. Y
si Cristo no es tu "abogado o tu Cordero de expiación por tus pecados",
sino que tienes ídolos y vírgenes en su lugar, entonces estas en un grave
error eterno, delante de Dios y de su Jesucristo.

Ahora, si Cristo está en tu corazón, mi estimado hermano y mi estimada
hermana, entonces Dios mismo (y no otro) te ha de permitir que entres en su
gozo santo, de su reino infinito, en el cielo. Pero si Cristo no está en tu
corazón, entonces teme; comienza a temer en tu corazón, porque has de tener
que dar cuentas por cada palabra ociosa y por cada mal que hayas hecho, en
contra de los demás, especialmente, del mal en contra del Señor Jesucristo:
tu único posible camino hacia la vida y la salud eterna, para siempre.

Puesto que, para Dios, cada uno de tus pecados tendrá que ser llevado a
juicio, para que se haga justicia infinita hacia su nombre santo y su
palabra bendita, como su Ley Eterna de Moisés y de Israel, por ejemplo, en
Israel y en todos los rincones de la tierra. Para que entonces él pueda
estar en paz en su corazón y en su alma santa, en la eternidad venidera, en
su nuevo reino celestial, sabiendo que todo pecado ha terminado, recibiendo
su justo juicio para bien y para gloria eterna de cada uno de sus hijos e
hijas, para siempre.

Por eso, no se engañen, pensando que podrán escaparse con sus pecados y sus
obras secretas, de las que hayan hecho para mal de los demás. Porque Dios
lo ve todo, desde su lugar santo, en el cielo. Por lo tanto, para él no hay
nada, en el cielo, ni debajo del cielo, en la tierra, que suceda, sin que
lo conozca. Porque antes que ocurran las cosas, ya Dios lo sabe todo muy
bien, en su corazón y en su Espíritu Eterno. Y ante él hay que rendir
cuentas o explicaciones por el pecado, si es que la sangre del Señor
Jesucristo no lo ha hecho aun por ti, en tu corazón y en toda tu alma
eterna, por ejemplo.

Es por eso, que Lucifer, ni ninguno de sus ángeles caídos, pudo jamás
burlar a Dios y a su Jesucristo, por más que lo intento a la perfección y,
además, con la ayuda de muchos ángeles poderosos, del más allá. Porque
cuando Lucifer maquinaba su pecado en su corazón, ya Dios estaba listo para
recibirlo, y entregarle su merecido justo, justo en su día y en su hora,
sin demora alguna, para sorpresa de él mismo y de muchos, en el cielo.

Por cierto, esto fue, en su día de error y de rebelión de Lucifer, de ser
echado de la vida santa del reino de Dios, hacia una vida totalmente
contraria a toda verdad y a toda justicia, como el bajo mundo o el mundo de
los muertos y de perdición eterna, en el más allá, sin que sé de cuenta de
nada. Lucifer fue echado al infierno, totalmente humillado, sin poder
oponerse al poder de Dios y de su Espíritu Santo. Y, hoy en día, Lucifer
está en el infierno.

En donde, Lucifer jamás volvió a ser el arcángel guardián del nombre santo
de Dios, como lo había sido, desde siempre, desde el día que Dios lo formo
perfecto, sabio y santo, para que guardase su trono y su nombre sagrado,
con gran celo celestial, en el reino de los cielos. Y en líneas generales,
el mismo castigo ha de ser para todo hombre y para toda mujer rebelde: "al
trono y al nombre sagrado de su corazón santo", el nombre de su Hijo amado,
¡el Señor Jesucristo!

Por lo tanto, si hoy oyes su voz, su palabra viva, no la desprecies, como
la desprecia Lucifer o Adán, en el día que se rebelaron en contra de Dios y
de su Jesucristo, en el cielo, sino acéptala para que veas la vida eterna,
en tu corazón y en toda tu alma, también, desde ahora mismo, por ejemplo.
Porque una vez que el nombre del Señor Jesucristo es escrito en tu corazón
por el poder del dedo de Dios y de su Espíritu Santo, entonces tu vida
cambia y crece hacia Dios y hacia su vida santa y eterna, en el paraíso,
para nunca más volver a mirar o temer el fuego eterno del infierno.

En la medida que, el que no cree en el Señor Jesucristo, entonces está
sembrando maldición y muerte para su vida, en la tierra y en el más allá,
también, en el infierno. Pero el que cree en el Señor Jesucristo, entonces
está recibiendo los dones y las bendiciones poderosas del Espíritu Santo de
Dios, para proteger y así enriquecer su vida, con muchas cosas grandes y
gloriosas, de las que se ven, y de las que no (se ven), también, en la
tierra y en el cielo, para siempre.

Por cuanto, el que recibe a Jesucristo en su corazón, entonces ha escrito
el nombre de poder y de bendiciones en su alma, "con la misma tinta sangre
del pacto eterno de Dios y de Israel", para no volverse alejar de Dios, en
esta vida, ni en la venidera, en el más allá, en el nuevo reino de los
cielos. Y esta tinta sangre del Señor Jesucristo no hay borrador que la
borre de tu corazón, ni podrán borrar jamás tu nombre del libro de la vida,
en el cielo.

Porque te vuelvo a decir, como te lo he mencionado antes, Dios ha de llevar
toda palabra y toda acción, sea buena o mala del hombre pecador a juicio,
en el tribunal de Jesucristo, en el cielo, para ponerle fin al pecado, y
retribuir justamente a los agraviados, por todo el mal de Satanás, que
hayan recibido en sus vidas. Y Dios desea hacer justicia en tu corazón,
desde ya, desde hoy mismo, si tan sólo le eres fiel a él, por medio de su
Jesucristo. Eso es todo lo que Dios siempre ha pedido de ti, para
bendecirte, para sanarte, para darte salvación y vida en abundancia, en la
tierra y en el cielo, para siempre.

Ya que, para Dios no le es posible jamás de comenzar una nueva era de vida
eterna con sus ángeles y todo hombre, mujer, niño y niña, sin haber hecho
"verdad y justicia" por el mal del pecado, que hayan recibido cada uno de
sus hijos y de sus hijas, durante los días de sus vidas, por la tierra. En
verdad, Dios jamás ha permitido el pecado en su vida, ni menos ha de vivir
con él, en el futuro; esto es un imposible. Por ello, el pecado tiene que
morir por completo, en cada uno de sus seres formados por sus manos santas,
hoy mismo, ya, sin más demora alguna; eso es todo lo que Dios pide, lo que
Dios desea, hoy en día, en su corazón santo, para cumplir toda verdad y
toda justicia en tu vida, mi estimado hermano y mi estimada hermana.

Es más, y si Dios no puede hacer justicia por algún pecado o mal hecho en
contra de alguna persona, sea judía o gentil, en toda la tierra, lo cual no
es posible. Pero como un ejemplo, se puede decir entonces, de que no le
será posible a Dios, jamás, empezar su nueva vida, en el reino de los
cielos. Pero gracias a la sangre del Señor Jesucristo, en la tierra y en el
cielo, porque Dios si puede hacer justicia para todo hombre y para toda
mujer de todas las familias de la tierra.

Es por eso, que en el día del juicio, los muertos se levantaran para estar
de pie, delante del trono de Dios, y los libros han de ser abiertos, para
que ellos den cuenta ante Dios, por cada una de sus palabras y de sus
acciones, de las que hayan hecho, durante los días de sus vidas, en la
tierra. Porque para Dios, el alma que pecare, por no haber recibió a su
Jesucristo en su corazón, ni por haberle honrado con sus labios, entonces
su lugar eterno ha de ser, en el más allá, entre las llamas eternas del
fuego del infierno, para pagar por su culpa eterna, de no haber honrado a
su Dios, jamás, en su Jesucristo.

De hecho, esto es muerte eterna, para aquella alma, quien quiera que sea la
persona, pequeña o grande. Porque el alma que pecare, entonces ha de morir
irremisiblemente en su lugar eterno, entre las llamas ardientes del fuego
del infierno, en el bajo mundo y de los ángeles perdidos, en el más allá.

Es más, el alma que ha pecado, y no tiene a Jesucristo de su lado, entonces
ya está muerta para Dios, y el ángel de la muerte acecha su vida día y a
día para tomarla, cuando la oportunidad se le presente. Pero si Cristo vive
en ti, entonces el ángel de la muerte, ya ha muerto para ti, hoy en día y
para siempre, en el más allá; es decir, que para ti, el ángel de la muerte
ya no existe, está muerto, para siempre, por el poder de Jesucristo.

Y, hoy en día, como en los días de la antigüedad, por ejemplo, Dios jamás
ha deseado en su corazón, de que tu tengas que sufrir tan grande y tan
grave condena eterna, en tu corazón y en toda tu alma viviente, por no
haber recibido a tiempo: tu fruto de vida y de salud eterna, el Señor
Jesucristo. Todo lo contrario, Dios desea que te goces y seas feliz
solamente creyendo en él, el Dios del cielo y de la tierra, ¡el
Todopoderoso de la eternidad venidera, para siempre!

Verdaderamente, el deseo eterno del corazón de Dios, ha sido el mismo desde
siempre, y esto es de que tu veas la vida eterna, al tan sólo creer en su
Jesucristo y confesar su nombre con tus labios, en la tierra y en la
eternidad venidera, también, en el nuevo reino de los cielos, en el más
allá, para siempre. Y esto es algo que muy bien puedes hacer hoy mismo, con
tan sólo un poquito de fe, en tu corazón, en el nombre del Señor Jesucristo
delante de Dios y de su Espíritu Santo, en la tierra y en el paraíso,
también. Porque tus oraciones, en el nombre del Señor Jesucristo, llegan a
cada momento a la presencia de nuestro Dios, y Padre Celestial, el Santo y
Eterno de Israel y de la humanidad entera.

Entonces: ¿Qué estas esperando? Conviértete ya, a la vida sagrada de Dios y
de su Árbol de vida, el Señor Jesucristo. Pues para esto Dios ha sacado del
lodo a Adán, por ejemplo, para que en un día como hoy, entonces tú mismo (y
no otro) puedas decir que sí: a la verdad y a la justicia infinita de su
Hijo amado.

¡Verdades profundas y justicias celestiales!, de las cuales te han de dar
vida y vida en abundancia, sanándote de tus pecados y de tus males eternos,
desde hoy mismo y por siempre, en el cielo, si sólo haces lo justo y lo
correcto delante de tu Dios y de sus huestes de ángeles celestiales, en el
cielo. Eso es todo lo que Dios siempre ha pedido de todo hombre y de toda
mujer, hacer siempre "lo correcto" delante de su presencia santa, con el
nombre de su Jesucristo escrito en tu corazón, con su tinta de sangre
viviente e infinita.

Puesto que, sólo la palabra y el nombre sagrado del Señor Jesucristo es la
medicina perfecta de Dios, para tu corazón y para tu alma eterna, en esta
vida y en la vida venidera, en el nuevo reino de los cielos, hoy en día y
por siempre, en la eternidad, en el más allá. Y fuera de Jesucristo tu
corazón y tu alma con todo tu cuerpo, también, no conocen ninguna otra
"medicina mayor o mejor", que el nombre y la sangre viviente del Señor
Jesucristo, tu único y suficiente redentor, hoy en día para la eternidad
venidera, en el nuevo reino de los cielos.

¡Cultura y paz para todos, hoy y siempre!

Dígale al Señor, nuestro Padre Celestial, de todo corazón, en el nombre del
Señor Jesucristo: Nuestras almas te aman, Señor. Nuestras almas te adoran,
Padre nuestro. Nuestras almas te rinden gloria y honra a tu nombre y obra
santa y sobrenatural, en la tierra y en el cielo también, para siempre,
Padre Celestial, en el nombre de tu Hijo amado, el Señor Jesucristo.

LOS ÍDOLOS SON UNA OFENSA / AFRENTA A LA LEY PERFECTA DE DIOS

Es por eso que los ídolos han sido desde siempre: un tropiezo a la verdad
de Dios y al poder de Dios en tu vida. Un tropiezo eterno, para que la
omnipotencia de Dios no obre en tu vida de acuerdo, a la voluntad perfecta
del Padre Celestial y de su Espíritu Eterno. Pero todo esto tiene un fin en
tu vida, en ésta misma hora crucial de tu vida. Has de pensar quizá que el
fin de todos los males de los ídolos termine, cuando llegues al fin de tus
días. Pero esto no es verdad. Los ídolos con sus espíritus inmundos te
seguirán atormentando día y noche entre las llamas ardientes del fuego del
infierno, por haber desobedecido a la ley viviente de Dios. En verdad, el
fin de todos estos males está aquí contigo, en el día de hoy. Y éste es el
Señor Jesucristo. Cree en Él, en espíritu y en verdad. Usando siempre tu fe
en Él, escaparas los males, enfermedades y los tormentos eternos de la
presencia terrible de los ídolos y de sus huestes de espíritus infernales
en tu vida y en la vida de cada uno de los tuyos también, en la eternidad
del reino de Dios. Porque en el reino de Dios su ley santa es de día en día
honrada y exaltada en gran manera, por todas las huestes de sus santos
ángeles. Y tú con los tuyos, mi estimado hermano, mi estimado hermana, has
sido creado para honrar y exaltar cada letra, cada palabra, cada oración,
cada tilde, cada categoría de bendición terrenal y celestial, cada honor,
cada dignidad, cada señorío, cada majestad, cada poder, cada decoro, y cada
vida humana y celestial con todas de sus muchas y ricas bendiciones de la
tierra, del día de hoy y de la tierra santa del más allá, también, en el
reino santo de Dios y de su Hijo amado, ¡el Señor Jesucristo!, ¡El
Todopoderoso de Israel y de las naciones!

SÓLO ESTA LEY (SIN ROMPERLA) ES LA LEY VIVIENTE DE DIOS

Esta es la única ley santa de Dios y del Señor Jesucristo en tu corazón,
para bendecirte, para darte vida y vida en abundancia, en la tierra y en el
cielo para siempre. Y te ha venido diciendo así, desde los días de la
antigüedad, desde los lugares muy altos y santos del reino de los cielos:

PRIMER MANDAMIENTO: "No tendrás otros dioses delante de mí".

SEGUNO MANDAMIENTO: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que
esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de
la tierra. No te inclinarás ante ellas ni les rendirás culto, porque yo soy
Jehová tu Dios, un Dios celoso que castigo la maldad de los padres sobre
los hijos, sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me
aborrecen. Pero muestro misericordia por mil generaciones a los que me aman
y guardan mis mandamientos".

TERCER MANDAMIENTO: "No tomarás en vano el nombre de Jehová tu Dios, porque
Él no dará por inocente al que tome su nombre en vano".

CUARTO MANDAMIENTO: "Acuérdate del día del sábado para santificarlo. Seis
días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día será sábado para
Jehová tu Dios. No harás en ese día obra alguna, ni tú, ni tu hijo, ni tu
hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu animal, ni el forastero que está
dentro de tus puertas. Porque en seis días Jehová hizo los cielos, la
tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos, y reposó en el séptimo día.
Por eso Jehová bendijo el día del sábado y lo santificó".

QUINTO MANDAMIENTO: "Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se
prolonguen sobre la tierra que Jehová tu Dios te da".

SEXTO MANDAMIENTO: "No cometerás homicidio".

SEPTIMO MANDAMIENTO: "No cometerás adulterio".

OCTAVO MANDAMIENTO: "No robarás".

NOVENO MANDAMIENTO: "No darás falso testimonio en contra de tu prójimo".

DECIMO MANDAMIENTO: "No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la
mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni
cosa alguna que sea de tu prójimo".


Entrégale tu atención al Espíritu de Dios y déshazte de todos estos males
en tu hogar, en tu vida y en la vida de cada uno de los tuyos, también.
Hazlo así y sin mas demora alguna, por amor a la Ley santa de Dios, en la
vida de cada uno de los tuyos. Porque ciertamente ellos desean ser libres
de sus ídolos y de sus imágenes de talla, aunque tú no lo veas así, en ésta
hora crucial para tu vida y la vida de los tuyos, también. Y tú tienes el
poder, para ayudarlos a ser libres de todos estos males, de los cuales han
llegado a ellos, desde los días de la antigüedad, para seguir destruyendo
sus vidas, en el día de hoy. Y Dios no desea continuar viendo estos males
en sus vidas, sino que sólo Él desea ver vida y vida en abundancia, en cada
nación y en cada una de sus muchas familias, por toda la tierra.

Esto es muy importante: Oremos junto, en el nombre del Señor Jesucristo.
Vamos todos a orar juntos, por unos momentos. Y digamos juntos la siguiente
oración de Jesucristo delante de la presencia santa del Padre Celestial,
nuestro Dios y salvador de todas nuestras almas:

ORACIÓN DEL PERDÓN

Padre nuestro que estás en los cielos: santificada sea la memoria de tu
nombre que mora dentro de Jesucristo, tu hijo amado. Venga tu reino, sea
hecha tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra. El pan
nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas
líbranos del mal. Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria por todos
los siglos. Amén.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre Celestial
también os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los hombres,
tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.

Por lo tanto, el Señor Jesús dijo, "Yo soy el CAMINO, y la VERDAD, y la
VIDA ETERNA; nadie PUEDE VENIR al PADRE SANTO, sino es POR MÍ". Juan 14:

NADIE MÁS TE PUEDE SALVAR.

¡CONFÍA EN JESÚS HOY!

MAÑANA QUIZAS SEA DEMASIADO TARDE.

YA MAÑANA ES DEMASIADO TARDE PARA MUCHOS, QUE NO LO SEA PARA TI Y LOS
TUYOS, EN EL DÍA DE HOY.

- Reconoce que eres PECADOR en necesidad, de ser SALVO de éste MUNDO y su
MUERTE.

Dispónte a dejar el pecado (arrepiéntete):

Cree que Jesucristo murió por ti, fue sepultado y resucito al tercer día
por el Poder Sagrado del Espíritu Santo y deja que entré en tu vida y sea
tu ÚNICO SALVADOR Y SEÑOR EN TU VIDA.

QUIZÁ TE PREGUNTES HOY: ¿QUE ORAR? O ¿CÓMO ORAR? O ¿QUÉ DECIRLE AL SEÑOR
SANTO EN ORACIÓN? -HAS LO SIGUIENTE, y di: Dios mío, soy un pecador y
necesito tu perdón. Creo que Jesucristo ha derramado su SANGRE PRECIOSA y
ha muerto por mi pecado. Estoy dispuesto a dejar mi pecado. Invito a Cristo
a venir a mi corazón y a mi vida, como mi SALVADOR.

¿Aceptaste a Jesús, como tu Salvador? ¿Sí _____? O ¿No _____?

¿Fecha? ¿Sí ____? O ¿No _____?

Si tu respuesta fue Si, entonces esto es solo el principio de una nueva
maravillosa vida en Cristo. Ahora:

Lee la Biblia cada día para conocer mejor a Cristo. Habla con Dios, orando
todos los días en el nombre de JESÚS. Bautízate en AGUA y en El ESPÍRITU
SANTO DE DIOS, adora, reúnete y sirve con otros cristianos en un Templo
donde Cristo es predicado y la Biblia es la suprema autoridad. Habla de
Cristo a los demás.

Recibe ayuda para crecer como un nuevo cristiano. Lee libros cristianos que
los hermanos Pentecostés o pastores del evangelio de Jesús te recomienden
leer y te ayuden a entender mas de Jesús y su palabra sagrada, la Biblia.
Libros cristianos están disponibles en gran cantidad en diferentes temas,
en tu librería cristiana inmediata a tu barrio, entonces visita a las
librerías cristianas con frecuencia, para ver que clase de libros está a tu
disposición, para que te ayuden a estudiar y entender las verdades de Dios.

Te doy las gracias por leer mí libro que he escrito para ti, para que te
goces en la verdad del Padre Celestial y de su Hijo amado y así comiences a
crecer en Él, desde el día de hoy y para siempre.

El salmo 122, en la Santa Biblia, nos llama a pedir por la paz de Jerusalén
día a día y sin cesar, en nuestras oraciones. Porque ésta es la tierra,
desde donde Dios lanzo hacia todos los continentes de la tierra: todas
nuestras bendiciones y salvación eterna de nuestras almas vivientes. Y nos
dice Dios mismo, en su Espíritu Eterno: "Vivan tranquilos los que te aman.
Haya paz dentro de tus murallas y tranquilidad en tus palacios, Jerusalén".
Por causa de mis hermanos y de mis amigos, diré yo: "Haya paz en ti,
siempre Jerusalén". Por causa de la casa de Jehová nuestro Dios, en el
cielo y en la tierra: imploraré por tu bien, por siempre.

El libro de salmos 150, en la Santa Biblia, declara el Espíritu de Dios a
toda la humanidad, diciéndole y asegurándole: - Qué todo lo que respira,
alabe el nombre de Jehová de los Ejércitos, ¡el Todopoderoso! Y esto es, de
toda letra, de toda palabra, de todo instrumento y de todo corazón, con su
voz tiene que rendirle el hombre: gloria y loor al nombre santo de Dios, en
la tierra y en las alturas, como antes y como siempre, por la eternidad.

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20///


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