Lo único que tenía claro cuando despertó en Italia sin sus recuerdos es que tenía que estar en Chicago. Tuvo que someterse a muchas pruebas para que los médicos y los psicólogos determinaran que no estaba fingiendo y por lo tanto no podían hacerlo responsable de lo ocurrido en el tren.
Tras meses de moverse por varios campamentos y de viajar en condiciones muy apretadas fue traído a Chicago. Algo en su ser primitivo le hacía negarse a recibir ordenes, no podía contener la frustración y los doctores decidieron medicarlo antes que tener que lidiar con su agresividad.
El hospital de Chicago era el mejor lugar en que había estado y sus condiciones no eran las mejores. Sin embargo seguía sin sentirse en casa. Tal vez este no era el Chicago al que le urgía regresar. Lo único que tenía claro es que mientras más tiempo pasara en un hospital más terminaría odiándolo. Se sentía como menos humano por como lo trataban, como si alguien como él no valiera la pena, ¿para qué lo mantienen vivo si iba a ser en tales condiciones?.
Eso fue hasta que llegó ella, la enfermera Candice, qué por él desafió las normas del hospital. Le llevaba comida a escondidas, lo trataba amablemente hasta le ha dado un nombre, el de su hermano ¿era por eso que Chicago era importante? ¿por que iba a encontrar una razón para querer seguir viviendo?.
Cada vez que Candy se escabulle le trae algo, comida sana, vitaminas, ropa fresca y limpia. Su entusiasmo es contagioso, su sonrisa la más bella del mundo y aunque ella ha dicho que una vez que apruebe sus exámenes y sea una enfermera titulada podrá hacerse cargo de él. Este "Albert" en el que se ha convertido ahora no piensa seguir en un lugar donde no parece importarle a nadie y a la única persona a la que si le importa, probablemente le traiga más problemas que beneficios.