Otra vez perdía a su familia, a su mejor amiga, a su figura materna, a su ejemplo a seguir, a la mujer más incomparable de los Andrew.
Desde el otoño la mansión perdió el color, los árboles perdieron las hojas y no había flores, solo el seco color de los árboles y el blanco de las ventiscas, pero no solo la muerte de Rosemary los golpeó, meses después el esposo de la tía Elroy murió y ella regreso a vivir a la casa familiar.
Esa enérgica mujer de antaño lloraba en cada habitación de la casa, Albert hubiera querido llorar por meses también pero Rosemary no se lo habría permitido, odiaría que derramara una lagrima por ella como si no hubiera tenido una vida plena y llena de amor y otras satisfacciones. Se quedaba solo y se quedaba en deuda con ella hasta que descubriera como tener una vida que su hermana aprobara.
Cada vez que estaban juntos hacían tantos planes y pocas veces los podían llevar a cabo, ella por su enfermedad, él porque en realidad no podía disponer de su tiempo como le diera la gana, los ancianos se lo habían agendado desde los 8 años hasta los 50, si no demostraba que era lo suficientemente apto para dirigir el clan.
Para Anthony también debió ser doloroso, pero durante el funeral se mantuvo ecuánime y junto con su padre estuvo al lado de Rosemary cada paso de su adiós. Fue la única vez que pudo estar cerca de Anthony antes de que el capitán Brown se lo llevara.
No hubo poder humano que impidiera a Albert estar ahí tampoco. Se integró como parte del conjunto de gaiteros que rindió honores en el servicio. Aun en medio de un mar de tartanes y hombres vestidos casi de idéntica manera, no fue fácil ser anónimo. Por descuido, se olvidó de dejar la insignia familiar y tuvo que arrancarla dañando el broche cuando otro adolescente como él, estaba demostrando su conocimiento identificando los diferentes emblemas de los clanes que asistían. Un Andrew se destacaba en medio de cualquier multitud.
Como siempre Georges fue su mejor aliado. Ambos lloraron al saber de la muerte de Rosemary, se desvelaron junto a ella cuidándola en sus ultimas horas y esperó escondido junto a él cuando el doctor hacía todo lo posible por posponer lo inevitable.
Se respetaron los primeros días que los llenó el silencio porque hasta decir su nombre era imposible debido al nudo en la garganta que se les formaba. Albert tuvo unos días de descanso de sus deberes y era seguro encontrarlo en el bosque, Georges lo buscaba, le llevaba algo de comer o caminaba junto a él. Si las paredes de la mansión le parecían una prisión, las cercas no se quedaba atrás, cada vez se acercaba más a los límites y fantaseaba con traspasarlos más de una vez.
Tal vez Georges le leyó el pensamiento porque un día sin ningún aviso le preguntó si quería aprender a manejar. Hubiera sido un tonto si no aceptara, porque eso significaba horas que le podía robar a sus clases y salir de la prisión que era su hogar. Con la mejor disposición del mundo aprendió rápidamente, y en su cumpleaños 17 esperaba ansiosamente que llegará el auto nuevo que Georges prometió que compraría para hacer su primer viaje largo.