Lakewood siempre había sido el lugar de veraneos de la familia, se llenaba de risas y se daban las fiestas más espectaculares, luego de la muerte de su padre eso cambio para Albert. Lakewood se convirtió en un refugio, una alternativa cuando la mansión en Chicago recibía visitas y tenían que ocultarlo, después fue la ultima morada de Rosemary.
Desde que regreso del Reino Unido no había tenido tiempo de visitar la propiedad, vivía un poco al margen de todo lo que tuviera que ver con la familia para no dar lugar a incómodos encuentros y que alguien lo reconociera por el vago parecido familiar. Con asuntos que tratar con su tía Elroy fue su tiempo de volver a Lakewood y a todos sus fantasmas. Ocupó la vieja cabaña de caza que, con la muerte de su padre se habían dejado de organizar viajes de caza y estaba descuidada, ni siquiera los guardabosques se veían por ahí.
No todos los fantasmas del pasado vienen llenos de amargos y tristes recuerdos. Como caída del cielo Albert se reencontró con la risueña niña de la colina. No creyó que la reconocería si alguna vez sus caminos se cruzaban pero no había cambiado nada. Era una adolescente tan inquieta y parlanchina con una masa de rizos rubios y ojos verdes llenos de dulzura que le recordaban mucho a los de su hermana.
Traía con ella otra de esas cosas que creía haber perdido. Su insignia del clan, una reliquia que se remontaba a tiempos cuando se requerían emblemas y escudos para identificarse en las batallas. Aunque ya no era suya, ahora pertenecía a la pequeña y ciertamente ella la merecía más que él.
Conocer la vida de esa niña llamada Candy lo hizo ratificar que aun a los tiempos difíciles hay que recibirlos con una sonrisa. Ella había liberado a Albert de la carga de ser quien había puesto en riesgo el legado del clan. Había temido que cualquiera que lo poseyera podría reclamar la jefatura del clan.
Candy y Albert congenian muy fácil, lo que es una novedad para él que no ha tenido mucho trato con gente mucho más joven que él y cuando ella espera mantenerse en contacto, una tierna calidez le inunda el cuerpo porque por primera vez alguien a quien no lo une ningún vinculo está dispuesto a ser su amigo.
Más tarde, cuando recibió las cartas de sus sobrinos preocupados por el destino de Candy, que sería enviada a México, no dudo ni un segundo en aceptar su propuesta para que ella fuera incluida en el sistema de patrocinios de la familia Andrew y dado que carecía de cualquier respaldo familiar, adoptaría el apellido de la familia y se educaría en casa, a la par que ellos.
Cada uno de sus sobrinos dio especial énfasis en la sonrisa abierta de Candy, la cual estaba rindiendo frutos positivos. Se alegro por ella y redactó una carta llena de autoridad para informar a la tía Elroy su decisión. Por fortuna Georges sabía como hacer cumplir sus instrucciones aun con el desacuerdo de ella o los ancianos.