Con los brazos extendidos al viento, pedaleando a más no poder, Albert sentía que volaba. Desde que aprendió a andar en bicicleta, todo momento libre de sus obligaciones, lo dedicaba a dar rienda suelta a la energía en ebullición, que pugnaba por escapar de las horas y horas de lecciones y actividades curriculares. Hoy por ser su cumpleaños se le ha concedido desocuparse temprano.
Aquello representaba un maravilloso escape, podía imaginar que era un ave, o una nube, incluso el mismo aire y darse a la fuga recorriendo los muchos senderos en derredor de la mansión de Lakewood, sabía que siempre tendría sobre él, el ojo visor de algún empleado, pero en el mundo de su imaginación el control era suyo, la admisión estaba restringida según sus deseos. Del otro lado de la moneda estaban los adultos y las disposiciones que debía acatar, pero de momento desaparecían, como peces bajo el agua, seguían allí, pero ya no los podía ver.
Desde la ventana del despacho, George observaba al muchacho rubio, gozar la sensación de libertad, todavía era un niño, pero ha mostrado ser capaz de afrontar los desafíos que se le han presentado, al llevar a cuestas una responsabilidad no deseada, pero que, por herencia le corresponde y que en gran medida acepta en honor a su padre.
El carácter de William se ha ido forjando a través de los encuentros y desencuentros, principalmente, con las cosas que no son de su agrado, pero de las que ha aprendido a sacarle partido y verlas, según dice él, como “una inversión a futuro”, aunque nunca llegue a ponerlas en práctica, tal es el caso del uso de las armas, la ostentosa etiqueta o el arte de fingir… de algún modo le servirán, en último caso, para estar atento cuando alguien quisiera usarlas en su contra.
Albert seguía paseando, George aguzó más la vista, soltando una carcajada, raro en él, al darse cuenta que la bicicleta le quedaba chica a Willian o era él, quien le quedaba grande a la bicicleta. Apenas está cumpliendo diez años y ya tenía una estatura mayor a la habitual para su edad, no cabe duda que será tan alto como el Sr, Andrew, o tal vez más. – “Pronto me pedirá que le enseñe a conducir el auto y la motocicleta”. – pensó el hombre con un dejo de orgullo. Mientras tanto, sabía cuál sería su regalo de cumpleaños.
Vaya 10 años, creo que esta empezando a conocer cuales seran sus responsalidadesLuz
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