No puedo opinar sobre un libro no leido por m�, sin embargo, de acuerdo
a tus comentarios observo que Eduardo camina por la tangente filo
aprista. En Paris Haya fue despedido por Cesar Vallejo de manera
iracunda. Esta an�cdota me la relat� Ernesto More, cercano amigo del
poeta. Simplemente le mand� decir que no lo recibir�a nunca m�s.
Resaltar la propuesta "continental" de Haya de la Torre es un
desprop�sito sin nombre, m�s �un utilizando a nuestro gran poeta. Como
ha quedado demostrado por la historia, todos los escritos del fundador
del Apra son un conjunto de galimat�as intragables por la ciencia social.
saludos, Carlos
carmona.j...@gmail.com wrote:
> Julio Carmona: Vallejo en los infiernos, �Una biograf�a novelada o una
> novela biogr�fica?
>
> Con esta novela, Eduardo Gonz�lez Via�a ha cumplido con el encargo que
> le hiciera Antenor Orrego (hace ya muchos a�os). Escribir sobre el
> momento m�s grave en la vida de C�sar Vallejo. Esto lo refiere el
> mismo autor en la Introducci�n a Vallejo en los infiernos. Y no nos
> queda aqu� sino repetir la pregunta del t�tulo, esta novela es: �una
> biograf�a novelada o una novela biogr�fica?
>
> Y se puede responder que se trata, en realidad, de lo segundo: una
> novela biogr�fica. Porque en ella hay m�s elementos de ficci�n (como
> que al lector se le diga lo que piensan o sienten los personajes en
> momentos claves de lo que, supuestamente, ocurri� en �la vida real�).
> Y en este caso debemos convenir en que la novela se sirve de la
> biograf�a para desarrollar sus propios fines; es decir, que la ficci�n
> toma vuelo desde el trampol�n de la realidad, y no se sumerge y diluye
> en la veracidad de los hechos. Pero al adoptar esta opci�n no se debe
> olvidar que los hechos evidentes, hist�ricos (por todos conocidos), no
> pueden ni deben ser alterados. Vallejo en los infiernos tiene, pues,
> algo de los dos g�neros (novela y biograf�a), aunque con mayor peso de
> lo novelesco (y, en algunos casos, incurriendo en el olvido antes
> advertido).
>
> En esta novela, la incidencia de lo biogr�fico se centra en un
> acontecimiento de la vida del protagonista: la acusaci�n por la que
> nuestro vate tuvo que pasar varios meses en prisi�n. Y tiene el m�rito
> de ilustrar sus pormenores y de esclarecer algunos puntos clave que se
> requer�an para zanjar la verdad de los hechos. Aunque, tal vez, el
> aspecto m�s relevante y mejor logrado sea la ambientaci�n carcelaria.
> Claro que s�lo quien haya estado en ese trance puede calibrar la
> dimensi�n de lo sufrido por el protagonista, y podr� sopesar las
> razones de Vallejo para que llegara a esta terrible confesi�n: �El
> momento m�s grave de mi vida fue mi prisi�n en una c�rcel del Per�.
> En gran medida, pues, el autor de la novela logra recrear ese ambiente
> espeluznante, infernal. El t�tulo mismo �de aparente truculencia�, al
> terminar la lectura, da la sensaci�n de que constituye un acierto.
> Porque no es s�lo el c�rculo dantesco de la prisi�n en s�, son muchos
> los c�rculos en vor�gine que configuran a ese infierno: la kafkiana
> angustia judicial, la incertidumbre aplastante de un presente
> inamovible, la deshumanizaci�n contextual, etc.
>
> En ese sentido �de revelar pormenores de la vida del poeta� est�
> tambi�n la confirmaci�n de que la �andina y dulce Rita, de junco y
> capul� se apellidaba Uceda, y puede resultar siendo la madre del
> conductor de las guerrillas del 65, Luis de la Puente Uceda, y esto es
> algo que, con tino, el autor deja sin explicitar, como respetando ese
> derecho del lector a ir atando cabos y soltando rienda a su intuici�n.
>
> En el mismo orden de ideas queda la explicaci�n del viaje a Par�s. Por
> un acto encomiable de solidario desprendimiento por parte de Antenor
> Orrego, quien le cedi� un pasaje que debi� compartir con Julio G�lvez
> Orrego, y se hace justicia tambi�n a este �ltimo personaje que poco
> aparece en las biograf�as del poeta, y que, identificado con la causa
> republicana en Espa�a, finalmente �se nos dice� muri� fusilado por la
> falange fascista.
>
> Asimismo, hay otros datos de la vida familiar en Santiago de Chuco
> que, si bien no culminan el cuadro biogr�fico total, constituyen
> r�pidos esbozos que matizan el tema central ya aludido, a manera de
> escorzos difuminados que ya de por s� aportan el ingrediente de
> misterio que es m�s propio de la novela.
>
> Y entrando al �mbito novelesco, propiamente, consideramos que ese
> ingrediente de misterio referido se vuelve por momentos excesivo,
> porque se apoya de manera exacerbada en la dimensi�n de los sue�os.
> Todos los personajes sue�an. Y los sue�os son premonitorios y
> anunciadores de hechos que van a ser confirmados por el futuro. Por
> ejemplo, se dice que Vallejo �Le pregunt� si sab�a algo acerca del
> M�sico, y Mataporgusto se qued� asombrado. ��Qu� raro! (le contesta)
> Hab�a so�ado que usted me preguntar�a por �l�. (p. 240). En otro
> momento (de los muy profusos que hay) un cham�n en la prisi�n le hab�a
> augurado su futuro y �dice el narrador� �las ilusiones sugeridas por
> el vuelo con el sampedro lo desconcertaban. �Un barco lo sacar�a de la
> prisi�n? �Qu� ten�a que ver Antenor con ese barco? �Y el destino era
> Par�s? �Por qu� Par�s? �Usted mismo lo sabr� alg�n d�a �le dijo el
> cham�n y agreg�: hay que tomar los sue�os m�s en serio�.� (p. 251).
> S�, seguramente, hay que hacerlo; pero no al extremo de que la novela
> raye en lo inveros�mil. No ocurre esto �valga el descargo� en el caso
> del hermano Miguel Vallejo que hace anuncios a futuro, el de su propia
> y temprana muerte, por ejemplo, o el viaje de Vallejo. Pero es un
> misterio veros�mil. Pues se sabe de casos reales que confirman ese
> tipo de premoniciones. Aunque el mismo Vallejo estaba en contra de
> ellas; dice: �El poeta profetiza creando nebulosas sentimentales,
> vagos protoplasmas, inquietudes constructivas de justicia y bienestar
> social. Lo dem�s, la anticipaci�n expresa y rotunda de hechos
> concretos, no pasa de un candoroso expediente de brujer�a barata y es
> cosa muy f�cil. Basta ser un inconsciente con man�a de alucinado. As�
> hacen las sibilas vulgares. No importa que se realice o no lo que
> anuncian.� (El arte y la revoluci�n). Lo censurable es el abuso,
> atosigante, de dicho recurso.
>
> Al margen de ese elemento excesivamente rom�ntico del sue�o y de lo
> esot�rico, podemos convenir en que la estructura de esta novela tiene
> mucho de construcci�n arquitect�nica, y de arquitectura moderna pues
> le da �nfasis a lo funcional. Y as� vemos que todas sus partes, desde
> diversos �ngulos en ese bifronte espacio de novela y biograf�a, se
> encuentran interrelacionadas como vasos comunicantes, pasadizos
> interconectados, ambientes matizados por el claroscuro de lo incierto
> y lo apod�ctico.
>
> Obviamente, no vamos a referirnos a los elementos conclusivos de la
> historia, pues de hacerlo estar�amos atentando contra el inter�s
> tanto del autor como del lector: que la obra se difunda (inter�s del
> autor) y no que se la cuenten (inter�s del lector). Pero, para
> concluir esta apreciaci�n sobre la confluencia de lo narrativo con lo
> biogr�fico, debemos se�alar que hay una cierta imprecisi�n respecto
> del elemento �personajes�, el mismo que, como se sabe, complementa a
> los del espacio y de la historia, para coronar el logro que optimice a
> la novela, que es, en �ltima instancia, lo que importa.
>
> La novela empieza con el ingreso del protagonista a la c�rcel y, m�s
> precisamente, a la celda infernal. All� se desarrolla una escena
> dantesca. Un sujeto descomunal, mimetizado con la oscuridad ambiental,
> amenaza al poeta con matarlo. Esta decisi�n, extra�a, m�s propia de un
> manicomio, se hace veros�mil por la sugerencia de que sus acusadores �
> gente con poder econ�mico e influencia pol�tica� han maquinado dicha
> acci�n. Hasta all� no hay problema. El problema surge a partir del
> desenlace, pues antes de que pudiera consumar el crimen, el agresor es
> trabado en su avance por otro preso, y, finalmente, ambos se
> aniquilan, mutuamente. Y, entonces, quedan flotando dos preguntas:
> �qui�n es el hombre que defendi� a Vallejo? y �qu� es lo que lo
> impuls� a hacerlo, al extremo de matar y dejarse matar? Y es una
> pregunta que se espera ver resuelta en los cap�tulos sucesivos, porque
> esa acci�n compleja no puede atribuirse al azar ni tampoco quedar
> flotando en el vac�o.
>
> Pero lo m�s desconcertante es que en el cap�tulo 3 el personaje, ya
> mencionado aqu�, Mataporgusto le habla del �loco� que ha intentado
> matarlo, y Vallejo sigue atentamente la relaci�n de datos sobre �l,
> pero no pregunta para nada por el otro preso que lo salv� y muri� en
> el intento. Incluso en el cap�tulo 6 hay otra alusi�n a los dos
> cad�veres, cuando uno de los presos entra a la oficina del alcaide
> (contigua al ambiente en que est�n los muertos), donde Vallejo se
> encuentra preventivamente, y le anuncia que va a cortar las cabezas de
> los occisos, pues tiene un trato con el alcaide en ese sentido, y
> Vallejo se mantiene indiferente ante el problema aqu� planteado, no
> manifiesta ninguna inquietud por su salvador. Es m�s, se dice que el
> sujeto �entr� en el cuarto contiguo provisto de un peque�o serrucho y
> se qued� all� m�s de media hora�, y haciendo alarde de un humor
> macabro (que trasunta cierto mal gusto) se dice que �Solo se escuchaba
> un sonido r�tmico y la voz del hombrecito: Aserr�n, aserr�n,/ los
> maderos de San Juan. (sic)/ Piden queso, piden pan./ Aserr�n,
> aserr�n�� (p. 122).
> Y, al llegar al cap�tulo 14, cuando a Vallejo ya lo han pasado a una
> celda menos t�trica, se tiene la sensaci�n de que ah� est� la
> respuesta. El nuevo compa�ero de celda le hace referencia a un hombre
> que ha tenido influencia en su vida, y entonces dice Vallejo: �Conozco
> al hombre de quien habla. Es Pedro Losada. Pedro Losada me salv� la
> vida �asegur�.� (p. 274). Pero aun cuando la pesquisa lectora crea
> haber encontrado el cabo suelto, pues dar�a respuesta a la primera
> pregunta (�qui�n es el hombre que defendi� a Vallejo?), sin embargo
> quedar�a pendiente todav�a la segunda (�qu� es lo que lo impuls� a
> hacerlo, al extremo de matar y dejarse matar?).
>
> En el cap�tulo 21 se vuelve a mencionar a Pedro Losada, explic�ndose
> lo aseverado por Vallejo: �Pedro Losada me salv� la vida�; pero �d�nde
> es que ocurri� esto? En Santiago de Chuco. El d�a que acaecieron los
> sucesos en los que se le involucra, mas no en la prisi�n de Trujillo.
> Pedro losada nunca lleg� a �sta, al menos no lo hizo en el momento en
> que est� Vallejo. Y, aun cuando finalmente fue capturado en Santiago
> de Chuco para ser conducido a Trujillo, es asesinado en el trayecto.
> Entonces, vuelven a quedar sin respuesta las inquisiciones
> preliminares: �qui�n es el hombre que lo defendi� en la celda? y �qu�
> es lo que lo impuls� a hacerlo, al extremo de matar y dejarse matar? Y
> hasta el momento de terminar la lectura de la novela, sigue siendo un
> misterio sin resolver.
> Otro desfase del elemento �personajes�, es el relacionado con Haya de
> la Torre, que no tuvo nada que ver con el suceso de la prisi�n de
> Vallejo, y es irrelevante que hubiera sido �l quien lo presentara a
> Antenor Orrego; m�xime si es incluido falseando los hechos porque en
> uno de sus pocos encuentros se llega al extremo de decir que �Iban a
> ser amigos para toda la vida� (p. 193), cuando bien se sabe que
> Vallejo rompi� con Haya, no s�lo pol�tica sino amicalmente; al extremo
> que se puede relacionar la an�cdota de sus a�os de bohemia juvenil,
> cuando se cuenta que Vallejo hace un brindis llam�ndolo �Pich�n de
> c�ndor�, seguramente por su perfil parecido al de esa ave de rapi�a; y
> lo m�s probable es que, estando Vallejo en Par�s y adherido ya al
> marxismo, al momento de escribir su c�lebre poema �Tel�rica y
> magn�tica� y, recordando a su �Per� al pie del orbe�, preguntara y
> respondiera entre par�ntesis �(�C�ndores? �Me friegan los c�ndores!)�,
> en clara alusi�n al susodicho.
>
> Es decir, la presencia de Haya en la novela es un flagrante ripio, con
> el agravante de ser introducido tergiversando la historia. Leamos:
> �Los pensamientos pol�tico y filos�fico de Orrego y Haya de la Torre
> se convertir�a (sic) en una propuesta continental para que toda la
> Am�rica al sur del R�o Grande se uniera, escogiera un camino
> socialista y rechazara cualquier injerencia de Estados Unidos en la
> construcci�n de su destino.� (pp. 193-194). Y bien se sabe que esa
> �uni�n continental� es una ilusi�n, y menos que se pueda realizar sin
> la revoluci�n previa de cada pa�s, revoluci�n que en el Per�,
> inicialmente �en el a�o 32�, fue traicionada por Haya, y despu�s
> negada hasta los l�mites del macartismo y el fascismo; era, pues,
> desde sus or�genes, una propuesta demag�gica y reaccionaria; y aquello
> del �camino socialista� fue desterrado del vocabulario aprista desde
> sus inicios (de ah� la ruptura con Mari�tegui y Vallejo), y, por
> �ltimo, �la no injerencia de Estados Unidos� fue descartada tambi�n
> del programa aprista desde la publicaci�n de El antiimperialismo y el
> Apra (1926, seg�n los apristas), en el que no se sostiene la tesis de
> que el Apra sea antiimperialista, sino la explicaci�n de cu�l era su
> posici�n en relaci�n con el movimiento antiimperialista en auge en
> aquellos a�os, y su conclusi�n fue: �aceptar el lado bueno del
> imperialismo y rechazar su lado malo�: obviamente, una propuesta
> demag�gica y reaccionaria m�s.
>
> Adem�s hay otro desacuerdo hist�rico relacionado �sintom�ticamente�
> con la figura de Jos� Carlos Mari�tegui; dice: �� un grupo de
> oficiales del Ej�rcito dio una golpiza al joven pensador Jos� Carlos
> Mari�tegui, inm�vil en su silla de inv�lido.� (p. 308). Y lo cierto es
> que en esa �poca Mari�tegui todav�a no usaba �silla de inv�lido�, esto
> va a ocurrir a su regreso de Europa y despu�s de que le amputaran la
> pierna; en la �poca de la agresi�n (anterior al viaje a Europa),
> todav�a se manten�a en pie aunque evidenciando una ostensible cojera.
> El hecho de la agresi�n es narrado as� por Mar�a Wiesse: �� un grupo
> de militares exasperados, enfurecidos por las ideas expuestas en
> "Malas tendencias: El de�ber del Ej�rcito y el deber del Estado",
> ataca al joven escritor. Lo insultan y lo golpean, sin te�ner en
> cuenta su endeble condici�n f�sica [no, invalidez ni postraci�n]. Por
> dos veces se repite la agresi�n; una, en la calle, otra, en la
> imprenta de El Tiempo, donde se editaba Nuestra �poca. Un fornido
> oficial encabeza el ataque contra el �cojito�. Y despu�s de la
> agre�si�n viene el duelo. Mari�tegui no sabe manejar las armas, pero
> acepta el desaf�o y se dirige una ma�ana al campo donde ha de
> realizarse. [�Se dirige al duelo en �silla de inv�lido�?] Los pa-
> drinos han de intervenir para evitar un asesinato, que as� habr�a
> sido, en caso de efectuarse el due�lo, en condiciones tan desiguales.
> Mari�tegui ha soportado valientemente la cobarde agresi�n; foetazos,
> patadas, pu�etazos. Ha ido al campo del desaf�o sin saber c�mo se toma
> una pistola o un sable. Un clamor de indignaci�n se levanta, en toda
> la ciudad, contra los agresores del escritor; es tan vehemente esa
> indignaci�n, es tan encen�dida la reprobaci�n contra el hecho, que el
> Mi�nistro de Guerra se ve obligado a renunciar su cargo.� (Obras
> completas, tomo 10, cursiva y corchetes nuestros, negrita de la
> autora).
>
> Por �ltimo, no podemos evitar hacer lo que acostumbramos en este tipo
> de comentarios: denunciar las que consideramos deficiencias de la
> edici�n. Y empezamos por la car�tula. No nos parece un buen retrato
> pict�rico, aunque tal vez sea una aplicada o acad�mica pintura
> fotogr�fica. En segundo lugar, nos parece excesiva la cantidad de
> pre�mbulos. Hay una presentaci�n, un pr�logo, un proemio y una
> introducci�n. Para nuestro gusto, ha podido omitirse la presentaci�n y
> el proemio (o derivarlos al final como ep�logo o colof�n). Y para
> consumar nuestra desaz�n est� el sello editorial del Congreso de la
> res p�blica. Realmente, el solo pensar que quienes �habitan� ese
> edificio (iba a decir adefesio) son la ant�poda de C�sar Vallejo (en
> todos los sentidos; incluido, por cierto, el presentador del libro y
> presidente del antro) me pone los pelos de punta. Y el hecho me llev�
> a perge�ar este breve �testamento ol�grafo� (a la manera de Sebasti�n
> Salazar Bondy):
>
> Si algo pudiera pedir
> Ya para despu�s de muerto:
> Es que ni un libro de m�
> Lo patrocine el Congreso.
>
> Y lo m�s lapidario de esta aceptaci�n editorial es que en el mismo
> libro se dice lo siguiente: �El Congreso era la sede del entendimiento
> y la repartija entre los l�deres de un bando y otro. El gobierno pod�a
> llegar all� a f�ciles acuerdos secretos con los l�deres de la
> oposici�n. A los due�os del pa�s y a los empresarios extranjeros les
> bastaba con negociar, (sic) o comprarse a los parlamentarios�. Es
> decir, �supone el autor que las cosas han cambiado hoga�o?; �por qu�
> no sigue el ejemplo (honrando el apellido) de quien �l mismo llama �
> l�neas m�s adelante� �el maestro del anarquismo, Manuel Gonz�lez
> Prada�, y de quien dice que �renunci� al c�rculo pol�tico que �l mismo
> hab�a creado cuando aquel se enred� en las componendas
> parlamentarias.�? (p. 211). Ejemplo �ste que es reiterado en las pp.
> 262-263: en palabras premonitorias de Antenor Orrego, cuando le dice a
> Haya de la Torre: �Terminar�s como Manuel Gonz�lez Prada, que organiz�
> un partido y tuvo que renunciar a �l. Lo hizo porque sus compa�eros lo
> utilizaban como una herramienta para llegar al Congreso.� Y, por
> supuesto, no se equivoc� Orrego en lo que respecta a los compa�eros de
> Haya, pero no en lo referente a �ste, ya que ni renunci� ni cuestion�
> a sus disc�pulos su afici�n por el Congreso sino que, m�s bien, les
> incentiv� el gusto convenci�ndolos de que �el Parlamento es el primer
> poder del Estado�. Y, m�s adelante, insiste Orrego: �Ya te lo digo,
> los pol�ticos se har�n due�os de tu partido. Si no es durante tu vida,
> ser� despu�s y borrar�n uno a uno tus principios. Los ir�n
> mediatizando hasta hacerlos desaparecer. La revoluci�n no existir�
> para ellos, sino el Parlamento y los gozos del poder.� Con esas
> requisitorias esgrimidas por el narrador es por dem�s inconsecuente
> que el autor admita sea editada su novela por esa instituci�n
> despreciable y, lo que es m�s decisivo, despreciada por el
> protagonista de la misma.
>
> Pasando a los errores textuales en s�, una vez m�s nos encontramos con
> las ya casi proverbiales fallas de construcci�n. Y, para colmo, otra
> vez figura en los cr�ditos el nombre del corrector, Jorge Coaguila
> que, al parecer, trabaja para todas las editoriales (pues en una
> cr�tica precedente a �sta lo encontramos figurando tambi�n en esa
> novela criticada de otra editorial), pero con tan poco profesionalismo
> que, en realidad, da verg�enza ajena. Pareciera que su presencia como
> corrector es s�lo nominal, y no hace honor al m�rito. Vamos, a
> continuaci�n (sin ser exhaustivos), a consignar algunos errores
> (poniendo entre par�ntesis lo cuestionado -sic- o lo que debi�
> decir):
>
> �Cuando hablo de nosotros, me refiero al (a) Trilce, una agrupaci�n
> literaria que se form� ese a�o.� (p. 27)
>
> �Pocos artistas he conocido despu�s que (se) parecieran a mis amigos
> en su generosidad y en su desmesura.� (Id.)
>
> �Fue tambi�n quien lo (le) dio un techo�� (p. 30)
>
> �Con la que (sic) cantidad de cielos que recorre�� (p. 51)
>
> �Aqu� dice que entr� a las (sic) ayer a las seis de la tarde.� (p. 93)
>
> �Esos que proclaman que la educaci�n deber (debe) de ser
> gratuita.� (164)
>
> �Saluden a la se�orita. Pres�ntese (pres�ntense) como caballeros.� (p.
> 293)
>
> �Vallejo so�� muchas veces en (con) el b�falo parado�� (301)
>
> �Vallejo y su amigo (�) eran excelente (s) bailarines.� (343)
>
> Aunque no todos los errores pasan al d�bito del corrector. Algunos hay
> que sumarlos al del autor. Por ejemplo, en el primer cap�tulo nos dice
> que Vallejo es amenazado con una comba. En la p. 36 se lee: ��Sabes lo
> que es esto? Es una comba��; pero, despu�s, la comba se convierte en
> martillo: �-�Lev�ntate, muerto! �insist�a el tipo del martillo�� (p.
> 38), y ah� mismo dice: �Se escucharon martillazos y m�s gritos�, para �
> otra vez volver a hablarse de comba: �El mat�n de la comba��, p. 39.
>
> Y paro de contar o, mejor, de criticar.
>
> Se puede ver tambi�n en:
>
> Mester de obrer�a: http://t.co/Qp4uD8K