Julio Carmona: Vallejo en los infiernos, ¿Una biografía novelada o una novela biográfica?

3 views
Skip to first unread message

carmona.j...@gmail.com

unread,
Oct 3, 2010, 9:06:15 PM10/3/10
to A NIVEL DE LA ARCILLA
Julio Carmona: Vallejo en los infiernos, ¿Una biografía novelada o una
novela biográfica?

Con esta novela, Eduardo González Viaña ha cumplido con el encargo que
le hiciera Antenor Orrego (hace ya muchos años). Escribir sobre el
momento más grave en la vida de César Vallejo. Esto lo refiere el
mismo autor en la Introducción a Vallejo en los infiernos. Y no nos
queda aquí sino repetir la pregunta del título, esta novela es: ¿una
biografía novelada o una novela biográfica?

Y se puede responder que se trata, en realidad, de lo segundo: una
novela biográfica. Porque en ella hay más elementos de ficción (como
que al lector se le diga lo que piensan o sienten los personajes en
momentos claves de lo que, supuestamente, ocurrió en “la vida real”).
Y en este caso debemos convenir en que la novela se sirve de la
biografía para desarrollar sus propios fines; es decir, que la ficción
toma vuelo desde el trampolín de la realidad, y no se sumerge y diluye
en la veracidad de los hechos. Pero al adoptar esta opción no se debe
olvidar que los hechos evidentes, históricos (por todos conocidos), no
pueden ni deben ser alterados. Vallejo en los infiernos tiene, pues,
algo de los dos géneros (novela y biografía), aunque con mayor peso de
lo novelesco (y, en algunos casos, incurriendo en el olvido antes
advertido).

En esta novela, la incidencia de lo biográfico se centra en un
acontecimiento de la vida del protagonista: la acusación por la que
nuestro vate tuvo que pasar varios meses en prisión. Y tiene el mérito
de ilustrar sus pormenores y de esclarecer algunos puntos clave que se
requerían para zanjar la verdad de los hechos. Aunque, tal vez, el
aspecto más relevante y mejor logrado sea la ambientación carcelaria.
Claro que sólo quien haya estado en ese trance puede calibrar la
dimensión de lo sufrido por el protagonista, y podrá sopesar las
razones de Vallejo para que llegara a esta terrible confesión: “El
momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú”.
En gran medida, pues, el autor de la novela logra recrear ese ambiente
espeluznante, infernal. El título mismo –de aparente truculencia–, al
terminar la lectura, da la sensación de que constituye un acierto.
Porque no es sólo el círculo dantesco de la prisión en sí, son muchos
los círculos en vorágine que configuran a ese infierno: la kafkiana
angustia judicial, la incertidumbre aplastante de un presente
inamovible, la deshumanización contextual, etc.

En ese sentido –de revelar pormenores de la vida del poeta– está
también la confirmación de que la “andina y dulce Rita, de junco y
capulí” se apellidaba Uceda, y puede resultar siendo la madre del
conductor de las guerrillas del 65, Luis de la Puente Uceda, y esto es
algo que, con tino, el autor deja sin explicitar, como respetando ese
derecho del lector a ir atando cabos y soltando rienda a su intuición.

En el mismo orden de ideas queda la explicación del viaje a París. Por
un acto encomiable de solidario desprendimiento por parte de Antenor
Orrego, quien le cedió un pasaje que debió compartir con Julio Gálvez
Orrego, y se hace justicia también a este último personaje que poco
aparece en las biografías del poeta, y que, identificado con la causa
republicana en España, finalmente –se nos dice– murió fusilado por la
falange fascista.

Asimismo, hay otros datos de la vida familiar en Santiago de Chuco
que, si bien no culminan el cuadro biográfico total, constituyen
rápidos esbozos que matizan el tema central ya aludido, a manera de
escorzos difuminados que ya de por sí aportan el ingrediente de
misterio que es más propio de la novela.

Y entrando al ámbito novelesco, propiamente, consideramos que ese
ingrediente de misterio referido se vuelve por momentos excesivo,
porque se apoya de manera exacerbada en la dimensión de los sueños.
Todos los personajes sueñan. Y los sueños son premonitorios y
anunciadores de hechos que van a ser confirmados por el futuro. Por
ejemplo, se dice que Vallejo “Le preguntó si sabía algo acerca del
Músico, y Mataporgusto se quedó asombrado. –¡Qué raro! (le contesta)
Había soñado que usted me preguntaría por él”. (p. 240). En otro
momento (de los muy profusos que hay) un chamán en la prisión le había
augurado su futuro y –dice el narrador– “las ilusiones sugeridas por
el vuelo con el sampedro lo desconcertaban. ¿Un barco lo sacaría de la
prisión? ¿Qué tenía que ver Antenor con ese barco? ¿Y el destino era
París? ¿Por qué París? ‘Usted mismo lo sabrá algún día –le dijo el
chamán y agregó–: hay que tomar los sueños más en serio’.” (p. 251).
Sí, seguramente, hay que hacerlo; pero no al extremo de que la novela
raye en lo inverosímil. No ocurre esto –valga el descargo– en el caso
del hermano Miguel Vallejo que hace anuncios a futuro, el de su propia
y temprana muerte, por ejemplo, o el viaje de Vallejo. Pero es un
misterio verosímil. Pues se sabe de casos reales que confirman ese
tipo de premoniciones. Aunque el mismo Vallejo estaba en contra de
ellas; dice: “El poeta profetiza creando nebulosas sentimentales,
vagos protoplasmas, inquietudes constructivas de justicia y bienestar
social. Lo demás, la anticipación expresa y rotunda de hechos
concretos, no pasa de un candoroso expediente de brujería barata y es
cosa muy fácil. Basta ser un inconsciente con manía de alucinado. Así
hacen las sibilas vulgares. No importa que se realice o no lo que
anuncian.” (El arte y la revolución). Lo censurable es el abuso,
atosigante, de dicho recurso.

Al margen de ese elemento excesivamente romántico del sueño y de lo
esotérico, podemos convenir en que la estructura de esta novela tiene
mucho de construcción arquitectónica, y de arquitectura moderna pues
le da énfasis a lo funcional. Y así vemos que todas sus partes, desde
diversos ángulos en ese bifronte espacio de novela y biografía, se
encuentran interrelacionadas como vasos comunicantes, pasadizos
interconectados, ambientes matizados por el claroscuro de lo incierto
y lo apodíctico.

Obviamente, no vamos a referirnos a los elementos conclusivos de la
historia, pues de hacerlo estaríamos atentando contra el interés
tanto del autor como del lector: que la obra se difunda (interés del
autor) y no que se la cuenten (interés del lector). Pero, para
concluir esta apreciación sobre la confluencia de lo narrativo con lo
biográfico, debemos señalar que hay una cierta imprecisión respecto
del elemento “personajes”, el mismo que, como se sabe, complementa a
los del espacio y de la historia, para coronar el logro que optimice a
la novela, que es, en última instancia, lo que importa.

La novela empieza con el ingreso del protagonista a la cárcel y, más
precisamente, a la celda infernal. Allí se desarrolla una escena
dantesca. Un sujeto descomunal, mimetizado con la oscuridad ambiental,
amenaza al poeta con matarlo. Esta decisión, extraña, más propia de un
manicomio, se hace verosímil por la sugerencia de que sus acusadores –
gente con poder económico e influencia política– han maquinado dicha
acción. Hasta allí no hay problema. El problema surge a partir del
desenlace, pues antes de que pudiera consumar el crimen, el agresor es
trabado en su avance por otro preso, y, finalmente, ambos se
aniquilan, mutuamente. Y, entonces, quedan flotando dos preguntas:
¿quién es el hombre que defendió a Vallejo? y ¿qué es lo que lo
impulsó a hacerlo, al extremo de matar y dejarse matar? Y es una
pregunta que se espera ver resuelta en los capítulos sucesivos, porque
esa acción compleja no puede atribuirse al azar ni tampoco quedar
flotando en el vacío.

Pero lo más desconcertante es que en el capítulo 3 el personaje, ya
mencionado aquí, Mataporgusto le habla del “loco” que ha intentado
matarlo, y Vallejo sigue atentamente la relación de datos sobre él,
pero no pregunta para nada por el otro preso que lo salvó y murió en
el intento. Incluso en el capítulo 6 hay otra alusión a los dos
cadáveres, cuando uno de los presos entra a la oficina del alcaide
(contigua al ambiente en que están los muertos), donde Vallejo se
encuentra preventivamente, y le anuncia que va a cortar las cabezas de
los occisos, pues tiene un trato con el alcaide en ese sentido, y
Vallejo se mantiene indiferente ante el problema aquí planteado, no
manifiesta ninguna inquietud por su salvador. Es más, se dice que el
sujeto “entró en el cuarto contiguo provisto de un pequeño serrucho y
se quedó allí más de media hora”, y haciendo alarde de un humor
macabro (que trasunta cierto mal gusto) se dice que “Solo se escuchaba
un sonido rítmico y la voz del hombrecito: Aserrín, aserrán,/ los
maderos de San Juan. (sic)/ Piden queso, piden pan./ Aserrín,
aserrán…” (p. 122).
Y, al llegar al capítulo 14, cuando a Vallejo ya lo han pasado a una
celda menos tétrica, se tiene la sensación de que ahí está la
respuesta. El nuevo compañero de celda le hace referencia a un hombre
que ha tenido influencia en su vida, y entonces dice Vallejo: “Conozco
al hombre de quien habla. Es Pedro Losada. Pedro Losada me salvó la
vida –aseguró.” (p. 274). Pero aun cuando la pesquisa lectora crea
haber encontrado el cabo suelto, pues daría respuesta a la primera
pregunta (¿quién es el hombre que defendió a Vallejo?), sin embargo
quedaría pendiente todavía la segunda (¿qué es lo que lo impulsó a
hacerlo, al extremo de matar y dejarse matar?).

En el capítulo 21 se vuelve a mencionar a Pedro Losada, explicándose
lo aseverado por Vallejo: “Pedro Losada me salvó la vida”; pero ¿dónde
es que ocurrió esto? En Santiago de Chuco. El día que acaecieron los
sucesos en los que se le involucra, mas no en la prisión de Trujillo.
Pedro losada nunca llegó a ésta, al menos no lo hizo en el momento en
que está Vallejo. Y, aun cuando finalmente fue capturado en Santiago
de Chuco para ser conducido a Trujillo, es asesinado en el trayecto.
Entonces, vuelven a quedar sin respuesta las inquisiciones
preliminares: ¿quién es el hombre que lo defendió en la celda? y ¿qué
es lo que lo impulsó a hacerlo, al extremo de matar y dejarse matar? Y
hasta el momento de terminar la lectura de la novela, sigue siendo un
misterio sin resolver.
Otro desfase del elemento “personajes”, es el relacionado con Haya de
la Torre, que no tuvo nada que ver con el suceso de la prisión de
Vallejo, y es irrelevante que hubiera sido él quien lo presentara a
Antenor Orrego; máxime si es incluido falseando los hechos porque en
uno de sus pocos encuentros se llega al extremo de decir que “Iban a
ser amigos para toda la vida” (p. 193), cuando bien se sabe que
Vallejo rompió con Haya, no sólo política sino amicalmente; al extremo
que se puede relacionar la anécdota de sus años de bohemia juvenil,
cuando se cuenta que Vallejo hace un brindis llamándolo “Pichón de
cóndor”, seguramente por su perfil parecido al de esa ave de rapiña; y
lo más probable es que, estando Vallejo en París y adherido ya al
marxismo, al momento de escribir su célebre poema “Telúrica y
magnética” y, recordando a su “Perú al pie del orbe”, preguntara y
respondiera entre paréntesis “(¿Cóndores? ¡Me friegan los cóndores!)”,
en clara alusión al susodicho.

Es decir, la presencia de Haya en la novela es un flagrante ripio, con
el agravante de ser introducido tergiversando la historia. Leamos:
“Los pensamientos político y filosófico de Orrego y Haya de la Torre
se convertiría (sic) en una propuesta continental para que toda la
América al sur del Río Grande se uniera, escogiera un camino
socialista y rechazara cualquier injerencia de Estados Unidos en la
construcción de su destino.” (pp. 193-194). Y bien se sabe que esa
“unión continental” es una ilusión, y menos que se pueda realizar sin
la revolución previa de cada país, revolución que en el Perú,
inicialmente –en el año 32–, fue traicionada por Haya, y después
negada hasta los límites del macartismo y el fascismo; era, pues,
desde sus orígenes, una propuesta demagógica y reaccionaria; y aquello
del “camino socialista” fue desterrado del vocabulario aprista desde
sus inicios (de ahí la ruptura con Mariátegui y Vallejo), y, por
último, ‘la no injerencia de Estados Unidos’ fue descartada también
del programa aprista desde la publicación de El antiimperialismo y el
Apra (1926, según los apristas), en el que no se sostiene la tesis de
que el Apra sea antiimperialista, sino la explicación de cuál era su
posición en relación con el movimiento antiimperialista en auge en
aquellos años, y su conclusión fue: ‘aceptar el lado bueno del
imperialismo y rechazar su lado malo’: obviamente, una propuesta
demagógica y reaccionaria más.

Además hay otro desacuerdo histórico relacionado –sintomáticamente–
con la figura de José Carlos Mariátegui; dice: “… un grupo de
oficiales del Ejército dio una golpiza al joven pensador José Carlos
Mariátegui, inmóvil en su silla de inválido.” (p. 308). Y lo cierto es
que en esa época Mariátegui todavía no usaba “silla de inválido”, esto
va a ocurrir a su regreso de Europa y después de que le amputaran la
pierna; en la época de la agresión (anterior al viaje a Europa),
todavía se mantenía en pie aunque evidenciando una ostensible cojera.
El hecho de la agresión es narrado así por María Wiesse: “… un grupo
de militares exasperados, enfurecidos por las ideas expuestas en
"Malas tendencias: El de¬ber del Ejército y el deber del Estado",
ataca al joven escritor. Lo insultan y lo golpean, sin te¬ner en
cuenta su endeble condición física [no, invalidez ni postración]. Por
dos veces se repite la agresión; una, en la calle, otra, en la
imprenta de El Tiempo, donde se editaba Nuestra Época. Un fornido
oficial encabeza el ataque contra el ‘cojito’. Y después de la
agre¬sión viene el duelo. Mariátegui no sabe manejar las armas, pero
acepta el desafío y se dirige una mañana al campo donde ha de
realizarse. [¿Se dirige al duelo en “silla de inválido”?] Los pa-
drinos han de intervenir para evitar un asesinato, que así habría
sido, en caso de efectuarse el due¬lo, en condiciones tan desiguales.
Mariátegui ha soportado valientemente la cobarde agresión; foetazos,
patadas, puñetazos. Ha ido al campo del desafío sin saber cómo se toma
una pistola o un sable. Un clamor de indignación se levanta, en toda
la ciudad, contra los agresores del escritor; es tan vehemente esa
indignación, es tan encen¬dida la reprobación contra el hecho, que el
Mi¬nistro de Guerra se ve obligado a renunciar su cargo.” (Obras
completas, tomo 10, cursiva y corchetes nuestros, negrita de la
autora).

Por último, no podemos evitar hacer lo que acostumbramos en este tipo
de comentarios: denunciar las que consideramos deficiencias de la
edición. Y empezamos por la carátula. No nos parece un buen retrato
pictórico, aunque tal vez sea una aplicada o académica pintura
fotográfica. En segundo lugar, nos parece excesiva la cantidad de
preámbulos. Hay una presentación, un prólogo, un proemio y una
introducción. Para nuestro gusto, ha podido omitirse la presentación y
el proemio (o derivarlos al final como epílogo o colofón). Y para
consumar nuestra desazón está el sello editorial del Congreso de la
res pública. Realmente, el solo pensar que quienes “habitan” ese
edificio (iba a decir adefesio) son la antípoda de César Vallejo (en
todos los sentidos; incluido, por cierto, el presentador del libro y
presidente del antro) me pone los pelos de punta. Y el hecho me llevó
a pergeñar este breve “testamento ológrafo” (a la manera de Sebastián
Salazar Bondy):

Si algo pudiera pedir
Ya para después de muerto:
Es que ni un libro de mí
Lo patrocine el Congreso.

Y lo más lapidario de esta aceptación editorial es que en el mismo
libro se dice lo siguiente: “El Congreso era la sede del entendimiento
y la repartija entre los líderes de un bando y otro. El gobierno podía
llegar allí a fáciles acuerdos secretos con los líderes de la
oposición. A los dueños del país y a los empresarios extranjeros les
bastaba con negociar, (sic) o comprarse a los parlamentarios”. Es
decir, ¿supone el autor que las cosas han cambiado hogaño?; ¿por qué
no sigue el ejemplo (honrando el apellido) de quien él mismo llama –
líneas más adelante– “el maestro del anarquismo, Manuel González
Prada”, y de quien dice que “renunció al círculo político que él mismo
había creado cuando aquel se enredó en las componendas
parlamentarias.”? (p. 211). Ejemplo éste que es reiterado en las pp.
262-263: en palabras premonitorias de Antenor Orrego, cuando le dice a
Haya de la Torre: “Terminarás como Manuel González Prada, que organizó
un partido y tuvo que renunciar a él. Lo hizo porque sus compañeros lo
utilizaban como una herramienta para llegar al Congreso.” Y, por
supuesto, no se equivocó Orrego en lo que respecta a los compañeros de
Haya, pero no en lo referente a éste, ya que ni renunció ni cuestionó
a sus discípulos su afición por el Congreso sino que, más bien, les
incentivó el gusto convenciéndolos de que ‘el Parlamento es el primer
poder del Estado’. Y, más adelante, insiste Orrego: “Ya te lo digo,
los políticos se harán dueños de tu partido. Si no es durante tu vida,
será después y borrarán uno a uno tus principios. Los irán
mediatizando hasta hacerlos desaparecer. La revolución no existirá
para ellos, sino el Parlamento y los gozos del poder.” Con esas
requisitorias esgrimidas por el narrador es por demás inconsecuente
que el autor admita sea editada su novela por esa institución
despreciable y, lo que es más decisivo, despreciada por el
protagonista de la misma.

Pasando a los errores textuales en sí, una vez más nos encontramos con
las ya casi proverbiales fallas de construcción. Y, para colmo, otra
vez figura en los créditos el nombre del corrector, Jorge Coaguila
que, al parecer, trabaja para todas las editoriales (pues en una
crítica precedente a ésta lo encontramos figurando también en esa
novela criticada de otra editorial), pero con tan poco profesionalismo
que, en realidad, da vergüenza ajena. Pareciera que su presencia como
corrector es sólo nominal, y no hace honor al mérito. Vamos, a
continuación (sin ser exhaustivos), a consignar algunos errores
(poniendo entre paréntesis lo cuestionado -sic- o lo que debió
decir):

“Cuando hablo de nosotros, me refiero al (a) Trilce, una agrupación
literaria que se formó ese año.” (p. 27)

“Pocos artistas he conocido después que (se) parecieran a mis amigos
en su generosidad y en su desmesura.” (Id.)

“Fue también quien lo (le) dio un techo…” (p. 30)

“Con la que (sic) cantidad de cielos que recorre…” (p. 51)

“Aquí dice que entró a las (sic) ayer a las seis de la tarde.” (p. 93)

“Esos que proclaman que la educación deber (debe) de ser
gratuita.” (164)

“Saluden a la señorita. Preséntese (preséntense) como caballeros.” (p.
293)

“Vallejo soñó muchas veces en (con) el búfalo parado…” (301)

“Vallejo y su amigo (…) eran excelente (s) bailarines.” (343)

Aunque no todos los errores pasan al débito del corrector. Algunos hay
que sumarlos al del autor. Por ejemplo, en el primer capítulo nos dice
que Vallejo es amenazado con una comba. En la p. 36 se lee: “¿Sabes lo
que es esto? Es una comba…”; pero, después, la comba se convierte en
martillo: “-¡Levántate, muerto! –insistía el tipo del martillo…” (p.
38), y ahí mismo dice: “Se escucharon martillazos y más gritos”, para –
otra vez volver a hablarse de comba: “El matón de la comba…”, p. 39.

Y paro de contar o, mejor, de criticar.

Se puede ver también en:

Mester de obrería: http://t.co/Qp4uD8K

y

Bosque de palabras: http://t.co/Rykh6bk

Carlos Angulo Rivas

unread,
Oct 4, 2010, 11:07:17 AM10/4/10
to a-nivel-de...@googlegroups.com
Apreciado Julio

No puedo opinar sobre un libro no leido por m�, sin embargo, de acuerdo
a tus comentarios observo que Eduardo camina por la tangente filo
aprista. En Paris Haya fue despedido por Cesar Vallejo de manera
iracunda. Esta an�cdota me la relat� Ernesto More, cercano amigo del
poeta. Simplemente le mand� decir que no lo recibir�a nunca m�s.
Resaltar la propuesta "continental" de Haya de la Torre es un
desprop�sito sin nombre, m�s �un utilizando a nuestro gran poeta. Como
ha quedado demostrado por la historia, todos los escritos del fundador
del Apra son un conjunto de galimat�as intragables por la ciencia social.

saludos, Carlos

carmona.j...@gmail.com wrote:
> Julio Carmona: Vallejo en los infiernos, �Una biograf�a novelada o una
> novela biogr�fica?
>
> Con esta novela, Eduardo Gonz�lez Via�a ha cumplido con el encargo que
> le hiciera Antenor Orrego (hace ya muchos a�os). Escribir sobre el
> momento m�s grave en la vida de C�sar Vallejo. Esto lo refiere el
> mismo autor en la Introducci�n a Vallejo en los infiernos. Y no nos
> queda aqu� sino repetir la pregunta del t�tulo, esta novela es: �una
> biograf�a novelada o una novela biogr�fica?


>
> Y se puede responder que se trata, en realidad, de lo segundo: una

> novela biogr�fica. Porque en ella hay m�s elementos de ficci�n (como


> que al lector se le diga lo que piensan o sienten los personajes en

> momentos claves de lo que, supuestamente, ocurri� en �la vida real�).


> Y en este caso debemos convenir en que la novela se sirve de la

> biograf�a para desarrollar sus propios fines; es decir, que la ficci�n
> toma vuelo desde el trampol�n de la realidad, y no se sumerge y diluye
> en la veracidad de los hechos. Pero al adoptar esta opci�n no se debe
> olvidar que los hechos evidentes, hist�ricos (por todos conocidos), no


> pueden ni deben ser alterados. Vallejo en los infiernos tiene, pues,

> algo de los dos g�neros (novela y biograf�a), aunque con mayor peso de


> lo novelesco (y, en algunos casos, incurriendo en el olvido antes
> advertido).
>

> En esta novela, la incidencia de lo biogr�fico se centra en un
> acontecimiento de la vida del protagonista: la acusaci�n por la que
> nuestro vate tuvo que pasar varios meses en prisi�n. Y tiene el m�rito


> de ilustrar sus pormenores y de esclarecer algunos puntos clave que se

> requer�an para zanjar la verdad de los hechos. Aunque, tal vez, el
> aspecto m�s relevante y mejor logrado sea la ambientaci�n carcelaria.
> Claro que s�lo quien haya estado en ese trance puede calibrar la
> dimensi�n de lo sufrido por el protagonista, y podr� sopesar las
> razones de Vallejo para que llegara a esta terrible confesi�n: �El
> momento m�s grave de mi vida fue mi prisi�n en una c�rcel del Per�.


> En gran medida, pues, el autor de la novela logra recrear ese ambiente

> espeluznante, infernal. El t�tulo mismo �de aparente truculencia�, al
> terminar la lectura, da la sensaci�n de que constituye un acierto.
> Porque no es s�lo el c�rculo dantesco de la prisi�n en s�, son muchos
> los c�rculos en vor�gine que configuran a ese infierno: la kafkiana


> angustia judicial, la incertidumbre aplastante de un presente

> inamovible, la deshumanizaci�n contextual, etc.
>
> En ese sentido �de revelar pormenores de la vida del poeta� est�
> tambi�n la confirmaci�n de que la �andina y dulce Rita, de junco y
> capul� se apellidaba Uceda, y puede resultar siendo la madre del


> conductor de las guerrillas del 65, Luis de la Puente Uceda, y esto es
> algo que, con tino, el autor deja sin explicitar, como respetando ese

> derecho del lector a ir atando cabos y soltando rienda a su intuici�n.
>
> En el mismo orden de ideas queda la explicaci�n del viaje a Par�s. Por


> un acto encomiable de solidario desprendimiento por parte de Antenor

> Orrego, quien le cedi� un pasaje que debi� compartir con Julio G�lvez
> Orrego, y se hace justicia tambi�n a este �ltimo personaje que poco
> aparece en las biograf�as del poeta, y que, identificado con la causa
> republicana en Espa�a, finalmente �se nos dice� muri� fusilado por la


> falange fascista.
>
> Asimismo, hay otros datos de la vida familiar en Santiago de Chuco

> que, si bien no culminan el cuadro biogr�fico total, constituyen
> r�pidos esbozos que matizan el tema central ya aludido, a manera de
> escorzos difuminados que ya de por s� aportan el ingrediente de
> misterio que es m�s propio de la novela.
>
> Y entrando al �mbito novelesco, propiamente, consideramos que ese


> ingrediente de misterio referido se vuelve por momentos excesivo,

> porque se apoya de manera exacerbada en la dimensi�n de los sue�os.
> Todos los personajes sue�an. Y los sue�os son premonitorios y


> anunciadores de hechos que van a ser confirmados por el futuro. Por

> ejemplo, se dice que Vallejo �Le pregunt� si sab�a algo acerca del
> M�sico, y Mataporgusto se qued� asombrado. ��Qu� raro! (le contesta)
> Hab�a so�ado que usted me preguntar�a por �l�. (p. 240). En otro
> momento (de los muy profusos que hay) un cham�n en la prisi�n le hab�a
> augurado su futuro y �dice el narrador� �las ilusiones sugeridas por
> el vuelo con el sampedro lo desconcertaban. �Un barco lo sacar�a de la
> prisi�n? �Qu� ten�a que ver Antenor con ese barco? �Y el destino era
> Par�s? �Por qu� Par�s? �Usted mismo lo sabr� alg�n d�a �le dijo el
> cham�n y agreg�: hay que tomar los sue�os m�s en serio�.� (p. 251).
> S�, seguramente, hay que hacerlo; pero no al extremo de que la novela
> raye en lo inveros�mil. No ocurre esto �valga el descargo� en el caso


> del hermano Miguel Vallejo que hace anuncios a futuro, el de su propia
> y temprana muerte, por ejemplo, o el viaje de Vallejo. Pero es un

> misterio veros�mil. Pues se sabe de casos reales que confirman ese


> tipo de premoniciones. Aunque el mismo Vallejo estaba en contra de

> ellas; dice: �El poeta profetiza creando nebulosas sentimentales,


> vagos protoplasmas, inquietudes constructivas de justicia y bienestar

> social. Lo dem�s, la anticipaci�n expresa y rotunda de hechos
> concretos, no pasa de un candoroso expediente de brujer�a barata y es
> cosa muy f�cil. Basta ser un inconsciente con man�a de alucinado. As�


> hacen las sibilas vulgares. No importa que se realice o no lo que

> anuncian.� (El arte y la revoluci�n). Lo censurable es el abuso,
> atosigante, de dicho recurso.
>
> Al margen de ese elemento excesivamente rom�ntico del sue�o y de lo
> esot�rico, podemos convenir en que la estructura de esta novela tiene
> mucho de construcci�n arquitect�nica, y de arquitectura moderna pues
> le da �nfasis a lo funcional. Y as� vemos que todas sus partes, desde
> diversos �ngulos en ese bifronte espacio de novela y biograf�a, se


> encuentran interrelacionadas como vasos comunicantes, pasadizos
> interconectados, ambientes matizados por el claroscuro de lo incierto

> y lo apod�ctico.


>
> Obviamente, no vamos a referirnos a los elementos conclusivos de la

> historia, pues de hacerlo estar�amos atentando contra el inter�s
> tanto del autor como del lector: que la obra se difunda (inter�s del
> autor) y no que se la cuenten (inter�s del lector). Pero, para
> concluir esta apreciaci�n sobre la confluencia de lo narrativo con lo
> biogr�fico, debemos se�alar que hay una cierta imprecisi�n respecto
> del elemento �personajes�, el mismo que, como se sabe, complementa a


> los del espacio y de la historia, para coronar el logro que optimice a

> la novela, que es, en �ltima instancia, lo que importa.
>
> La novela empieza con el ingreso del protagonista a la c�rcel y, m�s
> precisamente, a la celda infernal. All� se desarrolla una escena


> dantesca. Un sujeto descomunal, mimetizado con la oscuridad ambiental,

> amenaza al poeta con matarlo. Esta decisi�n, extra�a, m�s propia de un
> manicomio, se hace veros�mil por la sugerencia de que sus acusadores �
> gente con poder econ�mico e influencia pol�tica� han maquinado dicha
> acci�n. Hasta all� no hay problema. El problema surge a partir del


> desenlace, pues antes de que pudiera consumar el crimen, el agresor es
> trabado en su avance por otro preso, y, finalmente, ambos se
> aniquilan, mutuamente. Y, entonces, quedan flotando dos preguntas:

> �qui�n es el hombre que defendi� a Vallejo? y �qu� es lo que lo
> impuls� a hacerlo, al extremo de matar y dejarse matar? Y es una
> pregunta que se espera ver resuelta en los cap�tulos sucesivos, porque
> esa acci�n compleja no puede atribuirse al azar ni tampoco quedar
> flotando en el vac�o.
>
> Pero lo m�s desconcertante es que en el cap�tulo 3 el personaje, ya
> mencionado aqu�, Mataporgusto le habla del �loco� que ha intentado
> matarlo, y Vallejo sigue atentamente la relaci�n de datos sobre �l,
> pero no pregunta para nada por el otro preso que lo salv� y muri� en
> el intento. Incluso en el cap�tulo 6 hay otra alusi�n a los dos
> cad�veres, cuando uno de los presos entra a la oficina del alcaide
> (contigua al ambiente en que est�n los muertos), donde Vallejo se


> encuentra preventivamente, y le anuncia que va a cortar las cabezas de
> los occisos, pues tiene un trato con el alcaide en ese sentido, y

> Vallejo se mantiene indiferente ante el problema aqu� planteado, no
> manifiesta ninguna inquietud por su salvador. Es m�s, se dice que el
> sujeto �entr� en el cuarto contiguo provisto de un peque�o serrucho y
> se qued� all� m�s de media hora�, y haciendo alarde de un humor
> macabro (que trasunta cierto mal gusto) se dice que �Solo se escuchaba
> un sonido r�tmico y la voz del hombrecito: Aserr�n, aserr�n,/ los
> maderos de San Juan. (sic)/ Piden queso, piden pan./ Aserr�n,
> aserr�n�� (p. 122).
> Y, al llegar al cap�tulo 14, cuando a Vallejo ya lo han pasado a una
> celda menos t�trica, se tiene la sensaci�n de que ah� est� la
> respuesta. El nuevo compa�ero de celda le hace referencia a un hombre
> que ha tenido influencia en su vida, y entonces dice Vallejo: �Conozco
> al hombre de quien habla. Es Pedro Losada. Pedro Losada me salv� la
> vida �asegur�.� (p. 274). Pero aun cuando la pesquisa lectora crea
> haber encontrado el cabo suelto, pues dar�a respuesta a la primera
> pregunta (�qui�n es el hombre que defendi� a Vallejo?), sin embargo
> quedar�a pendiente todav�a la segunda (�qu� es lo que lo impuls� a


> hacerlo, al extremo de matar y dejarse matar?).
>

> En el cap�tulo 21 se vuelve a mencionar a Pedro Losada, explic�ndose
> lo aseverado por Vallejo: �Pedro Losada me salv� la vida�; pero �d�nde
> es que ocurri� esto? En Santiago de Chuco. El d�a que acaecieron los
> sucesos en los que se le involucra, mas no en la prisi�n de Trujillo.
> Pedro losada nunca lleg� a �sta, al menos no lo hizo en el momento en
> que est� Vallejo. Y, aun cuando finalmente fue capturado en Santiago


> de Chuco para ser conducido a Trujillo, es asesinado en el trayecto.
> Entonces, vuelven a quedar sin respuesta las inquisiciones

> preliminares: �qui�n es el hombre que lo defendi� en la celda? y �qu�
> es lo que lo impuls� a hacerlo, al extremo de matar y dejarse matar? Y


> hasta el momento de terminar la lectura de la novela, sigue siendo un
> misterio sin resolver.

> Otro desfase del elemento �personajes�, es el relacionado con Haya de
> la Torre, que no tuvo nada que ver con el suceso de la prisi�n de
> Vallejo, y es irrelevante que hubiera sido �l quien lo presentara a
> Antenor Orrego; m�xime si es incluido falseando los hechos porque en
> uno de sus pocos encuentros se llega al extremo de decir que �Iban a
> ser amigos para toda la vida� (p. 193), cuando bien se sabe que
> Vallejo rompi� con Haya, no s�lo pol�tica sino amicalmente; al extremo
> que se puede relacionar la an�cdota de sus a�os de bohemia juvenil,
> cuando se cuenta que Vallejo hace un brindis llam�ndolo �Pich�n de
> c�ndor�, seguramente por su perfil parecido al de esa ave de rapi�a; y
> lo m�s probable es que, estando Vallejo en Par�s y adherido ya al
> marxismo, al momento de escribir su c�lebre poema �Tel�rica y
> magn�tica� y, recordando a su �Per� al pie del orbe�, preguntara y
> respondiera entre par�ntesis �(�C�ndores? �Me friegan los c�ndores!)�,
> en clara alusi�n al susodicho.


>
> Es decir, la presencia de Haya en la novela es un flagrante ripio, con
> el agravante de ser introducido tergiversando la historia. Leamos:

> �Los pensamientos pol�tico y filos�fico de Orrego y Haya de la Torre
> se convertir�a (sic) en una propuesta continental para que toda la
> Am�rica al sur del R�o Grande se uniera, escogiera un camino


> socialista y rechazara cualquier injerencia de Estados Unidos en la

> construcci�n de su destino.� (pp. 193-194). Y bien se sabe que esa
> �uni�n continental� es una ilusi�n, y menos que se pueda realizar sin
> la revoluci�n previa de cada pa�s, revoluci�n que en el Per�,
> inicialmente �en el a�o 32�, fue traicionada por Haya, y despu�s
> negada hasta los l�mites del macartismo y el fascismo; era, pues,
> desde sus or�genes, una propuesta demag�gica y reaccionaria; y aquello
> del �camino socialista� fue desterrado del vocabulario aprista desde
> sus inicios (de ah� la ruptura con Mari�tegui y Vallejo), y, por
> �ltimo, �la no injerencia de Estados Unidos� fue descartada tambi�n
> del programa aprista desde la publicaci�n de El antiimperialismo y el
> Apra (1926, seg�n los apristas), en el que no se sostiene la tesis de
> que el Apra sea antiimperialista, sino la explicaci�n de cu�l era su
> posici�n en relaci�n con el movimiento antiimperialista en auge en
> aquellos a�os, y su conclusi�n fue: �aceptar el lado bueno del
> imperialismo y rechazar su lado malo�: obviamente, una propuesta
> demag�gica y reaccionaria m�s.
>
> Adem�s hay otro desacuerdo hist�rico relacionado �sintom�ticamente�
> con la figura de Jos� Carlos Mari�tegui; dice: �� un grupo de
> oficiales del Ej�rcito dio una golpiza al joven pensador Jos� Carlos
> Mari�tegui, inm�vil en su silla de inv�lido.� (p. 308). Y lo cierto es
> que en esa �poca Mari�tegui todav�a no usaba �silla de inv�lido�, esto
> va a ocurrir a su regreso de Europa y despu�s de que le amputaran la
> pierna; en la �poca de la agresi�n (anterior al viaje a Europa),
> todav�a se manten�a en pie aunque evidenciando una ostensible cojera.
> El hecho de la agresi�n es narrado as� por Mar�a Wiesse: �� un grupo


> de militares exasperados, enfurecidos por las ideas expuestas en

> "Malas tendencias: El de�ber del Ej�rcito y el deber del Estado",
> ataca al joven escritor. Lo insultan y lo golpean, sin te�ner en
> cuenta su endeble condici�n f�sica [no, invalidez ni postraci�n]. Por
> dos veces se repite la agresi�n; una, en la calle, otra, en la
> imprenta de El Tiempo, donde se editaba Nuestra �poca. Un fornido
> oficial encabeza el ataque contra el �cojito�. Y despu�s de la
> agre�si�n viene el duelo. Mari�tegui no sabe manejar las armas, pero
> acepta el desaf�o y se dirige una ma�ana al campo donde ha de
> realizarse. [�Se dirige al duelo en �silla de inv�lido�?] Los pa-
> drinos han de intervenir para evitar un asesinato, que as� habr�a
> sido, en caso de efectuarse el due�lo, en condiciones tan desiguales.
> Mari�tegui ha soportado valientemente la cobarde agresi�n; foetazos,
> patadas, pu�etazos. Ha ido al campo del desaf�o sin saber c�mo se toma
> una pistola o un sable. Un clamor de indignaci�n se levanta, en toda


> la ciudad, contra los agresores del escritor; es tan vehemente esa

> indignaci�n, es tan encen�dida la reprobaci�n contra el hecho, que el
> Mi�nistro de Guerra se ve obligado a renunciar su cargo.� (Obras


> completas, tomo 10, cursiva y corchetes nuestros, negrita de la
> autora).
>

> Por �ltimo, no podemos evitar hacer lo que acostumbramos en este tipo


> de comentarios: denunciar las que consideramos deficiencias de la

> edici�n. Y empezamos por la car�tula. No nos parece un buen retrato
> pict�rico, aunque tal vez sea una aplicada o acad�mica pintura
> fotogr�fica. En segundo lugar, nos parece excesiva la cantidad de
> pre�mbulos. Hay una presentaci�n, un pr�logo, un proemio y una
> introducci�n. Para nuestro gusto, ha podido omitirse la presentaci�n y
> el proemio (o derivarlos al final como ep�logo o colof�n). Y para
> consumar nuestra desaz�n est� el sello editorial del Congreso de la
> res p�blica. Realmente, el solo pensar que quienes �habitan� ese
> edificio (iba a decir adefesio) son la ant�poda de C�sar Vallejo (en


> todos los sentidos; incluido, por cierto, el presentador del libro y

> presidente del antro) me pone los pelos de punta. Y el hecho me llev�
> a perge�ar este breve �testamento ol�grafo� (a la manera de Sebasti�n


> Salazar Bondy):
>
> Si algo pudiera pedir

> Ya para despu�s de muerto:
> Es que ni un libro de m�
> Lo patrocine el Congreso.
>
> Y lo m�s lapidario de esta aceptaci�n editorial es que en el mismo
> libro se dice lo siguiente: �El Congreso era la sede del entendimiento
> y la repartija entre los l�deres de un bando y otro. El gobierno pod�a
> llegar all� a f�ciles acuerdos secretos con los l�deres de la
> oposici�n. A los due�os del pa�s y a los empresarios extranjeros les
> bastaba con negociar, (sic) o comprarse a los parlamentarios�. Es
> decir, �supone el autor que las cosas han cambiado hoga�o?; �por qu�
> no sigue el ejemplo (honrando el apellido) de quien �l mismo llama �
> l�neas m�s adelante� �el maestro del anarquismo, Manuel Gonz�lez
> Prada�, y de quien dice que �renunci� al c�rculo pol�tico que �l mismo
> hab�a creado cuando aquel se enred� en las componendas
> parlamentarias.�? (p. 211). Ejemplo �ste que es reiterado en las pp.


> 262-263: en palabras premonitorias de Antenor Orrego, cuando le dice a

> Haya de la Torre: �Terminar�s como Manuel Gonz�lez Prada, que organiz�
> un partido y tuvo que renunciar a �l. Lo hizo porque sus compa�eros lo
> utilizaban como una herramienta para llegar al Congreso.� Y, por
> supuesto, no se equivoc� Orrego en lo que respecta a los compa�eros de
> Haya, pero no en lo referente a �ste, ya que ni renunci� ni cuestion�
> a sus disc�pulos su afici�n por el Congreso sino que, m�s bien, les
> incentiv� el gusto convenci�ndolos de que �el Parlamento es el primer
> poder del Estado�. Y, m�s adelante, insiste Orrego: �Ya te lo digo,
> los pol�ticos se har�n due�os de tu partido. Si no es durante tu vida,
> ser� despu�s y borrar�n uno a uno tus principios. Los ir�n
> mediatizando hasta hacerlos desaparecer. La revoluci�n no existir�
> para ellos, sino el Parlamento y los gozos del poder.� Con esas
> requisitorias esgrimidas por el narrador es por dem�s inconsecuente
> que el autor admita sea editada su novela por esa instituci�n
> despreciable y, lo que es m�s decisivo, despreciada por el
> protagonista de la misma.
>
> Pasando a los errores textuales en s�, una vez m�s nos encontramos con
> las ya casi proverbiales fallas de construcci�n. Y, para colmo, otra
> vez figura en los cr�ditos el nombre del corrector, Jorge Coaguila


> que, al parecer, trabaja para todas las editoriales (pues en una

> cr�tica precedente a �sta lo encontramos figurando tambi�n en esa


> novela criticada de otra editorial), pero con tan poco profesionalismo

> que, en realidad, da verg�enza ajena. Pareciera que su presencia como
> corrector es s�lo nominal, y no hace honor al m�rito. Vamos, a
> continuaci�n (sin ser exhaustivos), a consignar algunos errores
> (poniendo entre par�ntesis lo cuestionado -sic- o lo que debi�
> decir):
>
> �Cuando hablo de nosotros, me refiero al (a) Trilce, una agrupaci�n
> literaria que se form� ese a�o.� (p. 27)
>
> �Pocos artistas he conocido despu�s que (se) parecieran a mis amigos
> en su generosidad y en su desmesura.� (Id.)
>
> �Fue tambi�n quien lo (le) dio un techo�� (p. 30)
>
> �Con la que (sic) cantidad de cielos que recorre�� (p. 51)
>
> �Aqu� dice que entr� a las (sic) ayer a las seis de la tarde.� (p. 93)
>
> �Esos que proclaman que la educaci�n deber (debe) de ser
> gratuita.� (164)
>
> �Saluden a la se�orita. Pres�ntese (pres�ntense) como caballeros.� (p.
> 293)
>
> �Vallejo so�� muchas veces en (con) el b�falo parado�� (301)
>
> �Vallejo y su amigo (�) eran excelente (s) bailarines.� (343)
>
> Aunque no todos los errores pasan al d�bito del corrector. Algunos hay
> que sumarlos al del autor. Por ejemplo, en el primer cap�tulo nos dice
> que Vallejo es amenazado con una comba. En la p. 36 se lee: ��Sabes lo
> que es esto? Es una comba��; pero, despu�s, la comba se convierte en
> martillo: �-�Lev�ntate, muerto! �insist�a el tipo del martillo�� (p.
> 38), y ah� mismo dice: �Se escucharon martillazos y m�s gritos�, para �
> otra vez volver a hablarse de comba: �El mat�n de la comba��, p. 39.


>
> Y paro de contar o, mejor, de criticar.
>

> Se puede ver tambi�n en:
>
> Mester de obrer�a: http://t.co/Qp4uD8K

Reply all
Reply to author
Forward
0 new messages