La marrana heredera y las limosnas

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Carlos Angulo Rivas

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May 24, 2011, 3:23:00 PM5/24/11
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Cuento de apostillas 

La marrana heredera y las limosnas

­Carlos Angulo Rivas

¿Por qué lloras mujer? -le preguntó- su comadre a doña Eusebia. Si bien no me explicas, terminaré sin entender el motivo de tus lágrimas.

Allí en el primer escalón de los 269 que debía subir para llegar a su casa de maderas viejas, cartones y pedazos de calamina, estaba sentada la pobre Eusebia mirando el suelo con la angustia a cuestas. La escalera de concreto pintada de amarillo, los colores partidarios del alcalde de la ciudad, era una de las tantas construidas como solución a la precaria vida de los habitantes de los cerros que rodean la capital. Ellos subían y bajaban las enormes escaleras dos o tres veces al día para acarrear agua en sus baldes o para ir en busca de alimentos o de trabajitos en ayudas menores. De la ladera del cerro, en su tercer nivel, se divisaba la parte plana de la pampa llena de casas dispuestas de cualquier manera, los propietarios eran los invasores de terrenos de cincuenta años atrás.

-Sabe usted comadre que esta mañana cuando iba a salir en busca de llenar el día, me tocaron a la puerta y por entre las rendijas vi a dos “chinos” jóvenes. No les abrí porque pensé en los hijos de la “china” hijéele, la japonesa, pues, de la bodeguita de abajo que, a veces, nos da de fiado con intereses. -Mi cuenta está subida y, púchale, como no tenía para pagarla me quedé adentro hasta que los “chinos” se fueran. Así fue como me libré de ellos. -Aquí todo va mal, muy mal y para peor comadre, la semana pasada murió mi madre, Dios la tenga en su santa gloria. A ella no la veía desde cuando salí de Huamanga en busca de mi marido hace ocho años, de quien nadie sabe acaso su destino. Tal vez me lo mataron en esa época mala del “chino” presidente, donde casi todos eran sospechosos de terrorismo. Ya que según me cuentan, él era trabajador medio rebelde en el sindicato de la construcción. ¡Caramba! y yo con mis tres crías pequeñas me vine a la capital a buscarlo como ya sabes.

El hambre no la dejaba continuar con la plática. A Eusebia le comenzaron a dar feroces mordiscos en el vientre, extenuada sufrió náuseas mientras contaba a su comadre lo sucedido. Antes de ir a sentarse en la escalera, había estado frente a un comedor popular observando el menú que, a falta de dinero, no pudo permitirse. Fue allí cuando le invadió un singular desmayo al que no quiso prestar atención hasta que, de mal en peor, tambaleándose llegó a sentarse en el primer escalón de los 269 por subir hasta su covacha. Se acordó de los heroicos sufrimientos de Cristo, de los que hablaba el señor cura en sus sermones. De pronto escuchó un tumulto, voces de pobladores cada vez más cerca, era el ex alcalde de la ciudad con sus partidarios; venía a tomarse fotos al pie de la escalera, su obra magnífica pintada de amarillo. No se atrevió a subirla, apenas escaló diez peldaños y de cara a las cámaras levantó los brazos en actitud triunfal. Era candidato presidencial, jovial y sonriente, preguntaba a todos ¿cómo les va amigos? Eusebia no tuvo fuerzas de responder cuando casi la pisotean.

-Un día inventaron que yo me estaba volviendo loca porque me vieron, al lado del puesto del vendedor de jugos, comiendo las sobras de naranjas exprimidas con cáscara y todo; y porque llevaba una bolsa de plástico con sobras de comida y mendrugos de pan hurgados en los basureros vecinales y de las fondas y restaurantes de por aquí. -Pero es que a veces cuando los niños no traen la colecta de las limosnas ni de las ayudas a cambio de propinas; y yo tampoco consigo el trabajo del día recogiendo y barriendo la basura en el mercadillo, no tengo ni para comer. Anoche, luego de repartir la comida entre los niños me quedé sin nada, y como de costumbre nos fuimos a dormir a las ocho evitando gastar en velas. Felizmente, todavía no oscurece muy temprano, porque ya sabes, en invierno sí nos acostamos a las siete. Hoy los niños salieron a la escuela con apenas una taza de té, a ver si por allá me los alimentan con el programa del vaso de leche, aunque ahora son muchas las veces en que las damas del Comité no aparecen. Dicen que nos les llega la cuota mensual del reparto como antes.

Enterada por el vecindario del reparto de alimentos a supuestos partidarios de la candidata japonesa, hija del “chino” el ex presidente preso, al mediodía Eusebia había corrido hacia el canchón junto a la parroquia de la Virgen Milagrosa, donde los muchachos juegan fútbol. Allí siguiendo las instrucciones de los cuidadores se colocó en la fila de pobladores. Hombres y mujeres con sus hijos menores y algunos ancianos, esperaban su turno. Los perros ladraban alrededor, el griterío adelante, a medida que la gente se acercaba al camión de reparto daba la sensación de ser un laberinto de empujones, pisotones y arranches; encima del techo del vehículo dos “chinos” y un grupo de partidarios agitaban banderas de color anaranjado y daban vivas a la candidata japonesa que bailaba en el centro, totalmente fuera de compás y con los ojos casi cerrados por la risa. En la parte delantera de la fila se apretaban mucho más porque los pobladores pensaban que las bolsas con las raciones de dos tarros de leche, un kilo de fréjoles, un paquete de fideos y medio litro de aceite, podían acabarse. Casi dos horas después, por fin, Eusebia logró meterse en el tumulto, con tan mal suerte que la sacaron a empellones gritándole infiltrada y aprovechadora. Ella debía mostrar un volante especial de propaganda con la foto de la japonesa, repartido casa por casa desde hacía tres días, que por mala suerte no tenía.

-No se preocupe comadre, no llore por tan poca cosa. Esos dos “chinos” a quienes no abrió la puerta estaban encargados de repartir los volantes especiales. Ellos invitaban a ir a recoger las bolsas del reparto de alimentos y nos instaban a votar por la candidata japonesa. Así funcionaba el operativo, yo tengo una de esas bolsas en mi casa. Para que no te angusties más te la voy a regalar. -Muchas gracias comadre, ya usted sabe todas las malas por las que estoy pasando, a veces sólo veo la oscuridad, las noches sin fondo.

Eusebia se mordía los dedos para saber si todavía estaba viva. Miraba con asombro a su comadre, le parecía un sueño el generoso ofrecimiento hecho por ella. La corriente informativa en los asentamientos humanos de Lima, en los cerros, los pedregales, las pampas, los arenales, en los terrenos baldíos invadidos que rodean la gran ciudad capital, con sus viviendas precarias, muchas de ellas de cartón, palos y esteras, era que la hija del “chino” preso quería ser presidenta de la república para liberar a su padre, condenado por sus crímenes y robos. Por ahí muchos se acordaban que el “chino” cuando presidente, también repartía alimentos, de vez en cuando, para ganar a su favor a la población más necesitada. La verdad, los desdichados morían poco a poco sin que a nadie importara. Eso era evidente. Ellos no eran enemigos ni delincuentes, sólo pobres, extremadamente pobres, sólo sombras de la enfermedad y el hambre.

-Sí comadre sufrí mucho cuando luego esperar un montón me echaron afuera del grupo gritándome enemiga infiltrada, sabida de mierda. -Ya le digo que no se preocupe, doña Eusebia, además con regalo o sin él yo ni de vainas voy a votar por esa japonesa. Su padre y la gente a su alrededor son unos desgraciados hijos de perra, fueron los que hundieron a mi hermano mayor y su familia, trabajadores honrados y estables en la fábrica textil. Una buena madrugada los soldados se metieron a su casa en Huaycán y se los llevaron en un camión del ejército que estaba lleno de otros pobladores. Los tuvieron presos cerca de cuatro o cinco semanas en no sé cuál cuartel, luego los soltaron con la cabeza rapada pero perdieron sus trabajos sin ser indemnizados, hasta ahora no consiguen nada bueno y sólo se defienden con el comercio ambulatorio.

-Yo no sé nada de política comadre, apenas me avisaron fui a la cancha de fútbol por una bolsa de alimentos y como le cuento me echaron de allí. A mí no me importa quién sea presidente, ni tiempo de pensar nos queda, además no voy a votar porque ni DNI tengo. Lo perdí hace tiempo.

 

 


  
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