Cuando La Masonería Se Sale De Lo Convencional

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Alcoseri Vicente

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Oct 25, 2025, 8:15:53 PM (4 days ago) Oct 25
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Cuando La Masonería Se Sale De Lo Convencional

Es probable que hayas comenzado a leer este comunicado masónico preguntándote: "¿Bueno, y qué hay aquí para mí?". Pero créeme, nada es casualidad. Y todo lo que el Maestro Masón Mario Labelo Monte le enseñó al Francmasón Carlos Ortega Díaz entre  1980 y 1993 está más vigente en la Masonería que nunca hoy, en el 2025. Así que pon mucha atención, porque este mensaje es para ti... o tal vez, para algo más profundo que vigila en las interioridades de tu propia Alma. Permíteme darte un contexto rápido, envuelto en las luces de la Logia, donde los secretos se revelan sólo  a quienes están listos para enfrentar lo desconocido, y donde un paso bien dado podría iluminarte y liberarte para siempre.

Carlos Ortega Díaz era un masón mexicano, alguna vez un niño migrante en Estados Unidos, pero luego  estudiante de Ciencias Físico Matemáticas en una era donde la ciencia pretende desentrañar todos los misterios del Universo. Sin embargo, su verdadera búsqueda lo llevó a explorar los antiguos ritos y símbolos masónicos, pero en este caso ocultos estos secretos masónicos en las tradiciones esotéricas de los masones  del norte de México, un oriente donde las Logias masónicas  se reunían bajo el velo de la noche, susurrando juramentos que podrían liberar el alma.

Lo que comenzó como una profana investigación académica para entrevistar a un masón brujo chaman mexicano  lo condujo directamente a un encuentro que no esperaba: un enigmático Maestro Masón llamado Mario Labelo Monte, cuya presencia parecía atraer sombras que se movían solas. Ortega Díaz se acercó como un erudito, con su grabadora, su cuaderno y sus preguntas racionales para hacerlas fuera de Logia , cuando hubieran terminado los augustos trabajos , pero el Masón Labelo no le ofreció meras respuestas; le extendió una invitación a un camino oculto, uno que lo arrancó del pensamiento lógico y lo sumergió en los misterios profundos de la realidad masónica, donde cada ritual podría desatar fuerzas invisibles.

Las Enseñanzas del Francmasón Labelo, representaron el primer intento de Ortega Díaz por compartir lo que había vivido ya que Ortega elaboraría su tesis sobre la Física Cuántica y entrevistar a un chaman masón mexicano , le daría la oportunidad de fijar si era posible o no relacionar a la física clásica con la física cuántica. Oficialmente, era su profana  tesis de maestría , pero en el fondo era algo mucho más profundo: el testimonio de un masón practicante de brujería o chamanismo que se atrevió a mirar más allá del velo del mundo profano, arriesgando su cordura en el proceso. A partir de esta entrevista , la vida de Ortega Díaz cambió para siempre, y con él, la forma en que posiblemente  miles de masones comprendieron la conciencia, el poder y la percepción dentro de la fraternidad masónica... aunque muchos se preguntan si esos cambios no trajeron también una maldición oculta.

 El Q:.H.: Mario Labelo Monte no era un maestro masón  tradicional; no te daba consuelo, no te decía lo que querías oír. Era más bien como un espejo masónico, reflejando todas tus máscaras hasta que no te quedaba más remedio que revelar tu verdadero ser, alineado con los principios de la escuadra y el compás, o enfrentar el abismo de tu propia falsedad.

Tal vez, si nos abrimos lo suficiente en esta Logia virtual, algo de esa enseñanza nos toque también a nosotros, susurrando desde las sombras de las columnas J y B , pero ¿estás preparado para lo que podría despertar? El Masón Ortega Díaz conoció al Maestro Mario Labelo en una Logia Masónica jurisdiccionada a la Gran Logia del Estado de Nuevo León México , pero esta logia es una denominada Logia Invisible , ya que no está , en la liste de logias, o al menos eso se rumorea en los círculos internos, donde las velas de los candelabros alrededor  del Ara Sagrada  parpadean como si supieran que alguien observa.

 

Iba con la intención de entrevistarlo, de tomar notas, de entender objetivamente cómo los Masones chamanes  usaban símbolos ancestrales para elevar el espíritu. Pero Labelo no era un simple iniciado; no era un Masón folclórico para adornar una tesis. Era un Guardián del Conocimiento, un custodio de los arcanos cuya mirada parecía perforar el alma. Desde el principio, lo que le ofreció no fue información, sino transformación. Ya no se trataba de observar desde afuera. El Maestro Labelo le dijo que, si quería entender de verdad, tenía que participar, tenía que experimentar el conocimiento, tenía que soltar la mente racional y entrar en un mundo donde las reglas eran dictadas por los Grandes Misterios, y donde un ritual mal ejecutado podría invocar lo impensable.

Al principio, Ortega Díaz se resistía, aferrándose a su forma de pensar, dudando de todo, incluso burlándose en silencio mientras las sombras de la Logia parecían alargarse hacia él. Pero algo en él lo impulsaba a seguir, como si un eco antiguo resonara desde las profundidades de la Logia, un recuerdo olvidado de los ritos de iniciación que todos llevamos en el alma, un llamado que podría ser una trampa o una salvación. Así empezó un viaje que no se parecía en nada a lo que había imaginado, porque lo que estaba en juego no era una tesis, sino su percepción de la realidad masónica, y quizás, su propia alma en el equilibrio del mallete. Y el Q:. H:. Mario Labelo no le ofreció respuestas fáciles; le ofreció una guerra, una guerra contra su propia programación profana, contra el "yo" que creía ser. Para entrar en esa batalla, tenía que aprender a ver, no con los ojos, sino con el ojo que todo lo ve, el símbolo supremo de la iluminación masónica, cuya revelación podría cegar al no preparado.

Ojo con esto, hermanos en el camino del crecimiento interno: para él, esa fue la verdadera tesis, no la que entregó en la universidad, sino la que escribió con su vida entera, grabada en los anales secretos de la Orden, donde cada página podría contener un secreto que cambie todo. Lo primero que el Maestro Mario Labelo Monte le mostró no fue un símbolo aislado, sino su forma de ver el mundo a través del lente masónico. Para Labelo, la realidad no es fija, no es una estructura sólida que todos compartimos igual; es moldeable, un velo ilusorio sostenido por acuerdos invisibles entre los profanos. Quienes logran romper esos acuerdos, mediante los grados de la Masonería, pueden ver realmente, acceder a otros niveles de conciencia, convertirse en Maestros del Conocimiento... pero ¿a qué precio? Esto no se logra estudiando ni acumulando datos; se logra desaprendiendo, despojándose de las ataduras del ego, como en el paso de la cámara de reflexiones, donde el silencio opresivo te obliga a confrontar tus demonios internos antes de que la puerta se abra... o se cierre para siempre.

Y ese es el verdadero reto, uno que añade intriga a cada Tenida: Mario Labelo el maestro masón  le enseñó que la historia personal  y el Ego no son más que un lastre, un ancla que impide ascender en la escala de Jacob, y que en el paso ritualístico masónico del borrado o también llamado el despojo de los metales , cada palabra no dicha podría desatar una cadena de eventos impredecibles. Recordar constantemente quién eres, qué has vivido, lo que te han hecho, sólo  refuerza una identidad profana que no te deja ser libre. Por eso, una de sus primeras tareas fue borrar su historia personal, no como metáfora, sino literalmente: dejar de hablar de su pasado, dejar de definirse, volverse impredecible, ligero, sin peso, alegóricamente despojado de todos los metales, como el aprendiz que entra en la Logia con los ojos vendados, sintiendo el frío del metal en la piel y preguntándose si el siguiente paso lo llevará a la luz o al vacío.

 

Esa enseñanza sola ya es suficiente para sacudir a cualquiera, pero Labelo fue aún más allá, adentrándose en las sombras de lo esotérico, donde los rituales se vuelven portales a lo desconocido.

Le dijo que debía actuar como un caballero águila  guerrero masónico, no violento, sino en constante búsqueda de la perfección, alguien que actúa con intención, con atención total, como si cada momento en la Logia fuera el último. Porque, en el fondo, ¿quién sabe si lo es? ¿Y si el ritual de esa noche invoca algo que no se puede contener? Le dijo: "La muerte es tu consejera. Siempre está a tu lado de compañera, a un paso de distancia". Si logras recordar eso, vas a vivir con intensidad, con belleza, con propósito. No te tomarás las cosas tan en serio, pero tampoco las desperdiciarás. Esa idea fue una bomba en la mente de Ortega Díaz, que venía de un mundo racional, donde se acumulaban títulos, ideas y certezas profanas. De pronto, estaba frente a un masón que le hablaba de borrar, de soltar, de masónicamente despojarse de los metales para siempre,  de fluir, de morir simbólicamente antes de morir para vivir de verdad en la fraternidad, en rituales donde la muerte no es una amenaza, sino un velo que se levanta lentamente, revelando horrores o glorias.

Sí, parece un poco loco, ¿no? Pero en las profundidades de la Logia, donde los secretos se guardan bajo juramento, todo cobra sentido, y cada golpe del mallete resuena como un latido que podría detenerse en cualquier instante. El Maestro Labelo no necesitó demostrarle nada; con su presencia bastaba. Cuando estaba con él, Ortega Díaz sentía que el mundo se abría, que lo imposible se volvía posible, que algo lo observaba desde dentro, como el Gran Arquitecto del Universo vigilando cada paso, juzgando si eres digno o si mereces ser olvidado en las tinieblas. Ese era el Guardián, no sólo  un maestro, sino un puente hacia lo desconocido, un catalizador como un fuego silencioso que transforma a quien se deja tocar en los ritos de elevación, pero que podría consumir al imprudente. Pero hay encuentros que no sólo  cambian el rumbo de tu vida; cambian tu forma de existir, dejando un suspense eterno: ¿qué revelará la próxima Tenida, y sobrevivirás a su verdad?

Obvio, no fue de un día para otro. Carlos Ortega Díaz no se iluminó tras unas cuantas Tenidas ni después de escuchar una frase profunda en Logia. De hecho, muchas veces se fue confundido, molesto, frustrado, con el eco de los juramentos resonando en su mente como advertencias. Pero cada encuentro con Labelo le dejaba una grieta, una pequeña fisura en su armazón profano, y por ahí empezaba a entrar la luz masónica... o quizás, algo más intenso que la propia Luz que se filtraba sigilosamente. Labelo insistía en que, para ser un verdadero caballero águila guerrero de la Orden, hay que dejar de alimentar la historia que nos contamos de nosotros mismos: "Yo soy así, yo no puedo, yo siempre he sido de tal forma". Todo esto nos ata como cadenas invisibles, y en el ritual de liberación, romperlas podría desatar fuerzas que no controlas. Tienes que dejar de hablar de ti mismo, de tus logros, de tus ideas. No es para volverte un fantasma, sino para volverte libre, porque cada vez que repites quién eres profanamente , te estás encerrando más en el templo profano. Borrar la historia personal despojarse de los metales masónicamente   es un acto de rebeldía profunda, un juramento secreto que significa no definirse, no justificarse, no buscar lástima ni admiración. Significa permitirte cambiar, y el cambiar duele, como el golpe del mallete en la iniciación, un sonido que reverbera en el silencio, anunciando que nada volverá a ser igual.

El Maestro Labelo dijo que la muerte siempre está cerca y que deberíamos vivir como si pudiéramos morir en cualquier momento, no desde el miedo, sino desde la claridad que surge en el ritual mortuorio masónico, donde te enfrentas al cráneo y las tibias cruzadas. Le dijo: "Pregúntale a la muerte si lo que estás haciendo vale la pena". De pronto, las excusas, las quejas, los enojos cotidianos se ven absurdos frente a ella. ¿Estás de acuerdo? Aquí es donde empiezas a ver la vida desde otro lugar, preguntándote: "Si hoy fuera mi último día en la Logia, ¿viviría igual? ¿Le daría tanta importancia a esto o actuaría con más poder, más conciencia, más entrega?". Labelo enseñaba que el guerrero masónico debe volverse un maestro de la vigilancia , no para volverse perfecto, sino consciente, y esa conciencia cambia todo, teje intrigas en cada símbolo, haciendo que cada ritual sea un enigma que podría resolverse... o devorarte.

Aclarando: vigilancia en masonería no es espiar a otros; es observarte a ti mismo sin juicio, detectar tus hábitos, tus máscaras, tus reacciones automáticas, y ver en qué momentos te traicionas, actúas desde el miedo o la comodidad, todo bajo la luz tenue de la Logia que revela verdades ocultas. Aquí tienes que empezar a observarte a vigilarte como si fueras otro, anotar cuándo mientes, cuándo te justificas, cuándo te haces pequeño. En esa observación, empiezas a recuperar tu poder, alineado con la moral masónica de rectitud y verdad, pero siempre con la tensión de qué pasará si fallas. Y no se trata de hacerlo todo perfecto, sino de actuar con total presencia, con intención clara, sin desperdiciar energía, como en el trazado de la escuadra, donde un error podría derrumbar el templo entero.

Para Labelo, la búsqueda de la perfección es la base del camino del caballero águila  guerrero masónico: hacer lo que haces con todo tu ser, no por reconocimiento, no por miedo, no por obligación, sino porque decidiste hacerlo bajo el juramento de la Orden, un juramento que, una vez pronunciado, te ata a consecuencias eternas. Y si lo decides, lo haces bien, con belleza y sin quejarte. Esa idea choca con la forma en que hemos vivido, ¿no? Muchas veces desde la duda, la contradicción, la reacción profana. Pero Labelo enseña que cada acción tiene peso, cada decisión crea destino, y la libertad no es hacer lo que quieras, sino vivir sin cargas innecesarias, liberado por los principios eternos, aunque el ritual para lograrlo te lleve al borde del abismo.

Cada una de estas lecciones por sí sola puede transformar una vida, pero juntas le pegaron fuerte a Ortega Díaz, y en ese caos surgió algo nuevo: un hombre menos seguro de todo, pero más abierto; menos racional, pero más receptivo; menos "yo" y más presencia en la Logia, donde cada silencio podría ser el preludio de una revelación aterradora. Muchas veces queremos, como Ortega Díaz, documentar todo, entenderlo todo, clasificarlo todo, pero no nos damos cuenta de que estamos entrando en un mundo donde esas herramientas profanas no sirven. La mente racional no lo iba a salvar, porque en este camino masónico, la mente es un obstáculo, un velo que debe rasgarse en rituales que exigen sacrificio.

Cada vez que preguntaba: "¿Por qué esto? ¿Por qué lo otro?", Labelo lo desarmaba con un silencio o una respuesta que parecía un acertijo masónico, dejando a Ortega Díaz en un suspense que lo consumía. Si pedía explicaciones, Labelo se reía. Si buscaba lógica, se perdía. Y ahí, poco a poco, Ortega Díaz empezó a vivir algo que no tenía categoría en sus libros de psicología: el desconcierto como puerta de entrada al aprendizaje. Qué bonito es esto, el desconcierto como puerta de entrada al aprendizaje, como el momento de la venda en los ojos durante la iniciación, donde el oscuridad total te envuelve y cada sonido amplificado te hace cuestionar si saldrás vivo. El verdadero aprendizaje no es entender; es dejarse tocar por los misterios, arriesgando todo.

Labelo lo metía en situaciones que lo forzaban a soltar el control: a veces lo enviaba a meditar sólo  en las sombras de la Logia, donde las paredes parecen susurrar secretos antiguos; a veces le hablaba en parábolas simbólicas que ocultaban trampas; otras simplemente lo observaba, esperando que Ortega Díaz dejara de luchar y empezara a percibir, con el corazón latiendo fuerte ante lo inminente. Era como si le estuviera quitando capa por capa la coraza profana: la del intelectual, la del escéptico, la del analista. Y debajo de esa armadura, el Q:. H:. Ortega Díaz empezó a sentir algo olvidado: la vulnerabilidad de no saber, el vértigo de mirar sin filtros, el silencio que queda cuando te despojas de ti mismo, un silencio que podría romperse con un ritual que lo cambie todo. Allí empezó la verdadera vida masónica , porque para el francmasón  Labelo, el aprendizaje no era acumular grados; era vaciarse, hacer espacio para lo desconocido, volverse ligero, impredecible, invisible incluso, como el secreto masónico que, si se revela, podría destruirte si no estas preparado.

Hasta que, sin notarlo, soltó las herramientas del científico: ya no tomaba tantas notas, ya no grababa todo. Empezó a vivir las experiencias en vez de observarlas desde afuera, dejándose tocar por lo inexplicable, con la tensión de no saber si sobreviviría intacto. Ese fue el punto de quiebre: el investigador que fue a estudiar símbolos terminó cuestionando su propia existencia. El estudiante que buscaba casos se convirtió en un aprendiz que dudaba de todo, incluso de sí mismo. Obviamente, no fue fácil: hubo miedo, enojo, negación, pero también momentos de lucidez, donde todo se detenía. Y en ese silencio profundo, Ortega Díaz comenzaba a ver su forma de pensar, sentir y estar en el mundo masónico, preguntándose qué horrores o maravillas acechaban más allá. Había empezado a cambiar, pero aún le faltaba cruzar un umbral más profundo: el del poder, un umbral que en rituales masónicos ha devorado a muchos.

No te hablo del poder para controlar a otros, sino del poder silencioso, impersonal, que habita en todo lo que existe, el que sostiene el universo como el Gran Arquitecto, pero que, mal invocado, podría arrasar con todo. Labelo lo llamaba simplemente "el poder", y para acercarse a él, había que callar en rituales de silencio absoluto, donde el menor ruido podría atraer entidades no deseadas. Le decía a al masón  Ortega Díaz que, mientras su mente no parara de parlotear, nunca podría ver lo que está detrás del mundo profano; los pensamientos son como una cortina que impide percibir la realidad tal como es. El silencio interior no es un lujo; es una necesidad para el guerrero masónico, un ritual que te deja expuesto al vacío. Pero callar el diálogo interno no es fácil: tu mente es una radio encendida todo el día. Callarla requiere entrenamiento, enfoque, incomodidad. Pero en los momentos en que Ortega Díaz lo lograba, cuando todo se volvía quieto, sentía una presencia, un saber sin palabras, una claridad no del pensamiento. Eso era la puerta: no se trataba de forzar, sino de conectar, de sintonizar con el poder masónico. Y cuando ocurre, lo imposible se vuelve natural... o terriblemente real.

El Q:. H:. Mario Labelo hablaba de algo que muchos han intuido en meditaciones o en estados elevados: no somos sólo  este cuerpo físico; tenemos una parte más sutil, más libre, más antigua, un doble energético que percibe sin ojos, se mueve sin piernas, vive sin tiempo. Con suficiente poder, uno aprende a transitar en él, lo que Labelo llamaba "Transitar el Plano Astral Masónico", viajando a otros mundos simbólicos, viendo entidades no humanas, aprendiendo de planos superiores, pero con el riesgo de no regresar entero. Ortega Díaz tuvo experiencias con su doble: a veces como despersonalización, otras como sueño lúcido intenso, llenos de suspenso  donde el velo entre mundos se adelgaza. Poco a poco entendió que su "yo" era sólo  una parte, y había mucho más. Este descubrimiento lo hizo humilde, abierto, silencioso por dentro, reforzando la idea masónica de que somos constructores de templos internos, pero siempre vigilados por lo invisible.

El francmasón Labelo también hablaba de la gran división entre dos realidades: el "mundo físico " y el "mundo espiritual ", adaptados al contexto masónico. El mundo físico  es todo lo que podemos nombrar, pensar, entender: el mundo profano, del ego, del lenguaje cotidiano. El mundo espiritual  es lo que está más allá: el misterio, lo inefable, el vacío lleno de presencia divina, accesible sólo  en rituales que bordean lo delirante. El Masón Ortega Díaz había vivido en el mundo físico , como todos nosotros. El Masón Labelo lo llevaba poco a poco a tocar el mundo espiritual , no con palabras, sino con silencio, coraje, entrega, como en los altos grados de la Masonería, donde cada ascenso es un salto al infinito .

El Q.: H:. Labelo no era un gurú masónico; no quería seguidores, sólo  ofrecía un camino masónico  hecho de paradojas, dudas filosóficas, ,retos, visiones, pero lleno de belleza, porque un viajero masónico elige su sendero con corazón, aunque ese corazón podría romperse en el proceso. Después de años de aprendizaje, viajes internos, silencios y desconciertos, llegó un punto en que el francmasón Labelo simplemente desapareció. No murió en una cama; no hubo funeral masónico ni despedida tradicional. Se desvaneció junto con su círculo de Maestros Masones, saliendo del mundo profano, disolviéndose en el mundo espiritual  masónico, dejando un vacío que susurra preguntas sin respuesta. El Masón Ortega Díaz se quedó solo , iniciando una nueva etapa masónica: no la del candidato a masón guiado, sino la del Maestro Masón que sostiene su camino sin mentor, porque ya es su propio maestro, enfrentando se en soledad a los rituales que podrían llevarlo a niveles de consciencia superior.

Entonces, difundió ideas a masones, dio conferencias en Logias, fundó su propia línea de enseñanza masónica  pero siempre apegado celosamente al canon de la Masonería , reunió a un grupo de Masonas que llamaba "Los Masones Guardianes del Mundo espiritual " y creó un sistema de prácticas simbólicas y energéticas llamado "Chamanismo Masónico", inspirado en las enseñanzas del Mason Labelo, pero con rituales que tensan el alma hasta el límite. Aunque algunos lo siguieron con fervor, otros dudas.

El Q:. H:. Ortega Díaz posteriormente al encuentro con  el Q:. H.: Labelo ya no era el masón narrador humilde. Se convirtió en una figura de poder en Masonería , inaccesible, misterioso, casi como un personaje de sus propias narraciones. Muchos se preguntaban si todo había sido verdad: ¿Existió realmente el Francmasón Mario Labelo Monte? ¿Existió esa Logia Invisible donde Labelo era el Venerable Maestro? ¿O fue una mezcla de varios Maestros, una invención simbólica para transmitir enseñanzas más allá de la lógica? No hay respuesta definitiva, lo que añade intriga a la tradición masónica del norte de México.

Lo claro es que algo en el Francmasón Carlos Ortega Díaz  cambió para siempre: ya no vivía como un hombre común. No se casó, no tuvo hijos, salió de México, y no volvió a su país. Su vida se volvió un rito prolongado, en los márgenes, en la frontera entre mundos. Siguió escribiendo, compartiendo visiones, transmitiendo lo inefable, pero se volvió solitario, hermético. En sus últimos años, rodeado de misterio, cuando murió en 1995, su fallecimiento se anunció en Logias  semanas después, y muchas de las Masonas y los Masones  que lo seguían también desaparecieron, como si, al igual que Labelo, hubieran salido del escenario sin dejar huella clara.

¿Qué le quedó a Ortega Díaz de todo lo vivido con Labelo? Una nueva manera de mirar el mundo, una comprensión distinta del poder, del ego, de la muerte y, sobre todo, una transformación radical de su percepción: ya no podía ver la realidad profana como antes. Eso fue lo que Labelo le dejó: no una religión o dogma, sino una grieta por donde entró lo desconocido, y no hubo vuelta atrás. Carlos Ortega Díaz vivió una experiencia tan intensa que le dio la vuelta a su vida. Aunque nunca sabremos qué fue verdad, símbolo o metáfora, sus ideas tocaron cientos de masones , porque todos nos sentimos como él: confundidos, buscando algo más, atrapados entre lo que nos enseñaron y lo que el alma sospecha.

Y todos nos cruzamos con un Masón como  Mario Labelo Monte. No siempre un viejo Maestro en una Logia; a veces una experiencia que te rompe, una conversación inesperada en Logia, un sueño inolvidable, un silencio hondo que despierta, un libro que sacude, un Tenida en el templo, un juramento solemne, una noche oscura del alma. Algo que te dice: "Ya no puedes vivir igual". Ese es el espíritu del Masón  Labelo: no da respuestas, borra las falsas; no consuela, vacía, como se diría en Logia  te despoja de los metales . En ese vacío empieza la libertad masónica. Porque, como decía, un verdadero masón no busca tener razón; busca ver sin filtro, sin historia, sin autoengaño, con el corazón abierto, la muerte al lado y la conciencia despierta.

Entonces, este comunicado no es solo sobre Ortega Díaz, como te das cuenta; es sobre ti, sobre mí, sobre cualquiera dispuesto a desprogramarse, soltar la historia personal, mirar de frente al miedo, caminar con presencia. Porque Mario Labelo no está lejos en alguna Logia  del norte de México; está en cada decisión tomada con perfección, en cada momento que eliges el silencio en vez del drama, en cada instante que recuerdas que puedes morir hoy y aún así eliges vivir con belleza. Ese es el camino del buscador masónico. No es fácil, no es cómodo, pero es real. Y si alguna parte de ti sintió un eco al leer esto, entonces ya estás en el camino. Tal vez, sin saberlo, ya empezaste a ver la realidad a través de la lente masónica, donde cada símbolo es una puerta a lo eterno.

Alcoseri 

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