¿Qué le debe el Masón a Dios?
Imagina por un momento que te encuentras dentro de un templo masónico, un templo envuelto en el misterio de símbolos que susurran secretos del universo. Ahí, en el silencio de una logia masónica, surge una pregunta que resuena en el alma de todo iniciado: ¿qué le debo yo, como ser humano y ahora como masón , a esa fuerza suprema que llamamos Dios? Esta interrogante no es sólo un eco de rituales ancestrales; es un llamado personal que nos acompaña en cada reunión o Tenida masónica, en cada reflexión solitaria o incluso al navegar por las redes sociales masónicas en busca de verdades ocultas. En la masonería regular, esta conexión con lo divino no es un dogma impuesto, sino un camino de descubrimiento que transforma al individuo y lo une a algo mayor.
La masonería regular nos ofrece una enseñanza gradual, como escalones tallados en piedra eterna, que nos guía hacia un Ser que permanece como una incógnita fascinante, a menudo difícil de visualizar pero imposible de ignorar. Para nosotros, los masones, Dios no es una abstracción lejana; es el Orden Inteligente que gobierna el cosmos, una presencia incuestionable que se manifiesta en la armonía de las estrellas y en el pulso de la vida misma. Como bien expresó Albert Pike, uno de los pensadores masónicos más influyentes del siglo XIX, en su obra Moral y Dogma: "Dios es la gran alma del universo, y el universo es el pensamiento de Dios". Esta visión contrasta con la masonería irregular, que a veces evade o niega esta realidad espiritual, optando por un enfoque más secular que niega o diluye el vínculo sagrado.
En el corazón de nuestra orden late la convicción de una Causa Primera, de la cual el ser humano y toda la creación emergen como efectos inevitables. Creemos porque observamos, sentimos y comprendemos; no nos limitamos al mundo material ni a las doctrinas rígidas de las religiones tradicionales. Vamos más allá, analizando con minuciosidad el tapiz de la existencia. El catecismo masónico afirma con certeza que existe un Ser Supremo, y nosotros, como masones, somos sus colaboradores en la Gran Obra, esa construcción inacabada del universo moral y físico.
Pero ¿qué significa realmente Dios para la masonería regular? Este es el estudio primordial de nuestra filosofía: explorar si hay un Ser Supremo absoluto o si todo es relativo y accidental. La respuesta es clara para el masón regular : Dios existe, y sus atributos se revelan en la bondad, la justicia y el interés por la humanidad. Como colaboradores del Gran Arquitecto del Universo —ese término simbólico que une a cristianos, judíos, musulmanes y otros bajo un mismo techo—, nos preguntamos sobre sus relaciones con el mundo iniciático. ¿Es un Ser bondadoso? Sí, pero el mal en el mundo nos desafía a entenderlo no como castigo, sino como oportunidad para el crecimiento moral. ¿Puede el hombre común contactar con Él? Absolutamente, a través de la razón y la introspección, sin necesidad de intermediarios dogmáticos.
Aquí entra el deísmo masónico, un enfoque que trasciende las revelaciones supuestas de los libros sagrados, plagados de contradicciones —como las discrepancias entre la Biblia y el Corán—. En lugar de basarse en la fe ciega, la masonería llega a Dios mediante la razón, observando los ciclos de la naturaleza: creación, conservación y destrucción, que se repiten eternamente. Sorprendentemente, nuestra orden sugiere que este ciclo puede invertirse en nosotros mismos, alcanzando la inmortalidad no sólo del espíritu colectivo, sino de la personalidad individual. Aunque los científicos cuestionen el alma inmortal, la masonería invita a creer en evidencias indirectas, similar a cómo conocemos el átomo por sus efectos, no por verlo directamente. Manly P. Hall, otro gran escritor masónico, lo capturó perfectamente: "El verdadero masón no está atado a credos. Reconoce que su religión debe ser universal, iluminada por la luz divina de su logia".
Esta fe en Dios y el alma marcó el primer cisma masónico, separando a la rama regular —firme en su creencia— de la irregular, que se muestra indiferente o escéptica. Pero en la regular, el respeto a las opiniones religiosas es sagrado; el único requisito es creer en un Ser Supremo, excluyendo a los ateos para preservar la esencia espiritual.
Los deberes de todo masón se orientan en tres direcciones vitales. Hacia la Divinidad —llámese como se llame según la fe personal—, cumpliendo el mandamiento de amarla sobre todas las cosas, conociéndola para honrarla. Hacia uno mismo, mediante el autoconocimiento para corregir defectos, despojándonos del egoísmo y cultivando el amor propio que se extiende a los demás. Hacia la sociedad, promoviendo la educación moral, física e intelectual para ser útiles sin distinciones de raza, creencia o ideología.
Las obligaciones específicas refuerzan esta estructura: guardar los secretos confiados sólo a masones legítimos, evitar registrar signos que revelen palabras sagradas, y socorrer a los hermanos moral y materialmente, dominando pasiones para priorizar el amor, el perdón, la humildad, la generosidad y la tolerancia. Como reza el Código Moral Masónico: "El verdadero culto al Gran Arquitecto consiste en las buenas obras. Haz bien por amor al bien mismo. Estima a los buenos, ama a los débiles, huye de los malos, pero no odies a nadie".
Para enriquecer esta narrativa, considera cómo la ciencia moderna respalda estas ideas: la física cuántica revela un orden subyacente en el caos aparente, sugiriendo un diseño inteligente que los masones han intuido durante siglos. Imagina el universo como un vasto templo en construcción, donde cada acto de bondad es un ladrillo colocado con precisión. Esta perspectiva no sólo une tradiciones antiguas con descubrimientos actuales, sino que invita al lector a reflexionar: ¿y si tu vida cotidiana fuera parte de esa Gran Obra?
En última instancia, los masones se refieren al Ser Supremo como el Gran Arquitecto del Universo, un término inclusivo que respeta la diversidad religiosa sin imponer una deidad única. La masonería no reemplaza la religión; la complementa, fomentando una hermandad universal. Como evoca el Salmo 133: "¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! Es como el óleo precioso sobre la cabeza, que desciende sobre la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras; como el rocío de Hermón, que desciende sobre los montes de Sion. Porque allí envía Jehová bendición y vida eterna".
Así, lo que le debe el ser humano a Dios —y lo que Dios es para la masonería regular— no es mera obediencia, sino una colaboración activa en la sinfonía del cosmos. ¿Estás listo para unirte a esta búsqueda eterna? La puerta del templo de la Masonería siempre está lista para abrirse para el buscador sincero.
Alcoseri
