“En búsqueda de la felicidad”
Artículo de enrique rojas, catedrático de psiquiatría / www.elmundo.es / viernes 29 de enero de 2010
Desear la
felicidad de otra persona es querer lo mejor para ella. Pero, ¿qué entendemos
por ser feliz? Hablar de la felicidad es tocar un tema inabarcable; es mi mar
sin orillas. Son tantos los matices, recovecos, ángulos y vertientes del
concepto, qué es difícil atraparlo en todas sus ricas y diversas dimensiones. La
historia de las ideas sobre la felicidad es apasionante y nos hace adentramos en
un bosque frondoso donde, eso si, hay unas cuantas ideas que se repiten como un
ritornello de un concierto de música clásica.
La felicidad es la vocación
universal del ser humano. Una tendencia metida en sus entrañas, un deseo
profundo que arrastra y empuja en esa dirección. Pero la felicidad es ante todo
un estado de ánimo, un paisaje interior a través del cu- al me encuentro
contento con migo mismo. Esta es una primera idea que me parece importante
destacar: es una mezcla de alegría y paz interior, que son captados de forma
subjetiva, pero que se desparrama por toda la geografía psicológica
interior.
Parece casi una pretensión utópica hablar de la felicidad. En
un mundo tan complejo, difícil y atravesado de dificultades sin cuento, sólo
mencionar esta palabra le hace sentir a uno como si no tuviera los pies en la
tierra. Muchas veces el individuo no se plantea este asunto, porque es muy
frecuente que los grandes temas humanos se queden en las orillas de los análisis
de la realidad. Otras veces; porque casi todo lo que es noticia es negativo:
escuchar un telediario hoy es estremecedor; una cascada de hechos horribles
asoman, saltan, suben, bajan, vuelven a escena...; es un carrusel de desgracias
sin cuento, contadas con todo detalle. Por eso creo —hoy más que nunca— que es
un reto explorar y rastrear qué es y en qué consiste la felicidad.
Se ha
dicho que ésta se encontró en un hombre que no tenía ni camisa. La felicidad es
como una manta pequeña, de esas que nos dan en los aviones cuando hacemos un
largo recorrido: nos tapa pero deja alguna parte de nuestro cuerpo al
descubierto. La felicidad es como un puzzle en el que siempre falta alguna
pieza. La felicidad absoluta no existe, es una pieza de museo, una entelequia
sin consistencia. La vida es tan complicada que aspirar a una felicidad total y
absoluta es algo imposible. Debemos buscar una felicidad razonable en la que se
den una buena proporción entre medios y fines. Sin olvidar una premisa básica:
el que no sabe lo que quiere, no puede ser feliz.
La felicidad consiste
en todo aquel conjunto de cosas buenas que cualquier hombre es incapaz de no
querer. Por eso es un asunto más privado que público. Para mí, es la suma de dos
cosas fundamentalmente: tener una personalidad equilibrada y haber sido capaz de
configurar un proyecto de vida con tres grandes ingredientes en su seno: amor,
trabajo y cultura. Y añadiría una nota a pie de página, el plato fuerte del
banquete de la vida: la amistad. La felicidad es la suma y el compendio positivo
de una pentalogía que capta, analiza, escruta y registra los cinco grandes
argumentos de la vida: tener una personalidad con un cierto grado de madurez,
tener y saber del amor, que el trabajo profesional llene nuestra existencia, que
la cultura nos envuelva con su manto como gran protectora, y disfrutar de la
amistad: la posibilidad de abrimos a alguien, permitiéndole que entre en nuestra
ciudadela interior. Personalidad, amor, trabajo, cultura y amistad. Ahí es
nada.
La vida es un ensayo. Enseña más que muchos libros. La vida es la
gran maestra. De ahí que ésta sea como un libro en blanco en el que vamos
escribiendo páginas con nuestra conducta: en ese cuaderno de notas se registran
alegrías y tristezas, aciertos y errores, éxitos y fracasos. A la larga, la
felicidad es un resultado, es el resumen de lo que hemos ido haciendo con
nuestra existencia personal. Si el hombre es un animal descontento, la felicidad
estará siempre en precario. Es polinomio de muchos factores, de ahí los hilos
sedosos que la envuelven y transitan.
Por otra parte, creo que es bueno
subrayar que la felicidad descansa sobre una actitud mental positiva, un
esforzado intento de vivir en armonía con uno mismo. Encontrarse a sí mismo, dar
con las piezas claves del rompecabezas que es uno, aceptándose en la parte
rocosa e incambiable y luchando contra viento y marea por modificar lo
modificable y por mejorar en aquellas parcelas que lo requieran. A última hora
de la vida, cuando hemos doblado el Cabo de Hornos de nuestra travesía y hacemos
balance existencial, sale la verdad de lo que hemos sido. Haber y deber. Uno
hace cuentas consigo mismo y la contabilidad deja bien a las claras el estado de
cuentas biográfico. Así lo analiza Julián Marías en su libro La felicidad
humana.
La puerta de entrada al castillo de la felicidad es una
personalidad madura: haber conseguido un estilo propio bien conjugado. Hoy en
día, en la psiquiatría moderna se describe una extensa galería de desajustes en
la personalidad: anoréxica-bulímica, obsesiva, hipocondríaca, narcisista,
psicópata, histérica, inmadura... En todos ellos falla el principio de entrada
para la felicidad: una cierta madurez y equilibrio psicológico. Los psiquiatras
sabemos lo que es vivir al lado de alguien que no está bien. En el lenguaje
coloquial esto se expresa así: es una persona rara, extraña, difícil, la
convivencia con él es casi heroica... Con tales matices bien podemos decir que
nos encontramos ante alguien que no está bien y que necesita un tratamiento
psicológico.
Vienen a continuación los otros cuatro grandes ingredientes.
El más importante es el amor. Es la gran sed que todos padecemos. En la
psicología moderna hablamos con frecuencia de que alguien tiene un gran vacío
afectivo, con lo que estamos dando a entender que el plano sentimental está poco
cubierto y, por tanto, marca negativamente su conducta. Esta es una sociedad que
sabe bastante poco lo que es el amor, tanto a escala general, como en
particular. Pero no debemos olvidar que no hay felicidad sin amor y no hay amor
sin renuncias. Un segmento esencial de la afectividad está hecho y tejido y
vertebrado de sacrificio. Esto que digo no se lleva, no está de moda, no tiene
buena prensa, pero es fundamental.
En el modelo hedonista de nuestros
días cuesta entender lo que acabo de apuntar. Poner al bienestar y al placer
como metas absolutas y decisivas de la conducta es un grave error,.ya que la
mejor de la trayectoria personal está surcada de problemas, luchas, fracasos de
distinto signo y, por supuesto, retrocesos, salidas de la pista y estar perdido
y sin rumbo. Para alguna gente la felicidad queda reducida en última instancia
en bienestar, nivel de vida y economía saneada. Y, por supuesto, salud. Otros
planteamientos quedan fuera de ese espectro.
El camino de la felicidad
pasa por haber ido resolviendo el fondo conflictivo que se hospeda dentro de
nosotros. A medida que vamos descubriendo la complejidad de la existencia nos
damos cuenta de que la felicidad no depende de la realidad, sino de la
interpretación de la realidad que uno hace. Tomás Moro murió arruinado, solo y
en la cárcel —un verdugo le cortó la cabeza—, pero en sus últimos escritos habla
de una profunda felicidad, porque sus ideales estaban por encima de todo. Otro
tanto cabe decir de una figura política contemporánea, Vaclav Habel, presidente
de Checoslovaquia, quien, después de luchar solo contra el comunismo de su país
y pasar cinco años en la cárcel..., era capaz de escribir unos textos que
rezuman felicidad.
Es también el caso de Victor Frankl, psiquiatra
austríaco de origen judío, que pasó tiempo en el campo nazi de Auswitch: «Allí
descubrí el sentido de la vida y la dignidad del ser humano», escribió. Nuestra
navegación personal no puede ser como un barco sin rumbo dejado de la mano de
Dios. Por eso es importante saber lo que uno quiere, hacia dónde va y qué es lo
que persigue. Si los sentimientos son los intermediarios entre los instintos y
la razón, la felicidad es la suma y compendio de la vida auténtica
El
trabajo es nuestro acompañante cotidiano. El amor por el trabajo bien hecho es
camino carretero hacia la felicidad. Hacerlo todo con amor. Así todo es grande y
lo convertimos en excelente. Profesionalidad, rigor, entrega, cuidar los
detalles, hacer las cosas con corazón y cabeza.La cultura es la estética de la
inteligencia. Un saber de cinco estrellas. La pirueta de crecer hacia dentro en
lectura, música, arte, literatura... sabiendo que la cultura es
libertad.
Termino: la felicidad consiste en un estado interior de
alegría, al comprobar que hay una buena relación entre lo que yo he deseado y lo
que yo he conseguido. Administración inteligente del deseo. No pedirle a la vida
lo que no puede darnos.
Hay una tecnología de la felicidad que nos lleva
a reanudar el debate entre Antígona y Creonte. Entre lo ideal y lo real. Entre
lo deseable y lo posible. Ascender al Himalaya de las mejores posibilidades
personales. Y saber perdonamos y pasar las páginas de fallos, errores,
limitaciones y salidas de la pista. Ser coherente es caminar hacia la felicidad,
pero es él amor su principal componente. El amor está hecho al principio de
interés y sugestión; después de pasión; y más tarde de inteligencia. Ese es el
mejor modo de no haber vivido en vano.