Cuando miramos a alguien, ¿a quién vemos?
Si nos fijamos en sus características, cualquiera que estas sean, tendremos a tres personas frente nuestro: la que nos gusta, la que nos disgusta y la que no nos importa. En algún momento aflorarán dos sentimientos distintos amor-odio y un estado neutro: desinterés.
Supongamos una pareja masculina, una mujer podría decir: amo su gentileza y su sentido del humor, detesto que fume en la habitación y deje los calcetines tirados en el piso y, no me importa si es alto o bajo, de tez blanca o morena. No son tres personas, es una…dividida por nuestra mirada.
Si hay matrimonio, en este caso, el amor se puede afianzar en lo que gusta y practicar la tolerancia o los acuerdos con lo que disgusta, pensando que lo que nos es indiferente no importa;…pero sí importará a futuro.
Al mirar a alguien fijándonos en sus características (y no cambiar esa forma de mirar), con el paso del tiempo puede –y suele suceder-, que aquello que creíamos neutro comienza a perder esa cualidad engrosando la lista de lo que nos gusta y lo que nos disgusta;…”al principio no me fijaba en tu figura pero… ¡caramba que panza te has echado!
Aunque con los hijos este tipo de mirada es secundaria de todos modos está presente, al sentimiento de orgullo por alguna característica o logro se le equipara, a veces soterradamente, un sentimiento de desilusión por similares razones. Ya sabemos que el hijo-a comenzará a buscar la aprobación y a esconder lo que causa rechazo, componente fundamental en la conformación de la personalidad…herida.
Cada ser es un perfecto regalo para cada uno de nosotros, no es necesario agregarle o quitarle nada: es perfecto en sí mismo y nosotros somos perfectos para él-ella. Cada vez que miramos más allá de las características encontramos sólo perfección…y en abundancia.
Ni somos inadecuados para los demás ni los demás lo son para nosotros, no se me ocurre alguna razón para que el amor no surja casi espontáneamente.
No habiendo razón para portar “la máscara” con la que nos presentamos a los demás y a nosotros mismos deja de tener utilidad, el ego anteriormente defensivo se manifiesta en su única forma sana: comprender que el nosotros se compone de un tú y un yo.
No me refiero sólo a las relaciones humanas sino a todas, con los animales, las plantas…el planeta en el que somos.
Negar el perfecto regalo que los demás son para nosotros –y que nosotros somos para ellos- se hace, así, relativamente fácil; al mirar a alguien no ver QUIEN ES, sino COMO ES.