Una cantidad importante de personas declara que lo que desea de la vida
es ser feliz, de este modo sus esfuerzos en lo que hacen y en lo que persiguen
tener están dirigidos a este fin; a menudo se quedan en los esfuerzos dejando
en un segundo plano lo que buscaban: la recompensa de sentirse feliz.
Esta idea de la felicidad está más bien asociada a un estado de bienestar en el que el placer ocupa un lugar importante; en consecuencia, y a menudo sin ser del todo consciente de ello, parte del esfuerzo está direccionado a “escapar” de lo que es comprendido como displacentero, el malestar. Así, se persigue la salud y se cuida de la enfermedad, se busca la alegría y se rehúye la tristeza, se prefiere la comodidad antes que el esfuerzo.
A la base de esta concepción de la felicidad descrita está un pensamiento lineal y, por ello, una cosmovisión bidimensional. Es la “comprensión de la recta”, a un lado y extendiéndose hacia el infinito, todo aquello que me gusta; al otro lado y extendiéndose de igual modo, aquello que no me gusta. La toma de decisiones se reduce, así, al rango más simple de esta capacidad humana: es sí o es no.
El enegrama nos plantea una realidad nueva y, quizás, no suficientemente comprendida: el círculo que lo contiene todo. Los infinitos en “ambas” direcciones quedan cerrados en un encuentro por lo que la decisión del sí o del no pierden sentido; si lo miramos intentando seguirlo nos damos cuenta que la impresión de lo estático no es más que una ilusión, la realidad es totalmente dinámica.
Pudiendo hacer otros alcances acerca del círculo me quedo sólo con estos dos para lograr un acercamiento a lo que me parece es la felicidad.
Comenzando por lo que no la define, pero que aporta a la comprensión, podríamos decir que la felicidad no es algo “preferible” sobre otra cosa no preferible; tampoco es una meta que, alcanzada, haya que permanecer en ella de modo estático.
Dicho esto entonces la felicidad está la salud…y la enfermedad, la conforma el estado de alegría como en el de tristeza, permanece en el esfuerzo y en la comodidad.
La felicidad se puede entender desde la comprensión de la plenitud humana individual (la primera comprensión del Eneagrama es acerca de un ser que es en sí mismo pero con nueve formas de ser como individuo), de este modo llegamos a la primera respuesta acerca de la felicidad: es la experiencia consciente de estar totalmente en sí mismos.
En este estado de plenitud nada sobra y nada falta, por ello nada hay que quitar y nada hay que buscar; se asume el estado de sanidad con la misma serenidad que el estado de enfermedad. Ninguno de los dos causa asombro o una particular alegría, es más, la alegría misma no tiene más sentido que ser lo que es: un momento en el Todo que somos.
Alcanzar el estado de plenitud es darse cuenta de que nada necesitamos porque estamos completos; como el vaso de agua lleno hasta los bordes, toda gota de agua que cae en él es inmediatamente donada hacia los demás. Siendo esta la experiencia, aquel que está en ella, vive una realidad de permanente donación al mundo y a los demás; no puede ser de otra manera pues el Universo mismo es un acto de donación amorosa y, lo que se recibe cada día…se entrega cada día.
El amor que puedas recibir de los demás no se queda en cada cual, pues ya se está pleno de él, siendo inmediatamente “traspasado” como en un trasvasije a lo y los demás.
Si bien no se necesita la alegría (tampoco), las personas en este estado suelen sonreír de forma natural como respuesta inmediata a lo que perciben como la “sonrisa que les brinda la vida”. Los estados de tristeza, propios del actual desarrollo biológico humano, son vividos del mismo modo que los de alegría.
Pero, alcanzada la plenitud, aun queda “felicidad” por alcanzar. De toda la maravilla que es la creación es la mujer cuando es madre la que nos ofrece una idea más clara acerca de la felicidad. La madre sin tener mayor participación consciente del regalo que le ha sido dado, alimenta a su hijo desde sus pechos; ella ya es suficiente en sí misma, en forma natural produce leche y ella cobra sentido en el amamantar a su hijo. Cuando no es posible amamantarlo, la falta de donación de su leche se transforma en dolor…por no poder darla.
En la plenitud la felicidad es experimentada como un acto de permanente donación. Quien se ama a sí mismo no necesita del amor de nadie más pero experimenta dolor al no poder entregarlo. La imagen de Jesús llorando en el huerto por Jerusalén cobra sentido en aquel que da amor y entiende que lo que está dando no es asimilado por quien es amado.
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