Anécdotas sobre los virreyes de la Buenos Aires colonial

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Oct 17, 2005, 3:27:23 PM10/17/05
to América-Democracia y Cultura
Una interesante relación de las vicisitudes de los virreyes del
Virreinato del Río de la Plata.

Citado de:
www.elhistoriador.com.ar
Anécdotas sobre virreyes
Sólo dos de los once representantes de la corona se encuentran
enterrados en Buenos Aires.
En los treinta y tres años, o poco más, corridos desde la creación
del Virreinato del Río de la Plata el 1º de agosto de 1776 hasta mayo
de 1810, once virreyes -uno sólo americano (Vértiz) y otro francés
(Liniers)- mandaron en Buenos Aires. Pero en esta plaza consiguieron
escasa memoria popular. La carencia resulta inevitable de saber que
casi no se estimula la
memoria de algunos próceres: menos aún despiertan curiosidad los
mandatarios coloniales. Las pocas huellas de los representantes de la
corona tampoco suelen alimentar la base de datos del actual turismo
urbano.
Pero a espaldas de un monumental hotel del barrio de Monserrat, a
metros de la Avenida de Mayo, está enterrado el quinto virrey en estas
tierras y el primero que falleció en América tras ocupar el sillón
de don Pedro de Cevallos, aquel militar que fue gobernador de Buenos
Aires en 1756 y años
después preludió su primer virreinato con la derrota a los ejércitos
lusitanos de O Desterro en Santa Catalina y de Colonia del Sacramento.
El sepulcro de don Pedro de Melo de Portugal y Villena está -desde el
22 de abril de 1797- en el costado derecho del altar de San Juan
Bautista, la antigua iglesia de la esquina de Alsina y Piedras, que en
la actualidad abre sus puertas por la mañana.
Las guías turísticas capitalinas no incluyen este dato tan poco
conocido como la accidentada muerte del virrey y su aún más curiosa
exhumación. El dato de su entierro en Buenos Aires se rastrea en
viejos repertorios y en las Memorias curiosas que suscribió Juan
Manuel Berutti. Más recientemente
figura en Buenos Aires, ciudad secreta, de Germinal Nogués, que
señala a Melo como único gobernante de aquel entonces sepultado en
Buenos Aires. Pero los registros de Berutti de 1804 detallan con
precisión la enfermedad y muerte del octavo virrey: Joaquín del Pino
y Rozas, Romero y Negrete.
Berutti anotó que el 9 de abril de aquel año, la gravedad del ilustre
enfermo hizo que el flamante obispo Benito de Lué y Riega llevara los
santos óleos bajo palio -y en compañía de toda la clerecía, Cabildo
eclesiástico y el secular junto con la Real Audiencia en pleno, cuerpo
que ese mismo día decretó asumir el mando- hasta la cama del
moribundo. Luego Berutti dice que "en abril 11 falleció el
excelentísimo señor virrey y fue enterrado el 13 por la mañana en el
panteón de la Santa Iglesia Catedral" (actualmente en la cripta de ese
templo mayor). Del Pino fue suegro de Bernardino Rivadavia.
Pero la muerte asechó al virrey Melo siete años antes de la agonía
del virrey Del Pino. Había decidido defender la banda oriental del
río y la recorrió in extenso -beneficiándose incluso con el clima
benigno de la hoy Punta del Este-, pero en el camino de regreso a
Montevideo -cerca de Pando-
tuvo un grave accidente de cabalgadura. Postrado y persuadido de que se
acercaba su agonía, rogó se lo enterrara en el porteño templo de las
Capuchinas. Allá murió el 15 de abril de 1797, se lo revistió con el
hábito de Santiago y fue embarcado. El 22 se lo enterró en San Juan
Bautista. En su
lápida hoy se lee: "Aquí yace, por afecto a las vírgenes esposas de
Jesucristo, el Exmo. Señor D. Pedro Melo de Portugal y Vilena",
extenso epitafio que remata asegurando que vivió 63 años, 11 meses y
16 días.
Ciento trece años después, durante el Centenario, el capellán Pedro
Sardoy descubrió un camino de hormigas contiguo al patio del convento
(donde se dice que enterraron a defensores y enemigos tras los combates
de la Segunda Invasión Inglesa, ya que el lugar fue entonces "hospital
de sangre"). Sardoy
descubrió que el camino de las hormigas provenía del sepulcro
virreinal.
Exhumado el virrey -lo publicó Julio A. Luqui Lagleyze y lo reprodujo
B.Lozier Almazán en su Martín de Alzaga- se descubrió que provenían
de la calavera del encumbrado occiso. El esqueleto de las manos
sostenía una espada de oro y plata que, retirada, se fundió en una
patena de celebración
sacramental.
Siete virreyes rioplatenses murieron en España, dos en Buenos Aires, y
Liniers, fusilado en Cabeza de Tigre el 26 de agosto de 1810, fue
rescatado para cruzar el océano en demanda del Panteón de los Marinos
Ilustres de San Fernando, provincia de Cádiz.
El catalán Gabriel de Avilés, único que asumió dos virreinatos,
séptimo virrey rioplatense que tuvo varias y sucesivas funciones en
Chile y también había actuado en el Perú contra la insurrección de
Túpac Amaru, asumió tardíamente en Buenos Aires el 14 de marzo de
1799 y su gobierno fue breve.
En marzo de 1800 falleció el virrey del Perú Ambrosio O'Higgins
-padre del prócer chileno- y la corona hizo un enroque: mandó a
Avilés en su reemplazo a Lima y trajo de la gobernación de Chile a
Del Pino para asumir en Buenos Aires. Pero Avilés dejó su trono
peruano en 1806, aunque residió en Lima hasta 1810 cuando se embarcó
hacia España (según lo cuenta el autor Sigfrido Radaelli). Estaba a
bordo cuando se sintió enfermo de gravedad y desembarcó en
Valparaíso. Allí murió el 19 de setiembre de aquel año del proceso
revolucionario.
Los edificios donde transcurrieron episodios de la vida de estos
personajes han desaparecido, a excepción de la casa de Sobremonte, en
Córdoba, su sede de gobernador antes de su virreinato. En la porteña
calle Bolívar 553 existió hasta 1920 la casa que alquiló la familia
de Cisneros (sordo desde
que combatió heroicamente en Trafalgar) después de ser defenestrado
por los patriotas.
Quizá la casa de mayor significación en la historiografía de la
ciudad haya sido la Casa de la Virreyna Vieja del siglo XVIII que mucho
tiempo sobrevivió en la esquina noroeste de Perú y Belgrano, y que
ocupó la viuda del virrey Del Pino, doña Rafaela de Vera y Muxica
(terminó siendo el
montepío ciudadano).
Los virreyes consiguieron por lo menos memoria permanente en la
toponimia de Buenos Aires, un damero de calles entre las estaciones
Belgrano R y Colegiales, donde se recuerda a Loreto, Arredondo, Olaguer
y Feliú, Del Pino y Avilés. Liniers tiene calle entre Once y Boedo, y
Vértiz logró una avenida
que lame la barranca de Belgrano. Cisneros, en cambio, mereció apenas
un pasaje en La Paternal, un sándwich que le hacen las calles Caracas
y Gavilán al 1600.
Por Francisco N. Juárez
Para LA NACION
Citar Fuente: "www.elhistoriador.com.ar"

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