el tren nocturno
César Hazaki
El tren de las 3.10 a Yuma
Una buena película que hizo historia, un western en blanco y negro de los años cincuenta. Hubo una remake de la misma no hace mucho. Lo recuerda en medio de su desasosiego amoroso. Hay momentos en que hay que saltar arriba del tren y saber que se está rodeado de enemigos. Llegar a la estación y subir es arriesgar la vida.
Así es el amor, todo puede estar dulce, cálido y de pronto una encrucijada, una vacilación de la frecuencia cardíaca indica que hay un tren que parece partir sin uno y con otros protagonistas en el salón principal. Algo que hay que evitar pero donde las fuerzas que se oponen son superiores a las posibilidades del enamorado. Demasiadas prohibiciones familiares, demasiadas interdicciones indican que se debe esperar un momento más favorable para restablecer el encuentro amoroso.
Es tren nocturno es una trampa mortal que hay que atravesar, para hacerlo hay estar a merced del fuego cruzado. Ese que muestra las limitaciones del enamorado, sus vacilaciones, su historia de dar consentimiento a otros vínculos, a sus retaceos amorosos disfrazados de libertad para cada uno de los apasionados amantes puede hacer uso de la libertad personal.
El horario fatídico del tren es la madrugada, ese que el wasap marca que cuando él duerme otro hombre trata de ganar terreno sobre esa hermosa mujer que ama. Ese llamado que habilita el teléfono conectado y que él siente como la manera en que Caperucita indica que todavía quiere seguir jugando en el bosque y que no le da al enamorado que duerme la posibilidad de rescatarla. O quizás es simplemente una revancha, ella no lo dice o lo naturaliza si él llegara a preguntar. No sabe cuál de estas versiones puede mejorar su situación de barco errante en la tormenta de alta mar.
Ese tren donde el enamorado durmiente no tiene posibilidad de intervenir está lleno de fantasías propias, las peores que cada atrapado en el amor puede desplegar. Las escenas primarias que se le crucen están de acuerdo con la vida infantil de cada uno.
Sabe que al día siguiente no podrá preguntar o que ella restará importancia al llamado. Pero un enamorado que no tiene boleto para subir al tren sabe que el erotismo tiene mil caras y que ese hombre que la llama busca mantener algún lugar en su corazón. No tiene dudas de que es una apuesta a futuro mezclada con la posibilidad de robarle un instante a la grácil doncella, la que sin duda disfruta de este cortejo.
Lo peor es que ese enamorado de a pie hizo durante años lo mismo para converser a la bella Cenicienta de que volviera a su lado. O sea que se ve condenado a un silencio doloroso y lo condena a no saber si podrá mañana subir o no al tren. De alguna manera bebe de su propia cicuta.
Por eso el insomnio, por eso la fragilidad y el temor que esta noche el tren vuelva a subir sin que él sepa cómo desviar las vías que hagan perder en la niebla a ese otro hombre que todavía aspira a conquistar a la hermosa desvelada de las 3.10.
C.H.