Las fotos
César Hazaki
Las fotos
No sabe de qué otra manera llevarlo consigo, tiene algunos regalos pequeños casi escondidos en su casa. Tiene su historia que conoce como ninguna otra mujer pudo hacerlo. Conoce cómo fueron su antiguos amores, Tiene su cuerpo entregado, pasional, enérgico. No hace mucho que logró hacerse de su ternura. Es decir lo tiene al hombre que ahora duerme a su lado como nunca se hubiese imaginado, ese, que pese a su respiración profunda, no la suelta en ningún momento.
Disfrutando de estar quieta, de velar el sueño de su hombre, se habla y le habla. En susurros para no despertarlo: -Sos mío. No lo olvides. Te quiero más que nunca. Desde el año que llevan de amantes ha tomado esas frases como oraciones como ritual de sostenimiento del amor. También le pide a la Virgen Desatanudos cuando vuelve a su casa: -Que siga sano, que no se enferme, que esté contento. Que me siga queriendo. Esto último lo dice sabiendo que es lo más certero de todos los ruegos. No tiene dudas de que él la quiere, que no es una relación circunstancial, precisamente por eso teme que le pida de vivir juntos, que aúnen sus casas, que deje a su marido, que quiera ayudarla a cuidar sus hijos. Y no está dispuesta a nada de eso. Su amor es generoso, incondicional en la entrega de su cuerpo y de sus sentimientos, pero no es totalmente exclusivo.
Sus dos pequeñas hijas mujeres, su marido, su pequeño departamento, no entran de ninguna manera en negociación alguna. Su marido y sus hijas están bien, le costó mucho que ensamblaran en buenos términos. No quería que esto se desmoronara. Su relación sexual con su compañero era buena. Claro que hacía transacciones para poder llevar adelante ambos vínculos. Si tenía una noche de sexo con su esposo, la noche previa a un encuentro diurno con su amante, no tenía orgasmo, se excitaba, no retacea su cuerpo, dejaría a su marido satisfecho, pero no le daría un orgasmo. Ponía un límite. Reservaba el tesoro de su placer para el hombre ahora dormía abrazándola. Y cumplía. A la mañana siguiente como un perro adiestrado para la caza corría a sus brazos de su amante contenta, y a poco de empezar le entregaba ese orgasmo que había retaceado en la otra cama. Otorgaba el trofeo al hombre que amaba con locura. Entendía que así preservaba los dos amores y ponía las prioridades en claro. Qué entregaba ella en cada lecho, qué cada uno debía esperar de su manera de amar, qué cada hombre podía reclamar para sí, de esta manera ella respetaba y reivindicaba sus derechos.
Su amante hasta no hacía mucho tiempo no tomaba en cuenta su vida matrimonial, por esas cosas de los celos, de las posesiones, de las inseguridades, de sus fragilidades había caído, sorpresivamente para ella, en ciertas situaciones de celos que lo hacía sufrir y estaba enredado en las inquietudes que este amor hermoso pero compartido le estaba produciendo. Y esto trajo algunos nubarrones inesperados que ella con sabiduría trataba de resolver.
Como una sacerdotisa del amor tenía claro que era el amor de su vida, pero toda su vida no era éste amor. Había demasiados universos propios que le pertenecían y no quería que nadie sufriera por este nuevo amor. Había demasiados universos paralelos del que ahora roncaba con suavidad al lado suyo en los que sabía que jamás penetraría si fuese su esposa. No dejaba de decirle que lo amaba, no dejaba de desearlo, pero rogaba que jamás, jamás le pidiera que vivieran juntos. Sabía que su actitud tierna y fresca se convirtiera en ese gesto adusto con el que lleva la mayoría de los líos de la vida. Un gesto duro, que diría ¡No! en tono alto, con la cara en modo despectivo. Esa cara que le puso a tanta gente y que la hacen una mujer respetada y de opiniones tajantes.
El hombre se despertó mientras ella miraba una foto donde el que en ese momento le besaba con suavidad el hombro estaba con su hermano y sus primos. Una foto de cuando eran jovencitos. Ella con suavidad, con la que pedía sin que le se notara: -Me encanta esa foto. Estas muy lindo ahí. Esperando que te despiertes la miro e imagino tu vida allí, me parece que en algún rincón puedo aparecer y tomarte del brazo. Sacarte de la foto familiar y llevarte conmigo.
Él sabe que no puede avanzar más sobre ese tema, que no puede decirle: Hacelo, que eso los llevaría al único desasosiego que hoy lo atraviesa. Entonces reserva el: -Dale, llevame, lo cambia por el: ¿Querés que te haga una copia?
Ella se da vuelta le da un beso sonoro y exclama: ¡Sí!
El entiende que lo quiere llevar a su casa como ella puede, que lo hace por amor y también por sus propias posesiones de mujer. El trae una caja de zapatos llena de fotos, les muestra algunas de su viaje a Nueva York, otras del curso de planeador donde vuela acompañado del instructor. Otras de sus presentaciones en el coro vestido con ropa medieval. Y ella quiere todas, quiere su historia, quiere sus vivencias, quiere saber de los peligros que corrió con la militancia política en tiempos oscuros. Es en ese instante en que deja de lado sus reservas y va por todo. Quiere lo que aún no conoce y que está en esas imágenes.
Juntan varias fotos, las atesora en sus manos y recién en ese momento piensa en cómo tenerlas en su casa. Decide escanearlas y guardarlas en su celular. Él sabe que estas cosas hacen que la ame aún más, casi hasta un lugar imposible que, reconoce, jamás había alcanzado en su vida y quisiera pedirle que lleve una foto carnet dentro de su billetera pero no dice nada. Ya conoce la cara de los no y. a veces, la felicidad es contenerse un poco.
C.H.
Gloria Esther Feierabend
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