Cuatro adoquines

0 views
Skip to first unread message

César Hazaki

unread,
Jul 15, 2017, 5:15:55 PM7/15/17
to

Cuatro adoquines

El sordo suele cambiar de bar cada tres o cuatro horas. Jubilado hace ya tiempo pasa sus días pesquisando amigos. Ya la rutina lleva muchos años, por eso sabe cuándo el Gordo anda por el bar Conde o el Narices aterriza en el Potenza. Camina, observa los movimientos del barrio para dejar novedades en cada mesa donde se sienta. Estratégicamente al proponer los temas se resguarda de las conversaciones imprevistas de las que se queda afuera por sus limitaciones en los oídos.

Ayer esperó que calmara el viento para su recorrida de la tarde. No quería andar viento en contra. De pasada observó al famoso personaje Cuatro Adoquines, el vagabundo que más perdura dado que el barrio ya perdió a Harry Potter hace varios años.

En la división generacional del barrio Harry era relevante para los chicos de las escuelas secundarias, lo visitaban al mediodía para llevarle algo de comida y hablar con quién parecía ser un sabio loco. Harry Potter ayudaba en los temas de la escuela con entusiasmo y sólidos conocimientos. Un día como tantos desapareció,  los pibes lo buscaron pero no dieron con él.  Esto es todo lo que sabemos los mayores del asunto.

Cuatro Adoquines generacionalmente nos pertenece a los mayores. Nos ocupamos de sus asuntos cada vez que nos deja. Cuatro Adoquines es un solitario que barre con meticulosidad cuatro adoquines todas las mañana. Llega con su escoba gastada y frente a la fábrica de mosaicos. Tarea con la que nunca está conforme dado que por simple observación disimulada que hacemos alguna que otra basurita, hoja u piedrita no se rinde y no permite ser desalojada. Lo que le impone volver a pasar la escoba con energía.

El sordo entró al Conde apresurado y a los gritos, como hablan los sordos, pidiendo ayuda. -Al Cuatro Adoquines se lo estaba por llevar la policía. No terminó la frase y ya todos salimos disparados para ayudar a nuestro entrañable barredor. Pese a que estamos fuera de estado llegamos en un santiamén al sitio donde los adoquines y nuestro loco conversan cotidianamente.  Con el Largasopres adelante, un abogado penalista bastante conocido, nos interpusimos con los gordos canas que querían levantar al Cuatro Adoquines.

-¿Por qué se lo quiere llevar? Dijo nuestro boga.

-Hay una denuncia contra él, respondió el jefe de calle. Se robó una escoba. Dijo el cana acomodándose el cinto en el que estaba sujeta la nueve milímetros y tres cargadores.

-Vamos sargento, seamos serios. Usted lo conoce de hace años al amigo.

-Es una denuncia de un recién llegado al barrio. Dice que este loco amenazó a la mucama.

Mientras esto ocurría el Sordo se fue interponiendo entre el policía y Cuatro Adoquines. Mientras el resto hacíamos un círculo alrededor del sargento. Ese movimiento fue captado por el chofer del auto policial que bajó con su ametralladora para proteger a su compañero de recorrido. Ya hace muchos años que los patrullan juntos y conocen cómo protegerse sin hablar.

-¿Todo este quilombo por una escoba? Dijo uno de los nuestros.

-No, todo es quilombo es porque los nuevos ricos que están llegando al barrio no quieren al loco dando vueltas cerca de sus casa. Les afea la vista. Dijo certero nuestro Rolón al que antes llamábamos Psicoeléctrico.

Terminamos todos en la comisaría sin poder lograr resolver el asunto. Ya sabíamos que si nos descuidábamos Cuatro Adoquines terminaba en algún lejano hospicio donde moriría sin remedio, seguramente recordando lo sucios que quedarían sus adoquines.

La bola se corrió por todo el barrio y los primeros en venir ayudarnos    fueron nuestros nietos, después sus amigos y más tarde vecinos con los que nos conocíamos desde siempre.

Al ver la dimensión que tomaban los acontecimientos el comisario negoció con nuestro abogado entregarnos a Cuatro Adoquines bajo ciertas condiciones: una retirada tranquila de nuestra gente y que  Cuatro Adoquines debía desaparecer por unos días del barrio. Dijo así podía para calmar al famoso vecino nuevo que, lamentablemente, no pudimos identificar.

Salimos todos eufóricos y abrazados. El Cuatro Adoquines iba abrazado con el Sordo. Cuando llegamos al Conde una grupo importante de gente nos aplaudía y gritaba algo así como: ¡Grande los jovatos! ¡Vamos los jubilados combativos!

Orgullosos y disimulando los dolores de espalda, las disneas, el Parkinson y demás nanas nos sentamos en nuestra mesa para comentar los hechos acaecidos rodeados de gente. Por rato estábamos de vuelta gracias al loco Cuatro Adoquines.

Reply all
Reply to author
Forward
0 new messages