Almas en Pena

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César Hazaki

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Jul 30, 2018, 8:06:22 AM7/30/18
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Almas en pena

Andar de noche por el camino de tierra que va de Jovita, en la provincia de Córdoba, hacia el campo de mis primos siempre era una aventura inquietante. Daba motivo para los cuentos de aparecidos, para la búsqueda de la luz mala esperando que no se desprendiese en ese preciso momento desde las entrañas de la tierra. Daba para creer en las almas y sus destinos, en su existencia, en dónde se iba después de salir del cuerpo en forma de suspiro final.

El consuelo de los niños era pensar en que cada muerto tenía su estrella y desde allí nos cuidaba. Pero más de una noche alguno de los primos se orinaba en la cama, otras veces los gritos destemplados de una pesadilla alborotaba toda la casona.

En algo todos coincidíamos: las almas existen y pueden andar penando sin poder encontrar su lugar, ese etéreo mundo que nunca acertábamos en definir. Filosofábamos con los paisanos entre la yerra y el arado de la tierra, divagábamos en el tanque australiano donde nos dábamos chapuzones en el intenso verano del sur de Córdoba. Ya había pasado el bautismo, la comunión, la confirmación, muchas misas y confesiones falseadas hasta que nada de mí quedara en ellas, fui sumando dudas para llegar finalmente a descreer de todo. Eso de que polvo eres y polvo serás fue entrando en la conciencia en el momento en que va a mi tío más querido no entrara a una misa donde despedíamos a mi abuelo de este mundo.

Pero estoy convencido que las almas penan, lo suelo comprobar en muchas ocasiones. También ahora sé que las almas penan en las memorias de los vivos. No por culpa de los muertos, sino de los vivos y su manera de reimplantar una historia o un final del finado distinto al que en vida la persona fue, hizo, talló en el libro de la vida comunitaria.

Un entrañable y reconocido profesional fue velado hace muchos años, militante, ateo, íntegro en sus creencias sobre la vida y lo que venía después, pero su familia, sus deudos eran/son católicos de una raigambre tradicional de una provincia donde el catolicismo es la profesión de fe de toda la clase terrateniente. En consecuencia la familia lo despidió en el cementerio con una misa, durante el velatorio donde muchísimas personas se hicieron presentes para despedir al amigo un enorme crucifijo estaba al lado del cajón. No hace mucho otro amigo ateo, muerto en el exterior, fue despedido aquí con una ceremonia en un templo judío ortodoxo, las mujeres detrás de un velo, los hombres orando adelante. El amigo era gay, actuaba a favor de su comunidad lésbico – gay en su ciudad de origen. Estaba casado con su pareja desde hacía años, John, y estaba alejado de todo tipo de actividad religiosa.

Estoy seguro que las almas de estos amigos, reabsorbidas por sus familias, devorados en forma caníbal por una historia que no es de la ellos penan en esas mentes cerradas de sus parientes. No hay estrella, ni polvo desaparecido, hay cárcel, hay castigo pro ahber sido quienes fueron.

C.H.


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