Hay quien puede saber su identidad pensando en su epitafio. Lo masculló para sí al salir de la clínica. Su desazón le hizo registrar el peso de los análisis, radiografías, centellogramas, Pets, tomografías que iban en la enorme bolsa de tela que la institución médica le entregó para que archive sus informes. Gentileza ecológica, amabilidad para que el orden obsesivo sea parte del tratamiento. Le pareció que estaban dentro del dispositivo médico. Una historia clínica que desde hacía más de diez años hacía que su vida no tuviera otra dimensión que esa pesada bolsa. Sabía lo que llevaba en la alforja entelada, con pena se dio cuenta no que sabía dónde había archivado su vida desde que enfermó.
C.H.
Hay quien puede saber su identidad pensando en su epitafio. Lo masculló para sí al salir de la clínica. Su desazón le hizo registrar el peso de los análisis, radiografías, centellogramas, Pets, tomografías que iban en la enorme bolsa de tela que la institución médica le entregó para que archive sus informes. Gentileza ecológica, amabilidad para que el orden obsesivo sea parte del tratamiento. Le pareció que estaban dentro del dispositivo médico. Una historia clínica que desde hacía más de diez años hacía que su vida no tuviera otra dimensión que esa pesada bolsa. Sabía lo que llevaba en la alforja entelada, con pena se dio cuenta no que sabía dónde había archivado su vida desde que enfermó.
C.H.
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César, me recordó este poema...
H.C. 13.176
Ya no consumo Halopidol,
sólo Tegretol, Anafranil y Litio.
Estoy “compensada”.
Traduzcamos:
me mantengo de éste lado,
es decir, sin delirios…
y deambulo…
(porque nosotros, los pacientes, deambulamos).
Es una nueva costumbre que he adquirido.
Deambulo –como digo-
“libremente” por el enorme parque del hospicio…
Estoy lúcida, ubicada en tiempo y espacio,
por lo tanto:
sé en qué día vivo.
¿Vivo? Me pregunto,
y me entra la tristeza y me deprimo.
La historia clínica se pone gorda de tristezas.
Yo soy mi historia clínica.
¿Dejé de ser mi historia, acaso?
Es muy malo preguntarse tantas cosas
que complican, además, el tratamiento.
Tengo sueños, pesadillas…
que a nadie se las cuento, por las dudas,
no sea cosa, vayan a la historia clínica.
Pero si tengo insomnio, por ejemplo,
esto es inocultable,
y va derecho a la historia clínica.
Mi psiquiatra, entonces,
regula las pastillas.
Duermo. Se anota en la historia clínica.
Doctor, estoy amando…
¿Esto también irá a la historia clínica?
MARISA WAGNER
Del Libro Los Montes de la Loca
Hay quien puede saber su identidad pensando en su epitafio. Lo masculló para sí al salir de la clínica. Su desazón le hizo registrar el peso de los análisis, radiografías, centellogramas, Pets, tomografías que iban en la enorme bolsa de tela que la institución médica le entregó para que archive sus informes. Gentileza ecológica, amabilidad para que el orden obsesivo sea parte del tratamiento. Le pareció que estaban dentro del dispositivo médico. Una historia clínica que desde hacía más de diez años hacía que su vida no tuviera otra dimensión que esa pesada bolsa. Sabía lo que llevaba en la alforja entelada, con pena se dio cuenta no que sabía dónde había archivado su vida desde que enfermó.
C.H.
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